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EL TEXTO ACADEMICO DESSAUX

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Capítulo 5. La faz epistémica del texto 
 
 
Por fin nos encontramos frente a frente con el verdadero protagonista 
de nuestras aspiraciones y desvelos, el célebre e ilustre texto académico. Aquí 
vemos sus largas filas de palabras, párrafos, puntos. ¡Caravanas de signos 
promisorios! Aunque en realidad, así visto de cerca no nos resulta tan ilustre –
ya lo decíamos en el primer capítulo– y hasta nos llega a parecer un poco 
desmañado, con manchas de café en algunas hojas. Incluso, al acercarnos más 
hemos notado que el mismo texto duda, titubea. Se le vuelan casi algunas 
oraciones. Nos parece ahora que más que arribar a tierra firme, ya que 
alentábamos esa ilusión, hemos llegado a un suelo de arena movediza, como 
pronto veremos. 
 
No obstante, hay que decir que nada de esto empaña la valía y dignidad 
de nuestro personaje. Al contrario, aquí está el texto de pie, genio y figura. Aquí 
vemos su margen y su centro, su orgullo académico y su humildad textual. 
Porque así es el texto que escribiremos en la universidad, a la vez humilde y 
orgulloso. Y es así el que escribiremos más tarde como investigadores, 
profesionales, especialistas, autores en general. Así es el texto que nos va a 
representar como una huella digital de nuestro pensamiento y nuestro hacer 
intelectual. 
 
Sin duda, en los capítulos precedentes hemos atendido en especial a la faz 
discursiva del texto académico. En esa dirección examinamos ciertos recursos 
lingüísticos, gramaticales, estilísticos. Pero a decir verdad, nuestro querido 
texto quedaría reducido a una lámina unidimensional si sólo considerásemos 
ese lado escrito de su trama. Porque del otro lado puede apreciarse, como con 
luz solar, su clara faz epistémica, su franco enlace con alguna forma de 
conocimiento. Voluntad de saber y deseo de comunicar, ¡eso también irradia el 
texto! 
 
Por cierto, no nos referimos exclusivamente al conocimiento científico, 
riguroso, sistemático. Nuestro texto podría expresar también un pensamiento 
reflexivo, especulativo, e incluso introspectivo, una interpretación 
estrictamente personal. Siempre que su objeto, claro está, sea relevante dentro 
de alguna disciplina, para determinada comunidad de saber. En todo caso el 
texto, si ha de ser académico, ofrecerá suficiente fundamento y justificación 
respecto de las afirmaciones que sostiene. No como meras “bocanadas de 
discurso”, enfaticémoslo, sino como pruebas epistémicas consistentes. 
 
Diríamos, en síntesis, que en la trama del texto académico se estrechan 
amistosamente estas dos manos poderosas, el lenguaje y el conocimiento. 
Intentaremos en este capítulo transmitir a los futuros autores la convicción y 
la energía de ese apretón amigo. 
 
 
 
 
1. El texto académico como género 
 
 
Decíamos recién que el texto académico se vincula con alguna forma de 
conocimiento. Aclaremos los términos. Cuando hablamos de conocimiento, 
nos referimos a la relación determinada (cognoscitiva) que se establece entre 
un sujeto y un objeto. En líneas muy generales, la relación de conocimiento se 
efectúa cuando el sujeto consigue, a través de distintos medios –materiales y 
mentales–, definir las propiedades centrales de ese objeto, y explicar por qué 
causas o bajo qué condiciones el objeto es como es. Puede tratarse de un 
conocimiento sistemático, riguroso y generalizable, como es el caso del 
conocimiento científico. Pero también puede tratarse de un conocimiento no 
tan riguroso ni tan generalizable, como es el caso de ciertas reflexiones 
especulativas propias de las disciplinas humanísticas. Ahora, si el sujeto intenta 
darle forma textual a ese conocimiento, por ejemplo a través de la formulación 
de una teoría, recurrirá probablemente a alguna forma de texto académico. 
 
Hay entonces, por un parte, una práctica cognoscitiva en la que el sujeto 
epistémico se relaciona de manera investigativa o reflexiva con su objeto de 
conocimiento, y por otra una actividad textual en la que el sujeto “hace entrar” 
en el texto los resultados conceptuales de esa práctica. Puede que una se 
superponga con la otra, pero en todo caso ambas son actividades distinguibles. 
Aclaremos de paso que entendemos el término “epistémico” como aquello que 
se relaciona con la producción o recepción de conocimiento. No sólo en sentido estricto 
de conocimiento científico, sino también como opinión, creencia, supuesto, 
etc., según el contexto en que incluyamos el concepto, pues entendemos que 
existe un tipo relevante de continuidad operativa entre esas distintas formas y 
grados del saber. Es decir, aun cuando opinión y ciencia, doxa y episteme, como 
decía Platón, representen dos estatus opuestos en la escala del conocimiento, 
aun así en un caso y en otro el sujeto pone en marcha operaciones semejantes, 
tanto al nivel del concepto como del preconcepto. Abstracción, generalización, 
clasificación, inclusión, comparación, deducción, son algunas de esas 
operaciones en común. 
 
Ahora bien, ¿qué es un texto académico, cómo se lo define en general? 
 
En principio, como decíamos, un texto académico es un cuerpo de 
enunciados que expresa el resultado de una actividad cognoscitiva en torno a 
cierto objeto de estudio. Una investigación experimental, un trabajo de campo, 
una reflexión crítica, una reseña teórica, un análisis comparativo, una propuesta 
interpretativa: todas ellas pueden considerarse actividades cognoscitivas. El 
requisito es que los resultados de estas actividades, tal como son formulados 
en el texto, ofrezcan fundamentos y razones que respalden su valor teórico y 
conceptual. Hay que decir también que el destinatario “natural” del texto 
académico suele ser una determinada comunidad institucional de 
conocimiento, denominada también comunidad académica. La universidad, 
por ejemplo, es una de las instituciones que integran la comunidad académica 
en general, no sólo como destinataria sino también como centro de producción 
de esta clase de textos. 
 
No obstante, no sólo son los graduados o investigadores profesionales 
quienes escriben textos académicos. Un estudiante universitario, 
preuniversitario e incluso uno secundario son a menudo autores de estos 
textos, sea un informe de lectura, una monografía, una tesina, una reseña 
bibliográfica, etc. Aun cuando la complejidad de estos escritos sea menor que 
la que se requiere en los niveles más avanzados de la formación profesional, 
ellos no dejarán de ser textos académicos. Por su parte, en los niveles más 
calificados el texto académico tomará la forma de tesis de postgrado, artículo 
especializado, ensayo crítico, informe científico, etc. Por cierto, no se exigen al 
texto los mismos parámetros de rigurosidad en los distintos niveles, pero los 
requisitos textuales y compositivos, en lo fundamental, son semejantes. 
 
Por ejemplo, una monografía de grado frente a una tesis de postgrado 
requerirá un tipo de investigación menos exhaustiva en cuanto al manejo de 
fuentes y documentación. Tampoco se le exigirá el mismo rigor en la 
consignación de datos, presentación de pruebas, etc. Sin embargo, ambos 
escritos deberán cumplir con las exigencias textuales propias del género 
académico: claridad, precisión, coherencia y cohesión, entre otras. Asimismo, 
ambos constarán de ciertas unidades de organización textual tales como 
introducción, desarrollo, conclusión.

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