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México, D.F., 2008 Praxis como modo de ser del hombre. La concepción aristotélica de la acción racional La actual presencia de Aristóteles como teórico de la acción racional y la racionalidad práctica Desde hace ya unas cuatro décadas, Aristóteles ha reaparecido, con uerza renovada, co mo uno de los principales autores de la tradición filosófica a los que las actuales concep ciones en el campo correspondiente a la teoría de la acción y, de modo más general, a la teoría de la racionalidad práctica han concedido, de uno u otro modo, el estatuto de in terlocutores privilegiados. Esto vale para concepciones surgidas tanto en el ámbito de la adición filosófica centroeuropea -llamada, a veces, "continental -, como también en el ámbito de la filosofía analítica anglosajona. En el caso de la tradición filosófica centroeuropea, se puede mencionar, ante todo, el amplio movimiento de la así llamada "rehabilitación de la filosofía práctica" (Reha bilitierung er praktischen Philosophie) , que se originó a partir de comienzos de los años esenta, para hacer eclosión a comienzos de 1 970, en Alemania, y que desde allí exten dió rápidamente su influencia hacia el entorno centroeuropeo, sobre todo, en dirección de Italia. Allí entroncó, además, con toda una tradición viva y pujante de pensamiento aristotélico, deudora de la neoescolástica y de la investigación especializada de Aristó reles muchas veces vinculada, directa o indirectamente, con ella1 . A esto hay que añadir cambién la fuerte presencia de Aristóteles, sobre todo del Aristóteles práctico, en la her menéutica, tanto alemana como francesa. Basta mencionar aquí los nombres de H.-G. Gadamer y . Ricoeur. En su origen más remoto, esta presencia de Aristóteles en el mis mo seno del pensamiento hermenéutico centroeuropeo no puede explicarse adecua damente sin hacer referencia al papel singular y decisivo que j ugó la filosofía práctica aristotélica en la fase más temprana de ormación del pensamiento de M. Heidegger, ensador cuya influencia sobre las figuras más representativas del pensamiento herme 53 Alejandro G. Vigo Filosofía de la acción néucico contemporáneo no necesita ser enatizada. Por otra parte, hay que señalar que también en el ámbito del pensamiento anglosajón de matriz no principalmente analíti ca tuvo lugar, desde comienzos de los años ochenta, un amplio y vigoroso movimiento de rehabilitación de posiciones de inspiración aristotélica, a veces en conexión directa con la recepción de motivos del pensamiento hermenéutico centroeuropeo, pero, de mo do más general, sobre todo, como resultado de la crítica interna de las concepciones in dividualistas de iliación liberal, dominantes en el terreno del pensamiento ético y po lítico. Tal es el caso de lo ocurrido, especialmente, en el marco de lo que se dio en llamar el pensamiento comunitarista, cuyo aporte más signiicativo, en l'que concierne al inten to de reactualizar la concepción ético-política de Aristóteles y de la tradición tomista vinculada con ella, está asociado, como se sabe, al nombre de A. Mclntyre. Algo análogo puede decirse de la recepción del Aristóteles práctico en el ámbito de la ilosofía analítica. l margen de su constante presencia en el ámbito del pensamiento ético y político, Aristóteles aparece aquí, sobre todo, como interlocutor preferido de al gunas de las concepciones más influyentes en el ámbito de la teoría de la acción, y ello, en no pocas ocasiones, en estrecha asociación con los impulsos de pensamiento que pro ceden de L. Wittgenstein, cuya figura juega respecto de esta tradición de pensamiento un papel inspirador comparable, en algunos aspectos al que le corresponde a Heidegger en el pensamiento hermenéutico centroeuropeo No es necesario ni posible entrar aquí en una exposición detallada de los múltiples aspectos que dan cuenta de la presencia pro tagónica del pensamiento de Aristóteles en muchos de los autores más connotados den tro del ámbito de la ilosofía analítica de la acción. Pero, por señalar tan sólo algunos de los ejemplos más representativos, baste indicar que es bien conocido el importante papel que ha cumplido la recepción de la teoría aristotélica de la racionalidad práctica y el silo gismo práctico en el tratamiento de la acción intencional así como de la irracionalidad interna y la incontinencia llevado a cabo por autores como G. E. M. Anscombe, G. H . von Wright, D. Davidson y A. Kenny, entre otros. Por cierto, la investigación especializada del pensamiento aristotélico de las últimas décadas no ha sido, en modo alguno, impermeable a las influencias provenientes del con texto filosófico general en el que ella misma está inserta. Por el contrario, también en este ámbito se ha veriicado, sobre todo, a partir de comienzos de los años ochenta, un notorio aumento del interés por lo que Aristóteles tiene para decirnos a la hora de in tentar explicar la estructura de la acción y de la racionalidad que la orienta, sin restrin gir la consideración, como solía ser frecuentemente el caso en épocas precedentes, a los aspectos más directamente vinculados con la posición que Aristóteles elabora en el pla no de la ética normativa y la ilosofía política. Puede decirse incluso, sin exagerar demasia do las cosas, que las cuestiones vinculadas con la producción y la estructura de la acción racional así como con las condiciones que dan cuenta de su carácter voluntario o inten cional y de los correspondientes requerimientos epistémicos, de la posibilidad de impu tación, del origen y el alcance de la responsabilidad, etc., comenzaron, en esos años, a atraer por sí mismos el interés de los especialistas, de un modo poco menos que inédito hasta entonces. De hecho, puede decirse que tras la publicación, a comienzos del siglo XX, 54 Praxis como modo de ser del hombre del clásico libro de R. Loening, una obra todavía hoy de gran utilidad, que aborda de modo sistemático la concepción aristotélica de la responsabilidad y la imputabilidad (Loening, 1 903) hubo que esperar hasta comienzos de 1 980, para ver producirse una serie de esfuerzos comparables por esclarecer los aspectos más específicos de la concep ción aristotélica de la acción racional, sin desconectarlos de los aspectos más estrecha mente vinculados con la ética normativa, pero, a la vez, sin subsumirlos simplemente bajo ellos. Entre muchos otros, que abordan, desde diferentes ángulos, tópicos centrales de la concepción aristotélica, puede citarse, como representativos de un enfoque centra do los aspectos más especíicos correspondientes a la teoría de la acción racional y la racio nalidad que la orienta, el libro de A. Kenny sobre la concepción aristotélica de la volun tariedad y el razonamiento práctico (Kenny, 1 979); el de R. Sorabji sobre la concepción aristotélica de la imputabilidad, en conexión con el debate acerca del determinismo (Sorabj i, 1 980; cf esp. parte V: "Neccesiry and blame ), y posteriormente también los trabajos de S. Sauvé Meyer, centrados a la reconstrucción de la concepción aristotélica de la acción voluntaria y la responsabilidad moral (Sauvé Meyer, 1 993 y 2006). La apari ción en 1 984 del importante libro de D. Charles, una obra que sobresale por su rigor sistemático y su penetración filosófica, constituye el primero y, hasta donde sé, todavía el único intento de abordaje integra de la concepción aristotélica de la acción, en los tér minos propios de las teorías contemporáneas de orientación analítica (Charles, 1 984). Bajo la inf uencia de la poderosa reconstrucción ofrecida por Charles, pero con un en oque independiente y, en aspectos importantes, incluso divergente, en virtud de su ca rácter más marcadamente histórico-filológico, C. Nata i ha publicado recientemente un olumen que contiene una serie de lúcidos ensayos dedicados al mismo tema (Natali , 2004). Especial atención ha recibido en este contexto la concepción aristotélica de la acción incontinente, como ejemploparadigmático de acción internamente irracional, tal como Aristóteles la desarrolla en el l ibro VII de EN (véanse, p. ej . , Dahl, 1 984; Spitzley, 1 992: cap. 2; Price, 1 995: cap. 3 y 2006) . Si a esto se pretendiera añadir siquiera una selección de los trabajos que discuten aspecros vinculados más específicamente con la concepción aristotélica de la racionalidad práctica, tal como ésta queda desarrollada en el marco de lo que puede llamarse la teoría de la "prudencia" o "sabiduría práctic' phrónesis), desde el famoso escrito de . Aubenque, aparecido originalmente en 1 963 cf Aubenque, 1 986) , hasta trabajos mucho más recientes de autores tales como C. D. C. Reeve (c. Reeve, 1992) o R. Elm (c. Elm, 1 996), entre otros, entonces la lista des bordaría todo marco razonable para el apartado introductorio de un trabajo como el que aquí se presenta. Baste, pues, con lo dicho, a los efectos de mostrar hasta qué punto el Aristóteles teó rico de la acción racional y la racionalidad práctica puede verse, con toda probabilidad, como uno de los más vivos y más presentes en el debate filosófico contemporáneo, di cho esto sin perjuicio del debido reconocimiento que debe darse a la presencia de Aris tóteles en otros ámbitos de discusión, tan importantes como el de la ontología, la lógi ca, la filosofía de la mente y, en cierto modo, incluso la biología2. 