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Introducciónal lenguaje
Jesús Tuson Valls
Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la DIrección General del Libro, Archivos y Bibliotecas
del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
Título original: Introducció al llenguatge
Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu
Primera edición en lengua castellana: noviembre 2003
© Fundació per a la Universitat Oberta de Catalunya
© Jesús Tuson, del texto
© Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL), de esta edición
Gran Via de les Corts Catalanes, 872, 3ª. planta, 08018 Barcelona
www.editorialuoc.com]
Realización digital: Oberta UOC Publishing, SL
Impresión: Gráficas Rey, SL
ISBN: 978-84-9064-142-2
Depósito legal:
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o
transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o
cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.
2
Autor
Jesús Tuson Valls
Catedrático de Lingüística en la Universidad de Barcelona. Ha
publicado varios manuales sobre la materia, entre los que cabe
destacar Teorías gramaticales y análisis sintáctico, Aproximación a la
Historia de la Lingüística, Introducció a la Lingüística y L’escriptura.
También es autor de diversos libros de ensayo, como El luxe del
llenguatge (traducción castellana: El lujo del lenguaje), Mal de llengües
(traducción castellana: Los prejuicios lingüísticos), El llenguatge i el
plaer e Històries naturals de la paraula.
3
Prólogo
La Lingüística se define de ordinario, y en pocas palabras,
como la ciencia del lenguaje. Pero el lenguaje es un fenómeno
humano de una magnitud tan impresionante que esta primera
caracterización peca por su propia generalidad. En primer lugar,
el lenguaje es el elemento más destacado de nuestra condición
humana, la característica que mejor define a la especie Homo
sapiens y que no se halla en ninguna otra especie del mundo
animal. Por tanto, desde este punto de vista, los humanos
podemos ser definidos como “los hablantes”.
En segundo lugar, la concreción de esa facultad general en las
diversas lenguas del mundo crea los grupos lingüísticos: las
comunidades que intercambian fácilmente todo tipo de
información porque coinciden en alguna de las,
aproximadamente, seis mil lenguas que se estima que existen en
nuestro planeta. Esta diversidad se encuentra en el origen
mismo de nuestra condición social, que resulta inimaginable sin
el fuerte vínculo que se puede establecer gracias a la
intercomunicación lingüística.
En tercer lugar, cada hablante es el propietario inalienable de
su lengua. Es evidente que las lenguas no se realizan o concretan
en un espacio abstracto, en una especie de almacén aislado, al
margen del soporte que es cada persona: sin hablantes concretos
no podemos imaginar una lengua, al menos no una lengua viva.
Esa tercera característica introduce un punto de vista
intrapersonal en el universo del lenguaje. Efectivamente, gracias
a una lengua se construye la propia personalidad y es posible el
diálogo interior con nosotros mismos.
Estos factores (dimensión humana general, aspecto social y
vertiente individual) contribuyen a concretar la primera
4
definición de nuestra facultad comunicativa. Estas tres
características también podrían ser consideradas como los
“poderes (o virtualidades) del lenguaje”, en un sentido muy
general. Y estos poderes tienen en su base una arquitectura muy
compleja que garantiza la comunicación de cualquier mensaje
gracias a unas estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas,
en parte propias de todas las lenguas del mundo y, también en
parte, características de cada lengua particular.
Así pues, el desarrollo de esta introducción considerará todo un
conjunto de aspectos referentes a las características generales del
lenguaje y de las lenguas, sin entrar directamente en territorios
más particulares y especializados (fonética, fonología,
morfología, sintaxis y semántica).
En el primer capítulo, “Los orígenes del lenguaje”, se aborda
la cuestión de cómo y por qué surgió esta facultad expresiva en
el transcurso de la evolución. Además, se establece una clara
distinción entre las características de nuestro sistema de
comunicación y cualquiera otra forma de vehicular
informaciones propia de los seres vivos no humanos.
El segundo capítulo, “El modelo de la comunicación y los
tipos de señales”, establece el marco general en el que se puede
acomodar el lenguaje como sistema peculiar de comunicación, y
estudia todos los factores (emisor, receptor, mensaje, etc.) que
son absolutamente necesarios para que el viaje de las señales
entre la fuente productora y el punto de destino se cumpla con
garantías de éxito. Se prestará especial atención a las señales
lingüísticas y a su dimensión predominantemente arbitraria o
convencional.
El tercer capítulo, “Las lenguas del mundo: diversidad y
unidad”, ha sido concebido como una introducción cultural a la
pluralidad lingüística, a los tipos de lenguas, a las familias en que
se agrupan y a su localización geográfica. Paralelamente a esta
diversidad, se observará que las diferencias son perfectamente
compatibles con ciertos aspectos unitarios que hermanan a todas
las lenguas del mundo, en la medida en que todas comparten
unas características comunes.
5
El cuarto, “Las variedades lingüísticas y el cambio”, describe
aspectos más particulares y en concreto trata de establecer
delimitaciones conceptuales entre los términos lengua, dialecto e
idiolecto (especialmente entre los dos primeros), que a menudo
son usados con escasa precisión, pudiendo originar
malentendidos. También se discute la cuestión de la evolución
de las lenguas y de los factores que intervienen en los procesos
de cambio y de sustitución.
El quinto y último capítulo, “Historia de la Lingüística”,
presenta un breve recorrido a través de las etapas más
importantes del pensamiento lingüístico. Hay que decir que
todas las ciencias actuales son el fruto de un proceso en
ocasiones bimilenario, y que todos los científicos tienen una
idea, al menos en síntesis, sobre los orígenes y el desarrollo de su
disciplina: éste es un conocimiento necesario que sitúa los
avances actuales en el marco de una prolongada historia.
Jesús Tuson
6
Capítulo I. Los orígenes del
lenguaje
La discusión sobre los orígenes del lenguaje es muy antigua y
revela una constante preocupación por descubrir los propios
fundamentos de la humanidad. El hecho del lenguaje es una
característica exclusivamente humana, sorprendente en todo el
reino animal, y la búsqueda de sus fuentes es también la
investigación más pertinente sobre nosotros mismos y sobre
nuestra condición de seres racionales. De hecho, todas las
indagaciones sobre el lenguaje son, a la vez, una investigación
sobre la estructura de la mente humana.
Pero en tiempos antiguos el discurso sobre los orígenes del
lenguaje se caracterizaba por su subjetivismo y por la ausencia
de pruebas empíricas. Sobre todo, con mucha frecuencia se
introdujeron en él ideas basadas en mitos o en teorías de índole
religiosa que provocaron polémicas absurdas entre los filósofos,
por ejemplo, sobre la donación divina del lenguaje.
Actualmente, el problema de los orígenes se sitúa en el marco
de las investigaciones sobre la evolución de los homínidos y en
suposiciones razonables sobre las ventajas del sonido como vía
óptima de comunicación: el sistema oral-auditivo permite un
tipo de intercambio que, en general, es superior a otros sistemas,
como el gestual o visual.
El estudio de la comunicación humana, en contraste con la
comunicación de otras especies animales, permite considerar las
características específicas o peculiares de nuestro instrumento
expresivo. Un instrumento que nos permite hablar del yo y de
los otros; referirnos al presente, al pasado y al futuro; crear
estructuras condicionales, concesivas y finales; construir
7
definiciones científicas e, incluso, concebirmundos ficticios con
los procedimientos propios de la literatura.
La evolución y el lenguaje
De los mitos al empirismo
En tiempos antiguos, gran cantidad de pueblos y culturas
consideraban que el lenguaje había sido un don o un regalo
otorgado a los humanos por alguna divinidad. Así, los romanos
creían que el dios Jano había inventado el lenguaje y se lo había
entregado a los mortales. En la Biblia aparece Yahvé dando
nombre a las realidades superiores (el cielo, el día, la noche y la
tierra), mientras que Adán es el encargado de designar a los
animales. Esta lengua única y originaria (durante bastantes siglos
fue el hebreo en la mentalidad de muchos) se fragmentó después
de Babel, con lo cual se produjo la dispersión de la humanidad.
Esa concepción divinista sobre los orígenes del lenguaje
entró en crisis en el Romanticismo, momento en que ciertos
filósofos (especialmente Herder y Rousseau) empezaron a
introducir la idea de un origen estrictamente humano, lo cual
enfrentó en duras polémicas a los partidarios de ambas tesis. La
dureza de los enfrentamientos entre los defensores del origen
divino del lenguaje y los partidarios de un origen humano hizo
que la Societé Linguistique de París prohibiese expresamente en
sus estatutos de 1866 cualquier discusión sobre la cuestión de
los orígenes del lenguaje.
Por su parte, los lingüistas contemporáneos siempre han
mostrado gran reticencia a la hora de referirse a este tema y, o
bien lo mencionan de pasada diciendo que se trata de una
cuestión oscura, o lo ignoran por completo. En general, dejan
constancia en sus obras de algunas propuestas que hacen surgir
el lenguaje de los gestos y gritos de los humanos primitivos,
haciendo referencia a la teoría de la imitación (onomatopeyas) y
8
a la adquisición de una lengua por parte de los niños, aunque no
muestran gran convicción en relación con estas teorías.
