Logo Studenta

Thomas Watson-El Arte del Contentamiento Divino

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

El arte del contentamiento divino
Una exposición de Filipenses 4:11
por
Thomas Watson,
Traducción por Manuel Bento Falcón
Published by Manuel Bento Falcón at KDP
Copyright 2021 Manuel Bento Falcón
****
****
Gracias Señor, porque he podido experimentar en muchas ocasiones lo dulce
que es estar contento solamente en ti
****
Tabla de contenidos
El texto:
Filipenses 4:11
« No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme,
cualquiera que sea mi situación»
I Introducción al texto
II La primera ramificación del texto
-El estudiante y su rendimiento
-No es suficiente escuchar nuestro deber – hemos de aprenderlo
III Con respecto a la segunda proposición
-Aprender es difícil – las cosas buenas vienen con dificultad
IV La segunda ramificación del texto
-La lección:« He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi
situación», y la proposición: Un espíritu lleno de gracia es un espíritu
contento
V La resolución de algunas preguntas
-¿Es posible que un cristiano sea sensible a su condición, y aun así
esté contento?
-¿Es posible que un cristiano cuente a Dios sus problemas, y aun así
esté contento?
-¿Qué es lo que excluye el contentamiento?
VI Mostrando la naturaleza del contentamiento
-Es algo divino
-Es algo intrínseco
-Es algo habitual
VII Las razones que nos instan a un contentamiento santo
-Un precepto de Dios
-Una promesa de Dios
VIII Uso I. Mostrando cómo un cristiano puede tener bienestar en su vida
IX Uso II. Una advertencia al cristiano descontento
X Uso III. Una persuasión al contentamiento
-Respuestas a los argumentos que la persona descontenta se plantea:
-He perdido un hijo
-Era mi único hijo
-Gran parte de mis posesiones han desaparecido
-Mis relaciones son tristes
-Mi hijo está en rebelión
-Mi cónyuge anda en malos caminos
-Mis amigos me hantratado muy mal
-Soporto grandes afrentas
-No tengo estima de loshombres
-Me encuentro con muchos sufrimientos por causa de la verdad
-Los malvados prosperan
-La maldad de los tiempos
-La humildad de mis posesiones y dones
-Los problemas de la iglesia
-Mis pecados me intranquilizan y descontentan
XI Motivos divinos para el contentamiento
-La excelencia del contentamiento
-El cristiano está en posesión de aquello que puede contentarle
-Estemos contentos para no contradecir nuestras oraciones
-Dios consigue su objetivo y Satanás lo falla
-El cristiano gana victoria sobre sí mismo
-Todas las providencias de Dios harán bien al creyente
-La maldad del descontento
-La competencia del ser humano
-La brevedad de la vida
-La naturaleza de una condición próspera
-El ejemplo de personas eminentes por su contentamiento
-Los problemas de aquí son los únicos que tendrá un creyente
-Ser competente sin tener contentamiento es un gran juicio
XII Tres cosas incluidas por precaución
-No te contentes estando en pecado
-No te contentes con una condición en la que Dios es deshonrado
-No te contentes con un poco de gracia
XIII Uso IV. Mostrando cómo un cristiano puede saber si ya ha aprendido
este arte divino
XIV Uso V Directorio cristiano o reglas acerca del contentamiento
-Avanza la fe
-Trabaja por tener seguridad de salvación
-Consigue un espíritu humilde
-Mantén una conciencia limpia
-Aprende a negarte a ti mismo
-Ten mucho del cielo en tu corazón
-Mira más hacia la luz que hacia el lado oscuro
-Considera la posición en la que estamos aquí en el mundo
-No dejes que tu esperanza dependa de cosas externas
-Compara a menudo tu condición
-Lleva la mente a tu condición
-Estudia la vanidad de la criatura
-Regula la imaginación
-Considera lo poco necesario para satisfacer lo material
-Cree que la condición presente es mejor para ti
-No consientas demasiado a la carne
-Medita mucho en la gloria que será revelada
-Pasa mucho tiempo en oración
XV Uso VI. Acerca del consuelo del cristiano contento
Breve biografía del autor
*******
Capítulo I: Introducción al texto
Las palabras se nos presentan en forma de prolepsis para evitar posibles
objecciones. El apóstol en el versículo anterior ha expuesto muchas
exhortaciones serias y celestiales. Exhortaciones, entre otras a, « no estar
afanosos por nada» (Filipenses 4:6). Esto no excluye tener una
preocupación prudente, porque aquel que no provee para los de su casa
« ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8), ni tampoco
excluye una preocupación por lo espiritual; porque hemos de « procurar
hacer firme nuestra vocación y elección» (2 Pedro 1:10), sino que excluye
toda preocupación afanosa, acerca de los asuntos y sucesos; « No os afanéis
por vuestra vida, qué habéis de comer» (Mateo 6:25).
Es en este sentido que un cristiano debería cuidar de no llenarse de cuidados.
La palabra cuidadoso en el griego proviene de una raíz primitiva que
significa «cortar el corazón en pedazos»; se trata de un cuidado que divide el
alma, y eso es bueno tenerlo muy presente. Se nos ordena
« Encomendar el camino al Señor» (Salmos 37:5). La palabra hebrea
significa « haz rodar tu camino sobre el Señor». Es nuestro trabajo apartar la
preocupación; (1 Pedro 5:7) y el trabajo de Dios cuidarnos.
Con nuestro cuidado inmoderado, quitamos a Dios su trabajo. Cuando
nuestro cuidado no está centrado, y o bien no confía o nos distrae, es algo
muy deshonroso para Dios. Es algo que niega su providencia, como si Él se
sentase en el cielo y no le importasen las cosas aquí abajo, como si Dios
fuera un hombre que fabrica un reloj y luego lo abandona para que funcione
por sí mismo. La preocupación inmoderada distrae el corazón de cosas
mejores, y, normalmente, mientras estamos pensando cómo haremos para
vivir, nos olvidamos de cómo debemos morir. La preocupación es como una
úlcera con gangrena espiritual que desgasta y desespera; es más fácil que
nuestra preocupación añada doscientos metros a nuestra tristeza, que un
centímetro a nuestro consuelo. Dios la utiliza como una maldición: « Su pan
comerán con temor [preocupación]» (Ezequiel 12:19). Es mejor ayunar que
comer de ese pan. « No estéis afanosos por nada».
Ahora bien, para que nadie diga, « sí, Pablo, nos predicas lo que apenas has
conseguido aprender tú mismo; ¿has aprendido a no preocuparte? » el
apóstol parece responder tácitamente en las palabras del texto: « He
aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación». Estas palabras
son dignas de ser grabadas sobre nuestros corazones, y de ser escritas en
letras de oro sobre las coronas y diademas de los príncipes.
El texto se ramifica en dos partes generales: Primero, la del estudiante,
Pablo: « He aprendido», segundo, la lección « a contentarme, cualquiera
que sea mi situación».
*************
Capítulo II: La primera ramificación del texto
Comienzo con lo primero:
El estudiante y su rendimiento:
« He aprendido». De lo cual podemos observar dos cosas por medio de una
paráfrasis.
1. El apóstol no dice he escuchado que he de contentarme cualquiera que sea
mi situación, sino he aprendido. De lo que nuestra primera enseñanza es
que:
No es suficiente para un cristiano escuchar su deber, sino que debe
aprenderlo.
Una cosa es escuchar y otra aprender, del mismo modo que una cosa es
comer y otra distinta digerir. Pablo era un practicante. Los cristianos
escuchan mucho, pero me temo que aprenden poco. Hay cuatro tipos de
terreno en la parábola del sembrador (Lucas 8:5), y solamente uno de ellos
es el buen terreno. Es una señal de esta verdad: muchos oyentes, pero pocos
que aprenden.
Hay dos cosas que nos evitan aprender:
En primer lugar pasar por alto lo que escuchamos. Cristo es la perla de gran
precio; si desestimamos esta perla, nunca aprenderemos ni su valor ni su
virtud. El evangelio es un misterio extraño. En un lugar (Hechos 20:24) se le
llama « el evangelio de la gracia», en otro (2 Corintios 4:4) « el evangelio
de la gloria», porque en él, como en un vidrio transparente, la gloria de Dios
resplandece. Pero el que ha aprendido a menospreciar este misterio,
difícilmente aprenderá a obedecerlo; el que mira las cosasdel cielo de
pasada, y considera quizás que conducir un negocio o trabajar en política es
de mayor importancia, está en el camino ancho a la perdición, y difícilmente
aprenderá nunca lo que es para su paz. ¿Quién va a aprender sobre algo que
piensa que es de poco valor?
En segundo lugar olvidar lo que escuchamos. Si un estudiante tiene sus
normas frente a él, y las olvida tan rápido como las lee, nunca aprenderá
(Santiago 1:25). Aristóteles dice que la memoria es el escriba del alma, y
Bernard la llama el estómago del alma, porque tiene facultad retentiva, y
convierte el alimento celestial en sangre y espíritu. Tenemos grandes
recuerdos de otras cosas: recordamos lo que es vano. Ciro podía recordar el
nombre de cada uno de los soldados de su enorme ejército. Nosotros
recordamos las ofensas, que es como llenar un precioso cuarto con estiércol.
Sin embargo, como dijo Jerónimo, ¿cuán rápido olvidamos las sagradas
verdades de Dios?
Nos inclinamos a olvidar tres cosas: nuestras faltas, nuestros amigos y
nuestras instrucciones. Muchos cristianos son como cedazos. Mientras el
cedazo está en el agua, está lleno, pero al sacarlo, toda el agua se escapa por
las aberturas. Así, cuando algunos escuchan un sermón, recuerdan algo, pero
al igual que el cedazo que sale del agua, tan pronto como salen de la iglesia,
han olvidado todo. « Haced que os penetren bien en los oídos (dice Cristo)
estas palabras» (Lucas 9:44) en el original es « poned estos dichos en
vuestros oídos». Ponedlos como un hombre que esconde una joya para que
no sea robada, y la guarda segura en su pecho. Dejemos que penetren: la
palabra no debe caer solamente como un rocío que humedece la hoja, sino
como una lluvia que empapa la raíz del árbol y lo hace fructificar. ¡Oh, cuán
a menudo Satanás, ese pájaro del cielo, se lleva la buena semilla sembrada!
Algunos han escuchado mucho. Han vivido cuarenta, cincuenta, sesenta años
mientras se les proclamaba el evangelio. ¿Qué han aprendido? Puede que
hayan escuchado mil sermones, y no hayan aprendido ninguno.
