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Manuel Martín Hernández Editorial Reverté Estudios Universitarios de Arquitectura 24 La CASA en la arquitectura MODERNA Respuestas a la cuestión de la vivienda Estudios Universitarios de Arquitectura 1 James Strike De la construcción a los proyectos Las nuevas técnicas en el diseño, 1700-2000 2 Federico García Erviti Compendio de arquitectura legal Derecho profesional y valoraciones inmobiliarias 3 Francesco Fariello La arquitectura de los jardines De la Antigüedad al siglo XX 4 Alfonso Muñoz Cosme Iniciación a la arquitectura La carrera y el ejercicio de la profesión 5 Steen Eiler Rasmussen La experiencia de la arquitectura Sobre la percepción de nuestro entorno 6 Jorge Sainz El dibujo de arquitectura Teoría e historia de un lenguaje gráfico 7 Christian Norberg-Schulz Los principios de la arquitectura moderna Sobre la nueva tradición del siglo XX 8 José Ramón Alonso Pereira Introducción a la historia de la arquitectura De los orígenes al siglo XXI 9 Jan Gehl La humanización del espacio urbano La vida social entre los edificios 10 José Miguel Fernández Güell Planificación estratégica de ciudades Nuevos instrumentos y procesos 11 Andrew Charleson La estructura como arquitectura Formas, detalles y simbolismo 12 N. Martín Chivelet · I. Fernández Solla La envolvente fotovoltaica en la arquitectura Criterios de diseño y aplicaciones 13 Inmaculada Esteban · Fernando Valderrama Curso de AutoCAD para arquitectos Planos, presentaciones y trabajo en equipo 14 Darío Álvarez El jardín en la arquitectura del siglo XX Naturaleza artificial en la cultura moderna (sigue en la solapa posterior) Estudios Universitarios de Arquitectura 24 La CASA en la arquitectura MODERNA Colección dirigida por Jorge Sainz Brinkman, Van der Vlugt y Van Tijen, edificio Bergpolder, Rotterdam, 1933-1934. Prólogo Justo Isasi Edición Jorge Sainz Respuestas a la cuestión de la vivienda Manuel Martín HernándezEstudios Universitarios de Arquitectura 24 La CASA en la arquitectura MODERNA Editorial Reverté © Manuel Jesús Martín Hernández, 2014 Esta edición: © Editorial Reverté, Barcelona, 2014 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, salvo las excepciones previstas por la Ley 23/2006 de Propiedad Intelectual, y en concreto por su artículo 32, sobre ‘Cita e ilustración de la enseñanza’. Los permisos para fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra pueden obtenerse en Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org). Editorial Reverté, S.A. Calle Loreto 13-15, local B · 08029 Barcelona Tel: (+34) 93 419 3336 · Fax: (+34) 93 419 5189 Correo E: reverte@reverte.com · Internet: www.reverte.com Impreso en España · Printed in Spain Depósito Legal: B 19886-2014 Impresión: Liberdúplex, Sant Llorenç d’Hortons (Barcelona) # 1411 Registro bibliográfico Nº depósito legal: B 19886-2014 Isbn: 978-84-291-2124-7 Cdu: 72.036 Cdu: 728 Autor personal: Martín Hernández, Manuel Jesús (1954-) Título: La casa en la arquitectura moderna : respuestas a la cuestión de la vivienda / Manuel Martín Hernández ; prólogo, Justo Isasi ; edición, Jorge Sainz Edición: 1ª ed. Publicación: Barcelona : Reverté, 2014 Descripción física: 400 p. : il. ; 24 cm Título de serie: (Estudios Universitarios de Arquitectura ; 24) Bibliografía: Bibliografía: p. [363]-381. Índice Encabezamiento materia: Viviendas – Arquitectura moderna Índice Prólogo a una pregunta 7 Introducción 13 i Lo moderno en la arquitectura 17 ii La pregunta por el habitar moderno 29 iii Un ‘problema de arquitectura’ en el siglo xix 37 iv Tareas de la nueva arquitectura residencial 67 v Tipos y mecanismos de referencia 97 vi Casas experimentales 123 vii Algunos modelos de agregación 161 viii Dos investigaciones en vivienda colectiva 179 ix Edificios y colonias experimentales 197 x Exposiciones del Werkbund 217 xi Frankfurt y Berlín 247 xii Equipamientos domésticos 269 xiii Miradas occidentales a la casa japonesa 301 xiv Mecanismos del espacio y el tiempo domésticos 313 xv Respuestas a la pregunta por la casa moderna 327 xvi La casa posmoderna 353 Bibliografía 363 Procedencia de las ilustraciones 383 Índice alfabético 395 A la memoria de mis padres. A Bety. La pregunta por la casa moderna en un texto español de princi- pios del siglo xxi merece atención por su alcance y su forma, pero sobre todo por la evolución que ha seguido la propia cuestión de generación en generación. Desde el mismo alumbramiento del pro- yecto doméstico de la modernidad, los autores españoles próxi- mos a la arquitectura (arquitectos, profesores y editores) se han preguntado por él desde sus distintas circunstancias personales y colectivas. Comoquiera que el siglo xix se alargó en nuestro país hasta la Guerra Civil (1936-1939), la pregunta no calaría en la so- ciedad española hasta que llegó el tiempo de la reconstrucción, y sus intérpretes fueron entonces profesionales de posguerra, vo- luntaria o involuntariamente desconectados de quienes habían planteado la cuestión en el periodo revolucionario anterior. La pregunta fue planteada por los autores de la vivienda social de esa posguerra en términos sui géneris, y la respuesta a la pre- gunta fue ensayada en casas, viviendas y alojamientos varios. La pregunta permaneció latente hasta que se completó la urbaniza- ción del país y todas sus clases accedieron a la vivienda en forma de casa o de piso. Lo propio del periodo era la traducción libre por parte española de los ensayos europeos (alemanes e ingleses), una traducción que pasaba generalmente por alto el contexto po- lítico y social de los originales. Si bien una potente intuición for- mal permitió lograr una similitud de imagen, la pregunta por los factores políticos, económicos y culturales de los modelos euro- peos quedó, en general, inédita. La pregunta se reformuló ya en los años de la apertura pos- moderna, especialmente en los textos y proyectos de los profeso- res, esta vez con mejor información, a veces con soltura idiomá- tica, y casi siempre con voluntad de superación ideológica. La disposición de publicaciones y de ensayos inexistentes en la etapa anterior y, sobre todo, la posibilidad de disfrutar de una perspec- tiva ya histórica y de una casi madura codificación del concepto de modernidad forjado entre 1920 y 1960, permitió a muchos abrirse con verdadero interés –aunque también con ingenuidad y asombro tardíos– al gran experimento de la casa propio del si- glo xx. La adopción, desde los años 1980, de tipos de generacio- nes anteriores y de formas propias de una memoria recuperada para la construcción de una segunda prosperidad no fue siempre acertada y a veces resultó anacrónica; pero la pregunta quedó for- Prólogo a una pregunta Justo Isasi Justo Isasi es catedrático del Departamento de Proyectos Arquitectónicos de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, colaborador habitual de la revista Arquitectura Viva y autor de Ramón Vázquez Molezún (2006) y La arquitectura de la ciencia médica (2013). 8 la casa en la arquitectura moderna mulada de nuevo, esta vez en términos de tipología y de urbanis- mo especulativo. La revisión académica de la vivienda y su tra- ducción a la urbanización parecían poner al día la arquitectura doméstica del nuevo régimen autonómico español. La crisis financiera y social del siglo xxi ha puesto de nuevo de relieve la pregunta por la casa, que ahora no acepta los términos de economía de mercado y de sistema social que sustentaban los proyectos vanguardistas, especulativos o nostálgicos de los ar- quitectos y de sus clientes privados o públicos. Es posible, pues, pensar en un tercer periodo de reflexión y de duda, y en lo ade- cuado de llevar a cabo un nuevo ‘estudio de casos’ ampliado. Y así, nos encontramos aquí ante un nuevo ensayo sobre la casa mo- derna que se adscribe al género de ‘pregunta’, para lo que estudia el proyecto como problema, como interrogantede su momento y también como respuesta o como pretensión de solución. Aunque Manuel Martín Hernández examina hoy para nosotros los hechos pasados con sus causas y claroscuros, ha decidido interpelar a las obras mismas por sus propias circunstancias; y así, a través de un nutrido desfile de arquitecturas, salen a escena las ideas profesio- nales, políticas y científicas a las que cada obra ha creído respon- der en su tiempo. A riesgo de simplificar demasiado, podría de- cirse que son tres los conceptos contradictorios que constituyen el fondo de la puesta en escena que nos presenta el autor, tres con- ceptos que, ordenados de lo más concreto a lo más vago, serían: la casa-vivienda, la tipología y la propia modernidad. La oposición casa-vivienda es una constante en el periodo mo- derno tratado aquí; mientras que la vivienda colectiva encarna el pensamiento social y positivista, la casa se refiere al pensamiento individualista y utópico. Las grandes declaraciones de la primera modernidad arquitectónica se apoyaban con frecuencia en el pro- yecto de la casa, y con sobradas razones de evolución histórica, ya que la vivienda fue quizá la última de las grandes reivindica- ciones sociales, después del sindicato, la jornada de trabajo o los seguros de paro y enfermedad. Y también tal vez porque la noción arquetípica de la ‘morada’, del ‘hogar’, se ha resistido siempre a transformarse en eso que llamamos ‘vivienda’; todavía hoy, la pu- blicidad al uso lo tiene muy presente, y para ella el mito recurrente de la familia feliz no suele escenificarse en una vivienda; prefiere mostrarlo como habitante de una casa propia, aunque ahora de- signada con el ambiguo término de ‘vivienda individual’. La ‘vivienda racional’ fue un término tardío de la Edad de la Razón, y el propio término ‘vivienda’ –con su peculiar y culta for- ma de participio pasivo de futuro (como la de ‘agenda’)– quizá se corresponde con el housing británico o el logement francés, en cuanto que son neologismos que vienen a sustituir a la antigua casa latina. To house, alojar y loger son verbos cuya acción se en- tiende hoy como base