De hecho, las imitaciones onomatopéyicas del tipo tic-tac,
bub-bub, ding-ding, etc., son escasísimas en las lenguas, y no
constituyen, ni de lejos, el capítulo central del léxico, que es
absolutamente convencional y no imitativo. Además, las
onomatopeyas solamente pueden funcionar si la realidad
designada hace algún tipo de ruido, y por esta vía jamás habrían
recibido un nombre la inmensa mayoría de los objetos que
permanecen en el más absoluto silencio.
En cuanto a la teoría del desarrollo del lenguaje infantil,
tampoco puede ser una propuesta válida aplicable a los orígenes
por la sencilla razón de que los niños crecen en un mundo de
hablantes, situación que no podría darse en el momento inicial
del lenguaje, en el que hay que suponer que no había ningún
modelo adulto para imitar.
Por otra parte, la dificultad de esa investigación (su práctica
imposibilidad) venía determinada por el hecho de que las
muestras más antiguas de actividad lingüística eran las
conservadas por la escritura. Pero los primeros registros escritos
datan de poco más de cinco mil años (las escrituras pictográficas
y cuneiformes mesopotámicas), mientras que razonablemente
cabe suponer que el Homo sapiens ya era un hablante de pleno
derecho, lo cual sitúa los orígenes del lenguaje unos cien mil
años atrás. Así pues, hubo un hueco de noventa y cinco mil años
en el que la actividad del habla no podía ser investigada porque
no había dejado restos fósiles ni había sido fijada por la
escritura.
Así pues, las investigaciones dominantes sobre el lenguaje
(especialmente a partir del siglo XIX) se orientaron en dos
direcciones mucho más concretas: por una parte, en el estudio
comparativo e histórico sobre la base de los testimonios escritos
más antiguos para reconstruir protolenguas (por ejemplo, la que
dio origen a los idiomas indoeuropeos), y por otra, en el estudio
de las lenguas vivas consideradas sistemas muy estructurados.
Pero como escribió el lingüista británico Robert H. Robins, “El
9
origen del lenguaje, a pesar de que siempre ha estado fuera del
alcance de una concepción lingüística, no ha dejado de fascinar a
las personas con inquietudes lingüísticas y, de un modo u otro,
este problema ha sido un centro de interés, según nos consta
por la historia.” Estas palabras, escritas hace treinta años,
pueden recibir una luz nueva si tenemos presentes los
descubrimientos actuales sobre la evolución del género Homo.
La aparición del lenguaje oral
La cuestión de los orígenes del lenguaje se sitúa, de un modo
natural y verosímil, en el marco de la teoría evolutiva de las
especies, especialmente en el esquema del desarrollo de los
primates más avanzados.
Este esquema (muy simplificado, porque no hemos incluido
en él las especies Homo ergaster, heidelbergensis, neanderthaliensis, etc.)
presenta la forma siguiente:
Este esquema evolutivo indica que la divergencia entre los
primates no humanos más avanzados (los chimpancés,
separados a su vez de los gorilas y de los orangutanes) y la línea
que lleva al Homo sapiens se produjo hace unos seis millones de
10
años. Indica también que la línea de la derecha marca la
aparición en el tiempo de especies sucesivas de homínidos
(todas extinguidas, salvo la última) que, progresivamente,
presentan una morfología cada vez más parecida a la del Homo
sapiens.
Si, por ejemplo, en esa línea evolutiva que lleva a la aparición
del Homo sapiens solamente nos fijamos en el volumen del
cerebro (figura 1), observaremos que su valor aumenta desde los
400-600 cm3 de las diferentes especies de Australopithecus hasta
los 1.400 cm3 de media de Homo sapiens; el género
Australopithecus oscila entre los 400 cm3 (en la especie afarensis)
hasta los 600 cm3 (en la especie boilsei); Homo habilis llega hasta
los 800 y Homo erectus, hasta los 1.000, mientras que Homo sapiens,
desde su aparición hasta nuestros días, tiene un volumen
cerebral de una media de 1.400 cm3.
Figura 1. Volumen cerebral de los homínidos del cuaternario inferior.
Fuente: Joseph H. Reichholf (1994). La aparición del hombre (pág. 82-
83). Barcelona: Crítica.
Paralelamente a estas magnitudes cerebrales, los hallazgos
arqueológicos también muestran una creciente complejidad en
las técnicas y en lo que respecta al control del medio. Homo
habilis realizaba herramientas de piedra y refugios de habitación;
Homo erectus construía hachas y llegó a controlar el fuego; Homo
sapiens está detrás de las primeras culturas humanas
(auriñaciense, solutrense y magdaleniense) y de todos los
avances espectaculares que llegan hasta nuestros días. Así pues,
es preciso situar en este marco la emergencia del lenguaje
11
entendido como herramienta indispensable de socialización,
como instrumento de la autoconciencia y como mecanismo para
el control del mundo.
Los planteamientos iniciales han de tener presente una
cuestión básica: los chimpancés tienen a su disposición un
centenar de señales vocales para designar cosas diversas como,
por ejemplo, diferentes tipos de peligro, deseos, dominio del
territorio, etc. En el otro extremo del esquema anterior, los
humanos (hay que suponer que ya desde sus orígenes, unos cien
mil años atrás) tenemos un sistema lingüístico
extraordinariamente complejo que es correlativo con nuestra
interacción social, con el refinamiento de nuestras actividades y
producciones y con nuestro control del entorno. La adquisición
de unas estructuras verbales tan versátiles probablemente se ha
tenido que producir de forma escalonada en el transcurso de la
evolución hacia Homo sapiens.
Como argumento fundamental de esta tesis evolucionista
cabe presentar también las denominadas “marcas
endocraneales” de los centros del lenguaje (figura 2). Las
circunvoluciones del cerebro y todos los pliegues del córtex
dejan su impronta, en negativo, en la parte interior del cráneo.
Por otro lado, en el cerebro hay dos áreas principalmente
responsables del control del lenguaje: el área de Broca y la de
Wernicke, ambas en el hemisferio izquierdo del cerebro. Pues
bien, las marcas que estos dos centros han dejado en la parte
interior del cráneo se manifiestan cada vez más complejas a
medida que las especiesde homínidos evolucionan. Existe, pues,
una correlación entre el aumento del volumen del cerebro y la
configuración de las marcas endocraneales responsables del
control del habla.
Además, hay que tener presente que según parece, a lo largo
de la evolución, se ha producido una posición diferenciada de la
glotis y de las cuerdas vocales: éstas se encuentran en una
posición más alta en los primates no humanos. En cambio,
nosotros las tenemos en una posición baja: a la altura de la nuez
(cartílago tiroides), lo cual permite disponer de un espacio
12
resonador fundamental para la producción de los sonidos del
habla. Más adelante veremos cómo este factor determinó un
cambio de estrategia en las investigaciones sobre las
posibilidades de que los chimpancés desarrollasen habilidades
comunicativas humanas.
Figura 2. Centros cerebrales del lenguaje.
Fuente: David Lambert (1988). Guía de Cambridge del hombre
prehistórico (pág. 117). Madrid: Edaf.
El cuándo y el cómo de la emergencia del lenguaje son
cuestiones difíciles de responder hoy por hoy. Pero existe un
acuerdo prácticamente unánime entre los investigadores (tanto
lingüistas como paleoantropólogos y neurólogos) en el sentido
de que la aparición de la especie Homo sapiens es rigurosamente
correlativa con la aparición del lenguaje. Los hallazgos
arqueológicos que datan de hace cien mil años nos muestran
fósiles con una morfología humana idéntica a la actual,
incluyendo la capacidad craneana. Eso forzosamente significa
que hace aproximadamente cien mil años las formas de
comunicación verbal eran esencialmente como las nuestras.
Esta forma de comunicación a la que denominamos lenguaje
13
ha sido definida con precisión por uno de los lingüistas más
importantes de todos los tiempos, Edward Sapir, de la siguiente
manera:
“El lenguaje es un método puramente humano y no instintivo
de comunicar ideas, emociones y deseos mediante un sistema
de símbolos producidos voluntariamente. Estos símbolos son,
en primer lugar, auditivos, y son elaborados por los
denominados “órganos del habla”. No existe ninguna base
instintiva apreciable del habla humana como tal, por mucho
que las expresiones instintivas y el entorno natural puedan
servir como estímulo para el desarrollo de determinados
elementos del habla (...). La comunicación humana o animal, si
se puede llamar “comunicación”, que resulta de los gritos
involuntarios e instintivos no es de ninguna de las maneras
lenguaje en el sentido que conocemos.”