Examina tu conciencia.
Has escuchado mucho contra el pecado. ¿Eres oidor o estudiante? ¿Cuántos
sermones han escuchado en contra de la codicia, que es la raíz sobre la que
el orgullo, la idolatría y la traición crecen? Algunos la llaman un pecado
metropolitano, y es un mal complejo, porque enreda muchos otros pecados
junto con ella. Difícilmente hay un pecado en el que la codicia no sea un
ingrediente principal, y sin embargo ¿Eres tú como las dos hijas de la
sanguijuela que grita « ¡dame!, ¡dame! » (Proverbios 30:15)?
¿Cuánto has escuchado sobre la ira precipitada, que es una locura breve, una
ebriedad seca, que descansa en el regazo de los necios y que en la
menor ocasión hace que sus espíritus se enciendan?
¿Cuánto has escuchado en contra de hacer juramentos, siendo el expreso
mandamiento de Cristo « No juréis en ninguna manera» (Mateo 5:34)? Este
pecado, entre todos los demás, puede ser llamado la obra infructuosa de las
tinieblas. No está endulzado con placer, ni enriquecido con beneficio, que
son los adornos principales con los que Satanás pinta el pecado. Los
juramentos se prohíben con un comparendo. Mientras el que jura dispara sus
juramentos como flechas que vuelan hacia Dios para agujerear su gloria,
Dios dispara un « rollo que vuela» (Zacarías 5:1-4) de maldiciones hacia él.
¿Y harás de tu lengua una raqueta por la que impulsas hacia arriba los
juramentos como pelotas de tenis? Como los filisteos se entretuvieron con
Sansón, ¿te entretienes con juramentos, que al final harán que la casa se
caiga sobre tu cabeza? ¡Vaya! ¡Qué bien has aprendido lo que es el pecado,
que no has aprendido a dejarlo! ¿Sabe lo que es una víbora el que juega con
ella?
Has escuchado mucho sobre Cristo. ¿Has aprendido a Cristo? Los judíos,
como decía Jerónimo, llevaban a Cristo en sus Biblias, pero no en sus
corazones. Su voz ha salido « por toda la tierra» (Romanos 10:18). Los
profetas y apóstoles fueron como trompetas, cuyo sonido salió por todas
partes al mundo. Sin embargo, muchos miles que escucharon el sonido de
estas trompetas, no han aprendido a Cristo: « no todos obedecieron»
(Romanos 10:16).
Una persona puede saber mucho sobre Cristo, y aun así no aprender a
Cristo. Los demonios conocían a Cristo (Marcos 1:24).
Una persona puede predicar a Cristo, y aun así no aprender a Cristo, como
Judas y los pseudo-apóstoles (Filipenses 1:15).
Una persona puede confesar a Cristo, y aun así no aprender a Cristo: existen
en el mundo muchos que confiesan a Cristo, pero que Él dirá que no conoce
(Mateo 7:22-23).
Pregunta: ¿Qué es entonces aprender a Cristo?
Aprender a Cristo es ser hecho como Cristo, tener las divinas características
de su santidad grabadas sobre nuestros corazones. « Nosotros todos, mirando
a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen» (2 Corintios 3:18).
Se produce una metamorfosis; un pecador, al ver la imagen de Cristo en el
espejo del evangelio, es transformado en esa imagen. Nunca ningún hombre
miró a Cristo de forma espiritual y se alejó sin cambios. Un verdadero santo
es un paisaje divino, en el que la preciosa hermosura de Cristo se ve
vívidamente representada y expuesta; tiene el mismo espíritu, el mismo
juicio, la misma voluntad que Cristo.
Aprender a Cristo es creer en Él. « Señor mío y Dios mío» (Juan 20:28). Es
cuando no solo creemos a Dios, sino en Dios, que consiste en aplicarnos a
Cristo como si se tratase de esparcir la sagrada medicina de su sangre sobre
nuestras almas. Si has escuchado mucho de Cristo, y todavía no puedes decir
con sujeción y humildad, « mi Jesús», no te ofendas si te digo que el diablo
puede recitar su credo igual de bien que tú.
Aprender a Cristo es amar a Cristo. Cuando tenemos conversaciones
Bíblicas, nuestras vidas, al igual que ricos diamantes, esparcen brillo sobre la
iglesia de Dios, y son, en cierto sentido, paralelas a la vida de Cristo como
una transcripción lo es paralela del original.
*************
Capítulo III: Con respecto a la segunda proposición
Estas palabras: «He aprendido» implican dificultad. Muestran lo difícil que
resultó al apóstol Pablo llegar al contentamiento de la mente; no fue algo
implícito en su naturaleza. San Pablo no llegó a ello de forma natural, sino
que tuvo que aprenderlo. Le costó muchas oraciones y lágrimas, y fue algo
que el Espíritu le enseñó.
De ahí obtenemos nuestra segunda doctrina:
Las cosas buenas cuestan esfuerzo.
El asunto de la fe no es tan fácil como la mayoría imagina. Ciertamente no
se necesita enseñar a un hombre a pecar, esto es algo natural (como vemos
en el Salmo 58:3), y por tanto, fácil. Brota como el agua lo hace desde una
fuente. Es algo fácil ser malvado, y el infierno puede ser alcanzado sin
esfuerzo. El oficio del pecado no necesita aprenderse, pero el arte del
contentamiento divino no se logra sin esfuerzo: « He aprendido».
Existen dos motivos por los que se ha de emplear tanto estudio y ejercicio.
Primero porque lo espiritual va contra la naturaleza. Todo en nuestra
relación con Dios está en las antípodas de la naturaleza. Hay dos cosas en la
religión que están contra la naturaleza: En primer lugar los asuntos de la fe,
ya que para los hombres, ser justificados por la justicia de otro, convertirse
en necios para ser sabios, o salvar todo por medio de perderlo todo, está
contra la naturaleza.
Luego están los asuntos de la práctica, como la abnegación. Para una
persona negar su propia sabiduría, verse a sí misma como ciega, renunciar a
su propia voluntad y fundirla en la voluntad de Dios, sacarse el ojo derecho,
crucificar su pecado favorito, que está tan cercano a su corazón, el estar
muerta al mundo, en medio de abundantes necesidades, tomar la cruz y
seguir a Cristo, no solo por sendas doradas, sino también sangrientas, el
abrazar la fe cuando esta va vestida de ropas oscuras y todas las joyas del
honor y la preferencia le han sido arrancadas, es algo que va contra la
naturaleza, y, portanto, ha de aprenderse. El examinarse a uno mismo, el
tomar tu corazón, y, como un reloj, despiezarlo, el establecer una
investigación espiritual o un tribunal de la conciencia y examinar lo que está
en tu propia alma, el tomar la lumbrera y lámpara de David (Salmos
119:105) y buscar el pecado, y, como un juez, dictar sentencia sobre ti
mismo (2 Samuel 24:17), esto va contra la naturaleza y no se logrará
fácilmente sin aprendizaje. El ver que alguien se reforma, ver a alguien, que,
como Caleb u otra alma, camina en las antípodas de sí mismo, que altera la
corriente de su vida y corre hacia la fe, es algo completamente contrario a la
naturaleza.
Cuando una roca asciende, no es por un movimiento natural sino violento; el
movimiento del alma hacia arriba es violento y ha de aprenderse. La carne y
la sangre no tiene capacidad en estas cosas; la naturaleza no puede expulsar
a la naturaleza más de lo que Satanás puede expulsar a Satanás.
Segundo, porque las cosas espirituales están por encima de la naturaleza.
Existen cosas en la naturaleza que son difíciles de averiguar y no pueden
aprenderse sin estudio. Aristóteles, un gran filósofo que algunos equipararon
con un águila bajada de las nubes, no pudo comprender el movimiento del
río Euripo, y se lanzó a él. ¿Cómo será entonces con las cosas divinas que
están en una esfera superior a la naturaleza y por encima de toda disquisición
humana? ¿Qué sucederá con cosas tales como la Trinidad, la unión
hipostática, el misterio de la fe y el de creer contra esperanza? Solo el
Espíritu de Dios puede iluminarlo. El apóstol llama a esto « las cosas
profundas de Dios». El Evangelio está lleno de joyas, pero estas están
cerradas a los sentidos y a la razón. Los ángeles en el cielo anhelan mirar
estas profundidades sagradas (1 Pedro 1:12) Aplicación: Roguemos al
Espíritu de Dios que nos enseñe; hemos de ser
« divinamente enseñados». El eunuco podía leer, pero no pudo entender
hasta que Felipe se unió a su carruaje (Hechos 8:29) El Espíritu de Dios
debe unirse a nuestro carruaje, ha de enseñarnos o no podremos aprender:
« Y todos tus hijos serán enseñados por el Señor» (Isaías 54:13). Un
hombre puede leer los dígitos en un reloj de sol, pero no puede saber cómo
va el día a menos que el sol alumbre sobre el dial. Podemos leer la Biblia
entera, pero no podremos aprender el propósito hasta que el Espíritu de Dios
alumbre nuestros corazones. (2 Corintios 4:6). ¡Oh, imploremos este
bendito Espíritu! Enseñarnos es prerrogativa real de Dios:« Yo soy el Señor
Dios tuyo, que te enseña provechosamente» (Isaías 48:17). Los ministros
pueden impartirnos la lección, pero solamente Dios puede enseñarnos.
Estamos poco capacitados para aprender porque hemos perdido tanto el oído
como la vista. Desde que Eva escuchó a la serpiente, hemos estado sordos; y
desde que ella miró el árbol del conocimiento, hemos estado ciegos. Pero
cuando Dios viene a enseñarnos, quita todos esos impedimentos (Isaías
35:5). Estamos por naturaleza muertos (Efesios 2:1)
¿Quién enseñará a un hombre muerto?, sin embargo, ¡contemplemos cómo
Dios hace que los muertos entiendan misterios! Dios es el gran maestro.
Esta es la razón por la que la palabra predicada obra de forma tan distinta
entre las personas. Están dos sentados en un banco, y uno es alumbrado de
manera efectiva, mientras que el otro yace como un niño muerto en el pecho
ante las ordenanzas que se dictan, y no obtiene crecimiento. ¿Cuál es la
razón? Que el viento celestial del Espíritu sopla sobre uno, y no sobre el
otro. Uno tiene la unción de Dios, que le enseña todas las cosas (1 Juan
2:27), y el otro no la tiene. El Espíritu de Dios habla de manera dulce, pero
irresistiblemente. En esa doxología divina, nadie puede cantar el cántico
nuevo, sino aquellos que fueron sellados en sus frentes (Apocalipsis 14:2-3).
