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El arte del contentamiento divino Una exposición de Filipenses 4:11 por Thomas Watson, Traducción por Manuel Bento Falcón Published by Manuel Bento Falcón at KDP Copyright 2021 Manuel Bento Falcón **** **** Gracias Señor, porque he podido experimentar en muchas ocasiones lo dulce que es estar contento solamente en ti **** Tabla de contenidos El texto: Filipenses 4:11 « No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» I Introducción al texto II La primera ramificación del texto -El estudiante y su rendimiento -No es suficiente escuchar nuestro deber – hemos de aprenderlo III Con respecto a la segunda proposición -Aprender es difícil – las cosas buenas vienen con dificultad IV La segunda ramificación del texto -La lección:« He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación», y la proposición: Un espíritu lleno de gracia es un espíritu contento V La resolución de algunas preguntas -¿Es posible que un cristiano sea sensible a su condición, y aun así esté contento? -¿Es posible que un cristiano cuente a Dios sus problemas, y aun así esté contento? -¿Qué es lo que excluye el contentamiento? VI Mostrando la naturaleza del contentamiento -Es algo divino -Es algo intrínseco -Es algo habitual VII Las razones que nos instan a un contentamiento santo -Un precepto de Dios -Una promesa de Dios VIII Uso I. Mostrando cómo un cristiano puede tener bienestar en su vida IX Uso II. Una advertencia al cristiano descontento X Uso III. Una persuasión al contentamiento -Respuestas a los argumentos que la persona descontenta se plantea: -He perdido un hijo -Era mi único hijo -Gran parte de mis posesiones han desaparecido -Mis relaciones son tristes -Mi hijo está en rebelión -Mi cónyuge anda en malos caminos -Mis amigos me hantratado muy mal -Soporto grandes afrentas -No tengo estima de loshombres -Me encuentro con muchos sufrimientos por causa de la verdad -Los malvados prosperan -La maldad de los tiempos -La humildad de mis posesiones y dones -Los problemas de la iglesia -Mis pecados me intranquilizan y descontentan XI Motivos divinos para el contentamiento -La excelencia del contentamiento -El cristiano está en posesión de aquello que puede contentarle -Estemos contentos para no contradecir nuestras oraciones -Dios consigue su objetivo y Satanás lo falla -El cristiano gana victoria sobre sí mismo -Todas las providencias de Dios harán bien al creyente -La maldad del descontento -La competencia del ser humano -La brevedad de la vida -La naturaleza de una condición próspera -El ejemplo de personas eminentes por su contentamiento -Los problemas de aquí son los únicos que tendrá un creyente -Ser competente sin tener contentamiento es un gran juicio XII Tres cosas incluidas por precaución -No te contentes estando en pecado -No te contentes con una condición en la que Dios es deshonrado -No te contentes con un poco de gracia XIII Uso IV. Mostrando cómo un cristiano puede saber si ya ha aprendido este arte divino XIV Uso V Directorio cristiano o reglas acerca del contentamiento -Avanza la fe -Trabaja por tener seguridad de salvación -Consigue un espíritu humilde -Mantén una conciencia limpia -Aprende a negarte a ti mismo -Ten mucho del cielo en tu corazón -Mira más hacia la luz que hacia el lado oscuro -Considera la posición en la que estamos aquí en el mundo -No dejes que tu esperanza dependa de cosas externas -Compara a menudo tu condición -Lleva la mente a tu condición -Estudia la vanidad de la criatura -Regula la imaginación -Considera lo poco necesario para satisfacer lo material -Cree que la condición presente es mejor para ti -No consientas demasiado a la carne -Medita mucho en la gloria que será revelada -Pasa mucho tiempo en oración XV Uso VI. Acerca del consuelo del cristiano contento Breve biografía del autor ******* Capítulo I: Introducción al texto Las palabras se nos presentan en forma de prolepsis para evitar posibles objecciones. El apóstol en el versículo anterior ha expuesto muchas exhortaciones serias y celestiales. Exhortaciones, entre otras a, « no estar afanosos por nada» (Filipenses 4:6). Esto no excluye tener una preocupación prudente, porque aquel que no provee para los de su casa « ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8), ni tampoco excluye una preocupación por lo espiritual; porque hemos de « procurar hacer firme nuestra vocación y elección» (2 Pedro 1:10), sino que excluye toda preocupación afanosa, acerca de los asuntos y sucesos; « No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer» (Mateo 6:25). Es en este sentido que un cristiano debería cuidar de no llenarse de cuidados. La palabra cuidadoso en el griego proviene de una raíz primitiva que significa «cortar el corazón en pedazos»; se trata de un cuidado que divide el alma, y eso es bueno tenerlo muy presente. Se nos ordena « Encomendar el camino al Señor» (Salmos 37:5). La palabra hebrea significa « haz rodar tu camino sobre el Señor». Es nuestro trabajo apartar la preocupación; (1 Pedro 5:7) y el trabajo de Dios cuidarnos. Con nuestro cuidado inmoderado, quitamos a Dios su trabajo. Cuando nuestro cuidado no está centrado, y o bien no confía o nos distrae, es algo muy deshonroso para Dios. Es algo que niega su providencia, como si Él se sentase en el cielo y no le importasen las cosas aquí abajo, como si Dios fuera un hombre que fabrica un reloj y luego lo abandona para que funcione por sí mismo. La preocupación inmoderada distrae el corazón de cosas mejores, y, normalmente, mientras estamos pensando cómo haremos para vivir, nos olvidamos de cómo debemos morir. La preocupación es como una úlcera con gangrena espiritual que desgasta y desespera; es más fácil que nuestra preocupación añada doscientos metros a nuestra tristeza, que un centímetro a nuestro consuelo. Dios la utiliza como una maldición: « Su pan comerán con temor [preocupación]» (Ezequiel 12:19). Es mejor ayunar que comer de ese pan. « No estéis afanosos por nada». Ahora bien, para que nadie diga, « sí, Pablo, nos predicas lo que apenas has conseguido aprender tú mismo; ¿has aprendido a no preocuparte? » el apóstol parece responder tácitamente en las palabras del texto: « He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación». Estas palabras son dignas de ser grabadas sobre nuestros corazones, y de ser escritas en letras de oro sobre las coronas y diademas de los príncipes. El texto se ramifica en dos partes generales: Primero, la del estudiante, Pablo: « He aprendido», segundo, la lección « a contentarme, cualquiera que sea mi situación». ************* Capítulo II: La primera ramificación del texto Comienzo con lo primero: El estudiante y su rendimiento: « He aprendido». De lo cual podemos observar dos cosas por medio de una paráfrasis. 1. El apóstol no dice he escuchado que he de contentarme cualquiera que sea mi situación, sino he aprendido. De lo que nuestra primera enseñanza es que: No es suficiente para un cristiano escuchar su deber, sino que debe aprenderlo. Una cosa es escuchar y otra aprender, del mismo modo que una cosa es comer y otra distinta digerir. Pablo era un practicante. Los cristianos escuchan mucho, pero me temo que aprenden poco. Hay cuatro tipos de terreno en la parábola del sembrador (Lucas 8:5), y solamente uno de ellos es el buen terreno. Es una señal de esta verdad: muchos oyentes, pero pocos que aprenden. Hay dos cosas que nos evitan aprender: En primer lugar pasar por alto lo que escuchamos. Cristo es la perla de gran precio; si desestimamos esta perla, nunca aprenderemos ni su valor ni su virtud. El evangelio es un misterio extraño. En un lugar (Hechos 20:24) se le llama « el evangelio de la gracia», en otro (2 Corintios 4:4) « el evangelio de la gloria», porque en él, como en un vidrio transparente, la gloria de Dios resplandece. Pero el que ha aprendido a menospreciar este misterio, difícilmente aprenderá a obedecerlo; el que mira las cosasdel cielo de pasada, y considera quizás que conducir un negocio o trabajar en política es de mayor importancia, está en el camino ancho a la perdición, y difícilmente aprenderá nunca lo que es para su paz. ¿Quién va a aprender sobre algo que piensa que es de poco valor? En segundo lugar olvidar lo que escuchamos. Si un estudiante tiene sus normas frente a él, y las olvida tan rápido como las lee, nunca aprenderá (Santiago 1:25). Aristóteles dice que la memoria es el escriba del alma, y Bernard la llama el estómago del alma, porque tiene facultad retentiva, y convierte el alimento celestial en sangre y espíritu. Tenemos grandes recuerdos de otras cosas: recordamos lo que es vano. Ciro podía recordar el nombre de cada uno de los soldados de su enorme ejército. Nosotros recordamos las ofensas, que es como llenar un precioso cuarto con estiércol. Sin embargo, como dijo Jerónimo, ¿cuán rápido olvidamos las sagradas verdades de Dios? Nos inclinamos a olvidar tres cosas: nuestras faltas, nuestros amigos y nuestras instrucciones. Muchos cristianos son como cedazos. Mientras el cedazo está en el agua, está lleno, pero al sacarlo, toda el agua se escapa por las aberturas. Así, cuando algunos escuchan un sermón, recuerdan algo, pero al igual que el cedazo que sale del agua, tan pronto como salen de la iglesia, han olvidado todo. « Haced que os penetren bien en los oídos (dice Cristo) estas palabras» (Lucas 9:44) en el original es « poned estos dichos en vuestros oídos». Ponedlos como un hombre que esconde una joya para que no sea robada, y la guarda segura en su pecho. Dejemos que penetren: la palabra no debe caer solamente como un rocío que humedece la hoja, sino como una lluvia que empapa la raíz del árbol y lo hace fructificar. ¡Oh, cuán a menudo Satanás, ese pájaro del cielo, se lleva la buena semilla sembrada! Algunos han escuchado mucho. Han vivido cuarenta, cincuenta, sesenta años mientras se les proclamaba el evangelio. ¿Qué han aprendido? Puede que hayan escuchado mil sermones, y no hayan