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Pensar América Latina. El Desarrollo de la sociología latinoamericana. Marcos Roitman Rosenmann ISBN 978-987-1183-86-9 Buenos Aires: CLACSO, abril de 2008 (23 x 16 cm) 224 páginas Existe un patrón para el desarrollo de la teoría social latinoamericana. Su diseño responde a pautas según las cuales se relacionan causalmente hechos históricos, propuestas teóricas y categorías sociales. Sus principios se hallan inmersos en la razón cultural de Occidente y forman parte de su racionalidad. Pero somos una singularidad más allá de la colonialidad del saber y del poder. En esta dinámica, las propuestas de interpretación social de la realidad latinoamericana son básicas para comprender los proyectos de cambio social en las estructuras sociales y de poder. Las ciencias sociales ocupan un espacio vital en la lucha teórica por apropiarse de la realidad y direccionar lo político. Sus conceptos y categorías son armas de grueso calibre, una manera de construir el futuro. En la lógica dominante prima el concepto de ser América Latina un receptáculo de las principales corrientes de las ciencias sociales del siglo XX. La realidad se encasilla en los postulados del neoliberalismo, la globalización, el pensamiento único, el fin de la historia o la gobernanza. ¿Modas, doctrinas, ideologías o propuestas políticas? Para recrear las categorías de análisis social y romper patrones del colonialismo cultural y del saber no podemos negar nuestros orígenes. Debemos escapar a la maldición que recorre nuestra América asentada en el criterio de inferioridad, de pueblos sin historia, de estados sin nación, de modernizaciones sin modernidad, de rechazo por lo propio. Queremos imitar y vivir siendo un calco de otras experiencias. Es el sinsentido de una razón extraviada. Por ello, es necesario reabrir el estudio de las escuelas y corrientes del pensamiento social latinoamericano. Las rupturas en las formas de actuar y pensar deben articular nuevos principios de explicación. Se trata de proponer otra lectura para enfrentar nuevos retos y resolver viejas preguntas. 9 EXISTE UN PATRÓN para explicar el desarrollo de la teoría social lati- noamericana. Su diseño responde a pautas donde se relacionan de ma- nera causal hechos históricos, propuestas teóricas y categorías sociales. Sus principios se hallan inmersos en la razón cultural de Occidente, forman parte de su devenir y responden a su racionalidad. Somos una singularidad más allá de la colonialidad del saber y del poder. Sólo los pueblos indios han sido conquistados, sometidos, explotados y domina- dos. Nosotros, los blancos, mestizos y ladinos, participamos del mundo de los conquistadores. En esta dinámica, las propuestas de interpreta- ción social de la realidad latinoamericana resultan fundamentales para comprender, explicar y generar proyectos de cambio social en las es- tructuras sociales y de poder. Sus ciencias sociales ocupan un espacio vital en la lucha teórica por apropiarse de la realidad y direccionar el espacio de lo político. Su lenguaje, sus conceptos y categorías son armas de grueso calibre, una manera de construir el futuro y diseñar el cambio social. Pensar en un patrón de análisis es vestir con uno u otro traje al continente. Es darle un relato histórico para legitimar o pensar cuál ha sido y cuál debe ser la dirección que deben tomar los debates políticos y la agenda de las ciencias sociales. Si pensamos en la lógica dominante, prima el concepto de ser América Latina un receptáculo de las principales corrientes de las cien- INTRODUCCIÓN PENSAR AMÉRICA LATINA 10 cias sociales en los años cuarenta del siglo XX. Tiempo de mayor fertili- dad intelectual extensible al primer lustro de los años setenta, entrando en crisis con el advenimiento de las tiranías que, salvo repuntes, sigue imperando hasta nuestros días, sin olvidar que todo se estudia bajo la cubierta de las megatendencias. Ni buenas ni malas, la realidad se enca- silla en los postulados del neoliberalismo, el socialismo del siglo XXI, la globalización, el pensamiento único, el fin de la historia, el choque de las civilizaciones, la gobernanza o cualquier otro paradigma y principio de fe emergente. ¿Modas, doctrinas, pensamientos, propuestas, realidades? Ciertamente en ellos hay mucho de historia, pero también de contingencia, de coyuntura y, por qué no decirlo, de improvisación ideológica y más aún de propuesta política. No se trata de inventar la realidad. Para recrear las categorías de análisis social y romper patro- nes del colonialismo cultural, del saber y del poder no hace falta tirar el agua sucia con el niño dentro. Negar nuestros orígenes es propio de una maldición que recorre nuestra América Latina. Maldición que se asienta en el criterio de inferioridad, de pueblos sin historia, de estados sin nación, de racionalidades inconclusas, de modernizaciones sin mo- dernidad, de déficits y excesos, de rechazar lo propio y pensarnos como un accidente. Cuando no es así, queremos imitar y vivir siendo un calco de otras experiencias y realidades, una mala copia. Pero en el extremo de esta maldición se sitúan aquellos para los cuales la novedad, lo re- volucionario y lo transformador radica en rechazar, romper, hacer añi- cos Occidente y renunciar a él por corrupto. ¡Pero ellos mismos hablan castellano, inglés, alemán, francés e italiano y sus categorías de análisis las obtienen de Kant, Aristóteles, Platón, Spinoza, Descartes, Hobbes, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Voltaire, Marx, Hume o Ricardo! Es el sinsentido de una razón extraviada. ¿Cómo entender el realismo mágico, la concepción centro-peri- feria, la teoría de la dependencia o el colonialismo interno? Ellos son ejemplos de originalidad intelectual y no por ello han dejado de recurrir ni de utilizar los aportes de los clásicos, y cualquier clásico, para acotar y mostrar los vínculos entre desarrollo histórico y realidad concreta en el marco de un mundo donde hay múltiples racionalidades y maneras de construirla, no un patrón ni una racionalidad inmanentes. El rechazo de la razón cultural de Occidente por dominante no es lo mismo que criti- car la racionalidad del capitalismo, su instrumentalización y su control por la lógica de la modernidad. Hacerlo es caer en lo criticado y muestra de una falsa erudición, propia de un mundo posmoderno que impone agendas, define temas y se apodera del discurso. Ese es el auténtico colonialismo cultural. Por ello, es necesario reabrir el estudio de las es- cuelas, tendencias y corrientes del pensamiento social latinoamericano. El problema consiste en establecer las prioridades a la hora de construir Marcos Roitman Rosenmann 11 la agenda y no de descartar conocimientos. En ello reside el valor heurís- tico de la teoría y el desarrollo democrático del conocimiento. Las rupturas en las formas de actuar y pensar deben articular nuevos principios de explicación. No puede ser de otra manera. La crea- ción de las vanguardias, los movimientos arquitectónicos, pictóricos, li- terarios, de las ciencias de la vida, de la materia o sociales de una razón cultural impregnan el manto donde actúan. Los valores, las formas de concebir el mundo, el idioma dominante, por ejemplo el castellano y su gramática, articulan una manera de controlar y dirigir el mundo. Así, América Latina participa del proceso, lo define, reorienta y transforma proponiendo opciones y proyectos capaces de revolucionarlo. Su hori- zonte histórico ubica el cambio social dentro de dichos marcos concep- tuales. El mejor ejemplo lo constituye el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Por una parte, reivindica en su lucha específica lanza- da el 1 de enero de 1994 –en su conocido ¡Ya basta!– el trabajo, la tierra, el techo, la alimentación, la salud, la educación, la independencia, la libertad, la democracia, la justicia y la paz en una batalla por la dignidad y el reconocimiento de los derechos históricos, sociales, políticos, cultu-rales y étnicos de los pueblos indios de México. Pero, al mismo tiempo, se compromete con la crítica y lucha por evitar la crisis del planeta, el proceso de deshumanización y la explotación mundial del capitalismo transnacional. Su propuesta es anticapitalista y su práctica une ambos factores, hoy reconocidos en su forma de hacer otra política. Recrear la teoría social en América Latina se ubica en dicho ar- gumento. Parafraseando a José Martí, es tan necesario saber la historia de Grecia y Roma como lo es estudiar la de los pueblos maya, azteca, inca o mapuche si se aspira a alcanzar una cabal comprensión de las estructuras sociales, de la realidad histórica y de las formas del poder en nuestra América. Se trata de lograr la intersección y conexión entre los saberes y las formas que han dado lugar al desarrollo del pensamiento social latinoamericano en su lucha por enfrentar teóricamente su cen- sura. Rescatar los referentes del pensamiento crítico e incorporar los diferentes autores estadounidenses, asiáticos, africanos, europeos que han aportado al debate latinoamericano. En esta lógica, se ha intentado reconducir los debates sin encasillar a los autores; lo contrario sería ti- rar piedras sobre el propio tejado. Se trata de recuperar y proponer una lectura para enfrentar nuevos retos y resolver viejas preguntas. Los trabajos incluidos son parte del Curso de Formación Conti- nua dictado en el Campus Virtual del Consejo Latinoamericano de Cien- cias Sociales (CLACSO) durante tres cursos académicos (2001-2004), a petición de su Secretaría Ejecutiva, en ese momento dirigida por Atilio Boron, bajo el título genérico de “Estructuras sociales y de poder”. Fue- ron diez clases de las cuales se recogen ocho para la presente edición. PENSAR AMÉRICA LATINA 12 Durante estos años las clases permanecieron intactas y casi sin modi- ficación, pero la recepción