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Pensar América Latina. El Desarrollo de la 
sociología latinoamericana.
Marcos Roitman Rosenmann
ISBN 978-987-1183-86-9
Buenos Aires: CLACSO, abril de 2008 
(23 x 16 cm) 224 páginas 
Existe un patrón para el desarrollo de la teoría social latinoamericana. Su 
diseño responde a pautas según las cuales se relacionan causalmente hechos 
históricos, propuestas teóricas y categorías sociales. Sus principios se hallan 
inmersos en la razón cultural de Occidente y forman parte de su 
racionalidad. Pero somos una singularidad más allá de la colonialidad del 
saber y del poder. En esta dinámica, las propuestas de interpretación social 
de la realidad latinoamericana son básicas para comprender los proyectos de 
cambio social en las estructuras sociales y de poder. Las ciencias sociales 
ocupan un espacio vital en la lucha teórica por apropiarse de la realidad y 
direccionar lo político. Sus conceptos y categorías son armas de grueso 
calibre, una manera de construir el futuro. 
En la lógica dominante prima el concepto de ser América Latina un 
receptáculo de las principales corrientes de las ciencias sociales del siglo 
XX. La realidad se encasilla en los postulados del neoliberalismo, la 
globalización, el pensamiento único, el fin de la historia o la gobernanza. 
¿Modas, doctrinas, ideologías o propuestas políticas? 
Para recrear las categorías de análisis social y romper patrones del 
colonialismo cultural y del saber no podemos negar nuestros orígenes. 
Debemos escapar a la maldición que recorre nuestra América asentada en el 
criterio de inferioridad, de pueblos sin historia, de estados sin nación, de 
modernizaciones sin modernidad, de rechazo por lo propio. Queremos 
imitar y vivir siendo un calco de otras experiencias. Es el sinsentido de una 
razón extraviada. Por ello, es necesario reabrir el estudio de las escuelas y 
corrientes del pensamiento social latinoamericano. Las rupturas en las 
formas de actuar y pensar deben articular nuevos principios de explicación. 
Se trata de proponer otra lectura para enfrentar nuevos retos y resolver 
viejas preguntas.
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EXISTE UN PATRÓN para explicar el desarrollo de la teoría social lati-
noamericana. Su diseño responde a pautas donde se relacionan de ma-
nera causal hechos históricos, propuestas teóricas y categorías sociales. 
Sus principios se hallan inmersos en la razón cultural de Occidente, 
forman parte de su devenir y responden a su racionalidad. Somos una 
singularidad más allá de la colonialidad del saber y del poder. Sólo los 
pueblos indios han sido conquistados, sometidos, explotados y domina-
dos. Nosotros, los blancos, mestizos y ladinos, participamos del mundo 
de los conquistadores. En esta dinámica, las propuestas de interpreta-
ción social de la realidad latinoamericana resultan fundamentales para 
comprender, explicar y generar proyectos de cambio social en las es-
tructuras sociales y de poder. Sus ciencias sociales ocupan un espacio 
vital en la lucha teórica por apropiarse de la realidad y direccionar el 
espacio de lo político. Su lenguaje, sus conceptos y categorías son armas 
de grueso calibre, una manera de construir el futuro y diseñar el cambio 
social. Pensar en un patrón de análisis es vestir con uno u otro traje al 
continente. Es darle un relato histórico para legitimar o pensar cuál ha 
sido y cuál debe ser la dirección que deben tomar los debates políticos 
y la agenda de las ciencias sociales. 
Si pensamos en la lógica dominante, prima el concepto de ser 
América Latina un receptáculo de las principales corrientes de las cien-
INTRODUCCIÓN
PENSAR AMÉRICA LATINA
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cias sociales en los años cuarenta del siglo XX. Tiempo de mayor fertili-
dad intelectual extensible al primer lustro de los años setenta, entrando 
en crisis con el advenimiento de las tiranías que, salvo repuntes, sigue 
imperando hasta nuestros días, sin olvidar que todo se estudia bajo la 
cubierta de las megatendencias. Ni buenas ni malas, la realidad se enca-
silla en los postulados del neoliberalismo, el socialismo del siglo XXI, la 
globalización, el pensamiento único, el fin de la historia, el choque de las 
civilizaciones, la gobernanza o cualquier otro paradigma y principio de fe 
emergente. ¿Modas, doctrinas, pensamientos, propuestas, realidades?
Ciertamente en ellos hay mucho de historia, pero también de 
contingencia, de coyuntura y, por qué no decirlo, de improvisación 
ideológica y más aún de propuesta política. No se trata de inventar la 
realidad. Para recrear las categorías de análisis social y romper patro-
nes del colonialismo cultural, del saber y del poder no hace falta tirar 
el agua sucia con el niño dentro. Negar nuestros orígenes es propio de 
una maldición que recorre nuestra América Latina. Maldición que se 
asienta en el criterio de inferioridad, de pueblos sin historia, de estados 
sin nación, de racionalidades inconclusas, de modernizaciones sin mo-
dernidad, de déficits y excesos, de rechazar lo propio y pensarnos como 
un accidente. Cuando no es así, queremos imitar y vivir siendo un calco 
de otras experiencias y realidades, una mala copia. Pero en el extremo 
de esta maldición se sitúan aquellos para los cuales la novedad, lo re-
volucionario y lo transformador radica en rechazar, romper, hacer añi-
cos Occidente y renunciar a él por corrupto. ¡Pero ellos mismos hablan 
castellano, inglés, alemán, francés e italiano y sus categorías de análisis 
las obtienen de Kant, Aristóteles, Platón, Spinoza, Descartes, Hobbes, 
Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Voltaire, Marx, Hume o Ricardo! Es el 
sinsentido de una razón extraviada.
¿Cómo entender el realismo mágico, la concepción centro-peri-
feria, la teoría de la dependencia o el colonialismo interno? Ellos son 
ejemplos de originalidad intelectual y no por ello han dejado de recurrir 
ni de utilizar los aportes de los clásicos, y cualquier clásico, para acotar 
y mostrar los vínculos entre desarrollo histórico y realidad concreta en 
el marco de un mundo donde hay múltiples racionalidades y maneras de 
construirla, no un patrón ni una racionalidad inmanentes. El rechazo de 
la razón cultural de Occidente por dominante no es lo mismo que criti-
car la racionalidad del capitalismo, su instrumentalización y su control 
por la lógica de la modernidad. Hacerlo es caer en lo criticado y muestra 
de una falsa erudición, propia de un mundo posmoderno que impone 
agendas, define temas y se apodera del discurso. Ese es el auténtico 
colonialismo cultural. Por ello, es necesario reabrir el estudio de las es-
cuelas, tendencias y corrientes del pensamiento social latinoamericano. 
El problema consiste en establecer las prioridades a la hora de construir 
Marcos Roitman Rosenmann
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la agenda y no de descartar conocimientos. En ello reside el valor heurís-
tico de la teoría y el desarrollo democrático del conocimiento. 
Las rupturas en las formas de actuar y pensar deben articular 
nuevos principios de explicación. No puede ser de otra manera. La crea-
ción de las vanguardias, los movimientos arquitectónicos, pictóricos, li-
terarios, de las ciencias de la vida, de la materia o sociales de una razón 
cultural impregnan el manto donde actúan. Los valores, las formas de 
concebir el mundo, el idioma dominante, por ejemplo el castellano y su 
gramática, articulan una manera de controlar y dirigir el mundo. Así, 
América Latina participa del proceso, lo define, reorienta y transforma 
proponiendo opciones y proyectos capaces de revolucionarlo. Su hori-
zonte histórico ubica el cambio social dentro de dichos marcos concep-
tuales. El mejor ejemplo lo constituye el Ejército Zapatista de Liberación 
Nacional (EZLN). Por una parte, reivindica en su lucha específica lanza-
da el 1 de enero de 1994 –en su conocido ¡Ya basta!– el trabajo, la tierra, 
el techo, la alimentación, la salud, la educación, la independencia, la 
libertad, la democracia, la justicia y la paz en una batalla por la dignidad 
y el reconocimiento de los derechos históricos, sociales, políticos, cultu-rales y étnicos de los pueblos indios de México. Pero, al mismo tiempo, 
se compromete con la crítica y lucha por evitar la crisis del planeta, el 
proceso de deshumanización y la explotación mundial del capitalismo 
transnacional. Su propuesta es anticapitalista y su práctica une ambos 
factores, hoy reconocidos en su forma de hacer otra política. 
Recrear la teoría social en América Latina se ubica en dicho ar-
gumento. Parafraseando a José Martí, es tan necesario saber la historia 
de Grecia y Roma como lo es estudiar la de los pueblos maya, azteca, 
inca o mapuche si se aspira a alcanzar una cabal comprensión de las 
estructuras sociales, de la realidad histórica y de las formas del poder en 
nuestra América. Se trata de lograr la intersección y conexión entre los 
saberes y las formas que han dado lugar al desarrollo del pensamiento 
social latinoamericano en su lucha por enfrentar teóricamente su cen-
sura. Rescatar los referentes del pensamiento crítico e incorporar los 
diferentes autores estadounidenses, asiáticos, africanos, europeos que 
han aportado al debate latinoamericano. En esta lógica, se ha intentado 
reconducir los debates sin encasillar a los autores; lo contrario sería ti-
rar piedras sobre el propio tejado. Se trata de recuperar y proponer una 
lectura para enfrentar nuevos retos y resolver viejas preguntas.
Los trabajos incluidos son parte del Curso de Formación Conti-
nua dictado en el Campus Virtual del Consejo Latinoamericano de Cien-
cias Sociales (CLACSO) durante tres cursos académicos (2001-2004), a 
petición de su Secretaría Ejecutiva, en ese momento dirigida por Atilio 
Boron, bajo el título genérico de “Estructuras sociales y de poder”. Fue-
ron diez clases de las cuales se recogen ocho para la presente edición. 
