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TESORO DEVOCIONAL PARA 30 DIAS II (1)

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 Presentación 
 
 Andrew Murray (1828 – 1917) nació en Sudáfrica y fue 
enviado a estudiar a Inglaterra a la edad de 10 años. Cuando 
regresó a Sudáfrica como pastor y evangelista, lideró un 
avivamiento que conmovió a todo el país. 
Toda su vida de trabajo y esfuerzo para profundizar la vida 
espiritual de los creyentes en Cristo influenció a la iglesia en 
todo el mundo mediante el legado de sus profundos escritos, 
incluyendo los clásicos with Christ in the school of player (con 
Cristo en la escuela de la oración), Abide in Christ 
(permanezca en Cristo), Raising Your Children for Christ 
(cómo criar a sus hijos para Cristo). Otras de sus actividades 
menos conocidas fueron los debates teologicos, su papel en 
las relaciones de la iglesia con el estado y la fundación 
universidades. La solida teología bíblica y el fervor espiritual 
de Murray lo convirtieron en la fuerza que impulso los 
avivamientos de su época, y un modelo de fidelidad para la 
nuestra. 
Las lecturas devocionales que contiene este libro han sido 
seleccionadas de su libro Holy in Christ (Santo en Cristo). En 
su prefacio leemos: “Mi objetivo al escribir este libro ha sido 
descubrir el sentido que Dios le da a la palabra santidad, para 
que también nosotros podamos darle el mismo sentido. He 
rastreado la palabra –buscando hacer claridad sobre este 
tema- a través de los pasajes más importantes de las 
Sagradas Escrituras donde se encuentra ella, para conocer lo 
que es la santidad de Dios, lo que debe ser la nuestra y cómo 
podemos lograrla. Me he preocupado especialmente por 
señalar la cantidad y variedad de los elementos que hacen de 
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la verdadera santidad expresión divina de la vida cristiana 
en toda su plenitud y perfección. Me he esforzado también 
por mantener la maravillosa unidad y sencillez que hay en 
ella, cuando está centrada en la persona de Jesús.” 
“Ha sido mi deseo ferviente poder ayudar a mis hermanos 
en la fe descubrir la maravillosa revelación de la santidad de 
Dios a través de todas las épocas, tal como está registrada en 
su bendita Palabra. He orado al altísimo pidiéndole que use 
lo que he escrito para aumentar en sus hijos la convicción de 
que debemos ser santos, el conocimiento de cómo podemos 
ser santos, el gozo de ser santos, y la fe para poder ser santos. 
Quiera Dios conmovernos para que clamemos a Él día y 
noche pidiendo una visitación de su Espíritu y el poder de su 
Santidad sobre todo su pueblo, para que las palabras 
cristiano y santo sean sinónimos, y cada creyente sea un vaso 
santo y listo para el uso del Maestro” 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 1 
El llamado de Dios a la santidad 
Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, 
como también es santo quien los llamó; pues está 
escrito: “sean Santos porque yo soy santo.” 
1 PEDRO 1: 15 – 16 
 El llamado de Dios es la manifestación en el tiempo del 
propósito de la eternidad: “A los que predestino, también los 
llamó” (Romanos 8:30). Los creyentes son llamados “de 
acuerdo con su propósito” (Romanos 8:28). En su llamado Él 
nos revela cuáles son sus pensamientos y su voluntad para 
nosotros, y la vida que nos invita a vivir. Nos hace ver con 
claridad cuál es la esperanza a la cual somos llamados, y a 
medida que comprendemos y entramos en ella, nuestra vida 
en la tierra se convierte en un reflejo de su propósito eterno. 
La sagrada Escritura utiliza más de un término para indicar 
el objetivo o la meta de nuestro llamamiento, pero ningún 
otro se usa con mayor frecuencia que el que el apóstol Pedro 
menciona aquí: Dios nos ha llamado a ser santos, así como Él 
es santo (Romanos 1:7;1 Corintios 1:2;1 Tesalonicenses 4:7). 
Cuando nos llama, el Padre descubre el propósito que desde 
la eternidad tenía en su corazón: que seamos santos. 
Este llamamiento de Dios nos muestra el verdadero motivo 
para la santidad. “sed santos porque yo soy santo.” Es como 
si Dios dijera: “la santidad es mi bendición y mi gloria, sin ella 
ustedes no pueden verme disfrutar de mí, teniendo en cuenta 
la naturaleza de las cosas, no hay nada superior que pueda 
concebirse. Te invito a compartir conmigo a través de ella, te 
invito a ser como yo. ¿No te conmueve la idea, la esperanza 
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de ser participante conmigo de mi santidad? No tengo nada 
mejor que ofrecerte, yo mismo me ofrezco a ti.” ¿No 
clamaremos al Señor que nos muestre la gloria de santidad, 
y que nos ayude a estar dispuestos a entregarlo todo en 
respuesta a su maravilloso llamado? 
Cuando nos llama el Padre devela el propósito que 
desde la eternidad tenía en su corazón: que seamos 
santos. 
Cuando escuchamos su llamamiento también nos muestra la 
naturaleza de la verdadera santidad. “ser santo” es ser como 
Dios es, es tener una disposición, una voluntad, un carácter 
como el de Dios. La sola idea parece incluso blasfemia hasta 
que escuchamos con atención la siguiente declaración: “Dios 
nos escogió en Él desde antes de la creación del mundo, para 
que seamos santos y sin mancha” (Efesios 1:4). En Cristo, la 
santidad de Dios apareció en un ser humano. En su ejemplo, 
en su mente y su Espíritu tenemos la santidad del Dios 
invisible, expresada en la vida y la conducta humana. Ser 
como Cristo es ser como Dios; y ser como Cristo es ser Santo 
como Dios es Santo. 
Padre. Tú me has llamado a la santidad, pero ¿cómo 
puedo ser santo como Tú? Espíritu Santo, muéstrame lo 
que es la santidad. Tu santidad primero y luego la mía. 
Muéstrame la indecible bendición y gloria de ser 
partícipe de Cristo y su santidad. Amén. 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 2 
La provisión de Dios para la santidad 
A los que han sido santificados en Cristo Jesús y 
llamados a ser su santo pueblo. 
1 CORINTIOS 1:2 
 ¡Santos! ¡En Cristo! En estas dos frases tenemos, tal vez, las 
palabras más maravillosas de toda la Biblia. Santo, la 
palabra de insondable significado, que expresan los serafines 
con sus rostros cubiertos. Santo, la palabra en la cual se 
centran todas las perfecciones de Dios y de la que es 
manantial su gloria. Santo la palabra que revela el propósito 
que Dios tenía en mente con respecto al hombre, y que habla 
de lo que será la suprema gloria del mismo en la eternidad 
futura: ¡ser participes de su santidad! 
En Cristo, las palabras en las que se descubren la sabiduría y 
el amor de DIOS. ¡El Padre que da al Hijo para que sea uno 
con nosotros! ¡El Hijo que muere en la cruz para hacernos 
uno solo consigo mismo! ¡El Espíritu Santo que mora en 
nosotros para establecer y mantener esa unión! En Cristo, la 
lección única que tenemos que estudiar sobre esta tierra. La 
respuesta de Dios a todas nuestras necesidades. En Cristo, la 
garantía y la degustación de la gloria eterna. 
Aquí está la provisión de Dios para nuestra santidad, su 
respuesta para nuestro interrogante: ¿Cómo ser santo? 
Qué riqueza de significado y de bendición hay en las palabras 
combinadas: ¡Santos en Cristo! Aquí esta la provisión de 
Dios para nuestra santidad, su respuesta para nuestro 
interrogante ¿Cómo ser santo? Escuchamos el llamado a ser 
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santos, pero parece existir un inmenso abismo entre la 
santidad de Dios y la del hombre. En Cristo, está el puente que 
cruza dicho abismo; mejor aún, su plenitud lo ha llenado. En 
Cristo, Dios y el hombre se encuentran; la santidad de Dios 
nos ha hallado y nos ha hecho suyos. Aquí está la respuesta al 
ansioso clamor y a los anhelos del corazón de los millares de 
almas sedientas que han creído en Jesús y todavía no saben 
como ser santas. Aquí tienen la respuesta de Dios, usted es 
santo en Cristo Jesús. Si usted recibe estas divinas palabras y 
las cree, la luz divina brillara en su corazón y lo llenará con 
gozo y el amor divino estará en capacidad decir: ahora lo veo 
claro. Soy santo en Cristo. 
Santo señor, que tu voz se escuche en las 
profundidades de mí ser con un poder del cual no es 
posible escapar: Sé Santo, sé santo. Revélame Tú 
santidad y mi pecaminosidad.Llévame a aceptar a Jesús 
como mi santificación, a morar en Él como mi vida y mi 
poder para ser lo que tú quieres que yo sea: santo en 
Cristo Jesús. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 3 
La santidad y la creación 
Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en ese 
día descanso de toda su obra creadora, 
GÉNESIS 2:3 
 El Génesis es el libro de los comienzos. Le debemos a sus 
tres primeros capítulos la luz divina que arroja sobre los 
muchos interrogantes que trascienden la sabiduría humana. 
Y ellos llegamos también en nuestra búsqueda de la santidad. 
En todo el libro de Génesis la palabra santo aparece solo una 
vez. Pero esa sola vez nos abre el manantial secreto del cual 
fluye todo lo que La Biblia tiene para enseñar acerca de esta 
bendición celestial. Cuando Dios bendijo el día séptimo y lo 
santifico, lo exaltó sobre los otros días y lo separó para una 
tarea y una revelación de si mismo superando en gloria todo 
lo precedente. Aquí vemos el carácter de Dios como el santo 
que santifica, entrando y descansando; y el poder de 
bendición con el cual va acompañada siempre la 
santificación. 
En los seis días anteriores, la frase clave es: Dios creó. Pero 
ahora se nos dice que algo superior a la creación, algo por lo 
cual existe la creación, nos va a ser revelado. El Dios 
todopoderoso, el omnipotente, se da a conocer ahora como el 
santísimo, y revela su carácter como el santificador. Tanto 
santificar como crear, son exclusivamente obras suyas. 
Tanto santificar es exclusivamente obra suyas, como 
crear. 
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Dios santificó el séptimo día porque en él descansó de toda 
su obra. Él regresa de su trabajo creador a regocijarse en su 
amor por el hombre que ha creado. La presencia de Dios 
revelándose a sí mismo, entrando y tomando posesión, es lo 
que constituye la verdadera santidad. Al morar en los cielos; 
en su templo sobre la tierra, en su amado Hijo, en la persona 
del creyente mediante el Espíritu Santo, siempre 
encontramos que esa santidad no es algo que el ser humano 
es o hace, sino algo que está donde Dios está. Dicho de la 
mejor manera: al lugar donde Dios entra para descansar, ese 
lugar es santificado. Y así descubrimos que a medida que 
entramos en la quietud del sabbath (el sábado), de perfecta 
confianza en Dios, Él viene para santificar su sábado; al alma 
en donde Él hábita y descansa, y santifica. 
 