55 Filosofía de la acción El enoque general de la interpretación aquí ofrecida Si la concepción de la acción racional y la racionalidad práctica elaborada por Aristóteles ha podido adquirir una presencia tan destacada en el debate contemporáneo ello se de be también al hecho de que, en virtud de su riqueza y amplitud, ha manifestado la ca pacidad de prestar sustento a una multiplicidad de diferentes intentos de interpretación y asimilación, que responden, en muchos casos, a motivaciones y orientaciones filosóficas fuertemente divergentes e incluso opuestas. Por mi parte, en una monografía publicada en 1 996 (cf Vigo, 1996 así como en una serie de trabajos escritos entre 1997 y 2003, que aparecen compilados ahora en un volumen de estudios aristotélicos (cf Vigo, 2006: véase esp. caps. IX-XII ), he presen tado una interpretación de conjunto de la concepción aristotélica de la acción racional y la racionalidad práctica, que, en su orientación general, diiere fuertemente de muchos de los enfoques más habituales, sin que esto impida, por cierto, la existencia de una im portante cantidad de coincidencias en diversos puntos, centrales y de detalle. La dife rencia de orientación general a la que me refiero tiene que ver, fundamentalmente, con la puesta en cuestión de una presuposición metódica implícita en la gran mayoría de los abordajes practicados por intérpretes tanto de la tradición analítica anglosajona como de la tradición centroeuropea, a saber: aquella en virtud de la cual, a la hora de intentar esclarecer el modo en que Aristóteles se representa el ámbito de la praxis, se busca el pun to de partida, undamentalmente, en conceptos y estructuras procedentes de los trata dos sobre ilosofía natural y metafísica. Y se procede de este modo, con bastante fre cuencia, como si uera evidente por sí mismo que es en esos escritos donde hay que buscar el repertorio conceptual básico para esclarecer la estructura del mundo de la praxis, el cual aparecería, así, como un caso más de aplicación de la ontología sustancialista y de la teoría del movimiento que Aristóteles elabora en el marco de sus principales obras de filosofía teórica. Ahora bien, sin negar que Aristóteles concibe el mundo de la praxis humana como enmarcado en el entorno más amplio provisto por la naturaleza y el cosmos en su con junto, hay, a mi entender, muy buenas razones para sostener que en su filosofía práctica se abstiene, sin embargo, de toda transposición meramente mecánica al ámbito de la pra xis del aparato conceptual que él mismo pone en juego en el desarrollo de la ontología de la sustancia y en su examen del movimiento natural. Por el contrario, tiendo a pen sar que el modo más productivo de entender la concepción aristotélica de la praxis, y el que más j usticia hace a la orientación general de los textos, consiste, más bien, en parti r de la suposición inversa, e intentar, por tanto, poner de relieve la especiicidad de los instrumentos conceptuales a los que ristóteles apela, a la hora de dar cuenta, en su irre ductible peculiaridad, de las estructuras fundamentales praxis y del ámbito dentro del cual ésta puede desplegarse como tal. En la monografía de 1 996 antes citada intenté po ner a prueba esta premisa metodológica básica, tomando como hilo conductor el con traste entre lo que puede denominarse la concepción física y la concepción estrictamen te práctica de la temporalidad, tal como ésta puede reconstruirse a partir de los elementos Praxis como modo de ser del hombre contenidos en el modelo teórico que Aristóteles desarrolla en sus escritos éticos, espe cialmente en EN. Las ventajas de este modo de abordaje son, principalmente, de dos ti pos, a saber: por una parte, permite poner en el centro de la atención una cantidad de aspectos estructurales que en las interpretaciones más habituales o bien no son relevados como tales, o bien quedan relegados a las márgenes; por otra, y como reverso de lo an terior, permite comprender mejor por qué razones algunos de los temas o tópicos que resultan centrales en muchos de los tratamientos más característicos de la teoría de la ac ción contemporánea no juegan un papel central en el marco de la concepción aristoté lica, al menos, no en la misma forma en que lo hacen en las concepciones actuales. Por último, en el contraste entre ambos tipos de abordaje va involucrado también un pro blema metódico de gran importancia, que se conecta con lo que puede caracterizarse como la oposición entre un enfoque elementarizante, que da lugar a una suerte de ontología de estratos, por un lado, y, por el otro, un enfoque de orientación más marca damente holística y fenomenológica, que insiste en la necesidad de partir de una totali dad fenoménica que viene dada, como tal, de antemano, y que no puede reobtenerse a partir del mero añadido de elementos alcanzados analíticamente, por vía de reducción abstractiva5. En lo que sigue, y a modo de complemento de lo realizado en la monografía de 1 996, ofreceré el bosquejo de una interpretación del tipo sugerido arriba, tomando esta vez co mo hilo conductor la noción aristotélica de prxis. Albergo la esperanza de que, al cabo de la presentación de dicha interpretación, quede también algo más claro el genuino al cance del contraste entre los dos modos de abordaje que acabo de distinguir. La noción aristotélica de prixis A) El sentido del término "praxis" Uno de los problemas que se presentan de inmediato, cuando se intenta precisar el alcance de lo que sería la concepción aristotélica de la acción racional, se vincula con la regunta de si Aristóteles tiene realmente el concepto de algo así como lo que nosotros enominamos una o la "acción". Aquí hay varias dificultades conectadas. La primera tie ne que ver con el sentido de la propia palabra "ac:ión", y sus equivalentes en lenguas odernas como el castellano, el rancés, el italiano y el inglés. En efecto, se trata aquí de término que puede utilizarse con un significado lo suficientemente amplio como pa poder ser aplicado tanto en contextos vinculados con el obrar propiamente humano, omo también en contextos vinculados con movimientos causados de modo puramen mecánico. Así, en castellano, por ejemplo, podemos y solemos decir habitualmente tales como "la puerta se abre por medio de la acción de un dispositivo hidráulico" o bien "la acción del agua horada la piedra , aun cuando, en un sentido más estricto, no _ pueda decir que un dispositivo mecánico o el agua realmente "actúan", pues no son, mo tales, verdaderos agentes, es decir, genuinos sujetos de "acción'',en el sentido más 57 Filosofía de la acción estrecho del término. A diferencia de esto, el sustantivo griego prxis así como el verbo prattein , del cual el primero deriva, no parecen poder ser aplicados con la misma ampli tud, pues, al menos, en sus usos más habituales en el lenguaje pre-filosófico, quedan res tringidos al ámbito del obrar propiamente humano, en sus diferentes posibles formas. Como se verá, Aristóteles procede incluso a excluir, de modo expreso, del ámbito de la genuina prxis a los movimientos y actos de los que son capaces los animales y los niños, mientras que en castellano y lenguas modernas afines como las mencionadas no sería na da extraño decir que también ellos "actúan", ni resultaría chocante decir que producen determinadas "acciones"4. Se podría alegar que esca dificultad no sería demasiado grave, pues bastaría con res tringir el uso de los términos castellanos "acción" y "actuar" al ámbito del obrar especí ficamente humano, para obtener una adecuada traducción de los términos griegos a par tir de los cuales se orienta Aristóteles, en su abordaje de las estructuras de dicho obrar. Sin embargo, aunque efectivamente tal recurso provee una solución parcial al problema, esta misma solución tiende a encubrir un aspecto vinculado con la neta divergencia en las connotaciones de los términos griegos y sus supuestos equivalentes modernos, que, desde el punto de vista sistemático, posee consecuencias importantes. En efecto, al me nos en nuestro uso actual, los términos "acción" y "actuar" poseen un significado cal, que parece hacer recaer el énfasis, predominantemente, sobre el aspecto de eicacia, vincula do con la producción efectiva de un cierto efecto o resultado, sea éste buscado o no co mo tal. Por su parte, y en alguna medida ya desde los usos más antiguos atestiguados, el verbo griego prdttein parece enatizar, más bien, el aspecto de acabamiento o cumplimiento , que se vincula con el hecho de que la "acción" consiste, como tal, en un cierto evar a término, en un llevar a cabo, que resulta deinido, como tal, por referencia a una cierta meta, a un objetivo, en el cual la "acción" misma tiene o alcanza su cumplimiento5. Esta diferencia de acentuación permite comprender por qué, a partir de su propia signiica ción nuclear en el empleo propio del lenguaje habitual, el verbo prdttein y, con ello, tam bién el sustantivo verbal prxis estaban, de alguna manera, cortados a la medida, por así decir, para poder ser aplicados, de modo especializado y restringido, en contextos vincu lados especíicamente con la acción intencional y el obrar propiamente humano: en dicha aplicación, ambos términos dejan aflorar de modo expreso la connotación de direccionalidad y orientación teleoógica, que subyace, de modo más bien latente, ya en algunos de sus empleos más importantes en el lenguaje habitual, incluso en épocas muy tempranas. Con esto se conecta inmediatamente también una diferencia claramente ob servable con el uso del término "acción" en los lenguajes modernos: mientras que éste no prejuzga todavía acerca de si se está en presencia o no de genuina referencia a objeti vos ni de intencionalidad, la noción griega de praxis remite, en cambio, desde un co mienzo, a contextos en los cuales la presuposición prima acie es, precisamente, la de que se está en presencia de un obrar que, como el especíicamente humano, se caracteriza no sólo por su orientación teleológica, sino, además, por su carácter intrínsecamente in tencional. Pero si esto es así, hay buenas razones para pensar que la orientación a partir de la noción de prxis sugiere, por sí sola, un camino para la elucidación ilosóica que Praxis como modo de ser del hombre no transita por el intento de deslindar el ámbito delimitado por ella partiendo de un ám bito más abarcador, que vendría dado por una noción más general de acción, no vincu lada de modo específico a la esfera del obrar humano. Y, de hecho, aunque