aprendido ninguno. Examina tu conciencia. Has escuchado mucho contra el pecado. ¿Eres oidor o estudiante? ¿Cuántos sermones han escuchado en contra de la codicia, que es la raíz sobre la que el orgullo, la idolatría y la traición crecen? Algunos la llaman un pecado metropolitano, y es un mal complejo, porque enreda muchos otros pecados junto con ella. Difícilmente hay un pecado en el que la codicia no sea un ingrediente principal, y sin embargo ¿Eres tú como las dos hijas de la sanguijuela que grita « ¡dame!, ¡dame! » (Proverbios 30:15)? ¿Cuánto has escuchado sobre la ira precipitada, que es una locura breve, una ebriedad seca, que descansa en el regazo de los necios y que en la menor ocasión hace que sus espíritus se enciendan? ¿Cuánto has escuchado en contra de hacer juramentos, siendo el expreso mandamiento de Cristo « No juréis en ninguna manera» (Mateo 5:34)? Este pecado, entre todos los demás, puede ser llamado la obra infructuosa de las tinieblas. No está endulzado con placer, ni enriquecido con beneficio, que son los adornos principales con los que Satanás pinta el pecado. Los juramentos se prohíben con un comparendo. Mientras el que jura dispara sus juramentos como flechas que vuelan hacia Dios para agujerear su gloria, Dios dispara un « rollo que vuela» (Zacarías 5:1-4) de maldiciones hacia él. ¿Y harás de tu lengua una raqueta por la que impulsas hacia arriba los juramentos como pelotas de tenis? Como los filisteos se entretuvieron con Sansón, ¿te entretienes con juramentos, que al final harán que la casa se caiga sobre tu cabeza? ¡Vaya! ¡Qué bien has aprendido lo que es el pecado, que no has aprendido a dejarlo! ¿Sabe lo que es una víbora el que juega con ella? Has escuchado mucho sobre Cristo. ¿Has aprendido a Cristo? Los judíos, como decía Jerónimo, llevaban a Cristo en sus Biblias, pero no en sus corazones. Su voz ha salido « por toda la tierra» (Romanos 10:18). Los profetas y apóstoles fueron como trompetas, cuyo sonido salió por todas partes al mundo. Sin embargo, muchos miles que escucharon el sonido de estas trompetas, no han aprendido a Cristo: « no todos obedecieron» (Romanos 10:16). Una persona puede saber mucho sobre Cristo, y aun así no aprender a Cristo. Los demonios conocían a Cristo (Marcos 1:24). Una persona puede predicar a Cristo, y aun así no aprender a Cristo, como Judas y los pseudo-apóstoles (Filipenses 1:15). Una persona puede confesar a Cristo, y aun así no aprender a Cristo: existen en el mundo muchos que confiesan a Cristo, pero que Él dirá que no conoce (Mateo 7:22-23). Pregunta: ¿Qué es entonces aprender a Cristo? Aprender a Cristo es ser hecho como Cristo, tener las divinas características de su santidad grabadas sobre nuestros corazones. « Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen» (2 Corintios 3:18). Se produce una metamorfosis; un pecador, al ver la imagen de Cristo en el espejo del evangelio, es transformado en esa imagen. Nunca ningún hombre miró a Cristo de forma espiritual y se alejó sin cambios. Un verdadero santo es un paisaje divino, en el que la preciosa hermosura de Cristo se ve vívidamente representada y expuesta; tiene el mismo espíritu, el mismo juicio, la misma voluntad que Cristo. Aprender a Cristo es creer en Él. « Señor mío y Dios mío» (Juan 20:28). Es cuando no solo creemos a Dios, sino en Dios, que consiste en aplicarnos a Cristo como si se tratase de esparcir la sagrada medicina de su sangre sobre nuestras almas. Si has escuchado mucho de Cristo, y todavía no puedes decir con sujeción y humildad, « mi Jesús», no te ofendas si te digo que el diablo puede recitar su credo igual de bien que tú. Aprender a Cristo es amar a Cristo. Cuando tenemos conversaciones Bíblicas, nuestras vidas, al igual que ricos diamantes, esparcen brillo sobre la iglesia de Dios, y son, en cierto sentido, paralelas a la vida de Cristo como una transcripción lo es paralela del original. ************* Capítulo III: Con respecto a la segunda proposición Estas palabras: «He aprendido» implican dificultad. Muestran lo difícil que resultó al apóstol Pablo llegar al contentamiento de la mente; no fue algo implícito en su naturaleza. San Pablo no llegó a ello de forma natural, sino que tuvo que aprenderlo. Le costó muchas oraciones y lágrimas, y fue algo que el Espíritu le enseñó. De ahí obtenemos nuestra segunda doctrina: Las cosas buenas cuestan esfuerzo. El asunto de la fe no es tan fácil como la mayoría imagina. Ciertamente no se necesita enseñar a un hombre a pecar, esto es algo natural (como vemos en el Salmo 58:3), y por tanto, fácil. Brota como el agua lo hace desde una fuente. Es algo fácil ser malvado, y el infierno puede ser alcanzado sin esfuerzo. El oficio del pecado no necesita aprenderse, pero el arte del contentamiento divino no se logra sin esfuerzo: « He aprendido». Existen dos motivos por los que se ha de emplear tanto estudio y ejercicio. Primero porque lo espiritual va contra la naturaleza. Todo en nuestra relación con Dios está en las antípodas de la naturaleza. Hay dos cosas en la religión que están contra la naturaleza: En primer lugar los asuntos de la fe, ya que para los hombres, ser justificados por la justicia de otro, convertirse en necios para ser sabios, o salvar todo por medio de perderlo todo, está contra la naturaleza. Luego están los asuntos de la práctica, como la abnegación. Para una persona negar su propia sabiduría, verse a sí misma como ciega, renunciar a su propia voluntad y fundirla en la voluntad de Dios, sacarse el ojo derecho, crucificar su pecado favorito, que está tan cercano a su corazón, el estar muerta al mundo, en medio de abundantes necesidades, tomar la cruz y seguir a Cristo, no solo por sendas doradas, sino también sangrientas, el abrazar la fe cuando esta va vestida de ropas oscuras y todas las joyas del honor y la preferencia le han sido arrancadas, es algo que va contra la naturaleza, y, portanto, ha de aprenderse. El examinarse a uno mismo, el tomar tu corazón, y, como un reloj, despiezarlo, el establecer una investigación espiritual o un tribunal de la conciencia y examinar lo que está en tu propia alma, el tomar la lumbrera y lámpara de David (Salmos 119:105) y buscar el pecado, y, como un juez, dictar sentencia sobre ti mismo (2 Samuel 24:17), esto va contra la naturaleza y no se logrará fácilmente sin aprendizaje. El ver que alguien se reforma, ver a alguien, que, como Caleb u otra alma, camina en las antípodas de sí mismo, que altera la corriente de su vida y corre hacia la fe, es algo completamente contrario a la naturaleza. Cuando una roca asciende, no es por un movimiento natural sino violento; el movimiento del alma hacia arriba es violento y ha de aprenderse. La carne y la sangre no tiene capacidad en estas cosas; la naturaleza no puede expulsar a la naturaleza más de lo que Satanás puede expulsar a Satanás. Segundo, porque las cosas espirituales están por encima de la naturaleza. Existen cosas en la naturaleza que son difíciles de averiguar y no pueden aprenderse sin estudio. Aristóteles, un gran filósofo que algunos equipararon con un águila bajada de las nubes, no pudo comprender el movimiento del río Euripo, y se lanzó a él. ¿Cómo será entonces con las cosas divinas que están en una esfera superior a la naturaleza y por encima de toda disquisición humana? ¿Qué sucederá con cosas tales como la Trinidad, la unión hipostática, el misterio de la fe y el de creer contra esperanza? Solo el Espíritu de Dios puede iluminarlo. El apóstol llama a esto « las cosas profundas de Dios». El Evangelio está lleno de joyas, pero estas están cerradas a los sentidos y a la razón. Los ángeles en el cielo anhelan mirar estas profundidades sagradas (1 Pedro 1:12) Aplicación: Roguemos al Espíritu de Dios que nos enseñe; hemos de ser « divinamente enseñados». El eunuco podía leer, pero no pudo entender hasta que Felipe se unió a su carruaje (Hechos 8:29) El Espíritu de Dios debe unirse a nuestro carruaje, ha de enseñarnos o no podremos aprender: « Y todos tus hijos serán enseñados por el Señor» (Isaías 54:13). Un hombre puede leer los dígitos en un reloj de sol, pero no puede saber cómo va el día a menos que el sol alumbre sobre el dial. Podemos leer la Biblia entera, pero no podremos aprender el propósito hasta que el Espíritu de Dios alumbre nuestros corazones. (2 Corintios 4:6). ¡Oh, imploremos este bendito Espíritu! Enseñarnos es prerrogativa real de Dios:« Yo soy el Señor Dios tuyo, que te enseña provechosamente» (Isaías 48:17). Los ministros pueden impartirnos la lección, pero solamente Dios puede enseñarnos. Estamos poco capacitados para aprender porque hemos perdido tanto el oído como la vista. Desde que Eva escuchó a la serpiente, hemos estado sordos; y desde que ella miró el árbol del conocimiento, hemos estado ciegos. Pero cuando Dios viene a enseñarnos, quita todos esos impedimentos (Isaías 35:5). Estamos por naturaleza muertos (Efesios 2:1) ¿Quién enseñará a un hombre muerto?, sin embargo, ¡contemplemos cómo Dios hace que los muertos entiendan misterios! Dios es el gran maestro. Esta es la razón por la que la palabra predicada obra de forma tan distinta entre las personas. Están dos sentados en un banco, y uno es alumbrado de manera efectiva, mientras que el otro yace como un niño muerto en el pecho ante las ordenanzas que se dictan, y no obtiene crecimiento. ¿Cuál es la razón? Que el viento celestial del Espíritu sopla sobre uno, y no sobre el otro. Uno tiene la unción de Dios, que le enseña todas las cosas (1 Juan 2:27), y el otro no la tiene. El Espíritu de Dios habla de manera dulce, pero irresistiblemente. En esa doxología divina, nadie puede cantar el cántico nuevo, sino aquellos que fueron sellados en sus frentes (Apocalipsis 14:2-3). Los reprobados no pudieron cantarlo. Aquellos que tienen capacidad en los misterios de la salvación han de tener sobre sí el sello del Espíritu. Hagamos de esta nuestra oración: Señor, sopla tu Espíritu en tu palabra. Además, tenemos