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MERCEDES BLANCO 
LITERATURA E IRONÍA EN 
LOS TRABAJOS DE PERSILES Y SEGISMUNDA 
El modelo griego: unidad y libertad del relato 
Como ha sido establecido por varios críticos 1, la novela titulada 
Los trabajos de Persiles y Segismundo, es un libro largamente prepa­
rado, minuciosamente pensado conformemente a unos cánones estéti­
cos que deben mucho a la Poética de Aristóteles, interpretada y reela-
borada por teóricos entre los que destacan, por su muy probable 
incidencia directa en el pensamiento de Cervantes, Torquato Tasso y 
el Pinciano. El libro deriva pues de un proyecto que es épico en la 
mayoría de sus planteamientos teóricos pero novelesco en su ejecu­
ción. Este proyecto, que debe a la doctrina aristotélica de la epopeya 
ciertos imperativos como la unidad de la fábula, la verosimilitud, con 
todos los problemas que acarrea su oposición a la verdad, lo maravil­
loso como factor primordial del placer procurado al lector, la morali­
dad superior de los personajes, debe mucho también, de manera más 
o menos confesada, a la tradición del romanzo, sobre todo en su forma 
ariostesca 2. El romanzo aporta, como lo reconoce el mismo Tasso 3, el 
insuperable placer de la variedad, la libertad casi ilimitada del narra­
dor, la gama abigarrada de múltiples intrigas caprichosamente ramifi­
cadas y entrelazadas, la posibilidad de crear no una simple fábula, 
mimesis de una acción, sino un universo ficticio, una selva intrincada 
de situaciones; por fin, la permanente distanciación, una sonrisa alegre 
o enigmática, ese estilo narrativo peculiar, que hace que el personaje 
1 Véanse especialmente los libros de Alban Forcione (Cervantes, Aristotle and the 
«Persiles». Princeton University Press 1970 y Cervantes' Christian Romance. A study of «Per-
siles y Segismundo». Princeton University Press, 1972) y de Tilbert Diego Stegmann: Cer­
vantes' Musterroman «Persiles». Epentheorie und Romanpraxis um 1600. Hamburg, 1971. 
2 Existe una amplia bibliografía sobre la controversia entre los partidarios del 
romanzo y de Ariosto y los partidarios de la epopeya regular y de Tasso. Me remitiré sim­
plemente a los trabajos y las ediciones de Bernard Weinberg, que aportan ya una copiosa 
información sobre el tema. 
3 En Discorsi dell'arte poetica (escritos antes de 1570) y en Discorsi del poema eroico 
(1594) a propósito del problema fundamental de la « fábula» en sentido aristotéiico. 
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oscile entre el héroe y la marioneta, que el caballero medieval se 
vuelva en alguna medida un caballero inexistente, como en la novela 
de ítalo Calvino, cascara o coraza vacía. 
Una mediación eficaz entre la forma épica de Aristóteles y de los 
modelos clásicos, y los modelos modernos caballerescos, se halla, para 
Cervantes como para los preceptistas de quienes se inspira, en la 
novela griega, y sobre todo en Heliodoro. Entre el significado pleno 
que satura obras como la Eneida y el juego con un significado equí­
voco y evasivo en Ariosto, entre una fábula simple y perfectamente tra­
bada, y una construcción excéntrica, proliferante, Heliodoro ofrece un 
modelo intermedio, una posibilidad de coincidentia oppositorum. En 
La Historia etiópica una acción única es conducida del principio al fin 
aunque con inversiones sistemáticas y complicadas del orden tempo­
ral. Una vez terminado el recorrido narrativo no existen dudas sobre 
la identidad de los héroes, sobre la orientación de sus movimientos, 
y sobre el término de su acción, que ha sido jalonada por varios anun­
cios proféticos de un final feliz. Sin embargo la casi total pasividad 
del héroe Teágenes como de la heroína Clariquea, que se limitan a 
soportar las pruebas impuestas por el azar, la extremada fragmenta­
ción de la historia, la ausencia de significado político manifiesto, y el 
carácter incierto y oscuro del significado religioso, acercan la novela 
antigua al romanzo. 