lo compara frecuentemente, desde diferentes puntos de vista, con otros dominios fenoménicos, Aristó teles no aborda temáticamente el ámbito propio de la praxis sobre la base de un previo deslinde respecto del ámbito de lo que serían "acciones" en sentido amplio, ni tampoco respecto del ámbito propio de los movimientos y procesos naturales6. Más bien, adop ta, de hecho, una perspectiva, por así decir, inmanente, centrada en el ámbito de la pro pia praxis, al que considera como siempre ya dado de antemano, y, en cierta forma, como siempre ya comprendido en su peculiar constitución, y ello, mucho antes de toda rele xión ilosóica, ya en el acceso que a él tiene todo agente de praxis . Una segunda diicultad, que se relaciona, de modo aún más estrecho, con el empleo específico del término que hace Aristóteles , concierne a la diferencia entre lo que podría llamarse el uso singular y el uso colectivo-totalizador del término praxis. El primero es el que remite a lo que nosotros denominaríamos las "acciones" particulares, y, precisa mente por tratarse de un uso que singulariza, es también el que está presente en los em pleos del término prxis en el plural (praxeis) (c. p. ej . EN 1 1 , 1 094a5; I I I 1 , 1 1 1 Ob6; VII I 9, 1 1 5 1 a l 6, etc.) , así como en los empleos en singular dotados de valor distributi vo (p. ej . pdsa praxis) (c. p. ej. 1 1 , 1 094al, 1 2) . Por su parte, el uso colectivo-totalizador - ue debe entenderse, de hecho, como un caso de singuare tantum- alude a lo que pue de llamarse el dominio o el ámbito de la praxis como tal , es decir, el dominio o el ámbi to que corresponde a los que nosotros llamaríamos, en general, el "obrar humano". Así, por citar sólo un par de ejemplos, valiéndose de este tipo de uso del término, Aristóteles señala, por caso, que las bestias no participan de la prxis (c. VI 2, l 1 39a20) , y opone el ámbito de la prxis, como tal, al de la producción (poíesis), por tratarse de dos ámbitos genéricamente diferentes (cf VI 4, l 1 40a2-6). nte la constatación de esta duplicidad de empleos, se podría suponer que el sentido estrictamente aristotélico del término habría que buscarlo, más bien, en el uso singular, que remite a las "acciones" particulares. Esta suposición podría parecer reorzada, además, por la orientación general que presenta el pensamiento aristotélico en el ámbito de la teoría ontológica y la teoría del movimien to natural. Así, por ejemplo, en su empleo estrictamente ilosófico del término "natura leza" phjsis), un término básico en su vocabulario técnico, Aristóteles se orienta central mente a partir del significado singular de carácter distributivo que el término posee, allí onde se alude a la naturaleza e algo, y no a partir del significado colectivo que remite la naturaleza en su conjunto, signiicado que es , sin embargo, muy usual en la lengua tidiana, y que el propio Aristóteles conoce y emplea en ocasiones7. Sin embargo, hay muy buenas razones para sostener que en el caso de la noción aristotélica de prxis la si ción es, en cierto sentido, la inversa. En efecto, en este caso es el significado colecti :o-totalizador el que posee la preeminencia, al menos, en la medida en que Aristóteles Ume que sólo los agentes de praxis, esto es, sólo quienes participan del ámbito de la xis, están en condiciones de producir genuinas "acciones" prxeis), y no meros "movi · entos"8. 59 harek Nota rápida Con la expresión latina singularia tantum se denomina la particularidad morfológica de algunos sustantivos que solamente poseen número gramatical singular o poseen una forma plural que apenas se usa. Filosofía de la acción B) Praxis y proaíre i Ahora bien, si lo anterior es cierto, se sigue que, para poder precisar las condiciones que debe satisfacer lo que Aristóteles considera que es una genuina "acción", se debe partir de una previa consideración de las condiciones que supone la posibilidad de par ticipar del ámbito de la prixis, en general, o, dicho de otro modo, de lascondiciones que supone poder alcanzar el estatuto de un genuino agente de prixis. El enfoque debe pro ceder, pues, a partir de la precisión de lo que podría denominare las condiciones "in ternas o "subjetivas" de la genuina prixis, y no de la precisión de las condiciones "exte riores" u "objetivas" que dan cuenta del aspecto de expresión y exteriorización que trae normalmente consigo la producción de acciones particulares. Y ello por la sencilla razón de que lo constitutivo de toda genuina prixis no puede jamás capturarse de un modo puramente exterior, que no haga referencia a los estados disposicionales del agente, y que no presuponga, de modo directo o indirecto, la referencia a lo que, como experiencia de la propia prixis, se abre de modo origina110 e irreductible en la perspectiva propia de la pnmera persona. Un punto de partida adecuado para la consideración de tales condiciones "internas" de la genuina prxis viene dado por la noción aristotélica de proaíresis. El término, cuyo uso está escasamente atestiguado antes del empleo aristotélico, adquiere en Aristóteles un significado técnico bastante preciso, y suele traducirse, en atención al valor de los ele mentos que lo componen pro "anees [que ), y haíresis "acción de elegir", de hairéo "to mar" y, en voz media, "elegir", "escoger"), por "elección preferencial", aunque hay ra zones de tipo sistemático que, a mi juicio, hacen preferible la traducción por "decisión deliberada". En efecto, Aristóteles concibe la proaíresis como un deseo deliberativamen te mediado (órexis bouleutiké) (cf EN I I I 5, l l 13a l 0; VI 2, l 1 39a23, 31) o, de modo más preciso, como el tipo de pro-actitud que surge como resultado del proceso de deli beración, allí donde éste concluye exitosamente. En cal sentido, Aristóteles explica que el "objeto" de la deliberación (boúleusis) y el de la proaíresis son, en rigor, uno y el mis mo, aunque se diferencian por la respectiva modalidad de posición: en cuanto "objeto" de la proáiresis (to proairetón) , aquello sobre lo cual se delibera aparece como ya deter m inado (aphorisménon de) (cf I I I 5, l l 1 3a2-5), vale decir, como cosa ya decidida. Aho ra bien, si se atiende al empleo concreto de la noción en los textos aristotélicos, se ad vierte enseguida la presencia de una duplicidad de empleos que, en cierto sentido, guarda correspondencia con la que presenta también el empleo del término prixis. En efecto, también en el caso del término proaíresis se puede distinguir entre un uso singular-dis tributivo, que remite a las decisiones deliberadas particulares, referidas a acciones par ticulares que apuntan a fines u objetivos particulares (cf p. ej . I I I 2, l l 10b3 l; VII 9, l l 50b30; VII 1 O, 1 1 51 a29-33, etc.), por un lado, y un uso colectivo-totalizador, que remite, más bien, al tipo peculiar de elección que apunta a aquellos fines de mediano y largo plazo que delinean una cierta representación total de la vida buena para el agente de prxis del caso, por el otro (véanse Anscombe, 1 965: 1 43 y s.; Vigo, 1 996: 274 y s . ) . Y también en este caso se observa una clara prevalencia del uso colectivo, en la medida 60 Práxis como modo de ser del hombre en que es éste el que apunta a las condiciones básicas que hacen posible la existencia de genuinas decisiones deliberadas, también en el plano correspondiente a las acciones par ticulares y los objetivos de acción particulares, los cuales, a su vez, traducen o deberían traducir en concreto dicha opción f ndamental por un determinado modo de vida, al menos, allí donde el agente de praxis obra o pretende obrar de un modo internamente racional. Lo que está en juego en el empleo aristotélico de la noción de proaíresis, al menos cuando ésta es tomada en su sentido más estricto, no es tanto la referencia a decisiones o elecciones vinculadas con cursos particulares de acción, sino, más bien, la referencia a lo que se podría denominar una suerte de decisión u opción andamental por un deter minado modo de vida: a esto se refiere Aristóteles allí donde habla de la capacidad de vi vir según la propia proaíresis (c. p. ej . EE I 2, 1 2 1 4b6 y s . : ton dynámenon zén kata ten hautou proaíresin)9• Ahora bien, y éste es un punto undamental dentro de la concepción aristotélica, sólo quien es capaz de optar deliberadamente por un cierto modo de vida, no importa ahora cuál sea éste, está en condiciones de producir también genuinas deci siones deliberadas respecto de cursos prticulares de acción, y ello porque sólo quien obra o puede obrar con arreglo a una cierta representación global de la propia vida puede ser considerado como un genuino agente de prxis. A juicio de Aristóteles, el ámbito de la genuina praxis se extiende, pues, tanto como el de la proaíresis, ya que es en la posesión de esta capacidad donde reside el rasgo distintivo de los genuinos agentes de prxis: la proaíresis es el principio (arché) de la praxs (cf ENVI 2, l l 39a3 l ), y puede decirse inclu so que, en su carácter de agente de prxis, un ser humano (ánthropos) se identifica, como cal, con dicho principio, en su peculiar carácter de intelecto desiderativo (orektikos nous) o, lo que es lo mismo, de deseo intelectivamente mediado (órexs dianoetiké) (cf l l 39b4 y s.). Sobre esta base se comprende también la razón por la cual Aristóteles asume que la mera capacidad de producir movimientos voluntarios no debe ser conf ndida, como tal, con la capacidad de actuar, en el sentido estricto del término, y sostiene, consiguientemen te, que los niños y ciertos animales, aunque son capaces de producir movimientos vo luntarios, no actúan, sin embargo, ni son agentes de praxis, ya que tampoco poseen pro aíresis (c. ENIII 4, l l l l b8-9; EE II 1 0, 1 225b l 9-27), y ello justamente en la medida en que no son capaces de obrar sobre la base de una cierta representación global de la propia vida. No todo lo que cuenta o puede contar como voluntario es, pues, resultado