Los reprobados no pudieron cantarlo. Aquellos que tienen capacidad en los
misterios de la salvación han de tener sobre sí el sello del Espíritu.
Hagamos de esta nuestra oración: Señor, sopla tu Espíritu en tu palabra.
Además, tenemos una promesa que da alas a nuestra oración: « Si vosotros,
siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? »
(Lucas 11:13).
*************
Capítulo IV: La segunda ramificación del texto. La lección en sí misma
con la
proposición.
Llegamos a la segunda proposición, que es la principal y la lección en sí
misma: « a contentarme, cualquiera que sea mi situación».
Este es un extraño aprendizaje desde luego, y ciertamente es más de
maravillarse en San Pablo, que supiese contentarse en toda condición más
que con todo el aprendizaje del mundo, tan aplaudido en otros siglos por
Julio Cesar, Ptolomeo y Jenofonte, los grandes admiradores del
conocimiento. El texto tiene pocas palabras en sí: « cualquiera que sea mi
situación», pero, si es cierto lo que una vez dijo Fulgencio, que las frases
más valiosas siempre se miden por su brevedad y suavidad, entonces este es
un discurso muy logrado. Este texto es una gema preciosa, escasa en
cantidad, pero grande en peso y valor.
La proposición principal sobre la que insistiré es esta: un espíritu lleno de
gracia es un espíritu contento. La doctrina del contentamiento es muy
superlativa, y hasta que no hayamos aprendido esto, no habremos aprendido
a ser cristianos.
En primer lugar, es una lección difícil. Los ángeles en el cielo no la
aprendieron. No tenían contentamiento. Aunque su estado era muy glorioso
y estaban volando en las alturas, buscaban algo más alto. Judas habla de
« los ángeles que no guardaron su dignidad» (Judas 1:6). No guardaron su
dignidad porque no estaban contentos con la misma.
Nuestros primeros padres, vestidos con el manto de la inocencia en el
paraíso, no habían aprendido el contentamiento; tenían corazones que
aspiraban, y pensaban que su naturaleza humana era demasiado humilde y
simple. Quisieron ser coronados con deidad y « ser como dioses». Aunque
podían elegir todos los árboles del jardín, ninguno les contentó sino el árbol
del conocimiento que suponían sería el que les abriría los ojos para hacerlos
omniscientes. Por tanto, si esta lección fue tan difícil de aprender en medio
de la inocencia, ¡Cuán difícil será para nosotros, que estamos hundidos en la
corrupción!
En segundo lugar, es de extensión universal. Es algo que concierne a todos.
Primero, concierne a los hombres ricos. Se podría pensar que no es necesario
presionar al contentamiento a aquellos que Dios ha bendecido con grandes
fortunas, sino más bien persuadirlos de ser humildes y agradecidos; pero no.
¡Los hombres ricos tienen descontento tanto como otros! Cuando tienen
grandes posesiones, siguen estando descontentos de no tener más.
Quieren convertir cien talentos en mil. Una persona llevada por el vino,
cuanto más bebe, más sed tiene.
La codicia es un edema seco; un corazón terrenal es como la tumba, que
« nunca se sacia» (Proverbios 27:20). Por tanto, digo a los ricos, estad
contentos. Si suponemos que las personas ricas puedan estar contentas con
sus posesiones, lo cual es raro, aún podemos encontrar personas que estén
descontentas con su honra. Si sus graneros están suficientemente llenos, sus
torres no son lo bastante altas. Quieren ser alguien en el mundo, como
Teudas, que andaba « diciendo que era alguien» (Hechos 5:36). Nunca
caminan tan alegremente como cuando el viento del honor y el aplauso llena
sus velas; si este viento baja, se sienten descontentos. Se podría pensar que
Amán tenía tanto como su orgulloso corazón podría desear; fue puesto por
encima de todos los príncipes, promovido hasta el pináculo del honor a ser el
segundo hombre en el reino (Ester 3:1). Sin embargo, en medio de toda su
pompa, estuvo descontento porque Mardoqueo no se descubría y arrodillaba
ante él, y se llenó de tanta ira que no había manera de calmar esta ansia de
venganza que no fuese derramando toda la sangre judía y ofreciéndola en
sacrificio. El honor herido rara vez es mitigado sinsangre; por eso os digo a
vosotros, hombres ricos, estad contentos.
Los hombres ricos, suponiendo que estén contentos con su honra y
magníficos títulos, no tienen siempre contentamiento en sus relaciones. La
que duerme a su lado a veces aviva las llamas. Como la mujer de Job, que en
su enfado lo hubiese hecho apartarse del mismo Dios: « maldice a Dios y
muérete» (Job 2:9). Los niños a veces causan descontento. ¿Cuántas veces
no se ve que la leche de una madre acaba criando a una víbora? A veces los
padres cosechan espinos de las uvas y abrojos de los higos. Los niños son
brezo dulce como la rosa, que es una flor fragante, pero tiene sus espinas.
Nuestras comodidades relativas no son todas vino puro, sino mezclado;
tienen en ellas más residuos que sustancia, y son como el río del que habla
Plutarco, en el que las aguas de la mañana eran dulces, pero amargas por la
tarde. No tenemos carta de exención garantizada en esta vida; por tanto, los
ricos necesitan ser llamados al contentamiento.
En segundo lugar, la doctrina del contentamiento concierne a las personas
pobres. El que mame libremente de los pechos de la providencia, estará
contento. Esta es una lección difícil, por tanto ha de aprenderse cuanto antes.
¡Cuán difícil es cuando los medios de vida se van, y las grandes posesiones
son reducidas a casi nada! Los medios de subsistencia en las Escrituras son
llamados nuestra vida, porque es como si fueran los tendones de ella.
La mujer de los evangelios gastó « todo cuanto tenía en médicos» (Lucas
8:43) en el griego tiene el sentido de que ella gastó toda su vida en médicos,
porque gastó los medios que tenía para vivir. Es duro estar contento cuando
la pobreza ha cortado nuestras alas, pero, aunque sea difícil, es excelente.
El apóstol en nuestro texto había « aprendido a contentarse cualquiera que
fuese la situación». Dios había llevado a Pablo a una gran variedad de
situaciones, y, sin embargo, tenía contentamiento; si no, nunca podría haber
pasado por ellas con tanta alegría. Veamos en qué vicisitudes fue puesto este
bendito apóstol: « estamos atribulados en todo» (2 Corintios 4:8) esta era la
tristeza de su condición. « Mas no angustiados», ahí estaba el
contentamiento. « En apuros», esa es la aflicción, « mas no desesperados»
ahí está su contentamiento. Y si leemos un poco más « en tribulaciones, en
necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos» (2
Corintios 6:4-5) ahí están sus problemas, pero contemplemos su
contentamiento: « como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo» (2
Corintios 6:10).
Cuando el apóstol era privado de todo, el dulce contentamiento de su mente,
que era como música a su alma, lo poseía todo. Podemos leer en sus cartas
un resumen de la historia de sus sufrimientos « en cárceles más; en peligros
de muerte muchas veces» (2 Corintios 11:23-25), sin embargo
contemplamos la disposición bendita y el temperamento de su espíritu « he
aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación». Sea cual fuese
la forma en que soplase la providencia, él tenía tal capacidad y habilidad
celestial, que sabía cómo redirigir su curso. Era indiferente en cuanto a su
estado externo: podía estar tanto en lo alto de la escalera de Jacob como
abajo; podía estar cantando una endecha o un himno. Podía ser cualquier
cosa que Dios quisiese « sé vivir humildemente, y sé tener abundancia»
(Filipenses 4:12). Este es un patrón extraño que hemos de imitar. Pablo, en
lo que respecta a su fe y coraje, era como un cedro, no podía ser conmovido;
pero en su condición externa era como una caña doblándose hacia todas
partes con el viento de la providencia. Cuando un viento de prosperidad
soplaba sobre él, podía doblarse: « sé estar saciado». Y cuando un
tumultuoso viento de aflicción soplaba, podía doblarse en humildad junto
con él, « sé tener hambre». Pablo era, como diría Aristóteles, un dado con
cuatro caras: tíralo como quieras, y caerá sobre la base. Aunque Dios tirase
al apóstol como quisiera, el caía sobre la base del contentamiento.
Un espíritu contento es como un reloj: aunque lo transportemos para uno u
otro lado, su manecilla no se mueve, ni los engranajes se salen, sino que
guarda su perfecto movimiento. Así era Pablo, aunque Dios lo llevase por
diversas situaciones, no se exaltaba con unas ni se deprimía con otras. La
manecilla de su corazón no se rompía, los engranajes de sus emociones no se
desordenaban, sino que seguían su constante movimiento hacia el cielo,
manteniendo el contentamiento.
El barco que suelta anclas puede agitarse a veces, pero nunca se hunde. La
sangre y la carne pueden tener sus temores y desasosiegos, pero la gracia las
guarda. Un cristiano, que tiene su ancla en el cielo, nunca verá su corazón
naufragar. Un espíritu lleno de gracia es un espíritu contento. Esto es un arte
extraño que Pablo no aprendió a los pies de Gamaliel. « He aprendido»
(Filipenses 4:11), he sido iniciado en este santo misterio. Es como si dijese:
« he obtenido el arte divino, tengo su don». Dios debe convertirnos en los
artistas correctos. Si ponemos a un grupo de personas a realizar un oficio
para el que no tienen habilidad, tal y como lo es ordenar a hombres naturales
vivir por fe, y les decimos que cuando todas las cosas vayan mal estén
contentos, les estamos diciendo que hagan algo para lo que no tienen
capacidad. Sería lo mismo que decir a un niño que guíe el timón de un barco.
Estar contentos en Dios en la carencia de las comodidades externas es un
arte que « la carne y la sangre» no han aprendido. No.
Muchos de los mismos hijos de Dios, que destacan en algunos deberes
religiosos, cuando llegan a este deber del contentamiento, ¿acaso no
tropiezan? Apenas han comenzado a ser maestros de este arte.
*************
Capítulo V: La resolución de algunas preguntas
Para ilustrar esta doctrina, propondré las siguientes preguntas.
P.1 ¿Es posible que un cristiano sea sensible a su condición, y, aun así,
esté contento?