Bendito Señor y Dios, yo te adoro como el creador y el 
santificador. Ayúdame a comprender cómo puedo lograr 
la bendición de la santidad. Que mi corazón sea tu lugar 
de descanso. En quietud, confianza y fe descansaré en ti 
creyendo que tú lo haces todo en mi vida. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 4 
La santidad y la revelación 
Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo 
llamó desde la zarza: -¡Moisés, Moisés! – Aquí me 
tienes, respondió - No te acerques más –le dijo Dios-, 
quítate las sandalias porque estás pisando tierra santa. 
EXODO 3:4-5 
 
¿Y por qué era tierra santa? Porque Dios había llegado allí 
y la había ocupado. Donde Dios está hay santidad; es la 
presencia de Dios la que santifica. Vimos esta realidad en el 
paraíso cuando fue creado el ser humano. Y en este pasaje, 
donde la Escritura utiliza la palabra santo por segunda vez, 
este hecho se repite y enfatiza. 
En la zarza ardiente Dios se hace conocer como el Dios que 
habita en medio del fuego, y esa relación entre el fuego y la 
santidad divina se menciona frecuentemente en las 
Escrituras. La naturaleza del fuego es tanto benéfica como 
destructiva. El sol puede dar vida y fruto, o puede abrasar 
hasta causar la muerte. Todo depende de ocupar la posición 
correcta ante él. Lo mismo ocurre en todo el lugar cuando 
Dios el santísimo se revela a sí mismo; encontramos que la 
santidad divina es juicio contra el pecado, destruyendo al 
pecador que permanece en él, y es misericordia, al liberar a 
su pueblo del pecado. El juicio y la misericordia siempre van 
juntos. El fuego es la energía más espiritual y poderosa; lo 
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que consume lo que transforma de acuerdo con su propia 
naturaleza espiritual, desechando en la forma de humo y 
ceniza lo que no puede ser asimilado. 
Donde Dios está hay santidad; es la presencia de Dios la 
que santifica. 
Dios había revelado su cercanía y amistad con Abraham y los 
patriarcas. Luego fue dada la ley, el pecado se hizo 
manifiesto, y la distancia y lejanía de Dios se haría sentir, 
para que el ser humano, al conocer su pecaminosidad, 
conociera también a Dios y anhelara ser santo como Él. Dios 
se acerca a nosotros y no obstante se mantiene a distancia: el 
ser humano debe retroceder. La primera impresión que la 
santidad de Dios produce es de temor y asombro. El sentir de 
pecado, y su incompatibilidad con la presencia divina es el 
fundamento del verdadero conocimiento o de la adoración a 
Dios. Las sandalias representan nuestra comunión y nuestro 
amor por el mundo. Para estar en terreno santo, todo esto 
tiene que desecharse. Es con pies desnudos, desprovistos de 
cualquier cobertura, que el ser humano debe postrarse ante 
Dios. La carencia de aptitud para acercanos o para tener 
cualquier trato con el Dios santo, es la primera lección que 
tenemos que aprender si hemos de participar de su santidad. 
Dios santo, veo que Tú habitas en el fuego. Escucho tu 
voz diciéndome que quite el calzado de mis pies. Y mi 
alma ha tenido temor de mirarte a ti, el Santo. No 
obstante, tengo que verte, Señor. ¡Que el fuego 
consuma todo lo que no es santo en mí! Amén. 
 
 
 
 
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DÍA 5 
La santidad y la redención 
Conságrame todo primogénito varón. 
EXODO 13:2 
 En la zarza ardiendo vemos la inauguración de un nuevo 
periodo en la revelación de Dios: el periodo de la redención 
en el capitulo 12 del libro de Éxodo tenemos la pascua, la 
primera manifestación de lo que la redención, y en este 
pasaje donde se comienza a usar con mas frecuencia la 
palabra santo. En la fiesta de los panes sin levadura tenemos 
el simbolismo de desechar lo viejo y acoger lo nuevo, a lo cual 
nos lleva la redención mediante la sangre. Tan pronto como 
el pueblo fue redimido de Egipto, la primera palabra de Dios 
para ellos fue: “Conságrame (santifícame) todo primogénito 
varón.” La palabra revela que la propiedad es una de las ideas 
centrales tanto en la redención como en la santificación, que 
es el vínculo que las une. Y aunque aquí la palabra se aplica 
solo a los primogénitos, ellos se consideran como tipo de la 
totalidad del pueblo. Y así son santificados los primogénitos, 
y después los sacerdotes en su lugar, como tipo o modelo de 
lo que todo el pueblo debe ser como el “especial tesoro de 
Dios” y como una “una nación santa.” 
En una serie de hechos prodigiosos Dios demostró ser, Él 
mismo, el conquistador de los mismos enemigos de Israel, y 
luego, mediante la sangre del cordero en las puertas de sus 
casas, les enseña lo que es la redención, no solamente de un 
opresor injusto aquí sobre la tierra, sino también del justo 
juicio que sus pecados merecían. La pascua tiene también el 
propósito de ser la transición de lo visible y temporal, a lo 
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invisible y espiritual, y de mostrarles a Dios liberándolos 
tanto de la casa de servidumbre como del ángel destructor. Y 
habiéndolos redimido les dice que ahora son su propiedad. 
Durante su estadía en el Sinaí y en su travesía por el desierto 
se les enfatiza continuamente que ellos son el pueblo del 
Señor, que los santificará para sí mismo por que Él es santo. 
El propósito de la redención es la posesión es hacerlos 
semejantes a Él, quien es todo santidad. 
Si estoy procurando ser santo debo morar en la clara y 
total experiencia de un ser redimido, y de ser, como tal, 
propiedad y posesión de Dios. 
Solo la redención lleva a la santidad. Si estoy procurando ser 
santo debo morar en la clara y total experiencia de ser un 
redimido, y de ser, como tal, propiedad y posesión de Dios. Se 
mira con frecuencia la redención por el aspectonegativo de 
“ser liberado de alguien y de algo”. La gloria real es el 
elemento positivo de ser redimidos para Jesús. 
Oh, Dios, me postro delante de ti y te adoro en 
profunda humildad. Confieso con vergüenza que por 
mucho tiempo te busqué más como el redentor que 
como el santo. Te alabo por el Señor Jesús, mi 
redención y santificación, y por hacerme uno con Él. 
Amén. 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 6 
La santidad y la gloria 
¿Quién, Señor se te compara entre los dioses? ¿Quién 
se te compara en grandeza y santidad? Tú, hacedor de 
maravillas, nos impresionas con tus portentos. 
Extendiste tu brazo derecho, ¡y los tragó la tierra! Por tu 
gran amor guías al pueblo que has rescatado; por tus 
fuerzas lo llevas a tu santa morada. 
EXODO 15:11-13 
 En estas palabras tenemos otro paso en la progresiva 
revelación de la santidad. Es la primera vez que se habla de 
la santidad de Dios mismo. Él es glorioso en su santidad, y al 
lugar donde habita su santidad es que guía a su pueblo. 
Soy por naturaleza el egipcio condenado a la 
destrucción; pero por gracia soy el israelita escogido 
para la redención. 
 Las playas del mar rojo es el lugar donde Israel alaba a Dios 
a través de esta declaración. Él es el Dios incomparable, no 
hay otro Dios como Él. Con Moisés frente a la zarza en Horeb 
vimos la gloria de Dios en el doble aspecto de su salvación y 
destrucción: consumiendo lo que no podía ser purificado, y 
purificando lo que no fue consumido. Lo vemos en el cántico 
de Moisés en el cual Israel canta del juicio y de la 
misericordia. La columna de fuego y la nube estaban entre el 
campo de los egipcios y el campo de Israel: era nube y tiniebla 
para los egipcios, pero proveyó luz en la noche a Israel. La 
gloria de la santidad se pudo ver en la destrucción del 
enemigo. 
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Y la gloria de la santidad se ve en la misericordia y la 
redención; santidad que no sólo libera, sino que guía a la 
habitación de la santidad donde el Dios Santo habita con y en 
su pueblo. En la inspiración de la hora de triunfo se revela que 
el gran objetivo de la redención, tal como el santo la forjó, es 
ser medio para Dios habitar en sus redimidos. 
”Majestuoso en tu santidad, asombroso en tu gloria.” La 
canción en sí misma armoniza los elementos aparentemente 
contradictorios. Sí; yo cantaré de su juicio y de su 
misericordia. Me regocijaré con temor mientras alabo al 
santísimo. Al mirar los dos aspectos de su santidad, tal como 
se revelaron a los egipcios y a los Israelitas, recuerdo que lo 
que allí estuvo separado, se ha unido en mí. Soy por 
naturaleza el egipcio condenado a la destrucción; pero por 
gracia soy el israelita escogido para la redención. Hay algo 
en mí que el fuego debe consumir y destruir; solo en la medida 
en que el juicio hace su obra, puede la misericordia salvar 
plenamente. Solamente cuando tiemblo frente a la luz 
escudriñadora y al fuego consumidor del santísimo, cuando 
rindo la naturaleza del egipcio para que sea juzgada y 
llevada a la muerte, solo entonces puede el israelita que soy, 
ser redimido para conocer al Dios de salvación y para 
regocijarme en Él. 
Oh, mi Dios, que tu Espíritu, de quien proceden estas 
palabras de gozo y triunfo santos, revele en mi interior 
la gran redención como una experiencia personal. Que 
toda mi vida sea una canción de temerosa y maravillosa 
adoración. Amén. 
 