de la logística, que aparece prefigurada en este libro en la cita de Hannes Meyer: organización social, técni- ca y tipológica. El estudio de los tipos propios de la modernidad se hace difícil por el contenido de la noción de tipo, esa palabra griega que sig- nifica ‘huella’. El estudio de tipos cobró personalidad y sentido en la historia de la arquitectura con el ilustrado Jean-Nicolas-Louis Durand, famoso autor del Recueil et parallèle des édifices de tout genre, anciens et modernes, y prosperó en tiempos de la cosmo- visión hegeliana, cuando se dio en pensar que la ‘historia de la fi- losofía’ era la filosofía y que asimismo la ‘historia de la arquitec- tura’ era la arquitectura misma. Los tipos de templo o de hospital, repetidos y consagrados por la historia, serían entonces la base del proyecto. Pero la modernidad está tan hecha de momentos úni- cos y de autores tan irrepetibles que –si bien han dejado huellas imborrables– hacen difícil hablar de tipos. Y con frecuencia la obra que se ha disciplinado en la repetición y en la serie ha pasa- do entre los modernos por obra menor. El concepto de tipología moderna resucitó cuando otro arqui- tecto, Aldo Rossi –al igual que Durand, más profesor que cons- tructor– hizo en el último tercio del siglo xx su prolífico y nostál- gico elogio de la tipología como arquetipo de la memoria colectiva. El término acabaría por banalizarse hasta el ridículo en la socie- dad del bienestar y del consumo de ese último tercio del xx, pero puede usarse todavía como una herramienta de interpretación va- liosa, incluso para sostener la validez actual de los primeros en- sayos de tipos que llamamos ‘modernos’. Así que tratamos con tipos modernos de vivienda, y al hacerlo nombramos una idea de modernidad acuñada para agrupar la se- rie de experiencias casi simultáneas que florecieron en una época de cambio traumático de la sociedad del siglo xix y que querían ayudar a alumbrar el xx. Para unos era la modernidad como re- volución radical; para otros, como descubrimiento feliz; pero para todos, como una aventura personal de conocimiento y compro- miso. Era una modernidad arquitectónica que se veía a sí misma como vanguardia, luchando al frente de las fuerzas que querían instaurar un nuevo orden y construir sus edificios. Esa moderni- dad es siempre el término más difícil de analizar, aun en la pre- sente y extensa revisión, que cuenta con la ventaja de la perspec- tiva. Era una modernidad que no consentía reconocerse como un sistema formal, y que se sentía menospreciada en términos como el de ‘estilo moderno’, a veces tan usado y quizá no sin razón. Y sin embargo, la necesidad y la voluntad de construir un sistema formal al margen del que inauguró en su día el Renacimiento –aquel que se apartó de unos modernos tachados de góticos para dar en- trada a lo romano– tuvo un éxito enorme: lo que hoy vemos como nuestro sistema formal moderno parece tan fuerte, poético y co- herente como el de su denostado antecesor, el clasicismo. Ha sido prólogo 9 10 la casa en la arquitectura moderna un éxito tan inevitable que, a posteriori, hace parecer ingenuo el pensamiento de las vanguardias que trataba de legitimarse negando la herencia artística del clasicismo y haciéndose pasar por des- cendiente de la ciencia positiva del siglo xix, algo que lo aparta- ría del estudio de la historia de la arquitectura, con un giro hacia la ingeniería, y que puso entre paréntesis la venustas vitruviana. La incursión inicial del presente libro entre los filósofos y críticos del primer periodo del siglo xx nos ayuda a palpar el infructuoso intento de definir la relación de la naciente modernidad con la casa: a menudo con la analogía del funcionamiento de las má- quinas, a veces mediante metáforas poéticas de luz o cristal y es- porádicamente con referencias psicologizantes a estados de bien- estar o relajación. La venustas, la antigua belleza, tuvo entonces que interpretarse como adecuación funcional o como antropolo- gía del bienestar, porque la belleza tipológica y formal de las ca- sas de la École des Beaux-Arts estaba proscrita. La belleza, como categoría subjetiva y sensible, era demasiado romántica y deci- monónica para la nueva objetividad del siglo xx y para la socie- dad de clases, una sociedad de obreros y de programación social de la necesidad. La preocupación por la vivienda obrera seguramente inspiró y condicionó el modo en que la ‘nación de ciudadanos’, nacida al final del xviii, empezó a pensarse como una sociedad y especial- mente como una sociedad industrial. Sin embargo, como objetivo político tardío de la segunda Revolución Industrial, el discurso so- bre la vivienda del proletariado cambiaría de tono con la Gran Guerra de 1914; si antes apuntaba a soluciones de higiene en pre- vención de epidemias y de una alta morbilidad, después se abriría a otra higiene más individual, psicológica y universal: la que que- ría un cuerpo sano y libre para todos. A la necesidad de suminis- trar agua potable y alcantarillado le sucedió la de disfrutar de luz, sol, aire y vegetación. Y la arquitectura de la vivienda de masas tuvo que empezar a pensarse desde el principio, junto con sus es- cuelas y sus hospitales. Nuevos tipos de edificios hasta entonces ausentes de la historia de la arquitectura entraron en su penúlti- mo capítulo, para el que se acuñó más tarde el adecuado título de Movimiento Moderno. Pero de nuevo, lo único precedió a la se- rie: quizá la californiana casa Lovell –que aquí se menciona– sea uno de los ejemplos más conspicuos: un espécimen perfecto de la modernidad que era a la vez casa, sanatorio y escuela de modos de vivir, lección de construcción de acero y vidrio, y modelo del nuevo sistema formal; abstracta, articulada, técnica, pieza única y propuesta universal. No es extraño que el periodo de invención de la vivienda mo- derna siga siendo apasionante para los arquitectos, dada laopor- tunidad que representó, para tantos de ellos, de contribuir a cons- truir un siglo mejor, y dada la ilusión entre genial y mesiánica que despertó en profesionales, estudiantes, artistas y medios de co- municación. Que pequeñas construcciones como la casa Lovell o la casa Schröder pudiesen tener la categoría de propuesta univer- sal sigue siendo asombroso. En ellas se expresaba en forma de epi- fanía la coherencia de la nueva interpretación de la tríada vitru- viana: para esa arquitectura moderna, la correlación interna entre sistema formal, construcción industrial y disciplina funcional era muy fuerte. Su legitimación ética, social y estética era causa de or- gullo y de rivalidad para unas figuras que parecían –y quizá se pen- saban– héroes de la vanguardia del progreso; figuras que no pu- dieron dejar de ser tentadas por la política y que, cada una a su manera, razonaron su arquitectura como contribución a una so- ciedad en tiempos de cambio. Desde las posturas radicales de com- promiso con movimientos políticos hasta posturas utópicas de re- generación social mediante la nueva forma de la casa y la ciudad, todas esas figuras confiaron en el poder de la forma visual de lo nuevo, y todas se arrogaron el poder de interpretar el programa de la vida doméstica moderna. Ciertamente esta ola de modernidad fue empujada a través de Occidente por un impulso técnico extraordinario, fruto del pro- greso industrial, el éxito de la ciencia positiva y las necesidades militares. Y la técnica llamada a impulsar el conocimiento de la nueva ar- quitectura se llamaba ‘fotografía’. Tan pronto como fue posible una calidad aceptable en la foto impresa, esta nueva técnica abrió un mundo de imágenes hasta entonces dominado por el grabado. A la precisión de línea del dibujo le sustituyó el claroscuro de la foto, más incierto pero múltiple, inmediato y realista. A una ar- quitectura de detalle y de gran presencia le convenía dibujarse en el grabado; había sido proyectada con línea de tinta sobre papel de acuarela. Para la nueva arquitectura geométrica y articulada, la cámara podía añadir luz, ángulos y tridimensionalidad como nunca antes se había visto. Hoy nos sorprende la escasa calidad de reproducción de las grandes obras de la modernidad en las pu- blicaciones de su época, una vez que las hemos revisado como ico- nos exquisitamente fotografiados por expertos en los dos saberes, arquitectura y fotografía. Pero aquellas imágenes originales y des- lucidas tuvieron un poder de comunicación y un potencial de trans- formación extraordinario. La percepción que tenemos a través de fotos recientes de las arquitecturas modernas rehabilitadas es, con toda seguridad, posmoderna. Con el tiempo, la técnica de la ima- gen seguiría ganando terreno sobre la disciplina de la función y sobre la autenticidad de la construcción hasta hoy mismo, mien- tras que la coherencia de forma, función y técnica de los maestros modernos ha declinado hasta desaparecer. Hoy la imagen técnica (es decir, el aspecto tecnológico) y la imagen de uso (el aspecto co- mercial) parecen presidir el proyecto de arquitectura de la casa. prólogo 11 12 la casa en la arquitectura moderna Así que una revisión de las imágenes de la modernidad, ya metidos en el siglo xxi, corre el riesgo de desdibujar el origen, la voluntad mítica (Jean-François Lyotard probablemente diría le grand récit) de construir una nueva ética de la ciudad como residencia. Pero eso es quizá la consecuencia de otras incertidumbres antiguas y ahora actualizadas, como el pensamiento de Ludwig Wittgenstein sobre ética y estética, de las que no se puede razonar porque son trascendentales, o de N. John Habraken sobre la arquitectura sin rostro como soporte de funciones y políticas fungibles. Que un nuevo ensayo –sobre los grandes ejemplos que en su momento nos ilustraron y orientaron– se pregunte por la casa es también poner hoy en cuestión el papel que debe desempeñar la casa en el contrato social. Madrid, enero de 2013. Durante los pasados cien años, nuestras condiciones vitales han ido transformándose completamente; pero ha sido