A pesar de la dimensión monumental de los dos protagonistas de 
la Historia etiópica, bellos, castos y enamorados más allá de toda 
medida, la materia de la narración son menos sus virtudes que las tur­
bulencias provocadas en el camino que recorren esos dos prodigios, 
atormentados e imperturbables, y los imposibles deseos que suscitan. 
De ahí el número elevado y la autonomía de los episodios, que solicitan 
el interés por su variopinta diversidad. Al menos para los lectores 
renacentistas (véase el prefacio de la traducción de Amyot 4 o los 
comentarios del Pinciano 5), el aspecto poéticamente ejemplar en el 
funcionamiento del texto es la opacidad del enigma inicial y el carácter 
progresivo de su revelación; cuenta menos el contenido de esta revela­
ción que el modo en que es destilada con la mayor lentitud posible. 
Cervantes imitará esa técnica extremándola puesto que la identidad 
de sus protagonistas no es declarada hasta las últimas páginas. El 
comienzo in medias res en estas novelas no tiene la misma función que 
la habitual en la epopeya; si el poema de Virgilio no comienza con la 
4 Reproducido en traducción española en Historia etiópica de los amores de Teáge­
nes y Cariclea. Traducido en romance por Fernando de Mena (1587) Edición y prólogo de 
Francisco López Estrada. Madrid. 1954. 
5 «La historia de Heliodoro épica es, mas, si bien se mira, atando va siempre y 
nunca jamás desata hasta el fin. Dígolo, porque no contradize ser épica y ir atando siempre 
más y más. Fadrique dixo: Don del sol es Heliodoro y en eso del ñudo y soltar nadie le 
hizo ventaja y en lo demás, casi nadie». (López Pinciano: Philosophia Antigua Poética. Ed. 
de A. Carballo. Madrid, C.S.I.C., 1973. tomo I, p. 85-6). 
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caída de Troya sino con el naufragio que arrastra a Eneas a Cartago 
no es ciertamente para crear un enigma que en modo alguno podría 
existir; ya se sabe, y además el poeta lo recuerda en las primeras 
líneas, quién es Eneas, de dónde viene y a dónde va. En el libro de 
Heliodoro, en cambio, el procedimiento permite crear escenas de 
extrañeza casi onírica, como la que sirve de apertura al libro. 
Unos bandidos egipcios se acercan a una nave varada en la playa 
y cargada de mercancías. Con estupor, observan que la nave ha sido 
abandonada, que sus ocupantes yacen en la ribera, malheridos o muer­
tos de improvisadas violencias. El vino y los manjares del banquete 
que celebraban cuando los sorprendió la muerte se mezclan con la san­
gre. En medio de ese cuadro de orgía y de matanza surge una visión 
aun más extraña, una joven de belleza sobrehumana, vestida de tela 
de oro, coronada de laurel, que lleva un arco y una aljaba al hombro 
y un joven no menos bello que se desangra a sus pies. Visión porten­
tosa que evoca tribulaciones divinas, Artemis, Afrodita y Adonis, Isis 
con su amado muerto. Narraciones ulteriores largamente diferidas 
explicarán quiénes son estos jóvenes tan teatrales y tan mitológicos, 
quiénes los navegantes sorprendidos por la muerte en medio de un 
festín y cómo y por qué han llegado a destrozarse mutuamente. Estas 
explicaciones son muy probablemente lo primero que olvida el lector. 
Importa la imagen como jeroglífico, importa la asociación insólita de 
la muerte, el vino, el silencio, la belleza deslumbrante, la nave, las fle­
chas, el manto de oro, el laurel. En dos ocasiones Cervantes reproduce 
en su novela parte de esta constelación fascinante. En su escena de 
apertura, hallamos la marina, los bárbaros, la joven y espléndida víc­
tima, el arco y las flechas, la nave 6. De manera mucho más evidente 
reconocemos la escena en un episodio de la Odisea de Persiles contada 
por él mismo, cuando al mando de su banda de corsarios, Persiles se 
apodera de un navio y observa con un estupor semejante al de los ban­
didos del Nilo en Heliodoro, que la mayoría de sus tripulantes yacen 
moribundos o muertos, muchos atravesados por flechas, otros ahorca­
dos. La violencia se desencadenóen medio de un festín como lo mue­
stran las mesas volcadas, las copas vertidas. Con la tela de fondo del 
maravilloso horror, surge la visión teatral y sublime, un escuadrón de 
bellezas armadas de arcos y flechas, la hermosa Sulpicia rodeada de 
su guarda de amazonas (Persiles, libro II, cap. XIV). 