 
 
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DÍA 7 
La santidad y la obediencia 
Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto, y de que 
los he traído hacia mí como sobre alas de águila. Si 
ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen 
mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las 
naciones, aunque toda la tierra me pertenece. 
EXODO 19:4-6 
 
 Israel ha llegado hasta Horeb. Es el momento en que la ley 
ha sido dada y se ha establecido el pacto, y Dios pronuncia las 
primeras palabras para el pueblo: esas palabras hablan de 
redención y la bendición que ésta lleva consigo: la comunión 
con Dios mismo. Hablan de santidad como el propósito divino 
en la redención. Y establece la obediencia como el vínculo 
entre la redención y la santidad. La voluntad de Dios es la 
expresión de su santidad. A medida que hacemos su voluntad, 
entramos en contacto con su santidad. 
Obedecer su voz es seguirlo a medida que nos guía en 
el camino de la plena revelación de sí mismo. 
Esto nos lleva otra vez a lo que vimos en el paraíso. Dios 
santificó el séptimo día como el tiempo para santificar al 
hombre. ¿Y qué fue lo primero que hizo con este propósito? 
Lo primero que hizo fue darle un mandamiento. La 
obediencia a este mandamiento le abriría la puerta a la 
santidad de Dios. La santidad es un atributo moral; y moral 
es lo que una voluntad libre elige y determina por si misma. 
Lo que Dios crea y da es, naturalmente, bueno. Lo que el 
hombre desea tener de Dios y de su voluntad, y realmente se 
apropia de ello, tiene valor moral y lleva a la santidad. En la 
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creación Dios manifestó su sabiduría y su buena voluntad. El 
Señor expresa su buena voluntad a través de sus 
mandamientos. Cuando aquello que es santo entra en la 
voluntad del hombre, y cuando el hombre acepta y se une a sí 
mismo con la voluntad de Dios, llega a ser santo. Después de 
la creación, en el séptimo día, Dios tomó al hombre dentro de 
su obra de santificación para hacerlo santo. La obediencia es 
la senda hacia la santidad porque es la senda que nos une con 
la santa voluntad de Dios. Para todos: para el hombre cuando 
no había caído aún, para el hombre después de la caída, en la 
redención aquí, y arriba en gloria, para todos los santos 
ángeles, para el mismo Cristo, el santo de Dios, la obediencia 
es el camino a la santidad. No hay tal cosa como santidad por 
sí sola: cuando la voluntad humana se abre en si misma para 
hacer la voluntad divina, Dios se comunica a sí mismo y 
comunica su santidad. Obedecer su voz es seguirlo a medida 
que nos guía en el camino de la plena revelación de sí mismo. 
¡Obediencia! No el conocimiento de la voluntad de Dios, no su 
aprobación, ni siquiera la voluntad de obedecerla, sino hacer 
y cumplir esa voluntad. El conocimiento, la aprobación y la 
voluntad deben llevar a la acción; la voluntad de Dios debe 
ser hecha. Lo que Dios pide de su pueblo cuando habla de 
santidad, no es fe, no es adoración, ni es profesión: es 
obediencia. 
Querido Padre celestial, que la obediencia, el oír y hacer 
tu voluntad sean el gozo y la gloria de mi vida. Hazme 
un miembro de tu pueblo santo, una posesión tuya que 
tú atesoras. Amén. 
 
 
 
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DÍA 8 
La santidad y la presencia de Dios 
morando en nosotros 
Después me harán un santuario (un lugar santo) para 
que yo habite entre ustedes. 
EXODO 25:8 
 La presencia de Dios santifica, aun cuando ella descienda 
solo por un corto período de tiempo, como ocurrió en Horeb 
en la zarza ardiendo. ¡Cuánto más santificará esta presencia 
bendita el lugar donde habita, donde fija su residencia 
permanente! Esto es tan cierto que el lugar en donde la 
presencia de Dios habita llegó a ser conocido como el lugar 
santo. Todo alrededor del lugar donde Dios habitaba era 
santo: la santa ciudad, el monte de la santidad de Dios, su 
casa santa, hasta que traspasamos el velo al lugar santísimo, 
el santo de los santos. El Dios que habita es el que santifica su 
casa, el que nos hace santos también. 
Porque Dios es santo, la casa en la cual habita es santa. Este 
es el único atributo de Dios que Él puede comunicar a su casa. 
Es el único que puede comunicar y la comunica en efecto. La 
santidad expresa no tanto un atributo como el mismo de ser 
de Dios en su infinita perfección, y su casa testifica que Él es 
santo, que el lugar donde el habita debe tener santidad, que 
su presencia lo santifica. En su primer mandamiento a su 
pueblo, cuando les piden que le edifiquen un lugar santo, 
claramente les dijo que habitara en medio de ellos; ese fue el 
presagio de su habitación permanente en medio de ellos. La 
casa con su santidad nos llevaa la santidad de su presencia 
en medio del pueblo de sus redimidos. 
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El Señor es el Santificador en su condición de Dios que 
habita en medio de su pueblo. Su sola presencia nos 
santifica. 
El lugar santo, el santuario de la santidad de Dios fue el 
centro de toda la obra divina para santificar a Israel. Todo lo 
que estaba relacionado con él –el altar, los sacerdotes, los 
sacrificios, el aceite, el pan, los utensilios- era santo porque 
pertenecía a Dios. Desde la casa el Señor habló a Israel un 
mensaje de doble contenido: el llamado a ser santos, y su 
promesa de que Él mismo los santificaría. La demanda de 
Dios se hizo manifiesta mediante su exigencia de limpieza, de 
expiación y de santidad en todos los que se acercaran a Él, ya 
fuera como sacerdotes o adoradores. Y la promesa divina 
brilló en la casa del Señor en la provisión para la 
santificación, en el poder santificador del sistema sacrificial. 
El Señor es el santificador en su condición de Dios que 
habitaba en medio de su pueblo. Su sola presencia nos 
santifica. La santidad se mide por la cercanía a Dios, y como 
no hay nadie santo, sino solo el Señor, la santidad se 
encuentra solo en Él. 
Padre de nuestro Señor Jesús, te pido nada menos que 
la presencia de mi Señor Jesús morando en mi corazón 
por la fe. Anhelo esa consciente, bendita y permanente 
presencia de su Espíritu Santo. Amén. 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 9 
La santidad y la mediación 
“Haz una placa de oro puro, y graba en ella, a manera 
de sello: consagrado al Señor. Sujétala al turbante con 
un cordón púrpura de modo que quede fija a éste por la 
parte delantera. Esta placa estará siempre sobre la 
frente de Aarón, para que el Señor acepte todas las 
ofrendas de los israelitas.” 
EXODO 28:36 – 38 
 La casa de Dios debía ser el lugar de habitación de su 
santidad, en donde Él se revelaría como el santo, a quien no 
se debía acercar nadie excepto con temor y temblor. Allí se 
revelaría también como el santificador, atrayendo hacia Él 
a todos los que desearan participar de su santidad. El centro 
de esta revelación era el sumo sacerdote, quien era el 
representante de Dios ante el hombre, y del hombre ante 
Dios. Él es el símbolo de la santidad divina en forma 
humana, de la santidad humana como un regalo divino. En 
él DIOS se acercó para santificar y bendecir al pueblo se 
acercó a Dios cuanto le era posible. Sin embargo, el día de la 
expiación en el cual debía entrar al lugar santísimo, era la 
prueba misma de cuán impío es el hombre. Este sumo 
sacerdote era en sí mismo la prueba de la impiedad de 
Israel, no obstante era el tipo y el retrato del Salvador que 
vendría, nuestro Señor Jesús, una maravillosa demostración 
de cómo participaría su pueblo de la santidad de Dios. 
El sumo sacerdote es el símbolo de la santidad divina en 
forma humana, de la santidad humana como un regalo 
divino. 
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Tal vez el hecho más impactante en el cual el sumo sacerdote 
tipificaba a Cristo, en cuanto a nuestra santificación, era la 
corona santa que llevaba en su frente. Todo a su alrededor 
debía ser santo. Los utensilios eran santos, sus vestiduras 
eran santas. Pero había un elemento que hablaba de la 
manera más expresiva de su santidad. Sobre su frente debía 
llevar siempre una placa de oro en la cual estaban grabadas 
las palabras: “consagrado al Señor” todos tenían que leer que 
el objetivo integral de su existencia era ser la representación 
–el portador y el mensajero- de la santidad divina, el elegido 
a través del cual la santidad de DIOS fluiría en bendición 
sobre su pueblo. 
La corona santa, este emblema dedicatorio, expresaba la 
promesa y compromiso del Señor de que la santidad del sumo 
sacerdote garantizaba que el adorador era aceptado. El 
peticionario podía mirar al sumo sacerdote no solo a efecto 
de procurar la expiación mediante el rociamiento de la 
sangre, sino también para asegurar una santidad que lo 
hiciera aceptable a él y a sus dones. Si esto fue cierto 
entonces, cuánto más ahora mediante el sacerdocio de Cristo. 
Tan grande como pueda ser nuestro pecado, cuando 
miramos al Señor Jesús y leemos en su frente, “consagrado al 
Señor” levantamos nuestros rostros para recibir la sonrisa 
divina de aprobación plena y perfecta aceptación. 
Padre bendito, abre nuestros ojos para ver y nuestros 
corazones para comprender esta corona santa de 
nuestro bendito Jesús. Me acerco a Él como mi 
verdadero sumo sacerdote y entro a su santidad hasta 
que ella tome posesión de mí y sature todo mi ser. 
Amén. 
 
 
21
DÍA 10 
La santidad y la separación 
“yo soy el Señor su Dios, que los he distinguido entre 
las demás naciones. Sean ustedes santos, por que yo, 
soy santo, y los he distinguido entre las demás 
naciones, para que sean míos. 
LEVÍTICO 20:24,26 
 La separación en sí misma no es la santidad, pero es el 
camino hacia ella. Aunque no puede haber santidad sin 
separación, sí puede haber una separación que no conduce a 
la santidad. Para cualquiera que procura la santidad es de 
vital importancia comprender tanto la diferencia como la 
relación que existe entre ambas. 
Santidad no es lo que yo soy, hago, o doy, sino lo que 
Dios es, lo que Él hace y lo que Él meda. 
La palabra hebrea santidad se deriva de una raíz que 
significa separa. “Apartar para Dios”, someterse a sus 
demandas, consagrarse a su servicio es intrínsecamente 
parte de la santidad, pero ello es solo el comienzo. La 
santidad es en si misma muchísimo más. Santidad no es lo que 
soy yo, hago, o doy, sino lo que Dios es, lo que Él hace y lo que 
Él me da. Es el hecho de que Dios toma posesión de mi vida lo 
que me hace santo. Ocho veces encontramos esta demanda en 
el libro de levítico: “santos seréis porque santo soy yo el Señor 
vuestro Dios.” La santidad es el máximo atributo de Dios, y es 
expresión no solo de su relación con el pueblo de Israel, sino 
de su mismo ser y naturaleza. Y aunque es de manera lenta y 
gradual que él puede enseñar a la mente carnal del hombre 
su verdadero significado, no obstante, desde el principio le ha 
22
dicho a su pueblo que su propósito es que sea como el mismo: 
santo. La separación es solamente el poner aparte y tomar 
posesión de la vasija para limpiarla y utilizarla; la llenura de 
la misma con el precioso contenido que se le confía es lo que 
le confiere su verdadero valor. 
La separación no es una demanda arbitraria de Dios, sino un 
requisito indispensable. Separar una cosa es liberarla de 
otros usos para un propósito especial, para que con un poder 
sin dividir cumpla la voluntad de quien la escogió y realice así 
su destino. Dios nos ha separado para Él en el sentido más 
amplio de la palabra, para entrar en nosotros y mostrase a sí 
mismo en y a través de nuestras vidas. A medida que el Señor 
logra y toma plena posesión de nosotros, cuando la vida 
eterna en Cristo ejerce pleno Señorío en todo nuestro ser, a 
medida que el Espíritu Santo fluya plena y libremente a 
través de nuestras vidas y habite en nosotros la presencia de 
Dios, esa separación no será un asunto de ordenanzas sino 
una realidad espiritual. El Señor en su divino amor desea 
hacernos suyos y con ese propósito nos atrae hacia Él. 
Mi Padre celestial, tú me has separado para ti. 
Perfecciona la separación de mi ego. Decido desechar el 
egoísmo, y liberarme del señorío de mi ego. Que tu 
presencia reinando en mi corazón baje a mi ego del 
trono. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
 