favorable de los estudiantes y la petición de transformarlas en un libro hizo que fueran cambiando de formato hasta mutar en capítulos de libro. Así, lo que el lector tiene en sus manos es la puesta al día del Curso y las clases, divididas en dos secciones: la espe- cífica de la teoría social y la correspondiente al análisis de la estructura social y de poder en la sociedad oligárquica. Sabedor que siempre es superable, la segunda parte muestra más déficits que la primera, por ello tiene más apoyo de bibliografía y un llamado a lecturas colaterales, misma dinámica que se siguió durante el tiempo que se dictó el Curso. Ahora, como siempre, no quiero dejar de mencionar que esta pu- blicación no habría sido posible sin el esfuerzo intelectual de quien me acompañó durante ese tiempo, hoy fuera del ámbito universitario, pero en aquellos días una apasionada de la sociología y las ciencias sociales (que espero no abandone aunque la vida la lleve por otros derroteros), Sara Martínez Cuadrado, de quien conservo su amistad y su tesis doc- toral, aún inconclusa. Tampoco puedo dejar pasar la oportunidad para manifestar una deuda de gratitud ahora transformada en amistad con Gabriela Amenta, coordinadora del Campus Virtual de CLACSO, apoyo permanente y estímulo constante, quien hizo posible superar escollos y logró que las clases fueran un éxito. Nunca vi tanto amor por su labor y por la docencia, símbolo de una persona íntegra. Gracias a ella este libro es posible; su tesón y aliento me llevaron a reescribirlo en tiempo de tormentas internas. Me queda una persona que me apoya con su crítica madura y recordatorio ético, y en esta ocasión solventa la parte técnica de la edición que presenté a CLACSO para su publicación: Talía, mi hija. Próxima a culminar sus estudios de derecho y ciencias políticas, dedicó parte de su tiempo a transformar clases en capítulos y me llamó igno- rante informático, cosa que soy. Como tampoco espera que la mencione, mis reconocimientos para mi compañera que sigue aportándome esa tranquilidad necesaria para el estudio y la reflexión. Queda por último la dedicatoria. Esta es para los estudiantes. Todos quienes participaron activamente durante tres años de las lecturas, los correos electrónicos y los debates. Ellos reciban mi agradecimiento por sus críticas y por los silencios tediosos a los cuales los sometía por largos tiempos. Seguro que si leen esta introducción se sentirán identificados. Gracias a todos. 15 LA REALIDAD LATINOAMERICANA está maldita porque formó parte del capitalismo colonial. Nostalgia de no ser países imperialistas. Nega- mos la historia de los pueblos y comunidades indígenas y los devolvemos a la vida para corroborar las tesis racistas que recalcan su incapacidad para apoyar las fuerzas del progreso. En el mejor de los casos, los pre- sentamos como subculturas o imperios que explotaban y sojuzgaban a sus iguales. Pueblos guerreros y despóticos. Con este mito, la sociedad blanca mestiza ladina colonial y los estados-nación del siglo XIX reali- zan su proyecto de dominación y explotación. Su legitimidad deviene de imponer un orden fundado en la civilización occidental cuyos valo- res son las libertades individuales y el progreso científico-técnico. Así, explicamos el capitalismo colonial como un mal menor que fue capaz de poner la primera piedra para la construcción de un edificio donde asentar los valores de la civilización católica, apostólica y romana. De esa manera, se deja intacto el proceso de destrucción y expoliación al que fueron sometidos los pueblos indios por el poder regio y el posterior orden republicano. La frustración de no ser europeos, de no compartir sus virtudes y grandezas, nos carcome. No hemos sido capaces de construir historia, por ello repetimos y reproducimos la de otros. América Latina existe como apéndice de los cambios y transformaciones que se suceden a ni- Capítulo I LAS MALDICIONES DE PENSAR AMÉRICA LATINA PENSAR AMÉRICA LATINA 16 vel mundial. Es esta maldición la que se encuentra presente en la forma de construcción del pensamiento social latinoamericano. Cada cierto tiempo nos apegamos a nuevos paradigmas que sue- len reinterpretar nuestra historia, y son muchos los que se regocijan en ello. Primero al liberalismo político del siglo XIX, luego al keynesianis- mo y ahora a la posmodernidad, la globalización y el liberalismo social de nuevo cuño. También le cabe un lugar al debate sobre el socialismo y la revolución social. Todo emerge como una mala copia de los procesos impulsados en el Primer Mundo. No hay tiempo para digerir los pro- cesos, para separar el polvo de la paja, para establecer y pensar en las diferencias históricas. Todo parece un despropósito. Se quiere tener un Lenin y revivir la Revolución Rusa, crear un partido a imagen y semejan- za del bolchevique, así no queda tiempo para comprender la historia de la Revolución Mexicana, la guerra hispano-cubano-norteamericana o la historia de las luchas de Sandino, salvo cuando triunfa cuarenta años más tarde un Frente de Liberación que lleva su nombre. Todo ello somete la realidad latinoamericana a discusiones que han derivado acerca de la condición subalterna en la que existimos. Si fuésemos más inteligentes, estaríamos en condiciones de romper el sub- desarrollo. La tensión del pensamiento se pone en verificar hasta qué punto realizamos las reformas necesarias para no perder el tren del pro- greso y estar por fin a las puertas del ansiado crecimiento económico que nos lleve a la gloria de la modernización y transformación tecnológica. Lo anterior requiere ser bañado en un discurso pragmático y co- herente que recuerde el déficit de modernidad en que se encuentra el continente. Pecados y maldiciones que impiden una rápida ubicación en el nuevo mundo globalizado. Continuamente se llama la atención a no repetir las experiencias que se han mostrado esquivas y reticentes a la marcha del “universo”. Ni populismo, ni desarrollismo, ni locuras izquierdistas, ni pensamiento crítico, ni siquiera pensar. Sólo actuar en la lógica racionalde Occidente y su proceso de transnacionalización del capital. Somos pecadores y debemos vivir como tales. Las oportunida- des para salir del pozo en que nos han dejado sumidos las viejas ideas de un proyecto propio deben dejar paso a una visión amplia capaz de recoger lo mejor de las transformaciones que presenta la globalización productiva. En este orden, el pensamiento reaccionario propone un proyecto social sin un contenido ético y moral limitado a la economía de mercado. Los aprendices de brujo se transforman en vendedores de perfumes que acaban por dormir la conciencia y el juicio crítico. Por consiguiente, los intentos por romper esta visión son puestos en el esca- parate de las propuestas utópicas. De tal guisa, pensar alternativamente se menosprecia y se reduce a un esfuerzo intelectual de academia sin operatividad política. A partir Marcos Roitman Rosenmann 17 de ese instante, emerge una especie de sincretismo teórico donde se unen pensadores y pensamientos disímiles sin conexión posible. En un mismo saco caben positivistas, liberales, conservadores, nacionalistas, antiimperialistas y también socialistas, demócratas, radicales, comu- nistas y anticapitalistas. Bolívar, Sarmiento, Martí, Mariátegui, Allende, Che Guevara, Torrijos, Sandino, Perón, Velasco, Fidel Castro, Cárdenas, Arbenz, Goulart o Vargas son presentados sin vínculos con su realidad. Todo da igual. Así surgen debates y discusiones teóricas que empiezan y terminan en lugares comunes, y los problemas no se superan. Las cien- cias sociales entran en un impasse que transmuta el conocimiento por la búsqueda de datos empíricos que sustituyen el argumento o, peor aún, son los datos la expresión de las ciencias sociales. El Latinobarómetro se ha convertido en el santo grial de la ciencia política; ya no es una herramienta, es la ciencia en sí misma. Lo que no se puede medir no es conocimiento y por ende debe ser desechado. Aquí radica la maldición de la sociología latinoamericana. Buscar una relación que determine que un 2% de Estado más un 70% de participación electoral y un 45% de libertades individuales hacen un 90% de gobernabilidad es el resul- tado esperpéntico que hoy presenta la sociología y la ciencia política en América Latina. Cuestión que, no hay que olvidarlo, también proviene del nuevo pensamiento débil. Quizás lo más inmediato sea recuperar la sensatez, abrir la puerta y dejar salir el imperialismo cultural que ha impuesto un pensamiento débil sobre lo que Aníbal Quijano denominó señeramente la coloniali- dad del saber. Se trata de no confundir la capacidad explicativa de los conceptos y categorías de las ciencias sociales, de sus teóricos, de su historicidad, de los procesos históricos donde se desarrollan y la ideo- logía que los contiene, como de los valores en los cuales se encuentran inmersos. No es un problema de neutralidad valorativa de las ciencias, más bien es de articulación de un lenguaje y de una semántica desde la cual comprender los fenómenos históricos, separando método, coyun- tura, sentido y contexto. Un ejemplo de esta maldición, si la proyectamos en América Latina sobre la ley de gravitación universal, presupondría discutir acer- ca del color, tamaño y forma de la manzana que le cayó a Newton en la cabeza. Distinción que ubicaría a la manzana latinoamericana, sin decir por qué, en una situación de inferioridad por diferencia cualitativa. La manzana de Newton era roja y no verde, no pesaba 100 sino 150 gramos y su forma no era del todo redonda. Diferencias que permiten concluir que la ley de gravitación universal no funciona bien en nuestro conti- nente. En cualquier caso, no se podría establecer una relación entre principio explicativo y conocimiento teórico. Para que la ley se cumpla hay que producir manzanas newtonianas, de lo contrario