a partir de esta última generación cuando hemos empezado a concebir un nuevo ambiente doméstico que hará uso de los logros científicos y téc- nicos en beneficio de la vida humana. Lewis Mumford, 1932.1 Para entender la arquitectura de la modernidad hay que analizar sus viviendas. Quizás esto no sea tan evidente al estudiar la ar- quitectura del Renacimiento o la era barroca en Europa, donde los palacios de los poderosos han sido las únicas residencias des- critas en las historias convencionales de la arquitectura, aunque casi nunca por su condición doméstica. Es cierto que la historio- grafía contemporánea ha introducido la historia de la vida priva- da en los discursos sobre el pasado, pero estamos ahora en otro caso. La arquitectura moderna no se puede entender sin las apor- taciones a la investigación tipológica doméstica y sin la aparición de temas recurrentes como los edificios de viviendas colectivas, los conjuntos residenciales y la idea de ciudad a que todo ello daba lugar. A principios del siglo xx, en Europa, las revoluciones ideológi- cas, políticas y artísticas propiciaron que se hablase de la vivien- da –aunque ciertamente en círculos aún reducidos– como el gran problema de la arquitectura. Pero no se trataba ya de resolver la mejor distribución y encontrar el o los estilos con los que revestir (en el interior y en el exterior) aquella vivienda burguesa del siglo anterior, sino de buscar soluciones para nuevos modos de vivir y en particular para la vivienda obrera. El problema de la casa obre- ra llegó a agobiar a las grandes capitales europeas durante las primeras décadas del siglo xx y permitió que los filántropos pri- mero y los arquitectos de las vanguardias modernas después tra- bajasen al fin sobre la que llamaban ‘vivienda racional y econó- mica’, y que Le Corbusier llegase a decir que –si fuese necesario– esas soluciones se deberían imponer a los propios gobernantes. Combinando las nuevas técnicas y los procedimientos tradi- cionales, los arquitectos de vanguardia llegaron a proponer y cons- truir durante esos años una buena serie de modelos residenciales que solucionaban –partiendo prácticamente de cero– distribucio- nes interiores funcionales y económicas, en unidades de una, dos Introducción 1. Lewis Mumford, ‘Hou - sing’, en el catálogo Modern architecture: international ex- hibition (1932; 1969), pági - na 179. 14 la casa en la arquitectura moderna o más plantas, en agrupaciones horizontales y verticales de vi- viendas, y que combinaban a menudo diferentes soluciones de todo ello en un solo edificio, hasta llegar a definir estructuras ur- banas alternativas a la ciudad histórica. Por encima de sus diferencias, aquéllas eran casas modernas. Este libro quiere saber cómo eran esas casas modernas, qué tení- an de diferente con respecto a las arquitecturas domésticas ante- riores. Por tanto, es acerca de la casa como lugar moderno, y so- bre estos lugares de lo moderno, de lo que trata el estudio que viene a continuación. Hay dudas de que la casa moderna haya existido alguna vez, pues, en ese caso, debería haber correspondido a modos moder- nos de vivir, algo de lo que por entonces se dudaba. A pesar de ha- ber construido algunas de las más conocidas casas modernas de la época, el propio Ludwig Mies van der Rohe ponía en duda su existencia porque –según decía– no había aún una manera mo- derna de vivir. Sin embargo, las novedades y los cambios con res- pecto al habitar rondaban la cultura arquitectónica, y había que darles respuesta. Hay en esos momentos una pregunta continua- mente repetida acerca de la casa moderna: ¿existe?; y si es así, ¿cómo debe ser? Para responder a estas preguntas no hay otra posibilidad que meterse de lleno en la época, con las limitaciones propias de un texto como éste, que es un estudio de arquitectura dirigido a lec- tores interesados en la arquitectura doméstica. Sin embargo, este librono es una historia de la arquitectura moderna, ni pretende siquiera ser una historia de la arquitectura doméstica en la mo- dernidad. Ni la amplitud de los temas tratados ni el número de ejemplos citados abarcan el desarrollo que tales empresas exigirí- an. Sí hay cierta cronología que soporta el desarrollo de cada uno de los capítulos; pero, en realidad, deberíamos hablar de una tra- ma que intercala todos los temas tratados, unos temas que, en su momento, estaban sucediendo casi simultáneamente. En cualquier caso, ha habido un proceso de selección personal y de ordenación en capítulos de los temas y modelos que han parecido relevantes en la definición de la casa moderna. Se podrían haber selecciona- do otros ejemplos –y de hecho hay muchos que encontramos en las historias canónicas de la arquitectura moderna y que aquí no aparecen– e incluso la información utilizada podría haberse or- denado de otra manera; pero, al fin y al cabo, lo que se presenta aquí es una opción, resultado de un trabajo, como siempre, abier- to. Así pues, al hablar de la casa moderna se va a desarrollar sólo el sentido de la modernidad que parece significativo para su defi- nición, y se va a interpretar a continuación el habitar moderno y sus implicaciones para la revolución arquitectónica que se produjo a principios del siglo xx. A continuación, un breve recorrido por ciertos antecedentes decimonónicos, a menudo olvidados, nos lle- vará a enunciar las tareas a las que se enfrentaba la nueva arqui- tectura de la vivienda, apoyados en los textos de la época y, tam- bién, unos cuantos ejemplos pioneros. A partir de ahí, la descripción de los tipos y mecanismos de referencia para la definición de la casa moderna, y algunas de las más conocidas casas experimen- tales de las primeras décadas del siglo xx, nos permitirán docu- mentar suficientemente sus verdaderas posibilidades. Veremos lue- go que donde la investigación arquitectónica se mostró más rica fue en la búsqueda de los diversos modelos de agregación de las unidades de vivienda, con todo el aparato experimental y políti- co que aquellos años permitieron, y durante los que muchos de los arquitectos y organizaciones profesionales –cuya obra se ana- liza aquí– mostraron además un valioso interés pedagógico. Aque- llas iniciativas se exponían y se construían, e incluso en algún caso llegaban a ofrecerse como políticas residenciales alternativas a los modos tradicionales de producción urbana. Un recorrido por los nuevos equipamientos, acompañado por una mirada oblicua a la cultura japonesa, nos llevará a descubrir algunos mecanismos apli- cados a la variabilidad del espacio y del tiempo domésticos. Fi- nalmente, veremos que la pregunta por la casa moderna tuvo efec- tivamente algunas respuestas, siempre que se hubiese comprendido bien la esencia de ese habitar moderno. En este libro se visitan decenas de viviendas y conjuntos resi- denciales, en cuyas descripciones nos ocupamos de lo que defini- ríamos como ‘moderno’. Por ello hay muchos recorridos y más bien pocas referencias formales o volumétricas, que tampoco fal- tan. Decía Adolf Loos –del que veremos muchas de sus casas– que no tenía necesidad de dibujar sus proyectos, pues «la buena ar- quitectura –como algo que va a construirse– puede escribirse. El Partenón puede describirse». Y al referirse luego a la reproduc- ción de los interiores de las viviendas proyectadas por él, decía: «Mis interiores domésticos son imposibles de juzgar a partir de fo- tografías o reproducciones. Estoy seguro de que, en las fotografí- as, parecen infelices e ineficaces.»2 Pero a pesar de lo que dijese Loos, éste es también un libro de imágenes. Aunque sea posible apoyar esta búsqueda de la casa mo- derna sólo en textos y descripciones de los modelos elegidos, tam- bién hay planos y fotografías. A pesar de todo, la arquitectura va a seguir dependiendo de la imagen, y la pretensión de que este li- bro muestre algunos referentes importantes va a necesitar de esas imágenes. Finalmente, hay que decirlo: el interés por la casa moderna está –como no podía ser de otra manera– en el presente. Mucho de lo que se dice y, sobre todo, se hace en materia de vivienda ya se dijo y se hizo durante el periodo que recorre este libro. Es asom- broso comprobar hasta qué punto la mayor parte de las mejores introducción 15 2. Conversaciones con Adolf Loos compiladas por Bohguslav Markalous, ‘Von der Sparsamkeit ’ (Woh- nungskultur, Fet 2/3, 1924), en Max Risselada, Raumplan versus plan libre: Adolf Loos and Le Corbusier, 1919- 1930 (1988), página 139. 16 la casa en la arquitectura moderna y más avanzadas arquitecturas domésticas de nuestros arquitec- tos actuales estaban ya planteadas, resueltas y comprobadas en aquellas primeras décadas del siglo xx. Ojalá que el texto y los ejemplos que aquí se citan eviten a los arquitectos y diseñadores contemporáneos la pérdida de tiempo en la invención de lo que ya lleva muchos años inventado. Agradecimientos Deseo mostrar mi agradecimiento a los profesores Kenneth Framp- ton, Jorge Otero-Pailos, Bernard Tschumi, Mark Wigley, Yehuda Safrán, Alberto Pérez-Gómez, Louise Pelletier y Ricardo Castro, que me acogieron en mi año sabático, durante el curso 2003-2004, en que se inició la redacción de este libro; y a Werner Oeschslin, Stanislaus von Moos, David Leatherbarrow, Rosario Alemán y Oscar Naranjo, por la información con la que amablemente re- solvieron algunas de mis dudas. Asimismo, estoy en deuda con el Gobierno Canario y la Universidad de Las Palmas de Gran Ca- naria por las ayudas recibidas durante ese periodo. Quiero agradecer también toda la ayuda prestada por el per- sonal de la Avery Library de la Columbia University, las bibliote- cas de la McGill University y del Canadian Center of Architecture, así como la colaboración del equipo de la biblioteca de la Escue- la de Arquitectura de Las Palmas, siempre atento a mis peticiones. También quiero expresar mi gratitud a los profesores Daniel González, Adriana Olivares y Maite Pérez-Bourzac por las invi- taciones anuales al Doctorado y Maestría del Cuaad de la Uni- versidad