Así pues, con la aparición de Homo sapiens también hizo acto
de presencia un sistema de comunicación simbólico totalmente
desarrollado, que estaba formado por los elementos esenciales
del lenguaje; es decir, un léxico y un sistema de concatenación
de los símbolos que denominamos sintaxis; un instrumento
único en el reino animal. Un sistema tan excelente que siempre
ha maravillado a los especialistas en paleoantropología. Como
muestra, he aquí las palabras del famoso investigador Richard
Leakey en su obra Origins Reconsidered. In Search of what Makes us
Human (1992):
“Cuando pensamos en nuestros orígenes, siempre nos situamos
de manera automática en el lenguaje. Los cánones objetivos de
nuestra unicidad como especie, por ejemplo el bipedismo y la
gran capacidad cerebral, se pueden llegar a medir con facilidad.
Pero en muchos sentidos, lo que nos hace sentir realmente
humanos es el lenguaje. Nuestro mundo es un mundo de
palabras. Nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestra
comunicación, nuestra riquísima cultura, todo, se configura
gracias al lenguaje. Con el lenguaje podemos desvelar imágenes
mentales, canalizar los sentimientos como la tristeza, la alegría,
el amor, el odio. A través del lenguaje podemos expresar la
individualidad o pedir lealtad colectiva. El lenguaje es nuestro
caldo de cultivo: ni más, ni menos.”
14
Las ventajas de la opción sonora
Si examinamos cada una de las lenguas del mundo, veremos
que todas, sin excepción, se realizan gracias al sonido; son
sistemas que basan la transmisión de información en la emisión
vocal y en la recepción auditiva. En ningún caso se ha
encontrado un grupo humano que hablase mediante gestos. La
dimensión sonora de las lenguas ha de significar que en los
orígenes de la humanidad la vía vocal-auditiva se vio favorecida
selectivamente como forma central de comunicación lingüística.
Caso aparte son los sistemas de signos de los sordos, que suplen
la carencia auditiva con un lenguaje gestual plenamente
desarrollado y equivalente al oral. Así pues, hay que discutir
racionalmente por qué se impuso la vía vocal-auditiva frente a
otros mecanismos con los que también habría podido
transmitirse la información. La enumeración de las ventajas del
sonido será contrastada a continuación con la otra forma posible
de comunicación lingüística: la comunicación gestual.
En primer lugar, el sonido puede oírse tanto de día como de
noche, mientras que los gestos requieren unas condiciones de
luz determinadas para ser percibidos. Pensemos en las largas
noches de nuestros antepasados remotos y no en las condiciones
actuales, que nos permiten iluminar una habitación sin ningún
esfuerzo. En esas circunstancias, un sistema de comunicación
gestual habría representado un grave inconveniente durante una
parte importante del día. Así pues, la voz era rentable en
cualquier momento, independientemente de la luz.
En segundo lugar, los gestos solamente pueden transmitir
información si el receptor mira directamente a la persona que los
hace. En cambio, el habla oral es perceptible sin la
inmovilización de la mirada: podemos dirigir la vista en
cualquier dirección, movernos e incluso tener cerrados los ojos,
y la voz nos llega sin ninguna dificultad. Ello es posible porque
el sonido se esparce en todas las direcciones del espacio
tridimensional. Así pues, la voz, además de ser percibida en la
oscuridad, también podía llegar a los receptores
15
independientemente de su posición en el espacio.
En tercer lugar, la voz puede ser percibida a distancia: por
ejemplo, a cien o doscientos metros. En cambio, las
gesticulaciones se empequeñecen a medida que los
interlocutores se separan: unos gestos hechos con los dedos
resultan inútiles a partir de una determinada distancia. La
potencia de la voz constituyó, pues, una tercera ventaja, sumada
a las dos anteriores.
En cuarto lugar, tenemos ocupadas las manos durante buena
parte del día en todo tipo de tareas, en cambio la boca sólo lo
está cuando comemos y bebemos. En consecuencia, la vía vocal
permitía ocupar una parte de nuestro cuerpo (la boca) más
disponible que otros órganos.
Esa vía vocal representa, eso sí, una pequeña sobrecarga, ya
que los denominados “órganos del habla” han de duplicar sus
funciones: los pulmones, además de producir los movimientos
regulares de la respiración, tienen que funcionar de manera
forzada (inspiraciones rápidas y breves, y espiraciones largas)
durante las emisiones lingüísticas. Por otro lado, la boca es la vía
de entrada de los alimentos y la lengua interviene en el proceso
digestivo; su doble función como “órgano de habla” nos obliga
a realizar una serie de movimientos muy rápidos que posibilitan
las articulaciones del sonido.
A pesar de estos pequeños inconvenientes derivados del
habla como segunda función de algunos órganos, el conjunto de
las cuatro ventajas descritas anteriormente parece que
contribuyó al triunfo del sonido como base de la comunicación
lingüística. En términos evolutivos, esta opción sonora puede
ser considerada óptima, ya que permitió mejores adaptaciones,
sobre todo de tipo social, pues favorecía la interacción entre los
miembros del grupo y suponía una reducción de los costes, y
también una mayor efectividad comunicativa.
Los horizontes de la comunicación
16
Los poderes del lenguaje
La definición que del lenguaje propuso Sapir (ver la página
21) puede ser completada con una variante como la siguiente: el
lenguaje es un sistema de comunicación y de autoexpresión, de
base vocal y auditiva, propio y exclusivo de los sereshumanos.
Este sistema consta de un léxico arbitrario o convencional y,
además, de unas reglas combinatorias (sintaxis) que permiten la
construcción de una cantidad de secuencias en principio
infinitas. El lenguaje, como facultad única y común de la especie
humana, se realiza en alguna de las, aproximadamente, seis mil
lenguas que existen en el mundo.
El carácter infinito del lenguaje puede ejemplificarse con
relativa facilidad a partir de una serie de frases y textos como los
que tenemos a continuación:
(1) Hoy he llegado pronto.
(2) Hoy he llegado más pronto que otros días.
(3) Hoy he llegado más pronto que otros días, porque he terminado el
trabajo antes de lo que pensaba.
(4) Hoy, jueves, he llegado mucho más pronto que otros días laborables,
porque he terminado el trabajo que me habían encargado mucho antes de lo
que pensaba. Si te parece bien, podríamos ir al cine...
Esta flexibilidad del lenguaje debe entenderse en relación con
la flexibilidad del pensamiento. Hace un siglo y medio, Wilhelm
von Humboldt (filósofo, lingüista y fundador de la Universidad
de Berlín) avanzó la hipótesis de que si el pensamiento humano
no tenía límites, el instrumento con el que lo expresamos, el
lenguaje, también tenía que poseer esta condición ilimitada. Esta
característica es central en toda definición del lenguaje,
separándolo de modo evidente de otros sistemas de
comunicación. Pero tal como veremos a continuación, las
virtudes o los poderes del lenguaje se amplían a toda clase de
dominios diferentes y lo convierten en un instrumento principal
de construcción del “yo”, de autoexpresión, de comunicación y
de nuestra ordenación del mundo.
En primer lugar, el lenguaje es un instrumento básico para la
17
construcción del “yo” intrapersonal. Efectivamente, en todas las
lenguas existe un sistema pronominal que contiene al menos dos
formas: la que marca la persona que habla y la que designa al
resto (con una, dos o más formas). De este modo, todo hablante
dispone de un pronombre para referirse a sí mismo, lo cual a
menudo se interpreta en el sentido de que ese pronombre de
primera persona y singular consolida la autoconciencia, o al
menos la expresa de manera precisa.
En segundo lugar, el lenguaje es un instrumento para la
autoexpresión libre. Al margen de los condicionamientos
externos y de las posibles censuras e interdicciones procedentes
del entorno, nuestro discurso interno se puede desarrollar sin
obstáculos. Es útil añadir que tanto nuestros pensamientos
como el diálogo silencioso que establecemos con nosotros
mismos se realizan sobre la base del lenguaje: está demostrado
que cuando pensamos en silencio la lengua realiza “movimientos
subvocales” (los movimientos del habla, reducidos y sin llegar a
la articulación sonora), lo cual es una prueba evidente de que
nuestros pensamientos íntimos tienen como soporte el
instrumento del lenguaje.
En tercer lugar, el lenguaje es la herramienta privilegiada para
la comunicación. Esta característica, que convierte al lenguaje en
instrumento de información, aparece subrayada en muchas
definiciones del lenguaje, por encima de los otros rasgos que
estamos comentando. Resulta evidente que la comunicación
desempeña aquí un papel central, pero no único. Esta dimensión
comunicativa permite la socialización y la interacción entre los
miembros del grupo de hablantes. El lenguaje ha sido
considerado sobre todo como el elemento que posibilita la
organización del trabajo, la distribución especializada de las
diferentes tareas que realiza todo grupo humano.