Roma, meta de un relato disperso 
Proliferan en el Persiles narraciones fragmentarias, entrecortadas; 
una y otra vez se afirma el postulado que todo aquello que no es fran-
b Sobre e! comien?o del Persiles, veaseel artieulo de Stetano Arata « I primi capitoli 
del Persiles: armonie e fratture». Studi Isjmmci, 1982. p 71 86 
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camente milagroso, por raro que parezca, debe ser creído aunque sea 
por cortesía, al menos si lleva «la salsa de los cuentos», o sea, «la pro­
piedad del lenguaje» 7. Esa técnica y ese postulado permiten no 
excluir del relato ningún material o ningún acopio de materiales que 
pueda despertar el estupor. Por ello, en muy otras circunstancias, con 
un pretexto muy diverso, y con intención de fabricar para el episodio 
una moraleja muy distinta, Cervantes puede seleccionar y modificar 
los ingredientes de la escena pasmosa de Heliodoro y engastarlos en 
su propia narración. 
La unidad de acción lograda mediante un argumento tomado de 
la novela griega como el que adopta Cervantes en Los trabajos de Persi-
les y Segismunda implica un mínimo de limitaciones de la libertad nar­
rativa. Sólo se le impone el seguir el recorrido espacial de una pareja 
de prófugos, que se aman irregular y secretamente, o sea ordenar los 
episodios a lo largo de una línea trazada en el espacio, de un itinerario. 
También se impone que este recorrido se concluya en Roma, donde 
la pareja debe ir porque ha hecho el voto de ir, o sea debe ir porque 
debe ir, tal vez simplemente, porque, para que un movimiento sea lan­
zado, a alguna parte hay que ir. Roma es un buen punto de llegada 
por razones múltiples; hacia Roma se orientan las peregrinaciones de 
Eneas, lo que constituye un antecedente épico sumamente respetable; 
Roma tiene suficiente prestigio simbólico como para aparecer como 
centro, o sea como punto en que puede cerrarse con aparente naturali­
dad la serie por sí misma infinita de los cuentos. 
Se dirá, claro está, que todo esto es accesorio y que lo esencial, 
como el texto asegura en varios ocasiones, es que Roma sea la cuna 
y la tumba de los mártires, la metrópolis radiante de la religión cató­
lica, la ciudad en donde está en su punto la verdad de la fe, algo tor­
cida, malparada y oscurecida en las regiones septentrionales de donde 
son oriundos los héroes. Esto puede ser cierto o no en una perspectiva 
ideológica, volveremos a ello en un instante; desde el punto de vista 
de la economía narrativa no deja de ser un espejismo. Roma funciona 
en la lógica del relato no como un espacio de iniciación o purificación, 
sino como punto en que confluyen todas las trayectorias aun en 
suspenso de los personajes conocidos o por conocer; allí van, si se 
quiere, nuestros peregrinos andantes a catequizarse (lo que podrían 
hacer en Toledo o en Lisboa); pero también allí va el polaco Ortel Bane-
dre, a pesar de sus buenas intenciones de perdonar y olvidar su ofensa, 
para encontrarse con su mujer adúltera, tratar de vengarse de ella y 
ser asesinado; allí va Bartolomé, el mozo de muías convertido en 
rufián, presumiblemente para vender mejor a su compañera y de 
ñecho para convertirse en asesino; allí va Rutilio dejando su vida peni­
tente en la isla de las Ermitas sin que sepamos por qué; allí va el duque 
7 Los trabajos de Persiles y Segismundo. Ed. de Avalle-Arce. Madrid, Clásicos Casta­
lia, 1978. p. 322 (Libro III, cap. VII ) . 