una promesa que da alas a nuestra oración: « Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? » (Lucas 11:13). ************* Capítulo IV: La segunda ramificación del texto. La lección en sí misma con la proposición. Llegamos a la segunda proposición, que es la principal y la lección en sí misma: « a contentarme, cualquiera que sea mi situación». Este es un extraño aprendizaje desde luego, y ciertamente es más de maravillarse en San Pablo, que supiese contentarse en toda condición más que con todo el aprendizaje del mundo, tan aplaudido en otros siglos por Julio Cesar, Ptolomeo y Jenofonte, los grandes admiradores del conocimiento. El texto tiene pocas palabras en sí: « cualquiera que sea mi situación», pero, si es cierto lo que una vez dijo Fulgencio, que las frases más valiosas siempre se miden por su brevedad y suavidad, entonces este es un discurso muy logrado. Este texto es una gema preciosa, escasa en cantidad, pero grande en peso y valor. La proposición principal sobre la que insistiré es esta: un espíritu lleno de gracia es un espíritu contento. La doctrina del contentamiento es muy superlativa, y hasta que no hayamos aprendido esto, no habremos aprendido a ser cristianos. En primer lugar, es una lección difícil. Los ángeles en el cielo no la aprendieron. No tenían contentamiento. Aunque su estado era muy glorioso y estaban volando en las alturas, buscaban algo más alto. Judas habla de « los ángeles que no guardaron su dignidad» (Judas 1:6). No guardaron su dignidad porque no estaban contentos con la misma. Nuestros primeros padres, vestidos con el manto de la inocencia en el paraíso, no habían aprendido el contentamiento; tenían corazones que aspiraban, y pensaban que su naturaleza humana era demasiado humilde y simple. Quisieron ser coronados con deidad y « ser como dioses». Aunque podían elegir todos los árboles del jardín, ninguno les contentó sino el árbol del conocimiento que suponían sería el que les abriría los ojos para hacerlos omniscientes. Por tanto, si esta lección fue tan difícil de aprender en medio de la inocencia, ¡Cuán difícil será para nosotros, que estamos hundidos en la corrupción! En segundo lugar, es de extensión universal. Es algo que concierne a todos. Primero, concierne a los hombres ricos. Se podría pensar que no es necesario presionar al contentamiento a aquellos que Dios ha bendecido con grandes fortunas, sino más bien persuadirlos de ser humildes y agradecidos; pero no. ¡Los hombres ricos tienen descontento tanto como otros! Cuando tienen grandes posesiones, siguen estando descontentos de no tener más. Quieren convertir cien talentos en mil. Una persona llevada por el vino, cuanto más bebe, más sed tiene. La codicia es un edema seco; un corazón terrenal es como la tumba, que « nunca se sacia» (Proverbios 27:20). Por tanto, digo a los ricos, estad contentos. Si suponemos que las personas ricas puedan estar contentas con sus posesiones, lo cual es raro, aún podemos encontrar personas que estén descontentas con su honra. Si sus graneros están suficientemente llenos, sus torres no son lo bastante altas. Quieren ser alguien en el mundo, como Teudas, que andaba « diciendo que era alguien» (Hechos 5:36). Nunca caminan tan alegremente como cuando el viento del honor y el aplauso llena sus velas; si este viento baja, se sienten descontentos. Se podría pensar que Amán tenía tanto como su orgulloso corazón podría desear; fue puesto por encima de todos los príncipes, promovido hasta el pináculo del honor a ser el segundo hombre en el reino (Ester 3:1). Sin embargo, en medio de toda su pompa, estuvo descontento porque Mardoqueo no se descubría y arrodillaba ante él, y se llenó de tanta ira que no había manera de calmar esta ansia de venganza que no fuese derramando toda la sangre judía y ofreciéndola en sacrificio. El honor herido rara vez es mitigado sinsangre; por eso os digo a vosotros, hombres ricos, estad contentos. Los hombres ricos, suponiendo que estén contentos con su honra y magníficos títulos, no tienen siempre contentamiento en sus relaciones. La que duerme a su lado a veces aviva las llamas. Como la mujer de Job, que en su enfado lo hubiese hecho apartarse del mismo Dios: « maldice a Dios y muérete» (Job 2:9). Los niños a veces causan descontento. ¿Cuántas veces no se ve que la leche de una madre acaba criando a una víbora? A veces los padres cosechan espinos de las uvas y abrojos de los higos. Los niños son brezo dulce como la rosa, que es una flor fragante, pero tiene sus espinas. Nuestras comodidades relativas no son todas vino puro, sino mezclado; tienen en ellas más residuos que sustancia, y son como el río del que habla Plutarco, en el que las aguas de la mañana eran dulces, pero amargas por la tarde. No tenemos carta de exención garantizada en esta vida; por tanto, los ricos necesitan ser llamados al contentamiento. En segundo lugar, la doctrina del contentamiento concierne a las personas pobres. El que mame libremente de los pechos de la providencia, estará contento. Esta es una lección difícil, por tanto ha de aprenderse cuanto antes. ¡Cuán difícil es cuando los medios de vida se van, y las grandes posesiones son reducidas a casi nada! Los medios de subsistencia en las Escrituras son llamados nuestra vida, porque es como si fueran los tendones de ella. La mujer de los evangelios gastó « todo cuanto tenía en médicos» (Lucas 8:43) en el griego tiene el sentido de que ella gastó toda su vida en médicos, porque gastó los medios que tenía para vivir. Es duro estar contento cuando la pobreza ha cortado nuestras alas, pero, aunque sea difícil, es excelente. El apóstol en nuestro texto había « aprendido a contentarse cualquiera que fuese la situación». Dios había llevado a Pablo a una gran variedad de situaciones, y, sin embargo, tenía contentamiento; si no, nunca podría haber pasado por ellas con tanta alegría. Veamos en qué vicisitudes fue puesto este bendito apóstol: « estamos atribulados en todo» (2 Corintios 4:8) esta era la tristeza de su condición. « Mas no angustiados», ahí estaba el contentamiento. « En apuros», esa es la aflicción, « mas no desesperados» ahí está su contentamiento. Y si leemos un poco más « en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos» (2 Corintios 6:4-5) ahí están sus problemas, pero contemplemos su contentamiento: « como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo» (2 Corintios 6:10). Cuando el apóstol era privado de todo, el dulce contentamiento de su mente, que era como música a su alma, lo poseía todo. Podemos leer en sus cartas un resumen de la historia de sus sufrimientos « en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces» (2 Corintios 11:23-25), sin embargo contemplamos la disposición bendita y el temperamento de su espíritu « he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación». Sea cual fuese la forma en que soplase la providencia, él tenía tal capacidad y habilidad celestial, que sabía cómo redirigir su curso. Era indiferente en cuanto a su estado externo: podía estar tanto en lo alto de la escalera de Jacob como abajo; podía estar cantando una endecha o un himno. Podía ser cualquier cosa que Dios quisiese « sé vivir humildemente, y sé tener abundancia» (Filipenses 4:12). Este es un patrón extraño que hemos de imitar. Pablo, en lo que respecta a su fe y coraje, era como un cedro, no podía ser conmovido; pero en su condición externa era como una caña doblándose hacia todas partes con el viento de la providencia. Cuando un viento de prosperidad soplaba sobre él, podía doblarse: « sé estar saciado». Y cuando un tumultuoso viento de aflicción soplaba, podía doblarse en humildad junto con él, « sé tener hambre». Pablo era, como diría Aristóteles, un dado con cuatro caras: tíralo como quieras, y caerá sobre la base. Aunque Dios tirase al apóstol como quisiera, el caía sobre la base del contentamiento. Un espíritu contento es como un reloj: aunque lo transportemos para uno u otro lado, su manecilla no se mueve, ni los engranajes se salen, sino que guarda su perfecto movimiento. Así era Pablo, aunque Dios lo llevase por diversas situaciones, no se exaltaba con unas ni se deprimía con otras. La manecilla de su corazón no se rompía, los engranajes de sus emociones no se desordenaban, sino que seguían su constante movimiento hacia el cielo, manteniendo el contentamiento. El barco que suelta anclas puede agitarse a veces, pero nunca se hunde. La sangre y la carne pueden tener sus temores y desasosiegos, pero la gracia las guarda. Un cristiano, que tiene su ancla en el cielo, nunca verá su corazón naufragar. Un espíritu lleno de gracia es un espíritu contento. Esto es un arte extraño que Pablo no aprendió a los pies de Gamaliel. « He aprendido» (Filipenses 4:11), he sido iniciado en este santo misterio. Es como si dijese: « he obtenido el arte divino, tengo su don». Dios debe convertirnos en los artistas correctos. Si ponemos a un grupo de personas a realizar un oficio para el que no tienen habilidad, tal y como lo es ordenar a hombres naturales vivir por fe, y les decimos que cuando todas las cosas vayan mal estén contentos, les estamos diciendo que hagan algo para lo que no tienen capacidad. Sería lo mismo que decir a un niño que guíe el timón de un barco. Estar contentos en Dios en la carencia de las comodidades externas es un arte que « la carne y la sangre» no han aprendido. No. Muchos de los mismos hijos de Dios, que destacan en algunos deberes religiosos, cuando llegan a este deber del contentamiento, ¿acaso no tropiezan? Apenas han comenzado a ser maestros de este arte. ************* Capítulo V: La resolución de algunas preguntas Para ilustrar esta doctrina, propondré las siguientes preguntas. P.1 ¿Es posible que un cristiano sea sensible a su condición, y, aun así, esté contento? Sí; porque si no es así, no es un creyente, sino un estoico. Raquel hizo bien al llorar por sus hijos, eso era lo natural. Pero su falta es que no quiso ser