de intervención de la proaíresis, mientras que, viceversa, todo lo que es resultado de in tervención de la proaíresis cuenta, al menos prima acie -es decir, de no mediar circuns tancias excepcionales que afecten decisivamente la imputabilidad del acto, tales como, por ejemplo, ignorancia invencible respecto de las circunstancias particulares de la ac ción (c. ENIII 2, l l 1 0b l 8- l l l l a2 1 ) como voluntario (c. III 4, l l l l b6-8; V 1 0, l 135b8 l l ) . En la interpretación de la concepción aristotélica de la acción no siempre s e ha re conocido debidamente el papel decisivo que Aristóteles concede a la capacidad de obrar sobre la base de una cierta representación global de la propia vida, allí donde se trata de dar cuenta de las condiciones internas que posibilitan la praxis. Parte de la explicación 61 Filosofía de la acción de esta circunstancia tiene que ver, sin duda, también con el hecho de que, a la hora de explicar el modo en el que tiene lugar la producción de los movimientos animales y la acción humana, Aristóteles apela a un mismo modelo explicativo, a saber: el provisto por la estructura formal del as llamado "silogismo práctico". Éste presenta la producción del movimiento o la acción, que ocupa el lugar de la conclusión, como resultado de la con vergencia de un factor desiderativo (v. . deseos de diferente tipo) y un factor cognitivo (v. . percepción, imaginación o bien intelecto) (c. MA 6, 700b 1 7-23), que quedan repre sentados, respectivamente, en la premisa mayor y la premisa menor del silogismo práctico10• Sin embargo, la apelación a un mismo modelo explicativo no nivela las importantes di ferencias existentes entre el movimiento animal y la acción humana. Y Aristóteles inten ta hacer justicia a tales diferencias estableciendo una clara distinción entre las ormas de deseo y las formas de conocimiento intervinientes en uno y otro caso. En el caso de la acción humana, el factor desiderativo (órexis) involucrado en su producción no seredu ce a los deseos apetitivos inmediatos (epithymía) , sino que comprende también toda una gama de deseos vinculados con las diferentes posibles reacciones emocionales ante las situaciones de acción (thymós) y, además, todo el ámbito de los deseos de origen pro piamente racional (boúlesis) . Del mismo modo, en el caso de la acción humana, el factor cognitivo involucrado en su producción no queda restringido al ámbito de la mera per cepción sensible, la memoria y la imaginación, sino que comprende también diferentes tipos de procesos intelectivos. Ms concretamente, se trata aqu de la intervención del que ristóteles llama el "intelecto práctico" (noús praktikós) , que es aquel que delibera o cal cula con vistas a la consecución de un fin (ho héneká tou logizómenos) (cf. DA III 1 O 433al 4; véase también 433a l 8: diánoia praktiké) . Las facultades intelectuales y delibe rativas propias de los agentes racionales son justamente aquellas que permiten la averi guación de los medios más adecuados para hacer la posible obtención de los fines a los que apuntan sus diferentes deseos (cf. ENIII 5, l 122al 8-l l 13a2) . Puesto que en el caso de los agentes racionales se da la presencia de deseos de dife rente tipo y origen, en particular de deseos de origen racional que apuntan a fines de me diano y largo plazo, la averiguación de los medios conducentes a la obtención de dichos fines y la compatibilización de su persecución con la obtención de otros fines diferentes plantean exigencias completamente diferentes que en el caso de aquellos comportamien tos y movimientos dirigidos a la satisfaccir; le deseos apetitivos inmediatos, que son los únicos que poseen los animales. A través de sus deseos racionales referidos a ines de mediano y largo plazo los agentes humanos están siempre ya lanzados más allá de toda situación particular de acción, en dirección de un horizonte futuro de posibilidades, a partir del cual deben intentar apropiarse significativamente de la situación presente en cada caso. Esta peculiar apertura al horizonte del tiempo y, en particular, al horizonte del futuro resulta, a juicio de Aristóteles, esencial para la estructura de la racionalidad práctica como tal. Su función queda expresada de un modo peculiarmente nítido a tra vés del fenómeno del conlicto motivacional o conflicto de deseos, que sólo puede dar se como tal en el caso de los agentes racionales, precisamente por poseer éstos un tipo especial de conciencia del tiempo (c. DA III 1 0, 433b6-7: aísthesis chrónou), en la cual Praxis como modo de ser del hombre el acceso al horizonte uturo de sus propias posibilidades juega un papel decisivo. Aris tóteles explica el punto por medio de un ejemplo sencillo. En el caso de los agentes ra cionales puede ocurrir que surjan deseos opuestos, concretamente, allí donde el princi pio racional (ho ógo s) y los deseos apetitivos (hai epithymíai) se oponen (cf. 433b5-6). Así, ocurre un conf icto de deseos, por ejemplo, cuando, por un lado, el intelecto (noús) ordena, bajo consideración de las consecuencias aturas (día to mélon), renunciar a de terminadas sensaciones placenteras inmediatas, mientras que, por otro lado, los deseos apetitivos, que quedan como cales fijados al presente inmediato (dia to ), reclaman la acción opuesta (cf. 433b7-8) . En tal sentido, este cipo de conflicto de deseos pone de manifiesto la peculiar apertura al horizonte de uturo que posibilitan las capacidades in telectuales y racionales, en la medida en que dan origen a determinadas ormas de deseo y las orientan intencionalmente. Sobre la base de tal mediación racional, los agentes hu manos están en condiciones de proyectarse más allá de la situación de acción presente en cada caso, de distanciarse de lo dado inmediatamente y de considerarlo así desde la perspectiva que abre la referencia a una representación de la propia vida como un todo. Por medio del intelecto práctico y los deseos racionales se abre a los agentes humanos la posibilidad de acceder a un horizonte de fines o bienes, que no quedan referidos mera mente a la situación particular de acción con la que se ven conrontados en cada caso, sino que remiten, más allá del presente concreto, hacia una representación de conjunto de la propia vida, considerada como una cierra totalidad de sentido11• Si los agentes hu manos, en cambio, sólo ueran capaces de deseos apetitivos, como ocurre con los anima les, entonces el acceso a tales fines o bienes les estaría bloqueado. Y bajo cales condiciones, que implican la supresión de la perspectiva de uturo (dia to me horán to méllon) , todo lo que se les apareciera como ahora bueno o placentero, como explica Aristóteles, se les aparecería como bueno o placentero sin más (c. DA III 1 0, 433b8- 1 0) . La capacidad, aparentemente negativa, de renunciar a bienes o placeres inmediatos es, en realidad, expresión de la referencia positiva al propio horizonte de futuro, que caracteriza a los agentes racionales, en la medida en que en cada contexto particular de acción ponen de algún modo en juego su propio ser, como un codo12. C) La estructura teleológica de la acción. La felicidad y el postulado mínimo de racionalidad práctica La capacidad de obrar sobre la base de una cierta representación global de la propia vida, distintiva de los agentes de prxis, se conecta, de modo inmediato, con la unción que Aristóteles concede a la representación de la felicidad en su concepción de la acción racional. Los agentes de praxis se caracterizan por poseer deseos de diferentes tipos, en e los cuales se cuentan los deseos de origen y orientación racional, referidos a fines de mediano y largo plazo. En virtud de sus propias capacidades racionales y los deseos >inculados con ellas, los agentes de praxis están proyectados siempre ya más allá de la si ruación particular de acción con la que se ven conrontados en cada caso, y referidos así Filosofía de la acción a una cierta representación de conjunto de la propia vida, considerada como una cierta totalidad de sentido. Dicho de otro modo, los agentes de prxis se caracterizan por o brar, de uno u otro modo, sobre la base de una cierta representación de la vida buena o lograda, por poco articulada y deiciente que dicha representación pueda ser en muchos casos. En tal sentido, en pasaje cuya importancia sistemática no siempre ha sido adecua damente reconocida, Aristóteles explica que lo propio de todo (hápas) el que es capaz de vivir según su propia decisión deliberada proaresis) consiste en haber puesto siempre ya un cierto objetivo de la vida buena -sea el honor, la fama, la riqueza, la educación- con arreglo al cual ordenará sus actividades, ya que no ordenar la vida por referencia a un cierto fin es signo de gran insensatez (aphrojne) ( c EE I 2, l 2 l 4b6- l l) . Dicho de o tro modo: la asunción de un cierto objetivo que provee el contenido nuclear de la repre sentación de una vida buena o lograda constituye una condición necesaria para el pleno despliegue de su constitutiva racionalidad por parte del agente de prxis. Llamo a la exi gencia de carácter cuasi-normativo que adquiere expresión en este pasaje el "postulado mínimo de racionalidad práctica , en la medida en que apunta a las condiciones míni mas de sentido y consistencia (racional idad interna) que debe satisfacer la acción racio nal, para contar como genuina expresión de la capacidad constitutiva de los agentes de praxis, de vivir según la propia proaíresis. Se trata, pues, de una exigencia que plantea requerimientos de carácter, por así decir, puramente formal, y que se sjtúa, como tal, en el plano correspondiente a la teoría de la acción, y no todavía en el plano correspondiente a la ética normativa, como lo muestra ya el simple hecho de que no prejuzga todavía sobre la cuestión relativa al contenido material que deba darse a la representación de la vida bue na o lograda. De hecho, ninguno de los candidatos mencionados a