PENSAR AMÉRICA LATINA
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Durante estos años las clases permanecieron intactas y casi sin modi-
ficación, pero la recepción favorable de los estudiantes y la petición de 
transformarlas en un libro hizo que fueran cambiando de formato hasta 
mutar en capítulos de libro. Así, lo que el lector tiene en sus manos es la 
puesta al día del Curso y las clases, divididas en dos secciones: la espe-
cífica de la teoría social y la correspondiente al análisis de la estructura 
social y de poder en la sociedad oligárquica. Sabedor que siempre es 
superable, la segunda parte muestra más déficits que la primera, por 
ello tiene más apoyo de bibliografía y un llamado a lecturas colaterales, 
misma dinámica que se siguió durante el tiempo que se dictó el Curso.
Ahora, como siempre, no quiero dejar de mencionar que esta pu-
blicación no habría sido posible sin el esfuerzo intelectual de quien me 
acompañó durante ese tiempo, hoy fuera del ámbito universitario, pero 
en aquellos días una apasionada de la sociología y las ciencias sociales 
(que espero no abandone aunque la vida la lleve por otros derroteros), 
Sara Martínez Cuadrado, de quien conservo su amistad y su tesis doc-
toral, aún inconclusa. Tampoco puedo dejar pasar la oportunidad para 
manifestar una deuda de gratitud ahora transformada en amistad con 
Gabriela Amenta, coordinadora del Campus Virtual de CLACSO, apoyo 
permanente y estímulo constante, quien hizo posible superar escollos y 
logró que las clases fueran un éxito. Nunca vi tanto amor por su labor y 
por la docencia, símbolo de una persona íntegra. Gracias a ella este libro 
es posible; su tesón y aliento me llevaron a reescribirlo en tiempo de 
tormentas internas. Me queda una persona que me apoya con su crítica 
madura y recordatorio ético, y en esta ocasión solventa la parte técnica 
de la edición que presenté a CLACSO para su publicación: Talía, mi hija. 
Próxima a culminar sus estudios de derecho y ciencias políticas, dedicó 
parte de su tiempo a transformar clases en capítulos y me llamó igno-
rante informático, cosa que soy. Como tampoco espera que la mencione, 
mis reconocimientos para mi compañera que sigue aportándome esa 
tranquilidad necesaria para el estudio y la reflexión. Queda por último 
la dedicatoria. Esta es para los estudiantes. Todos quienes participaron 
activamente durante tres años de las lecturas, los correos electrónicos y 
los debates. Ellos reciban mi agradecimiento por sus críticas y por los 
silencios tediosos a los cuales los sometía por largos tiempos. Seguro 
que si leen esta introducción se sentirán identificados. Gracias a todos.
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LA REALIDAD LATINOAMERICANA está maldita porque formó parte 
del capitalismo colonial. Nostalgia de no ser países imperialistas. Nega-
mos la historia de los pueblos y comunidades indígenas y los devolvemos 
a la vida para corroborar las tesis racistas que recalcan su incapacidad 
para apoyar las fuerzas del progreso. En el mejor de los casos, los pre-
sentamos como subculturas o imperios que explotaban y sojuzgaban a 
sus iguales. Pueblos guerreros y despóticos. Con este mito, la sociedad 
blanca mestiza ladina colonial y los estados-nación del siglo XIX reali-
zan su proyecto de dominación y explotación. Su legitimidad deviene 
de imponer un orden fundado en la civilización occidental cuyos valo-
res son las libertades individuales y el progreso científico-técnico. Así, 
explicamos el capitalismo colonial como un mal menor que fue capaz 
de poner la primera piedra para la construcción de un edificio donde 
asentar los valores de la civilización católica, apostólica y romana. De 
esa manera, se deja intacto el proceso de destrucción y expoliación al 
que fueron sometidos los pueblos indios por el poder regio y el posterior 
orden republicano. 
La frustración de no ser europeos, de no compartir sus virtudes y 
grandezas, nos carcome. No hemos sido capaces de construir historia, 
por ello repetimos y reproducimos la de otros. América Latina existe 
como apéndice de los cambios y transformaciones que se suceden a ni-
Capítulo I
LAS MALDICIONES DE PENSAR
AMÉRICA LATINA
PENSAR AMÉRICA LATINA
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vel mundial. Es esta maldición la que se encuentra presente en la forma 
de construcción del pensamiento social latinoamericano.
Cada cierto tiempo nos apegamos a nuevos paradigmas que sue-
len reinterpretar nuestra historia, y son muchos los que se regocijan en 
ello. Primero al liberalismo político del siglo XIX, luego al keynesianis-
mo y ahora a la posmodernidad, la globalización y el liberalismo social 
de nuevo cuño. También le cabe un lugar al debate sobre el socialismo y 
la revolución social. Todo emerge como una mala copia de los procesos 
impulsados en el Primer Mundo. No hay tiempo para digerir los pro-
cesos, para separar el polvo de la paja, para establecer y pensar en las 
diferencias históricas. Todo parece un despropósito. Se quiere tener un 
Lenin y revivir la Revolución Rusa, crear un partido a imagen y semejan-
za del bolchevique, así no queda tiempo para comprender la historia de 
la Revolución Mexicana, la guerra hispano-cubano-norteamericana o la 
historia de las luchas de Sandino, salvo cuando triunfa cuarenta años 
más tarde un Frente de Liberación que lleva su nombre.
Todo ello somete la realidad latinoamericana a discusiones que 
han derivado acerca de la condición subalterna en la que existimos. Si 
fuésemos más inteligentes, estaríamos en condiciones de romper el sub-
desarrollo. La tensión del pensamiento se pone en verificar hasta qué 
punto realizamos las reformas necesarias para no perder el tren del pro-
greso y estar por fin a las puertas del ansiado crecimiento económico que 
nos lleve a la gloria de la modernización y transformación tecnológica. 
Lo anterior requiere ser bañado en un discurso pragmático y co-
herente que recuerde el déficit de modernidad en que se encuentra el 
continente. Pecados y maldiciones que impiden una rápida ubicación 
en el nuevo mundo globalizado. Continuamente se llama la atención a 
no repetir las experiencias que se han mostrado esquivas y reticentes 
a la marcha del “universo”. Ni populismo, ni desarrollismo, ni locuras 
izquierdistas, ni pensamiento crítico, ni siquiera pensar. Sólo actuar en 
la lógica racionalde Occidente y su proceso de transnacionalización del 
capital. Somos pecadores y debemos vivir como tales. Las oportunida-
des para salir del pozo en que nos han dejado sumidos las viejas ideas 
de un proyecto propio deben dejar paso a una visión amplia capaz de 
recoger lo mejor de las transformaciones que presenta la globalización 
productiva. En este orden, el pensamiento reaccionario propone un 
proyecto social sin un contenido ético y moral limitado a la economía 
de mercado. Los aprendices de brujo se transforman en vendedores de 
perfumes que acaban por dormir la conciencia y el juicio crítico. Por 
consiguiente, los intentos por romper esta visión son puestos en el esca-
parate de las propuestas utópicas. 
De tal guisa, pensar alternativamente se menosprecia y se reduce 
a un esfuerzo intelectual de academia sin operatividad política. A partir 
Marcos Roitman Rosenmann
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de ese instante, emerge una especie de sincretismo teórico donde se 
unen pensadores y pensamientos disímiles sin conexión posible. En un 
mismo saco caben positivistas, liberales, conservadores, nacionalistas, 
antiimperialistas y también socialistas, demócratas, radicales, comu-
nistas y anticapitalistas. Bolívar, Sarmiento, Martí, Mariátegui, Allende, 
Che Guevara, Torrijos, Sandino, Perón, Velasco, Fidel Castro, Cárdenas, 
Arbenz, Goulart o Vargas son presentados sin vínculos con su realidad. 
Todo da igual. Así surgen debates y discusiones teóricas que empiezan y 
terminan en lugares comunes, y los problemas no se superan. Las cien-
cias sociales entran en un impasse que transmuta el conocimiento por la 
búsqueda de datos empíricos que sustituyen el argumento o, peor aún, 
son los datos la expresión de las ciencias sociales. El Latinobarómetro 
se ha convertido en el santo grial de la ciencia política; ya no es una 
herramienta, es la ciencia en sí misma. Lo que no se puede medir no es 
conocimiento y por ende debe ser desechado. Aquí radica la maldición 
de la sociología latinoamericana. Buscar una relación que determine 
que un 2% de Estado más un 70% de participación electoral y un 45% 
de libertades individuales hacen un 90% de gobernabilidad es el resul-
tado esperpéntico que hoy presenta la sociología y la ciencia política en 
América Latina. Cuestión que, no hay que olvidarlo, también proviene 
del nuevo pensamiento débil.
Quizás lo más inmediato sea recuperar la sensatez, abrir la puerta 
y dejar salir el imperialismo cultural que ha impuesto un pensamiento 
débil sobre lo que Aníbal Quijano denominó señeramente la coloniali-
dad del saber. Se trata de no confundir la capacidad explicativa de los 
conceptos y categorías de las ciencias sociales, de sus teóricos, de su 
historicidad, de los procesos históricos donde se desarrollan y la ideo-
logía que los contiene, como de los valores en los cuales se encuentran 
inmersos. No es un problema de neutralidad valorativa de las ciencias, 
más bien es de articulación de un lenguaje y de una semántica desde la 
cual comprender los fenómenos históricos, separando método, coyun-
tura, sentido y contexto. 
Un ejemplo de esta maldición, si la proyectamos en América 
Latina sobre la ley de gravitación universal, presupondría discutir acer-
ca del color, tamaño y forma de la manzana que le cayó a Newton en la 
cabeza. Distinción que ubicaría a la manzana latinoamericana, sin decir 
por qué, en una situación de inferioridad por diferencia cualitativa. La 
manzana de Newton era roja y no verde, no pesaba 100 sino 150 gramos 
y su forma no era del todo redonda. Diferencias que permiten concluir 
que la ley de gravitación universal no funciona bien en nuestro conti-
nente. En cualquier caso, no se podría establecer una relación entre 
principio explicativo y conocimiento teórico. Para que la ley se cumpla 
hay que producir manzanas newtonianas, de lo contrario la ley de gra-
PENSAR AMÉRICA LATINA
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vitación se cumplirá a medias y seremos un apéndice del conocimiento 
proveniente de la mecánica clásica imperial.