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de Nemurs en busca de la bella del retrato, para tener ocasión de 
cometer una indelicadeza; allí va el príncipe Amaldo, enamorado ejem­
plar, para hacer el ridículo; allí van las damas francesas Belarmina 
y Deleasir en espera frustrada de encontrar un novio o al menos 
alguna otra cosa que justifique su presencia en el relato; allí va el 
retrato alegórico de Auristela-Sigismunda, al parecer procedente de 
Portugal, para convertirse en materia de pujas y de chismes, y ser en 
definitiva incautado por el gobernador; allí va el poeta extremeño, en 
busca de su sueño absurdo de convertir a Auristela en la mejor far­
santa del mundo; allí van por fin el ayo de Persiles para aclarar in 
extremis los oscuros antecedentes de los protagonistas y el príncipe 
Magsimino para morirse oportunamente, dejando el campo libre para 
el esperado final feliz, el matrimonio y entronización de los héroes. 
Esta convergencia, tan improbable, no sería sostenible en Irlanda, en 
Lisboa, en Guadalupe, en Barcelona, y en ningún lugar que no fuese 
Roma. En suma, en la economía del relato, Roma es un artilugio eficaz, 
lugar de paso y de encuentro, comparable a la famosa venta de la pri­
mera parte del Quijote, artilugio que permite anudar los hilos y con­
cluir el tapiz. Los hilos son variadísimos ya que todo puede ocurrir 
en todo momento, dada la escasez de determinantes narrativos; la ini­
ciativa pertenece al azar, o sea al narrador. A diferencia de los héroes 
épicos, los héroes carecen de identidad asignada; por tanto su identi­
dad no determina sus circunstancias, no pertenecen a ningún mundo 
y pueden atravesarlos todos. 
Una selva de historias 
Las características del argumento central, hilo lo bastante firme 
como para salvaguardar una aparente unidad y lo bastante tenue como 
para no excluir ningún tipo de material narrativo, favorecen el surgir, 
en torno al deambular de los héroes, de relatos heterogéneos, de frag­
mentos textuales de las más dispares genealogías: diálogos didácticos 
serios o paródicos (sobre licantropía, sobre astrología, sobre cosmolo­
gía), novelas cortas a la italiana (al estilo de Boccaccio como la historia 
de Isabel Castrucho o al estilo de Bandello como la historia de Cro-
riano y Ruperta), novelas ejemplares al modo cervantino como la histo­
ria del viejo polaco enamorado de una Venus de mesón o la de Ambro­
sia Agustina, hermosa doncella convertida por amor en galeote, 
debates ingeniosos como la conversación académica sobre los celos, 
motivos de libro de caballería como el combate singular en medio de 
un bosque de Arnaldo y el duque de Nemurs por la posesión de un 
retrato, fragmentos de égloga como las bodas de pescadores, o de 
novela sentimental como la historia del portugués muerto de amor o 
las confidencias de Sinforosa a Auristela, motivos de la epopeya clá­
sica (como los juegos en que vence Persiles o las profecías del jadraque 
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y de Soldino), materiales folklóricos como el de la recién parida escon­
dida en el árbol o el vuelo de la hechicera hacia Noruega, visiones 
alegóricas como el sueño de Persiles en que aparece el triunfo de la 
Castidad, consideraciones morales y políticas, descripción de curiosi­
dades (como el mar helado o la fiesta de nuestra señora de la Cabeza), 
diálogos satíricos a la manera erasmiana (como el diálogo sobre 
peregrinaciones) y hasta episodios y personajes típicamente «quijote­
scos» como la aventura de los falsos cautivos de Argel y el personaje 
de Bartolomé. 
Como han apuntado varios críticos, y especialmente Riley y 
Avalle-Arce 8, el Persiles es pues más que una historia, un despliegue 
enciclopédico de historias posibles, desarrolladas o solo esbozadas, 
presentadas en grados diversos de elaboración como un cuaderno de 
dibujos preparatorios, entrelazadas y eslabonadas con más o menos 
rigor, unidas por vínculos de analogía y contraste, que han sido fina­
mente señalalados por varios críticos, entre otros Aldo Forcione. 