consolada, y ahí está el descontento (Jeremías 31:15). Cristo mismo fue sensible cuando sudó gotas de sangre y dijo: « Padre, si es posible, pasa de mi esta copa», pero tuvo contentamiento y se sometió con dulzura a su voluntad « pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). El apóstol nos insta a humillarnos « bajo la poderosa mano de Dios» (1 Pedro 5:6), lo cual no podemos hacer a menos que seamos sensibles a ello. P.2 ¿Es posible que un cristiano cuente a Dios sus problemas, y, aun así, esté contento? Sí: « A ti he encomendado mi causa» (Jeremías 20:12) y David expuso su queja delante del Señor (Salmos 142:2). Podemos clamar a Dios, y desear que Él tome cuenta de todas nuestras heridas. ¿Acaso no se quejaría un hijo a su padre? Cuando existe cualquier carga sobre el espíritu, la oración desahoga y alivia el corazón. El espíritu de Ana estaba cargado; « yo soy», dice ella, « una mujer atribulada de espíritu» (1 Samuel 1:15). Después, habiendo orado y llorado, se fue, y no estuvo triste. Solo hay que tener en cuenta que existe una diferencia entre una queja santa y una queja descontenta: en una presentamos la queja a Dios, en la otra nos quejamos de Dios. P.3 ¿Qué es lo que excluye el contentamiento? Hay tres cosas que el contentamiento expulsa de su diócesis, y que no pueden coexistir con él de ninguna forma. En primer lugar excluye una queja vejatoria, que es hija del descontento: « Clamo en mi oración [o queja]» (Salmos 55:2). No dice « murmuro en mi queja». El murmurar es como la rebelión en el corazón, es alzarse contra Dios. Cuando el mar está agitado, no genera otra cosa que espuma, y cuando el corazón está descontento, genera la espuma de la ira, impaciencia, y, en ocasiones, solo es un poco mejor que la blasfemia. Murmurar no es otra cosa que la escoria que hierve de un corazón descontento. En segundo lugar, excluye una desigual falta de compostura. Cuando una personadice « Estoy pasando tanta necesidad, que no sé cómo hacer o cómo salir, voy a quedar desecho», cuando su mente y corazón están tan abrumados que no puede orar o meditar, no es ella misma. Como sucede cuando un ejército es puesto en retirada, en el que unos corren hacia un lado y otros para otro, del mismo modo los pensamientos corren arriba y abajo, distraídos. El descontento disloca y divide el alma, arranca sus ruedas. En tercer lugar, excluye el abatimiento infantil, que es normalmente consecuencia de lo anterior. Una persona que tiene la mente apresurada, que no sabe de qué manera liberarse o evadir el problema, comienza a desfallecer y hundirse bajo el mismo. La preocupación para la mente es como una carga para la espalda: carga el espíritu, y si hay sobrecarga, lo hunde. Un espíritu abatido es un espíritu descontento. *************** Capítulo VI: Mostrando la naturaleza del contentamiento Habiendo contestado a estas preguntas, a continuación describiré el contentamiento. Es un dulce temperamento del espíritu por el que un cristiano tiene una disposición equilibrada en toda condición. La naturaleza de esto se verá de manera más clara en las tres afirmaciones siguientes. 1. El contentamiento es algo divino. Logra ser nuestro no por adquisición, sino por infusión. Es como una rama tomada del árbol de la vida y plantada por el Espíritu de Dios en el alma; es como un fruto que crece, no en el jardín de la filosofía, sino en el de un nacimiento celestial. Por tanto, se puede observar claramente que el contentamiento va unido con la piedad, como en el mismo equipaje: « gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6). Al ser el contentamiento una consecuencia, algo que acompaña a la piedad, o ambas cosas, se llama divino para distinguirlo del contentamiento que puede lograr una persona moral. Los incrédulos parecen haber tenido contentamiento, pero este es solo una sombra o reflejo del contentamiento divino. Es el berilo, pero no el verdadero diamante. El uno es civil, el otro es sagrado; el uno se rige solo por los principios de la razón, el otro por los principios de la fe; aquel solo alumbraba como una antorcha a la naturaleza, pero este a la lámpara de las Escrituras. La razón puede enseñar el contentamiento de esta manera: « sea cual sea mi condición, en ella he nacido, y, si me encuentro con dificultades, eso es una desgracia universal. Todos tienen su parte, ¿por qué debería entonces angustiarme?» La razón puede decirnos esto, y, de hecho, puede ser una buena restricción. Pero vivir seguros y alegres en Dios conociendo la provisión para sus criaturas, es algo que solo la fe puede llevar al tesoro del alma. 2. El contentamiento es algo intrínseco. Reposa dentro del ser humano; no en la corteza, sino en la raíz. El contentamiento tiene tanto su fuente como su torrente en el alma. El rayo no obtiene su luz del aire, y de la misma forma los rayos de consuelo de una persona contenta no surgen de consuelos externos, sino del interior. Tal y como la tristeza se asienta en el espíritu y se dice que « el corazón conoce la amargura de su alma» (Proverbios 14:10), el contentamiento yace en el interior del alma, y no depende de lo externo. De esto deduzco que los problemas externos no pueden obstaculizar este contentamiento bendito. Este contentamiento es espiritual, y brota de campos espirituales, de la comprensión del amor de Dios. Cuando hay una tempestad fuera, puede existir música dentro. Una abeja puede picar en la piel, pero no en el corazón. Las aflicciones externas no pueden picar en el corazón de un cristiano en el que yace el contentamiento. Los ladrones pueden saquear nuestro dinero, pero no la perla del contentamiento, a menos que decidamos separarnos de él, ya que está encerrado en el cofre de nuestro corazón. El alma que es poseedora de este rico tesoro del contentamiento, es como Noé en el arca, que podía cantar en medio del diluvio. 3. El contentamiento es algo habitual. Brilla con una luz fina en el firmamento del alma. El contentamiento no aparece solo de vez en cuando, como algunas estrellas que solo pueden verse de manera ocasional, sino que es un temperamento afirmado en el corazón. Una acción por sí sola no predomina. No se dice que alguien es generoso porque haya dado limosna una sola vez en su vida. Alguien codicioso puede hacer lo mismo. Se llama generoso al que es « dado a la hospitalidad», es decir, a aquel que en todas ocasiones está dispuesto a aliviar las necesidades de los pobres. Del mismo modo se dice que un hombre tiene contentamiento cuando está inclinado al mismo. No es algo casual en él, sino constante. Aristóteles en su retórica distinguía entre los colores del rostro que surgen de la pasión y aquellos que surgen de la complexión. Un rostro pálido puede parecer rojo cuando se ruboriza, pero solo es una pasión. Se puede decir que alguien es rubicundo y sonrosado cuando lo es de forma constante, cuando es su complexión. Una persona con contentamiento no es aquella que lo tiene en alguna ocasión, quizás porque está a gusto, sino que es alguien que lo tiene constantemente, aquél en el que el contentamiento es el hábito y complexión de su alma. *********** Capítulo VII: Las razones que nos instan a un contentamiento santo Habiendo expuesto la naturaleza del contentamiento, a continuación propondré algunas razones o argumentos que puedan motivarnos para el mismo. La primera es que es un precepto de Dios. El contentamiento es un deber. La Palabra dice: « sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora» (Hebreos 13:5). El mismo Dios que nos ha ordenado creer nos ha ordenado estar contentos, y si no obedecemos, incurrimos en un peligro espiritual. La palabra de Dios es suficiente garantía. Tiene autoridad en ella, y debe tener mayor autoridad, ha de ser un hechizo sagrado para el descontento. El ipse dixit era suficiente para los estudiantes de Pitágoras. El « que conste en acta», daba una autoridad real. La palabra de Dios debe ser la estrella que nos guía, y su voluntad el peso que mueve nuestra obediencia. Su voluntad es ley, y tiene la suficiente majestad para capturarnos en obediencia. Hasta un mar agitado se calma por su palabra, así que nuestros corazones no deberían permanecer inquietos. La segunda razón para movernos al contentamiento es que es una promesa de Dios. Él ha dicho « No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5). Dios se compromete con su firma y sello a darnos nuestra necesaria provisión. Si un rey dijese a uno de sus súbditos: Tendré cuidado de ti, mientras tenga rédito por mi corona, te proveeré; si estás en peligro, te aseguraré; si tienes necesidad, te supliré. ¿No estaría ese súbdito contento? Vemos que aquí Dios ha hecho esta promesa al creyente, y está comprometido con su seguridad: « Nunca te dejaré». ¿No debería esto desencantarnos del diablo del descontento?: « Deja tus huérfanos, yo los criaré» (Jeremías 49:11). ¿Puedo entonces un hombre piadoso que está en su lecho de muerte quejarse con mucho descontento sobre lo que sucederá con su esposa e hijos cuando se vaya? Podría ser que queden pobres. Pero Dios dice: « no te angusties, ten contentamiento, yo cuidaré de tus hijos y que tu viuda confíe en mí». Dios ha hecho esta promesa: no nos dejará, y ha involucrado en la promesa a nuestras esposas e hijos, ¿no estaremos satisfechos con esto? La verdadera fe no necesitará más testigos cuando Dios se compromete. Estemos contentos, en virtud de lo que se ordena. Sea cual sea nuestra condición, Dios, el árbitro del mundo, ha decretado desde la eternidad esa condición para nosotros, y ordenado por su providencia todas las circunstancias para ello. Que el cristiano piense quién lo ha colocado en el lugar en que está, ya sea en una esfera elevada o una de baja condición. No ha sido el azar o la fortuna, como la ceguera de los incrédulos imagina. No, es el sabio Dios el que, por su providencia, nos coloca en ese lugar. Hemos de ser actores de esta escena que Dios nosda; no digamos que tal cosa o persona me ha