Este ejemplo, llevado al campo de las ciencias sociales en América 
Latina, tiene un correlato: América Latina no creó los conceptos y cate-
gorías fundacionales en las ciencias sociales; por ello, el conocimiento 
de su realidad debe primero reproducir las condiciones sobre las cuales 
se asienta la Revolución Industrial, el proceso de modernización y de 
cambio social. 
La maldición emerge. La sociología en América Latina se com-
prende como una “recepción” del cuadro de mando que ubica la historia 
en una dirección que hay que venerar y desde la cual ofrecer una res-
puesta adecuada. La capacidad crítica, fuente de todo pensamiento, es 
marginada como factor relevante en el ámbito teórico de discusión en 
las ciencias sociales. De aquí que la dificultad de acercarse a compren-
der nuestras estructuras provenga del rechazo a la explicación de un 
método selectivo capaz de incorporar aquellos conceptos previamente 
elaborados y validados por la ciencia.
El obstáculo sistemático de una sociedad atrasada se radica 
en un momento esencial: su propio conjunto de determina-
ciones la hace incapaz de volverse sobre sí misma, las propias 
evasiones y fragmentaciones cognoscitivas aquí son como una 
prolongación del desconocimiento de esas determinaciones, 
las compensaciones son el principio y el fin de todos sus mo-
dos de conciencia y, en general, se puede decir que es una 
sociedad que carece de capacidad de autoconocimiento, que 
no tiene los datos más pobres de base como para describirse. 
Con relación a su propio ojo teórico esta sociedad se vuelve un 
noúmeno (Zavaleta Mercado, 1979).
El conocimiento de la realidad social es visto como un péndulo que os-
cila entre la sociología empírica y la sociología crítica, pasando por la 
sociología de la praxis o posmoderna. Es decir, todo cabe en una expli-
cación que hace coincidir los tiempos de oscilación del péndulo con los 
momentos de velocidad del mismo. La interpretación queda subsumida 
a aceptar mecánicamente el movimiento sugerido por el péndulo. No es 
posible una ruptura, sólo cabe acortar o ampliar el tiempo del movimien-
to que mecánicamente realiza la bola pendular. Plantearse su ubicación, 
su capacidad de oscilación, las determinaciones que hacen posible expli-
car su especificidad no entra en el campo de condiciones sobre las cuales 
debe iniciarse la discusión para explicar su funcionamiento.
El pensar que las ciencias sociales y en concreto la sociología, en 
América Latina, se inician cuando se recibe el cuadro teórico-metodo-
lógico que le proporciona el estatus de ciencia es tener una concepción 
Marcos Roitman Rosenmann
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estrecha. Fue Durkheim quien afirmó que Aristóteles era el primer so-
ciólogo, estableciendo una línea argumental donde no hay distancias 
entre ensayistas y sociólogos profesionales. De seguir la propuesta ins-
titucional, se termina por excluir a Marx, quien no poseía título. Resulta 
indudable que hacer ciencias sociales y sociología va más allá de poseer 
un título universitario, y no puede caerse en un reduccionismo academi-
cista. Pero la visión de hacer sociología desde la racionalidad capitalista 
de la sociedad occidental está presente en el conjunto de las ciencias 
sociales en América Latina. José Martí o José Carlos Mariátegui no eran 
sociólogos, por tanto sus análisis, aunque posean una gran capacidad 
de explicación de la realidad social latinoamericana, no se fundamentan 
en un conocimiento racional propio del método científico. La sociología 
como ciencia social concreta comienza con Max Weber.
La pasión por la integración de la sociedad y la idea de que 
su integración es fundamentalmente efecto de un proceso in-
telectual, un hecho de conciencia y de ciencia, ha sido el hilo 
conductor de la sociología. No obstante sus variaciones de 
perspectivas heurísticas, énfasis conceptuales, construccio-
nes metodológicas, intereses ideológicos, posturas políticas, 
la constante de la integración social es propia de sus “padres 
fundadores” franceses:Saint-Simón, Comte, Durkheim. Per-
manece en su fundador alemán Max Weber y en su fundador 
norteamericano, Talcott Parsons. Se repite en México, desde los 
“científicos” Gabino Becerra y Justo Sierra, hasta su cultivo sis-
temático a partir de los años cuarenta, marcado teórica y meto-
dológicamente por la recepción que los sociólogos mexicanos 
hacen del positivismo francés, el materialismo histórico mar-
xista y el estructural-funcionalismo norteamericano (Aguilar 
Villanueva, 1987: 132).
La sociología, transformada en un análisis del poder, del cambio social, 
de la racionalidad del orden y de las formas como sociología comprensi-
va de la acción social no miró hacia América Latina como una anomalía. 
Pero sus hacedores empiristas y del marxismo vulgar la transformaron 
en caricatura. En la región, sus categorías eran una parte del problema. 
Las ciencias sociales no eran ciencias sociales, fueron vistas con recelo 
y se consideraron parte de un sistema de dominación política. Se estig-
matizó a Weber y se demonizó a Marx; en definitiva, se intentó matar 
o encarcelar al mensajero. La sociología se redujo a una sociología del 
cambio social, del orden, del poder o del desarrollo. Esta es otra de las 
maldiciones que recae sobre el pensamiento social latinoamericano.
En este sentido, se han reproducido esquemáticamente debates, 
problemas e interpretaciones originales posmodernas de la ciencia so-
PENSAR AMÉRICA LATINA
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cial inglesa, americana, francesa y alemana. Se trata de una situación 
incomprensible. Se fundamentan análisis sin realidad, que impiden ver 
aquello que constituye conocimiento formativo. A partir de aquí surge 
un dogma que sólo genera productos de moda en función de autores. No 
existe un intento de rescatar el pensamiento teórico de los autores clási-
cos y situarlos en el contexto latinoamericano; el resultado es grotesco. 
La realidad social en América Latina se construye como una realidad 
inconclusa. Es deficitaria. Nos sobran dictaduras y nos faltan demo-
cracias. Hay ausencia de modernización y exceso de tradicionalismo. 
Existimos por déficit o por exceso, no como somos.
No existe una verdadera clase dirigente en América Latina, ni 
siquiera en Monterrey o en São Paulo. La única figura verda-
deramente modernizadora en el continente es la de las grandes 
empresas industriales o financieras públicas: Nacional Finan-
ciera, Petrobras, Corfo, por dar sólo unos cuantos ejemplos 
del más alto nivel. Toda América Latina sigue careciendo de 
empresarios nacionales, de la investigación tecnológica y de 
la inversión productiva en general. Por su parte los elementos 
revolucionarios son más débiles de lo que parece indicar su 
inmensa popularidad. Las acciones del Che no tuvieron ma-
yor influencia porque eran desesperadas y no provocaron más 
que fracasos en el continente. El modelo cubano, cualquiera 
que sea el juicio que se aplique, de hecho sigue siendo exte-
rior a América Latina, mientras que el movimiento sandinista 
estuvo casi constantemente dividido entre un leninismo de 
tipo castrista y un populismo muy radical que ha terminado, 
con Ortega, por integrarse al modelo latinoamericano, aunque 
sólo después de un espectacular fracaso económico e incluso 
político (Touraine, 1993: 36).
Y en otro trabajo:
En América Latina, la política precede a las realidades eco-
nómicas y a las fuerzas sociales. Esto aproxima a los países 
latinoamericanos con los países eurolatinos, como Francia, 
Italia y España. Pero lo que más asombra en América Latina 
es la gran desarticulación de la vida intelectual y de la vida 
social o hasta política […] Además de la dualización y la desar-
ticulación, el rasgo más importante de la vida política y social 
del continente es la ausencia de separación entre vida pública 
y vida privada. Lo que opone claramente a la América Latina 
frente a la Europa occidental y América del Norte industriali-
zadas (Touraine, 1989).
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Es decir, cuando no nos parecemos a Japón o Indonesia, a Francia o 
Italia, o a Estados Unidos, o se es la Suiza de Centroamérica o la Sue-
cia del Cono Sur, no somos nada. Nuestras burguesías son lumpem-
burguesías; nuestro proletariado es lumpemproletariado; el desarrollo, 
subdesarrollo; la Revolución Industrial, proceso de industrialización; 
la Revolución Burguesa, modernización política. Todo encaja como las 
piezas de un puzzle. 
En ser buenos imitadores, en calcar los procesos históricos de 
conocimiento y de globalización productiva, radica el éxito. Cuando 
no se reproduce, surge lo imprevisto, la anomalía de América Latina. Y 
tan anómala resulta ser la Revolución Mexicana, como la Revolución 
Cubana, la Unidad Popular en Chile, Lula en Brasil, el sandinismo en 
Nicaragua, el EZLN en México, el MAS en Bolivia, Correa en Ecuador 
o Hugo Chávez en Venezuela. En otros términos, lo que sucede a partir 
de las condiciones estructurales sobre las que se asientan el desarrollo 
y la configuración del sistema de explotación y dominación en América 
Latina es un exceso o un déficit. Así se apostilla; es mejor dejar de lado la 
historia, la memoria, la trayectoria política, social, económica y cultural 
propia. No tienen razón de ser en tiempos de globalización; son un las-
tre. Constituyen el pasado, hay que insertarse en las grandes tendencias 
del cambio social y la modernidad, ahora precedida del post.
La maldición sugiere una interpretación donde la especificidad 
de las estructuras de explotación y de dominio no termine por cues-
tionar el orden imperante. Las formas de análisis han buscado dejar 
intacto un sistema de explicación y argumentación sustentado en la 
falacia de ser las ciencias sociales y la sociología el resultado de una 
institucionalización académica del conocimiento social. 