la ley de gra- PENSAR AMÉRICA LATINA 18 vitación se cumplirá a medias y seremos un apéndice del conocimiento proveniente de la mecánica clásica imperial. Este ejemplo, llevado al campo de las ciencias sociales en América Latina, tiene un correlato: América Latina no creó los conceptos y cate- gorías fundacionales en las ciencias sociales; por ello, el conocimiento de su realidad debe primero reproducir las condiciones sobre las cuales se asienta la Revolución Industrial, el proceso de modernización y de cambio social. La maldición emerge. La sociología en América Latina se com- prende como una “recepción” del cuadro de mando que ubica la historia en una dirección que hay que venerar y desde la cual ofrecer una res- puesta adecuada. La capacidad crítica, fuente de todo pensamiento, es marginada como factor relevante en el ámbito teórico de discusión en las ciencias sociales. De aquí que la dificultad de acercarse a compren- der nuestras estructuras provenga del rechazo a la explicación de un método selectivo capaz de incorporar aquellos conceptos previamente elaborados y validados por la ciencia. El obstáculo sistemático de una sociedad atrasada se radica en un momento esencial: su propio conjunto de determina- ciones la hace incapaz de volverse sobre sí misma, las propias evasiones y fragmentaciones cognoscitivas aquí son como una prolongación del desconocimiento de esas determinaciones, las compensaciones son el principio y el fin de todos sus mo- dos de conciencia y, en general, se puede decir que es una sociedad que carece de capacidad de autoconocimiento, que no tiene los datos más pobres de base como para describirse. Con relación a su propio ojo teórico esta sociedad se vuelve un noúmeno (Zavaleta Mercado, 1979). El conocimiento de la realidad social es visto como un péndulo que os- cila entre la sociología empírica y la sociología crítica, pasando por la sociología de la praxis o posmoderna. Es decir, todo cabe en una expli- cación que hace coincidir los tiempos de oscilación del péndulo con los momentos de velocidad del mismo. La interpretación queda subsumida a aceptar mecánicamente el movimiento sugerido por el péndulo. No es posible una ruptura, sólo cabe acortar o ampliar el tiempo del movimien- to que mecánicamente realiza la bola pendular. Plantearse su ubicación, su capacidad de oscilación, las determinaciones que hacen posible expli- car su especificidad no entra en el campo de condiciones sobre las cuales debe iniciarse la discusión para explicar su funcionamiento. El pensar que las ciencias sociales y en concreto la sociología, en América Latina, se inician cuando se recibe el cuadro teórico-metodo- lógico que le proporciona el estatus de ciencia es tener una concepción Marcos Roitman Rosenmann 19 estrecha. Fue Durkheim quien afirmó que Aristóteles era el primer so- ciólogo, estableciendo una línea argumental donde no hay distancias entre ensayistas y sociólogos profesionales. De seguir la propuesta ins- titucional, se termina por excluir a Marx, quien no poseía título. Resulta indudable que hacer ciencias sociales y sociología va más allá de poseer un título universitario, y no puede caerse en un reduccionismo academi- cista. Pero la visión de hacer sociología desde la racionalidad capitalista de la sociedad occidental está presente en el conjunto de las ciencias sociales en América Latina. José Martí o José Carlos Mariátegui no eran sociólogos, por tanto sus análisis, aunque posean una gran capacidad de explicación de la realidad social latinoamericana, no se fundamentan en un conocimiento racional propio del método científico. La sociología como ciencia social concreta comienza con Max Weber. La pasión por la integración de la sociedad y la idea de que su integración es fundamentalmente efecto de un proceso in- telectual, un hecho de conciencia y de ciencia, ha sido el hilo conductor de la sociología. No obstante sus variaciones de perspectivas heurísticas, énfasis conceptuales, construccio- nes metodológicas, intereses ideológicos, posturas políticas, la constante de la integración social es propia de sus “padres fundadores” franceses:Saint-Simón, Comte, Durkheim. Per- manece en su fundador alemán Max Weber y en su fundador norteamericano, Talcott Parsons. Se repite en México, desde los “científicos” Gabino Becerra y Justo Sierra, hasta su cultivo sis- temático a partir de los años cuarenta, marcado teórica y meto- dológicamente por la recepción que los sociólogos mexicanos hacen del positivismo francés, el materialismo histórico mar- xista y el estructural-funcionalismo norteamericano (Aguilar Villanueva, 1987: 132). La sociología, transformada en un análisis del poder, del cambio social, de la racionalidad del orden y de las formas como sociología comprensi- va de la acción social no miró hacia América Latina como una anomalía. Pero sus hacedores empiristas y del marxismo vulgar la transformaron en caricatura. En la región, sus categorías eran una parte del problema. Las ciencias sociales no eran ciencias sociales, fueron vistas con recelo y se consideraron parte de un sistema de dominación política. Se estig- matizó a Weber y se demonizó a Marx; en definitiva, se intentó matar o encarcelar al mensajero. La sociología se redujo a una sociología del cambio social, del orden, del poder o del desarrollo. Esta es otra de las maldiciones que recae sobre el pensamiento social latinoamericano. En este sentido, se han reproducido esquemáticamente debates, problemas e interpretaciones originales posmodernas de la ciencia so- PENSAR AMÉRICA LATINA 20 cial inglesa, americana, francesa y alemana. Se trata de una situación incomprensible. Se fundamentan análisis sin realidad, que impiden ver aquello que constituye conocimiento formativo. A partir de aquí surge un dogma que sólo genera productos de moda en función de autores. No existe un intento de rescatar el pensamiento teórico de los autores clási- cos y situarlos en el contexto latinoamericano; el resultado es grotesco. La realidad social en América Latina se construye como una realidad inconclusa. Es deficitaria. Nos sobran dictaduras y nos faltan demo- cracias. Hay ausencia de modernización y exceso de tradicionalismo. Existimos por déficit o por exceso, no como somos. No existe una verdadera clase dirigente en América Latina, ni siquiera en Monterrey o en São Paulo. La única figura verda- deramente modernizadora en el continente es la de las grandes empresas industriales o financieras públicas: Nacional Finan- ciera, Petrobras, Corfo, por dar sólo unos cuantos ejemplos del más alto nivel. Toda América Latina sigue careciendo de empresarios nacionales, de la investigación tecnológica y de la inversión productiva en general. Por su parte los elementos revolucionarios son más débiles de lo que parece indicar su inmensa popularidad. Las acciones del Che no tuvieron ma- yor influencia porque eran desesperadas y no provocaron más que fracasos en el continente. El modelo cubano, cualquiera que sea el juicio que se aplique, de hecho sigue siendo exte- rior a América Latina, mientras que el movimiento sandinista estuvo casi constantemente dividido entre un leninismo de tipo castrista y un populismo muy radical que ha terminado, con Ortega, por integrarse al modelo latinoamericano, aunque sólo después de un espectacular fracaso económico e incluso político (Touraine, 1993: 36). Y en otro trabajo: En América Latina, la política precede a las realidades eco- nómicas y a las fuerzas sociales. Esto aproxima a los países latinoamericanos con los países eurolatinos, como Francia, Italia y España. Pero lo que más asombra en América Latina es la gran desarticulación de la vida intelectual y de la vida social o hasta política […] Además de la dualización y la desar- ticulación, el rasgo más importante de la vida política y social del continente es la ausencia de separación entre vida pública y vida privada. Lo que opone claramente a la América Latina frente a la Europa occidental y América del Norte industriali- zadas (Touraine, 1989). Marcos Roitman Rosenmann 21 Es decir, cuando no nos parecemos a Japón o Indonesia, a Francia o Italia, o a Estados Unidos, o se es la Suiza de Centroamérica o la Sue- cia del Cono Sur, no somos nada. Nuestras burguesías son lumpem- burguesías; nuestro proletariado es lumpemproletariado; el desarrollo, subdesarrollo; la Revolución Industrial, proceso de industrialización; la Revolución Burguesa, modernización política. Todo encaja como las piezas de un puzzle. En ser buenos imitadores, en calcar los procesos históricos de conocimiento y de globalización productiva, radica el éxito. Cuando no se reproduce, surge lo imprevisto, la anomalía de América Latina. Y tan anómala resulta ser la Revolución Mexicana, como la Revolución Cubana, la Unidad Popular en Chile, Lula en Brasil, el sandinismo en Nicaragua, el EZLN en México, el MAS en Bolivia, Correa en Ecuador o Hugo Chávez en Venezuela. En otros términos, lo que sucede a partir de las condiciones estructurales sobre las que se asientan el desarrollo y la configuración del sistema de explotación y dominación en América Latina es un exceso o un déficit. Así se apostilla; es mejor dejar de lado la historia, la memoria, la trayectoria política, social, económica y cultural propia. No tienen razón de ser en tiempos de globalización; son un las- tre. Constituyen el pasado, hay que insertarse en las grandes tendencias del cambio social y la modernidad, ahora precedida del post. La maldición sugiere una interpretación donde la especificidad de las estructuras de explotación y de dominio no termine por cues- tionar el orden imperante. Las formas de análisis han buscado dejar intacto un sistema de explicación y argumentación sustentado en la falacia de ser las ciencias sociales y la sociología el resultado de una institucionalización académica del conocimiento social. Así, las