causado esto, no miremos tanto la causa o rueda secundaria. Leemos en Ezequiel acerca de una « rueda en medio de [una] rueda» (Ezequiel 1:16). El decreto de Dios es la causa que hace girar las ruedas, y su providencia son las ruedas interiores que mueven el resto de las cosas. La providencia de Dios es el timón que dirige todo la nave del universo. Digamos entonces, como el santo David « Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste» (Salmos 39:9). La providencia de Dios, que no es otra cosa que la ejecución de sus decretos, debería ser un contrapeso contra el descontento. Dios es el que nos ha puesto en nuestra situación, y lo ha hecho en sabiduría. Imaginamos que una condición de vida determinada es buena para nosotros, pero si fuésemos nuestros propios escultores, con frecuencia descartaríamos la mejor parte. Lot, cuando le dieron a elegir, escogió Sodoma, que fue poco después destruida por fuego. Raquel tenía muchos deseos de tener hijos: « dame hijos o me muero» (Génesis 30:1), y le costó la vida dar a luz a uno de sus hijos. Abraham estaba muy apegado a Ismael « Ojalá Ismael viva delante de ti» (Génesis 17:18) pero tuvo poco consuelo en él o en su simiente. Nació como hijo de disputas, su mano estuvo contra todos, y la de todos contra él. Los discípulos lloraron porque Cristo dejaba el mundo, preferían su presencia corpórea, a pesar de que era mejor para ellos que Cristo se marchase, porque si no « el consolador no vendría» (Juan 16:7). David prefirió la vida de su hijo, « rogó y ayunó por ello» (2 Samuel 12:16), pero si el niño hubiese vivido, hubiese sido un monumento perpetuo a su vergüenza. A menudo caminamos en nuestra propia luz, y si elegimos o protegemos nuestro bienestar, acabamos eligiendo lo peor. ¿Acaso no es bueno para un hijo que sean los padres los que elijan por él? Si se le dejara actuar por sí mismo, quizás escogería el cuchillo para cortar su propio dedo. Un hombre puede pedir vino a gritos en su paroxismo de embriaguez, pero si lo tuviese, sería poco mejor que un veneno. Es bueno para un paciente quedar bajo la prescripción del médico. El pensar en que un decreto es el que determina, y que la providencia dispone todas las cosas que suceden, debería obrar en nuestros corazones para llevarlos al santo contentamiento. El sabio Dios es quien ha ordenado nuestra condición. Si Él ve mejor para nosotros que tengamos mucho, lo tendremos; si ve que es mejor para nosotros estar en necesidad, tendremos necesidad. Estemos contentos de estar a disposición de Dios. Dios, en su infinita sabiduría, ve que la misma situación no es conveniente para todos, que lo que es bueno para uno, puede ser malo para otro. Un mismo clima no se ajusta a todas las situaciones de los hombres: uno necesita sol, otro lluvia. Una situación de la vida puede no encajar con toda persona más de lo que un traje o vestimenta encajaría con todos los cuerpos. La prosperidad no es adecuada para todos, ni tampoco la adversidad. Si alguien es humillado, quizás pueda soportarlo mejor porque tiene mejores depósitos de gracia, más fe y más paciencia. Quizás sea una persona capaz de « recolectar uvas de los espinos», y sacar algún consuelo de su cruz. Pero no todo el mundo puede hacerlo. Otro puede tener una posición de eminente dignidad y estar mejor en ella. Quizás es un lugar que requiere un mayor juicio, del que no todo el mundo es capaz. Quizás puede utilizar sus propiedades mejor ya que tiene un corazón tan entregado al público como el lugar que ocupa. El sabio Dios ve que esa condición es mala para unos, pero buena para otros, y por eso coloca a las personas en diferentes círculos y esferas. Un hombre puede desear tener salud, pero Dios ver que la enfermedad es mejor para él; Dios hará que de la enfermedad brote salud, llevando su cuerpo de muerte a extinguirse. Otra persona desea libertad, pero Dios ve que restringirla es mejor para ella, y trabajará su libertad mediante la cautividad, de forma que cuando sus pies estén atados, su corazón se verá más ensanchado. Si creyésemos esto, serviría para aplacar las pecaminosas disputas y cavilaciones de nuestros corazones. ¿Estaremos descontentos con lo que se ejecuta por decreto, con lo ordenado por la providencia? ¿Estamos siendo hijos o rebeldes? ************* Capítulo VIII: Uso I. Mostrando cómo un cristiano puede tener bienestar en su vida Un cristiano puede llegar a tener bienestar en cualquier momento, incluso tener un cielo sobre la tierra, por medio del contentamiento. El bienestar en la vida no reside en tener mucho, como dice la máxima de Cristo: « La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15), pero si está en tener contentamiento. ¿No está la abeja que se alimenta en el rocío, o succionando de una flor, tan contenta como el buey que pasta en las montañas? El contentamiento está dentro de la persona, en el corazón, y la forma de tener contentamiento, no es teniendo llenos nuestros graneros, sino teniendo tranquila nuestra mente. Como dice Séneca, el hombre contento es un hombre feliz. El descontento es una emoción angustiante, que seca nuestros cerebros, que desgasta nuestros espíritus, que corroe y devora el descanso de la vida. El descontento hace que no se disfrute lo que se posee. Una o dos gotas de vinagre amargan un vaso completo de vino. Si alguien tiene afluencia y confluencia de comodidades mundanas, una gota o dos de descontento amargan y envenenan todo. El bienestar depende del contentamiento; Jacob se detuvo cuando el tendón de su cadera se hundió. De la misma forma, cuando el tendón del contentamiento comienza a hundirse, nuestro bienestar se frena. El contentamiento es necesario para mantener una vida cómoda, tal y como el aceite es necesario para mantener la lámpara ardiendo; las nubes del descontento derraman lluvias de lágrimas. ¿Cómo podemos tener bienestar? Lo tendremos si lo deseamos. Un cristiano puede labrarse la condición que desee. ¿Por qué nos quejamos de nuestros problemas? No es el problema en sí lo que atribula, sino el descontento. No es el agua fuera del barco, sino el agua que entra en el barco a través de una fuga la que lo hunde. No es nuestra aflicción externa la que hace que nuestra vida cristiana sea triste, porque una mente contenta navegaría por encima de las aguas. Pero cuando existe una fuga abierta de descontento, y un problema llega al corazón, entonces la mente pierde su calma y se hunde. Por eso, como buenos marineros, bombeemos el agua afuera, detengamos la fuga espiritual en el alma, y ningún problema podrá hacernos daño. *********** Capítulo IX: Uso II. Una advertencia al cristiano descontento Aquí daremos una reprimenda a aquellos que están descontentos con su condición. Esta enfermedad es casi una epidemia. Algunos, no contentos con el llamado que Dios les ha asignado, quieren estar un paso por encima, y pasar del arado al trono. Como la araña en Proverbios, quieren « ser tomados con la mano y estar en los palacios del rey». Otros quieren pasar de la tienda al púlpito (Números 12:2). Les gustaría estar en un templo de honor antes que en el templo de la virtud, estar en la silla de Moisés, sin las campanas y granadas de Aarón. Son como los simios, que muestran más su deformidad cuando están trepando. ¿No es suficiente que Dios les haya concedido dones a los hombres para edificarlos en privado, que los haya enriquecido con tantas misericordias? ¿También pretenden el sacerdocio? (Números 16:10). ¿Qué es esto sino un descontento que surge de un elevado orgullo? En secreto tientan la sabiduría de Dios, quien, en su sabiduría, no los ha colocado en un escalón más alto. Toda persona se queja de que sus posesiones no son mejores, aunque rara vez se quejan de que su corazón no sea mejor. Uno valora un estilo de vida y otro valora otro; uno piensa que la vida en el campo es mejor, otro que la vida en la ciudad; el soldado cree que es mejor ser mercader, y el mercader que es mejor ser soldado. Puedenestar contentos con ser cualquier cosa, menos con lo que Dios les ha dado. ¿Cómo es que nadie está contento? La causa es que pocos cristianos han aprendido la lección de Pablo: no saben estar contentos ni cuando son ricos ni cuando son pobres. Si son pobres, aprenden a ser envidiosos; calumnian a aquellos que están por encima de ellos. La prosperidad de otro es como una llaga en sus ojos. Cuando la llama de Dios brilla sobre el tabernáculo del vecino, la luz les ofende. En medio de las necesidades con frecuencia abundan en envidia y malicia, y un ojo envidioso es un ojo malo. Aprenden a ser querellosos, a seguir quejándose, como si Dios hubiese tratado duramente con ellos. Hablan siempre de sus necesidades, diciendo que quieren esta o aquella comodidad, cuando su mayor necesidad es tener un espíritu contento. Aquellos que están contentos con su pecado, continuarán estando descontentos con su situación material. Si son ricos, aprenden a ser codiciosos. Tienen una sed insaciable por el mundo, y rebañando del mismo por medios injustos, « su diestra está llena de sobornos», como el salmista expresa en Salmos 26:10. Si en un lado de la balanza se pone una buena causa, y en el otro una pieza de oro, es el oro el que pesa más para ellos. Existen, dice Salomón, cuatro cosas que « nunca se sacian» (Proverbios 30:15). Yo añadiría una quinta: el corazón de un hombre codicioso. Ni pobres ni ricos saben cómo estar contentos. Ciertamente nunca desde la creación ha arreciado tanto este pecado del descontento como en nuestros tiempos. Nunca fue Dios más deshonrado. Apenas se puede hablar con alguien sin que la pasión de su lengua revele el descontento que tiene en su corazón; todos dejan escapar sus problemas, y, en esto, hasta la lengua tartamuda habla libremente y con fluidez. Si no tenemos lo que deseamos, no veremos a Dios con buenos ojos, ya que estamos enfermos de descontento y dispuestos a morir de este sentimiento. Si Dios no concedía a Israel sus deseos, le pedían que les quitase la