Así, las ciencias sociales serían una suma de técnicas y métodos 
de investigación cuya finalidad se encuentra en solventar los procesos 
de racionalidad política, cambio social y modernización económica. A 
los problemas de pensar una sociología disminuida y postrada en silla 
de ruedas, necesitando alguien que la empuje o de mandos para movi-
lizarse, se le une la dirección del esfuerzo. América Latina se ha con-
vertido en un laboratorio de pruebas de aprendices de brujo que hacen 
sus primeros trucos donde obtienen fama y éxito a base de encandilar 
con interpretaciones que luego descartan o rectifican y que nunca pro-
ponen en sus respectivos escenarios naturales. Me estoy refiriendo a la 
recepción de sociólogos.
Los inicios de la sociología coinciden con el surgimiento de soció-
logos cuyas propuestas se realizan a partir de establecer líneas de compa-
ración negativa con sus sociedades de procedencia. Sociedades duales, 
etapas de crecimiento, feudalismo. Surge un doble problema. Es preciso 
luchar contra tópicos y simplificaciones que derivan, la más de las veces, 
PENSAR AMÉRICA LATINA
22
de concepciones donde la historia de América Latina apenas está presen-
te y, cuando lo está, es para corroborar tesis acerca de la inferioridad, la 
falta de racionalidad, la inacabada construcción del orden, etc. Somos 
productores de defectos sociológicos y monstruos políticos. 
La afirmación anterior no intenta negar las aportaciones de orden 
teórico que supone el desarrollo del conocimiento y la teoría sociológi-
ca. Por el contrario, busca separar aquello que pertenece al acervo de 
las ciencias sociales de las interpretaciones producidas por científicos 
sociales que hacen de América Latina un campo para elaborar un tipo 
de conocimiento que guarda relación con sus fantasmas teóricos.
Lo más negativo es que se pierde tiempo discutiendo. Una guerra 
de propuestas acompañada de una recepción de lecturas que no se sabe 
por qué razón hay que realizar o a qué motivo responden. La formación 
del pensamiento sociológico se transforma en un acumular datos, citas 
y textos cuya lectura sólo tiene como objetivo el hacer más fuerte la eru-
dición del ensayista y producir una mejor y mayorcantidad de trabajos 
para su carrera académica. A una cita le sigue otra hasta el infinito. 
Cúmulo de citas que pierden efectividad al ser separadas del contexto 
en el cual cobraron vida.
En última instancia, la ciencia social está constituida por dos 
elementos: un método –de investigación, de análisis, de orde-
namiento, de interpretación– y unos resultados de la aplica-
ción del método. Uno de los más graves errores cometidos en 
el ámbito de diversas corrientes de pensamiento ha consistido 
en no ver y comprender estos elementos como expresiones de 
una realidad histórica (tiempo y espacio), asignándoles unos 
valores absolutos. El método aparece así como un recetario
artificial y abstracto de las formas del conocimiento social, y los 
resultados de su aplicación como una dogmática […] El libera-
lismo llegó a la América Latina como una dogmática […] pero 
el marxismo también. Sin una capacidad de comprensión del 
marxismo como método crítico de pensamiento, la “inteligen-
cia” herética de la América Latina, después de la primera 
post-guerra, sólo podía tomar el marxismo como un cuerpo 
intangible de dogmas, resultado de la aplicación del método 
en las formaciones capitalistas más desarrolladas. Así se con-
figuró el fenómeno de la transfiguración, de un pensamiento 
crítico en una escolástica de izquierda (García, 1972: 5).
Esta forma maldita que nos acompaña no ha dejado de mostrar su per-
durabilidad en el tiempo. Hemos estado discutiendo con gigantes de 
barro que al desmoronarse nos dejan sin enemigo visible. Pero la mal-
dición tiene su lógica. Por inercia, produce nuevos gigantes y más gran-
Marcos Roitman Rosenmann
23
des. No son molinos de viento, son nuestras propias formas de articular 
el debate lo que trae consigo el éxito de la maldición.
Sin embargo, será dentro de la corriente intelectual, concep-
tualizada por Antonio García como escolástica de izquierda, donde la 
maldición se hace más firme. Ellos radican fuera del continente y su 
experiencia latinoamericana ha servido para su mejor ubicación en sus 
respectivos escalafones administrativos de los organigramas de las ca-
rreras profesionales individuales. No por ello dejan de hacer visitas para 
presentarnos las últimas novedades sobre las cuales están investigando 
o desarrollando sus virtuosos trucos de magia. 
André Gunder Frank se convirtió en el teórico del desarrollo del 
subdesarrollo para hacerse un mea culpa y terminar en el desarrollo po-
sible; Regis Debray hizo la revolución en la revolución y luego la crítica 
de las armas; Jaques Lambert dualizó las sociedades latinoamericanas 
y luego las transformó en feudales; Alain Touraine pasó de ser teórico 
dependentista en Brasil y Chile con un texto cuyo título se inicia con 
las voces “Las sociedades dependientes...” a concluir lacónicamente en 
1992 que “el dependentismo había sido el insumo más nefasto de las 
ideologías de las diferentes luchas armadas” (Touraine, 1993). Manuel 
Castells beatificó los movimientos sociales, los hizo revolucionarios y 
luego desde Berkeley desconoce su etapa “marxista” para negar el análi-
sis de clases sociales. Hoy, son los tigres asiáticos y las nuevas tecnologías 
su preocupación intelectual. La nueva izquierda es pues el resultado de 
la vieja escolástica dogmática que vive, aún hoy, a costa de sus trabajos 
que ahora desconocen como parte de su historia intelectual.
La descripción es un síntoma de cómo se articula la maldición 
en América Latina. No se trata, como bien señalara Agustín Cueva, de 
hacer culminar nuestra crítica con “la creencia chovinista-populista de 
que para conocer la realidad latinoamericana es necesario inventar una 
teoría propia, rompiendo lanzas contra todos los conceptos tildados de 
‘eurocentristas’” (Cueva, 1979a: 77). Afirmación a la que añadiría que 
tampoco se busca eliminar las aportaciones teóricas de científicos so-
ciales no latinoamericanos con el fin de potenciar de manera pueril a los 
científicos sociales del continente. Se procura poner en evidencia, como 
lo hace Florestán Fernandes, los límites de una sociología que se realiza 
como tema y no como problema teórico a resolver.
El seguidismo intelectual de las corrientes en boga es uno de los 
límites que tienen que superar las nuevas generaciones de científicos so-
ciales latinoamericanos que se ven enfrentadas a resolver problemáticas 
que son más un ejercicio de malabarismo intelectual que expresión de 
preguntas realizadas desde la realidad que los configura.
Otro de los graves problemas del que somos víctimas es que las 
ciencias sociales han sido realizadas, la más de las veces, por quienes 
PENSAR AMÉRICA LATINA
24
han tenido un doble vínculo con la academia y el quehacer teórico. Este 
doble vínculo es otra de las peculiaridades que mantiene viva la maldi-
ción sobre el pensamiento social latinoamericano. Así, se radicalizan en 
la academia y se domestican en la política. En ocasiones hablan desde el 
púlpito de la política contingente, y en otras, desde el sillón de escritorio 
de los despachos de las universidades. De esta forma, el resultado es un 
continuo vaivén de dimes y diretes que responden a coyunturas políticas 
más que a cambios sociales de las estructuras de poder y explotación. 
Múltiples ejemplos hay que corroboran lo afirmado.
Si comenzamos por el final del camino, podemos tomar el caso 
de Brasil. Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de ese país, fue 
uno de los creadores de la “teoría de la dependencia”: su crítico más 
mordaz, Francisco Weffort, se convirtió en su ministro de Cultura. Pero 
también Luciano Martins o Helio Jaguaribe han participado de gobier-
nos socialdemócratas, liberales, neoconservadores en Brasil. Lo común 
es que se renuncia a la elaboración teórica o se reniega de lo producido 
intelectualmente en los períodos de receso político. Así, la sociología 
latinoamericana se hace a retales y en situaciones que son el resultado 
de golpes de Estado, exilios o depresiones personales por no ser pre-
sidente o ministro. Chile es otro caso singular. Quienes más desarro-
llaron las críticas al proceso de refundación del orden realizado por la 
dictadura militar en el terreno político, económico, cultural y social no 
han dejado de alabar el fin del tradicionalismo en la política en Chile. 
Los más destacados sociólogos antiliberales en la época de Pinochet 
se han transformado en sus máximos defensores a tiro pasado. Valgan 
como ejemplo Ricardo Lagos, Álvaro Briones, Alejandro Foxley, Carlos 
Ominami o José Miguel Insulza, actual secretario general de la OEA. 
Desde demócratacristianos hasta socialistas y comunistas han variado 
su crítica teórica a la hora de ocupar puestos de responsabilidad políti-
ca en los gobiernos de Patricio Alwyn, Eduardo Frei o Ricardo Lagos. 
Argentina, Uruguay o Perú no se quedan atrás. De teóricos a diputados 
y asesores presidenciales.
Las ciencias sociales resultan ser un momento que permite situar-
se académicamente en tanto que se está fuera de la arena política. Pero 
cuando surge la opción de ejercer políticamente una responsabilidad 
pública se renuncia, quién sabe por qué, a los análisis que se realizaron. 
Esta situación crea un vacío teórico que es llenado por discursos aleato-
rios que tienden a negar lo dicho y a afirmar todo lo contrario. “Donde 
dije digo, digo Diego”. Esta situación, que en principio no debería ser 
negativa si aceptamos que no hay por qué renunciar a la acción política 
como ciudadano y miembro activo de la sociedad nacional, sí resulta 
un contrasentido cuando ello se produce a expensas de renunciar a lo 
planteado desde la razón crítica.