de Guadalajara, México, donde he desarrollado los cur- sos que han alimentado este texto y, por supuesto, a los estudiantes de esa universidad y los de la Escuela de Arquitectura de Las Pal- mas que me han acompañado en su desarrollo, así como a mis compañeros del Departamento de Arte, Ciudad y Territorio. A Jorge Sainz, mi editor, tengo que agradecerle todas las reco- mendaciones que han mejorado considerablemente este libro. Y a Beatriz Guerrero –que compartió conmigo la visita a mu- chas de las arquitecturas de las que aquí se habla– le debo la pre- paración de las imágenes para esta publicación. Modernidad y crítica Cuando Le Corbusier afirmaba, al final de su libro Vers une ar- chitecture (1923; Hacia una arquitectura, 1964), «arquitectura o revolución», estaba planteando el fin de una utopía: allí estaba su arquitectura para evitar la revolución. Le Corbusier ya sabía que a la arquitectura –tal como él la defendía– le quedaba sólo la mi- sión de coordinar la producción de la ciudad moderna, asunto bien alejado de la presunta ruptura con lo establecido –y con la historia– por parte de las vanguardias artísticas europeas. La eu- foria revolucionaria se había disuelto en la realidad de la ‘ciudad mercancía’ y allí estaba la nueva arquitectura haciéndose sitio. En cualquier caso, y siendo realistas, el problema de la ciudad parecía inabordable con los instrumentos de la modernidad ar- quitectónica. Así lo afirmaba un poco más tarde Ludwig Hilber- seimer en su libro Großstadt Architektur (1927): «Al caos de la gran ciudad» –dice en su capítulo sobre ‘Urbanismo’– «sólo le po- demos oponer ensayos y demostraciones teóricas.»1 En una de es- tas propuestas –su plan para una ciudad de un millón de habi- tantes–, la densa estructura que debía haber entre ciudad, vías y manzanas, por un lado, y entre edificio y unidad de vivienda por otro, aparecen idealmente planteadas. No setrataba de la inter- vención sobre una ciudad existente, ni de la exposición de una nor- mativa, ni siquiera de la defensa de una formalización concreta, porque Hilberseimer sabía que la realidad estaba siempre por en- cima de todo ello y ponía en crisis cualquier abstracción. Sí era, por el contrario, un método hecho explícito que englobaba los ma- teriales de una ciudad ordenados racionalmente. El plano que so- portaba dicho orden era una malla aséptica de vías y rascacielos laminares de directriz este-oeste. Cualquier referencia a recursos formales de fachada se limitaba a la traducción plástica de la es- tructura o a hendiduras o huecos en la masa del bloque, que so- portaba unas viviendas funcional y racionalmente resueltas. Era, sin duda, la reacción abstracta al «rápido e ininterrumpido inter- cambio de impresiones internas y externas» de la metrópolis a que se refería Georg Simmel.2 Estaba claro que el simple juego formal no podía solucionar los problemas de la ciudad y su arquitectura. Pero la arquitectura sí podía dar respuesta a los problemas del habitar moderno. Estos Lo moderno en la arquitectura 1. Ludwig Hilberseimer, Großstadt Architektur (Stutt- gart: Julius Hoffmann, 1927); versión española: La arqui- tectura de la gran ciudad; (Barcelona: Gustavo Gili, 1979), página 13. 2. Georg Simmel, “Die Großstädte und das Geistes- leben”, 1903; versión espa- ñola: “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El in- dividuo y la libertad: ensayos de crítica de la cultura (Bar- celona: Península, 1986), pá - gi na 247. Capítulo I 28 la casa en la arquitectura moderna aquella oposición –convertida en tópico– entre modernidad y mu- jer está ya en discusión; hubo también un momento en que la mu- jer se convirtió en sujeto de la modernidad por la vía del trabajo fuera de casa y también como ocupante de la ciudad.17 Fueron esa figura de la ‘nueva mujer’, a principios del siglo xx, y el interés creciente por la vida cotidiana los que llevaron a la domesticidad al terreno de interés de la modernidad, y así al de la arquitectura. 17. Véase Hilde Heynen, apartado ‘The gender of mo - dernism’, del capítulo ‘Mo - dernity and domesticity’, en Hilde Heynen, H. y Gülsüm Baydar, Negotiating domes- ticity (Londres y Nueva York: Routledge, 2005), páginas 2-6. Si entramos en un cuarto burgués de los años 1880, la impresión más fuerte será –por muy acogedor que parezca– la de que nada tenemos que buscar en él. Nada tenemos que buscar en él porque no hay en él un solo rincón en el que el morador no haya dejado su huella […] el intérieur obliga al que lo habita a aceptar un nú- mero altísimo de costumbres, costumbres que, desde luego, se ajustan más al interior en el que vive que a él mismo. Walter Benjamin, 1933.1 El habitar moderno Ciertamente ésos no eran ni el espacio ni el habitar modernos. La casa que describe Walter Benjamin era el libro de memorias de sus habitantes, su inventario vital, la acumulación de objetos que atan al individuo a su propio habitar: huellas y series de huellas que señalaban lo inmutable de la vida clásica. Pero si lo moderno es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente –como decía Charles Baudelaire–, sería moderno justamente lo que no sobrevive a su tiempo, por identificarse precisamente con cada época. El indivi- duo moderno reside, por tanto, en el continuo devenir. Pero nos resistimos a ser modernos; ésta es la tragedia que tan bien describía el crítico Hermann Bahr a finales del siglo xix: «Lo moderno existe sólo en nuestro deseo, y afuera está en todos la- dos, fuera de nosotros. No está en nuestro espíritu. Esto es el tor- mento y la desdicha del siglo […]: la vida ha abandonado al espí- ritu.»2 Mientras que la vida está en continua transformación, el ‘espíritu’ se ha quedado inmóvil y aislado en el pasado. Así pues, habrá que asomarse afuera, liberarse de la tiranía de las viejas ideas y hacer entrar la verdad de la modernidad en su triple figu- ración: cuerpo, sentimientos y pensamiento. Y esto no resulta nada fácil. En realidad, en las tesis que defendían la modernidad se esta- ba planteando el debate central de finales del siglo xix: la dicoto- mía cultura-civilización en el seno de la metrópolis, a la que so- brevuela –como veremos– cierto pesimismo cultural donde no acaban de estar claras las distancias entre el conservadurismo y lo revolucionario. Ferdinand Tönnies, Oswald Spengler o Georg Simmel analizaron aquella dicotomía que afectaba al habitar de La pregunta por el habitar moderno 1. Walter Benjamin, “Ex- periencia y pobreza” (1933) y “Habitando sin huellas” (“Sombras breves”, 1933), en Discursos interrumpidos I (Madrid: Taurus, 1973), pági - nas 171 y 153. 2. Hermann Bahr, “Die Moderne” (1890); para este trabajo se ha usado la versión italiana: “Il moderno”, en Francesco Dal Co, Abitare nel moderno (Roma y Bari: Laterza, 1982), páginas 159- 162. Capítulo II La arquitectura doméstica inglesa Hermann Muthesius fue uno de los impulsores del Deutsche Werk- bund. Antes de eso había sido comisionado por el gobierno de Pru- sia como agregado de su embajada en Londres para realizar un in- forme acerca de las características de la arquitectura doméstica realizada en Inglaterra (lo que no era más que uno de los efectos de la anglofilia imperial). El resultado de aquel estudio se publicó en Berlín entre 1904 y 1905 como Das englische Haus, ‘la casa inglesa’. Para ello, Muthesius no necesitó analizar toda la arqui- tectura doméstica, sino, precisamente, aquella en la que se des- plegaban las características de domesticidad de lo privado que a él le interesaban como arquitecto. En su libro, por tanto, Muthe- sius sólo se ocupa de dos tipos fundamentales. En primer lugar, describe la country house, la residencia permanente de «el inglés [que] va a la ciudad con el único propósito de hacer negocios. Por la tarde se apresura a volver al corazón de su familia, [pues] en In- glaterra no se ‘vive’ en la ciudad, simplemente se está allí.»1 La casa es así el lugar de su independencia, refugio ante las incle- mencias del clima británico, una pieza más del paisaje a disfrutar. Y en segundo lugar, Muthesius analiza la casa urbana, y destaca la terrace house como tipo que acondiciona en su eje vertical toda la organización funcional doméstica de la era victoriana. La vida en la casa privada, en contacto directo con la naturale- za, aparece en el texto de Muthesius como el objetivo y el logro de esta arquitectura. E incluso en la ciudad, la casa aislada será siempre preferible al edificio en altura. Además, «sólo así es posi- ble el arte», dado que «la cultura artística sólo puede partir del individuo y el individuo sólo puede ejercitar su sentido artístico dando forma a su entorno inmediato, sus salones y su casa.»2 La casa privada es así el lugar de aprendizaje de una cultura y un modo de ser que para Muthesius caracterizan lo inglés, esto es, «independencia, buenas maneras y rectitud moral», inseparables de los hábitos domésticos adquiridos en la infancia. Ciertamente, vivir en el campo comporta sacrificios –a los que Muthesius tam- bién se refiere–, el más importante de los cuales es la lejanía y el aislamiento con respecto a la propia cultura urbana. En cualquier caso, la mejora de los medios de transporte y la riqueza «de una tarde en familia» salvarían todas las dificultades. Un ‘problema de arquitectura’ en el siglo XIX 1. Hermann Muthesius, Das englische Haus (3 volú- menes; Berlín: Wasmuth, 1904-1911); versión inglesa consultada: The English house, edición de Denis Sharp (Nueva York: Rizzoli, 1979), página 7. 