título de ejemplosen el texto (v. gr. honor, fama, riqueza, educación) se corresponde con el que Aristóteles mismo considera como el más adecuado, a la hora de indicar el contenido nuclear de la representación del in último de la praxis. La necesidad de una exigencia de este tipo se explica, a juicio de Aristóteles, por re ferencia al hecho de que la existencia de una pluralidad de ines, en conexión con dife rentes acciones o actividades particulares, no basta todavía para garantizar la posibilidad de considerar la propia vida como una cierta totalidad de sentido. Por el contrario, la existencia de una pluralidad de fines diferentes en conexión con diferentes actividades puede, más bien, amenazar todo intento de hacer sentido de la actividad práctica como un todo, si no se cuenta con criterios que permitan integrar dichos fines, de modo más o menos armónico, en estructuras teleológicas más comprensivas, dentro de las cuales diversos ines y actividades particulares quedan referidos, en calidad de medios o de condiciones necesarias, a otros fines y actividades más importantes. En el comienzo mis mo de E, Aristóteles desarrolla una argumentación que apunta a enatizar dos aspec tos undamentales dentro del modelo de explicación y j ustiicación teleológica de las acciones que caracteriza a su ilosofía práctica, a saber: por una parte, la existencia de una pluralidad irreducible de ines específicos conectados con actividades específicas; por otra, la existencia de criterios que permiten articular los diferentes fines y actividades particulares en ordenamientos más comprensivos, a través de la vinculación con ines y Praxis como modo de ser del hombre actividades de orden superior a los cuales otros quedan subordinados. Con esta línea de argumentación Aristóteles no pretende introducir una tesis especulativa referida a la exis tencia de un ordenamiento de ines dado, por así decir, de antemano, sino, más bien, explicitar lo que está presupuesto en el modo habitual en que los agentes de prxis in tentan dar cuenta de sus acciones. En efecto, cuando se nos pregunta para qué hacemos cal o cual cosa, tratamos de identificar un in u objetivo que justifique de modo satis factorio la actividad correspondiente. Por ejemplo, si estamos cruzando la calle, pode mos responder a la pregunta "para qué", diciendo cosas tales como "para ir al banco". Pero es obvio que también respecto de la actividad de ir al banco puede plantearse la mis ma pregunta que apunta a su objetivo especíico, de modo que para explicar dicha ac tividad debemos identiicar un nuevo fin, pues de lo contrario no podríamos justificar razonablemente ni la actividad de ir al banco, ni tampoco la de cruzar la calle, explica da en una primera instancia por referencia a ella. Esta simple observación basta para mostrar que la explicación y justificación de las acciones por referencia a ines plantea, de modo mediato o inmediato, la necesidad de dar cuenta de la posible articulación de los diferentes ines y actividades en contextos de explicación más comprensivos, en los que juega un papel decisivo la referencia a fi nes y actividades de nivel superior, a los cuales los primeros quedan subordinados. En cal sentido, Aristóteles señala que efectivamente toda actividad, tanto de tipo teórico co mo práctico, y toda decisión o elección particular apunta a un cierto fin, de modo que hay, por lo pronto, una multiplicidad de ines particulares en conexión con diferentes actividades (c. ENI 1 , 1 094a l y s . ) . Por ejemplo, las diferentes actividades técnicas pose en cada una de ellas sus propios fines específicos: el fin de la medicina es la salud, el del arte de la construcción naval es el navío, el de la economía es la riqueza, etc. (c. 1 094a6-9) . Sin embargo, el propio ejemplo de las técnicas muestra ya cómo diferentes ines y acti vidades particulares pueden quedar organizados en totalidades más comprensivas, en la medida en que estén vinculados por determinadas relaciones de subordinación. El ejem plo de Aristóteles remite al modo en que, dentro del dominio de las actividades bélicas , las demás artes o técnicas auxiliares, tales como el arce de la herrería o bien el arte de la rianza y manutención de caballos, quedan subordinados al arte propio del general, la estrategia, que desempeña la función directriz dentro de dicho dominio de activida des (c. 1 094a9 1 4) . En general, puede decirse que los ines propios de las artes o técni s directrices son preferibles a los de las subordinadas, pues éstos son buscados con vis s a aquellos, y no viceversa (c. 1 094a l 4 1 6) . Como lo muestra un argumento adicional desarrollado posteriormente, a la hora de fijar los criterios a los que debe ajustarse un posible ordenamiento jerárquico de los diferentes fines particulares vinculados con las diferentes actividades de la vida práctica, Aristóteles opera aquí con una distinción funcio nal entre tres tipos de ines, a saber: a) fines de tipo puramente instrumental que, desde el punto de vista práctico y no meramente técnico, son siempre buscados sólo como medios para otra cosa (. . los instrumentos y, en general, los objetos de producción técnica, pues unque proveen el fin al que apuntan las correspondientes actividades productivas, sólo sir en como medios, desde el punto de vista de las actividades prácticas que se valen de ellos); Filosofía de la acción b) fines que pueden ser queridos canco por sí mismos como con viseas a otra cosa (p. ej. la salud; cf Met. VII 7, 1 032b2- 1 4); y, por úlcimo, e) fines deseados siempre por sí mismos y nunca con vistas a otra cosa diferente (c. ENI 5, 1 097a30-34), donde el cipo e) corresponde exclusivamente a aquel fin úlcimo de la vida práctica como un codo, que habitualmente reci be el nombre de "felicidad" (euaimonía) (c. 1 097a 34-b6). Que hay que asumir la existencia de algo así como un fin último de todas las activi dades, que es, como cal, buscado siempre por sí mismo y nunca con vistas a algo dife rente, se sigue, a juicio de Aristóteles, de las exigencias que trae consigo el intento de dar cuenta de las acciones por medio de la referencia a fines. En efecto, si es cierto, como se vio, que la pregunta "para qué puede aplicarse reiterativamente en diferentes niveles de consideración, se sigue entonces que la correspondiente cadena de explicaciones no queda rá completa hasta que se identifique en ella un fin u objetivo úlcimo respecto del cual dicha pregunta ya no pueda ser aplicada de modo significativo, por tratarse precisamente de un fin u objetivo que se desea y se busca por sí mismo, y no como medio para alcan zar algo diferente. Para decirlo como lo formula Aristóteles, si quisiéramos y buscáramos codas las cosas sólo con vistas a algo diferente, y no deseáramos nada por sí mismo, ocu rriría entonces que todos nuestros deseos y búsquedas serían, en definitiva, vanos, pues la serie de los ines y, con ello, también la correspondiente serie de las explicaciones y justificaciones de nuestras acciones por referencia a dichos fines se remontarían al infi nito, lo cual equivale a decir, en deinitiva, que no tendríamos explicación suiciente para ninguno de nuestros deseos y acciones ( c. 1 1 , 1 094al 8 2 1 ) . Con referencia a este argu mento hay que destacar que, contra lo que han sostenido algunos prestigiosos intérpre tes contemporáneos (cf. Anscombe, 1 963: 34; Ackrill, 1 974: 25 y s.), Aristóteles no in curre en ningún momento en la grosera falacia consistente en pretender demostrar la existencia de un único fin para todas las actividades a partir de la existencia de un fin particular para cada una de las actividades particulares. El argumento de Aristóteles no procede de ese modo, sino que constituye, más bien, una suerte de prueba indirecta: vis ta la existencia de una mulciplicidad de fines particulares en conexión con actividades particulares, y vista la posibilidad de articular muchos de dichos fines en estructuras más comprensivasen las que algunos de ellos quedan subordinados a otros en calidad de medios o condiciones para su obtención, Aristóteles señala cuál sería el precio de supo ner que todo fin es querido siempre como medio para otro in derente. Puesto que bajo esa suposición la serie de ines y explicaciones remontaría al infinito, y no habría en ri gor explicación suficiente alguna para las acciones, resulta entonces necesario asumir la existencia de algún in úlcimo, ubicado en la cúspide de la jerarquía de los fines, que ya no pueda ser querido, en ningún contexto, como medio para otro fin diferente. El pre cio de no orientar todas las actividades hacia un fin último querido por sí mismo es, como ya se vio, el de no poder desplegar adecuadamente la racionalidad práctica cons titutiva del agente de praxis. Ahora bien, sobre el nombre del in úlcimo y buscado siempre por sí mismo, pien sa Aristóteles, hay consenso general entre los hombres, pues codos coinciden en identi ficarlo con la felicidad (c. EN I 2, 1 095al4-20) . Sin embargo, a la hora de determinar 66 Práxis como modo de ser del hombre el contenido material de dicho fin último, es decir, a la hora de decir en qué consiste la vida buena o feliz, surgen amplísimas discrepancias. No sólo están en desacuerdo dife rentes personas o grupos de personas, por ejemplo quienes se atienen a bienes como el placer, las riquezas o el honor y quienes apuntan a bienes menos inmediatos, sino que incluso uno y el mismo individuo suele cambiar de opinión, pues si está enfermo, tien de a pensar que la felicidad reside en la salud, m ientras que si ha caído en la pobreza, tiende a creer que la felicidad está en el dinero (cf. 1 09 5a20-25) . Sin embargo, Aristó teles no cree que cualquier representación del contenido de la vida feliz sea igualmente apropiada para satisfacer los requisitos de la caracterización ormal de la felicidad como in último de la vida. Por otro lado, y esto es igualmente importante, Aristóteles