ciencias sociales serían una suma de técnicas y métodos de investigación cuya finalidad se encuentra en solventar los procesos de racionalidad política, cambio social y modernización económica. A los problemas de pensar una sociología disminuida y postrada en silla de ruedas, necesitando alguien que la empuje o de mandos para movi- lizarse, se le une la dirección del esfuerzo. América Latina se ha con- vertido en un laboratorio de pruebas de aprendices de brujo que hacen sus primeros trucos donde obtienen fama y éxito a base de encandilar con interpretaciones que luego descartan o rectifican y que nunca pro- ponen en sus respectivos escenarios naturales. Me estoy refiriendo a la recepción de sociólogos. Los inicios de la sociología coinciden con el surgimiento de soció- logos cuyas propuestas se realizan a partir de establecer líneas de compa- ración negativa con sus sociedades de procedencia. Sociedades duales, etapas de crecimiento, feudalismo. Surge un doble problema. Es preciso luchar contra tópicos y simplificaciones que derivan, la más de las veces, PENSAR AMÉRICA LATINA 22 de concepciones donde la historia de América Latina apenas está presen- te y, cuando lo está, es para corroborar tesis acerca de la inferioridad, la falta de racionalidad, la inacabada construcción del orden, etc. Somos productores de defectos sociológicos y monstruos políticos. La afirmación anterior no intenta negar las aportaciones de orden teórico que supone el desarrollo del conocimiento y la teoría sociológi- ca. Por el contrario, busca separar aquello que pertenece al acervo de las ciencias sociales de las interpretaciones producidas por científicos sociales que hacen de América Latina un campo para elaborar un tipo de conocimiento que guarda relación con sus fantasmas teóricos. Lo más negativo es que se pierde tiempo discutiendo. Una guerra de propuestas acompañada de una recepción de lecturas que no se sabe por qué razón hay que realizar o a qué motivo responden. La formación del pensamiento sociológico se transforma en un acumular datos, citas y textos cuya lectura sólo tiene como objetivo el hacer más fuerte la eru- dición del ensayista y producir una mejor y mayorcantidad de trabajos para su carrera académica. A una cita le sigue otra hasta el infinito. Cúmulo de citas que pierden efectividad al ser separadas del contexto en el cual cobraron vida. En última instancia, la ciencia social está constituida por dos elementos: un método –de investigación, de análisis, de orde- namiento, de interpretación– y unos resultados de la aplica- ción del método. Uno de los más graves errores cometidos en el ámbito de diversas corrientes de pensamiento ha consistido en no ver y comprender estos elementos como expresiones de una realidad histórica (tiempo y espacio), asignándoles unos valores absolutos. El método aparece así como un recetario artificial y abstracto de las formas del conocimiento social, y los resultados de su aplicación como una dogmática […] El libera- lismo llegó a la América Latina como una dogmática […] pero el marxismo también. Sin una capacidad de comprensión del marxismo como método crítico de pensamiento, la “inteligen- cia” herética de la América Latina, después de la primera post-guerra, sólo podía tomar el marxismo como un cuerpo intangible de dogmas, resultado de la aplicación del método en las formaciones capitalistas más desarrolladas. Así se con- figuró el fenómeno de la transfiguración, de un pensamiento crítico en una escolástica de izquierda (García, 1972: 5). Esta forma maldita que nos acompaña no ha dejado de mostrar su per- durabilidad en el tiempo. Hemos estado discutiendo con gigantes de barro que al desmoronarse nos dejan sin enemigo visible. Pero la mal- dición tiene su lógica. Por inercia, produce nuevos gigantes y más gran- Marcos Roitman Rosenmann 23 des. No son molinos de viento, son nuestras propias formas de articular el debate lo que trae consigo el éxito de la maldición. Sin embargo, será dentro de la corriente intelectual, concep- tualizada por Antonio García como escolástica de izquierda, donde la maldición se hace más firme. Ellos radican fuera del continente y su experiencia latinoamericana ha servido para su mejor ubicación en sus respectivos escalafones administrativos de los organigramas de las ca- rreras profesionales individuales. No por ello dejan de hacer visitas para presentarnos las últimas novedades sobre las cuales están investigando o desarrollando sus virtuosos trucos de magia. André Gunder Frank se convirtió en el teórico del desarrollo del subdesarrollo para hacerse un mea culpa y terminar en el desarrollo po- sible; Regis Debray hizo la revolución en la revolución y luego la crítica de las armas; Jaques Lambert dualizó las sociedades latinoamericanas y luego las transformó en feudales; Alain Touraine pasó de ser teórico dependentista en Brasil y Chile con un texto cuyo título se inicia con las voces “Las sociedades dependientes...” a concluir lacónicamente en 1992 que “el dependentismo había sido el insumo más nefasto de las ideologías de las diferentes luchas armadas” (Touraine, 1993). Manuel Castells beatificó los movimientos sociales, los hizo revolucionarios y luego desde Berkeley desconoce su etapa “marxista” para negar el análi- sis de clases sociales. Hoy, son los tigres asiáticos y las nuevas tecnologías su preocupación intelectual. La nueva izquierda es pues el resultado de la vieja escolástica dogmática que vive, aún hoy, a costa de sus trabajos que ahora desconocen como parte de su historia intelectual. La descripción es un síntoma de cómo se articula la maldición en América Latina. No se trata, como bien señalara Agustín Cueva, de hacer culminar nuestra crítica con “la creencia chovinista-populista de que para conocer la realidad latinoamericana es necesario inventar una teoría propia, rompiendo lanzas contra todos los conceptos tildados de ‘eurocentristas’” (Cueva, 1979a: 77). Afirmación a la que añadiría que tampoco se busca eliminar las aportaciones teóricas de científicos so- ciales no latinoamericanos con el fin de potenciar de manera pueril a los científicos sociales del continente. Se procura poner en evidencia, como lo hace Florestán Fernandes, los límites de una sociología que se realiza como tema y no como problema teórico a resolver. El seguidismo intelectual de las corrientes en boga es uno de los límites que tienen que superar las nuevas generaciones de científicos so- ciales latinoamericanos que se ven enfrentadas a resolver problemáticas que son más un ejercicio de malabarismo intelectual que expresión de preguntas realizadas desde la realidad que los configura. Otro de los graves problemas del que somos víctimas es que las ciencias sociales han sido realizadas, la más de las veces, por quienes PENSAR AMÉRICA LATINA 24 han tenido un doble vínculo con la academia y el quehacer teórico. Este doble vínculo es otra de las peculiaridades que mantiene viva la maldi- ción sobre el pensamiento social latinoamericano. Así, se radicalizan en la academia y se domestican en la política. En ocasiones hablan desde el púlpito de la política contingente, y en otras, desde el sillón de escritorio de los despachos de las universidades. De esta forma, el resultado es un continuo vaivén de dimes y diretes que responden a coyunturas políticas más que a cambios sociales de las estructuras de poder y explotación. Múltiples ejemplos hay que corroboran lo afirmado. Si comenzamos por el final del camino, podemos tomar el caso de Brasil. Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de ese país, fue uno de los creadores de la “teoría de la dependencia”: su crítico más mordaz, Francisco Weffort, se convirtió en su ministro de Cultura. Pero también Luciano Martins o Helio Jaguaribe han participado de gobier- nos socialdemócratas, liberales, neoconservadores en Brasil. Lo común es que se renuncia a la elaboración teórica o se reniega de lo producido intelectualmente en los períodos de receso político. Así, la sociología latinoamericana se hace a retales y en situaciones que son el resultado de golpes de Estado, exilios o depresiones personales por no ser pre- sidente o ministro. Chile es otro caso singular. Quienes más desarro- llaron las críticas al proceso de refundación del orden realizado por la dictadura militar en el terreno político, económico, cultural y social no han dejado de alabar el fin del tradicionalismo en la política en Chile. Los más destacados sociólogos antiliberales en la época de Pinochet se han transformado en sus máximos defensores a tiro pasado. Valgan como ejemplo Ricardo Lagos, Álvaro Briones, Alejandro Foxley, Carlos Ominami o José Miguel Insulza, actual secretario general de la OEA. Desde demócratacristianos hasta socialistas y comunistas han variado su crítica teórica a la hora de ocupar puestos de responsabilidad políti- ca en los gobiernos de Patricio Alwyn, Eduardo Frei o Ricardo Lagos. Argentina, Uruguay o Perú no se quedan atrás. De teóricos a diputados y asesores presidenciales. Las ciencias sociales resultan ser un momento que permite situar- se académicamente en tanto que se está fuera de la arena política. Pero cuando surge la opción de ejercer políticamente una responsabilidad pública se renuncia, quién sabe por qué, a los análisis que se realizaron. Esta situación crea un vacío teórico que es llenado por discursos aleato- rios que tienden a negar lo dicho y a afirmar todo lo contrario. “Donde dije digo, digo Diego”. Esta situación, que en principio no debería ser negativa si aceptamos que no hay por qué renunciar a la acción política como ciudadano y miembro activo de la sociedad nacional, sí resulta un contrasentido cuando ello se produce a expensas de renunciar a lo planteado desde la razón crítica. Marcos Roitman Rosenmann 25 Un caso típico en este sentido lo constituye Jorge Castañeda, que pasó de