2. Ibídem, página 9. Capítulo III Taylorismo y arquitectura Uno de los planteamientos fundamentales para conseguir vivien- das racionales y económicas vendría de la mano del taylorismo. Hay que recordar que ya a principios del siglo xx el taylorismo era un método científico de organización del trabajo que utiliza- ba parámetros de eficacia y rendimiento. Frederick W. Taylor ha- bía propuesto a finales del siglo anterior racionalizarla organiza- ción interna de las fábricas e introducir niveles salariales en función del rendimiento, todo ello para optimizar la relación costes / gas- tos, mejorar los salarios y aumentar los beneficios. Por su parte, Henry Ford introdujo además la cadena de montaje y la normali- zación de las piezas en la fabricación del automóvil; y así, bajan- do los precios, se conseguiría un mayor mercado y la populariza- ción de los productos. Todo ello, por cierto, como alternativa científica a la lucha de clases, pues, al menos en teoría, una vez eli- minada la miseria no se trataría ya de repartir las plusvalías, sino de incrementarlas. Estas ideas, definidoras de la ‘segunda revolu- ción industrial’, entraron en Europa después de la I Guerra Mun- dial y resultaron fundamentales, sobre todo en Francia, para la re- organización de la industria de la construcción y la revisión de la arquitectura doméstica con vistas a hacerla más accesible. En el artículo “Casas en serie”, publicado en el número 13 (oc- tubre de 1921) de la revista L’Esprit Nouveau, Le Corbusier se re- fiere al taylorismo aplicado directamente a la construcción de vi- viendas, y explica que de ese modo la utilización de piezas en serie y la industrialización de la obra podrían dar lugar a fragmentos de ciudad regulares con calles ortogonales, donde la casa se con- vertiría en un instrumento del proceso: Si se arrancan del corazón y del espíritu los conceptos inmóviles de la casa y se enfoca el problema desde un punto de vista crítico y objetivo, se llegará a la casa-herramienta, a la casa en serie accesible a todos, sana, incomparablemente más sana que la antigua (moralmente también) y bella, con la estética de las herramientas de trabajo que acompañan nuestra existencia.1 En ese momento parecía claro que los referentes de la revolu- ción arquitectónica estaban en la nueva industria, por lo que se Tareas de la nueva arquitectura residencial 1. Versión española en Elia Espinosa, L’Esprit Nou- veau (México: Unam, 1986), páginas 264-265. “Casas en serie” es uno de los capítulos de Le Corbusier, Vers une ar- chitecture (París: Éditions Crès, 1923); versión españo- la: Hacia una arquitectura (Buenos Aires: Poseidón, 1964), páginas 193-195. Capítulo IV 96 la casa en la arquitectura moderna Una llamada de atención acerca de la funcionalidad estricta Parecía que la arquitectura moderna era capaz de enfrentarse a cualquier problema doméstico a partir del análisis de las funcio- nes que habían de satisfacerse, pero sus propios protagonistas en algún momento realizarían una llamada de atención a la excesiva funcionalidad. Así, por ejemplo, en un informe sobre la arquitec- tura soviética escrito por Bruno Taut en 1929 –durante su estan- cia en Moscú–, hay un discurso interesante acerca de los objeti- vos de la nueva arquitectura, pero también una advertencia sobre sus límites. El texto señala la importancia de haber eliminado el carácter decorativo de la arquitectura, pero las consecuencias no parecen tan claras, pues la racionalidad y la funcionalidad pueden convertirse en sus enemigos. Para evitarlo, la funcionalidad no de- bería ser un utilitarismo trivial ni un simple ahorro, ni la racio- nalidad debería limitarse a resolver un programa, como podría su- ceder cuando el arquitecto imaginaba arbitrariamente al ‘nuevo’ inquilino de la casa obrera. Sin embargo, la funcionalidad, entendida en el sentido de que todo el edificio, en la totalidad de sus partes, en todos sus espacios e incluso en su aspecto externo, esté lleno de vitalidad, carezca de contradicciones y proporcione también a la arquitectura nuevos impulsos, la renueva como arte y como estética. […] Lo mismo se comprueba con respecto a la racionalidad. Sus resultados, desde un punto de vista positivo, son idénticos a los arriba expuestos.32 Rechazar la funcionalidad entendida como un ‘utilitarismo tri- vial’ supone un paso más en la definición de los límites de la ar- quitectura funcionalista, algo que, por su parte, Adolf Behne ha- bía tenido en cuenta años antes en su crítica a un funcionalismo deshumanizado e incluso antifuncionalista. Este último se produ- ce en el momento en que un funcionalismo estricto puede resultar contraproducente al modificarse las condiciones originales que die- ron lugar a un alojamiento concreto. Está más claro aún en la dis- tinción que realiza Behne entre la actitud funcionalista y la racio- nalista, de modo que si la primera se queda exclusivamente con la finalidad, la segunda piensa en la duración del edificio y, por tanto, en la posibilidad de cambios futuros que necesitan de cier- tos márgenes de libertad: «Si el funcionalista busca la mayor ade- cuación posible a la finalidad más especializada posible, el racio- nalista busca la mayor conformidad a distintas situaciones. El primero quiere para cada situación concreta lo más absolutamente ajustado, lo único; el segundo quiere lo más ajustado posible a las necesidades generales, la norma.»33 Justamente la introducción del discurrir del tiempo pondría en crisis la adopción de este fun- cionalismo a ultranza. 32. Fechado el 2 de no- viembre de 1929; versión es- pañola en El Lissitzky, 1929, La reconstrucción de la ar- quitectura en Rusia y otros escritos (Barcelona, Gustavo Gili, 1970), página 154. 33. Adolf Behne, Der mo- derne Zweckbau (Múnich: Drei Masken Verlag, 1926); versión española: 1923, la construcción funcional mo- derna (Barcelona: Ediciones del Serbal, 1994), página 72. La planta libre Durante la segunda década del siglo xx se desarrollaron una serie de estrategias arquitectónicas para enfrentarse a la revolución mo- derna en las maneras de habitar. Las investigaciones funcionales, espaciales y formales –acompañadas siempre por el aparato cons- tructivo que proponían las nuevas técnicas y los nuevos materia- les– dieron lugar a una enorme casuística tipológica de la que la planta libre es, quizá, la solución más característica. Ese principio se identificaba plenamente con las posibilidades técnicas que permitían los nuevos materiales, desde el momento en que era posible separar los problemas del sostén estructural, por un lado, y las exigencias de compartimentación, por otro. La planta libre es la que configura una de las maneras más simples de resolver la nueva vivienda: la casa Dom-ino (1914-1915),1 de Charles-Édouard Jeanneret (más conocido con el seudónimo de Le Corbusier a partir de 1920). Se trataba de una construcción elemental, resuelta con la ayuda técnica de Max du Bois y paten- tada un año más tarde, con la que se pretendía resolver con rapi- dez la reconstrucción en Europa después de la devastación pro- ducida durante los primeros meses de la Gran Guerra. La idea consiste en un armazón rígido de hormigón armado, formado por seis soportes separados de las líneas de fachada y apoyados sobre dados de nivelación, y tres losas rectangulares sin vigas de cuel- gue (figura 5.1). La altura libre entre las losas vendría fijada por las puertas y los montantes prefabricados interiores, y luego se modularían a partir de ahí todos los elementos constructivos. La escalera discurre por uno de los lados menores del paralelepípedo y puede ser tanto la de una casa resuelta en dos plantas como la común a dos casas en un bloque en línea, lo que permitiría la se- riación e industrialización del conjunto. La virtud de esta propuesta es que ya no estamos ante una re- consideración funcional más, resuelta desde el clásico discurso dis- tributivo, sino ante el enunciado de la ‘planta libre’ –entendida casi como el marco de una de sus pinturas puristas– sobre la que más tarde se propondrá el llenado, la racionalización del equipa- miento y las distribuciones, o lo comedido de las superficies acor- des al mobiliario. Esto significaba teóricamente volver a empezar, olvidar toda la tradición distributiva doméstica asentada en la ar- Tipos y mecanismos de referencia 1. Dom-ino parece ser el acrónimo de domus e inno- vation, y también la imagen de una ficha del juego ho- mónimo si miramosla plan- ta con las seis huellas de la es- tructura sustentante, capaz además de yuxtaponerse con otras iguales de múltiples ma- neras, como en el propio do - minó. Capítulo V quitectura burguesa del siglo xix. Pero el sistema Dom-ino era más bien un medio y no tanto un fin, dado que la estructura se re- llenaba luego con albañilería y técnicas tradicionales, como más tarde se vería en el prototipo de la Maison du Tonkin, en las ca- sas experimentales en Lège (Arcachon) o en la ‘ciudad jardín ho- rizontal’ de Pessac (Burdeos), construidas todas para Henri Frugès entre 1924 y 1926, ya con la colaboración de su primo Pierre Jean- neret. La caja funcional A la vez que Le Corbusier enunciaba el principio de que «la casa es una máquina de habitar», elaboraba con Pierre Jeanneret entre los años 1920 y 1922 los prototipos de la casa Citrohan (llama- da así por aspirar quizás a ser fabricadas en serie, como el auto- móvil Citroën). Deberíamos ver estas propuestas como la mate- rialización arquitectónica de otro modelo constructivo (la boîte, la ‘caja’) que sería la base de las viviendas agrupadas en bloques (los immeubles-villas) de su ‘Ciudad contemporánea’ de 1922. Las casas Citrohan son viviendas resueltas en tres niveles –ele- vadas sobre pilotis en uno de los prototipos–, que estructuran su distribución vertical según un grado de privacidad creciente (fi- gura 5.2). La planta baja (o planta ‘social’), tiene una sala de es- 98 la casa en la arquitectura moderna 5.1. Le Corbusier, casa Dom-ino, 1914-1915: el esqueleto estándar (arriba), plantas de dos tipos de casas (izquierda) y ejemplo de un conjunto (abajo). tar en doble altura que ocupa la mitad de la superficie, cerrada en su fachada más estrecha por una gran cristalera donde se abre el acceso; la otra mitad se ocupa con el comedor, la cocina y el dor- mitorio de servicios con aseo y acceso independiente. En la pri- mera planta hay una suite privada con su boudoir abierto espa- cialmente a la sala –lo que define el también llamado ‘tipo dúplex’–, a la que se sube por una escalera de