vida. Querían codornices en lugar de su maná. Acab, era rey. Aunque podamos pensar que las tierras de su corona eran suficientes para él, quedó taciturno y descontento por la viña de Nabot. Jonás, aunque era un buen hombre y un profeta, estuvo dispuesto a morir por un enfado, y dijo que « deseaba la muerte» porque Dios había hecho morir su calabacera. Raquel dijo « dame hijos o me muero», aunque tenía muchas bendiciones si hubiese querido verlas, le faltaba contentamiento. Dios suplirá nuestras necesidades, pero ¿también satisfará nuestras codicias? Muchos están descontentos con trivialidades, quieren tener un vestido mejor, una joya más rica, una moda más nueva. Nerón, no contento con su imperio, se preocupó porque un músico tenía más habilidad que él. ¡Qué ilusos son algunos, que se enfurruñan de descontento por la falta de cosas que, si las tuviesen, solo les harían verse más ridículos! *********** Capítulo X: Uso III. Una persuasión al contentamiento Se nos exhorta a esforzarnos por tener contentamiento. Es algo que embellece y da brillo a un cristiano, es como un bordado espiritual que se muestra a ojos del mundo. Pero me parece oír a algunos quejarse amargamente y decirme: ¡Cómo! ¿Cómo es posible contentarse? El Señor ha hecho pesadas mis cadenas, me ha arrojado a una condición muy triste. El pecado, o bien se esfuerza por esconderse bajo alguna máscara, o, si no puede esconderse, se defiende a sí mismo con alguna justificación. El pecado del descontento es muy agudo en sus justificaciones, así que primero lo expondré, para luego dar una respuesta. Hemos de establecer como norma que el descontento es un pecado, de forma que todas las pretensiones y defensas con las que se esfuerza por justificarse, no son sino el maquillaje y la vestimenta de una prostituta. La primera defensa que el descontento hace es esta: He perdido a un hijo. Paulina al perder a sus hijos, quedó tan poseída con un espíritu de tristeza, que le habría gustado ser enterrada en su propio descontento; nuestro amor por las relaciones es a menudo mayor que nuestro amor por la religión. 1. Hemos de estar contentos no solo cuando Dios da misericordias, sino también cuando las quita. Hemos de dar « gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:18), y por tanto no estar descontentos en nada. 2. Quizás Dios nos ha quitado una cisterna para darnos más de la fuente; puede que haya oscurecido la luz de las estrellas para darnos más luz del sol. Dios tiene la intención de que tengamos más de Él mismo, y ¿no es eso mejor que diez hijos? No miremos tanto hacia la pérdida temporal como hacia la ganancia espiritual. Los consuelos del mundo se tornan amargos, los que vienen de la granada de la promesa son puros y dulces. 3. Un hijo no es dado, sino dedicado: « Yo, pues, [dijo Ana] lo dedico [mi hijo] al Señor» (1 Samuel 1:28) ¡Ella lo dedicó! El Señor se lo había dedicado a ella antes. Las misericordias no son dadas en propiedad, sino dedicadas (o prestadas). Cuando un hombre presta algo, lo puede tomar de nuevo cuando desee. Dios nos había dado un hijo para cuidar; ¿Hemos de estar descontentos si se lo lleva de vuelta a casa? No estemos descontentos si se nos retira una misericordia, sino más bien agradecidos de que nos fue entregada durante tanto tiempo. 4. El hijo que nos es retirado, era o bien bueno o malo; si era rebelde, no se nos ha quitado tanto un hijo, sino más bien una carga; estamos entristeciéndonos por lo que hubiese sido una tristeza mayor. Si era religioso, recordemos que « delante de la aflicción es quitado el justo» y colocado en el núcleo de la felicidad. Esta región inferior en la que vivimos está llena de vapores espesos y dañinos, ¡Cuán felices son aquellos que montan en las esferas celestiales! Los justos son quitados, en el original es son reunidos; un hijo impío es cortado, pero un hijo piadoso es reunido. Tal y como vemos que las personas reúnen flores, las cuidan, y las preservan a su lado, así Dios ha reunido a sus hijos como a una dulce flor que cuidará con gloria, y que preservará con Él para siempre. ¿Por qué debería entonces un cristiano estar descontento? ¿Por qué ha de llorar excesivamente? « Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lucas 23:28), del mismo modo, podemos escuchar a nuestros hijos hablándonos: «no lloréis por nosotros que somos felices, dormimos en una almohada blanda, en el regazo de Cristo; el príncipe de paz nos abraza y nos besa con sus labios; no os atribuléis por nuestra partida, “no lloréis por nosotros”, llorad por vosotros mismos, que estáis en un mundo pecaminoso y triste; estáis en el valle de lágrimas, pero nosotros en el monte de las especias. Hemos llegado a nuestro puerto, pero vosotros estáis navegando entre las olas de la inconstancia». ¡Oh cristiano! No estés descontento de que te hayas apartado de un hijo, sino más bien regocíjate de que, para que pudiera irse, antes has tenido a ese hijo. Estalla en agradecimiento. Cuánto honor es ser padre y engendrar a un hijo así, que mientras vive aumenta el gozo de los ángeles glorificados (Lucas 15:10), y, cuando muere, aumenta el número de santos glorificados. 5. Si Dios se ha llevado a uno de nuestros hijos, y nos ha dejado más, podría habernos arrebatado todos. Él se llevó todo el bienestar de Job, sus posesiones, sus hijos, y, aunque quedó su esposa, fue como una cruz. Satanás hizo un arco con su costilla, como dice Crisóstomo, y disparó con ella una tentación a Job, con la intención de alcanzar su corazón: « maldice a Dios y muérete» (Job 2:9), pero Job tenía puesta la coraza de la integridad, y aunque sus hijos le fueron arrebatados, sus gracias no; todavía tenía contentamiento y bendecía a Dios. Oh, pensemos en cuántas misericordias disfrutamos todavía, sin embargo, ¡nuestros innobles corazones están más descontentos por una pérdida que agradecidos por cientos de misericordias! Dios nos ha arrancado un puñado de uvas, pero ¿cuántos preciosos racimos ha dejado? Podríamos objetartambién que era nuestro único hijo, el apoyo de nuestra vejez, la semilla de nuestro consuelo, y el único retoño del que crecía nuestra antigua familia. 6. Dios nos ha prometido, si pertenecemos a Él, « un nombre mejor que el de hijos e hijas» (Isaías 56:5). ¿Ha muerto aquel que habría de mantener vivo el nombre de una familia? Dios nos ha dado un nuevo nombre, y ha escrito nuestro nombre en el libro de la vida; contemplemos nuestra herencia espiritual. Es un nombre que no puede ser arrancado. ¿Se ha llevado Dios a nuestro único hijo? Él nos ha dado su Hijo unigénito. Es un buen intercambio. ¿Qué necesidad tiene el que posee a Cristo de quejarse por pérdidas? Él es el resplandor de su Padre (Hebreos 1:3), sus riquezas (Colosenses 2:9), su deleite (Salmos 42:1). Si Cristo puede deleitar el corazón de Dios, ¿no será suficiente para nosotros? ¿No habrá suficiente en Él para arrebatarnos con santo deleite? Él es sabiduría para enseñarnos, rectitud para absolvernos, santificación para adornarnos. Es un regalo y real, el pan de ángeles, el gozo y triunfo de los santos, Él lo es todo en todo (Colosenses 3:11). ¿Por qué entonces estaremos descontentos? Aunque perdamos nuestros hijos, tenemos a aquel por quien todas las cosas son pérdida (Filipenses 3:8). 7. Avergoncémonos al pensar que la naturaleza pueda arrebatar la gracia. Pulvillus, un pagano, cuando estaba a punto de consagrar un templo a Júpiter y le llegaron noticias de la muerte de su hijo, no desistió de su empeño, sino que con compostura de mente dio orden para sepultarlo decentemente. La segunda apología que hace el descontento es: Gran parte de mis posesiones se han disipado de forma extraña, y las ventas comienzan a fallar. En ocasiones Dios se agrada de colocar a sus hijos en un puesto muy bajo, y recortarles sus posesiones. Pasa con ellos como con la viuda, que no tenía nada en casa salvo un poco de aceite (2 Reyes 4:2). Pero estemos contentos. 1. Dios puede haberse llevado nuestras posesiones, pero no nuestra porción. Esto es una paradoja sagrada. La honra y las propiedades no forman parte necesariamente de la experiencia del cristiano. Son más bien lujos, y no cosas esenciales, y son extrínsecos y ajenos. Por tanto su pérdida no puede hacernos miserables, todavía queda una porción « Mi porción es el Señor, dijo mi alma» (Lamentaciones 3:24). Supongamos que alguien tuviese millones en dinero, y por azar perdiese el botón de una manga. No es algo que se considere parte del patrimonio, ni se puede decir que este se haya visto destruido. La pérdida de comodidades secundarias no supone tanto en la porción del cristiano, al igual que la pérdida de un botón no supone mucho cuando tenemos millones. « Todas estas cosas os serán añadidas» dice (Mateo 6:33) las demás cosas deben considerarse una añadidura. Cuando alguien compra un trozo de tela, se le restan una o dos pulgadas de la medida. Aunque pierda su pulgada, no ha perdido mucho, porque todavía le queda la pieza completa. Nuestras posesiones externas no son de mucha consideración en nuestra porción, tal y como una pulgada de tela no lo es en la pieza completa. ¿Por qué has de estar descontento cuando se mantiene la posesión de tu tesoro espiritual? Un ladrón puede llevarse todo el dinero que tengo, pero no mis tierras. Un cristiano tiene un título de propiedad en la tierra de la promesa. María había escogido la mejor parte, que no le sería arrebatada. 