ser un ferviente leninista y dependentista a un ardiente defen- sor del neoliberalismo social como ministro de Asuntos Exteriores de Vicente Fox. Así escribía en 1978 en un ensayo compartido con Enrique Hett, El economismo dependentista. Que teóricos de izquierdaasignen a una producción capita- lista la nacionalidad de primitivo es una prueba más de su permeabilidad al derecho burgués y de su respeto por la pro- piedad privada. Si las compañías extranjeras repatrían bene- ficios, no es gracias a un supuesto Derecho que les daría su inversión primitiva sino al dominio de las transnacionales so- bre sus propias inversiones (Castañeda y Hett, 1978: 19). En un alarde de crítica leninista a Gunder Frank y a los teóricos depen- dentistas, apuntan: Los efectos de la dependencia en Lenin no son los mismos que en las teorías de la dependencia: esta diferencia rige para todas las demás. Sus efectos en el caso de Lenin son efectos de dominación sectorial y coyuntural. Para los dependentistas, la dependencia es constitutiva; para nuestro autor no sólo no es constitutiva sino que es efecto de la existencia de relaciones capitalistas, de flujos capitalistas cuyos efectos son el desarro- llo (desigual, contradictorio) del capitalismo cualesquiera que sean sus repercusiones en la competencia capitalista y en el aspecto de dominación que conlleva […] Para quien ha leído con atención los textos de Lenin es imposible confundir estas dos nociones de dependencia (Castañeda y Hett, 1978: 67). Pero la cosa no termina aquí: En un régimen capitalista, si no hay relaciones sociales de pro- ducción, si no hay clases sociales, los conflictos se reducen a conflictos entre hombres. La explotación es así un robo; el po- der, una usurpación. Se combaten los abusos originados por la situación histórica de la propiedad privada y de la dependencia, desaparecidas estas y con ellas abusos, usurpación y despojo, nada se interpone entre los hombres. Están desnudos frente a la naturaleza. No se enfrentan más que a los problemas técni- cos que plantea su explotación. La exclusión de la política es la irrupción de la tecnocracia. La afirmación del humanismo intro- duce el socialismo como imperio del economicismo. La esencia del socialismo de la dependencia es el desarrollo de la economía para el bien de la humanidad (Castañeda y Hett, 1978: 84-85). PENSAR AMÉRICA LATINA 26 Con estas críticas no se salva ni el socialismo, ni Lenin ni Marx. Pero los autores se convierten en los más férreos defensores de la ortodoxia teó- rica. Las interpretaciones correctas son las suyas. Quince años después, en 1993, ya en solitario, Castañeda escribe otro trabajo con las mismas pautas descalificadoras que en el anteriormente descripto: La utopía desarmada. ¿Cuándo hay que creerle? Hoy es un político afincado en los tiempos del liberalismo social y se maldice a sí mismo, con una nota a pie de página, donde se reconoce pecador marxista-leninista. La luz le ha llegado y la revelación le pertenece. Los ejemplos pueden repetirse, pero basta señalar el del actual ministro de Asuntos Exteriores de Chile del gobierno de la socialista Michelle Bachelet, el demócratacristiano Alejandro Foxley: Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse to- dos los países del mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va a perdurar por muchas déca- das en Chile y que, quienes fuimos críticos con algunos aspectos de ese proceso es su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la his- toria de Chile en un alto lugar (Foxley en Portales, 2000). Como observamos, los debates tienen nombres y apellidos, cuestión que dificulta aún más la crítica teórica, ya que en este sentido amistades y vínculos afectivos terminan por evitar cualquier tipo de quiebre en las relaciones personales. Las críticas se realizan en pequeños comités y no salen a la luz; quienes lo intentan se transforman en malditos y son apartados de la discusión. El discurso se hace plano. La responsabilidad teórica da paso a un conformismo que acaba por hacer de las ciencias sociales una charla de cafés y tertulias periodísticas y televisivas. Desde luego, la maldición ha tenido pensadores herejes. No tanto por ser despreciados, sino porque sus trabajos no han formado parte de la discusión y formulación de la sociología hegemónica. Teóricos que al romper la maldición ponen en evidencia los límites estrechos sobre los cuales se han ido tejiendo las argumentaciones que sostienen y hacen posible que la maldición se reproduzca. Son científicos sociales que no transitan ni deambulan de las ciencias sociales a la política y de esta a los despachos de ministerios. Su pensamiento está ligado a la actividad Marcos Roitman Rosenmann 27 docente o de investigación sin pretender un espacio distinto de aquel que constituye la ética del compromiso y la responsabilidad teórica con los principios defendidos. No importa que su saber sea adscripto a la escuela conservadora, marxista, neomarxista, anarquista, estructuralis- ta o posmoderna. Los identifica su continua dedicación a la formación del conocimiento social latinoamericano. Así, sus debates se insertan en una dinámica más profunda e independiente de su adscripción política, manteniendo una honestidad intelectual sobre la cual fundamentan sus proposiciones teóricas. En algunos casos han participado políticamente en sus respectivos países, pero han abandonado el espacio político en cuanto que sus contradicciones los han hecho decidir entre intereses inmediatos y su razón ética. No hablamos de “pureza de raza teórica”, eruditos o científicos lo- cos desconectados del mundo. Por el contrario, se encuentran apegados a un compromiso social con el análisis de su realidad y su problemática concreta. Su ortodoxia se expresa en la articulación de propuestas que se adhieren a principios de explicación cuyas causas no se hallan fuera de América Latina o en el seguimiento de modas académicas. Su hete- rodoxia responde a un continuo reexamen de sus propuestas y a una ca- pacidad crítica capaz de lograr un avance en el conocimiento social no apegándose a críticas ideológicas dependientes de propuestas políticas. Sus textos se recuperan como expresión acabada de un pensamiento ético no pragmático. Su lectura no se recomienda y, si por algún motivo se realiza, es para mostrar que altos niveles de teoría llevan a una diso- lución práctica de la capacidad de actuación política. El pensamiento hereje en las ciencias sociales latinoamericanas se encuentra en todas las disciplinas y es el verdadero artífice del desa- rrollo del conocimiento social de la realidad latinoamericana. Más que padres fundadores, son científicos sociales apegados a la terquedad de un pensamiento fundamentado en sus convicciones y no a desarrollar una lógica apegada a los designios y apetencias del poder. Baste como ejemplo los casos de los ya desaparecidos Agustín Cueva, René Zavaleta Mercado, Pedro Vuskovic, Silva Michelena, Sergio Bagú, Gerard Pierre Charles, Julio César Jobet, Celso Furtado, Octavio Ianni, Gregorio Selser, Alberto Flores Galindo, Florestán Fernandes, Ricaurte Soler, Raúl Prebisch o José Aricó, por sólo citar aquellos de mayor presencia académica. Sirva como demostración de lo apuntado la cita de un científico social proveniente de la economía, Raúl Prebisch, quien sin renunciar a sus principios e ideas-fuerza, concepción centro- periferia, termina señalando en su último libro, hoy ya olvidado: Tras larga observación de los hechos y mucha reflexión, me he convencido de que las grandes fallas del desarrollo latinoame- PENSAR AMÉRICA LATINA 28 ricano carecen de solución dentro del sistema prevaleciente. Hay que transformarlo.Muy serias son las contradicciones que allí se presentan: prosperidad, y a veces opulencia, en un extre- mo; pobreza en el otro. Es un sistema excluyente. Difícilmente pudo haberse imaginado hace algunos decenios el impulso no- table de la industrialización, la capacidad, iniciativa y empuje de muchos empresarios y las crecientes aptitudes de la fuerza de trabajo. Se han alcanzado elevadas tasas de desarrollo y se está aprendiendo a exportar manufacturas contra obstáculos internos y externos que antes parecían muy difíciles de superar. Y está penetrando el progreso técnico donde tardaba en llegar, especialmente en la agricultura tradicional. Pero el desarrollo se ha extraviado desde un punto de vista social y gran parte de esas energías vitales del sistema se malogran para el bienes- tar colectivo. Trátese de fallas de un capitalismo imitativo. Se está desvaneciendo el mito de que podríamos desarrollarnos a imagen y semejanza de los centros. Y también el mito de la expansión espontánea del capitalismo en la órbita planetaria. El capitalismo desarrollado es esencialmente centrípeto, ab- sorbente y dominante. Se expande para aprovechar la perife- ria. Pero no para desarrollarla. Muy seria contradicción en el sistema mundial. Y muy seria también en el desarrollo interno de la periferia. Contradicción entre proceso económico y pro- ceso democrático. Porque el primero tiende a circunscribir los frutos del desarrollo a un ámbito limitado de la sociedad. En tanto que la democratización tiende a difundirlos socialmente. Y esta contradicción, esta tendencia conflictiva del sistema, tiende fatalmente a su crisis (Prebisch, 1981: 14). Prebisch, quien durante muchos años fuera criticado, muestra con esta reflexión un ejemplo de unidad de principios, ética y compromiso teóri- co, exigencia mínima que se debe poseer para el quehacer de las ciencias sociales latinoamericanas. Más allá de salvar su prestigio, Prebisch lla- ma a repensar desde sus categorías y conceptos las contradicciones del capitalismo periférico. Si se observan sus primeros trabajos, nos damos cuenta de que su mayor conocimiento y su capacidad de debatir e inter- cambiar proposiciones sin dogmatismo