caracol desplegada en la do- ble altura. En la última planta hay dos dormitorios de invitados con aseos y una terraza gracias a la cual «se recupera el espacio libre perdido» por la huella de la casa. Los muros laterales, los más largos, son ciegos («de piedra, de ladrillo, o de aglomera- dos…») y de carga, una solución estructural ciertamente más pri- mitiva que la casa Dom-ino. Junto a uno de esos muros discurre la escalera, de un solo tiro y dos tramos, que en la primera pro- puesta era independiente de la casa, pues estaba situada en el ex- terior para conducir directamente a las estancias de la azotea, mien- tras que en las demás versiones queda incorporada en el volumen general y separada de las estancias por medio de una hilera de so- portes. El modelo resultante de esta operación es la ‘casa caja’, que con sus dos fachadas ciegas anuncia la posibilidad de adosarse a otras para conformar un bloque lineal. Le Corbusier y Pierre Jeanneret consiguieron construir el tipo Citrohan en uno de los dos edificios que levantaron en la colonia Weissenhof de Stuttgart, que analizaremos más adelante. Así le explicaban Le Corbusier y Pierre Jeanneret a la señora Meyer, en octubre de 1925, la casa que le estaban proyectando: Hemos soñado hacer para usted una casa que fuera lisa y simple como un cofre de bellas proporciones y que no se viese perturbada por los múltiples incidentes que crean un pintoresquismo artificial e ilusorio, que no causan buen efecto bajo la luz y que contribuyen a aumentar el tumulto de los alrededores. Nos oponemos a la moda que reina en este país y tipos y mecanismos de referencia 99 5.2. Le Corbusier y Pierre Jeanneret, casa Citrohan: abajo, plantas de la versión de 1920; a la derecha, perspectiva interior de la versión de 1922. en el extranjero de casas complicadas y llenas de tropiezos. Creemos que la unidad tiene más fuerza que las partes. Y no crea usted que la lisura sea efecto de la pereza; por el contrario, es el resultado de planes largamente madurados. Lo simple no es fácil…2 100 la casa en la arquitectura moderna 5.3. Le Corbusier y Pierre Jeanneret, casa Meyer, 1925, dibujos y textos. 2. Willy Boesiger y Hans Girsberger (edición), Le Cor- busier 1910-65 (Zúrich: Ver- lag für Architektur / Artemis, 1967); versión española: Bar- celona: Gustavo Gili, 1971, página 47. tipos y mecanismos de referencia 101 Acompañado de una serie de dibujos en los que, a modo de un story board fílmico, se recorre la casa proyectada (figura 5.3), el texto no deja lugar a dudas acerca de la cualidad de la caja para, en su claridad volumétrica, albergar cualquier actividad. Éstas se formalizan, ahora sí, mediante paralelepípedos, cilindros, etcéte- ra, figuras que se intersecan o se perforan en la composición de sus diversos niveles. «Hemos procurado» –siguen escribiendo los arquitectos– «que las vísceras estén dentro, alineadas, clasificadas, y que solamente se viera una masa limpia.» La destrucción de la caja A la vez que Le Corbusier desarrollaba su casa Dom-ino, Frank Lloyd Wright, al otro lado del Atlántico, proponía la destrucción de la caja. En un artículo publicado en la revista Architectural Record en mayo de 1914, y a partir de los mismos principios téc- nicos que el arquitecto suizo (es decir, la sustitución de muros de carga por pilares o machones de hormigón armado, así como los forjados de losas con voladizo), se refiere a su Unity Temple (Oak Park, Illinois, 1906) como un ejemplo en el que se ha llegado a en- tender por fin que su realidad está no en el exterior, sino en el es- pacio interior, liberado por medio de lo que Wright llamaba una «arquitectura orgánica». Se trata de un espacio no tabicado que se vuelca al exterior a la vez que «vemos el exterior entrar en él»; hay voladizos, continuidad espacial, esquinas que desaparecen, un espacio que se libera: se asiste así a «un cambio desde la caja a la planta libre y a la nueva realidad del espacio en lugar de la mate- ria».3 Las prairie houses (‘casas de la pradera’) –que tienen su origen en los prototipos publicados en 1900 y 1901 en la revista Ladies’ Home Journal– ya contemplaban el espacio libre como un meca- nismo de orden que, según Wright, liberaba de la confusión rei- nante por entonces en la arquitectura doméstica, lo que permitía «ofrecer la menor resistencia a un modo de vida sencillo en rela- ción con el alto ideal de la familia así reunida».4 Esto se aprecia en las casas publicadas en la edición Wasmuth (Berlín, 1910),5 de enorme influencia para la arquitectura centroeuropea posterior, donde el espacio será definitivamente el principio definidor de la nueva arquitectura. Sin embargo, ni la planta libre ni la caja a que se refiere Wright tienen que ver exactamente con las que hemos descrito anteriormente. La destrucción de la caja se refiere al modo en que cada espacio delimitado puede perder sus esquinas para, en el interior, interpenetrarse con otros espacios o, en el exterior, favorecer las aperturas; además, podemos encontrar varios nive- les en el suelo y diferentes alturas en el techo; y todo ello a partir de una estricta resolución funcional. Dice Wright en su Autobio- grafía que, frente a las organizaciones domésticas de cajas junto 3. Frank Lloyd Wright, “The destruction of the box”, Architectural Record, mayo 1914, recogido en An Ameri - can architecture (edición de Edgar Kaufmann; Nueva York: Horizon Press, 1955), páginas 75-77. Como dijo Wright en 1931, «el muro se fue a reunir con la desapare- cida cueva»; en An American architecture, página 218. 4. Frank Lloyd Wright, “A home in a prairie town” (1901), incluido en Frank Lloyd Wright collected writ- ings, volumen 1 (edición de Bruce Brooks Pfeiffer; Nueva York: Rizzoli), página 74. 5. Ausgeführte Bauten und Entwürfe von Frank Lloyd Wright (Berlín: Ernst Wasmuth, 1910). a cajas, cada una con una función específica, y con un envoltorio externo, la destrucción de la caja se ejecuta de otramanera: [...] definí toda la planta baja como un solo espacio; separando la cocina como un laboratorio, y poniendo los dormitorios y las habitaciones del servicio próximos a la cocina –aunque algo separados–, en la planta baja. Luego, dividí en varias zonas la gran habitación que se utiliza para fines domésticos como comer, leer y recibir visitas. […] La casa se volvió más libre como espacio y también más habitable.6 A Wright le gustaba citar su casa en Taliesin como ejemplo de esa arquitectura orgánica con la que identificaba esa libertad de la que haría profesión la vida moderna con la libre expresión ar- quitectónica (figura 5.4). La casa –que podemos visitar hoy en su tercera versión, levantada «allá donde se acumulan las cenizas de Taliesin I y de Taliesin II» en Spring Green, Wisconsin– se inició en 1925 y continuó transformándose hasta la muerte de Wright en 1959. Elaborada según el principio aditivo –por el que se do- taba a cada función de su espacio y volumetría adecuados–, tiene un salón en el que aparece la epifanía de la ruptura de la caja: en él los muros se deshacen y se convierten en pantallas que permi- ten al mundo exterior penetrar en la casa, toda vez que su perdi- da misión protectora de las inclemencias había dado paso a otras soluciones tecnológicas de control ambiental. Soportes y losas La planta libre es también el principio estructural de tres ‘casas modernas’ de Ludwig Mies van der Rohe, construidas entre fina- les de los años 1920 y principios de los 1930: el Pabellón de Ale- 5.4. Frank Lloyd Wright, Taliesin East, 1925, planta. 102 la casa en la arquitectura moderna 6. Frank Lloyd Wright, Autobiography (Londres y Nueva York: Longman’s Green & Co., 1932; edicio- nes revisadas en 1938 y 1943); versión española: Au- tobiografía (Madrid: El Cro- quis Editorial, 1998), página 179. mania en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, de- molido en 1930; la planta noble de la casa Tugendhat, en Brno, 1928-1930, cuyas obras se iniciaron al mes siguiente de inaugu- rado el Pabellón; y la casa de la Exposición de la Edificación en Berlín de 1931; sobre todas ellas volveremos en más de una oca- sión. En los tres casos, unos pilares de acero regularmente colo- cados soportan losas de hormigón armado y viguería de acero em- bebida en su espesor, lo que pone de manifiesto que es la estructura la que hace posible la planta libre. Entre los planos horizontales del suelo y el techo se distribuyen las estancias, definidas por pa- ramentos de albañilería, piedras nobles, vidrio, madera o ‘cajas de luz’, que no coinciden nunca con los soportes ni cierran total- mente el espacio (salvo los que encierran dependencias de servi- cio); a veces, como en Barcelona o Berlín, estos paramentos se pro- longan más allá del perímetro de la casa, algo que tiene un claro antecedente en la ‘casa de campo en ladrillo’, dibujada por Mies en 1924. El Pabellón de Barcelona es realmente una casa, la casa mo- derna: límites difusos, horizontalidad virtual y anulación (más bien, disimulo) de toda vertical, planos reflectantes, confrontación entre interior y exterior, no lugar, niquelados, collage de materia- les, escenario y espectáculo (figura 5.5). Una casa, sí, pero no para ser habitada; más bien un espacio para pensar, en su vacío, acer- ca del habitar moderno. Tanto en ésta como en las otras dos ca- sas, el vidrio diluye los límites entre el interior y el exterior, con lo que desaparece el sentido de intimidad de la arquitectura do- méstica tradicional, que ahora queda reservado para los dormi- torios, como en las suites de la planta alta de la casa de Brno, don- de la estructura, por imposición de los Tugendhat, está embebida tipos y mecanismos de referencia 103 5.5. Ludwig Mies van der Rohe, Pabellón de Barcelona, 1928-1929, vista del interior. en los muros (figura 5.6).7 El espacio fluye y acaba por extender- se más allá de la casa, otra vez fuera, cuando algunos de los pa- ramentos de límite –dos paneles de vidrio del muro sur de la casa Tugendhat (frente al muro de ónice y frente a la concavidad de madera chapada en ébano), o el cierre del comedor en la casa ber- linesa (figura 5.7)– se escamoteen bajo el nivel del pavimento. El espacio en doble altura Decía Le Corbusier acerca del bistrot Legendre, situado frente al estudio de Amédée Ozenfant, donde solía comer: 104 la casa en la arquitectura moderna 5.6. Mies, casa Tugendhat, Brno, 1928- 1930, vista del espacio principal. 