23
DÍA 11 
El santo de Israel 
“Yo soy el Señor que los sacó de la tierra de Egipto, 
para ser su Dios. Sean, pues, santos, porque yo soy 
santo. Considéralo santo, porque él ofrece el pan de tu 
DIOS. Santo será para ti, porque santo soy yo, el Señor, 
que los santificó a ustedes. 
LEVÍTICO 11:45; 21:8 
 En el libro de Éxodo encontramos a Dios haciendo 
provisión para la santidad de su pueblo. Empezó por 
enseñarles que todo lo que lo rodeaba, todo el que quisiera 
acercársele tenía que ser santo. Que solo habitaría en medio 
dela santidad, por lo tanto, ellos tendrían que ser un pueblo 
santo. En el libro de Levítico se nos lleva un paso más 
adelante. Tenemos aquí, en primer lugar, a Dios hablando de 
su propia santidad, haciendo una súplica a los hijos de Israel 
para que sean santos, a la vez se compromete con ellos a 
darles el poder para lograrlo. Sin esta promesa La revelación 
de la santidad sería incompleta, y el llamado a ser santos 
carecería de poder. La verdadera santidad se logra cuando 
aprendemos que solo Dios es santo, y que solo Él puede 
santificar. Y que la santificación ocurre cuando nos 
acercamos a Él en con amor y obediencia para que su 
santidad nos sature y repose en nosotros. 
La santidad no solo descubre lo que es impuro y lo 
purifica, sino que es en sí misma algo de infinita belleza. 
Siendo así es correcto que procuremos saber lo que es la 
santidad del Señor. La palabra en el hebreo original, ya sea 
en el sentido de separar o de brillar, expresa la idea de 
24
distinguir algo o a alguien de entre varios, por su superior 
excelencia. Dios es separado y diferente a todo lo creado; 
como el santo que guarda su divina gloria y perfección de 
cualquier cosa que interfiera con ellas. En su santidad Él es 
ciertamente el incomparable; la santidad es suya y nada más; 
no hay nadie como Él en el cielo o en la tierra, excepto cuando 
Él confiere o transmite sus atributos. Nuestra santidad no 
consiste en un intento por imitar a Dios, sino en entrar en un 
estado de separación con Él, perteneciéndole por completo, 
apartados por Él y para Él. 
La santidad de Dios también se refiere a su divina pureza; no 
es solamente odiar el pecado sino un más positivo elemento 
de perfecta belleza. La infinita pureza no puede mirar el 
pecado, y la justicia lo condena y lo castiga. Pero la santidad 
no sólo descubre lo que es impuro y lo purifica, sino que es en 
sí misma algo de infinita belleza. La pureza y la belleza 
perfectas son atributos de Dios. Y si su santidad ha de ser 
nuestra debe existir el permanente temor santo que tiembla 
ante La sola idea de agraviar la infinita sensibilidad del Dios 
santo con el pecado, y anhela la perfecta armonía con Él, la 
belleza del señor y la admiración de su divina gloria, y un 
gozoso sometimiento a Él solamente. 
Padre santo, tu santidad es mi única esperanza, mi 
única liberación del pecado y del yo. Tú eres 
infinitamente exaltado en pureza, más allá de toda mi 
imaginación. Acércame a Jesús. Amén. 
 
 
 
 
 
25
DIA 12 
SANTO, SANTO, SANTO 
Vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono…Por 
encima de él había serafines…Y se decían el uno al otro: 
“Santo, santo, santo es el SEÑOR todopoderoso; toda la 
tierra está llena de su gloria.” 
ISAÍAS 6:1-3 
 La santidad es el principal y el más glorioso atributo de 
Dios, no solamente en la tierra sino también en el cielo. Los 
más brillantes de los seres creados, quienes están siempre 
adelante, alrededor y encima del trono divino, encuentran su 
gloria adorando y proclamando la santidad de Dios. Con toda 
seguridad no puede haber para nosotros algo superior, que 
adorar, proclamar y mostrar la gloria del Dios tri-uno y 
santo. 
Después de Moisés, Isaías fue el principal mensajero de la 
santidad de Dios. Moisés vio al Dios único en el fuego, 
escondió su rostro y tuvo temor de mirarlo, y así en santo 
temor fue preparado para ser su mensajero. Isaías oyó el 
canto de los serafines, cuando vio el fuego en el altar y que la 
casa se llenó de humo exclamó: “Pobre de mí”. Y fue solo 
cuando en su ser sintió una profunda necesidad de limpieza, 
y cuando recibió el toque de fuego purificador de sus pecados, 
que estuvo en capacidad de llevarle al pueblo de Israel el 
evangelio del Dios Santo, como su redentor. Ojalá 
descubramos el mismo temor, la misma humilde adoración y 
la limpieza con fuego mediante el mismo redentor. 
No puede haber algo superior para nosotros que adorar, 
proclamar y mostrar la gloria del Dios tri-uno y Santo. 
26
La iglesia, en todas las épocas, ha relacionado la triple 
expresión de la palabra santo con la trinidad. El canto de los 
seres vivientes alrededor del trono en Apocalipsis capitulo 
cuatro es prueba de esta verdad. Tras la solemne 
exclamación triple: santo, santo, santo, los seres vivientes 
exaltan al que era, que es, y que ha de venir, al todopoderoso: 
la fuente eterna, la manifestación presente del Hijo, el fruto 
perfeccionamiento de la revelación de Dios mediante la obra 
de su Espíritu en su iglesia. La trinidad nos enseña que Dios 
se ha revelado a sí mismo en dos formas. El Hijo es la forma 
de Dios, es sus manifestaciones a medida que se muestra a sí 
mismo al hombre, la imagen en la cual toma cuerpo su gloria 
invisible, a la cual el hombre debe conformarse. El Espíritu es 
el poder de Dios, que obra en el ser humano y que lo lleva a 
ser conforme a esa imagen. En Jesús se manifestó 
literalmente la santidad divina en la forma de una vida 
humana, y su naturaleza se nos comunica a través del 
Espíritu Santo derramado el día de pentecostés para 
reproducir su vida y su santidad en nosotros. 
Santo y tri-uno Dios, te rindo adoración como mi Dios. 
Que la perenne adoración del cielo se realice también en 
las profundidades de mi corazón y sea el tema principal 
de mi vida. Hazme santo. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
27
DÍA 13 
La santidad y la humildad 
Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para 
siempre cuyo nombre es santo: yo habito en un lugar 
santo y sublime, pero también con el contrito humilde 
espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y 
alentar el corazón de los quebrantados. 
ISAÍAS 57:15 
 Es maravillosa la revelación que Dios le dio a Isaías al 
mostrarse como el santo, como el Salvador y redentor de su 
pueblo. Aquí revela una figura nueva y especialmente bella 
de la santidad divina en relación con lo individual. El excelso 
y sublime mira al hombre de corazón contrito y humilde para 
habitar con él. La santidad de Dios es su amor 
condescendiente. Así como es fuego consumidor contra el 
altivo que se exalta a sí mismo en su presencia, también es 
como la luz brillante del sol, que vivifica y revitaliza el 
corazón. 
No existe nada más atractivo para Dios, ninguna otra cosa 
que tenga tal afinidad con su santidad como un corazón 
contrito y quebrantado y un espíritu humilde. La razón es 
evidente. En el hombre, si el ego tiene la posesión la voluntad 
propia tendrá el dominio, y no queda, por lo tanto, lugar o 
espacio para Dios. Es imposible para Dios habitar en el ser 
humano si el ego está en el trono. Pero a medida que el 
Espíritu de Dios revela el dominio del yo, y el alma puede ver 
que ha sido el ego el que la ha mantenido, aún sin saberlo, 
alejada de Dios, con cuánta vergüenza se quebranta y cómo 
anhela librarse del yo para que Dios ocupe su lugar. Este 
quebrantamiento es el que expresa la palabra contrito. 
28
Entonces el alma se humilla a sí misma en un auto 
abatimiento, con el único deseo de ser nada y darle a Dios el 
lugar correcto que Él le corresponde. 
No existe nada más atractivo para Dios, ninguna otra 
cosa que tenga tal afinidad con su santidad como un 
corazón contrito y quebrantado y un espíritu humilde. 
Tal quebrantamiento y humillación son dolorosos, pero es el 
humilde el que encuentra al santo. Precisamente cuando la 
conciencia de pecado y debilidad, y el descubrimiento del 
dominio del ego nos hace temer que jamás podremos llegar a 
ser santos, el Dios santo se da a sí mismo. Cuando hemos 
llegado al punto de perder toda esperanza de ver en nosotros 
algo mejor que pecado, levantamos nuestros ojos hacia el 
Dios santo y nos damos cuenta que su promesa es nuestra 
única esperanza. Mediante la fe el Dios santo se revela al 
alma contrita, se acerca a ella, toma posesión y le da nueva 
vida al corazón. Feliz el alma que está dispuesta a aprender 
la lección de que son simultáneas las experiencias de 
debilidad y de poder, de vacío y llenura, de profunda 
humillacióny del disfrute de la presencia del Dios santo 
morando en nuestro ser. 
Oh, Señor, excelso y sublime, mi alma se postra en un 
lugar bajo ante ti. Mi insignificancia como criatura me 
humilla y otro tanto hacen mis pecados y mi 
pecaminosidad. Me escondo tras de mi bendito 
Salvador. En Él, en su Espíritu y semejanza viviré 
delante de ti. Reavívame Señor. Amén. 
 