es lo que abre la propuesta a un replanteamiento para explicar las transformaciones que se han operado desde su primera formulación hasta su visión última. Pero a Raúl Prebisch lo maldijeron y a su obra también. Quienes antes lo alabaron, formando parte de su corte, se apresuraron a exco- mulgarlo. Ahora se lo recuerda como un heterodoxo de la economía que no supo o quiso adaptarse al cambio de los tiempos posmodernos. Qui- Marcos Roitman Rosenmann 29 zás si hubiese renegado y abdicado de toda su vida intelectual señalando los errores profundos de su concepción del desarrollo latinoamericano, compartiría pedestal con los aprendices de brujo que se presentan como grandes transformistas y creadores de ilusiones para el mañana. Lo que hay que dejar patente es que el proceso de creación inte- lectual que ha dado vida a las ciencias sociales latinoamericanas provie- ne de todos los ámbitos ideológicos sin excepción. Ni el ser marxista es símbolo de buen razonar, ni el no serlo supone la incapacidad para crear pensamiento. El problema surge cuando las crisis políticas o las trans- formaciones del sistema social de explotación y dominio intentan hacer coincidir crisis personales con crisis en el pensamiento sociológico. La sociología en América Latina se debate entre una necesaria renovación en las formas del pensamiento pero también de pensadores. Renova- ción teórica que no supone un tirar por la borda todo el conocimiento acumulado y que debe servir para fortalecer la capacidad de juicio, el sentido de la historia y la acción propedéutica. Pues el “sano sentido común”, llamado también “entendi- miento común”, se caracteriza de hecho de una manera deci- siva por la capacidad de juzgar. Lo que constituye la diferencia entre el idiota y el discreto es que aquel carece de la capacidad de juicio, esto es, no está en condiciones de subsumir correc- tamente ni en consecuencia de aplicar correctamente lo que ha aprendido y lo que sabe (Gadamer, 1979: 61). Es en la búsqueda por recuperar la capacidad de juicio extraviada en los avatares de luchas intestinas donde se sitúa el problema. No se trata de ser el más rápido en abandonar los principios de la razón crítica para caer en los brazos del poder donde está la solución, menos aún en seña- lar que hay crisis de teorías; más bien existe crisis de teóricos. Bajo este campo de condiciones, y en un esfuerzo por buscar una explicación a la falta de ética política y teórica, se impone aclarar: La tarea política del investigador social que acepta los ideales de libertad y razón es, creo yo, dedicar su trabajo a cada uno de los tres tipos de hombre que yo he distinguido en rela- ción con el poder y la sabiduría. A los que tienen el poder y lo saben, les imputa grados variables de responsabilidad por las consecuencias estructurales que descubre por su trabajo que están decisivamente influidas por sus decisiones o por sus omisiones. A aquellos cuyas acciones tienen esas consecuen- cias, pero que parecen no saberlo, les atribuye todo lo que ha descubierto acerca de aquellas consecuencias. Intenta educar y después, de nuevo, imputa una responsabilidad. A quienes PENSAR AMÉRICA LATINA 30 regularmente carecen de tal poder y cuyo conocimiento se li- mita a su ambiente cotidiano, les revela con su trabajo el senti- do de las tendencias y decisiones estructurales en relación con dicho ambiente y los modos como las inquietudes personales están conectadas con problemas públicos; en el curso de esos esfuerzos, dice lo que ha descubierto concerniente a las ac- ciones de los más poderosos. Estas son sus principales tareas educativas, y son sus principales tareas públicas cuando habla a grandes auditorios (Wright Mills, 1977: 196-197). El preguntarse qué piensan y cómo piensan las nuevas generaciones de científicos sociales en América Latina es algo que no inquieta dema- siado a quienes, desde su pedestal y fama, se preocupan por avanzar posiciones de poder abandonando definitivamente el campo del saber teórico. Hoy nos encontramos en una disyuntiva que no es generacional o de cambio de paradigmas, sino de educar y formar científicos sociales con capacidad de razonar y pensar abiertamente más allá de falsas crisis de paradigmas y de teorías. Es hora de comenzar a romper las maldicio- nes del pensamiento social latinoamericano. Si la sociología y las ciencias sociales se han desarrollado en América Latina, ha sido por esta relación que los maestros formadores imprimían a sus clases investigaciones, obligando a leer y sobre todo a pensar. Hoy se dan recetas para no reflexionar. Se enseña a no pensar. Usted no piense, otros ya lo han hecho por usted. Su nueva función es ser ejecutivo del pensamiento, vender en el mercado, saber qué es lo que demandan las instituciones, los centros privados, las agencias gu- bernamentales y no gubernamentales. Conviértase en un mercader de oficio. No es necesario aprehender sociología. Maneje datos, mucha in- formación periodística, consuma teorías de usar y tirar y mucha basura informática. Lo demás es sobrante o en el mejor de los casos florituras teóricas que no aportan. Lea manuales y haga resúmenes. Proteste si le mandan leer a los clásicos. Así, el científico social se transforma en una persona que pue- de hablar de todo sin saber de nada. Ahora se requieren dotes de per- suasión, no conocimientos. Este es el mensaje que se extiende, salvo excepciones que se asimilan a los herejes y malditos que aún creen en la posibilidad de un conocer humanista y formador de conciencias crí- ticas. Entre más pronto se desvelen las maldiciones que recaen sobre la sociología latinoamericana, más temprano se estará en condiciones de romper el hechizo. 31 UNA MALDICIÓN SE CIERNE SOBRE AMÉRICA LATINA: ha llegadotarde a la historia. Estados sin nación, ciudadanos sin derechos, clases sociales sin proyectos, modernizaciones sin modernidad, industriali- zaciones sin Revolución Industrial. Maldición que ha impregnado el pensamiento social latinoamericano hasta el extremo de provocar una cierta parálisis cuya característica más burda es el complejo de inferio- ridad en la producción de conocimientos. Cada vez es mayor el recurso a la literatura de origen anglosajón, autores de medio pelo, como aval de teorías sociales para interpretar la realidad latinoamericana. Este colonialismo cultural, cuando no dependencia cultural, acaba por en- quistarse en las universidades, en los centros de producción del conoci- miento y los institutos de investigación. El resultado es el alejamiento de categorías del pensar y el actuar para comprender e interpretar nuestro tiempo histórico, y conceptos como colonialismo interno, dependencia, centro-periferia, heterogeneidad estructural, estilos de desarrollo, entre otros, resultado del estudio específico de las estructuras sociales y de poder de América Latina, son marginales en los análisis de las mismas. El colonialismo cultural conlleva una maldición cuyo poder radica en frenar el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina. La lucha entre fuerzas centrípetas y centrífugas por diluir o agru- par el pensamiento social latinoamericano la encontramos en la recep- Capítulo II EL DESARROLLO DE LA SOCIOLOGÍA LATINOAMERICANA PENSAR AMÉRICA LATINA 32 ción de la sociología de Durkheim, Simmel y Weber. Lo anterior ubica los problemas de interpretación de la realidad social latinoamericana en las formas de construcción de una racionalidad política inherente a los mecanismos de constitución de un orden social asentado en los valores de la sociedad industrial. Pensar en el futuro era visualizar un horizon- te capitalista sometido a sus leyes de acumulación y de secularización política y social. Pero no distinguir entre cuadro teórico y metódico y racionalidad capitalista hizo que sus defensores cayeran en una total adopción de los valores culturales e históricos contenidos en el desarro- llo de sus argumentos. La recepción del cuadro teórico sin este distingo vició las apor- taciones de la sociología, fundamentalmente la weberiana, e introdujo una lógica perversa de argumentación en la cual primarían las compa- raciones entre el desarrollo originario del capitalismo y su asentamiento en el continente. De tal guisa, el capitalismo latinoamericano pasó a formar parte de un proceso histórico cuya característica más relevante era su escasa implantación en tanto modo de producción. Considera- do un proceso histórico anómalo, donde tardaba en arraigar, América Latina dejó de ser estudiada por sí. Los análisis buscaban hacer calzar categorías para defender las tesis de un orden feudal. Un zapato cuyo número no correspondía al pie. Pero no importaba, el sujeto en cuestión debía caminar aunque el zapato no fuera de su talle ni respondiera a sus necesidades. Lo importante, por el contrario, era que respondía a los fabricantes de zapatos. En ello consistió la maldición. América Latina fue feudal y una anomalía dentro del capitalismo. No extraña que las categorías de análisis y los conceptos de la sociología comprensiva we- beriana fueran las herramientas utilizadas para explicar, interpretar y comprender las formas que adoptaba el proceso de racionalidad y socia- lización en tanto debate adscripto a los tipos de dominación. Igualmen- te, se propuso una caracterización de las clases sociales, las elites, los grupos de presión y de poder acorde al grado de racionalidad alcanzado en sus comportamientos y actitudes. A más racionalidad, más capitalis- tas; a menos racionalidad, más feudales. Los polos tradicional-moderno o feudal-capitalista se presentaron como el principio articulador desde el cual proyectar las políticas de cambio social. Pensar la realidad social latinoamericana dividida en capitalista y feudal facilitó presentar las clases sociales según su patrón de inserción en esta estructura dual. Los estudios nacidos en esta perspectiva