tam poco cree que cualquier representación del contenido material de la felicidad sea igual mente apropiada para dar cuenta del tipo de vida que corresponde a un agente de pra s, en tanto ser dotado de razón. En este sentido, puede decirse, apelando a una distinción introducida por . r in, que Aristóteles no opera con una concepción meramente conativa de la felicidad, que deine su contenido por referencia simplemente a los deseos del agente particular, cualesquiera sean éstos, sino, más bien, con una concepción nor zativa, que apunta a lo que sería el bien real del agente, que le corresponde en virtud de constitución de sus propias capacidades, y que puede no coincidir con lo que el pro io agente desea de hecho (c. r in, 1 988: 362 y s.; véase también Kraut, 1 979). l ple no despliegue de la racionalidad constitutiva del agente de praxis se llega, pues, sólo allí onde la totalidad de las actividades es ordenada por referencia no a una representación alquiera de la felicidad, sino, más bien, a una que haga justicia a las propias capacida es del agente de praxis, como ser dotado de facultades racionales13• facticidad y sentido en el ámbito de la praxis A) Praxis y poíesis. El sustrato kinético de la acción La concepción aristotélica de la praxis pone fuertemente de relieve, como se ha vis- o los aspectos vinculados con la estructura teleológica de la acción, y extrae un con- to de importantes consecuencias sistemáticas a partir del hecho básico de que toda ecisión deliberada y toda acción apuntan siempre a a lgún objetivo o in (télos), que enta en cada caso, como aquel "bien" (agathón) que se pretende alcanzar por medio e la correspondiente acción (cf. ENI l, 1 094a l -3)14. Sin embargo, inmediatamente a ncinuación, Aristóteles introduce una famosa distinción concerniente a la relación que · erentes tipos de acciones mantienen con sus respectivos fines, a saber: hay, por un o, acciones que no tienen un fin exterior, diferente de las propias actividades (enér �i} que constituyen las acciones mismas, y, por otro, acciones que tienen como in erminados productos exteriores (érga), dierentes de las propias acciones (c. 1 094a3-5). ata de la distinción entre lo que suele denominarse "acciones intransitivas" y "accio transitivas", respectivamente. Como es sabido, Aristóteles considera que ambos tipos Filosofía de la acción de acciones corresponden a dos géneros diferentes de actividades, que designa, respecti vamente, con los nombres de práxis y poíesis (c. VI 5, l l 40b6 y s . ) : la acción sin más o a secas, y la acción productiva, podría decirse. Desde el punto de vista de su estructura interna, la práxis se asocia a lo que Aristóteles llama, en el sentido más propio, el acto o la actividad, es decir, la enérgeia, la cual está, como tal, completa o acabada en cada ins tante de su realización (c. Met. IX 6, 1 048bl 8-28) ; por su parte, 1a poíesis queda vinculada, en cambio, con el ámbito de los cambios procesuales, es decir, con el ámbito de la kínesis, la cual se caracteriza, justamente, por su esencial inacabamiento (c. Fís. 1 1 1 2, 20 1 b32 s . ) 1 5 : mientras existen y se desarrollan como tales, los procesos están siempre inacabados, y ello j ustamente por quedar referidos a un fin que es exterior a ellos mis mos, alcanzado el cual cesan 16. Ahora bien, hay buenas razones para sostener que, aunque apunta a una diferencia genérica irreductible entre tipos de acciones o actividades, la distinción así trazada no debe entenderse en sentido excluyente, como si se tratara necesariamente de una distin ción, por así decir, entre cosas o entidades diversas , sino, más bien, como una distinción que, en muchos casos, se aplica tan sólo a dos aspectos diferentes que van involucrados, de modo conjunto, en una y la misma acción o actividad. En efecto, si se deja de lado casos límite provistos por aquellas formas puramente interiores de práxis que, en su rea lización efectiva, no involucran necesariamente ningún tipo de exteriorización, como ocurre, por ejemplo, con la actividad puramente contemplativa, hay que decir que la gran mayoría de las acciones o actividades que Aristóteles pone habitualmente como ejemplos de prxis -incluidas, si no todas, al menos, muchas de las acciones específica mente morales son, por el contrario, acciones o actividades que, además del aspecto especíicamente práctico, involucran también un aspecto poiético, que remite tanto a la producción de movimiento del propio cuerpo por parte del agente, como también a la producción de determinados cambios en el entorno, a través de la creación de nue vos objetos o bien de nuevos estados de cosas, en conexión con objetos dados de ante mano17. En la medida en que remite a la producción de movimiento y cambio, el aspec to poiético de la acción se vincula con lo que arriba he denominado el sustrato kinético de la praxis, es decir, el conjunto de condiciones procesuales y materiales que pone en jue go la acción, en su realización efectiva, allí donde ésta comporta necesariamente un aspec to de exteriorización 1 8. Uno de los aspectos más característicos , pero también más difíciles de comprender cabalmente, en la concepción aristotélica de la acción viene dado, justamente, por el mo do en que Aristóteles intenta pensar la relación que guarda la praxis, a través de su aspecto poiético, con su sustrato kinético y su materialidad, en general. En particular, se plantea aquí la difícil cuestión de cómo ha de entenderse el hecho que la práxis, que po see estructuralmente el carácter de enérgeia, deba muy a menudo adquirir expresión y realizarse en concreto sobre la base de un sustrato kinético, dotado, como tal, de una es tructura de índole procesual. Cómo puede ser canalizado por vía procesual aquello que, en sí mismo, debe ser concebido como completo y acabado en cada instante? Este as pecto, de central importancia sistemática, ha sido objeto de intenso debate, desde dife- 68 Praxis como modode ser del hombre rentes perspectivas, en la discusión especializada de las últimas décadas, y no puede ser abordado aquí, lamentablemente, de un modo que haga j usticia a su verdadera comple idad. Me limito a señalar lo que, desde mi punto de vista, debería constituir el punto de partida básico para un adecuado enfoque del problema. Si todo lo expuesto más arriba con relación al carácter de la noción aristotélica de praxis y a los requerimientos que dicha noción plantea, desde el punto de vista que concierne a lo que he denominado su estructura teleológica, resulta convincente, enton s habrá que asumir que, como se ha señalado ya, resulta imposible capturar la especifici dad de la praxis, dentro de la concepción aristotélica, partiendo de la estructura de su ustrato kinético. La razón principal de esto es bastante clara: lo que hace que un de erminado movimiento o proceso pueda contar como vehículo de realización en con reto y de expresión de una genuina acción no es su propia estructura interna, sino, más bien, su inserción en un contexto más amplio de conexiones de sentido, dentro el cual únicamente dicho movimiento o proceso puede adquirir la correspondiente unción de expresión y realización de determinados objetivos prácticos y fines. Así, por e emplo, el acto de dar limosna, que constituye un ejemplo de acción generosa, pue e expresarse y realizarse a través del movimiento de extender la mano para entregar a moneda, pero jamás se podría ver como meramente contenido en dicho movimiento, ni se podría intentar hacer corresponder su estructura interna con la del movimiento a ravés del cual se expresa en concreto y se realiza. En efecro, la relación del acto mismo n su sustrato kinético es lo suficientemente laxa como no poder ser comprendida en cérminos de ninguna forma de correspondencia uno a uno: ni todo acto de dar limos na se realiza mediante el movimiento de extender la mano para entregar una moneda, i ampoco odo movimiento de este tipo cumple necesariamente la función de vehicu r un acto de dar limosna. Para que dicho movimiento adquiera, en una situación ncreta de acción, la función específica de servir a la expresión y realización de una cción de dar limosna, se requiere, como es fácil de ver, todo un amplio conjunto de ndiciones marco adicionales, relativas a las características, disposiciones e intencio nes tanto de quien realiza el acto como también de su destinatario, y ello, además, con reglo a la específica situación de conjunto que comprende a ambos y en la cual tie ne lugar la acción. Es, pues, la inserción del sustrato kinético en el contexto más amplio de las co nexiones de sentido definitorias del acto, su elevación, por así decir, al plano del sen º do constituido en dichas conexiones lo que hace posible que dicho sustrato kinético dquiera la peculiar función expresiva y realizativa que cumple respecto del corres ondiente acto. Por cierto, no cualquier movimiento o proceso puede servir de vehículo de presión y realización para cualquier tipo de acto, sino que se requiere, en cada caso, a cierta congruencia entre la estructura interna del acto mismo, definida con arreglo a u correspondiente objetivo o fin, por un lado, y la del sustrato kinético que debe vehiculi- lo y está dotado de su propia estructura procesual y su propio término, por el otro. Pe o no es menos cierto que cuanro más rica y compleja sea la articulación total de sentido ue define la especificidad de un determinado acto y sustenta su realización, tanto más Filosofía de la acción laxa tenderá a ser la relación que vincula a dicho acto con el sustrato kinético particu lar a través del cual adquiere expresión y realización en una determinada situación de acción. Esto explica que en el caso de los actos más específicamente humanos, como son los actos que pertenecen al dominio de la técnica y, sobre todo, al de la moral, re sulte poco menos que imposible el intento de fijar de modo preciso y exhaustivo las