Sí; porque si no es así, no es un creyente, sino un estoico. Raquel hizo bien
al llorar por sus hijos, eso era lo natural. Pero su falta es que no quiso ser
consolada, y ahí está el descontento (Jeremías 31:15). Cristo mismo fue
sensible cuando sudó gotas de sangre y dijo: « Padre, si es posible, pasa de
mi esta copa», pero tuvo contentamiento y se sometió con dulzura a su
voluntad « pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). El
apóstol nos insta a humillarnos « bajo la poderosa mano de Dios» (1 Pedro
5:6), lo cual no podemos hacer a menos que seamos sensibles a ello.
P.2 ¿Es posible que un cristiano cuente a Dios sus problemas, y, aun así,
esté contento?
Sí: « A ti he encomendado mi causa» (Jeremías 20:12) y David expuso su
queja delante del Señor (Salmos 142:2). Podemos clamar a Dios, y desear
que Él tome cuenta de todas nuestras heridas. ¿Acaso no se quejaría un hijo
a su padre? Cuando existe cualquier carga sobre el espíritu, la oración
desahoga y alivia el corazón. El espíritu de Ana estaba cargado; « yo soy»,
dice ella, « una mujer atribulada de espíritu» (1 Samuel 1:15). Después,
habiendo orado y llorado, se fue, y no estuvo triste. Solo hay que tener en
cuenta que existe una diferencia entre una queja santa y una queja
descontenta: en una presentamos la queja a Dios, en la otra nos quejamos de
Dios.
P.3 ¿Qué es lo que excluye el contentamiento?
Hay tres cosas que el contentamiento expulsa de su diócesis, y que no
pueden coexistir con él de ninguna forma.
En primer lugar excluye una queja vejatoria, que es hija del descontento:
« Clamo en mi oración [o queja]» (Salmos 55:2). No dice « murmuro en mi
queja». El murmurar es como la rebelión en el corazón, es alzarse contra
Dios. Cuando el mar está agitado, no genera otra cosa que espuma, y cuando
el corazón está descontento, genera la espuma de la ira, impaciencia, y, en
ocasiones, solo es un poco mejor que la blasfemia.
Murmurar no es otra cosa que la escoria que hierve de un corazón
descontento.
En segundo lugar, excluye una desigual falta de compostura. Cuando una
personadice « Estoy pasando tanta necesidad, que no sé cómo hacer o cómo
salir, voy a quedar desecho», cuando su mente y corazón están tan
abrumados que no puede orar o meditar, no es ella misma. Como sucede
cuando un ejército es puesto en retirada, en el que unos corren hacia un lado
y otros para otro, del mismo modo los pensamientos corren arriba y abajo,
distraídos. El descontento disloca y divide el alma, arranca sus ruedas.
En tercer lugar, excluye el abatimiento infantil, que es normalmente
consecuencia de lo anterior. Una persona que tiene la mente apresurada, que
no sabe de qué manera liberarse o evadir el problema, comienza a
desfallecer y hundirse bajo el mismo. La preocupación para la mente es
como una carga para la espalda: carga el espíritu, y si hay sobrecarga, lo
hunde. Un espíritu abatido es un espíritu descontento.
***************
Capítulo VI: Mostrando la naturaleza del contentamiento
Habiendo contestado a estas preguntas, a continuación describiré el
contentamiento. Es un dulce temperamento del espíritu por el que un
cristiano tiene una disposición equilibrada en toda condición. La naturaleza
de esto se verá de manera más clara en las tres afirmaciones siguientes.
1. El contentamiento es algo divino.
Logra ser nuestro no por adquisición, sino por infusión. Es como una rama
tomada del árbol de la vida y plantada por el Espíritu de Dios en el alma; es
como un fruto que crece, no en el jardín de la filosofía, sino en el de un
nacimiento celestial. Por tanto, se puede observar claramente que el
contentamiento va unido con la piedad, como en el mismo equipaje: « gran
ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6).
Al ser el contentamiento una consecuencia, algo que acompaña a la piedad, o
ambas cosas, se llama divino para distinguirlo del contentamiento que puede
lograr una persona moral. Los incrédulos parecen haber tenido
contentamiento, pero este es solo una sombra o reflejo del contentamiento
divino. Es el berilo, pero no el verdadero diamante. El uno es civil, el otro es
sagrado; el uno se rige solo por los principios de la razón, el otro por los
principios de la fe; aquel solo alumbraba como una antorcha a la naturaleza,
pero este a la lámpara de las Escrituras. La razón puede enseñar el
contentamiento de esta manera: « sea cual sea mi condición, en ella he
nacido, y, si me encuentro con dificultades, eso es una desgracia universal.
Todos tienen su parte, ¿por qué debería entonces angustiarme?»
La razón puede decirnos esto, y, de hecho, puede ser una buena restricción.
Pero vivir seguros y alegres en Dios conociendo la provisión para sus
criaturas, es algo que solo la fe puede llevar al tesoro del alma.
2. El contentamiento es algo intrínseco.
Reposa dentro del ser humano; no en la corteza, sino en la raíz. El
contentamiento tiene tanto su fuente como su torrente en el alma. El rayo no
obtiene su luz del aire, y de la misma forma los rayos de consuelo de una
persona contenta no surgen de consuelos externos, sino del interior. Tal y
como la tristeza se asienta en el espíritu y se dice que « el corazón conoce la
amargura de su alma» (Proverbios 14:10), el contentamiento yace en el
interior del alma, y no depende de lo externo. De esto deduzco que los
problemas externos no pueden obstaculizar este contentamiento bendito.
Este contentamiento es espiritual, y brota de campos espirituales, de la
comprensión del amor de Dios. Cuando hay una tempestad fuera, puede
existir música dentro. Una abeja puede picar en la piel, pero no en el
corazón. Las aflicciones externas no pueden picar en el corazón de un
cristiano en el que yace el contentamiento. Los ladrones pueden saquear
nuestro dinero, pero no la perla del contentamiento, a menos que decidamos
separarnos de él, ya que está encerrado en el cofre de nuestro corazón. El
alma que es poseedora de este rico tesoro del contentamiento, es como Noé
en el arca, que podía cantar en medio del diluvio.
3. El contentamiento es algo habitual.
Brilla con una luz fina en el firmamento del alma. El contentamiento no
aparece solo de vez en cuando, como algunas estrellas que solo pueden verse
de manera ocasional, sino que es un temperamento afirmado en el corazón.
Una acción por sí sola no predomina. No se dice que alguien es generoso
porque haya dado limosna una sola vez en su vida. Alguien codicioso puede
hacer lo mismo. Se llama generoso al que es « dado a la hospitalidad», es
decir, a aquel que en todas ocasiones está dispuesto a aliviar las necesidades
de los pobres. Del mismo modo se dice que un hombre tiene contentamiento
cuando está inclinado al mismo. No es algo casual en él, sino constante.
Aristóteles en su retórica distinguía entre los colores del rostro que surgen de
la pasión y aquellos que surgen de la complexión. Un rostro pálido puede
parecer rojo cuando se ruboriza, pero solo es una pasión. Se puede decir que
alguien es rubicundo y sonrosado cuando lo es de forma constante, cuando
es su complexión. Una persona con contentamiento no es aquella que lo
tiene en alguna ocasión, quizás porque está a gusto, sino que es alguien que
lo tiene constantemente, aquél en el que el contentamiento es el hábito y
complexión de su alma.
***********
Capítulo VII: Las razones que nos instan a un contentamiento santo
Habiendo expuesto la naturaleza del contentamiento, a continuación
propondré algunas razones o argumentos que puedan motivarnos para el
mismo.
La primera es que es un precepto de Dios.
El contentamiento es un deber. La Palabra dice: « sean vuestras costumbres
sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora» (Hebreos 13:5). El mismo
Dios que nos ha ordenado creer nos ha ordenado estar contentos, y si no
obedecemos, incurrimos en un peligro espiritual. La palabra de Dios es
suficiente garantía. Tiene autoridad en ella, y debe tener mayor autoridad, ha
de ser un hechizo sagrado para el descontento. El ipse dixit era suficiente
para los estudiantes de Pitágoras. El « que conste en acta», daba una
autoridad real. La palabra de Dios debe ser la estrella que nos guía, y su
voluntad el peso que mueve nuestra obediencia. Su voluntad es ley, y tiene la
suficiente majestad para capturarnos en obediencia. Hasta un mar agitado se
calma por su palabra, así que nuestros corazones no deberían permanecer
inquietos.
La segunda razón para movernos al contentamiento es que es una promesa
de Dios.
Él ha dicho « No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5). Dios se
compromete con su firma y sello a darnos nuestra necesaria provisión. Si un
rey dijese a uno de sus súbditos: Tendré cuidado de ti, mientras tenga rédito
por mi corona, te proveeré; si estás en peligro, te aseguraré; si tienes
necesidad, te supliré. ¿No estaría ese súbdito contento? Vemos que aquí
Dios ha hecho esta promesa al creyente, y está comprometido con su
seguridad: « Nunca te dejaré». ¿No debería esto desencantarnos del diablo
del descontento?: « Deja tus huérfanos, yo los criaré» (Jeremías 49:11).
¿Puedo entonces un hombre piadoso que está en su lecho de muerte quejarse
con mucho descontento sobre lo que sucederá con su esposa e
hijos cuando se vaya? Podría ser que queden pobres. Pero Dios dice: « no te
angusties, ten contentamiento, yo cuidaré de tus hijos y que tu viuda confíe
en mí». Dios ha hecho esta promesa: no nos dejará, y ha involucrado en la
promesa a nuestras esposas e hijos, ¿no estaremos satisfechos con esto? La
verdadera fe no necesitará más testigos cuando Dios se compromete.
Estemos contentos, en virtud de lo que se ordena. Sea cual sea nuestra
condición, Dios, el árbitro del mundo, ha decretado desde la eternidad esa
condición para nosotros, y ordenado por su providencia todas las
circunstancias para ello. Que el cristiano piense quién lo ha colocado en el
lugar en que está, ya sea en una esfera elevada o una de baja condición. No
ha sido el azar o la fortuna, como la ceguera de los incrédulos imagina. No,
es el sabio Dios el que, por su providencia, nos coloca en ese lugar. Hemos
de ser actores de esta escena que Dios nosda; no digamos que tal cosa o
persona me ha causado esto, no miremos tanto la causa o rueda secundaria.
Leemos en Ezequiel acerca de una « rueda en medio de [una] rueda»
(Ezequiel 1:16). El decreto de Dios es la causa que hace girar las ruedas, y
su providencia son las ruedas interiores que mueven el resto de las cosas.
La providencia de Dios es el timón que dirige todo la nave del universo.
Digamos entonces, como el santo David « Enmudecí, no abrí mi boca,
porque tú lo hiciste» (Salmos 39:9).