ten- dieron a producir una sociología del desarrollo donde lo fundamental fue determinar cuáles y qué sectores sociales se aproximaban a un tipo ideal caracterizado por la contradicción oligárquico-burguesa. Por un lado una oligarquía, feudal y terrateniente contraria al cambio social. Y por otro, una burguesía emergente, emprendedora, dinámica, demo- Marcos Roitman Rosenmann 33 crática y liberal. El resto de las contradicciones sociales de la estructura social y de poder podían soslayarse. El esfuerzo debía canalizarse hacia el descubrimiento de los sujetos y actores sociales capaces de liderar el cambio social modernizador y antioligárquico. Sin embargo, estas investigaciones mostraron una debilidad es- tructural, su incapacidad para diferenciar el contenido histórico de un concepto social de su apropiación como herramienta teórica para expli- car procesos sociales no incluidos en su conceptualización. Bajo estos patrones, la maldición se propaga. Es decir, comienza a dibujarse un cua- dro donde se subrayan por comparación aquellas virtudes de las cuales carecen las clases sociales en América Latina respecto a sus homólogas europeas o estadounidenses. Los análisis se hacen por déficit o por exce- so. Con cierto pesar se descubría que nuestras burguesías no asumían ni atributos ni valores burgueses. Que nuestras oligarquías eran demasia- do feudales, y así afirmaciones cuyo denominador común remarcaba lo anómalo de nuestra realidad. Llegamos tarde a la historia y con ello a la construcción del mundo. De tal manera que el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina se ve sometido igualmente a esta maldición. Será en las décadas del cincuenta y sesenta cuando se luche por romper esta interpretación. La emergencia de este proceso dio como resultado el nacimiento de un pensamiento propio cuyo reconocimiento internacional está hoy fuera de duda. Sin embargo, los primeros em- bates estuvieron marcados por el lastre de la maldición que subsiste y renace bajo nuevas formas. Romper con ella sigue siendo un trabajo colectivo lleno de vicisitudes. En esta batalla, la maldición se entiende como una parte constitu- yente del pensamiento y, en especial, de la sociología latinoamericanos. En sus inicios, luchar contra ella significó aceptar el carácter y el límite de la sociología como una ciencia social nacida en y para explicar el desarrollo del progreso industrial del capitalismo. Es decir, una ciencia histórico-cultural cuyos valores y significados están destinados a com- prender y legitimar un proceso histórico, la sociedad capitalista, como el fin último de su racionalidad política. Fue esta corroboración, señalar a la sociología como una parte constituyente del orden burgués, lo que destapó el frasco de las esencias. ¿Qué cambio social?; ¿qué racionalidad política?; ¿era la sociología una ciencia social burguesa?, y si lo era, ¿podía cambiar de orientación?; ¿existía una ciencia social alternativa?, y de no existir, ¿había que recha- zar la sociología y construir otro tipo de ciencias sociales acordes con las demandas de las clases sociales explotadas y dominadas, es decir, unas ciencias sociales de la liberación? Y si lo enunciado tiene sentido, ¿qué papel juega el debate sobre subjetividad y objetividad en las ciencias sociales? ¿Era la sociología una ciencia o mera ideología? PENSAR AMÉRICA LATINA 34 Todas estas preguntas muestran el largo camino recorrido por la sociología y las ciencias sociales latinoamericanas. En cincuenta años se ha sobrepuesto a su maldición. Por ello es aún más necesario iniciar los estudios de las estructuras sociales y de poder, reconstruyendo en sus orí- genes y fuentes la dirección teórica del debate sobre el cual se crearon, en los años sesenta, las dos grandes escuelas de pensamiento sociológico en toda AméricaLatina. La llamada sociología científica o neutral-valorativa y la sociología crítica. Escuelas hoy inexistentes en tanto cuerpo acadé- mico doctrinal y tanques de producción de conocimientos. La diáspora de sus miembros, sobre todo dentro del pensamiento crítico derivado de los golpes de Estado y el asentamiento de las dictaduras militares en el Cono Sur en los años setenta, afectó al desarrollo de las ciencias sociales. Asimismo, el advenimiento del neoliberalismo se tradujo por quienes pro- fesaban su doctrina en un menosprecio del pensamiento social y el debate de las ideas. Quienes eran los más ardientes defensores del paradigma neutral-valorativo de las ciencias acabaron por ser también excluidos del debate teórico. Sin embargo, su fragmentación y disolución responden a otro contexto histórico no dependiente de la recepción de la sociología en América Latina. La sociología científica se fundó en los paradigmas de la neutra- lidad-valorativa de las ciencias, y la sociología crítica se hallará ligada a la tradición del pensamiento marxiano. Ambos constituirán el punto de referencia del debate latinoamericano durante casi veinticinco años. El problema consistía en dónde y desde dónde se interpretaba el cam- bio social. La centralidad giró en torno de la pretendida objetividad y subjetividad de las ciencias sociales. Se buscó, según la pertenencia a escuelas, esclarecer el rol del sociólogo y asentar la relación entre so- ciología, planeación del desarrollo y acción política. Los conceptos fue- ron tomando cuerpo y las ciencias sociales se institucionalizaron dando lugar a la emergencia de centros como el Instituto Latinoamericano de Planificación Económico y Social (ILPES), la Facultad Latinoame- ricana de Ciencias sociales (FLACSO) o el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). EL ORIGEN DEL DEBATE Los sociólogos del cambio social asentados en la teoría de la moderni- zación centraron sus esfuerzos en explicar cómo el desarrollo industrial capitalista presupone la articulación de una sociedad democrática y li- beral, identificando las actitudes antimodernizadoras y las resistencias al cambio social con un orden arcaico y tradicional. Sin demasiadas diferencias, tres concepciones fueron desarrolladas como parte de la visión del cambio social modernizador: el folk-urbano; el cambio social de la sociedad feudal a la sociedad democrática de las clases medias; y el Marcos Roitman Rosenmann 35 modelo de cambio social de una sociedad rural oligárquica tradicional a la sociedad urbana industrial. Fueron estas tres concepciones las que se disputaron la hegemo- nía teórica. La primera corresponde a la visión antropológica impuesta por la escuela de Chicago en los años treinta, destacando la obra de Robert Redfield, cuya teoría del continuo folk-urbano mantuvo fuerza hasta los años cincuenta. La segunda concepción se desarrolla a par- tir de dicha década y precede al declive de la visión antropológica del continuo folk-urbano. Para sus teóricos, el cambio social será obra de los sectores medios urbanos, cuyos valores modernos y democráticos se contraponen con la existencia de clases dominantes, y cuyos valores sociales se enquistan en la herencia tradicional propia de las oligarquías terratenientes. La emergencia de los sectores medios sería fuente de legitimidad para la creación de un Estado de Derecho asentado en los principios y valores democráticos inherentes a una sociedad industrial y participativa de masas. Ello explicaría la necesidad de apoyar su de- sarrollo, además de comprender la cohesión política y su relevancia en la modernización de América Latina. Dentro del grado de cohesión política y de la continuidad de intereses comunes que tuvieron los sectores medios, esa cohe- sión y esa continuidad se debieron, al parecer, a la presencia de seis características comunes que poseían. Eran predominante- mente urbanos. No solamente tenían una educación bastante superior a la media sino además eran partidarios de la educa- ción pública universal, tenían la convicción de que el porvenir de sus patrias estaba inseparablemente unido a su industria- lización. Eran nacionalistas. Creían que el Estado debía inter- venir activamente en los campos social y económico mientras cumplía normalmente sus funciones de gobierno. Reconocían que la familia se había debilitado como unidad política en los centros urbanos y por consiguiente apoyaban la formación de partidos políticos organizados (Johnson, 1961: 28-29). Concepción dual: oligarquías versus sectores medios. Feudalismo versus sociedad industrial de la que no escapará tampoco la tercera interpreta- ción modernizadora del cambio social. Fundada en criterios inclusivos de las clases populares a ciertos niveles de participación política, se muestra complementaria de la concepción de las clases medias. Su diferencia es- triba en subrayar como causantes del atraso a la oligarquía terrateniente y por ende a una sociedad rural cuya estructura social se caracteriza por el escaso nivel de movilidad social y racionalidad electiva. Siempre bajo la égida de la racionalidad como punto de partida para explicar la dinámica y los contenidos del cambio social, su estu- PENSAR AMÉRICA LATINA 36 dio se tornó básico en la dinámica de la sociología latinoamericana. El proceso de secularización y el proceso de transición que sufre el mundo tras la Segunda Guerra Mundial serán vistos bajo su lente. La maldición continúa ejerciendo su poder. La modernización y el desarrollo deben ser los objetivos básicos del cambio y para ello nada más adecuado que conjugar los valores del desarrollo y de la democracia con la emergencia de una burguesía nacional antioligárquica. El cambio social es una di- mensión estratégica de enfrentamiento entre feudalismo y capitalismo. Subdesarrollo o modernización. Las alternativas de cambio social anti- sistémicas no forman parte de esta concepción modernizadora. Por el contrario son excluidas por principio de definición. No hay lugar para el cambio social afincado en una crítica al capitalismo. Su