2. Quizás no se hayan perdido las posesiones, pero sí el alma. Las comodidades externas a menudo apagan el fuego interior. Dios puede darnos una joya y nosotros enamorarnos tanto de ella, que olvidemos quien nos la dio. ¡Qué tristeza es que cometamos idolatría con lo creado! Dios a veces se ve forzado a retirar las posesiones: la plata y las joyas con frecuencia han de tirarse por la borda para salvar al pasajero. Muchos podrían maldecir el tiempo en que tuvieron posesiones, porque estas fueron como un encantamiento que apartó su corazón de Dios; « los que quieren enriquecerse caen en lazo» (1 Timoteo 6:9) ¿Acaso nos molesta el que Dios nos evite caer en una trampa? Las riquezas son espinos (Mateo 13:7) ¿Nos vamos a enfadar porque Dios haya alejado espinos de nosotros? Las riquezas son comparadas con « barro espeso» (Habacuc 2:6, KJV). Quizás nuestros afectos, que son los pies del alma, se han estancado tan profundamente en este barro dorado que no pueden ascender al cielo. Estemos contentos; si Dios frena el torrente de nuestros consuelos externos, es porque el río de nuestro amor puede correr más rápido de otra forma. 3. Si nuestras posesiones son pocas, aun así Dios puede bendecir ese poco. No es cuánto dinero tenemos, sino cuanta bendición. El que a menudo maldice las bolsas de oro, puede bendecir la harina de la tinaja y el aceite de la vasija. ¿Qué importa si no tenemos plenos lujos? Tenemos la promesa « Bendeciré abundantemente su provisión» (Salmos 132:15), y un poco puede servir para mucho. Estemos contentos con tener el goteo de una bendición destilada; una cena de vegetales es dulce donde hay amor; y añadiría, donde está el amor de Dios. Otro puede tener más bienes que nosotros, pero también más preocupaciones; tener más riquezas, pero menos descanso; más beneficios, pero con muchas más ocasiones para gastarlos; puede tener una gran herencia, y que quizás Dios no le conceda « la facultad de disfrutar de ello» (Eclesiastés 6:2), puede que tenga dominio sobre sus posesiones, pero no tenga el poder de utilizarlas; que tenga más en sus manos pero disfrute menos. Es posible que tengamos menos oro que alguien, pero también, quizás, menos culpa. 4. Nunca avanzamos tanto en nuestro oficio espiritual ni tuvimos un corazón tan humilde como cuando nuestra condición también lo fue; nunca fuimos tan pobres en espíritu ni tan ricos en fe. Nunca recorrimos el camino de los mandamientos de Dios tan rápido como cuando nos fue quitado algo de nuestro peso de oro. Nunca tuvimos tantas relaciones con el cielo en nuestra vida, y eso es una ganancia más abundante. Nunca nos aventuramos tanto en las promesas como cuando abandonamos las aventuras en el mar. Este es el mejor de los comercios. Oh cristiano, nunca tuviste tantos ingresos del Espíritu, tantas oleadas de gozo; ¿Qué importa si somos débiles en posesiones si a cambio somos fuertes en seguridad de salvación? Estemos contentos, lo que hemos perdido por una parte, lo hemos ganado por otra. 5. Sean cuales sean nuestras pérdidas materiales, recordemos que en cada pérdida solo hay un sufrimiento, pero en cada descontento hay un pecado que es peor que mil sufrimientos. ¡Qué! ¿Voy a abandonar parte de mi integridad por haber perdido parte de mis posesiones? ¿Perderé también mi fe y mi paciencia?¿Voy a dejar de ser dueño de mi espíritu porque deje de ser dueño de unos bienes? Oh, aprendamos estar contentos. La tercera apología es: tengo tristeza en mis relaciones. Donde debería tener más consuelo, es donde tengo más tristeza. Esta objeción se bifurca en dos ramas, a las que daré una respuesta distinta. 1) Mi hijo continúa en rebelión . Se refiere a tener el temor de haber engendrado a un hijo para el diablo. Desde luego, es triste pensar que el infierno vaya a estar pavimentado con la calavera de cualquiera de nuestros hijos, y ciertamente los dolores de una madre por esto son peores que sus dolores de parto; pero aunque debemos sentirnos humildes, no debe haber descontento, porque consideremos que, primero, es posible que recojamos algo de la indiferencia de nuestro hijo. El hijo se convierte a veces en el sermón para el padre, y la indiferencia de un hijo hacia nosotros puede ser un recordatorio de nuestra indiferencia con Dios. Hubo un tiempo en el que fuimos hijos rebeldes, ¿cuánto tiempo fueron nuestros corazones fortalezas que se oponían a Dios? ¿Cuánto tiempo parlamentó y nos imploró para que nos rindiésemos? ¿Cuántos movimientos del Espíritu resistimos diariamente? ¿Cuántas faltas de amor y afrentas hemos puesto sobre Cristo? Que esto abra una fuente de arrepentimiento;miremos la rebeldía de nuestros hijos y lamentemos la nuestra. Segundo, aunque nos entristezca ver su rebeldía, no siempre es por nuestro pecado. ¿Le hemos dado como padres no solo la leche del pecho, sino la « leche pura de la palabra»? ¿Hemos sazonado sus primeros años con educación religiosa? Entonces, no podemos hacer más. Los padres solo pueden dar conocimiento, es Dios quien puede dar la gracia. Los padres solo pueden reunir madera, es Dios quien debe hacerla arder. Un padre solo puede ser un guía para mostrar a su hijo el camino al cielo, el Espíritu de Dios debe ser el imán que atraiga su corazón hacia el camino. « ¿Soy yo acaso Dios», dijo Jacob, « que te impidió el fruto de tu vientre? » (Génesis 30:20) ¿Puedo dar hijos? ¿Está un padre en la posición de Dios para dar gracia? ¿Quién puede evitarlo si un hijo, teniendo la luz de la conciencia, de las Escrituras, de la educación, corre voluntariamente hacia los profundos estanques del pecado? Lloremos por nuestro hijo, oremos por él, pero no pequemos a causa de él por nuestro descontento. En tercer lugar, no digamos que hemos engendrado a un hijo para el diablo. Dios puede dominarle, Él ha prometido « volver el corazón de los hijos a sus padres» (Malaquías 4:6) y « cavar aguas de gracia en el desierto» (Isaías 35:6). Cuando nuestro hijo marcha a toda vela hacia el diablo, Dios puede soplar un viento contrario de su Espíritu y alterar su rumbo. Cuando Pablo respiraba persecución contra los santos y se dirigía hacia el infierno, Dios lo volvió hacia otro camino; iba hacia Damasco, y Dios le envía a Ananías; era un perseguidor, luego un predicador. Aunque por ahora nuestros hijos hayan caído en el estanque del diablo, Dios puede volverlos del poder de Satanás, y traerlos en la duodécima hora. Mónica lloraba por su hijo Agustín (de Hipona): finalmente Dios lo entregó por la oración, y se convirtió en un famoso instrumento en la iglesia de Dios. 2) Mi cónyuge va por mal camino . En el lugar donde busqué miel, encuentro un aguijón. Es triste cuando los vivos y los muertos están unidos en yugo desigual; sin embargo, que nuestro corazón no se angustie con descontento; lloremos por sus pecados, pero no murmuremos, ya que, en primer lugar, Dios nos ha colocado en nuestra relación, y, si estamos descontentos, estaremos peleando con Dios. Por cada cruz que recae sobre nosotros, ¿hemos de poner en cuestión la infinita sabiduría de Dios? ¡Oh, cuan grande es la blasfemia de nuestros corazones! En segundo lugar, Dios puede hacernos vencedores en los pecados de nuestro cónyuge. Quizás nunca hubiésemos sido tan buenos si nuestro cónyuge no hubiese sido tan malo. El fuego arde más fuerte en el clima más frío. Dios con frecuencia hace que los pecados de otros se conviertan en nuestro bien, y que nuestros males se conviertan en medicinas. A menudo, cuanto más profano es el marido, más santa se vuelve la mujer. Cuanto más terrenal es él, más celestial crece ella. Muchas veces Dios hace que el pecado del esposo sea una espuela para la gracia de la esposa. Sus extravagancias son como un par de fuelles que avivan la llama de su celo y devoción. ¿No es así? ¿La maldad de nuestro cónyuge no nos lleva a la oración? Quizás no hubiésemos orado tanto si él o ella no hubiera pecado tanto. Su estado de muerte nos aviva más, la piedra de su corazón es como un martillo que quebranta el nuestro. El apóstol dijo que « la mujer incrédula se santifica en el marido creyente» (1 Corintios 7:14) en este sentido, la mujer creyente es santificada por el marido incrédulo; ella se vuelve mejor, los pecados de él son una piedra de afilar para su gracia, una medicina para su seguridad. La siguiente apología que hace el descontento es: mis amigos me han tratado muy mal, y han probado ser falsos. Es triste cuando los amigos demuestran ser como un torrente seco en verano (Job 6:15). El caminante, con el paladar seco por el calor, viene al arroyo esperando refrescarse, pero el arroyo no tiene agua. No obstante, estemos contentos. 1. No estamos solos, otros santos se han visto traicionados por sus amigos, y, cuando se han apoyado en ellos, han sido como un pie dislocado. Esto demostró ser cierto en David « Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos» (Salmos 55:12-14) También lo vemos en Cristo; fue traicionado por un amigo. ¿Por qué habríamos de ver extraño tener la misma medida que Jesucristo tuvo? « El siervo no es mayor que su Señor». 2. Un cristiano a menudo puede leer su pecado en su castigo: ¿No hemos sido desleales con Dios? ¿Cuántas veces hemos contristado al consolador, quebrantado sus promesas, y tomado el bando de Satanás a través de la incredulidad? ¿Cuán a menudo hemos abusado de su amor, tomando las joyas de las misericordias de Dios y haciendo un becerro de oro de ellas, sirviendo nuestros propios deseos? ¿Cuántas veces hemos hecho de la gracia libre de Dios, que debía haber sido un cerrojo para mantener fuera el pecado, una llave para abrirle la puerta? Estas son heridas que el Señor recibe en casa de sus amigos. Miremos la falta de amor de nuestros amigos, y lamentémonos por nuestra falta de amor a Dios, ¿condenará un cristiano en otros aquello de lo que ha sido culpable él mismo? 3. ¿Nuestro amigo ha demostrado ser traicionero? Quizás pusimos demasiada confianza en él. Si ponemos más peso sobre la casa del que aguantan las columnas, estas se quiebran. Dios dijo « No creáis en amigo» (Miqueas 7:5). Quizás confiamos más en él de lo que nos atrevemos a confiar en Dios. Los amigos son como cristales de Venecia, podemos usarlos, pero si nos apoyamos demasiado en ellos se rompen; este pensamiento nos ayuda a ser humildes, en lugar de estar resentidos o descontentos. 