Como ha mostrado Navarro González al comparar el libro con el 
Quijote8, el principal parentescoentre ambas obras reside en esa 
voluntad enciclopédica, en ese proyecto de explorar o por lo menos 
de dejar apuntados todos los posibles narrativos, no naturalmente 
en sentido absoluto, sino como combinatoria limitada por lo que per­
miten concebir una cultura y unas tradiciones. En ambos libros apa­
recen ingredientes del libro de caballerías, del romanzo al modo de 
Ariosto, de la novela corta de distintos tipos, de la novela pastoril... 
En ambos libros, a la combinación enciclopédica e ingeniosamente 
trenzada de tipos narrativos se suma una reflexión metadiscursiva 
sobre el relato como tal, sus posibilidades, sus fines, sus normas 1 0 . 
Pero en el Quijote, la problemática asociada con el personaje central 
y con su destino es lo bastante singular y potente como para que 
pueda considerarse secundaria la exploración de las modalidades 
posibles del relato. 
En cambio en el Persiles, el trenzado de géneros narrativos, de 
mundos posibles de la narración, el ensayo de técnicas variadas domi­
nan el libro de manera inequívoca ya que ni el diseño de los personajes 
ni el perfil de su destino plantean interrogantes susceptibles de rete­
ner de modo duradero la atención del lector. De hecho, en el discurso 
programático del canónigo de Toledo, al final de la primera parte del 
Quijote, donde siempre se ha visto justificadamente la idea germinal 
del Persiles, la norma de la variedad y de la libertad narrativa preva­
lece sin disimulo alguno sobre cualquier otra consideración: 
8 Riley, Edward C : Teoría de la novela en Cervantes. Madrid, 1966 y J.B. Avalle-
Arce: «Los trabajos de Persiles y Segismunda. Historia Septentrional» en Riley: Suma cer­
vantina. Londres, Tamesis Books, 1973, p. 199-212. 
9 A. Navarro González: Cervantes entre el «Persiles» y el «Quijote». Salamanca, 1981. 
1 0 Especialmente a propósito del relato que Persiles hace de sus propias aventuras, 
siguiendo la tradición épica, en el libro segundo. 
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«...con todo cuanto mal habla dicho de tales libros hallaba en ellos una cosa buena: 
que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse 
en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno 
pudiese correr ' la pluma, describiendo naufragios, tormentas, rencuentros y batal­
las, pintando un capitán valeroso con todas las partes que para tal se requieren 
... Ya puede mostrase astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente 
en las materias de estado y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante si 
quisiere.... Y siendo hecho esto con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención 
que tire lo más que fuese posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de 
varios y hermosos lazos tejida, que después de acabada, tal perfección y hermosura 
muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar 
y deleitar juntamente. Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que 
el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes 
que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la orato­
ria; que la épica también puede escribirse en prosa como en v e r s o » " . 
El ingenioso despliegue de las variadas apariencias del mundo, el 
encadenamiento de motivos tomados de todas las tradiciones narrati­
vas y literarias en sentido amplio, basta al parecer, a ojos del canónigo 
y sin duda de Cervantes, para justificar la existencia de una narración 
de esa índole. 
¿Un refugio para la doble verdad? 