Marcos Roitman Rosenmann
25
Un caso típico en este sentido lo constituye Jorge Castañeda, que 
pasó de ser un ferviente leninista y dependentista a un ardiente defen-
sor del neoliberalismo social como ministro de Asuntos Exteriores de 
Vicente Fox. Así escribía en 1978 en un ensayo compartido con Enrique 
Hett, El economismo dependentista.
Que teóricos de izquierdaasignen a una producción capita-
lista la nacionalidad de primitivo es una prueba más de su 
permeabilidad al derecho burgués y de su respeto por la pro-
piedad privada. Si las compañías extranjeras repatrían bene-
ficios, no es gracias a un supuesto Derecho que les daría su 
inversión primitiva sino al dominio de las transnacionales so-
bre sus propias inversiones (Castañeda y Hett, 1978: 19).
En un alarde de crítica leninista a Gunder Frank y a los teóricos depen-
dentistas, apuntan: 
Los efectos de la dependencia en Lenin no son los mismos 
que en las teorías de la dependencia: esta diferencia rige para 
todas las demás. Sus efectos en el caso de Lenin son efectos de 
dominación sectorial y coyuntural. Para los dependentistas, la 
dependencia es constitutiva; para nuestro autor no sólo no es 
constitutiva sino que es efecto de la existencia de relaciones 
capitalistas, de flujos capitalistas cuyos efectos son el desarro-
llo (desigual, contradictorio) del capitalismo cualesquiera que 
sean sus repercusiones en la competencia capitalista y en el 
aspecto de dominación que conlleva […] Para quien ha leído 
con atención los textos de Lenin es imposible confundir estas 
dos nociones de dependencia (Castañeda y Hett, 1978: 67).
Pero la cosa no termina aquí:
En un régimen capitalista, si no hay relaciones sociales de pro-
ducción, si no hay clases sociales, los conflictos se reducen a 
conflictos entre hombres. La explotación es así un robo; el po-
der, una usurpación. Se combaten los abusos originados por la 
situación histórica de la propiedad privada y de la dependencia, 
desaparecidas estas y con ellas abusos, usurpación y despojo, 
nada se interpone entre los hombres. Están desnudos frente a 
la naturaleza. No se enfrentan más que a los problemas técni-
cos que plantea su explotación. La exclusión de la política es la 
irrupción de la tecnocracia. La afirmación del humanismo intro-
duce el socialismo como imperio del economicismo. La esencia 
del socialismo de la dependencia es el desarrollo de la economía 
para el bien de la humanidad (Castañeda y Hett, 1978: 84-85).
PENSAR AMÉRICA LATINA
26
Con estas críticas no se salva ni el socialismo, ni Lenin ni Marx. Pero los 
autores se convierten en los más férreos defensores de la ortodoxia teó-
rica. Las interpretaciones correctas son las suyas. Quince años después, 
en 1993, ya en solitario, Castañeda escribe otro trabajo con las mismas 
pautas descalificadoras que en el anteriormente descripto: La utopía 
desarmada. ¿Cuándo hay que creerle? Hoy es un político afincado en los 
tiempos del liberalismo social y se maldice a sí mismo, con una nota a 
pie de página, donde se reconoce pecador marxista-leninista. La luz le 
ha llegado y la revelación le pertenece.
Los ejemplos pueden repetirse, pero basta señalar el del actual 
ministro de Asuntos Exteriores de Chile del gobierno de la socialista 
Michelle Bachelet, el demócratacristiano Alejandro Foxley:
Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía 
chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el 
mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió 
una década después, al cual están tratando de encaramarse to-
dos los países del mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es 
una contribución histórica que va a perdurar por muchas déca-
das en Chile y que, quienes fuimos críticos con algunos aspectos 
de ese proceso es su momento, hoy lo reconocemos como un 
proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado 
siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además 
ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó 
cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no 
para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la his-
toria de Chile en un alto lugar (Foxley en Portales, 2000). 
Como observamos, los debates tienen nombres y apellidos, cuestión que 
dificulta aún más la crítica teórica, ya que en este sentido amistades y 
vínculos afectivos terminan por evitar cualquier tipo de quiebre en las 
relaciones personales. Las críticas se realizan en pequeños comités y 
no salen a la luz; quienes lo intentan se transforman en malditos y son 
apartados de la discusión. El discurso se hace plano. La responsabilidad 
teórica da paso a un conformismo que acaba por hacer de las ciencias 
sociales una charla de cafés y tertulias periodísticas y televisivas.
Desde luego, la maldición ha tenido pensadores herejes. No tanto 
por ser despreciados, sino porque sus trabajos no han formado parte de 
la discusión y formulación de la sociología hegemónica. Teóricos que al 
romper la maldición ponen en evidencia los límites estrechos sobre los 
cuales se han ido tejiendo las argumentaciones que sostienen y hacen 
posible que la maldición se reproduzca. Son científicos sociales que no 
transitan ni deambulan de las ciencias sociales a la política y de esta a 
los despachos de ministerios. Su pensamiento está ligado a la actividad 
Marcos Roitman Rosenmann
27
docente o de investigación sin pretender un espacio distinto de aquel 
que constituye la ética del compromiso y la responsabilidad teórica con 
los principios defendidos. No importa que su saber sea adscripto a la 
escuela conservadora, marxista, neomarxista, anarquista, estructuralis-
ta o posmoderna. Los identifica su continua dedicación a la formación 
del conocimiento social latinoamericano. Así, sus debates se insertan en 
una dinámica más profunda e independiente de su adscripción política, 
manteniendo una honestidad intelectual sobre la cual fundamentan sus 
proposiciones teóricas. En algunos casos han participado políticamente 
en sus respectivos países, pero han abandonado el espacio político en 
cuanto que sus contradicciones los han hecho decidir entre intereses 
inmediatos y su razón ética.
No hablamos de “pureza de raza teórica”, eruditos o científicos lo-
cos desconectados del mundo. Por el contrario, se encuentran apegados 
a un compromiso social con el análisis de su realidad y su problemática 
concreta. Su ortodoxia se expresa en la articulación de propuestas que 
se adhieren a principios de explicación cuyas causas no se hallan fuera 
de América Latina o en el seguimiento de modas académicas. Su hete-
rodoxia responde a un continuo reexamen de sus propuestas y a una ca-
pacidad crítica capaz de lograr un avance en el conocimiento social no 
apegándose a críticas ideológicas dependientes de propuestas políticas. 
Sus textos se recuperan como expresión acabada de un pensamiento 
ético no pragmático. Su lectura no se recomienda y, si por algún motivo 
se realiza, es para mostrar que altos niveles de teoría llevan a una diso-
lución práctica de la capacidad de actuación política.
El pensamiento hereje en las ciencias sociales latinoamericanas 
se encuentra en todas las disciplinas y es el verdadero artífice del desa-
rrollo del conocimiento social de la realidad latinoamericana. Más que 
padres fundadores, son científicos sociales apegados a la terquedad de 
un pensamiento fundamentado en sus convicciones y no a desarrollar 
una lógica apegada a los designios y apetencias del poder.
Baste como ejemplo los casos de los ya desaparecidos Agustín 
Cueva, René Zavaleta Mercado, Pedro Vuskovic, Silva Michelena, Sergio 
Bagú, Gerard Pierre Charles, Julio César Jobet, Celso Furtado, Octavio 
Ianni, Gregorio Selser, Alberto Flores Galindo, Florestán Fernandes, 
Ricaurte Soler, Raúl Prebisch o José Aricó, por sólo citar aquellos de 
mayor presencia académica. Sirva como demostración de lo apuntado 
la cita de un científico social proveniente de la economía, Raúl Prebisch, 
quien sin renunciar a sus principios e ideas-fuerza, concepción centro-
periferia, termina señalando en su último libro, hoy ya olvidado:
Tras larga observación de los hechos y mucha reflexión, me he 
convencido de que las grandes fallas del desarrollo latinoame-
PENSAR AMÉRICA LATINA
28
ricano carecen de solución dentro del sistema prevaleciente. 
Hay que transformarlo.Muy serias son las contradicciones que 
allí se presentan: prosperidad, y a veces opulencia, en un extre-
mo; pobreza en el otro. Es un sistema excluyente. Difícilmente 
pudo haberse imaginado hace algunos decenios el impulso no-
table de la industrialización, la capacidad, iniciativa y empuje 
de muchos empresarios y las crecientes aptitudes de la fuerza 
de trabajo. Se han alcanzado elevadas tasas de desarrollo y se 
está aprendiendo a exportar manufacturas contra obstáculos 
internos y externos que antes parecían muy difíciles de superar. 
Y está penetrando el progreso técnico donde tardaba en llegar, 
especialmente en la agricultura tradicional. Pero el desarrollo 
se ha extraviado desde un punto de vista social y gran parte de 
esas energías vitales del sistema se malogran para el bienes-
tar colectivo. Trátese de fallas de un capitalismo imitativo. Se 
está desvaneciendo el mito de que podríamos desarrollarnos 
a imagen y semejanza de los centros. Y también el mito de la 
expansión espontánea del capitalismo en la órbita planetaria. 
El capitalismo desarrollado es esencialmente centrípeto, ab-
sorbente y dominante. Se expande para aprovechar la perife-
ria. Pero no para desarrollarla. Muy seria contradicción en el 
sistema mundial. Y muy seria también en el desarrollo interno 
de la periferia. Contradicción entre proceso económico y pro-
ceso democrático. Porque el primero tiende a circunscribir los 
frutos del desarrollo a un ámbito limitado de la sociedad. En 
tanto que la democratización tiende a difundirlos socialmente. 
Y esta contradicción, esta tendencia conflictiva del sistema, 
tiende fatalmente a su crisis (Prebisch, 1981: 14).