Finalmente, nuestra capacidad lingüística, el lenguaje, debe
ser entendida como la herramienta con la que ordenamos el
mundo. En nuestro entorno hay muchos objetos diferentes y
también situaciones y acontecimientos singulares que se
producen constantemente. Así, todo “accidente” (un suceso de
18
la realidad) es designado con la palabra accidente; toda “boda” es
boda (y es evidente que los novios son diferentes como lo son el
lugar y el tiempo de ese acto); toda “casa” es casa
(independientemente de su situación, sus habitantes y el número
de habitaciones); todo “viaje” es viaje (al margen del destino y del
vehículo elegido). Ello significa que gracias al lenguaje
clasificamos la realidad: los millones y millones de árboles del
mundo pueden ser designados con la máxima simplicidad con la
palabra árbol; de ese modo, los nombres comunes y los verbos
actúan como símbolos (etiquetas clasificadoras que pueden
aplicarse a una cantidad no finita de objetos diversos y de
situaciones diversas). Hay que pensar que, sin la posesión de
estas herramientas simbólicas, nuestra percepción del mundo y
de cuanto éste contiene probablemente nos resultaría un
auténtico caos.
Este conjunto de virtudes o poderes del lenguaje configura
un instrumento muy refinado y de un alcance extraordinario,
muy alejado de las características comunicativas que hallamos en
el mundo animal no humano. Pese a ello, cabe añadir que la
comunicación en el marco de otras especies (que estudiaremos a
continuación) no puede considerarse “inferior”. Esta palabra
representaría un juicio de valor inaceptable, porque otras
especies (las hormigas, las abejas y los chimpancés, por ejemplo)
disponen de unos sistemas de comunicación perfectamente
ajustados a las necesidades derivadas de su condición biológica y
de las adaptaciones a su entorno. La comparación que comienza
a continuación no pretende, pues, minusvalorar a las otras
especies animales; sencillamente, es el modo de entender cuáles
son las posibilidades del lenguaje humano en relación con otras
formas de comunicación; comunicación “diferente”, no
“inferior”.
La comunicación entre los animales
Hay que iniciar este apartado con una distinción
19
fundamental, ya que a menudo la palabra lenguaje se usa de una
manera muy laxa y, de forma poco técnica, hablamos del
“lenguaje de los colores”, del “lenguaje de las flores” y también
del “lenguaje de los animales”. Estas extensiones metafóricas
son perfectamente permisibles en el uso diario, pero en sentido
estricto reservaremos el término lenguaje para el tipo de
comunicación verbal humana que ya hemos definido en dos
ocasiones. Y en lo que respecta a cualquier otra forma de
transmisión de informaciones, usaremos el término comunicación.
Así pues, se puede hablar de “comunicación animal”, por un
lado, y de “lenguaje (humano)” por otro.
Es evidente que en el reino animal (dejando ahora de lado la
especie humana) existen formas variadísimas de comunicación:
los ultrasonidos de los delfines, los gritos de los chimpancés, el
despliegue del plumaje del pavo real, el lomo arqueado de los
gatos, los cantos de los pájaros, los ladridos de los perros, etc.
son auténticas señales, interpretables por los miembros de cada
especie y tienen consecuencias en el comportamiento de los
demás animales. Las feromonas, sustancias que segregan algunos
animales (por ejemplo, a través de la orina) y que influyen en el
comportamiento de los otros individuos de la especie (en tanto
que actúan como marcadores del territorio, etc.), constituyen
una forma de comunicación de tipo químico.
Buena parte de la comunicación animal depende de
condiciones estrictamente genéticas: como decimos a menudo,
hablando de los animales, “lo hacen por instinto”. Pero también
es cierto que determinadas habilidades que dependen de la
experiencia se aprenden gracias a ciertos comportamientos
comunicativos. En estos casos, las crías, separadas de sus
progenitores, no desarrollarían determinadas habilidades: por
ejemplo, la forma en que algunos chimpancés separan el grano
metiendo la palma de la mano en agua para que ésta se lleve la
paja. O también la habilidad con que introducen una pequeña
rama, previamente impregnada de saliva, en los agujeros de las
termitas para que se queden pegadas a ella. Pero en general la
comunicación animal está dominada por el instinto y las señales
20
emitidas hacen referencia a temas como, por ejemplo, la
alimentación, la reproducción, el peligro, la amenaza, la defensa
delterritorio, etc. Así pues, la comunicación de los animales se
circunscribe en cada caso al tipo de señal destinada a garantizar
las necesidades de la propia especie.
Dos ejemplos nos sirven para ilustrar algunas de las
características de la comunicación animal: la “danza” de las
abejas y las clases de gritos de los cercopitecos de cara negra
(Cercopithecus aetiops) de Etiopía y Kenia. En ambos casos se trata
de formas de comunicación determinadas genéticamente.
La “danza” de las abejas
La “danza” de las abejas, que describimos a continuación,
constituye un acto comunicativo que permite a una abeja
exploradora informar a sus congéneres de la localización exacta
de una fuente de néctar.
Karl von Frisch, Premio Nobel de Medicina, describió
meticulosamente esta danza en sus investigaciones. Según
observó, cuando la abeja exploradora sale de la colmena, realiza
un vuelo aleatorio hasta encontrar el néctar necesario para la
producción de la miel. Inmediatamente vuelve a la colmena en
línea recta y comienza a hacer una “danza” para informar a qué
distancia y en qué dirección está la fuente productora de miel. La
distancia está marcada por la velocidad del baile: si éste es
rápido, ello significa que el néctar se encuentra cerca; pero si el
baile es lento, la distancia es más larga. La información sobre la
dirección es algo más complicada: la danza que ejecuta la abeja
exploradora tiene la forma aproximada de un ocho (8) que
puede tener diferentes orientaciones en el interior de la colmena,
tomando la parte superior de ésta como punto de referencia de
la posición del sol. Si al bailar, el segmento central del ocho se
dirige hacia la parte superior, ello indica que hay que volar hacia
el sol, pero si baila con este segmento en dirección contraria,
será preciso volar de espaldas al sol. Además, tanto en un caso
21
como en otro, el vuelo de la parte central del ocho se puede
inclinar para marcar el ángulo de la orientación respecto de la
posición del sol. Ello indica con precisión la dirección que
tendrá que tomar el enjambre, que, en cualquier caso, encontrará
el néctar. Hay que decir que ni la abeja exploradora ni las demás
han hecho estudios de geometría, y que por supuesto son
incapaces de utilizar un transportador de ángulos. Esta
comunicación tan precisa y efectiva solamente encuentra
explicación como comportamiento codificado genéticamente. La
“danza” de las abejas es un ejemplo de comunicación graduable:
una mayor o menor velocidad al trazar la figura del ocho y
diferentes grados de orientación respecto a la parte superior de
la colmena. Pero en otros aspectos se trata de una comunicación
cerrada: por ejemplo, la abeja exploradora no puede indicar cuál
es la temperatura exterior, en qué especie de flores está el néctar
o si convendría volar rápidamente (aunque la distancia sea larga)
para llegar antes que otras abejas competidoras.
Gritos de peligro
Los gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus
aetiops) son el segundo de los ejemplos anteriormente anunciados
de comunicación animal determinada genéticamente. Estos
animales tienen a su disposición unos treinta gritos diferentes,
algunos de los cuales sirven para anunciar peligro y provocar un
determinado comportamiento como respuesta.
Entre estos gritos de advertencia destacan los tres siguientes:
1) xt: se acerca una serpiente
2) rraup: se acerca un águila
3) rrr: se acerca un león, un guepardo...
De hecho, estos gritos constituyen un tipo de clasificación de
las diferentes clases de peligro. El primero hace referencia a los
depredadores terrestres reptiles; el segundo, a los depredadores
aéreos; el tercero, a los depredadores terrestres que pueden
correr y saltar. Los tres provocan inmediatamente las conductas
22
de defensa apropiadas: por ejemplo, al grito que avisa del águila,
todos los cercopitecos de cara negra bajan de los árboles y se
ocultan en tierra; en cambio, el grito que avisa de la presencia de
leones obliga a todo el grupo a protegerse en lo alto de los
árboles. Estas conductas siguen estrictamente el mecanismo de
estímulo y respuesta, de manera que si un etólogo (especialista
en comportamiento animal) provoca alguno de estos gritos sin
que exista el peligro correspondiente, el grupo de cercopitecos
reaccionará sin duda de la manera esperada. Además, cada grito
constituye un todo inanalizable. El signo que comunica peligro
por la presencia de águilas es rraup, y no puede ser
descompuesto en rr + aup para significar, por ejemplo, “tres +
águilas”. Si fuera así, los cercopitecos podrían hacer rrsht: “tres +
serpientes”. En cambio, una expresión del lenguaje que avisa de
un peligro es perfectamente analizable: vigila la serpiente consta al
menos de tres unidades, cada una de las cuales es transportable a
otro contexto: vigila la bicicleta, coge la cartera, no compres una
serpiente, etc. Tanto el tipo de mecanismos de respuesta
provocados por los gritos de advertencia como el carácter
inanalizable de esos gritos indican que volvemos a encontrarnos
ante un sistema cerrado que, como en el caso de las abejas,
parece responder a patrones comunicativos biológicamente
determinados.