Se suele leer el Persiles como una obra apologética, himno al cato­
licismo romano triunfante, que enaltece sin reservas la fe tridentina, 
la sumisión al magisterio eclesiástico, el culto mariano, los grandes 
santuarios milagrosos, las reliquias y peregrinaciones. Se ve en suma 
en la obra la celebración de un tipo de religión gestual y pánica, como 
diría Chaunu, en todo caso basada en el acatamiento a una institución 
y a sus ritos y símbolos. Maurice Molho, que acaba de traducir el libro 
al francés 1 2, rechaza esta lectura y prefiere ver al contrario en ciertas 
manifestaciones ostentosas de adhesión a la religión oficial que encon­
tramos eslabonadas a lo largo del texto, expresiones irónicas de una 
crítica velada, un pensamiento en cierto modo libertino, en el sentido 
que cobra la palabra en la Francia barroca, una reserva escéptica, 
un racionalismo materialista incipiente, encubierto por un discurso 
burlón, críptico, retorcido y sumamente ambiguo. Apoyándose en el 
saber astrológico del que están dotados la mayoría de los personajes 
ejemplares por su sabiduría, Molho apunta incluso la hipótesis de que 
esta ambigüedad esté respaldadada por una tradición filosófica. Esta 
tradición sería la de de Pomponazzi y la escuela de Padua, donde 
un aristotelismo materialista y racionalista hallaba asilo en la doc­
trina de la doble verdad, o sea de la contradicción posible entre 
11 Ouijote, I, XLVI I . 
1 2 Miguel de Cervantes: Les travaux de Persillé et de Sigismonde. Traduit et présenté 
Par Maurice Molho. Paris, José Corti, 1994. Véase el importante y copioso prefacio. 
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la verdad de la fe/inatacable, y la verdad filosófica, irrefutable en su 
esfera propia. 
Esta segunda lectura puede parecer a priori más débil, aunque 
sólo sea por la escasez de indicios de una formación filosófica en Cer­
vantes, sobre todo tan técnica como la que exige un conocimiento del 
averroismo paduano, una lectura de Pomponazzi o de sus discípulos. 
Aunque es seguro o al menos muy probable, que conociese a Huarte 
de San Juan, cuya «filosofía natural» tiene un claro parentesco con 
esta tradición materialista, parece difícil que la obra de Huarte, el 
famoso Examen de ingenios, aporte una base ideológica suficiente 
como para sustentar una posición escéptica, ni siquiera levemente 
anti-dogmática, en materia religiosa. 
Sin embargo, mi propia reflexión me lleva si no a adoptar una lec­
tura de esta índole, al menos a no descartarla. La interpretación de 
Los trabajos de Persiles y Segismunda como celebración del triunfo de 
la fe católica tiene en contra suya bastantes indicios. La ausencia de 
toda alusión a los temas de la controversia entre protestantes y católi­
cos podría explicarse por razones de prudente autocensura pero ¿no 
es desvirtuar la situación el presentar la religión septentrional como 
una especie de catolicismo vagamente alterado o deformado, por «tor­
cidas ceremonias» como leemos en cierta ocasión? La búsqueda de 
Roma como patria de una fe íntegra por parte de los héroes es suma­
mente inconsistente. Pretexto oficial de su viaje, encubre el motivo de 
una intriga amorosa no especialmente edificante. En Roma vemos a 
los héroes codearse no con eclesiásticos o con devotos sino con merca­
deres judíos, cortesanas y rufianes. Ante las enseñanzas romanas, 
Persiles no manifiesta sino cortés indiferencia y deseo de casarse de 
una vez por todas. Sigismunda saca en limpio un vago proyecto de 
entrar en religión para ir al cielo por el camino más corto, pero este 
proyecto es abandonado casi inmediatamente, sin ninguna razón que 
lo justifique, de modo que cabe atribuirlo a una coquetería algo cruel. 
Los momentos de fervor religioso en el texto son pocos, breves y en 
su mayoría sumamente fríos. La descripción de la capilla de los ermi­
taños tiene un carácter conceptista al modo de Ledesma o Valdivielso, 
un sabor devoto en el sentido más vacuo del término. El elogio de la 
católica Lisboa, en su momento cumbre, tanto puede sonar a ingenui­
dad casi fanática como a malicia socarrona: 
«Aquí en esta ciudad verás cómo son verdugos de la enfermedad muchos hospitales 
que la destruyen y el que en ellos pierde la vida, envuelto en la eficacia de infinitas 
indulgencias, gana la del cielo». 