5.7. Mies, casa de la Exposición de la Edificación, Berlín, 1931, vista del salón con el comedor al fondo. 7. Los Tugendhat temían «toparse con los pilares», y Mies accedió a ocultarlos, pe- ro, al contrario, amenazó con dejar el proyecto si las puer- tas no iban –como había pro- yectado– de suelo a techo. Véa se Grete Tugendhat, “On the construction of the Tu- gendhat House”, en Daniela Hammer-Tugendhat y Wolf Tegethoff, Ludwig Mies van der Rohe: the Tugendhat house (Viena y Nueva York: Springer, 2000), páginas 5-8. Teníamos el hábito de comer en un pequeño restaurante de conductores en el centro de París; estaba la barra (el zinc) y la cocina al fondo; una entreplanta cortaba la altura del lugar en dos; la gran ventana se abría sobre la calle. Un buen día nos dimos cuenta de esto y vimos que se hacía evidente cierto paradigma, es decir, una disposición arquitectónica que podía ser adaptada a la organización de una casa.8 Quizá nadie haya explotado tan bien como Le Corbusier y Pier- re Jeanneret el espacio en doble altura en su arquitectura domés- tica entendido como paradigma de la casa moderna, al menos des- de las casas Citrohan que ya hemos visto. Se trataba de romper con la tradicional casa de dos plantas, con sus ambientes encajo- nados entre los forjados paralelos, e introducir un espacio del que disfrutaban ambos niveles, lo que ponía en relación espacial acti- vidades desarrolladas en una y otra planta y mostraba la cualidad tridimensional del espacio moderno. No se trata, evidentemente, de una invención de estos arqui- tectos. La idea ya estaba en la llamada ‘habitación del humo’ me- dieval y en buena parte de la arquitectura rural europea, así como en la tradición del hall a lo largo de toda su historia como espa- cio de distribución y entrelazamiento distributivo de la casa bur- guesa, cuya apoteosis hemos visto en la arquitectura doméstica in- glesa del siglo xix. De lo que se trataba entonces era de dotar a la casa más económica de esas mismas cualidades espaciales. La casa Cook (Boulogne-sur-Seine, 1925-1926) es un buen re- sumen de todos los temas desarrollados por el atelier de Le Cor- busier durante la primera mitad de la década, incluida la definiti- va materialización de los ‘cinco puntos de una arquitectura nueva’, tal como llegarían a enunciarse finalmente en 1927. La casa Cook tiene cuatro alturas, con una planta casi cuadrada entre media- neras, dotada de una escalera interior ligeramente separada de la fachada trasera para permitir la circulación a su alrededor. Asu- miendo una distribución racional en altura que ocupa una planta dividida en cuatro partes iguales, el nivel inferior queda libre y da forma a la doble circulación del automóvil y del peatón a ambos lados de la convexidad del vestíbulo. En la primera planta están los dormitorios, separados por tabiques ondulantes que recogen las diversas geometrías y funciones de la compartimentación has- ta conectar con las carpinterías de la fachada. La segunda plan- ta –donde hay mejores vistas hacia el Bois de Boulogne– incluye la sala de estar –que tiene doble orientación y doble altura–, el co- medor y la cocina; por último, una escalera de un tramo lleva a la tercera planta, con un volumen para la biblioteca que ocupa la mitad de su superficie al otro lado de la sala y se abre a ella, para salir luego a la terraza exterior. El balcón volado situado en la cu- bierta, bajo la marquesina de remate, y el muro convexo coloca- tipos y mecanismos de referencia 105 8. O. Storonov y Willy Boesiger (edición), Le Cor- busieret Pierre Jeanneret: Ihr Gesamtwerk von 1910 bis 1929 (Zúrich: Girsberger, 1929), luego reeditado como Oeuvre com plète, vol. I : 1910-29 (1937). do entre las ventanas en el interior del segundo nivel del salón construyen en el espacio una sensibilidad purista. Como vemos, en esta casa la doble altura ha subido hasta las últimas plantas, y se ha invertido radicalmente la organización vertical según el gradiente de privacidad característico hasta en- tonces en la vivienda burguesa (figura 5.8). La elevación de la casa, la terraza plana, la fachada liberada (volada con respecto a la lí- nea del soporte), la fenêtre en longueur (que debe buscar solucio- nes de compromiso en el encuentro con los tabiques) o la planta libre punteada por los soportes y atravesada por la caja de esca- leras: todo ello da forma definitiva a los citados ‘cinco puntos’.9 El ‘Raumplan’ En uno de sus artículos más conocidos (el dedicado al que fue su ebanista durante treinta años, Josef Veillich), Adolf Loos habla de una casa que no pudo exponer en la colonia del Werkbund en Stuttgart: la Weissenhof. Allí se refiere a «la distribución de habi- taciones de estancia en el espacio y no un plano, piso tras piso, como ocurría hasta ahora.» Y continúa Loos, ahora en una nota al pie: Pues aquí está la gran revolución en la arquitectura: ¡la solución de la proyección horizontal en el espacio! Antes de Emmanuel Kant, la gente no podía pensar en el espacio, y los arquitectos estaban obligados a poner el lavabo en el mismo plano que la sala. Sólo con la división por la mitad pueden conseguirse espacios más bajos. Igual que, algún día, le será 5.8. Le Corbusier y Pierre Jeanneret, casa Cook, Boulogne-sur- Seine, 1925-1926, plantas y espacio a doble altura. 9. Los ‘cinco puntos’ fue- ron los canónicos, hubo uno más: ‘la supresión de la cor- nisa’, que sólo apareció cita- do en “Où en est l’architec- ture?”, un artículo publicado por Le Corbusier en el nú- mero de otoño-invierno de 1927 de L’Architecture Vi- vante; versión española: “¿Dónde está la arquitectu- ra?”, en Alfred Roth, Dos ca- sas de Le Corbusier y Pierre Jeanneret (Murcia: Coaat, 1997), páginas 13-23. 106 la casa en la arquitectura moderna posible a la humanidad jugar al ajedrez cúbico, también los arquitectos podrán pronto resolver la planta en el espacio.10 Esa ‘planta en el espacio’ se conocería desde entonces con el tér- mino alemán Raumplan, según la definición propuesta por Hein- rich Kulka, uno de los alumnos y colaboradores de Loos. Este tipo de composición espacial se inició probablemente en la disposición de las primeras plantas para uso comercial de la llamada Loos- haus en la Michaelerplatz de Viena (1909). Mediante el método analítico del Raumplan, Loos estableció una anatomía funcional de la casa que asignaba a cada grupo de actividades espacialmen- te compatibles –lo que llamamos ‘función’– un espacio dimensio- nado tanto en planta como en sección según su finalidad; tampo- co se olvidaba, en cualquier caso, la comodidad de cada habitación, lo que incluía el mobiliario –en buena parte tradicional y sobrio– y el sentido acogedor de la casa. Como vemos en la casa Rufer (1922; figura 5.9), en Viena, la composición compacta y en altura se enrosca acompañando a las distintas directrices de los tramos de escalera en una dinámica de múltiples niveles que consigue suplir las estructuras tradicionales de estancias delimitadas y comunicadas por pasillos por esta otra. 5.9. Adolf Loos, casa Rufer, Viena, 1922, alzados, plantas y vista del interior. 10. Adolf Loos, “Josef Vei - llich”, Frankfurter Zeitung, 21 de marzo de 1929; versión española en Escritos II: 1910- 1932 (Madrid: El Croquis Editorial, 1993), página 266. tipos y mecanismos de referencia 107 Así se consigue una evidente fluidez espacial, además de confiar en las vistas cruzadas que van construyendo el Raumplan a la vez que acompañan al recorrido por la casa. En realidad, estamos ante un complejo espacial de gran eficacia expresiva que ha abando- nado la composición que primaba hasta entonces –con la facha- da casi como preocupación exclusiva– por otro procedimiento que va de la fijación de las secciones verticales a la definición posterior de los paramentos exteriores. La exposición de la solución aban- dona la clásica distribución en superficie para ser sustituida por la distribución en el espacio, con la maqueta como instrumento práctico de proyecto. En casi todas las casas construidas por Loos en los años 1920 hay una intensa relación entre el interior y el exterior, hasta el pun- to de que este último no muestra fachadas representativas ni un discurso estilístico, sino que simplemente suceden acordes a la dis- tribución interior, algo bien patente ya desde los alzados dibuja- dos de esta casa Rufer. Los huecos tienen la dimensión y la posi- ción que dictan los usos interiores, sin composición aparente ni recurso alguno a los principios tradicionales de los lenguajes de la cultura arquitectónica. Por tanto, podría decirse que Loos está negando la fachada como problema, algo que recalca con el ana- cronismo de la cornisa y el fragmento de un falso friso clásico col- gado donde no corresponde. Y quizás esto sea también el resul- tado del rechazo a la ciudad existente, algo que ya estaba en la tradición de combatir la alienación de la metrópolis por parte de los grupos de ‘anti-street’ cottages de la ciudad jardín, iniciada a principios del siglo xx por Raymond Unwin. Pero el Raumplan no era patrimonio exclusivo de Loos. Hay otro arquitecto austriaco que proyectó una interesante versión de ese mecanismo, que combina el recorrido interior, la apertura ver- tical del espacio y la distribución funcional: se trata de Josef Frank y la síntesis espacial de su villa Beer (Viena, 1928-1930), realiza- da en colaboración con Oskar Wlach. A diferencia de los volú- menes compactos de Loos, en este caso el edificio se desarrolla en una planta alargada paralela a la calle y conformada por dos cru- jías (figura 5.10). El acceso se encuentra bajo un cuerpo apoyado en dos delgados soportes