Prebisch, quien durante muchos años fuera criticado, muestra con esta 
reflexión un ejemplo de unidad de principios, ética y compromiso teóri-
co, exigencia mínima que se debe poseer para el quehacer de las ciencias 
sociales latinoamericanas. Más allá de salvar su prestigio, Prebisch lla-
ma a repensar desde sus categorías y conceptos las contradicciones del 
capitalismo periférico. Si se observan sus primeros trabajos, nos damos 
cuenta de que su mayor conocimiento y su capacidad de debatir e inter-
cambiar proposiciones sin dogmatismo es lo que abre la propuesta a un 
replanteamiento para explicar las transformaciones que se han operado 
desde su primera formulación hasta su visión última. 
Pero a Raúl Prebisch lo maldijeron y a su obra también. Quienes 
antes lo alabaron, formando parte de su corte, se apresuraron a exco-
mulgarlo. Ahora se lo recuerda como un heterodoxo de la economía que 
no supo o quiso adaptarse al cambio de los tiempos posmodernos. Qui-
Marcos Roitman Rosenmann
29
zás si hubiese renegado y abdicado de toda su vida intelectual señalando 
los errores profundos de su concepción del desarrollo latinoamericano, 
compartiría pedestal con los aprendices de brujo que se presentan como 
grandes transformistas y creadores de ilusiones para el mañana.
Lo que hay que dejar patente es que el proceso de creación inte-
lectual que ha dado vida a las ciencias sociales latinoamericanas provie-
ne de todos los ámbitos ideológicos sin excepción. Ni el ser marxista es 
símbolo de buen razonar, ni el no serlo supone la incapacidad para crear 
pensamiento. El problema surge cuando las crisis políticas o las trans-
formaciones del sistema social de explotación y dominio intentan hacer 
coincidir crisis personales con crisis en el pensamiento sociológico. La 
sociología en América Latina se debate entre una necesaria renovación 
en las formas del pensamiento pero también de pensadores. Renova-
ción teórica que no supone un tirar por la borda todo el conocimiento 
acumulado y que debe servir para fortalecer la capacidad de juicio, el 
sentido de la historia y la acción propedéutica. 
Pues el “sano sentido común”, llamado también “entendi-
miento común”, se caracteriza de hecho de una manera deci-
siva por la capacidad de juzgar. Lo que constituye la diferencia 
entre el idiota y el discreto es que aquel carece de la capacidad 
de juicio, esto es, no está en condiciones de subsumir correc-
tamente ni en consecuencia de aplicar correctamente lo que 
ha aprendido y lo que sabe (Gadamer, 1979: 61).
Es en la búsqueda por recuperar la capacidad de juicio extraviada en los 
avatares de luchas intestinas donde se sitúa el problema. No se trata de 
ser el más rápido en abandonar los principios de la razón crítica para 
caer en los brazos del poder donde está la solución, menos aún en seña-
lar que hay crisis de teorías; más bien existe crisis de teóricos. Bajo este 
campo de condiciones, y en un esfuerzo por buscar una explicación a la 
falta de ética política y teórica, se impone aclarar: 
La tarea política del investigador social que acepta los ideales 
de libertad y razón es, creo yo, dedicar su trabajo a cada uno 
de los tres tipos de hombre que yo he distinguido en rela-
ción con el poder y la sabiduría. A los que tienen el poder y 
lo saben, les imputa grados variables de responsabilidad por 
las consecuencias estructurales que descubre por su trabajo 
que están decisivamente influidas por sus decisiones o por sus 
omisiones. A aquellos cuyas acciones tienen esas consecuen-
cias, pero que parecen no saberlo, les atribuye todo lo que ha 
descubierto acerca de aquellas consecuencias. Intenta educar 
y después, de nuevo, imputa una responsabilidad. A quienes 
PENSAR AMÉRICA LATINA
30
regularmente carecen de tal poder y cuyo conocimiento se li-
mita a su ambiente cotidiano, les revela con su trabajo el senti-
do de las tendencias y decisiones estructurales en relación con 
dicho ambiente y los modos como las inquietudes personales 
están conectadas con problemas públicos; en el curso de esos 
esfuerzos, dice lo que ha descubierto concerniente a las ac-
ciones de los más poderosos. Estas son sus principales tareas 
educativas, y son sus principales tareas públicas cuando habla 
a grandes auditorios (Wright Mills, 1977: 196-197).
El preguntarse qué piensan y cómo piensan las nuevas generaciones 
de científicos sociales en América Latina es algo que no inquieta dema-
siado a quienes, desde su pedestal y fama, se preocupan por avanzar 
posiciones de poder abandonando definitivamente el campo del saber 
teórico. Hoy nos encontramos en una disyuntiva que no es generacional 
o de cambio de paradigmas, sino de educar y formar científicos sociales 
con capacidad de razonar y pensar abiertamente más allá de falsas crisis 
de paradigmas y de teorías. Es hora de comenzar a romper las maldicio-
nes del pensamiento social latinoamericano.
Si la sociología y las ciencias sociales se han desarrollado en 
América Latina, ha sido por esta relación que los maestros formadores 
imprimían a sus clases investigaciones, obligando a leer y sobre todo a 
pensar. Hoy se dan recetas para no reflexionar. Se enseña a no pensar. 
Usted no piense, otros ya lo han hecho por usted. Su nueva función es 
ser ejecutivo del pensamiento, vender en el mercado, saber qué es lo 
que demandan las instituciones, los centros privados, las agencias gu-
bernamentales y no gubernamentales. Conviértase en un mercader de 
oficio. No es necesario aprehender sociología. Maneje datos, mucha in-
formación periodística, consuma teorías de usar y tirar y mucha basura 
informática. Lo demás es sobrante o en el mejor de los casos florituras 
teóricas que no aportan. Lea manuales y haga resúmenes. Proteste si le 
mandan leer a los clásicos. 
Así, el científico social se transforma en una persona que pue-
de hablar de todo sin saber de nada. Ahora se requieren dotes de per-
suasión, no conocimientos. Este es el mensaje que se extiende, salvo 
excepciones que se asimilan a los herejes y malditos que aún creen en 
la posibilidad de un conocer humanista y formador de conciencias crí-
ticas. Entre más pronto se desvelen las maldiciones que recaen sobre la 
sociología latinoamericana, más temprano se estará en condiciones de 
romper el hechizo.
31
UNA MALDICIÓN SE CIERNE SOBRE AMÉRICA LATINA: ha llegadotarde a la historia. Estados sin nación, ciudadanos sin derechos, clases 
sociales sin proyectos, modernizaciones sin modernidad, industriali-
zaciones sin Revolución Industrial. Maldición que ha impregnado el 
pensamiento social latinoamericano hasta el extremo de provocar una 
cierta parálisis cuya característica más burda es el complejo de inferio-
ridad en la producción de conocimientos. Cada vez es mayor el recurso 
a la literatura de origen anglosajón, autores de medio pelo, como aval 
de teorías sociales para interpretar la realidad latinoamericana. Este 
colonialismo cultural, cuando no dependencia cultural, acaba por en-
quistarse en las universidades, en los centros de producción del conoci-
miento y los institutos de investigación. El resultado es el alejamiento de 
categorías del pensar y el actuar para comprender e interpretar nuestro 
tiempo histórico, y conceptos como colonialismo interno, dependencia, 
centro-periferia, heterogeneidad estructural, estilos de desarrollo, entre 
otros, resultado del estudio específico de las estructuras sociales y de 
poder de América Latina, son marginales en los análisis de las mismas. 
El colonialismo cultural conlleva una maldición cuyo poder radica en 
frenar el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina.
La lucha entre fuerzas centrípetas y centrífugas por diluir o agru-
par el pensamiento social latinoamericano la encontramos en la recep-
Capítulo II
EL DESARROLLO DE LA SOCIOLOGÍA 
LATINOAMERICANA
PENSAR AMÉRICA LATINA
32
ción de la sociología de Durkheim, Simmel y Weber. Lo anterior ubica 
los problemas de interpretación de la realidad social latinoamericana en 
las formas de construcción de una racionalidad política inherente a los 
mecanismos de constitución de un orden social asentado en los valores 
de la sociedad industrial. Pensar en el futuro era visualizar un horizon-
te capitalista sometido a sus leyes de acumulación y de secularización 
política y social. Pero no distinguir entre cuadro teórico y metódico y 
racionalidad capitalista hizo que sus defensores cayeran en una total 
adopción de los valores culturales e históricos contenidos en el desarro-
llo de sus argumentos. 
La recepción del cuadro teórico sin este distingo vició las apor-
taciones de la sociología, fundamentalmente la weberiana, e introdujo 
una lógica perversa de argumentación en la cual primarían las compa-
raciones entre el desarrollo originario del capitalismo y su asentamiento 
en el continente. De tal guisa, el capitalismo latinoamericano pasó a 
formar parte de un proceso histórico cuya característica más relevante 
era su escasa implantación en tanto modo de producción. Considera-
do un proceso histórico anómalo, donde tardaba en arraigar, América 
Latina dejó de ser estudiada por sí. Los análisis buscaban hacer calzar 
categorías para defender las tesis de un orden feudal. Un zapato cuyo 
número no correspondía al pie. Pero no importaba, el sujeto en cuestión 
debía caminar aunque el zapato no fuera de su talle ni respondiera a sus 
necesidades. Lo importante, por el contrario, era que respondía a los 
fabricantes de zapatos. En ello consistió la maldición. América Latina 
fue feudal y una anomalía dentro del capitalismo. No extraña que las 
categorías de análisis y los conceptos de la sociología comprensiva we-
beriana fueran las herramientas utilizadas para explicar, interpretar y 
comprender las formas que adoptaba el proceso de racionalidad y socia-
lización en tanto debate adscripto a los tipos de dominación. Igualmen-
te, se propuso una caracterización de las clases sociales, las elites, los 
grupos de presión y de poder acorde al grado de racionalidad alcanzado 
en sus comportamientos y actitudes. A más racionalidad, más capitalis-
tas; a menos racionalidad, más feudales. Los polos tradicional-moderno 
o feudal-capitalista se presentaron como el principio articulador desde 
el cual proyectar las políticas de cambio social. 