En cuanto a la descripción de los exvotos de Guadalupe,o hay que 
tomarla como declaración de una credulidad milagrera que es difícil 
atribuir a Cervantes o hay que leerla «cum grano salis»: 
«De tal manera hizo aprehensión estos milagrosos adornos en los corazones de los 
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devotos peregrinos, que volvieron los ojos a todas las partes del templo y les pare­
cía ver venir por el aire volando los cautivos envueltos en sus cadenas a colgarlas 
de las santas murallas y a los enfermos arrastrar las muletas y a los muertos mor­
tajas, buscando lugar donde ponerlas, porque ya en el sacro templo no cabían, tan 
grande es la suma que en las paredes cubren». 
Creo que aceptaríamos difícilmente que esta visión de pesadilla 
grotesca haya sido inventada por un escritor de auténtico fervor, 
por una Teresa de Avila o un Fray Luis de Granada. Más fácilmente 
lo atribuiríamos al Quevedo de Los sueños, pero todo ello queda 
sujeto desde luego a la apreciación subjetiva. Es significativo desde 
luego que ninguno de los grandes temas morales de la obra deje 
de tener su contrapunto paródico o irónico. Así la peregrinación 
a Roma como símbolo de la vida del cristiano que se encamina 
a la Jerusalén celeste, símbolo leído con tanta gravedad por críticos 
como Vilanova 1 3 o Forcione, adquiere un tinte equívoco con la 
figura de la peregrina chata y de voz gangosa que, según su propia 
declaración, tiene la peregrinación «que más le viene a cuento para 
disimular la ociosidad» y que recorre con complacencia fiestas bril­
lantes que son el trasunto de las que celebraba «la gentilidad». 
Muchos textos de Erasmo (Véase por ejemplo «El viaje por motivo 
de piedad» en los Coloquios), si algo más largos y detallados, no 
son mucho más explícitos. Naturalmente la muy difundida denuncia 
del vagabundeo so capa de peregrinación no implica el rechazo de 
la peregrinación como tal, pero la estrecha asociación de la peregri­
nación ejemplar y de su contrafigura contamina a la primera de 
la ambigüedad de la segunda. Lejos de escandalizarse por el modo 
en que la peregrina asume los poco edificantes motivos de sus viajes, 
nuestros peregrinos ejemplares tienen tentaciones de seguirla «para 
ver tantas maravillas». Las mismas observaciones socarronas 
podrían espigarse en cuanto al motivo ascético del retiro del mundo, 
por ejemplo, o en cuanto al imperativo de la castidad prematrimo­
nial y la invalidez de un matrimonio no celebrado según los cánones 
de Trento, que es difícil tomar en serio a la lectura de los episodios 
de Tozuelo y elementa Cobeña, de Feliciana de la Voz o de Isabel 
Castrucho. 
Tales argumentos no permiten por si solos ver en Los trabajos 
de Persiles una obra críptica, que cifra la burla bajo el ostentoso 
catolicismo. Sí en cambio permiten sospechar que como celebración 
del catolicismo, carece de consistencia y de toda profundidad. Leído 
a ese nivel, me parece difícil negar que el texto sea un fracaso. En 
definitiva, los sentimientos de terror y reverencia que suscitan los 
remotos dioses de Heliodoro se imponen al lector como más auténti­
cos. Se respira en las páginas del escritor antiguo una atmósfera reli-
1 3 Antonio Vilanova: «El peregrino andante en el Persiles de Cervantes» en Boletín de 
la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, XXI I , 1949, p. 97-159. 
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giosa bastante más convincente que la que se desprende de las evasivas 
y equívocas páginas de Cervantes. 
Otro tanto podría decirse de la ejemplaridad de los protagonistas, 
cuya belleza, valor y virtudes son afirmados con insistencia, sin que 
nada venga a contradecir estas apreciaciones de modo directo. No deja 
sin embargo de ser extraña la práctica constante por la pareja de un 
engaño, a veces cruel, dirigido a las personas que más sincera y apasio­
nadamente se interesan por ellos como Arnaldo o Sinforosa, y no siem­
pre muy estrictamente justificado por la propia defensa. Clodio en 
varios discursos satíricos pone en evidencia el reverso de la visión hie-
rática de los admirables jóvenes, y si el carácter del maldiciente desca­
lifica sus humorísticas invectivas, no tanto como para anular su efecto, 
ya que la actitud del narrador hacia él es tan ambivalente como suele 
serlo la del narrador cervantino, y ya que mucho de lo que presiente 
o adivina se revelará extrañamente atinado. 