condiciones materiales de realización de los diferentes tipos de actos, pues toda tipo logía presupone aquí, de antemano, ya un determinado conj unto de condiciones mar co, en muchos casos también de tipo convencional, que definen el sentido de lo que se pretende realizar en cada caso. Por lo mismo, todas las indicaciones que se preten da dar por medio del recurso a esquemas de acción poseen en este ámbito, como el propio Aristóteles lo hace notar enfáticamente, un carácter meramente aproximativo y provisional, que, por lo demás, presupone siempre ya, de uno u otro modo, lo mis mo que se pretende ejemplificar o ilustrar por recurso a tales esquemas, y que no es otra cosa que el entramado total de conexiones de sentido que sustentan, en cada ca so, la realización del acto l 9 . Ahora bien y aquí puede residir un aspecto n uclear de la intuición que lleva a Aristóteles a la caracterización de toda praxis como enérgeia, incluso cuando la acción se realiza y expresa a través de un determinado movimiento procesual-, en tal eleva ción al plano del sentido, y desde la perspectiva interna a la propia praxis, el sustrato kinético de una determinada acción ya no comparece, como tal, en su materialidad, sino, más bien, sólo en su signiicado, esto es, en su aporte específico a la unidad total de sentido de la que forma parte. Dicha unidad de sentido está presente y vigente como tal, en todos y cada uno de los momentos de la realización efectiva de la correspon diente acción, al menos, allí donde la acción no se ve afectada por impedimentos sobre vinientes. Bajo tales condiciones, el sustrato kinético de la acción se limita a desplegar su función específica de vehiculización del sentido constitutivo de la acción, retrayén dose él mismo al trasfondo en su materialidad, y sustrayéndose así a todo acceso temá tico. De este modo, el sentido constitutivo de la acción despliega su presencia y su vigencia de un modo unitario, que no s r � ;spersa con las fases del sustrato kinético a través del cual se expresa y realiza. Por lo mismo, puede decirse, por ejemplo, que, en su sentido constitutivo, la acción misma está, como tal, completa en cada instante de su realización. Así, por ejemplo, en cada instante del desarrollo de la acción de dar limosna, el agente que la l leva a cabo, a la vez, es y ha sido ya generoso, independiente mente de si el resultado efectivo al que conduce el proceso kinético subyacente coin cide o no con el esperado. En este punto se advierte, pues, la diferencia estructural de la praxis con las acciones productivas que caen bajo el dominio de la poíesis, ya que en el caso de éstas últimas no puede decirse que la acción haya sido llevada a cabo, si el resultado exterior al que apunta el proceso kinético subyacente no ha sido efectiva mente alcanzado20. Justamente en lo que tiene de productivo, la poíesis guarda una rela ción diferente y mucho más estrecha con su sustrato kinético que la praxis, ya que el cumplimiento de la propia poíesis no puede alcanzarse más que a través de la conclu sión exitosa de los correspondientes procesos subyacentes. Praxis como modo de ser del hombre B) La estructura situativa de la acción Implica el carácter de enrgeia de toda práxis que, a dierencia de lo que ocurre con la poíesis y la kínesis, en general, la praxis misma queda inmune rente a la posibilidad del truncamiento y el fracaso? Desde luego que no, mucho menos all donde la praxis debe expresarse y realizarse en concreto a través de un determinado sustrato inético. Sin embar go, hay que asumir, en cualquier caso, que en el ámbito de la práxis los fenómenos defec tivos que dan cuenta de la posibilidad del truncamiento y el fracaso tienen ellos mismos una estructura espec ica, que releja, en deinitiva, la peculiar relación que la propia práxis mantiene con su sustrato inético y, de modo más general aún, con su materialidad, en el sentido amplio que incluye también el entorno exterior en el cualla práxis debe rea lizarse. El reconocimiento del hecho de que toda acción y todo obrar humano debe reali zarse siempre, de uno u otro modo, en un contexto de condiciones exteriores que le vie nen dadas de antemano, y que se caracterizan por su carácter de particularidad y, en cierto modo, de irrepetibilidad (cf. EN I I 7, 1 1 07a3 1 ; véase también I I I 1 , l l 1 0b6 y s . ; VI 8, l 1 4 l b l 6; VI 12 , l 1 43a32; Poi. I I 8, 1 269a l 1 y s.) , provee un punto de partida básico de la concepción aristotélica de la praxis, del cual Aristóteles deriva importantísimas con secuencias sistemáticas no sólo en el plano de la teoría de la acción, sino también en el de la ética normativa21 . Este hecho puede formularse diciendo que obrar es siempre obrar en una determinada situación. Ello implica que toda prxis está caracterizada por poseer, ade más de lo que antes he denominado una estructura teleológica, también, y con la misma originalidad, una estructura situativa. Ambas no están simplemente yuxtapuestas una jun to a otra, sino que lo propio de toda práxis reside, por así decir, en una suerte de tensión productiva entre la orientación teleológica, por un lado, y la sujeción situacional, por el otro. El primer aspecto da cuenta de la apertura de la praxis al horizonte de las posibili dades, y el segundo, en cambio, de su irreducible facticidad. Aunque no desarrolla un tratamiento específico del tema, Aristóteles se muestra par ricularmente sensible, a la hora de reconocer los principales aspectos vinculados con la es rructura situativa de la praxis. Por una parte, elabora un concepto especíico de posibili ad, destinado, como tal, a dar cuenta del tipo específico de contingencia con el cual se 'e, de hecho, confrontada la práxis. Excesivamente apegada a la caracterización genérica e la práxis como un modo de acceso al ámbito de aquello que puede ser de otra manera . ENI 5, 1 1 40b2 y s.: endéchetai to prakton álos échein), es decir, al ámbito de lo con- gente, la interpretación especializada tendió muchas veces a pasar por alto el importantí imo hecho de que esta caracterización de la noción de contingencia, de corte puramente ico-modal, queda ulteriormente especiicada en otros contextos por referencia a crite de índole fáctica. Así, Aristóteles insiste en el hecho de que lo que puede contar como ible desde el punto de vista práctico es tan sólo aquello que eectivamente "está en nues poder (to eph' hemín), porque podemos realizarlo ya sea nosotros mismos, ya sea a tra- de otras personas, por ejemplo, amigos (cf. 111 4, 1 1 1 1 b33; I I I 5 , 1 1 1 2a3 1 ; l l l 2b26- . para expresiones de valor comparable, véase I I I 4, 1 1 1 1 b25 y s.: ta auto(i) praktá; 111 - l l l 2a34: ta di' hautoú praktá; etc.). Aristóteles enfatiza, en reiteradas ocasiones, que es Filosofía de la acción propio de capacidades eminentemente prácticas, como la deliberación (boúeusis) y la deci sión deliberada proaíresis), el quedar acocadas, en su despliegue efectivo, al ámbito de lo posible, en el sentido específicamente práctico del término (véanse III 5, l l 1 2a30 y s., y llI 4, 1 1 1 l b l 9-30, respeccivamente)22• Por otra parte, en su tratamiento de la (in)voluntariedad de la acción en EN III 1 -3, Aristóteles logra mostrar cómo la esencial sicuacividad del obrar se anuncia, con particular nitidez, precisamente en aquellos contextos en los cuales tiene lugar una cierta disrupción de la prxis, en virtud de impedimentos que le sobrevienen, por así decir, desde f era , esto es, desde el entono mismo en el cual la prxis debe realizarse, desplegando y preservando la peculiar unidad de sentido que la constituye, en cada caso, como cal. Un aspecto central, aunque no siempre debidamente considerado, de dicho tratamiento viene dado por su pecu liar orientación metódica. Aristóteles no intenta proveer, como punto de partida del trata miento, una caracterización positiva de la acción voluntaria, sino que aborda el problema de un modo que se asemeja, más bien, al que caracteriza al procedimiento jurídico, en la medida en que pone en el centro de la atención los casos de excepción en los cuales la supo sición prima acie de la responsabilidad del agente por sus propias acciones ya no resulca, como cal, aplicable, al menos, no de la misma manera que en los casos habituales. Y ello, con el objetivo de determinar las condiciones generales bajo las cuales la acción justamen te ya no puede ser considerada como voluntaria, en la medida en que no refleja adecuada mente los deseos y las intenciones del agente de prxis. Como se sabe, Aristóteles identii ca, básicamente, dos actores que dan cuenca de la involuntariedad de la acción, a saber: por un lado, la compulsión exterior (bía) (cf I I I 1 ) y, por otro, la ignorancia (ánoia) relativa a circunstancias relevantes de la situación particular de acción (cf III 2). No resulta posible considerar aquí en detalle la compleja posición que Aristóteles elabora en el texto23. A los ines que ahora interesan, baste con señalar que el tratamien to de ambos factores permite iluminar, desde diferentes perspectivas, la compleja y es trecha relación que vincula la estructura teológica y la estructura situativa de la acción. Por una parte, Aristóteles enatiza el hecho, documentado ya en la experiencia inmedia ta del mundo de la praxis y elaborado en sus consecuencias más aleccionadoras en la tra dición de la poesía trágica, de que la ignorancia de determinadas marcas de la situación particular en la que el agente actúa, por insignificantes que dichas marcas puedan pa recer a primera visea, puede conducir, a través de entramados causales subyacentes, a re sulcados que no sólo no estaban contenidos en las intenciones del agente, sino que, inclu so, pueden oponerse diametralmente a ellas. Así, alguien puede producir un grave daño al intentar mostrar cómo f nciona una máquina, por ejemplo una catapulta, o bien pue de tomar por un enemigo a una persona amada, por caso a