La providencia de Dios, que no es otra cosa que la ejecución de sus decretos,
debería ser un contrapeso contra el descontento. Dios es el que nos ha puesto
en nuestra situación, y lo ha hecho en sabiduría. Imaginamos que una
condición de vida determinada es buena para nosotros, pero si fuésemos
nuestros propios escultores, con frecuencia descartaríamos la mejor parte.
Lot, cuando le dieron a elegir, escogió Sodoma, que fue poco después
destruida por fuego. Raquel tenía muchos deseos de tener hijos:
« dame hijos o me muero» (Génesis 30:1), y le costó la vida dar a luz a uno
de sus hijos. Abraham estaba muy apegado a Ismael « Ojalá Ismael viva
delante de ti» (Génesis 17:18) pero tuvo poco consuelo en él o en su
simiente. Nació como hijo de disputas, su mano estuvo contra todos, y la de
todos contra él.
Los discípulos lloraron porque Cristo dejaba el mundo, preferían su
presencia corpórea, a pesar de que era mejor para ellos que Cristo se
marchase, porque si no « el consolador no vendría» (Juan 16:7). David
prefirió la vida de su hijo, « rogó y ayunó por ello» (2 Samuel 12:16), pero
si el niño hubiese vivido, hubiese sido un monumento perpetuo a su
vergüenza. A menudo caminamos en nuestra propia luz, y si elegimos o
protegemos nuestro bienestar, acabamos eligiendo lo peor. ¿Acaso no es
bueno para un hijo que sean los padres los que elijan por él? Si se le dejara
actuar por sí mismo, quizás escogería el cuchillo para cortar su propio dedo.
Un hombre puede pedir vino a gritos en su paroxismo de embriaguez, pero si
lo tuviese, sería poco mejor que un veneno. Es bueno para un paciente
quedar bajo la prescripción del médico.
El pensar en que un decreto es el que determina, y que la providencia
dispone todas las cosas que suceden, debería obrar en nuestros corazones
para llevarlos al santo contentamiento. El sabio Dios es quien ha ordenado
nuestra condición. Si Él ve mejor para nosotros que tengamos mucho, lo
tendremos; si ve que es mejor para nosotros estar en necesidad, tendremos
necesidad. Estemos contentos de estar a disposición de Dios.
Dios, en su infinita sabiduría, ve que la misma situación no es conveniente
para todos, que lo que es bueno para uno, puede ser malo para otro. Un
mismo clima no se ajusta a todas las situaciones de los hombres: uno
necesita sol, otro lluvia. Una situación de la vida puede no encajar con toda
persona más de lo que un traje o vestimenta encajaría con todos los cuerpos.
La prosperidad no es adecuada para todos, ni tampoco la adversidad. Si
alguien es humillado, quizás pueda soportarlo mejor porque tiene mejores
depósitos de gracia, más fe y más paciencia. Quizás sea una persona capaz
de « recolectar uvas de los espinos», y sacar algún consuelo de su cruz. Pero
no todo el mundo puede hacerlo. Otro puede tener una posición de eminente
dignidad y estar mejor en ella. Quizás es un lugar que requiere un mayor
juicio, del que no todo el mundo es capaz. Quizás puede utilizar sus
propiedades mejor ya que tiene un corazón tan entregado al público como el
lugar que ocupa. El sabio Dios ve que esa condición es mala para unos, pero
buena para otros, y por eso coloca a las personas en diferentes círculos y
esferas.
Un hombre puede desear tener salud, pero Dios ver que la enfermedad es
mejor para él; Dios hará que de la enfermedad brote salud, llevando su
cuerpo de muerte a extinguirse. Otra persona desea libertad, pero Dios ve
que restringirla es mejor para ella, y trabajará su libertad mediante la
cautividad, de forma que cuando sus pies estén atados, su corazón se verá
más ensanchado. Si creyésemos esto, serviría para aplacar las pecaminosas
disputas y cavilaciones de nuestros corazones. ¿Estaremos descontentos con
lo que se ejecuta por decreto, con lo ordenado por la providencia? ¿Estamos
siendo hijos o rebeldes?
*************
Capítulo VIII: Uso I. Mostrando cómo un cristiano puede tener
bienestar en
su vida
Un cristiano puede llegar a tener bienestar en cualquier momento, incluso
tener un cielo sobre la tierra, por medio del contentamiento. El bienestar en
la vida no reside en tener mucho, como dice la máxima de Cristo: « La vida
del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas
12:15), pero si está en tener contentamiento. ¿No está la abeja que se
alimenta en el rocío, o succionando de una flor, tan contenta como el buey
que pasta en las montañas? El contentamiento está dentro de la persona, en
el corazón, y la forma de tener contentamiento, no es teniendo llenos
nuestros graneros, sino teniendo tranquila nuestra mente. Como dice Séneca,
el hombre contento es un hombre feliz.
El descontento es una emoción angustiante, que seca nuestros cerebros, que
desgasta nuestros espíritus, que corroe y devora el descanso de la vida. El
descontento hace que no se disfrute lo que se posee. Una o dos gotas de
vinagre amargan un vaso completo de vino. Si alguien tiene afluencia y
confluencia de comodidades mundanas, una gota o dos de descontento
amargan y envenenan todo.
El bienestar depende del contentamiento; Jacob se detuvo cuando el tendón
de su cadera se hundió. De la misma forma, cuando el tendón del
contentamiento comienza a hundirse, nuestro bienestar se frena. El
contentamiento es necesario para mantener una vida cómoda, tal y como el
aceite es necesario para mantener la lámpara ardiendo; las nubes del
descontento derraman lluvias de lágrimas.
¿Cómo podemos tener bienestar? Lo tendremos si lo deseamos. Un cristiano
puede labrarse la condición que desee. ¿Por qué nos quejamos de nuestros
problemas? No es el problema en sí lo que atribula, sino el descontento. No
es el agua fuera del barco, sino el agua que entra en el barco a través de una
fuga la que lo hunde. No es nuestra aflicción externa la que hace que nuestra
vida cristiana sea triste, porque una mente contenta
navegaría por encima de las aguas. Pero cuando existe una fuga abierta de
descontento, y un problema llega al corazón, entonces la mente pierde su
calma y se hunde. Por eso, como buenos marineros, bombeemos el agua
afuera, detengamos la fuga espiritual en el alma, y ningún problema podrá
hacernos daño.
***********
Capítulo IX: Uso II. Una advertencia al cristiano descontento
Aquí daremos una reprimenda a aquellos que están descontentos con su
condición.
Esta enfermedad es casi una epidemia. Algunos, no contentos con el llamado
que Dios les ha asignado, quieren estar un paso por encima, y pasar del
arado al trono. Como la araña en Proverbios, quieren « ser tomados con la
mano y estar en los palacios del rey». Otros quieren pasar de la tienda al
púlpito (Números 12:2). Les gustaría estar en un templo de honor antes que
en el templo de la virtud, estar en la silla de Moisés, sin las campanas y
granadas de Aarón. Son como los simios, que muestran más su deformidad
cuando están trepando. ¿No es suficiente que Dios les haya concedido dones
a los hombres para edificarlos en privado, que los haya enriquecido con
tantas misericordias? ¿También pretenden el sacerdocio? (Números 16:10).
¿Qué es esto sino un descontento que surge de un elevado orgullo?
En secreto tientan la sabiduría de Dios, quien, en su sabiduría, no los ha
colocado en un escalón más alto.
Toda persona se queja de que sus posesiones no son mejores, aunque rara
vez se quejan de que su corazón no sea mejor. Uno valora un estilo de vida y
otro valora otro; uno piensa que la vida en el campo es mejor, otro que la
vida en la ciudad; el soldado cree que es mejor ser mercader, y el mercader
que es mejor ser soldado. Puedenestar contentos con ser cualquier cosa,
menos con lo que Dios les ha dado. ¿Cómo es que nadie está contento? La
causa es que pocos cristianos han aprendido la lección de Pablo: no saben
estar contentos ni cuando son ricos ni cuando son pobres.
Si son pobres, aprenden a ser envidiosos; calumnian a aquellos que están por
encima de ellos. La prosperidad de otro es como una llaga en sus ojos.
Cuando la llama de Dios brilla sobre el tabernáculo del vecino, la luz les
ofende. En medio de las necesidades con frecuencia abundan en envidia y
malicia, y un ojo envidioso es un ojo malo. Aprenden a ser querellosos, a
seguir quejándose, como si Dios hubiese tratado duramente con ellos.
Hablan siempre de sus necesidades, diciendo que quieren esta o aquella
comodidad, cuando su mayor necesidad es tener un espíritu contento.
Aquellos que están contentos con su pecado, continuarán estando
descontentos con su situación material.
Si son ricos, aprenden a ser codiciosos. Tienen una sed insaciable por el
mundo, y rebañando del mismo por medios injustos, « su diestra está llena
de sobornos», como el salmista expresa en Salmos 26:10. Si en un lado de la
balanza se pone una buena causa, y en el otro una pieza de oro, es el oro el
que pesa más para ellos. Existen, dice Salomón, cuatro cosas que « nunca se
sacian» (Proverbios 30:15). Yo añadiría una quinta: el corazón de un
hombre codicioso.
Ni pobres ni ricos saben cómo estar contentos. Ciertamente nunca desde la
creación ha arreciado tanto este pecado del descontento como en nuestros
tiempos. Nunca fue Dios más deshonrado. Apenas se puede hablar con
alguien sin que la pasión de su lengua revele el descontento que tiene en su
corazón; todos dejan escapar sus problemas, y, en esto, hasta la lengua
tartamuda habla libremente y con fluidez. Si no tenemos lo que deseamos,
no veremos a Dios con buenos ojos, ya que estamos enfermos de
descontento y dispuestos a morir de este sentimiento. Si Dios no concedía a
Israel sus deseos, le pedían que les quitase la vida. Querían codornices en
lugar de su maná. Acab, era rey. Aunque podamos pensar que las tierras de
su corona eran suficientes para él, quedó taciturno y descontento por la viña
de Nabot. Jonás, aunque era un buen hombre y un profeta, estuvo dispuesto a
morir por un enfado, y dijo que « deseaba la muerte» porque Dios había
hecho morir su calabacera. Raquel dijo « dame hijos o me muero», aunque
tenía muchas bendiciones si hubiese querido verlas, le faltaba
contentamiento. Dios suplirá nuestras necesidades, pero ¿también satisfará
nuestras codicias? Muchos están descontentos con trivialidades, quieren
tener un vestido mejor, una joya más rica, una moda más nueva. Nerón, no
contento con su imperio, se preocupó porque un músico tenía más habilidad
que él. ¡Qué ilusos son algunos, que se enfurruñan de descontento por la
falta de cosas que, si las tuviesen, solo les harían verse más ridículos!