Consideraciones como éstas que podrían desde luego afinarse y 
multiplicarse hacen tentador concluir que este libro sigue estando más 
cerca de Ariosto que de Tasso, y que la ejemplaridad edificante en sen­
tido contrarreformista no es en él mucho más sostenida que la ejem­
plaridad caballeresca de Orlando. La peregrinación como cimiento de 
la fábula no impide que predominen en ella variedad y multiplicidad, 
con lo que ésta conlleva de fermentos de desorden y aspiración a la 
libertad. 
En definitiva el texto posiblemente no contiene respuesta a nin­
guna cuestión religiosa, moral o filosófica y sí en cambio múltiples 
sugerencias que invitan a convencerse de que no hay discurso que no 
deba matizarse, juicio que no deba relativizarse, ni verdad que no par­
ticipe de la ficción. 
El «Persiles» como novela 
Queda como aliciente de la novela la apertura mantenida casi 
hasta el final, la relativa imprevisibilidad y en definitiva el entreteni­
miento, siendo la pretensión de Cervantes haber escrito en el Persiles 
«el mejor libro que en nuestra lengua se haya compuesto, digo, de los 
de entretenimiento». 
Queda la exploración de las posibilidades del relato, el repertorio 
de las formas de hacer literatura por medio de citas o de esbozos críti­
cos. Numerosas prácticas literarias son evocadas a lo largo del relato, 
la poesía de Garcilaso y sus seguidores, la poesía devota y concep­
tuosa, la poesía épica, el teatro, el diálogo, las compilaciones de afori­
smos, las cuestiones académicas... 
La presencia de la literatura renacentista o barroca en muchas 
facetas características puede darse por medios metatextuales como en 
el caso del teatro o del himno a la gloria de Garcilaso, ya en forma 
ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Mercedes BLANCO. Literatura e ironía en los «Trabajos de Pe...
de inserción de fragmentos que pertenecen a géneros claramente defi­
nidos, aforismos peregrinos, cuestiones enigmáticas, cartas amorosas, 
serias o burlescas, cartas de tipo picaresco como la de Bartolomé, 
sonetos amorosos, morales, panegíricos. De cada género aparecen en 
el texto un ejemplo o dos a lo máximo. Se pone así de manifiesto que 
no interesa en especial ninguna de estas formas, sino el conjunto que 
forman, un amplio inventario de los modos usuales de hacer literatura. 
Tal vez quepa ver en ello una confirmación de la idea de que el 
mundo no es verdaderamente accesible más que a través de la litera­
tura, idea (novelesca por excelencia) que el mismo narrador cervantino 
enuncia en uno de los pasajes del libro, y que tratada en cierto rigor, 
debería conducir al más completo escepticismo: 
«porque las lecciones de los libros muchas veces hacen más cierta esperiencia de 
las cosas que no la tienen los mismos que las han visto, a causa que él que lee 
con atención, repara una y muchas veces en lo que va leyendo, y él que mira sin 
ella, no repara en nada y con esto excede a la lección la vista». . 
Por esta capacidad de ingerir en su trama elementos procedentes 
de la desagregación de otros géneros literarios, de englobar estratos 
culturales de diferentes épocas, por la inestabilidad de las opiniones 
religiosas y los juicios morales que incita a formar, por la extraña 
colección que presenta de casos amorosos anómalos, de situaciones-
límite, Los trabajos de Persiles y Segismunda tiene las propriedades 
insustituibles y liberadoras de la novela, como las definen por ejemplo 
los ensayos de Milán Kundera 1 5. En ese sentido la obra no desmerece 
de un autor al que es tópico atribuir la creación de la novelamoderna. 
Los trabajos de Persiles y Segismunda, ed. cit., p. 327-8 (Libro III , cap. VII ) . 
1 5 Véase Milan Kundera: L'art du roman. Paris, Gallimard, 1986, et Les testaments 
trahis. Paris, Gallimard, 1993. 
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