un hijo, y herirla de muer te, o bien puede atribuir falsamente propiedades de cierto tipo, por ejemplo curativas, a un determinado objeto, por ejemplo, una piedra, etc. (cf I I I 2, 1 l l l a8- 1 5 ; véase tam bién EE I I 9 , 1 225b3-5). El error, que puede llevar a producir graves daños objetivos no queridos por el agente, puede concernir en estos casos, prácticamente, a todas las mar cas particulares de una situación de acción determinada, tales como las personas involu cradas en la acción, su objeto, las condiciones de su realización, los instrumentos emplea- 72 Praxis como modo de ser del hombre dos, la modalidad de la acción y su resultado efectivo (cf ENIII 2, l l l l a3-6)24. Es jus tamente la discrepancia entre el resulcado efectivo de una determinada acción y los ines que el agente se proponía alcanzar a través de ella lo que más propiamente caracteriza no sólo a las acciones involuntarias por ignorancia, sino también, de modo más general, a las acciones que producen resulcados azarosos. A juicio de Aristóteles, ambos cipos de acciones presentan claras correspondencias estructurales, con independencia del hecho de que los resultados producidos por azar no necesariamente representan daños objeti os, sino que pueden ser también beneiciosos y deseables en sí mismos, como ocurre en los casos en los que se dice haber tenido "buena suerte" al hacer cal o cual cosa25. Por otra parce, y aquí reside el segundo aspecto a enfatizar en la concepción aristo télica de la (in)voluntariedad, la mera constatación de la posibilidad de discrepancia entre fines y resulcados efectivos de la acción no basca aún para dar cuenca cabalmente del ci po de vinculación que mantienen la estructura teológica y la estructura sicuativa de la acción. En efecto, como Aristóteles pone de relieve en el tratamiento de las acciones for osas realizadas bajo compulsión exterior, la esencial situatividad del obrar se anuncia rambién en la propiadeterminación de los fines y los cursos de acción a seguir, con vis eas a las situación particular de acción con la que el agente se ve, en cada caso, fáctica mence confrontado. En casos extremos, que corresponden al cipo de las acciones forzo s involuntarias, la dureza de las circunstancias exteriores puede ser de cal magnitud que no deje al agente ningún tipo de alcernacivas, al punto de que lo que el agente "hace" ya no pueda considerarse, en ningún aspecto, como expresión de sus propios deseos e inten- iones, por cuanto ya no responde a decisiones o iniciativas de su parce, sino que se le impone forzosamente desde fuera, sin que el agente mismo ue, en rigor, es aquí, más bien, sujeto pasivo de lo que acontece- coopere en nada. Así ocurre, por ejemplo, cuan º una tempestad en alca mar produce un naufragio o bien en casos en los que alguien e encuentra en poder de secuestradores, etc. (cf. III l , 1 1 1 Oa l -4). En otros casos, que orresponden al cipo de lo Aristóteles llama "acciones mixtas" (mikta1 prxeis), el agente fectivamente decide y escoge el curso de acción a tomar, pero el fin al que apunta inme ·acamence su acción (to télos tés prxeos) ya no puede considerarse como reflejo directo e sus propósitos e iniciativas iniciales, sino que, como lo formula Aristóteles, está "en nformidad con la situación" (kata ton kairón) (cf. 1 1 1 Oa l 3 y s . ) . Así, por ejemplo, die carga un navío para arrojar la carga en medio de la travesía, pero, anee una sicua ón de peligro cierto de naufragio, cualquier capitán sensato optaría por arrojar la car por la borda, con el fin de preservar la vida de la tripulación ( cf 1 1 1 Oa8- l 1 ) . Que el está aquí "en conformidad con la situación" no quiere decir, por cierto, que las cir scancias concretas de la acción determinen el fin, en el sentido de hacer aparecer co- o in algo que no formara ya de antemano parte de los objetivos y expectativas del ence, en este caso concreto, la conservación de la vida, la propia y la de personas cer anas. Más bien, Aristóteles apunta al hecho de que no infrecuencemence las circunscan concretas de la acción obligan, sobre la marcha, a una más o menos profunda re rmulación de la fijación de prioridades de corco plazo, de modo cal que aquello que dicho contexto de acción se daba, en principio, por garantizado, y quedaba así rele- 73 Filosofía de la acción gado al trasfondo, se transforma, en virtud del cambio de las circunstancias, en el obje tivo inmediato que concentra todo el interés, precisamente, porque su logro aparece aho ra fuertemente amenazado por las nuevas circunstancias (cf Vigo, 1 996: 1 1 0- 1 1 2) . Aunque se centra e n casos más bien excepcionales que dan cuenta, de diversos mo dos, de la incapacidad o el fracaso de parte del agente, a la hora de intentar traducir en concreto sus propios deseos e intenciones, el tratamiento aristotélico de las acciones in voluntarias pone al descubierto presuposiciones estructurales de toda genuina praxis, que operan, como tales, también allí donde la acción logra realizar en concreto la articulación unitaria de sentido que la constituye, y conserva, por tanto, el estatuto de la genuina prxis. Esto último no ocurre, en cambio, cuando la voluntariedad de la acción queda, como tal, decisivamente afectada por la interferencia de factores extrínsecos a dicha articulación unitaria de sentido, que escapan al control consciente del propio agente de praxis. Con siderado en atención a su propia estructura interna, esto es, desde el punto de vista de la relación que mantiene la praxis con su propio sustrato kinético y con su propia materia lidad, el fracaso de la praxis no puede ser descrito adecuadamente en términos del simple truncamiento de un proceso que no alcanza su término propio o bien que conduce, de modo puramente accidental, a un término diferente. Si lo propio de toda genuina praxis es la elevación de su propio sustrato inético y su propia materialidad al plano del sen tido constitutivo de la praxis misma, podrá decirse entonces que el racaso de la praxs consistirá, de uno u otro modo, en el desacoplamiento de la materialidad de la acción res pecto de la articulación unitaria de sentido que la constituye, y que debería adquirir expre sión y realización precisamente a través de dicha materialidad. En virtud de tal desaco plamiento, la materialidad emerge, por así decir, de la latencia en la que se retrae habitualmente, allí donde canaliza sin obstáculo las intenciones del agente, y se anuncia así en su carácter de hecho bruto, que pone de maniiesto un núcleo irreductible de indo cilidad, efectiva o meramente potencial, frente a toda mediación de sentido. Bajo tales condiciones, el sentido constitutivo de la praxis no adquiere él mismo el carácter de ina cabamiento propio de los procesos que no logran vehiculizarlo, pero queda desligado de la materialidad a través de la cual buscaba realizarse en concreto y, con ello, truncado en la posibilidad de expresarse exteriormente. La articulación interna de la praxis se disuelve, así, en una dualidad de elementos que, vistos desde el interior de la propia praxis, poseen un estatuto puramente residual, a saber: por un lado, una materialidad despojada de propósito, que aparece vinculada con el agente de un modo puramente exterior, a tra vés de nexos causales no elevados ellos mismos al plano del sentido; por otro, un sentido que no logra expresarse ni realizarse en concreto, y que queda entonces replegado sobre sí mismo y confinado al ámbito de los propósitos no consumados26. Conclusión A diferencia de lo que ocurre con no pocas de las concepciones contemporáneas, en su intento por acceder a la estructura de la acción Aristóteles no se orienta primariamente 74 Praxis como modo de ser del hombre a partir de los aspectos que dan cuenta de las condiciones exteriores de su realización. Como se vio, son, más bien, los aspectos vinculados con la articulación unitaria de sen tido constitutiva de la acción los que proveen el punto de partida de la concepción aris totélica. Por lo mismo, y contra lo que suele dar por sentado un grupo importante de intérpretes actuales de su pensamiento, Aristóteles no aborda el ámbito de la genuina prxis partiendo del ámbito de la kínesis. Ahora bien, esta peculiar orientación metódica no impide que Aristóteles logre echar considerable luz sobre la relación que la propia prxis mantiene con su sustrato kinético y, de modo más general, con su propia materialidad. Por el contrario, puede decirse incluso que es justamente el punto de partida en la consideración de la acción como una cierta uni dad de sentido lo que le permite poner más nítidamente de relieve el peculiar papel que cumplen los aspectos vinculados con la materialidad de la acción y con sus condiciones exte riores de realización. Y, de hecho, entre todos los pensadores de la Grecia clásica, Aristóte les debe contar, sin duda alguna, como aquel que más sensibilidad ha puesto de manifiesto a la hora de dar cuenta de la dimensión de irreductible facticidad del obrar humano, vincu lada con lo que he denominado la estructura situativa de la acción. La pxis constituye, para Aristóteles, el modo específicamente humano de acceder l ámbito de la variabilidad y la contingencia. Se trata de un modo de acceso que no se limita meramente a constatar lo que se muestra en dicho ámbito, sino que ve en él el es pacio de juego y la ocasión para la realización de configuraciones de sentido. Pero, para decirlo de un modo que evoca la famosa ormulación de Hegel que también en este punto, como en tantos otros, se revela como genuino seguidor de Aristóteles , la prxis misma sólo puede aspirar a realizar en concreto el sentido que la sustenta extrañándose de sí misma y entregándose a poderes exteriores, que nunca dejan de amenazarla en su propia integridad27. Bibliografía ig/as y abreviaturas de las obas de Aristóteles citadas 11 De anima C De caeo
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