Pensar la realidad social latinoamericana dividida en capitalista y 
feudal facilitó presentar las clases sociales según su patrón de inserción 
en esta estructura dual. Los estudios nacidos en esta perspectiva ten-
dieron a producir una sociología del desarrollo donde lo fundamental 
fue determinar cuáles y qué sectores sociales se aproximaban a un tipo 
ideal caracterizado por la contradicción oligárquico-burguesa. Por un 
lado una oligarquía, feudal y terrateniente contraria al cambio social. 
Y por otro, una burguesía emergente, emprendedora, dinámica, demo-
Marcos Roitman Rosenmann
33
crática y liberal. El resto de las contradicciones sociales de la estructura 
social y de poder podían soslayarse. El esfuerzo debía canalizarse hacia 
el descubrimiento de los sujetos y actores sociales capaces de liderar el 
cambio social modernizador y antioligárquico. 
Sin embargo, estas investigaciones mostraron una debilidad es-
tructural, su incapacidad para diferenciar el contenido histórico de un 
concepto social de su apropiación como herramienta teórica para expli-
car procesos sociales no incluidos en su conceptualización. Bajo estos 
patrones, la maldición se propaga. Es decir, comienza a dibujarse un cua-
dro donde se subrayan por comparación aquellas virtudes de las cuales 
carecen las clases sociales en América Latina respecto a sus homólogas 
europeas o estadounidenses. Los análisis se hacen por déficit o por exce-
so. Con cierto pesar se descubría que nuestras burguesías no asumían ni 
atributos ni valores burgueses. Que nuestras oligarquías eran demasia-
do feudales, y así afirmaciones cuyo denominador común remarcaba lo 
anómalo de nuestra realidad. Llegamos tarde a la historia y con ello a la 
construcción del mundo. De tal manera que el desarrollo de las ciencias 
sociales en América Latina se ve sometido igualmente a esta maldición. 
Será en las décadas del cincuenta y sesenta cuando se luche por 
romper esta interpretación. La emergencia de este proceso dio como 
resultado el nacimiento de un pensamiento propio cuyo reconocimiento 
internacional está hoy fuera de duda. Sin embargo, los primeros em-
bates estuvieron marcados por el lastre de la maldición que subsiste y 
renace bajo nuevas formas. Romper con ella sigue siendo un trabajo 
colectivo lleno de vicisitudes. 
En esta batalla, la maldición se entiende como una parte constitu-
yente del pensamiento y, en especial, de la sociología latinoamericanos. 
En sus inicios, luchar contra ella significó aceptar el carácter y el límite 
de la sociología como una ciencia social nacida en y para explicar el 
desarrollo del progreso industrial del capitalismo. Es decir, una ciencia 
histórico-cultural cuyos valores y significados están destinados a com-
prender y legitimar un proceso histórico, la sociedad capitalista, como 
el fin último de su racionalidad política. 
Fue esta corroboración, señalar a la sociología como una parte 
constituyente del orden burgués, lo que destapó el frasco de las esencias. 
¿Qué cambio social?; ¿qué racionalidad política?; ¿era la sociología una 
ciencia social burguesa?, y si lo era, ¿podía cambiar de orientación?; 
¿existía una ciencia social alternativa?, y de no existir, ¿había que recha-
zar la sociología y construir otro tipo de ciencias sociales acordes con las 
demandas de las clases sociales explotadas y dominadas, es decir, unas 
ciencias sociales de la liberación? Y si lo enunciado tiene sentido, ¿qué 
papel juega el debate sobre subjetividad y objetividad en las ciencias 
sociales? ¿Era la sociología una ciencia o mera ideología?
PENSAR AMÉRICA LATINA
34
Todas estas preguntas muestran el largo camino recorrido por la 
sociología y las ciencias sociales latinoamericanas. En cincuenta años se 
ha sobrepuesto a su maldición. Por ello es aún más necesario iniciar los 
estudios de las estructuras sociales y de poder, reconstruyendo en sus orí-
genes y fuentes la dirección teórica del debate sobre el cual se crearon, en 
los años sesenta, las dos grandes escuelas de pensamiento sociológico en 
toda AméricaLatina. La llamada sociología científica o neutral-valorativa 
y la sociología crítica. Escuelas hoy inexistentes en tanto cuerpo acadé-
mico doctrinal y tanques de producción de conocimientos. La diáspora 
de sus miembros, sobre todo dentro del pensamiento crítico derivado de 
los golpes de Estado y el asentamiento de las dictaduras militares en el 
Cono Sur en los años setenta, afectó al desarrollo de las ciencias sociales. 
Asimismo, el advenimiento del neoliberalismo se tradujo por quienes pro-
fesaban su doctrina en un menosprecio del pensamiento social y el debate 
de las ideas. Quienes eran los más ardientes defensores del paradigma 
neutral-valorativo de las ciencias acabaron por ser también excluidos del 
debate teórico. Sin embargo, su fragmentación y disolución responden a 
otro contexto histórico no dependiente de la recepción de la sociología 
en América Latina.
La sociología científica se fundó en los paradigmas de la neutra-
lidad-valorativa de las ciencias, y la sociología crítica se hallará ligada 
a la tradición del pensamiento marxiano. Ambos constituirán el punto 
de referencia del debate latinoamericano durante casi veinticinco años. 
El problema consistía en dónde y desde dónde se interpretaba el cam-
bio social. La centralidad giró en torno de la pretendida objetividad y 
subjetividad de las ciencias sociales. Se buscó, según la pertenencia a 
escuelas, esclarecer el rol del sociólogo y asentar la relación entre so-
ciología, planeación del desarrollo y acción política. Los conceptos fue-
ron tomando cuerpo y las ciencias sociales se institucionalizaron dando 
lugar a la emergencia de centros como el Instituto Latinoamericano 
de Planificación Económico y Social (ILPES), la Facultad Latinoame-
ricana de Ciencias sociales (FLACSO) o el Consejo Latinoamericano de 
Ciencias Sociales (CLACSO). 
EL ORIGEN DEL DEBATE
Los sociólogos del cambio social asentados en la teoría de la moderni-
zación centraron sus esfuerzos en explicar cómo el desarrollo industrial 
capitalista presupone la articulación de una sociedad democrática y li-
beral, identificando las actitudes antimodernizadoras y las resistencias 
al cambio social con un orden arcaico y tradicional. Sin demasiadas 
diferencias, tres concepciones fueron desarrolladas como parte de la 
visión del cambio social modernizador: el folk-urbano; el cambio social 
de la sociedad feudal a la sociedad democrática de las clases medias; y el 
Marcos Roitman Rosenmann
35
modelo de cambio social de una sociedad rural oligárquica tradicional 
a la sociedad urbana industrial.
Fueron estas tres concepciones las que se disputaron la hegemo-
nía teórica. La primera corresponde a la visión antropológica impuesta 
por la escuela de Chicago en los años treinta, destacando la obra de 
Robert Redfield, cuya teoría del continuo folk-urbano mantuvo fuerza 
hasta los años cincuenta. La segunda concepción se desarrolla a par-
tir de dicha década y precede al declive de la visión antropológica del 
continuo folk-urbano. Para sus teóricos, el cambio social será obra de 
los sectores medios urbanos, cuyos valores modernos y democráticos 
se contraponen con la existencia de clases dominantes, y cuyos valores 
sociales se enquistan en la herencia tradicional propia de las oligarquías 
terratenientes. La emergencia de los sectores medios sería fuente de 
legitimidad para la creación de un Estado de Derecho asentado en los 
principios y valores democráticos inherentes a una sociedad industrial 
y participativa de masas. Ello explicaría la necesidad de apoyar su de-
sarrollo, además de comprender la cohesión política y su relevancia en 
la modernización de América Latina. 
Dentro del grado de cohesión política y de la continuidad de 
intereses comunes que tuvieron los sectores medios, esa cohe-
sión y esa continuidad se debieron, al parecer, a la presencia de 
seis características comunes que poseían. Eran predominante-
mente urbanos. No solamente tenían una educación bastante 
superior a la media sino además eran partidarios de la educa-
ción pública universal, tenían la convicción de que el porvenir 
de sus patrias estaba inseparablemente unido a su industria-
lización. Eran nacionalistas. Creían que el Estado debía inter-
venir activamente en los campos social y económico mientras 
cumplía normalmente sus funciones de gobierno. Reconocían 
que la familia se había debilitado como unidad política en los 
centros urbanos y por consiguiente apoyaban la formación de 
partidos políticos organizados (Johnson, 1961: 28-29).
Concepción dual: oligarquías versus sectores medios. Feudalismo versus 
sociedad industrial de la que no escapará tampoco la tercera interpreta-
ción modernizadora del cambio social. Fundada en criterios inclusivos de 
las clases populares a ciertos niveles de participación política, se muestra 
complementaria de la concepción de las clases medias. Su diferencia es-
triba en subrayar como causantes del atraso a la oligarquía terrateniente 
y por ende a una sociedad rural cuya estructura social se caracteriza por 
el escaso nivel de movilidad social y racionalidad electiva. 
Siempre bajo la égida de la racionalidad como punto de partida 
para explicar la dinámica y los contenidos del cambio social, su estu-
PENSAR AMÉRICA LATINA
36
dio se tornó básico en la dinámica de la sociología latinoamericana. El 
proceso de secularización y el proceso de transición que sufre el mundo 
tras la Segunda Guerra Mundial serán vistos bajo su lente. La maldición 
continúa ejerciendo su poder. La modernización y el desarrollo deben 
ser los objetivos básicos del cambio y para ello nada más adecuado que 
conjugar los valores del desarrollo y de la democracia con la emergencia 
de una burguesía nacional antioligárquica. El cambio social es una di-
mensión estratégica de enfrentamiento entre feudalismo y capitalismo. 