Por lo que respecta a estos ejemplos de comunicación animal
(y con vistas a establecer, más adelante, las características
específicas del lenguaje humano), hay que retener tres datos
fundamentales:
1) la comunicación es cerrada.
2) los estímulos provocan necesariamente una reacción
determinada.
3) las señales son un todo inanalizable.
En cambio, en las lenguas hallamos que la comunicación es
abierta (o ilimitada); los estímulos pueden provocar reacciones
no previstas, y finalmente, las señales son articuladas y permiten
una combinatoria muy rica.
23
Primates en cautividad y comunicación
“Un divulgador de la filosofía cartesiana –escribe Chomsky–
se refirió a la opinión de algunos nativos de Oceanía en el
sentido de que éstos creían que los primates podían hablar, pero
que no lo hacían por miedo a que los humanos los pusieran a
trabajar.” Al margen de esta curiosa anécdota, a partir de los
años cuarenta se iniciaron en Estados Unidos una serie de
experimentos con chimpancés para verificar hasta dónde podían
llegar sus habilidades verbales.
El primer experimento conocido (en los años cuarenta) tuvo
como protagonista a Wiki, una chimpancé, que al cabo de tres
años de adiestramiento llegó a pronunciar, de forma muy
defectuosa, cuatro palabras: papa, mama, cup (taza) y up (arriba).
Estos resultados tan insatisfactorios revelan una pista
interesante: los chimpancés no están dotados genéticamente
para adquirir el lenguaje humano. Además, la pronunciación
defectuosa se debía a la elevada posición de la glotis, que hace
que estos animales no dispongan de espacio para las resonancias
bajas. Por ello, en investigaciones posteriores, las estrategias se
orientaron en otras direcciones, como ahora veremos.
Veinte años después, durante los años sesenta, un
matrimonio de psicólogos, Alan y Beatrice Gardner, intentaron
transmitir las habilidades del lenguaje a una chimpancé joven a la
que llamaron Washoe. Para lograrlo, y dadas las dificultades
fonadoras anteriormente mencionadas, los Gardner enseñaron a
Washoe el lenguaje gestual propio de los sordos americanos. Por
ejemplo, juntar los dedos de una mano y olerlos quería decir
“flor”; frotar el dedo índice contra los dientes significaba
“cepillo de dientes”; ponerse un dedo en la lengua quería decir
“dulce”; juntar los dedos de las dos manos en paralelo
significaba “más” (y añadir ese gesto al anterior representaba
“más dulce”), etc. De ese modo, en ocho años de adiestramiento
lograron que llegase a producir unos ciento cincuenta gestos.
Pero hay que decir que los niños humanos en ese periodo de
ocho años (e incluso en menos tiempo)...
24
1) llegan a poseer de forma madura un sistema lingüístico
extraordinariamente complicado y rico, conociendo miles de
palabras y dominando estructuras morfológicas y sintácticas
muy complejas;
2) experimentan un proceso de adquisición de la lengua
totalmenteespontáneo, y las ocasionales indicaciones explícitas
de los adultos a los niños (las correcciones) no representan
ningún papel significativo en este proceso, que es muy natural,
parecido (en muchos aspectos) al desarrollo de la visión, de la
locomoción o de la precisión con la que llegan a usar los dedos.
En el caso de Washoe, en cambio, el aprendizaje fue en todo
momento guiado: fue explícito, de manera que los Gardner
partían de una voluntad de transmitir un determinado tipo de
lenguaje;
3) no siguen una estrategia de tipo conductista en lo que
respecta a la adquisición del lenguaje. El adiestramiento de
Washoe, en cambio, se realizó sobre una base estrictamente
conductista; estímulo – respuesta – premio (en caso de que la
respuesta fuera la deseada).
Así pues, la comparación entre el aprendizaje de los
chimpancés y la adquisición lingüística de nuestros niños pone
de relieve de un modo muy evidente cuáles son las diferencias
entre los primates más avanzados y los humanos en lo tocante al
lenguaje. En tiempos más recientes se han realizado otros
experimentos a base de usar piezas de plástico de colores y
formas diferentes para que los chimpancés pidan cosas o para
darles órdenes. Sobre todo se les enseña a pulsar las teclas de un
ordenador para poder comunicarse con humanos. En todos los
casos, y a pesar de la popularidad de algunas exhibiciones
televisivas y del optimismo de los adiestradores, los resultados
son extraordinariamente pobres si los comparamos con los que
se observan en las criaturas humanas.
De hecho, lo que se hace con estos chimpancés es
condicionarlos en cautividad, en unas circunstancias que no les
son naturales: por su cuenta, los chimpancés desarrollan el
sistema de señales propio de su especie (gritos, gesticulaciones,
25
posturas corporales) y en ningún caso están en situación de
pronunciar mamá o de agrupar piezas de plástico para designar
una realidad de su entorno.
Pese al entusiasmo de algunos psicólogos, lo que se logra con
los chimpancés no es sustancialmente diferente de lo que puede
conseguirse adiestrando a cabras bailarinas, a perros que
caminan a dos patas o a elefantes que dan vueltas en el circo. La
única diferencia es que el cerebro de los chimpancés está mucho
más desarrollado y que al parecer estos animales tienen grandes
capacidades imitativas. Y más si de su comportamiento
dependen los premios y los castigos (y sobre todo la
alimentación necesaria para sobrevivir).
Como conclusión, vale la pena destacar las palabras de dos
primatólogos, Sherwod Washburn y Ruth Moore: “Todos los
primates son capaces de comunicar la sensación de miedo; pero
sólo los humanos pueden decir que tienen miedo.”
Comunicación y lenguaje: rasgos comunes y
rasgos específicos
En 1958, el lingüista estadounidense Charles F. Hockett
elaboró una lista con las características del lenguaje. Dicha lista
ha sido contrastada y citada ampliamente desde entonces hasta
nuestros días, y permite entender cuáles son los rasgos que el
lenguaje humano comparte con otros sistemas de comunicación
animal y cuáles son específicos, es decir, exclusivos del lenguaje.
A continuación hacemos una selección de la lista de
características de Hockett.
1) Canal vocal-auditivo. Como hemos visto más arriba, las
lenguas tienen como base fundamental el sonido, el cual a su vez
se fundamenta en el aparato vocal del emisor, mientras que su
destino es el sistema auditivo del receptor, al que llega la voz
gracias a la vibración de las partículas de aire que se encuentran
entre ambos. Pero esta característica no es exclusiva del lenguaje
humano: los delfines, las abejas y los simios también utilizan
26
sonidos con finalidades comunicativas.
2) Transmisión radial y recepción unidireccional. Esta
característica deriva estrictamente de la anterior. Es propio del
sonido esparcirse en todas las direcciones del espacio, lo cual lo
convierte en una herramienta privilegiada para la transmisión de
señales. Por su parte, cada receptor es impactado directamente
por el sonido como si la emisión se hubiera realizado
exclusivamente para él siguiendo una línea recta entre emisor y
destinatario. Y hay que añadir que este rasgo tampoco es
exclusivo del lenguaje humano, sino que es común con los
sistemas de comunicación animal anteriormente mencionados
(delfines, pájaros, etc.).
3) Evanescencia. Un gesto estático hecho con las manos se
puede mantener durante un tiempo más corto o más largo, pero
las emisiones sonoras se disipan una vez emitidas; es decir, “a las
palabras se las lleva el viento”. Esta característica, la fugacidad,
también es propia de todo sistema de transmisión de señales
basado en la opción sonora y representa una ventaja
notabilísima, ya que la emisión, una vez agotada, deja lugar a
otras emisiones. Este rasgo es, precisamente, la condición que
hace posible el habla dialogada entre los interlocutores. Hay que
añadir que para contrarrestar la fugacidad del habla, los
humanos inventaron la escritura, hace más de cinco mil años. Y
es que, como decían los latinos, verba volant, scripta manent (“las
palabras vuelan, los escritos permanecen”).
4) Semanticidad. Las señales lingüísticas tienen una doble
dimensión: por un lado son realidades perceptibles
sensorialmente, y por el otro transmiten significados. Son las dos
caras del signo, que consta de significante y significado, tal como
estableció Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general
(1916) siguiendo una tradición bimilenaria. En la medida en que
las señales de los delfines o los gritos de los cercopitecos de cara
negra repercuten en la conducta de los otros miembros de la
especie, hay que decir que esta característica tampoco es
exclusiva de las lenguas naturales de los humanos; más bien es
propia y común a todos los sistemas de señales.
27
A diferencia de las cuatro anteriores, parece que las seis
características que presentamos a continuación son exclusivas de
las lenguas humanas, y se dan de forma universal.