crítica posterior es el resultado del fracaso de las políticas de cambio social desarrollistas implementadas en los años sesenta. La propuesta de Redfield proveniente de la antropología no tuvo gran repercusión en el debate sociológico, pero manifestó su influencia en la polémica discusión acerca de las sociedades duales. Duramente cuestionados y criticados metódica y teóricamente, sus postulados aca- baron por constituir la esencia de las posiciones etnocéntricas. Su crisis no se hizo esperar. Dado el actual desconocimiento de sus principales ejes, reproduzco un extenso párrafo de Juan Marsal, quien visualiza con claridad la propuesta de Robert Redfield (1930): En Tepoztlán encontramos los elementos estáticos y diná- micos de la teoría de Redfield. Primero este afirma que en Tepoztlán y en México, existen tres tipos de pueblos: “estos restos aborígenes de la minoría sofisticada de la capital re- presentan los dos extremos de la cultura mexicana: el uno de carácter urbano y de origen europeo, y el otro indio y tribal. Pero el vasto terreno intermedio es ocupado por personas cuya cultura no es tribal ni cosmopolita. Su sencilla forma de vida natural es el producto de la antigua fusión de las costumbres indias y españolas”. Esta división se encuentra también en el plano local, en dos capas psicológicas. Por una parte tenemos los “tontos” que viven a pesar de las revoluciones, en el mismo estado mundo mental, único de la cultura folk. Por otra parte, los “correctos” desarrollan su intelecto que vive en dos mun- dos, en dos culturas, la ciudadana y la folk y que, por tanto, son inquietos y a menudo desdichados. El análisis expresado en términos psicológicos no se trata de una división de clases o capas de acuerdo a criterios de riqueza, poder o prestigio, que Redfield rechazaba. Esta división en pueblos folk y urbanos es utilizada por Redfield en formageneralizada, como división Marcos Roitman Rosenmann 37 que afecta a la sociedad internacional de naciones. Por una parte hay pueblos con cultura o “cultura folk”; por otra, pue- blos con “civilización” (Marsal, 1979: 55). Si la visión folk-urbana del cambio social se cuestionó y terminó por ser abandonada, la institucionalización de las ciencias sociales en la región abre el debate a los problemas de la metodología y el rigor de los análisis empíricos. Con ello comienza otra polémica: cuál es el papel del científi- co social y qué lugar ocupan las técnicas de investigación. La sociología cobra protagonismo. La elaboración de encuestas y cuadros estadísticos facilitó la percepción de ser la sociología una ciencia social concreta y empírica cuya objetividad radica en el método estadístico de los datos obtenidos a partir de las encuestas. Gino Germani, Torcuato Di Tella y Jorge Graciarena son pioneros en esta dirección. Su obra Argentina, sociedad de masas (1965) constituye un referente obligado para quienes deseen interiorizarse en la concepción estructural-organicista del estu- dio de las estructuras sociales del cambio social. A medida que el debate teórico avanza, la estratégica fue cen- trándose en los contenidos y alcances del cambio social. Los conceptos de desarrollo y subdesarrollo son relevantes. Igualmente lo harán cate- gorías como transición, reforma, insurrección, revolución, socialismo o dependencia. El paradigma weberiano y el marxista se disputan la hegemonía teórica. El debate intelectual y político es global. La socio- logía del cambio social es una sociología del desarrollo, ni aséptica ni neutral. La discusión teórica se traspasa a las estructuras de poder. Las universidades, los centros de investigación, los institutos privados y pú- blicos del quehacer político se incorporan financiando o produciendo conocimientos. En el marco de la Guerra Fría cualquier opción de cambio so- cial anticapitalista y antiimperialista fue tildada de procomunista y subversiva. No puede resultar extraño que el Departamento de Estado norteamericano impulsara y financiase la creación de centros para el estudio de políticas y estilos de desarrollo modernizadores tanto en Es- tados Unidos como en América Latina. Uno de las primeros esfuerzos estratégicos fue el “Proyecto Camelot” (1964). Por su importancia, el documento se reproduce completo. La versión utilizada pertenece a la Revista Latinoamericana de Sociología de Argentina (1966) y aparece en la sección de cartas al director. Fue denunciado por David Canton, Oscar Cornblit, Alejandro Dehollain, Torcuato Di Tella, Ezequiel Gallo, Johan Galtung, Jorge García-Bouza, Jorge Graciarena, Francis Korn, Manuel Mora y Araujo, Silvia Sigal, Francisco Suárez y Eliseo Verón. Todos dirigían y representaban centros de investigación y docencia tanto en Argentina como en EE.UU. PENSAR AMÉRICA LATINA 38 Ha llegado a conocimiento de los firmantes el texto de una comunicación emanada de “The American University, Spe- cial Operations Research Office, Office of the Director”, con fecha 4 de diciembre de 1964 y bajo el título de Proyecto Camelot. La comunicación dice lo siguiente: “El Proyecto Ca- melot es un estudio que tiene por objetivo determinar la po- sibilidad de elaborar un modelo general de sistemas sociales que permita predecir aspectos políticamente significativos del cambio social en los países en vías de desarrollo, e influir en ellos […] En forma un poco más específica sus objetivos son: primero, proyectar procedimientos para evaluar las si- tuaciones potenciales de guerra interna en sociedades nacio- nales; segundo, identificar con mayor precisión las medidas que un gobierno pueda tomar para mitigar las condiciones que se juzguen favorecedoras de la guerra interna; y terce- ro, evaluar la posibilidad de establecer las características de un sistema destinado a obtener y utilizar la información bá- sica necesaria para hacer las dos cosas necesarias […] La duración del Proyecto se calcula como un esfuerzo de tres o cuatro años con una inversión de un millón a un millón y medio de dólares por año. Es financiado por el Ejército y el Departamento de Defensa y será realizado con la coopera- ción de otros organismos del Gobierno. Se proyecta recoger una gran cantidad de datos primarios sobre el terreno, así como una amplia utilización de los datos ya existentes sobre las funciones sociales, económicas y políticas. Hasta el mo- mento, es probable que la investigación esté geográficamente ubicada en los países de América Latina. Los planes actuales exigen la instalación de un centro para el trabajo de campo en dicha región. A manera de antecedentes: el Proyecto Ca- melot es el resultado de la interacción de muchos factores y fuerzas. Entre ellos se cuenta el hecho de que, en los últimos años, se ha acentuado mucho el papel desempeñado por el Ejercito de los Estados Unidos en la tarea de estimular el desarrollo y el cambio rápidos en los países menos desarro- llados del mundo. Los muchos programas del Gobierno de los Estados Unidos dirigidos hacia este objetivo se agrupan a menudo bajo el rótulo a veces engañador de ‘acción an- tiinsurreccional’ (un término pronunciable que significase ‘profilaxis de la insurrección’ sería mejor). Esto otorga gran importancia a las acciones positivas destinadas a reducir las fuentes de descontento que a menudo llevan a actividades más notorias y violentas, de naturaleza disruptiva. El Ejér- Marcos Roitman Rosenmann 39 cito de los Estados Unidos tiene una importante misión que cumplir en relación con los aspectos positivos y constructi- vos del desenvolvimiento de las naciones, así como también responsabilidad de asistir a los gobiernos amigos que hacen frente a los problemas de las actividades insurreccionales. Otro factor importante es el reconocimiento –en los niveles más altos de las instituciones de defensa– del hecho de que es relativamente poco lo que se sabe con certeza acerca de los procesos sociales que es necesario comprender a fin de hacer frente de manera efectiva a los problemas de la insurrec- ción. En el Ejército existe la convicción de que es necesario mejorar la comprensión general de los procesos de cambio social, de modo que el Ejército pueda cumplir con sus res- ponsabilidades dentro del programa general de acción an- tiinsurreccional del Gobierno de los Estados Unidos. Tienen aquí particular importancia una serie de informes recientes que se ocupan del problema de la seguridad nacional y de las contribuciones potenciales que la ciencia social podría aportar a la solución de estos problemas. Uno de estos infor- mes fue publicado por un comité del grupo de investigación de la Smithsonian Institution bajo el título ‘Social Science Research and National Security’ editado por Ithiel de Sola Pool. Otro es un volumen de los trabajos presentados a un simposio ‘The U.S. Army Limited-War Mission and Social Science Research’ que publicó en 1962 la Special Operations Research Office de la American University. El Proyecto Ca- melot será un esfuerzo multidisciplinario. Será dirigido por la organización SORO en estrecha colaboración con uni- versidades y otras instituciones de investigación dentro de los Estados Unidos y en el exterior. Los primeros meses de trabajo estarán dedicados al refinamiento del diseño de in- vestigación y a la identificación de los problemas tanto me- todológicos como sustantivos. Esto contribuirá a la debida articulación de todos los estudios que componen el Proyecto, a los fines de obtener los objetivos enunciados. Los prime- ros participantes en el Proyecto tendrán pues la oportunidad poco frecuente de contribuir al proceso de formulación del programa de investigación y también de tomar parte en un seminario planeado para el verano de 1965. Este seminario, al que asistirán destacados científicos sociales del país, se ocupará de revisar los planes para el futuro inmediato y ana- lizar además
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