Subdesarrollo o modernización. Las alternativas de cambio social anti-
sistémicas no forman parte de esta concepción modernizadora. Por el 
contrario son excluidas por principio de definición. No hay lugar para el 
cambio social afincado en una crítica al capitalismo. Su crítica posterior 
es el resultado del fracaso de las políticas de cambio social desarrollistas 
implementadas en los años sesenta.
La propuesta de Redfield proveniente de la antropología no tuvo 
gran repercusión en el debate sociológico, pero manifestó su influencia 
en la polémica discusión acerca de las sociedades duales. Duramente 
cuestionados y criticados metódica y teóricamente, sus postulados aca-
baron por constituir la esencia de las posiciones etnocéntricas. Su crisis 
no se hizo esperar. Dado el actual desconocimiento de sus principales 
ejes, reproduzco un extenso párrafo de Juan Marsal, quien visualiza con 
claridad la propuesta de Robert Redfield (1930):
En Tepoztlán encontramos los elementos estáticos y diná-
micos de la teoría de Redfield. Primero este afirma que en 
Tepoztlán y en México, existen tres tipos de pueblos: “estos 
restos aborígenes de la minoría sofisticada de la capital re-
presentan los dos extremos de la cultura mexicana: el uno de 
carácter urbano y de origen europeo, y el otro indio y tribal. 
Pero el vasto terreno intermedio es ocupado por personas cuya 
cultura no es tribal ni cosmopolita. Su sencilla forma de vida 
natural es el producto de la antigua fusión de las costumbres 
indias y españolas”. Esta división se encuentra también en el 
plano local, en dos capas psicológicas. Por una parte tenemos 
los “tontos” que viven a pesar de las revoluciones, en el mismo 
estado mundo mental, único de la cultura folk. Por otra parte, 
los “correctos” desarrollan su intelecto que vive en dos mun-
dos, en dos culturas, la ciudadana y la folk y que, por tanto, 
son inquietos y a menudo desdichados. El análisis expresado 
en términos psicológicos no se trata de una división de clases o 
capas de acuerdo a criterios de riqueza, poder o prestigio, que 
Redfield rechazaba. Esta división en pueblos folk y urbanos es 
utilizada por Redfield en formageneralizada, como división 
Marcos Roitman Rosenmann
37
que afecta a la sociedad internacional de naciones. Por una 
parte hay pueblos con cultura o “cultura folk”; por otra, pue-
blos con “civilización” (Marsal, 1979: 55).
Si la visión folk-urbana del cambio social se cuestionó y terminó por ser 
abandonada, la institucionalización de las ciencias sociales en la región 
abre el debate a los problemas de la metodología y el rigor de los análisis 
empíricos. Con ello comienza otra polémica: cuál es el papel del científi-
co social y qué lugar ocupan las técnicas de investigación. La sociología 
cobra protagonismo. La elaboración de encuestas y cuadros estadísticos 
facilitó la percepción de ser la sociología una ciencia social concreta y 
empírica cuya objetividad radica en el método estadístico de los datos 
obtenidos a partir de las encuestas. Gino Germani, Torcuato Di Tella 
y Jorge Graciarena son pioneros en esta dirección. Su obra Argentina,
sociedad de masas (1965) constituye un referente obligado para quienes 
deseen interiorizarse en la concepción estructural-organicista del estu-
dio de las estructuras sociales del cambio social.
A medida que el debate teórico avanza, la estratégica fue cen-
trándose en los contenidos y alcances del cambio social. Los conceptos 
de desarrollo y subdesarrollo son relevantes. Igualmente lo harán cate-
gorías como transición, reforma, insurrección, revolución, socialismo 
o dependencia. El paradigma weberiano y el marxista se disputan la 
hegemonía teórica. El debate intelectual y político es global. La socio-
logía del cambio social es una sociología del desarrollo, ni aséptica ni 
neutral. La discusión teórica se traspasa a las estructuras de poder. Las 
universidades, los centros de investigación, los institutos privados y pú-
blicos del quehacer político se incorporan financiando o produciendo 
conocimientos.
En el marco de la Guerra Fría cualquier opción de cambio so-
cial anticapitalista y antiimperialista fue tildada de procomunista y 
subversiva. No puede resultar extraño que el Departamento de Estado 
norteamericano impulsara y financiase la creación de centros para el 
estudio de políticas y estilos de desarrollo modernizadores tanto en Es-
tados Unidos como en América Latina. Uno de las primeros esfuerzos 
estratégicos fue el “Proyecto Camelot” (1964). Por su importancia, el 
documento se reproduce completo. La versión utilizada pertenece a la 
Revista Latinoamericana de Sociología de Argentina (1966) y aparece en 
la sección de cartas al director. Fue denunciado por David Canton, Oscar 
Cornblit, Alejandro Dehollain, Torcuato Di Tella, Ezequiel Gallo, Johan 
Galtung, Jorge García-Bouza, Jorge Graciarena, Francis Korn, Manuel 
Mora y Araujo, Silvia Sigal, Francisco Suárez y Eliseo Verón. Todos 
dirigían y representaban centros de investigación y docencia tanto en 
Argentina como en EE.UU.
PENSAR AMÉRICA LATINA
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Ha llegado a conocimiento de los firmantes el texto de una 
comunicación emanada de “The American University, Spe-
cial Operations Research Office, Office of the Director”, con 
fecha 4 de diciembre de 1964 y bajo el título de Proyecto 
Camelot. La comunicación dice lo siguiente: “El Proyecto Ca-
melot es un estudio que tiene por objetivo determinar la po-
sibilidad de elaborar un modelo general de sistemas sociales 
que permita predecir aspectos políticamente significativos 
del cambio social en los países en vías de desarrollo, e influir 
en ellos […] En forma un poco más específica sus objetivos 
son: primero, proyectar procedimientos para evaluar las si-
tuaciones potenciales de guerra interna en sociedades nacio-
nales; segundo, identificar con mayor precisión las medidas 
que un gobierno pueda tomar para mitigar las condiciones 
que se juzguen favorecedoras de la guerra interna; y terce-
ro, evaluar la posibilidad de establecer las características de 
un sistema destinado a obtener y utilizar la información bá-
sica necesaria para hacer las dos cosas necesarias […] La 
duración del Proyecto se calcula como un esfuerzo de tres 
o cuatro años con una inversión de un millón a un millón y 
medio de dólares por año. Es financiado por el Ejército y el 
Departamento de Defensa y será realizado con la coopera-
ción de otros organismos del Gobierno. Se proyecta recoger 
una gran cantidad de datos primarios sobre el terreno, así 
como una amplia utilización de los datos ya existentes sobre 
las funciones sociales, económicas y políticas. Hasta el mo-
mento, es probable que la investigación esté geográficamente 
ubicada en los países de América Latina. Los planes actuales 
exigen la instalación de un centro para el trabajo de campo 
en dicha región. A manera de antecedentes: el Proyecto Ca-
melot es el resultado de la interacción de muchos factores y 
fuerzas. Entre ellos se cuenta el hecho de que, en los últimos 
años, se ha acentuado mucho el papel desempeñado por el 
Ejercito de los Estados Unidos en la tarea de estimular el 
desarrollo y el cambio rápidos en los países menos desarro-
llados del mundo. Los muchos programas del Gobierno de 
los Estados Unidos dirigidos hacia este objetivo se agrupan 
a menudo bajo el rótulo a veces engañador de ‘acción an-
tiinsurreccional’ (un término pronunciable que significase 
‘profilaxis de la insurrección’ sería mejor). Esto otorga gran 
importancia a las acciones positivas destinadas a reducir las 
fuentes de descontento que a menudo llevan a actividades 
más notorias y violentas, de naturaleza disruptiva. El Ejér-
Marcos Roitman Rosenmann
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cito de los Estados Unidos tiene una importante misión que 
cumplir en relación con los aspectos positivos y constructi-
vos del desenvolvimiento de las naciones, así como también 
responsabilidad de asistir a los gobiernos amigos que hacen 
frente a los problemas de las actividades insurreccionales. 
Otro factor importante es el reconocimiento –en los niveles 
más altos de las instituciones de defensa– del hecho de que 
es relativamente poco lo que se sabe con certeza acerca de los 
procesos sociales que es necesario comprender a fin de hacer 
frente de manera efectiva a los problemas de la insurrec-
ción. En el Ejército existe la convicción de que es necesario 
mejorar la comprensión general de los procesos de cambio 
social, de modo que el Ejército pueda cumplir con sus res-
ponsabilidades dentro del programa general de acción an-
tiinsurreccional del Gobierno de los Estados Unidos. Tienen 
aquí particular importancia una serie de informes recientes 
que se ocupan del problema de la seguridad nacional y de 
las contribuciones potenciales que la ciencia social podría 
aportar a la solución de estos problemas. Uno de estos infor-
mes fue publicado por un comité del grupo de investigación 
de la Smithsonian Institution bajo el título ‘Social Science 
Research and National Security’ editado por Ithiel de Sola 
Pool. Otro es un volumen de los trabajos presentados a un 
simposio ‘The U.S. Army Limited-War Mission and Social 
Science Research’ que publicó en 1962 la Special Operations 
Research Office de la American University. El Proyecto Ca-
melot será un esfuerzo multidisciplinario. Será dirigido por 
la organización SORO en estrecha colaboración con uni-
versidades y otras instituciones de investigación dentro de 
los Estados Unidos y en el exterior. Los primeros meses de 
trabajo estarán dedicados al refinamiento del diseño de in-
vestigación y a la identificación de los problemas tanto me-
todológicos como sustantivos. Esto contribuirá a la debida 
articulación de todos los estudios que componen el Proyecto, 
a los fines de obtener los objetivos enunciados. Los prime-
ros participantes en el Proyecto tendrán pues la oportunidad 
poco frecuente de contribuir al proceso de formulación del 
programa de investigación y también de tomar parte en un 
seminario planeado para el verano de 1965. Este seminario, 
al que asistirán destacados científicos sociales del país, se 
ocupará de revisar los planes para el futuro inmediato y ana-
lizar además

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