5) Arbitrariedad o convencionalidad. Las señales lingüísticas
(para entendernos y sin tecnicismos, las palabras) son
independientes de la materialidad de los objetos que designan: la
palabra casa no está hecha de piedra, ladrillos, madera, etc.; la
palabra agua ni moja, ni apaga la sed; la palabra fuego no arde ni
quema. Además, la sustancia “agua” en castellano es agua; en
inglés, water; en swahili, maji; en vasco, ur. Todo ello significa que
la vinculación entre las realidades y las palabras que usamos para
designarlas es fruto de un pacto arbitrario o convencional; cada
grupo de hablantes ha convenido unas formas verbales propias,
en ningún caso surgidas por obligación a partir de las
características de los objetos (excepto en el caso de las
onomatopeyas). La arbitrariedad es un rasgo universal en todas
las lenguas y es el origen del simbolismo: la palabra casa se puede
aplicar a todas las casas que han existido, que existen y que
existirán, sin ninguna limitación.
La arbitrariedad de las señales lingüísticas se demuestra muy
fácilmente si tomamos una realidad común a toda la humanidad,
por ejemplo la cabeza, y comprobamos que las designaciones de
esta realidad son diferentes en las distintas lenguas.
head en inglés
tête en francés
cabeza en castellano
buru en vasco
cap en catalán
kichwa en swahili
tou en chino
uskoli en cherokee
6) Desplazamiento o independencia temporal. Los
cercopitecos de cara negra no pueden hablar del león que les
amenazó la semana pasada; las abejas no pueden hacer una
danza para referirse al néctar que irán a buscar pasado mañana;
tampoco consta que los chimpancés puedan mantener una
28
conversación sobre las termitas que comerán en el futuro. En
cambio, una característica típica y general de las lenguas del
mundo es que en todas es posible superar los límites del
momento presente; se puede recordar el pasado y se puede
prever el futuro. Todas las lenguas tienen formas temporales, ya
sea incorporadasa la morfología verbal (escribí – escribo – escribiré)
o marcas especiales de tipo adverbial (ayer – ahora – mañana)
añadidas a la descripción de las acciones. Hay que anotar que
esta característica específica está en la propia base de las
narraciones y que en especial hace posible la construcción de la
historia personal y colectiva.
7) Dualidad o composicionalidad. Cuando nos hemos
referido a los gritos de los cercopitecos de cara negra (página
28), hemos dicho que no son analizables, que no se pueden
subdivididir en fragmentos menores. Las lenguas humanas, en
cambio, constan principalmente y de manera universal de dos
niveles estructurales: por un lado existen signos como por
ejemplo vaso, gato, humo, hambre, etc., que transmiten información
(un recipiente, un animal, un fenómeno y una sensación,
respectivamente). Éstos son las unidades básicas de la
significación, la moneda comunicativa. Pero esas piezas están
construidas con elementos menores de otro nivel: v, a, s, o, h, u,
m, o, en los ejemplos anteriores, de manera que cualquier palabra
puede ser analizada en lo que respecta a los elementos sonoros
que la configuran. Estos elementos básicos son realmente muy
pocos (entre veinte y cuarenta, en la mayoría de los casos); pero
con sus combinaciones se organiza todo el nivel léxico (y todos
los elementos gramaticales), y éste puede llegar a decenas de
miles de formas.
8) Productividad. La característica anterior, combinada con
las posibilidades de las estructuras sintácticas y de las
construcciones textuales, tiene como consecuencia que la
cantidad de mensajes sea, en principio, infinita. De hecho, todo
cuanto se dice y escribe en una lengua cualquiera está muy lejos
de constituir un cuerpo cerrado: siempre es posible la creación
de oraciones y textos nuevos, adaptados a las circunstancias
29
nuevas y a las capacidades del pensamiento en cada momento.
La productividad de los sistemas lingüísticos está en los
fundamentos mismos de las creaciones de las ciencias, de la
filosofía y de la literatura, productos verbales que no tienen
análogos en el mundo animal no humano.
9) Disimulación o falsificación. Las lenguas se usan
habitualmente de acuerdo con unos principios éticos que nos
llevan a decir la verdad, o lo que nos parece que es verdad. Sin
embargo, esos mecanismos tan potentes también permiten la
formulación de mentiras, y si alguien nos pregunta cómo ir a la
estación de autobuses, podemos emitir un texto verbal que lo
lleve a la estación del ferrocarril. En otro nivel, la disimulación
está en la misma base de los enunciados irónicos: Es un pozo de
ciencia, en determinados contextos y situaciones, puede ser
equivalente a Es un burro, es un ignorante. La producción de
metáforas es una forma atenuada de disimulación; así, cuando
alguien dice, por ejemplo, María es un libro abierto, no pretende
significar que es un determinado objeto, sino que su sabiduría se
combina con la claridad de exposición.
10) Reflexividad. Las lenguas normalmente sirven para hablar
de las personas, de los objetos, de las situaciones y de los
acontecimientos del mundo real. Pero la potencia de las lenguas
permite, sobre todo, que podamos hablar de las propias lenguas.
“Antonio” es un nombre propio; “Hoy” es un adverbio y “de” es una
preposición son enunciados reflexivos (también denominados
“metalingüísticos”). Una gramática es una obra en la que se usa
la lengua para hablar de las estructuras de la lengua; un
diccionario es una obra en la que se emplean formas de una
lengua para definir el significado de las entidades léxicas de la
propia lengua. En realidad, este libro es una obra que explota el
rasgo de la reflexividad del lenguaje, ya que utiliza la lengua para
hablar de la lengua.
Las diez características que configuran este apartado
constituyen una definición de los rasgos esenciales del lenguaje
como facultad humana y también se aplican a todas las lenguas
del mundo (sin ninguna excepción) en las que se concreta esta
30
facultad. Especialmente las seis últimas características (más aún
si las tomamos en conjunto) nos proporcionan una imagen del
lenguaje como hecho único en el marco de la naturaleza porque
ningún otro sistema de comunicación permite todo lo que las
lenguas permiten: el despliegue del simbolismo, la flexibilidad
temporal, la riqueza de la composicionalidad, la productividad
sin límites, la disimulación y la reflexividad. Todo ello confirma,
una vez más, la extraordinaria potencia y la versatilidad del
sistema humano de comunicación y de expresión.
Resumen
Este capítulo introductorio ha sido concebido como una
presentación cultural y genérica del fenómeno del lenguaje. En
primer lugar, se ha considerado que una visión científica sobre
los orígenes de nuestra facultad expresiva ha de situar este
problema en el marco de la evolución de los homínidos, y más
concretamente en la aparición de la especie Homo sapiens en
África oriental hace aproximadamente unos cien mil años.
También hemos estudiado las ventajas del sonido como vía
privilegiada para la transmisión de información. El sistema
vocal-auditivo funciona en la oscuridad, abarca distancias
considerables y además no requiere la visión directa. Estas
características son, con toda probabilidad, las que hicieron de
este sistema una forma de comunicación muy eficaz, que
aprovechaba los sonidos y no los gestos, lo cual presentaba
ventajas en cuanto a la adaptación de la nueva especie, sobre
todo desde el punto de vista de la complejidad de la vida social.
Para entender mejor cómo es nuestro lenguaje, lo hemos
contrastado con otras formas de comunicación animal. Esta
comparación ha permitido ver que, en líneas generales, la
comunicación animal está determinada de manera innata, es
bastante fija y se limita a una pequeña cantidad de información
claramente relacionada con las condiciones de supervivencia.
Finalmente, se han estudiado los rasgos específicos de las
31
lenguas y, de manera singular, seis características que sólo se
encuentran en el habla humana. Entre estas seis hay que destacar
la arbitrariedad de las señales, la posibilidad de hacer referencia
al tiempo y la productividad (basada en la dualidad estructural).
Aplicaciones prácticas
1. El siguiente texto deja bien claras las diferencias entre la
comunicación animal y el lenguaje (sus autores son especialistas
en primatología):
“La inmensa mayoría de la comunicación animal (dejando de
lado los gritos de aviso y las vocalizaciones para marcar el
territorio) es de tipo gestual, y por ello los animales tienen que
verse unos a otros para comunicarse. Una limitación aún mayor
supone el hecho de que la comunicación se refiere casi
exclusivamente a la expresión de las emociones. Todos los
primates pueden comunicar la sensación de miedo, pero sólo
los humanos pueden decir que tienen miedo. Algunos simios
emiten sonidos para indicar que el peligro viene de arriba o que
viene de abajo, pero no pueden indicar de qué peligro se trata.”
(Washburn & Moore, Del mono al hombre, 1986, pág. 217).
2. Observación de los movimientos subvocales. Leed el
siguiente texto:
“La dimensión sonora de las lenguas es tan fundamental que
incluso cuando leemos en silencio (o cuando hablamos con
nosotros mismos) hacemos los denominados “movimientos
subvocales” y la lengua se mueve de manera atenuada, sin llegar
a articular el sonido.”
Volved a leer este párrafo a gran velocidad, fijándoos en los
movimientos subvocales (hay que concentrar la atención
especialmente en la lengua).