 
 
 
 
29
DÍA 14 
El santo de Dios 
Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el 
santo de Dios. 
JUAN 6:69 
 En Jesús podemos ver la incomparable excelencia de la 
naturaleza divina. “Has amado la justicia y odiado la maldad; 
por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con aceite de alegría” 
(Hebreos 1:9). El infinito aborrecimiento que Dios tiene por 
el pecado y su inconmovible permanencia en lo recto podrían 
parecer como de poco valor moral tratándose de algo 
inherente a su naturaleza. Sin embargo, en el Hijo vemos 
sometida a prueba la santidad divina. Jesús fue tentado y 
probado. Él tuvo que sufrir la tentación, Él demostró que la 
santidad tiene, ciertamente, un valor moral que estaba listo 
a hacer cualquier sacrificio, aún a dar la vida y renunciar a 
la existencia en lugar de consentir al pecado. Que estaba 
dispuesto a morir para que el justo juicio del Padre fuera 
honrado. Jesús demostró que la justicia es un elemento de la 
santidad divina, y que el Dios santo se santifica en la justicia. 
En Jesús vemos que la santidad divina es la armonía de 
la infinita justicia con el amor infinito. 
Pero este es solo un aspecto de la santidad. El fuego que 
consume también purifica: él hace partícipe de su clara y 
bella naturaleza todo lo que es susceptible de asimilación. 
Así, pues, la santidad divina no solo conserva su propia 
pureza, sino que también la transmite y comunica. La 
santidad de Jesús demostró ser en sí misma la encarnación de 
quién habló de sí como el excelso y sublime, el que habita con 
30
el de espíritu contrito. En Él podemos ver la afinidad que 
existe con todo lo que por su pecaminosidad está perdido y 
sin esperanza. Jesús demostró que la santidad no solo es la 
energía que con enfado santo se separa a sí misma de todo lo 
que es impuro, sino también la que en amor santo separa de 
sí misma aún lo que es más pecaminoso para salvarlo y 
bendecirlo. En Jesús vemos que la santidad divina es la 
armonía de la justicia infinita con el amor eterno. Jesús vino 
para enseñarnos que nos es posible ser hombres, miembros 
de la raza humana, y tener la vida de Dios habitando en 
nosotros. Generalmente pensamos que la gloria y la infinita 
perfección de la deidad son el único medio en donde la belleza 
de la santidad se puede ver. Pero Jesús probó la perfecta 
adaptación y conformidad de la naturaleza humana para 
mostrar lo que es la gloria substancial de la deidad. Al 
escoger y cumplir la voluntad de Dios y al hacerla suya, nos 
mostró que el ser humano realmente puede ser santo, así 
como Dios es santo. 
Santísimo Señor y Dios, te bendigo porque tu amado 
Hijo es ahora para mí el Santo de Dios. Que mi vida 
interior sea iluminada por el Espíritu para que yo pueda 
en fe conocer plenamente lo que ello significa. Que yo 
sepa lo que significa ser ubicado en Cristo y morar en 
Él. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
 
31
DÍA 15 
EL ESPÍRITU SANTO 
Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más 
tarde los que creyeran en él. Hasta ese momento el 
Espíritu no había sido dado, por que Jesús no había sido 
glorificado todavía. 
JUAN 7:39 
 Se ha dicho que mientras en el Antiguo Testamento se 
destaca con más prominencia la santidad de Dios, el Nuevo 
dio paso a la revelación de su amor. Quienes así piensan 
pasan por alto el hecho de que el Espíritu, que es Dios, toma 
para sí el epíteto de “Santo” como parte de su propio nombre, 
enseñándonos que ahora la santidad de Dios es más cercana 
que nunca, y que el Espíritu Santo se revela de una manera 
especial como el poder que nos hace santos. A través de su 
Espíritu Santo, Dios, el Santo de Israel viene para cumplir la 
promesa de que nos hará santos (Levítico 21:8). La invisible 
e inalcanzable santidad de Dios ha sido revelada en la vida 
de Jesucristo; todo estorbo que impedía que participáramos 
de ella ha sido removido por su muerte. En el Espíritu Santo, 
el Santo Dios viene para impartirnos su santidad y hacerla 
nuestra. 
A través de su Espíritu Santo, Dios, el Santo de Israel, 
viene para cumplir la promesa de que nos hará santos. 
Hay algunas personas que oran pidiendo la llenura del 
Espíritu porque anhelan tener su luz, su gozo y su fortaleza, 
pero no reciben respuesta. Y es porque no lo desean como el 
Espíritu santo. Jamás han pensado acerca de su consumidora 
pureza, de su luz escudriñadora que produce convicción de 
32
pecado; de cómo el Espíritu hace morir las obras de la carne 
y desplaza al yo con su voluntad y su poder; de que su obra 
nos lleva a la comunión con Jesús quien rindió su vida y su 
voluntad al Padre. A ninguno de estos aspectos les dan 
consideración. Por lo tanto, el Espíritu no puede venir con 
poder sobre quienes así oran porque no lo reciben como el 
Santo Espíritu, “mediante la santificación por el Espíritu” (2 
Tesalonicenses 2:13 RVR). en tiempos de avivamiento, como 
ocurrió entre los Corintios, Él ciertamente manifestará sus 
dones y sus obras poderosas, pero habrá poca manifestación 
de su santidad. Pero a menos que ese poder santificador sea 
reconocido y aceptado, sus dones se perderán. Ellos tienen el 
propósito de preparar el camino a su poder santificador en 
nosotros. Tenemos que aprender la lección de que solo 
podemos tener tanto de su Espíritu como estemos dispuestos 
a recibir de su santidad. Tener la plenitud del Espíritu 
significa tener la plenitud de su santidad. 
Lo contrario es igualmente cierto. Podemos tener tanto como 
tengamos de su Espíritu. Algunos creyentes procuran ser 
santos pero por sus propios esfuerzos. Finalmente deben 
darse cuenta que todo lo recibimos a través del Espíritu. 
Padre bueno, vengo ahora a beber del rio de agua de 
vida que fluye de tu trono y del Cordero. Que yo sea 
fortalecido con poder por tu Espíritu en mí ser interior. 
Me someto a tu Espíritu, Señor. Lléname con tu 
presencia. Amén. 
 
 
 
 
 
 
33
DÍA 16 
La santidad y la verdad 
“Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad.” 
JUAN 17:17 
 El medio primario o básico que Dios utiliza para la 
santificación es su palabra. Sin embargo, ¡cuanta lectura, 
cuánto estudio, cuánta enseñanza y predicación de la 
palabra que no produce ningún efecto santificador en los 
creyentes! Es que no es la Palabra en sí la que santifica; es 
Dios el único que puede santificar. No es sencillamente a 
través de la Palabra sino mediante la verdad que ella 
contiene. Como medio la palabra es incalculable valor como 
el vaso que contiene la verdad, si Dios la usa; como medio no 
tiene ningún valor si Dios no la usa. Esforcemos por conectar 
la Palabra de Dios con el Dios Santo. El Señor realiza la 
santificación en la verdad a través de su palabra. 
Sin duda es Dios mismo quien debe santificarnos a 
través de su Palabra. 
Precisamente Jesús dijo: “Porque las palabras que me diste les 
he dado; y ellos la recibieron” (1 Juan 17:8 RVR). Piensa en 
esta gran transacción que ocurre en la eternidad: el Dios 
infinito a quien llamamos Dios, hablándole a su hijo; 
abriendo su corazón mediante sus palabras, comunicando su 
mente y su voluntad, revelándose a si mismo con todos sus 
propósitos y su amor. Superando toda concepción humana 
Dios el Padre dio a Cristo sus palabras en poder y realidad 
divinas. Con el mismo poder vivificador Cristo se las comunicó 
a sus discípulos, pletóricas de la vida y la energía divina para 
obrar en sus corazones en la medida en que las recibieran. Y 
34
así como en las palabras de un hombre, aquí sobre la tierra, 
esperamos encontrar toda la sabiduría y toda la bondad que 
hay en él, así la Palabra del Dios tres veces santo es la vida y 
la santidadsuya. Todo su fuego santo, su celo consumidor y 
su amor moran en sus palabras. 
No obstante, los hombres se ocupan de estas palabras, las 
estudian, hablan de ellas, y aún así permanecen ajenos a su 
santidad, o al poder santificador que hay en ellas. Sin duda 
alguna es Dios mismo quien debe santificarnos a través de su 
Palabra. La Palabra de Dios puede realizar su obra 
santificadora solo donde existe un corazón en armonía con la 
santidad de Dios, un corazón que la anhela y que se rinde a 
ella. Un corazón que no se contenta con la sola palabra sino 
que busca al Dios santo que se revela en ella. En esa Palabra 
que Cristo nos dio tal como Él la recibió de Dios el Padre y que 
nosotros recibimos como si fuera Él mismo, para gobernar y 
llenar nuestra vida, la cual tiene poder para hacernos santos. 
Padre Santo, santifícame en tu verdad, en la maravillosa 
revelación de ti mismo en Cristo quien es la verdad. Que 
el Espíritu Santo tome las palabras de verdad y les dé 
vida dentro de mi ser. Santifícame en tu verdad. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
35
DÍA 17 
La santidad y la crucifixión 
Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también 
ellos sean santificados en la verdad. 
JUAN 17:19 
 En su oración intercesora como sumo sacerdote, camino 
al Getsemaní, y al Calvario, Jesús le habló al Padre: yo me 
santifico a mi mismo.” Esta auto santificación de nuestro 
Señor se pudo ver a través de toda su vida pero tuvo su 
culminación en la crucifixión. El escritor de la epístola a los 
Hebreos lo expresa con claridad: “He aquí vengo, oh Dios, 
para hacer tu voluntad… en esa voluntad hemos sido 
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, 
hecha una vez para siempre… porque con una sola ofrenda 
hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 
10:9-10,14). La ofrenda del cuerpo de Cristo fue la voluntad 
de Dios; al cumplir esa voluntad Jesús nos hizo santos. Al 
someter su voluntad a la voluntad de Dios en la agonía del 
Getsemaní, y luego al cumplir la voluntad divina en 
obediencia hasta la muerte, Cristo se santificó a sí mismo. 
Para llevar a cabo su obra redentora sobre la tierra, en medio 
de las pruebas y tentaciones de la vida humana, Jesús se 
mantuvo firme en el cumplimiento de la voluntad del Padre. 
En el Getsemaní, el conflicto entre la voluntad divina y la 
humana alcanza en Jesús su punto máximo y se manifiesta en 
si mismo en un lenguaje que casi nos hace temblar por su 
impecabilidad, su ausencia de pecado, cuando Él habla de su 
voluntad en antítesis a la voluntad de Dios el Padre. Pero el 
conflicto finaliza en victoria, porque en presencia de la mas 
clara conciencia de lo que significaría hacer su propia 
36
voluntad, Él la somete y le dice al Padre: “No se haga mi 
voluntad sino la tuya.” Para estar dentro de la voluntad de 
Dios Jesús dio aún su propia vida. En su crucifixión revela la 
ley de la santificación. Ser santos es ajustar plenamente 
nuestra voluntad a la voluntad de Dios. O dicho de mejor 
manera, la santidad es la voluntad divina tomando control de 
la nuestra. Debemos ser finalmente liberados de nuestra 
voluntad y que ella muera bajo el justo juicio de Dios. 
Mediante la cruz, Cristo se santificó así mismo y a nosotros, e 
hizo realidad su petición al Padre: “Santifícalos en tu verdad.” 
Ser santo es ajustar plenamente nuestra voluntad a la 
voluntad de Dios. 
Ahora tenemos que apropiárnosla. De ninguna manera, 
como no fuera mediante la crucifixión, pudo Cristo realizar o 
hacer suya la santificación que tenía del Padre. Y de ninguna 
otra manera podemos realizar la nuestra que tenemos en 
Jesús. En Cristo, nuestro modelo, vemos que la senda hacia la 
perfecta santidad es la perfecta obediencia; una obediencia 
que lleva inevitablemente hacia la muerte en la cruz. Para ser 
santos debemos morir primero. No puede ser de otra manera. 
La crucifixión es el camino a la santificación. 
Padre, dame la comprensión espiritual para entender 
que Jesús se santifico a sí mismo, que mi santificación 
está organizada por la suya, que si moró en Él su poder 
cubrirá toda mi vida. Me entrego a ti para que tú me 
santifiques en la verdad. Amén. 
 