***********
Capítulo X: Uso III. Una persuasión al contentamiento
Se nos exhorta a esforzarnos por tener contentamiento. Es algo que
embellece y da brillo a un cristiano, es como un bordado espiritual que se
muestra a ojos del mundo.
Pero me parece oír a algunos quejarse amargamente y decirme: ¡Cómo!
¿Cómo es posible contentarse? El Señor ha hecho pesadas mis cadenas, me
ha arrojado a una condición muy triste.
El pecado, o bien se esfuerza por esconderse bajo alguna máscara, o, si no
puede esconderse, se defiende a sí mismo con alguna justificación. El
pecado del descontento es muy agudo en sus justificaciones, así que primero
lo expondré, para luego dar una respuesta. Hemos de establecer como norma
que el descontento es un pecado, de forma que todas las pretensiones y
defensas con las que se esfuerza por justificarse, no son sino el maquillaje y
la vestimenta de una prostituta.
La primera defensa que el descontento hace es esta: He perdido a un hijo.
Paulina al perder a sus hijos, quedó tan poseída con un espíritu de tristeza,
que le habría gustado ser enterrada en su propio descontento; nuestro amor
por las relaciones es a menudo mayor que nuestro amor por la religión.
1. Hemos de estar contentos no solo cuando Dios da misericordias, sino
también cuando las quita. Hemos de dar « gracias en todo» (1
Tesalonicenses 5:18), y por tanto no estar descontentos en nada.
2. Quizás Dios nos ha quitado una cisterna para darnos más de la fuente;
puede que haya oscurecido la luz de las estrellas para darnos más luz del sol.
Dios tiene la intención de que tengamos más de Él mismo, y ¿no es eso
mejor que diez hijos? No miremos tanto hacia la pérdida temporal como
hacia la ganancia espiritual. Los consuelos del mundo se tornan amargos, los
que vienen de la granada de la promesa son puros y dulces.
3. Un hijo no es dado, sino dedicado: « Yo, pues, [dijo Ana] lo dedico [mi
hijo] al Señor» (1 Samuel 1:28) ¡Ella lo dedicó! El Señor se lo había
dedicado a ella antes. Las misericordias no son dadas en propiedad, sino
dedicadas (o prestadas). Cuando un hombre presta algo, lo puede tomar de
nuevo cuando desee. Dios nos había dado un hijo para cuidar; ¿Hemos de
estar descontentos si se lo lleva de vuelta a casa? No estemos descontentos si
se nos retira una misericordia, sino más bien agradecidos de que nos fue
entregada durante tanto tiempo.
4. El hijo que nos es retirado, era o bien bueno o malo; si era rebelde, no se
nos ha quitado tanto un hijo, sino más bien una carga; estamos
entristeciéndonos por lo que hubiese sido una tristeza mayor. Si era
religioso, recordemos que « delante de la aflicción es quitado el justo» y
colocado en el núcleo de la felicidad. Esta región inferior en la que vivimos
está llena de vapores espesos y dañinos, ¡Cuán felices son aquellos que
montan en las esferas celestiales! Los justos son quitados, en el original es
son reunidos; un hijo impío es cortado, pero un hijo piadoso es reunido. Tal
y como vemos que las personas reúnen flores, las cuidan, y las preservan a
su lado, así Dios ha reunido a sus hijos como a una dulce flor que cuidará
con gloria, y que preservará con Él para siempre. ¿Por qué debería entonces
un cristiano estar descontento? ¿Por qué ha de llorar excesivamente? « Hijas
de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por
vuestros hijos» (Lucas 23:28), del mismo modo, podemos escuchar a
nuestros hijos hablándonos: «no lloréis por nosotros que somos felices,
dormimos en una almohada blanda, en el regazo de Cristo; el príncipe de paz
nos abraza y nos besa con sus labios; no os atribuléis por nuestra partida, “no
lloréis por nosotros”, llorad por vosotros mismos, que estáis en un mundo
pecaminoso y triste; estáis en el valle de lágrimas, pero nosotros en el monte
de las especias. Hemos llegado a nuestro puerto, pero vosotros estáis
navegando entre las olas de la inconstancia». ¡Oh cristiano! No estés
descontento de que te hayas apartado de un hijo, sino más bien regocíjate de
que, para que pudiera irse, antes has tenido a ese hijo. Estalla en
agradecimiento. Cuánto honor es ser padre y engendrar a un hijo así, que
mientras vive aumenta el gozo de los ángeles glorificados (Lucas 15:10), y,
cuando muere, aumenta el número de santos glorificados.
5. Si Dios se ha llevado a uno de nuestros hijos, y nos ha dejado más, podría
habernos arrebatado todos. Él se llevó todo el bienestar de Job, sus
posesiones, sus hijos, y, aunque quedó su esposa, fue como una cruz.
Satanás hizo un arco con su costilla, como dice Crisóstomo, y disparó con
ella una tentación a Job, con la intención de alcanzar su corazón: « maldice a
Dios y muérete» (Job 2:9), pero Job tenía puesta la coraza de la integridad, y
aunque sus hijos le fueron arrebatados, sus gracias no; todavía tenía
contentamiento y bendecía a Dios. Oh, pensemos en cuántas misericordias
disfrutamos todavía, sin embargo, ¡nuestros innobles corazones están más
descontentos por una pérdida que agradecidos por cientos de misericordias!
Dios nos ha arrancado un puñado de uvas, pero
¿cuántos preciosos racimos ha dejado?
Podríamos objetartambién que era nuestro único hijo, el apoyo de
nuestra vejez, la semilla de nuestro consuelo, y el único retoño del que crecía
nuestra antigua familia.
6. Dios nos ha prometido, si pertenecemos a Él, « un nombre mejor que el de
hijos e hijas» (Isaías 56:5). ¿Ha muerto aquel que habría de mantener vivo
el nombre de una familia? Dios nos ha dado un nuevo nombre, y ha escrito
nuestro nombre en el libro de la vida; contemplemos nuestra herencia
espiritual. Es un nombre que no puede ser arrancado. ¿Se ha llevado Dios a
nuestro único hijo? Él nos ha dado su Hijo unigénito. Es un buen
intercambio. ¿Qué necesidad tiene el que posee a Cristo de quejarse por
pérdidas? Él es el resplandor de su Padre (Hebreos 1:3), sus riquezas
(Colosenses 2:9), su deleite (Salmos 42:1). Si Cristo puede deleitar el
corazón de Dios, ¿no será suficiente para nosotros? ¿No habrá suficiente en
Él para arrebatarnos con santo deleite? Él es sabiduría para enseñarnos,
rectitud para absolvernos, santificación para adornarnos. Es un regalo y real,
el pan de ángeles, el gozo y triunfo de los santos, Él lo es todo en todo
(Colosenses 3:11). ¿Por qué entonces estaremos descontentos? Aunque
perdamos nuestros hijos, tenemos a aquel por quien todas las cosas son
pérdida (Filipenses 3:8).
7. Avergoncémonos al pensar que la naturaleza pueda arrebatar la gracia.
Pulvillus, un pagano, cuando estaba a punto de consagrar un templo a Júpiter
y le llegaron noticias de la muerte de su hijo, no desistió de su empeño, sino
que con compostura de mente dio orden para sepultarlo decentemente.
La segunda apología que hace el descontento es: Gran parte de mis
posesiones se han disipado de forma extraña, y las ventas comienzan a
fallar. En ocasiones Dios se agrada de colocar a sus hijos en un puesto muy
bajo, y recortarles sus posesiones.
Pasa con ellos como con la viuda, que no tenía nada en casa salvo un poco
de aceite (2 Reyes 4:2). Pero estemos contentos.
1. Dios puede haberse llevado nuestras posesiones, pero no nuestra porción.
Esto es una paradoja sagrada. La honra y las propiedades no forman parte
necesariamente de la experiencia del cristiano. Son más bien lujos, y no
cosas esenciales, y son extrínsecos y ajenos. Por tanto su pérdida no puede
hacernos miserables, todavía queda una porción « Mi porción es el Señor,
dijo mi alma» (Lamentaciones 3:24). Supongamos que alguien tuviese
millones en dinero, y por azar perdiese el botón de una manga. No es algo
que se considere parte del patrimonio, ni se puede decir que este se haya
visto destruido. La pérdida de comodidades secundarias no supone tanto en
la porción del cristiano, al igual que la pérdida de un botón no supone mucho
cuando tenemos millones. « Todas estas cosas os serán añadidas»
dice (Mateo 6:33) las demás cosas deben considerarse una añadidura.
Cuando alguien compra un trozo de tela, se le restan una o dos pulgadas de
la medida. Aunque pierda su pulgada, no ha perdido mucho, porque todavía
le queda la pieza completa. Nuestras posesiones externas no son de mucha
consideración en nuestra porción, tal y como una pulgada de tela no lo es en
la pieza completa. ¿Por qué has de estar descontento cuando se mantiene la
posesión de tu tesoro espiritual? Un ladrón puede llevarse todo el dinero que
tengo, pero no mis tierras. Un cristiano tiene un título de propiedad en la
tierra de la promesa. María había escogido la mejor parte, que no le sería
arrebatada.
2. Quizás no se hayan perdido las posesiones, pero sí el alma. Las
comodidades externas a menudo apagan el fuego interior. Dios puede darnos
una joya y nosotros enamorarnos tanto de ella, que olvidemos quien nos la
dio. ¡Qué tristeza es que cometamos idolatría con lo creado! Dios a veces se
ve forzado a retirar las posesiones: la plata y las joyas con frecuencia han de
tirarse por la borda para salvar al pasajero. Muchos podrían maldecir el
tiempo en que tuvieron posesiones, porque estas fueron
como un encantamiento que apartó su corazón de Dios; « los que quieren
enriquecerse caen en lazo» (1 Timoteo 6:9)
¿Acaso nos molesta el que Dios nos evite caer en una trampa? Las riquezas
son espinos (Mateo 13:7) ¿Nos vamos a enfadar porque Dios haya alejado
espinos de nosotros? Las riquezas son comparadas con « barro espeso»
(Habacuc 2:6, KJV). Quizás nuestros afectos, que son los pies del alma, se
han estancado tan profundamente en este barro dorado que no pueden
ascender al cielo. Estemos contentos; si Dios frena el torrente de nuestros
consuelos externos, es porque el río de nuestro amor puede correr más
rápido de otra forma.
