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Fundación alberto J. roemmers 113 En una profesión las vivencias con los conocimientos de una disci- plina siguen los caminos del ciclo vital. Nacen, cuando tomamos cono- cimiento de él, transcurren su niñez, cuando jugamos con él, esas idas y vueltas al manual o enciclopedia para saber de qué se trata. Entramos en una relación de adolescencia cuando lo cuestionamos todo, nos opo- nemos, creemos que puede ser diferente y que tal vez mejor, “la teoría dice esto, pero mejor haremos esto otro”. Madura cuando después de cuestionarlo trabajamos con él, percibimos con los sentidos, probamos con las acciones, lo elegimos como resultado de un proceso introspec- tivo y voluntario que nos permite analizarlo, descomponerlo y rearmarlo contrastándolo con la mejor evidencia conocida. La madurez posterior, diré, “de los años dorados”, nos lleva a la reingeniería de estos, no por capricho, no por descontento, sino con la preocupación responsable de comprobar su validez. Entonces gestionamos los conocimientos cuando a través de la metodología científica comprobamos su veracidad y pro- bamos así si son ciertos. ¿Pero qué conocimiento es verdadero? Esta pregunta tan general en realidad es una pregunta que nos hacemos a diario y suele ser muy espe- cífica! …o debiera. Nos la realizamos cuando nos cuestionamos si esta fijación que hago es la mejor que puedo hacer, cuando valoramos las estadísticas de los datos de una práctica, cuando por sentido común nos preguntamos si esta forma de cuidar una herida es la más conveniente, cuando nos preguntamos qué impactos tienen nuestros cuidados en el tiempo. Pero una profesión exige un poco más, no basta con el sentido común, la experiencia ni con la intuición. El me “dijeron así” o “yo lo aprendí así”,