 
 
 
 
 
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DÍA 18 
La santidad y la fe 
Para que les abras los ojos y se convirtieran de las 
tinieblas a la luz, y del poder de satanás a Dios, a fin de 
que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y 
la herencia entre los santificados. 
HECHOS 26:18 
 Mientras más avanzamos en la vida cristiana más 
profunda llega a ser nuestra convicción del papel central y 
único que desempeña la fe en plan de salvación. Siendo que 
Dios es un ser espiritual invisible, cada revelación de sí 
mismo, ya sea a través de sus obras, de su palabra o de su 
Hijo, requiere fe de nuestra parte. La fe es el sentido espiritual 
del alma, y es para ella lo que los sentidos son para cuerpo. 
Solamente a través de ella entramos en comunicación y en 
contacto con Dios. 
La fe es esa mansedumbre de alma que espera en silencio 
para oír, para entender, para aceptar lo que Dios dice; y para 
recibir; poseer y retener lo que Dios da o hace. Por fe le 
permitimos a Dios entrar, le damos la bienvenida al Señor 
para que entre y habite en nosotros y se convierta en nuestra 
vida misma. La fe es lo primero, lo único que agrada a Dios y 
que nos granjea su bendición. Y porque la santidad es la 
mayor gloria del Señor y la mayor bendición que Él tiene para 
nosotros, es especialmente en el área de la santidad en donde 
necesitamos vivir por la fe solamente. 
Nuestro Señor habla en el pasaje bíblico anterior de “quienes 
son santificados por fe en mí.” Él es nuestra santificación, y 
ambas se reciben solamente por fe. Cuando creemos en Cristo 
38
y lo recibimos en nuestra vida, lo recibimos completo y con Él 
la justificación y la santificación. Dios nos considera 
santificados en Cristo. Solo a medida que se nos guía a ver lo 
que Dios ve y que nuestra fe acepta que la santidad en Cristo 
nos pertenece de manera real y que debe aceptarse y 
apropiarse en la vida diaria, solo cuando esto ocurre estamos 
en capacidad de vivir a la cual el Señor nos llama, como sus 
santificados en Cristo Jesús. 
La fe se regocija en Cristo, nuestra completa 
santificación, y la considera una posesión actual. 
Como la evidencia de las cosas que no se ven, la fe se regocija 
en Cristo nuestra completa santificación, y la considera una 
posesión actual. Una obra completamente terminada y real. 
Como la certeza de las cosas que se esperan, esta fe se siente 
confiada y segura de la esperanza del futuro, de cosas que se 
esperan, esta fe se siente confiada y segura de la esperanza 
del futuro, de cosas que todavía no vemos ni experimentamos, 
y día a día reclama de Cristo nuestra santificación, 
apropiándola en la experiencia personal, gradual pero 
permanente, confiando en la provisión que para cada 
momento ha sido atesorada en Cristo Jesús. 
Bendito Señor Jesús, creo en ti. Ayúdame a creer. Mi 
alma se abre para ver continuamente más y más que tú 
eres mí vida y mi santidad. No importa lo débil y 
vacilante que pueda ser, Espíritu Divino sé mi fortaleza. 
Toma posesión y habita en mí como un templo vivo. 
Amén. 
 
 
 
 
 
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DIA 19 
La Santidad y la resurrección 
Este evangelio habla de su Hijo, que según la naturaleza 
humana era descendiente de David, pero que según el 
Espíritu de santidad fue designado con poder Hijo de 
Dios por la resurrección. Él es Jesucristo nuestro Señor. 
ROMANOS 1:3-4 
 Según su linaje humano Jesús fue descendiente del rey 
David. De acuerdo con el orden espiritual fue “el primogénito 
de entre los muertos” (Colosenses 1:18). Fue declarado el Hijo 
de Dios con poder por virtud de su resurrección mediante el 
Espíritu de santidad. Como la vida que recibió en su primer 
nacimiento era una vida en y por la carne, con todas sus 
debilidades, así la nueva vida que recibió en la resurrección 
era vida en poder del Espíritu de Santidad. 
La frase “el Espíritude Santidad” indica el hábito de santidad 
en acción, en otras palabras, santidad práctica. El Apóstol 
Pablo enfatizó que la resurrección de Cristo fue el resultado 
de esa vida y santidad, esa auto santificación que culminó con 
su muerte. El mismo Espíritu que había dado poder a su vida, 
fue el que lo levantó de entre los muertos. Esa vida y muerte 
de la auto-santificación, en la cual nuestra santificación tiene 
también su fundamento, fue la raíz y la base de su 
resurrección y por la cual fue declarado Hijo de Dios con 
poder. Y por ello la vida de santidad llega a ser posesión de 
todos los que son partícipes de la resurrección. 
Es de la tumba de la carne y de la voluntad del yo, de 
donde el Espíritu de Santidad emerge en poderosa 
resurrección. 
40
Como creyente usted tiene parte en esta vida de resurrección. 
Pero ella sólo puede manifestarse en usted con poder si 
procura conocerla y entenderla, si se rinde a ella, si le permite 
tomar plena posesión de su ser. Así como fue por virtud del 
Espíritu de Santidad que Cristo fue levantado, así mismo el 
Espíritu de la misma santidad debe ser en usted la señal y el 
poder de su vida. Nuestro sometimiento al Espíritu de 
santidad, a Jesús y al dominio de su vida santa, traerá consigo 
el descubrimiento del pecado, y del señorío del ego, los cuales 
deben morir. Se abrirá el entendimiento espiritual, y la ley 
escrita en el interior llegará a ser legible e inteligible. 
Seremos llevados de la tristeza del fracaso y el pecado, del 
reconocimiento de la desdicha personal, a la canción gozosa 
de la liberación mediante el Espíritu. “La ley del Espíritu de 
vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” 
(Romanos 8:2). Es de la tumba de la carne y de la voluntad 
del yo, de donde el Espíritu de Santidad emerge en poderosa 
resurrección. 
Espíritu Santo, perfecciona tu obra en mí. Habita y obra en 
mí tal como lo hiciste en la vida de Jesús. Sé en mí el espíritu 
de Santidad emerge en poderosa resurrección. 
Espíritu Santo, perfecciona tu obra en mí. Habita y obra 
en mí tal como lo hiciste en la vida de Jesús. Sé en mí el 
Espíritu de vida. Brilla a través de mí y refleja la belleza 
de la santidad. Amén. 
 
 
 
 
 
 
41
DÍA 20 
La santidad y la libertad 
En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora 
son ustedes esclavos de la justicia. Ofrezcan ahora (Los 
miembros de su cuerpo) para servir a la justicia que 
lleva a la santidad…. Ahora que han sido liberados del 
pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la 
santidad que conduce a la vida eterna. 
ROMANOS 6:18-19, 22 
 No existe ninguna otra posesión más preciosa o de 
mayor valor que la libertad; no hay nada más inspirador o 
elevado. Por el contrario, no hay nada tan depresivo y 
degradante como la esclavitud. Ella le roba al ser humano el 
poder de auto-decidir, de actuar por sí mismo, de ser y hacer 
lo que quiera. 
La vida de pecado es esclavitud; es la servidumbre a un poder 
extraño que ha logrado el dominio sobre nosotros y nos 
obliga al más miserable servicio. Pero Cristo nos libera del 
poder del pecado y restaura nuestra libertad. Si hemos de 
vivir verdaderamente como redimidos, es necesario no solo 
que miremos la obra de Cristo para llevar a cabo nuestra 
redención, sino aceptar y reconocer que la libertad con la 
cual Él nos ha hecho libres es completa, segura y absoluta. 
El apóstol Pablo nos dice que la libertad del poder del pecado 
y el sometimiento al servicio de la justicia no son en sí mismos 
La santidad, pero sí el único camino seguro hacia ella. No 
debemos limitarla a una simple liberación judicial del 
pecado. El contexto muestra que Pablo habla de una realidad 
espiritual, de ser unidos con Cristo en su muerte y su 
42
resurrección, y ser puestos de esta manera completamente 
fuera del dominio del pecado. No habla de una experiencia 
mediante la cual sentimos que somos libres del poder del 
pecado. Habla del gran hecho objetivo de que Cristo nos ha 
liberado finalmente de ese poder que el pecado tenía para 
obligarnos a hacer lo indeseado. Y nos exhorta para que con 
fe en este glorioso hecho, rehusemos con decisión y confianza 
cualquiera otra cosa que sea inferior a la plena libertad en 
Cristo, del poder y dominio del pecado. 
Satanás hace el máximo esfuerzo por mantener a los 
creyentes en ignorancia de lo completa que ha sido su 
liberación de la esclavitud. 
Satanás hace el máximo esfuerzo por mantener a los 
creyentes en ignorancia de lo completa que ha sido su 
liberación de la esclavitud. Esta libertad en Cristo debe llegar 
a ser nuestra en un acto de apropiación personal mediante el 
Espíritu Santo. Esto último depende de lo anterior. Mientras 
mayor sea la fe, más claro es el discernimiento, más 
triunfante es el disfrute en Cristo Jesús de la libertad con la 
cual nos ha hecho libres; más rápida y completa nuestra 
entrada a la libertad gloriosa de los de Dios. 
Glorioso Señor, abre mis ojos para ver esta maravillosa 
libertad y al hecho de que el pecado ya no tiene dominio 
sobre mí. No puedo subsistir separado de ti por un 
momento, pero en ti permanezco firme. Amén. 
 