3. Si nuestras posesiones son pocas, aun así Dios puede bendecir ese poco.
No es cuánto dinero tenemos, sino cuanta bendición. El que a menudo
maldice las bolsas de oro, puede bendecir la harina de la tinaja y el aceite de
la vasija. ¿Qué importa si no tenemos plenos lujos? Tenemos la promesa
« Bendeciré abundantemente su provisión» (Salmos 132:15), y un poco
puede servir para mucho. Estemos contentos con tener el goteo de una
bendición destilada; una cena de vegetales es dulce donde hay amor; y
añadiría, donde está el amor de Dios. Otro puede tener más bienes que
nosotros, pero también más preocupaciones; tener más riquezas, pero menos
descanso; más beneficios, pero con muchas más ocasiones para gastarlos;
puede tener una gran herencia, y que quizás Dios no le conceda
« la facultad de disfrutar de ello» (Eclesiastés 6:2), puede que tenga
dominio sobre sus posesiones, pero no tenga el poder de utilizarlas; que
tenga más en sus manos pero disfrute menos. Es posible que tengamos
menos oro que alguien, pero también, quizás, menos culpa.
4. Nunca avanzamos tanto en nuestro oficio espiritual ni tuvimos un corazón
tan humilde como cuando nuestra condición también lo fue; nunca fuimos
tan pobres en espíritu ni tan ricos en fe. Nunca recorrimos el camino de los
mandamientos de Dios tan rápido como cuando nos fue quitado algo de
nuestro peso de oro. Nunca tuvimos tantas relaciones con el cielo en nuestra
vida, y eso es una ganancia más abundante. Nunca nos aventuramos tanto en
las promesas como cuando abandonamos las aventuras en el mar.
Este es el mejor de los comercios. Oh cristiano, nunca tuviste tantos ingresos
del Espíritu, tantas oleadas de gozo; ¿Qué importa si somos débiles en
posesiones si a cambio somos fuertes en seguridad de salvación?
Estemos contentos, lo que hemos perdido por una parte, lo hemos ganado
por otra.
5. Sean cuales sean nuestras pérdidas materiales, recordemos que en cada
pérdida solo hay un sufrimiento, pero en cada descontento hay un pecado
que es peor que mil sufrimientos. ¡Qué! ¿Voy a abandonar parte de mi
integridad por haber perdido parte de mis posesiones? ¿Perderé también mi
fe y mi paciencia?¿Voy a dejar de ser dueño de mi espíritu porque deje de ser
dueño de unos bienes? Oh, aprendamos estar contentos.
La tercera apología es: tengo tristeza en mis relaciones.
Donde debería tener más consuelo, es donde tengo más tristeza. Esta
objeción se bifurca en dos ramas, a las que daré una respuesta distinta.
1) Mi hijo continúa en rebelión . Se refiere a tener el temor de haber
engendrado a un hijo para el diablo. Desde luego, es triste pensar que el
infierno vaya a estar pavimentado con la calavera de cualquiera de nuestros
hijos, y ciertamente los dolores de una madre por esto son peores que sus
dolores de parto; pero aunque debemos sentirnos humildes, no debe haber
descontento, porque consideremos que, primero, es posible que recojamos
algo de la indiferencia de nuestro hijo. El hijo se convierte a veces en el
sermón para el padre, y la indiferencia de un hijo hacia nosotros puede ser
un recordatorio de nuestra indiferencia con Dios. Hubo un tiempo en el que
fuimos hijos rebeldes, ¿cuánto tiempo fueron nuestros corazones fortalezas
que se oponían a Dios? ¿Cuánto tiempo parlamentó y nos imploró para que
nos rindiésemos? ¿Cuántos movimientos del Espíritu resistimos
diariamente? ¿Cuántas faltas de amor y afrentas hemos puesto sobre Cristo?
Que esto abra una fuente de arrepentimiento;miremos la rebeldía de
nuestros hijos y lamentemos la nuestra.
Segundo, aunque nos entristezca ver su rebeldía, no siempre es por nuestro
pecado. ¿Le hemos dado como padres no solo la leche del pecho, sino la
« leche pura de la palabra»? ¿Hemos sazonado sus primeros años con
educación religiosa? Entonces, no podemos hacer más. Los padres solo
pueden dar conocimiento, es Dios quien puede dar la gracia. Los padres solo
pueden reunir madera, es Dios quien debe hacerla arder. Un padre solo
puede ser un guía para mostrar a su hijo el camino al cielo, el Espíritu de
Dios debe ser el imán que atraiga su corazón hacia el camino. « ¿Soy yo
acaso Dios», dijo Jacob, « que te impidió el fruto de tu vientre? » (Génesis
30:20) ¿Puedo dar hijos? ¿Está un padre en la posición de Dios para dar
gracia? ¿Quién puede evitarlo si un hijo, teniendo la luz de la conciencia, de
las Escrituras, de la educación, corre voluntariamente hacia los profundos
estanques del pecado? Lloremos por nuestro hijo, oremos por él, pero no
pequemos a causa de él por nuestro descontento.
En tercer lugar, no digamos que hemos engendrado a un hijo para el diablo.
Dios puede dominarle, Él ha prometido « volver el corazón de los hijos a sus
padres» (Malaquías 4:6) y « cavar aguas de gracia en el desierto»
(Isaías 35:6). Cuando nuestro hijo marcha a toda vela hacia el diablo, Dios
puede soplar un viento contrario de su Espíritu y alterar su rumbo. Cuando
Pablo respiraba persecución contra los santos y se dirigía hacia el infierno,
Dios lo volvió hacia otro camino; iba hacia Damasco, y Dios le envía a
Ananías; era un perseguidor, luego un predicador. Aunque por ahora
nuestros hijos hayan caído en el estanque del diablo, Dios puede volverlos
del poder de Satanás, y traerlos en la duodécima hora. Mónica lloraba por su
hijo Agustín (de Hipona): finalmente Dios lo entregó por la oración, y se
convirtió en un famoso instrumento en la iglesia de Dios.
2) Mi cónyuge va por mal camino . En el lugar donde busqué miel,
encuentro un aguijón.
Es triste cuando los vivos y los muertos están unidos en yugo desigual; sin
embargo, que nuestro corazón no se angustie con descontento; lloremos por
sus pecados, pero no murmuremos, ya que, en primer lugar, Dios nos ha
colocado en nuestra relación, y, si estamos descontentos, estaremos peleando
con Dios. Por cada cruz que recae sobre nosotros, ¿hemos de poner en
cuestión la infinita sabiduría de Dios? ¡Oh, cuan grande es la blasfemia de
nuestros corazones!
En segundo lugar, Dios puede hacernos vencedores en los pecados de
nuestro cónyuge. Quizás nunca hubiésemos sido tan buenos si nuestro
cónyuge no hubiese sido tan malo. El fuego arde más fuerte en el clima más
frío. Dios con frecuencia hace que los pecados de otros se conviertan en
nuestro bien, y que nuestros males se conviertan en medicinas. A menudo,
cuanto más profano es el marido, más santa se vuelve la mujer. Cuanto más
terrenal es él, más celestial crece ella. Muchas veces Dios hace que el
pecado del esposo sea una espuela para la gracia de la esposa. Sus
extravagancias son como un par de fuelles que avivan la llama de su celo y
devoción. ¿No es así? ¿La maldad de nuestro cónyuge no nos lleva a la
oración? Quizás no hubiésemos orado tanto si él o ella no hubiera pecado
tanto. Su estado de muerte nos aviva más, la piedra de su corazón es como
un martillo que quebranta el nuestro. El apóstol dijo que « la mujer
incrédula se santifica en el marido creyente» (1 Corintios 7:14) en este
sentido, la mujer creyente es santificada por el marido incrédulo; ella se
vuelve mejor, los pecados de él son una piedra de afilar para su gracia, una
medicina para su seguridad.
La siguiente apología que hace el descontento es: mis amigos me han
tratado muy mal, y han probado ser falsos.
Es triste cuando los amigos demuestran ser como un torrente seco en verano
(Job 6:15). El caminante, con el paladar seco por el calor, viene al arroyo
esperando refrescarse, pero el arroyo no tiene agua. No obstante, estemos
contentos.
1. No estamos solos, otros santos se han visto traicionados por sus amigos, y,
cuando se han apoyado en ellos, han sido como un pie dislocado. Esto
demostró ser cierto en David « Ni se alzó contra mí el que me aborrecía,
sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar; que juntos
comunicábamos dulcemente los secretos» (Salmos 55:12-14) También lo
vemos en Cristo; fue traicionado por un amigo. ¿Por qué habríamos de ver
extraño tener la misma medida que Jesucristo tuvo? « El siervo no es mayor
que su Señor».
2. Un cristiano a menudo puede leer su pecado en su castigo: ¿No hemos
sido desleales con Dios? ¿Cuántas veces hemos contristado al consolador,
quebrantado sus promesas, y tomado el bando de Satanás a través de la
incredulidad? ¿Cuán a menudo hemos abusado de su amor, tomando las
joyas de las misericordias de Dios y haciendo un becerro de oro de ellas,
sirviendo nuestros propios deseos? ¿Cuántas veces hemos hecho de la gracia
libre de Dios, que debía haber sido un cerrojo para mantener fuera el pecado,
una llave para abrirle la puerta? Estas son heridas que el Señor recibe en casa
de sus amigos. Miremos la falta de amor de nuestros amigos, y
lamentémonos por nuestra falta de amor a Dios, ¿condenará un cristiano en
otros aquello de lo que ha sido culpable él mismo?
3. ¿Nuestro amigo ha demostrado ser traicionero? Quizás pusimos
demasiada confianza en él. Si ponemos más peso sobre la casa del que
aguantan las columnas, estas se quiebran. Dios dijo « No creáis en amigo»
(Miqueas 7:5). Quizás confiamos más en él de lo que nos atrevemos a
confiar en Dios. Los amigos son como cristales de Venecia, podemos
usarlos, pero si nos apoyamos demasiado en ellos se rompen; este
pensamiento nos ayuda a ser humildes, en lugar de estar resentidos o
descontentos.
4. Tenemos un amigo en el cielo que nunca nos fallará; « amigo hay», dice
Salomón, « más unido que un hermano» (Proverbios 18:24). Ese amigo es
Dios; él estudia y busca cómo hacernos bien; conversa consigo mismo,
consulta y proyecta cómo beneficiarnos; Es el mejor amigo, que puede
darnos contentamiento en medio de toda la descortesía de otros amigos.