3. Las ventajas de la opción auditiva. Enumerad y comentad
brevemente cuáles son las ventajas de un sistema de
comunicación oral-auditivo contrastándolas con la vía
descartada de tipo gestual-visual. Una buena confirmación de
32
esta diferencia es pasar un fragmento de una película (¡o la
película entera!) primero sin imágenes y después sin sonido.
4. Dos definiciones de lenguaje. Comparad la definición de
lenguaje de Sapir (apartado 1.2) y la que aparece en el apartado
2.1. Es preciso comprobar sus similitudes y diferencias,tanto en
lo que respecta a los componentes de ambas como en lo tocante
a la presentación de la información y de los elementos
constitutivos de cada definición.
5. Las expresiones onomatopéyicas no son una parte
importante de las lenguas. Sin embargo, observad las siguientes,
que hacen alusión al canto del gallo: en francés, cocorico; en inglés,
cock-a-doodle-doo; en castellano, quiquiriquí; en catalán, quiquiriquic.
Si los gallos cantan siempre igual, ¿por qué encontramos estas
diferencias? Las diferencias están determinadas por dos factores.
En primer lugar, por las convenciones de la escritura. Pero
especialmente porque cada lengua es un sistema sonoro peculiar
que reproduce el canto según las posibilidades contenidas en ese
sistema. Por ejemplo, en catalán es posible el final en –quic; en
cambio, en castellano es posible el final en –qui.
6. Las zonas del cerebro donde se hallan los dos centros
principales del lenguaje son el área de Broca (en la tercera
circunvolución del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo del
cerebro) y el área de Wernicke (en la primera circunvolución del
lóbulo temporal, también en el hemisferio izquierdo del
cerebro). Comprobad estas localizaciones en la figura núm. 2.
7. Observad las siguientes experiencias realizadas con un
chimpancé: 1) Una adiestradora se acerca a la jaula: lleva un
caramelo y dos vasos bocabajo. Lo deja todo en una mesita
delante de la jaula y esconde el caramelo bajo el vaso de la
derecha. 2) El chimpancé señala ese vaso; la adiestradora destapa
el caramelo y se lo da. El experimento se repite en días
sucesivos. 3) Pero un día aparece un adiestrador con el caramelo
y los vasos. Hace las mismas operaciones y cuando el chimpancé
señala el vaso correcto, el adiestrador descubre el caramelo y se
lo come. 4) El chimpancé chilla y salta, enfadadísimo. 5) Al día
siguiente, el adiestrador vuelve y esconde el caramelo en el vaso
33
de la derecha. 6) El chimpancé señala... el vaso de la izquierda.
La pregunta es: ¿podía mentir ese chimpancé? ¿Era capaz de
“disimulación”? Hay que decir que en circunstancias naturales,
en la selva, parece que los chimpancés no son capaces de mentir,
de dar información falsa. El caso del chimpancé enjaulado es
muy diferente: fuera de su medio natural y en contacto con
humanos que mienten o que no responden a sus expectativas,
desarrolló la habilidad de la “disimulación”.
8) Las características más importantes de la comunicación
animal son las cuatro siguientes: 1) el esquema estímulo-
respuesta, de manera que un determinado peligro provoca, por
ejemplo, un mismo grito y una misma reacción en el grupo; 2) la
comunicación cerrada, referida a las necesidades básicas (la
alimentación, los peligros, la sexualidad, la defensa territorial,
etc.); 3) las señales inanalizables, o que no se pueden dividir en
unidades de un nivel inferior; 4) una cantidad relativamente
pequeña de señales.
34
Capítulo II. El modelo de la
comunicación y los tipos de
señales
En el capítulo precedente se define el lenguaje humano por
referencia a algunos sistemas de comunicación animal. Definir,
en una de sus posibles acepciones, equivale a aislar (y establecer
los límites de algo). Por eso hemos separado nuestra condición
de hablantes de otras formas de comunicación.
Ahora se trata de situar el lenguaje, de una manera explícita,
en el marco global de la comunicación; especialmente en lo que
respecta a las condiciones en las que se puede transmitir
información desde una fuente emisora a un destino receptor. Así
pues, habrá que estudiar los elementos que intervienen en un
proceso de este tipo y las funciones y operaciones que se
establecen en el mismo.
Además, está claro que la vinculación entre la fuente y el
destino no se puede producir sobre la base de la nada; el viaje de
la información solamente podrá cumplirse si utilizamos como
intermediarios unos elementos físicos denominados señales, que
pueden ser de varios tipos. Hemos de centrar nuestra atención
especialmente en las señales estrictamente convencionales, que
son las características de la comunicación lingüística.
También resulta evidente que las lenguas disponen de un
repertorio extenso de señales denominado vocabulario. Pero sólo
con este repertorio léxico las lenguas se verían profundamente
limitadas y únicamente podríamos señalar los objetos del
entorno y los acontecimientos puntuales. Por ello hay que
centrar la atención muy especialmente en las posibilidades
combinatorias de las señales lingüísticas como dimensión que
35
hace factible la producción de oraciones y textos, sin más
limitaciones que las que derivan de la estructura propia del
sistema expresivo.
La complejidad del acto comunicativo
Los elementos del proceso de comunicación
La comunicación es un proceso para la transmisión de
señales entre una fuente emisora y un destino o receptor. Esta
comunicación puede presentar formas muy diversas; la más
simple es, por ejemplo, la orden verbal que una persona emite
en un bar (del tipo Ponme un café), destinada a un camarero
concreto, receptor de ese mensaje. Otra más compleja es la
información que nos suministra un semáforo: las normas de
circulación establecidas hacen que un servicio municipal instale
unos mecanismos de señalización vertical con los que se dan las
indicaciones oportunas a un número no determinado de
personas (viandantes y conductores), que recibirán los mensajes
y tendrán que atenerse a las indicaciones del semáforo. Además,
el semáforo emite las señales independientemente de la
presencia de vehículos y viandantes (es, pues, del todo insensible
a los receptores).
En cualquier proceso de comunicación hay que considerar la
presencia, estrictamente necesaria, de seis elementos, que
quedan esquematizados de la siguiente manera:
36
Este esquema se interpreta de la siguiente manera: un emisor
elabora un mensaje y lo convierte en una señal o conjunto de
señales dirigidas a un receptor. Este mensaje hace alusión a
alguna realidad (física o mental, externa al emisor o interna, etc.),
es decir, tiene un referente. Además, el mensaje ha de viajar a
través de un medio físico o canal de transmisión y, finalmente,
tanto el emisor como el receptor tienen que poseer la clave o
código que les permita, por un lado, la elaboración de la señal, y
por el otro, su interpretación o descodificación.
Por ejemplo, en una estación de ferrocarril oímos por
megafonía el siguiente mensaje: El tren tranvía con destino a
Tarragona, que tiene la salida a las 10.30, está situado en la vía número
cuatro. El emisor es la compañía ferroviaria, por medio de uno de
sus trabajadores. Los receptores son los viajeros. El mensaje es
el texto verbal que se ha emitido. El referente es la información
sobre el destino, la hora de salida y la situación del tren. El canal
es, por un lado, la instalación de megafonía, y por el otro, el aire
que está entre los altavoces y el aparato auditivo de los
receptores. El código, finalmente, es la lengua castellana,
conocida por el emisor y por los receptores.
Un esquema como el que acabamos de presentar es válido
para cualquier tipo de comunicación. Para la comunicación
37
lingüística y para la comunicación gestual, táctil y olfativa.
También es válido, con pequeñas correcciones, para la
comunicación no intencionada: las nubes no pretenden informar
sobre la posibilidad de lluvia; pero de hecho, los humanos nos
convertimos en receptores y extraemos información de ellas.
Por esa razón hay muchos procesos comunicativos no
intencionales que se producen a partir de la interpretación
oportuna de los estados de la naturaleza.
Hemos dicho antes que los seis elementos del esquema son
absolutamente imprescindibles para que se cumpla el acto de
comunicación. Efectivamente, sin emisor este acto falla por su
propia base. Por otro lado, si una persona emite un mensaje y
nadie lo recibe (por ejemplo, si habla sola en medio del desierto)
tampoco se producirá un acto de comunicación. En otra
situación, dos personas silenciosas que no emiten ningún
mensaje (niverbal, ni gestual, etc.) son dos personas
yuxtapuestas y nada más. También falla la comunicación si una
persona emite un mensaje y hay otra en actitud de recibirlo pero
el canal está bloqueado o cerrado; esto impide la transmisión de
la señal, de manera que ésta no llega al receptor (por ejemplo, si
el canal telefónico está cortado en algún punto). Finalmente, si el
emisor sólo sabe chino y el receptor sólo habla inglés, la
comunicación es imposible porque esos hablantes no comparten
el mismo código. Así pues, los seis elementos o ingredientes del
esquema comunicativo son absolutamente imprescindibles.
Cabe añadir que, según sean las características de los
diferentes elementos del proceso de comunicación, un esquema
como el que acabamos de describir admite muchas variantes. El
emisor puede ser directo o bien interpuesto. En una
conversación, cada participante es un emisor directo, pero en los
casos de la información del tren y del semáforo anteriormente
mencionados, existe una interposición (o más de una): la
compañía informa a través de uno de sus empleados.