 
 
 
 
 
43
DÍA 21 
La santidad y la felicidad 
Porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o 
bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu 
Santo. 
ROMANOS 14:17 
 Es difícil comprender el profundo significado del gozo 
que se disfruta en la vida cristiana. Con demasiada frecuencia 
se le considera como algo secundario, aunque su presencia es 
esencial como la prueba de que Dios nos satisface 
ciertamente, y que servirle es nuestra delicia. En nuestra vida 
hogareña la satisfacción no viene por que cada miembro 
haga una tarea determinada; el verdadero amor hace que la 
satisfacción ilumine, brille y llene el hogar con su presencia. 
No es la mera obediencia a un mandato lo que los padres 
esperan. Es la buena voluntad y disposición, la gozosa 
presteza con la cual se hacen las cosas, lo que causa el 
agrado. 
El peligro permanente en la vida cristiana es caer 
nuevamente bajo la ley con el mandato de “harás”. La ley no 
da ni vida ni fortaleza. Solo en la medida que permanecemos 
en el gozo de nuestro Señor, en el gozo de su amor y su 
presencia, logramos el poder para servir y obedecer. El gozo 
es la evidencia y la condición de la presencia de Jesús 
morando en nosotros. 
Si quiere tener gozo, un gozo pleno que habite en 
usted y que nada ni nadie le pueda quitar, sea santo, 
como Dios es santo. 
44
La santidad es esencial para la verdadera felicidad. Si quiere 
tener gozo, un gozo pleno que habite en usted y que nada ni 
nadie le pueda quitar, sea santo, como Dios es santo. La 
santidad es bienaventuranza y bendición. Nada puede 
oscurecer o interrumpir el gozo si no es el pecado. El gozo de 
Jesús, que es indecible, puede compensar y superar 
ampliamente cualquier prueba o tentación que nos llegue. Si 
perdemos nuestro gozo, la causa es el pecado. Debe haber 
ocurrido una transgresión, o hemos seguido 
inconscientemente la voz del yo o del mundo; o puede haber 
incredulidad y estar viviendo por vista; sea lo que sea, nada 
puede robar nuestro gozo, aparte del pecado. Si hemos de 
vivir vidas gozosas, que demuestren a Dios y a los hombres 
que nuestro Señor es todo. O más que todo para nosotros, 
seamos santos. Vivamos en el reino del gozo y la alegría, el 
reino del Espíritu Santo. 
Y la felicidad es esencial para la verdadera santidad. Si ha de 
ser un cristiano santo, debe ser un cristiano feliz. Jesús fue 
ungido por Dios con el Espíritu de alegría para que pudiera 
darnos el aceite del gozo. Las ruedas de la carreta de la 
santidad se moverán pesadamente a pesar de todos nuestros 
esfuerzos, si no tienen el aceite del gozo. Solo este divino 
aceite elimina toda la fricción y el esfuerzo y hace que el 
avance sea fácil y placentero. La verdadera felicidad se funde 
en una sola con el objeto de su alegría y gozo. 
Bendito Señor, revélame el secreto de regocijarmeen ti. 
Que yo viva en Cristo para que su santidad sea mi gozo 
siempre creciente, y que pueda regocijarme en ti todo el 
día. Amén. 
 
 
 
45
DÍA 22 
En Cristo nuestra santificación 
Pero gracias a él están unidos a Cristo Jesús, a quien 
Dios ha hecho nuestra sabiduría –es decir, nuestra 
justificación, santificación y redención- para que, como 
está escrito: 
“si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor.” 
1 CORINTIOS 1:30-31 
 Estas palabras nos llevan al centro mismo de la 
revelación de Dios acerca de la forma de lograr la santidad. 
Conocemos los pasos que nos traen hasta aquí. Él es santo y 
la santidad es algo inherente a su persona. Él santifica 
acercándose al ser humano. Su presencia es santidad. En la 
vida de Cristo, la santidad que había sido revelada solo como 
promesa de cosas buenas que habrían de venir, se hizo real y 
tomó posesión de una voluntad humana y se hizo una con 
naturaleza humana. Su muerte eliminó todos los obstáculos 
que impedían que su naturaleza santa fuera nuestra. Cristo 
se convirtió realmente en nuestra santificación. A través del 
Espíritu Santo la verdadera comunicación de esa santidad se 
hizo una realidad. Y ahora queremos entender cuál es la obra 
que el Espíritu Santo hace, y cómo nos comunica esa 
naturaleza santa, cual es nuestra relación con Cristo como 
nuestro santificador, para que su plenitud y su poder puedan 
obrar en nosotros. 
La respuesta divina a estos interrogantes es: “por Él ustedes 
están en Cristo Jesús.” Por un acto de la omnipotente gracia 
divina hemos sido plantados en Cristo, rodeados y 
circundados totalmente por el amor y el poder de quien llena 
46
todas las cosas, cuya plenitud habita especialmente en su 
cuerpo aquí en la tierra, que es su iglesia. Es una vida que es 
regalo del amor del Padre, y que Él mismo revela a cada 
creyente que con confianza infantil se acerca a Él. Una vida 
que en las diversas y cambiantes circunstancias y situaciones, 
nos hará y nos conservará santos. 
Debemos recordar que la santidad es un asunto de fe y 
no de sentimientos. 
Debemos recordar que la santidad es un asunto de fe y no de 
sentimientos. Precisamente cuando menos santo me siento, y 
cuando no puedo hacer nada para ser santo es el momento 
preciso para dejar de lado mi ego y decir muy quedamente: 
soy de Cristo. Como la luz que brilla sobre mí, aquí está mi 
Señor Jesús conmigo, con su presencia invisible pero real. 
Cristo no es solo un tesoro y la plenitud de gracia y poder ha 
la cual nos lleva el Espíritu. Él es además el Salvador viviente 
poseedor de un corazón que palpita con amor y ternura 
humanos sin dejar de ser divinos. En su amor tenemos la 
garantía de que su santidad llegará a nosotros. Y el Espíritu 
Santo despierta en nuestro interior la devoción que nos hace 
completamente suyos. 
Señor Jesús, con esta fe me rindo a ti para hacer tu 
voluntad solamente. En todo lo que haga, sea algo 
grande o pequeño, quiero actuar como un santificado 
en Cristo Jesús. Padre bueno, mi fe clama a ti: ¡puedo 
ser santo, bendito sea mi Señor Jesús! Amén. 
 
 
 
 
 
47
DÍA 23 
La santidad y el cuerpo 
¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el 
Espíritu de Dios habita en ustedes? 
1 CORINTIOS 3:16 
 
 Para venir a este mundo nuestro bendito Señor tuvo 
que encarnase en un cuerpo humano. Al partir de este 
mundo otra vez, lo hizo con el cuerpo sobre el cual llevó 
nuestros pecados en la cruz. Así pues, fue con su cuerpo, 
tanto como con su alma y su Espíritu, que hizo la voluntad 
de Dios, santificándonos mediante la ofrenda de sí mismo. 
Se ha dicho que el cuerpo es al alma y al espíritu que habitan 
en él, lo que eran los muros para una ciudad de la antigüedad. 
A través de ellos entraban los enemigos. En tiempos de guerra 
todo el mundo se consagraba a la defensa de los muros. Y a 
menudo ocurre que el creyente no conoce la importancia de 
guardar y defender sus muros, manteniendo su cuerpo 
santificado, y por eso fracasa en el propósito de preservar 
irreprochables su alma y su espíritu. El Apóstol Pablo nos dice 
que Dios quiere santificarnos integralmente: espíritu, alma y 
cuerpo (1 Tesalonicenses 5:23). Aún la preservación y 
santificación del cuerpo en todas sus partes tiene que ser una 
obra de fe mediante el ilimitado poder de Jesús. 
Someter cada deseo de la carne al señorío y control del 
Espíritu Santo parece demasiado difícil. No obstante, así 
debe ser. 
Para comprender a plenitud el significado de lo anterior 
recordemos que fue a través del cuerpo que entró el pecado. 
Cuando Eva vio “que el árbol era bueno para comer” (Génesis 
48
3:6 RVR) la tentación de la carne abrió la puerta del alma y 
del espíritu. Aún en el caso del Hijo de Dios, la primera 
tentación en el desierto fue dirigida al apetito de la carne, el 
deseo de satisfacer la necesidad natural de alimento y calmar 
su hambre. Someter cada deseo de la carne al señorío y 
control del Espíritu Santo parece innecesario para algunos, y 
a otros les parece demasiado difícil. No obstante, así debe ser 
si el cuerpo ha de ser santo como templo de Dios, y si hemos 
de glorificar al Señor con nuestro espíritu. 
Pablo declara específicamente que los pecados de la carne 
contaminan el templo de Dios, y que es mediante el poder del 
Espíritu Santo obrando en el cuerpo como glorificamos al 
Señor. No solo debe el Espíritu Santo ejercer una influencia 
que controle y regule los deseos del cuerpo y su gratificación 
para que ella sea moderada, sino que debe existir un 
elemento espiritual positivo que convierte el ejercicio de las 
funciones naturales en un servicio de alegría y libertad santa 
para la gloria de Dios; que estos deseos ya no sean un estorbo 
que amenaza la vida de obediencia y comunión, sino medios 
de gracia y una ayuda real para la vida espiritual. 
Bendito Señor que diste tu cuerpo para llevar nuestros 
cuerpos en la cruz, revélame cómo puede mi cuerpo 
experimentar el poder de tu maravillosa redención. 
Deseo de veras ser santo en cuerpo y alma para el 
Señor, y honrar el templo del Espíritu Santo. Amén. 
 