4. Tenemos un amigo en el cielo que nunca nos fallará; « amigo hay», dice Salomón, « más unido que un hermano» (Proverbios 18:24). Ese amigo es Dios; él estudia y busca cómo hacernos bien; conversa consigo mismo, consulta y proyecta cómo beneficiarnos; Es el mejor amigo, que puede darnos contentamiento en medio de toda la descortesía de otros amigos. Consideremos (1), que es un amigo amoroso. « Dios es amor» (1 Juan 4:16) de ahí que se diga a veces que nos esculpe en « la palma de su mano» (Isaías 49:16) para no perdernos de su vista, y que nos lleva en su seno (Isaías 40:11), cerca de su corazón. Su amor no se detiene o se extingue, sino que, como sucede con el río Nilo, se desborda de su cauce. Su amor está mucho más allá de nuestra imaginación, tanto como lo está de nuestros desiertos. ¡Oh, el infinito amor de Dios al dar al Hijo amado para que fuese hecho carne! ¡Eso supuso más que si todos los ángeles hubiesen sido convertidos en lombrices! Dios, al darnos a Cristo, nos dio su mismo corazón: en esto se muestra el amor en toda su gloria, y se graba como « con la punta de un diamante». Todos los otros amores son odio en comparación del amor de nuestro amigo. Él es un amigo que cuida: « Él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5:7). A Él le importan nuestros asuntos, y los trata como si fueran propios, considera los intereses y preocupaciones de su pueblo como si fueran suyos. Provee para nosotros gracia para enriquecernos, gloria para ennoblecernos. La queja de David era que « no hay quien cuide de mi vida» (Salmos 142:4), pero un cristiano tiene un amigo que se preocupa por él. Es un amigo sabio (Daniel 2:20). Un amigo puede a veces equivocarse por ignorancia o error, y dar a su amigo veneno en lugar de azúcar, pero « Dios es sabio de corazón» (Job 9:4) Él es capaz además de fiel. Sabe cuál es nuestra enfermedad, y qué remedio es el más adecuado. Conoce lo que nos hará bien, y qué viento nos llevará mejor al cielo. Es un amigo fiel. Y también es fiel en sus promesas « en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos» (Tito 1:2) El pueblo de Dios son « hijos que no mienten» (Isaías 63:8), pero Dios es un Diosque no puede mentir; no defraudará la fe de su pueblo; no, no puede: se le conoce como « la Verdad»; no podría dejar de ser verdadero más de lo que podría dejar de ser Dios. El Señor puede cambiar a veces su promesa, como cuando convierte una promesa temporal en una espiritual, pero nunca romper su promesa. Es un amigo compasivo, de ahí que leamos en las escrituras acerca de que sus entrañas se conmueven (Jeremías 31:20). La amistad de Dios no es otra cosa que compasión, porque no hay afecto natural en nosotros para desear su amistad, ni bondad en nosotros para merecerla; la carga está sobre Él. Cuando nosotros estábamos en nuestras sangres, Él estaba lleno de compasión; cuando éramos enemigos, Él nos envió una embajada de paz. Cuando nuestros corazones se volvieron de espaldas a Dios, su corazón estaba vuelto hacia nosotros. ¡Oh, cuánta ternura y simpatía de nuestro amigo en el cielo! A veces sentimos nuestro corazón encogerse hacia aquellos que están en la miseria; pero es Dios quien engendra toda las misericordias y también engendra esa compasión que hay en nosotros, por eso es llamado « Padre de misericordias» (2 Corintios 1:3). Es un amigo constante: « Sus misericordias no decayeron» (Lamentaciones 3:22). Los amigos a menudo caen como hojas de otoño cuando estamos en la adversidad; son más aduladores que amigos. Joab fue por un tiempo fiel a la casa de David y no siguió la traición de Absalón. Pero tras un tiempo mostró ser desleal a la corona, y se unió a la traición de Adonías (1 Reyes 1:7). Dios es un amigo para siempre « como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1). ¿Qué importa si soy despreciado? Dios me ama todavía. ¿Qué hay si mis amigos me apartan? Dios aún me ama. Él ama hasta el final, y no hay un fin a ese amor. Esto creo que es suficiente para apaciguar el descontento en caso de sufrir descortesías y falta de amabilidad. La siguiente defensa del descontento es: Estoy bajo grandes afrentas. No dejemos que esto nos cause descontento porque: 1) Esto es signo de que hay algún bien en nosotros. Sócrates decía: ¿Qué mal he hecho para que este mal hombre me elogie? El aplauso de los malvados normalmente es signo de alguna maldad, y su censura de algún bien (Salmos 38:20). David lloró y ayunó, y le reprocharon por ello. (1 Pedro 4:14) Así como hemos de ir al cielo a través de espinas de sufrimiento, también hemos de hacerlo a través de las nubes de los reproches. 2) Si nuestro afrenta es a causa de Dios, como fue la de David « Porque por amor de ti he sufrido afrenta» (Salmos 69:7) entonces más bien es un motivo de triunfo y no de tristeza. Cristo no nos dice que estemos descontentos cuando nos vituperen, sino que nos regocijemos (Mateo 5:12). Llevemos nuestro vituperio como una diadema de honor, porque « el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre nosotros» (1 Pedro 4:14). Pongamos las afrentas en el inventario de nuestras riquezas. Eso es lo que hizo Moisés (Hebreos 11:26). Debería ser la ambición de un cristiano llevar el uniforme de su Salvador, aunque esté salpicado con sangre y manchado con desgracia. 3) La voluntad de Dios nos hace bien a través de las afrentas, como le sucedió a David con las maldiciones de Simei « Quizá me dará el Señor bien por sus maldiciones de hoy» (2 Samuel 16:12). Nos ayuda a examinar nuestro pecado: un hijo de Dios se esfuerza por leer su pecado en cada piedra de vituperio que es lanzada sobre él; además, nos da la oportunidad de ejercitar la paciencia y la humildad. 4) Jesucristo tuvo contentamiento al ser insultado por nosotros, y menospreció el oprobio de la cruz (Hebreos 12:2) Pensar que aquel que era Dios pudiese soportar ser escupido, coronado con espinas en tono de burla y, cuando estaba a punto de inclinar su cabeza en la cruz, ser despreciado por los Judíos que movían su cabeza y decían: « Salvó a otros pero a sí mismo no puede salvarse», es algo asombroso. El oprobio de la cruz fue tanto como la sangre derramada. Su nombre fue crucificado antes que su cuerpo. Las agudas saetas del vituperio que el mundo disparó a Cristo fueron más profundas en su corazón que la lanza; su sufrimiento fue tan ignominioso, que es como si el sol se sonrojase al contemplarlo y retirase sus brillantes rayos, enmascarándose con una nube (y era apropiado hacerlo cuando el Sol de Justicia estaba en medio de un eclipse). El Dios de gloria soportó, o más bien menospreció, toda esta afrenta y vituperio por nosotros. Estemos contentos entonces porque nuestros nombres se vean eclipsados por causa de Cristo. No permitamos que las afrentas reposen en el corazón, sino atémoslas como una corona en nuestra cabeza. Al fin y al cabo ¿qué es el insulto? Es solo un pequeño disparo, y si no lo soportamos ¿cómo podremos estar en pie ante la boca de un cañón? Aquellos que sufren descontento por una afrenta, se ofenderán por cualquier minucia. 5) ¿Acaso muchos hombres no están contentos, aun si hablan mal de ellos, con tal de mantener sus lujurias? ¿No estaremos contentos nosotros por mantener la verdad? Algunos se glorían de lo que es su vergüenza (Filipenses 3:19) ¿Nos avergonzaremos nosotros de lo que es nuestra gloria? No nos preocupemos por cosas sin importancia. Aquel cuyo corazón es tocado de manera divina por el imán del Espíritu de Dios, considera un honor ser deshonrado por Cristo (Hechos 15:4), y desprecia tanto la censura del mundo como la alabanza de este. 6) Vivimos en un tiempo en el que los hombres se atreven a vituperar al mismo Dios. La divinidad del Hijo de Dios es afrentada de forma blasfema por los socinianos, la bendita Biblia es vituperada por los que niegan las Escrituras como si fueran solo leyendas y mentiras, como si la fe fuese una fábula. La justicia de Dios es llamada al juicio de la razón por los arminianos, la sabiduría de Dios en sus actos providenciales es cuestionada por los ateos, las ordenanzas de Dios son desacreditadas por los familistas diciendo que son una carga demasiado pesada para una conciencia que ha nacido de nuevo, y algo demasiado bajo y carnal para un espíritu seráfico y sublime. Los caminos de Dios, que brillan con la majestad de la santidad, son calumniados por los profanos, las bocas de los hombres se abren contra Dios como si estuviesen sometidos a un duro amo, y como si la senda de la fe fuese demasiado estricta y severa. Si los hombres no pueden dedicar una palabra buena a Dios ¿hemos de estar descontentos o atribulados porque hablen mal de nosotros? Si existen aquellos que trabajan para enterrar la gloria de la religión, ¿Nos maravillaremos porque « sus gargantas son como sepulcros abiertos» (Romanos 3:13) para enterrar nuestro buen nombre? Oh, estemos contentos si nuestros nombres son menospreciados un poco mientras estamos en la casa de limpieza de Dios. Cuanto más negros parezcan nuestros nombres allí, más blancos brillarán cuando Dios los haya puesto en la repisa celestial. La sexta apología que el descontento hace es la falta de respeto en el mundo. No tengo la estima que corresponde a mi cualificación y gracia por parte de los hombres. ¿Acaso es esto un problema? Consideremos: 1) El mundo es un juez desigual; tal y como está repleto de cambios, está lleno de parcialidad. Con frecuencia el mundo da su respeto más por favor que por merecimiento, e igual hace con los lugares que prefiere. Si tenemos valores en nosotros como para merecer verdadero reconocimiento, eso vale más que el simple hecho de recibirlo, porque si lo recibiéramos sin verdaderamente merecerlo, solo sería un reconocimiento para la persona que lo da. Es mejor merecer respeto y no tenerlo, que tenerlo y no merecerlo. 2) ¿Tenemos gracia? Si es así, Dios nos respeta, y su juicio es más digno de aprecio. El creyente es una persona de honor, nacida de Dios: « Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé» (Isaías 43:4). Que el mundo piense lo que quiera de nosotros, quizás a sus ojos seamos náufragos, pero somos palomas a ojos de Dios (Cantares 2:14), somos una esposa