cilíndricos, en el que destaca la compo- sición de un óculo y otra ventana alargada que se abren a sendos espacios íntimos de la planta superior. El vestíbulo conduce, a la derecha, al conjunto de servicios y, de frente, a la Halle (‘salón’), que tiene doble altura y asoma en el alzado trasero a través de una bay-window, un mirador desde el que es posible entender cómo la distribución doméstica gira a su alrededor. Desde aquí se abre el gran comedor, directamente relacionado con la cocina, y arranca una escalera en forma de L que regresa a la fachada y lleva a una primera meseta, a 1,35 metros de altura, que comunica por un alto hueco con la sala de estar –casi cerra- 108 la casa en la arquitectura moderna da en fachada, pero acristalada hacia la terraza y el gran jardín posterior– y continúa hasta un distribuidor donde se abren la bi- blioteca y una sala de té –cuyos huecos habíamos visto al acceder a la casa–, además de la sala de música volcada sobre la Halle y apoyada en un soporte cilíndrico. En esta planta están también las habitaciones del servicio, situadas sobre la cocina. Una segun- da escalera de servicio perfora todo el volumen desde el sótano al ático. Otro tramo recto de escalera que acaba en helicoide –tam- bién visible desde el espacio en doble altura– conduce al distri- buidor de dormitorios y espacios íntimos enlazados según un mo- delo ciertamente urbano de espacios cerrados, abiertos y calles que el propio Frank explicaría un año más tarde en “Das Haus als Weg und Platz” (‘La casa como camino y plaza’). tipos y mecanismos de referencia 109 5.10. Josef Frank, villa Beer, Viena, 1928-1930, plantas, sección y vista del interior. 110 la casa en la arquitectura moderna Página siguiente: 5.11. Le Corbusier y Pierre Jeanneret, casa La Roche - Jeanneret, Auteuil (París), 1923- 1925: plantas y vista del vestíbulo de entrada. La ‘promenade architecturale’ Aunque se trata de un principiono exclusivo de la arquitectura residencial, Le Corbusier llamaba así al paseo que el visitante de sus edificios debía recorrer para alcanzar todas sus piezas. Se tra- ta sin duda del entendimiento del espacio arquitectónico como algo dotado de una por entonces llamada ‘cuarta dimensión’ que exige recorrer dicho espacio para ser aprehendida. Es también el deseo de elevar la arquitectura doméstica al rango de espectácu- lo, al que sólo unos pocos elegidos podrían asistir. La casa que Le Corbusier y Pierre Jeanneret proyectaron en 1923 para el doctor Raoul La Roche en Auteuil, París, es un mo- delo muy elaborado de este mecanismo de construcción espacial (figura 5.11). La casa está situada al fondo de la Square Docteur Blanche y forma unidad con la vivienda de Albert Jeanneret, el hermano músico de Le Corbusier. El camino a lo largo de sus fa- chadas queda rematado por un volumen perpendicular al princi- pal, elevado sobre pilotis y de cerramiento convexo. El conjunto queda encerrado entre el cuerpo volado de la casa Jeanneret (la primera que se encuentra) y un pequeño balcón que remata la cur- vatura de la casa La Roche. Esta línea curva convexa no acoge, sino que dispersa; a la vez, la columna central cilíndrica anula toda axialidad y, por tanto, la posibilidad de un acceso centrado al fi- nal del callejón; todo ello dirige los pasos hacia el acceso de la casa La Roche, situado a la derecha del recorrido: una puerta maciza de acero bajo una enorme cristalera. Al atravesar el umbral entramos en un espacio ¡de triple altu- ra!: apoteosis de modernidad. Desde ahí, girando la mirada, va- mos viendo una escalera y el pequeño balcón que la remata (y que, a su vez, se hace eco del balcón exterior), la galería elevada sobre el acceso que hemos atravesado y une las dos mitades de la casa, y los huecos que se abren al ámbito íntimo de la casa, junto a una segunda escalera, más privada. Así es como Le Corbusier descri- bía la experiencia de la promenade architecturale en el interior de esta casa: «Entramos; a continuación, el espectáculo arquitectó- nico se presenta ante nuestros ojos; seguimos un itinerario, las perspectivas se de sarrollan con gran variedad; se juega con el flu- jo de luz que ilumina las paredes o crea las penumbras. Los hue- cos abren las perspectivas al exterior, donde se vuelve a encontrar la unidad arquitectónica.»11 La primera escalera conduce al cuerpo de la galería de arte si- tuada en la primera planta, en doble altura, tras la superficie con- vexa de la fachada: un espacio necesario para albergar la colec- ción de pintura del propietario. Tendremos que recorrer totalmente este espacio para retornar luego por una rampa que acompaña la curvatura de la fachada hasta llegar a la planta superior, donde el visitante se asoma al espacio recorrido, para continuar hasta una 11. Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Oeuvre complète, vol. I: 1910-29, página 60. tipos y mecanismos de referencia 111 112 la casa en la arquitectura moderna biblioteca que ocupa el espacio situado sobre la escalera y se abre al vestíbulo de acceso. Al otro lado de este vestíbulo, la parte pri- vada de la casa, comunicada con la pública por medio de la gale- ría, tiene sus estancias dispuestas en vertical, según el orden dis- tributivo de la villa tradicional: cocina en la planta baja, office (con montaplatos) y comedor en la primera, y dormitorio en la se- gunda. Es interesante observar que en la casa Jeanneret (adosada a la medianera), al contrario que en la disposición anterior, se produ- ce una inversión de esa pirámide de privacidad que hemos citado para otras casas del atelier de Le Corbusier, de modo que en este caso el final del trayecto tiene lugar en los espacios más públicos de relación, por lo que hay que atravesar el nivel de los dormito- rios para llegar a la terraza ajardinada superior. Pasemos a otro tema favorito de Le Corbusier: la rampa. La rampa permite una transición gradual entre niveles, a los que el ojo se va adaptando cómodamente, no como en la escalera don- de las perspectivas van cambiando rápidamente y a saltos. La ram- pa no interrumpe la seriación de imágenes con que se va constru- yendo el relato espacial, como en el traveling cinematográfico. El modelo de promenade que a Le Corbusier le gustaba citar era, por supuesto, la villa Saboya (1929-1931), en Poissy, a las afueras de París. Aunque la casa estaba todavía en construcción y no era aún visitable, leemos ya su recorrido en el libro Précisions: Del interior del vestíbulo arranca una rampa suave que nos conduce, casi sin darnos cuenta, al primer piso, en donde transcurre la vida de los habitantes: la recepción, los dormitorios, etcétera. Tomando vista y luz del contorno regular de la caja, las diferentes habitaciones van a juntarse, radiando, a un jardín suspendido […]. Del jardín suspendido, la rampa, que ahora es ya exterior, conduce al tejado, al solárium. Éste, por otra parte, está conectado, por medio de tres tramos de una escalera de caracol, a la bodega, socavada en la tierra por debajo de los pilotis. Esta escalera de caracol, órgano vertical puro, se inserta libremente en la composición horizontal. […] La circulación procura unas impresiones arquitectónicas de una diversidad que desconcierta a todo visitante extraño a las libertades arquitectónicas aportadas por las técnicas modernas.12 La casa es de un carácter clásico sólo aparente, pues, frente a la disposición regular de los pilotis exteriores, los pilares interio- res aparecen allí donde la organización funcional lo permite. Tam- poco hay ejes posibles ni esquemas distributivos formalmente equi- librados. Pero la casa sí que es un manual acerca de la circulación 12. Le Corbusier, Precisio - nes, página 158. y la ocupación libre de la caja moderna (figura 5.12). La organi- zación bipartita, con el conjunto de salón y cocina a un lado y los dormitorios al otro lado de los desembarques de la rampa y la es- calera; las dos circulaciones, hacia la suite de la señora Savoye y hacia los otros dos dormitorios; la adopción del modelo de la casa con patio, abrazado éste por el largo salón, el volumen del bou- doir y la terraza cubierta; y la ventana corrida, ahora sin carpin- tería: todas ellas son soluciones que remiten a estructuras ya co- nocidas. Pero el modo de hacerlo, mediante la supresión de los límites horizontales y verticales a la mirada, sí que es revolucio- nario. La estructura binuclear Muchas propuestas derivadas de un estricto análisis funcional aca- baban siendo formalizadas directamente, mediante mecanismos de distribución que recogían casi de un modo literal las conclu- siones de tal análisis. Pero, ciertamente, la separación entre espa- cios de día y espacios de noche no es nueva. Desde que dispuso de dimensiones suficientes para ello, la tradición doméstica occi- dental ha buscado siempre esa diferenciación. Desde el Renaci- miento europeo, en los palacetes y casas burguesas esto se ha re- alizado ocupando plantas diferentes (más cerca del acceso en planta baja las que albergaban usos predominantemente públicos y más alejadas los dormitorios). Cuando esto sucede en una sola plan- ta –como en algunas de las distribuciones de la arquitectura deci- monónica inglesa que vimos en el capítulo iv– la situación central de los espacios colectivos suele dejar a un lado de la composición general el programa de los dormitorios y al otro la distribución de los servicios. La simplificación distributiva moderna no olvidó este tipo de composición. tipos y mecanismos de referencia 113 5.12. Le Corbusier y Pierre Jeanneret, villa Saboya, Poissy, 1929, plantas y vista del salón. Veamos uno de los tipos más conocidos de Frank Lloyd Wright para sus ‘casas usonianas’: el llamado polliwog plan. Se trata de una planta en forma de L o T que acoge en el diedro un espacio de patio o jardín abierto. Fueron las casas Lusk (1936) y Rosen- baum (1939; figura 5.13) las que consolidaron el tipo. Una vez de- jado el automóvil bajo un cobertizo, el acceso a las
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