 
 
 
 
 
 
49
DÍA 24 
La santidad y la limpieza 
Como tenemos estas promesas, queridas hermanos, 
purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el 
espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de 
nuestra santificación. 
2 CORINTIOS 7:1 
 Que la santidad es más que la mera limpieza, y que esta 
última precede a la primera, lo enseñan varios pasajes del 
Nuevo Testamento (Efesios 5:26; 2 Timoteo 2:21). La 
limpieza es el lado negativo, la separación, la remoción de la 
impureza; el positivo es la santificación, la unión y 
compañerismo con Dios y la participación de las gracias de 
la vida y la santidad divina (2 Corintios 6:17-18). 
El apóstol Pablo de una doble corrupción de cuerpo y del 
espíritu de la cual debemos limpiar. La relación entre los dos 
están estrecha que en cada pecado ambos participan. La 
forma más carnal de pecado entra en el espíritu y lo 
corrompe. Así mismo la contaminación de espíritu, con el 
paso del tiempo muestra su poder en la carne. No obstante 
hablaremos de las dos clases de pecado y de sus orígenes. 
“Purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo.” Los 
pecados de la carne son numerosos: desde los placeres del 
comer y beber, hasta los apetitos pecaminosos y vergonzosos, 
la ira y la contienda. El cristiano tiene que ser determinante 
en su decisión de limpiarse de todos ellos. Debe someterse al 
escrutinio del Espíritu de Dios, a que se le muestre qué hay en 
su carne que no está en armonía con el auto control que es la 
50
ley del Espíritu. El Espíritu Santo habita por la fe en el cuerpo; 
Pablo nos exhorta a limpiarnos de toda contaminación. 
Así como la fuente de toda contaminación de la carne es 
la auto-gratificación, la satisfacción del yo es la raíz de 
toda contaminación del espíritu. 
“….y el espíritu.” Así como la fuente de toda contaminación de 
la carne es la auto-gratificación, así la satisfaccióndel yo es 
la raíz de toda contaminación del espíritu. En relación con 
Dios se manifiesta como idolatría, ya sea como adoración de 
otros dioses en nuestro corazón, como amor al mundo, o 
haciendo nuestra propia voluntad. En relación con los demás 
se revela como envidia, rencor, falta de amor, o en juzgar a 
otros con dureza. En relación con nosotros mismos es visto 
como orgullo y ambición, hacer del yo el centro alrededor del 
cual debe girar todo, y por el cual todo debe ser juzgado. El 
creyente debe pedir que la luz del Espíritu Santo lo escudriñe 
y le revele tal contaminación, para que toda inmundicia sea 
limpiada y desechada para siempre. 
Bendito Señor, revélame con tu gracia todo lo que está 
contaminando en mi vida, aún lo más secreto. Límpiame 
completamente – cuerpo y espíritu- con tu sangre 
aplicada por el Espíritu Santo, bajo el poder vivificador 
de tu palabra. amén. 
 
 
 
 
 
 
 
 
51
DÍA 25 
Santos e irreprochables 
Dios y ustedes me son testigos de que nos 
comportamos con ustedes los creyentes en una forma 
santa, justa e irreprochable. que Dios los fortalezca 
interiormente para que, cuando nuestro Señor Jesús 
venga con todos sus santos, la santidad de ustedes sea 
intachable delante de nuestro Dios y Padre. 
1 TESALONICENCES 2:10; 3:13 
 Hay dos palabras griegas que se utilizan frecuentemente 
junto con la palabra santo, y cuando la siguen expresan lo 
que es el resultado y efecto de la santidad manifestado en la 
vida invisible. Una de ellas se traduce como “Sin mancha, 
inmaculado” y se utiliza también al hablar de nuestro Señor 
y su sacrificio (Hebreos 9:14; 1 Pedro 1:19). También se usa 
en referencia a los hijos de Dios cuando Pablo habla del 
propósito de Dios de que seamos “santos y sin mancha”, 
cuando se refiere a la iglesia que Cristo espera “santa y sin 
mancha” y al hablar de los creyentes que deben ser 
“irreprochables y sin mancha” (Efesios 1:4; 5:27; Colosenses 
1:22; Filipenses 2:15). Las otras son “sin culpa, intachables” 
(Lucas 1:6; Filipenses2:1; 3:6), y también las encontramos 
con el adjetivo santo en (1 Tesalonicenses 2:20; 3:13; 5:23). 
¿Qué nos enseña esta adición a la palabra santo? En la 
búsqueda de la santidad el creyente está en peligro de buscar 
con demasiada exclusividad del lado divino de la bendición. 
Quizá no haya aprendido todavía que la única condición para 
que la santidad de Dios se revele plenamente a nosotros y en 
nosotros, es no solamente la obediencia a la voluntad de Dios, 
en la medida que la conocemos, sino una actitud dócil y de 
52
disposición a ser enseñados para recibir todo lo que el 
Espíritu tiene que mostrarnos en cuanto a nuestras 
imperfecciones y a la perfecta voluntad del Padre en relación 
con nuestra vida. Procurando vivir una vida santa quizá esté 
tolerando faltas que todos los que le rodean pueden ver. 
Ignora las gracias y las bellezas de la santidad con las cuales 
el Padre adornaría en él la doctrina de la santidad ante los 
hombres. 
Por amor abundante es por lo que el apóstol Pablo ora 
como condición de la santidad intachable 
Ha habido creyentes que son santos pero duros y ásperos, 
santos pero distantes, santos pero –como lo dicen quienes 
tienen trato con ellos- faltos de amor y egoístas. Al relacionar 
tan estrechamente la palabra santo con la frase adjetiva “sin 
mancha” (o intachable), el Espíritu Santo procura que la 
santidad tome cuerpo como un poder espiritual en la 
intachabilidad de nuestra vida diaria. Ella debe establecer 
por sí misma en nosotros un amor abundante y que fluya de 
manera permanente. La verdadera santidad es la muerte del 
egoísmo. Ella toma posesión del corazón y de la vida para que 
sean ministros de ese fuego de amor que se consume a sí 
mismo por alcanzar, purificar y salvar a otros. Por amor 
abundante es por lo que el apóstol Pablo ora como condición 
de la santidad intachable. Ella nos debe llevar a ser muy 
amables, pacientes, perdonadores, y humildes, como nuestro 
Señor Jesucristo. 
Espíritu Santo, guíame en los pasos de tu amor sin 
egoísmo; que me consuma amando a otros. Con tu 
poder establece mi corazón para que sea intachable en 
santidad. Que quienes me rodean sientan la amabilidad, 
la paciencia y la humildad del Salvador. Amén. 
 
53
DÍA 26 
La santidad y la voluntad de Dios 
La voluntad de Dios es que ustedes sean santificados. 
1 TESALONICENSES 4:3 
 En la voluntad de Dios su sabiduría y su poder van juntos. 
Su sabiduría decide y declara lo que debe ser: su poder 
garantiza que así será. Cuando miramos la voluntad divina 
solo como una ley que hay cumplir, se constituye en una 
carga por cuanto no tenemos el poder para cumplirla; ella es 
demasiado alta para nosotros. Pero cuando la fe mira el 
poder que obra en la voluntad del Señor y la pone en acción, 
encuentra el valor para aceptarla y cumplirla porque sabe 
que Dios mismo está obrando su cumplimiento. 
Según el pasaje que tenemos al comienzo, Dios de manera 
inequívoca y determinante ha deseado su santificación: por 
lo tanto, el fundamento de ella es que es la voluntad de Dios. 
El Señor desea su santificación y la llevará a cabo en todos los 
que no se resistan a ella, en quienes se sometan a su poder. 
Procúrela no solo como la voluntad divina, como una 
declaración de lo que Él quiere que usted sea, sino también 
como una revelación de lo que Él mismo obrará en usted. 
Si nuestra santificación es la voluntad de Dios, si ese es su 
pensamiento central y su satisfacción, cada parte o aspecto 
de esa voluntad tendrá estas dos características, y la entrada 
segura a ella será la aceptación de corazón de toda la 
voluntad divina. Ser uno con la voluntad de Dios es ser Santo. 
Que cada quien que desea ser santificado ocupe su lugar y 
permanezca en la voluntad del Señor. Allí encontrará a Dios 
mismo y será partícipe de su santidad, porque su voluntad 
54
realiza con poder su propósito en cada uno que se somete a 
ella. En la vida de santidad todo depende de estar en la 
correcta relación con la voluntad de Dios. 
Procure su santificación no solo…como una declaración 
de lo que Él quiere que usted sea, sino también como 
una revelación de lo que Él mismo obrará en usted. 
Permítame insinuarle a usted, que lee estas páginas, que le 
pregunte al Señor si usted ha aceptado y ha entrado a vivir 
en la buena y perfecta voluntad de Dios. Y la pregunta no es 
si cuando la aflicción lo visita a usted acepta lo inevitable y 
se somete a una voluntad que no puede resistir, sino si a 
elegido la voluntad divina como su principal bien, y a tomado 
para sí los principios como su principal bien, y tomado para 
sí los principios y la norma de vida de Cristo según la cual “El 
hacer tu voluntad, oh Dios, me ha agradado.” Esta fue la 
santidad de Cristo con la cual se santificó a sí mismo y nos 
santificó a nosotros: el cumplimiento de la voluntad de Dios. 
Usted ha elegido al Señor como su Dios. ¿Ha escogido también 
su voluntad y la ha hecho suya? Tenga temor de someterse a 
esa bendita voluntad sin reservas. La voluntad divina es, en 
cada una de sus partes, su santificación. 
Bendito Padre, concédeme por tu Espíritu la gloria de tu 
voluntad y que la bendición de morar en ti me sea 
revelada plenamente. Entro a ella con todo mi corazón 
para ser uno con ella para siempre. Que la luz de tu 
voluntad brille siempre en mi corazón y en mi camino. 
Amén. 
 
 
 
 
 
55
DÍA 27 
La santidad y el servicio 
Si alguien se mantiene limpio, llegará a ser un vaso 
noble, santificado, útil para el Señor y preparado para 
para toda obra buena. 
2 TIMOTEO 2:21 
 Através de toda la Escritura hemos visto que lo que el 
Señor santifica es para ser utilizado en el servicio de su 
santidad. Su santidad es una energía infinita que solo 
encuentra descanso santificado. Es un fuego consumidor 
que se expande por sí mismo, que busca consumir lo que es 
impuro y comunicar su santidad a todo el que la reciba. La 
santidad, de un lado, y el egoísmo, la pasividad y

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