Consideremos (1), que es un amigo amoroso. « Dios es amor» (1 Juan 4:16)
de ahí que se diga a veces que nos esculpe en « la palma de su mano»
(Isaías 49:16) para no perdernos de su vista, y que nos lleva en su seno
(Isaías 40:11), cerca de su corazón. Su amor no se detiene o se extingue,
sino que, como sucede con el río Nilo, se desborda de su cauce. Su amor está
mucho más allá de nuestra imaginación, tanto como lo está de nuestros
desiertos. ¡Oh, el infinito amor de Dios al dar al Hijo amado para que fuese
hecho carne! ¡Eso supuso más que si todos los ángeles hubiesen sido
convertidos en lombrices! Dios, al darnos a Cristo, nos dio su mismo
corazón: en esto se muestra el amor en toda su gloria, y se graba como « con
la punta de un diamante». Todos los otros amores son odio en comparación
del amor de nuestro amigo.
Él es un amigo que cuida: « Él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5:7). A
Él le importan nuestros asuntos, y los trata como si fueran propios, considera
los intereses y preocupaciones de su pueblo como si fueran suyos.
Provee para nosotros gracia para enriquecernos, gloria para ennoblecernos.
La queja de David era que « no hay quien cuide de mi vida» (Salmos 142:4),
pero un cristiano tiene un amigo que se preocupa por él.
Es un amigo sabio (Daniel 2:20). Un amigo puede a veces equivocarse por
ignorancia o error, y dar a su amigo veneno en lugar de azúcar, pero « Dios
es sabio de corazón» (Job 9:4) Él es capaz además de fiel. Sabe cuál es
nuestra enfermedad, y qué remedio es el más adecuado. Conoce lo que nos
hará bien, y qué viento nos llevará mejor al cielo.
Es un amigo fiel. Y también es fiel en sus promesas « en la esperanza de la
vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio
de los siglos» (Tito 1:2) El pueblo de Dios son « hijos que no mienten»
(Isaías 63:8), pero Dios es un Diosque no puede mentir; no defraudará la fe
de su pueblo; no, no puede: se le conoce como « la Verdad»; no podría dejar
de ser verdadero más de lo que podría dejar de ser Dios. El Señor puede
cambiar a veces su promesa, como cuando convierte una promesa temporal
en una espiritual, pero nunca romper su promesa.
Es un amigo compasivo, de ahí que leamos en las escrituras acerca de que
sus entrañas se conmueven (Jeremías 31:20). La amistad de Dios no es otra
cosa que compasión, porque no hay afecto natural en nosotros para desear su
amistad, ni bondad en nosotros para merecerla; la carga está sobre Él.
Cuando nosotros estábamos en nuestras sangres, Él estaba lleno de
compasión; cuando éramos enemigos, Él nos envió una embajada de paz.
Cuando nuestros corazones se volvieron de espaldas a Dios, su corazón
estaba vuelto hacia nosotros. ¡Oh, cuánta ternura y simpatía de nuestro
amigo en el cielo! A veces sentimos nuestro corazón encogerse hacia
aquellos que están en la miseria; pero es Dios quien engendra toda las
misericordias y también engendra esa compasión que hay en nosotros, por
eso es llamado « Padre de misericordias» (2 Corintios 1:3).
Es un amigo constante: « Sus misericordias no decayeron» (Lamentaciones
3:22). Los amigos a menudo caen como hojas de otoño cuando estamos en la
adversidad; son más aduladores que amigos. Joab fue por un tiempo fiel a la
casa de David y no siguió la traición de Absalón. Pero tras un tiempo mostró
ser desleal a la corona, y se unió a la traición de Adonías (1 Reyes 1:7). Dios
es un amigo para siempre « como había amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1). ¿Qué importa si soy despreciado?
Dios me ama todavía. ¿Qué hay si mis amigos me apartan? Dios aún me
ama. Él ama hasta el final, y no hay un fin a ese amor. Esto creo que es
suficiente para apaciguar el descontento en caso de sufrir descortesías y falta
de amabilidad.
La siguiente defensa del descontento es: Estoy bajo grandes afrentas.
No dejemos que esto nos cause descontento porque:
1) Esto es signo de que hay algún bien en nosotros.
Sócrates decía: ¿Qué mal he hecho para que este mal hombre me elogie? El
aplauso de los malvados normalmente es signo de alguna maldad, y su
censura de algún bien (Salmos 38:20). David lloró y ayunó, y le reprocharon
por ello. (1 Pedro 4:14) Así como hemos de ir al cielo a través de espinas de
sufrimiento, también hemos de hacerlo a través de las nubes de los
reproches.
2) Si nuestro afrenta es a causa de Dios, como fue la de David « Porque por
amor de ti he sufrido afrenta» (Salmos 69:7) entonces más bien es un
motivo de triunfo y no de tristeza. Cristo no nos dice que estemos
descontentos cuando nos vituperen, sino que nos regocijemos (Mateo 5:12).
Llevemos nuestro vituperio como una diadema de honor, porque « el
glorioso Espíritu de Dios reposa sobre nosotros» (1 Pedro 4:14).
Pongamos las afrentas en el inventario de nuestras riquezas. Eso es lo que
hizo Moisés (Hebreos 11:26).
Debería ser la ambición de un cristiano llevar el uniforme de su Salvador,
aunque esté salpicado con sangre y manchado con desgracia.
3) La voluntad de Dios nos hace bien a través de las afrentas, como le
sucedió a David con las maldiciones de Simei « Quizá me dará el Señor bien
por sus maldiciones de hoy» (2 Samuel 16:12). Nos ayuda a examinar
nuestro pecado: un hijo de Dios se esfuerza por leer su pecado en cada
piedra de vituperio que es lanzada sobre él; además, nos da la oportunidad de
ejercitar la paciencia y la humildad.
4) Jesucristo tuvo contentamiento al ser insultado por nosotros, y
menospreció el oprobio de la cruz (Hebreos 12:2) Pensar que aquel que era
Dios pudiese soportar ser escupido, coronado con espinas en tono de burla y,
cuando estaba a punto de inclinar su cabeza en la cruz, ser despreciado por
los Judíos que movían su cabeza y decían: « Salvó a otros pero a sí mismo
no puede salvarse», es algo asombroso. El oprobio de la cruz fue tanto como
la sangre derramada. Su nombre fue crucificado antes que su cuerpo. Las
agudas saetas del vituperio que el mundo disparó a Cristo fueron más
profundas en su corazón que la lanza; su sufrimiento fue tan ignominioso,
que es como si el sol se sonrojase al contemplarlo y retirase sus brillantes
rayos, enmascarándose con una nube (y era apropiado hacerlo cuando el Sol
de Justicia estaba en medio de un eclipse). El Dios de gloria
soportó, o más bien menospreció, toda esta afrenta y vituperio por nosotros.
Estemos contentos entonces porque nuestros nombres se vean eclipsados por
causa de Cristo. No permitamos que las afrentas reposen en el corazón, sino
atémoslas como una corona en nuestra cabeza. Al fin y al cabo ¿qué es el
insulto? Es solo un pequeño disparo, y si no lo soportamos ¿cómo podremos
estar en pie ante la boca de un cañón? Aquellos que sufren descontento por
una afrenta, se ofenderán por cualquier minucia.
5) ¿Acaso muchos hombres no están contentos, aun si hablan mal de ellos,
con tal de mantener sus lujurias? ¿No estaremos contentos nosotros por
mantener la verdad? Algunos se glorían de lo que es su vergüenza
(Filipenses 3:19) ¿Nos avergonzaremos nosotros de lo que es nuestra gloria?
No nos preocupemos por cosas sin importancia. Aquel cuyo corazón es
tocado de manera divina por el imán del Espíritu de Dios, considera un
honor ser deshonrado por Cristo (Hechos 15:4), y desprecia tanto la censura
del mundo como la alabanza de este.
6) Vivimos en un tiempo en el que los hombres se atreven a vituperar al
mismo Dios. La divinidad del Hijo de Dios es afrentada de forma blasfema
por los socinianos, la bendita Biblia es vituperada por los que niegan las
Escrituras como si fueran solo leyendas y mentiras, como si la fe fuese una
fábula. La justicia de Dios es llamada al juicio de la razón por los
arminianos, la sabiduría de Dios en sus actos providenciales es cuestionada
por los ateos, las ordenanzas de Dios son desacreditadas por los familistas
diciendo que son una carga demasiado pesada para una conciencia que ha
nacido de nuevo, y algo demasiado bajo y carnal para un espíritu seráfico y
sublime. Los caminos de Dios, que brillan con la majestad de la santidad,
son calumniados por los profanos, las bocas de los hombres se abren contra
Dios como si estuviesen sometidos a un duro amo, y como si la senda de la
fe fuese demasiado estricta y severa.
Si los hombres no pueden dedicar una palabra buena a Dios ¿hemos de estar
descontentos o atribulados porque hablen mal de nosotros? Si existen
aquellos que trabajan para enterrar la gloria de la religión, ¿Nos
maravillaremos porque « sus gargantas son como sepulcros abiertos»
(Romanos 3:13) para enterrar nuestro buen nombre? Oh, estemos contentos
si nuestros nombres son menospreciados un poco mientras estamos en la
casa de limpieza de Dios. Cuanto más negros parezcan nuestros nombres
allí, más blancos brillarán cuando Dios los haya puesto en la repisa celestial.
La sexta apología que el descontento hace es la falta de respeto en el
mundo. No tengo la estima que corresponde a mi cualificación y gracia
por parte de los hombres.
¿Acaso es esto un problema? Consideremos:
1) El mundo es un juez desigual; tal y como está repleto de cambios, está
lleno de parcialidad. Con frecuencia el mundo da su respeto más por favor
que por merecimiento, e igual hace con los lugares que prefiere. Si tenemos
valores en nosotros como para merecer verdadero reconocimiento, eso vale
más que el simple hecho de recibirlo, porque si lo recibiéramos sin
verdaderamente merecerlo, solo sería un reconocimiento para la persona que
lo da. Es mejor merecer respeto y no tenerlo, que tenerlo y no merecerlo.
2) ¿Tenemos gracia? Si es así, Dios nos respeta, y su juicio es más digno de
aprecio. El creyente es una persona de honor, nacida de Dios: « Porque a mis
ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé» (Isaías 43:4).
Que el mundo piense lo que quiera de nosotros, quizás a sus ojos seamos
náufragos, pero somos palomas a ojos de Dios (Cantares 2:14), somos una
esposa