En el polo receptor puede haber un destinatario o más de
uno, y también una verdadera multitud. Igualmente, tal como los
anuncios publicitarios ejemplifican, puede darse el caso de un
38
mensaje emitido de manera general que sólo se dirige a una
parte específica de los receptores potenciales: parece evidente,
por ejemplo, que un anuncio de productos de limpieza y un
anuncio de un coche de lujo seleccionan automáticamente
destinatarios diferentes.
Los mensajes pueden ser verbales (muy sencillos, como una
orden, o muy complejos, como un discurso o una clase) y
también pueden ser visuales (como las vallas publicitarias, la
información del código de circulación o la inmensa mayoría de
las señales utilizadas en estaciones, aeropuertos, metro, etc.).
Los referentes de los mensajes también pueden ser muy
sencillos y muy complejos. En general son muy sencillos, por
ejemplo, las informaciones (o referentes) visuales del semáforo y
de los indicadores de dirección. En cambio, las informaciones
del lenguaje admiten una gama de riqueza extraordinaria.
Podemos hablar del estado del día (Hoy hace calor), de un objeto
que nos llama la atención (Qué autobús más moderno), de nuestro
estado físico (Ahora me duele el estómago), de una situación anímica
(Me preocupan mis hijos), etc. Y también podemos matizar las
opiniones (Lo que has dicho me parece bien; pero yo no lo diría de una
manera tan contundente) e incluso elaborar discursos mucho más
complejos. Todo ello gracias a que, en el caso del lenguaje, la
complejidad de la información puede ser muy grande. Parece
que los referentes de las lenguas no tienen más límites que los de
nuestro pensamiento.
En cuanto a las variantes referidas al código (hasta ahora
hemos hablado de la diversidad de los cuatro primeros
elementos del esquema de la comunicación), hay que decir que,
con relación al lenguaje, existen tantos códigos como lenguas;
unas seis mil en el momento actual. Además, cada lengua tiene
subcódigos: principalmente los diferentes dialectos, los registros
(elevado, popular...) y las jergas (profesionales, juveniles, de la
delincuencia, etc.). Hay que tener presente que una lengua es un
territorio amplio y rico donde cada hablante se puede situar con
comodidad gracias a la modulación del código común, que
admite todo tipo de variantes.
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El último elemento del esquema, el canal, también admite
diferentes configuraciones. El aire es el canal del habla ordinaria.
El papel es el canal o soporte más frecuente de la comunicación
escrita. El espacio visual entre emisor y receptor es la vía de la
comunicación visual, etc. Muy a menudo, si se aplican a la
comunicación medios tecnológicos interpuestos entre el emisor
y el receptor, como el teléfono, la transmisión radiofónica, el fax
o el correo electrónico, el canal se hace más complejo.
Las funciones de los elementos
El gran lingüista ruso Roman Jakobson determinó los
papeles asociados a los seis elementos que intervienen en
cualquier proceso de comunicación. Estos papeles se
denominan funciones del lenguaje. Cada uno de los elementos lleva
asociada la posibilidad de que los mensajes queden
caracterizados de una manera diferente, según la dominancia de
uno de los elementos por encima de los demás.
1) Función expresiva. El emisor genera la “función
expresiva”, o la posibilita. Ésta se pone de relieve en el uso de
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las interjecciones y también en la construcción de mensajes en
los que, además de lo que decimos, se manifiesta la actitud, la
sensibilidad o el estado de ánimo de la persona que emite un
mensaje. Una interjección como, por ejemplo, ¡ay! resulta poco
informativa desde el punto de vista referencial: no sabemos si la
persona que ha emitido esta señal se ha pinchado, se ha
quemado, ha recibido un golpe, etc. En cambio, es muy
informativa desde el punto de vista expresivo: sabemos que “le
pasa algo”.
Por otra parte, una misma expresión, plenamente informativa
o referencial, como ¡Hoy hace calor! puede emitirse con
satisfacción, con inquietud o en tono neutro; de modo que,
además del significado de la expresión, el modo adoptado nos
da indicios de cómo ve ese hecho el emisor. En este sentido, al
hablar también suministramos información sobre nuestro estado
de ánimo y nuestros puntos de vista, a menudo
involuntariamente. Los actores y las actrices “dicen” los textos
teatrales de modo que queda clara la actitud y los sentimientos
de los personajes: aprovechan, pues, las posibilidades de la
función expresiva (también denominada función emotiva).
2) Función conativa. El polo receptor genera la “función
conativa”. Esta función se manifiesta especialmente en el uso de
las formas verbales de imperativo. Una expresión como ¡Ocúpate
de tu trabajo y déjame en paz! contiene poca información referencial
(no nos referimos a un trabajo concreto, por ejemplo). En
cambio, lo característico de este tipo de expresiones es el uso del
lenguaje dirigido al receptor con la finalidad de que éste actúe o
deje de actuar de una manera determinada. La función conativa
(o coactiva) también se manifiesta con usos no estrictamente
imperativos: Lo siento; pero ahora estoy muy ocupado, o bien: ¿Verdad
que podrías dejarme solo unos minutos?
3) Función poética. La atención específica a los mensajes da
lugar a la “función poética”. Por norma general, el uso del
lenguaje es instrumental y cuando alguien habla no prestamos
atención a la forma de su discurso; más bien nos ocupamos
directamente de lo que dice, del significado de sus palabras. Sin
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embargo, en ocasiones lo que nos sorprende son las propias
palabras; es la organización del discurso, y no su contenido, lo
que nos llama la atención de entrada.
Comparemos estos dos ejemplos.
(1) El pesado de Sinforoso...
(2) El pegajoso de Sinforoso...
El primer ejemplo es puramente informativo e instrumental;
mientras que el segundo llama un poco la atención, en parte por
la selección de las palabras, y en parte por la aliteración pegajoso –
sinforoso.
La “función poética”, estudiada especialmente por Jakobson,
implica una elaboración de los mensajes y es típica no sólo de la
poesía, sino también de la publicidad y de los eslóganes
políticos. Se podría establecer un paralelismo entre el lenguaje
ordinario y el poético, por un lado, y entre la visión a través de
un cristal limpio y de una vidriera, por otro. Cuando miramos a
través de una ventana, vemos lo que hay fuera (pero no el
vidrio); en cambio, si queremos mirar a través de un vitral, es el
propio vitral el que nos impone su presencia.
4) Función referencial. El referente da lugar a la “función
referencial” o informativa, poniendo de manifiesto la
característica que a menudo se asocia al lenguaje como
dominante o central: la de ser un medio de comunicación.
Volviendo a uno de los ejemplos anteriores, la expresión ¡Hoy
hace calor! remite o hace referencia a un momento en el tiempo y
a una temperatura elevada (al margen de las demás
informaciones anteriormentemencionadas). Buena parte de las
emisiones lingüísticas se caracterizan por basarse en referentes
bastante claros: objetos de la naturaleza (Este árbol está un poco
torcido), acontecimientos (Ahora mismo salimos de vacaciones),
estados de ánimo (Hoy me encuentro muy ilusionado), etc. Algunos
géneros periodísticos, como las noticias, crónicas y reportajes, se
basan fundamentalmente en el referente, que se convierte en
elemento predominante del esquema de comunicación, por
encima de los demás. También en los textos científicos y
técnicos destaca la función referencial.
42
5) Función metalingüística. El código puede generar, en
algunas ocasiones, la “función metalingüística”. Ésta es la
característica de algunos mensajes, cuyo objetivo es el propio
código y que a menudo adquieren la forma de una petición de
aclaración. Por ejemplo, ante la palabra pegajoso, alguien podría
preguntarnos: ¿Qué quiere decir “pegajoso”? Esa pregunta significa
que una persona determinada no ha comprendido un elemento
del código y nos pregunta el significado. Nosotros podríamos
responderle: “pegajoso” significa “lapa”. A su vez, podría volver a
preguntarnos: ¿Qué quiere decir “lapa”?, y así sucesivamente. La
función metalingüística es, pues, la dominante en los mensajes
centrados en el código, de manera que usamos una lengua para
hablar de la propia lengua. Las gramáticas, los diccionarios y los
libros de lingüística son obras que no podrían escribirse si las
lenguas no pusieran a nuestra disposición la “función
metalingüística”, que, dicho de forma llana, permite que el pez
se muerda la cola: en este caso, la lengua no se usa para hablar
de las cosas, sino de sí misma.
6) Función fática. El canal está en el origen de la “función
fática” o de contacto. En un diálogo, y más si éste se produce
por teléfono, es muy frecuente que uno de los interlocutores dé
señales de que está escuchando: sí... sí... mmm... claro... sí... ¡fíjate!
¡claro! En caso de que no lo hiciera, la persona que habla
interrumpiría su exposición para asegurarse de que,
efectivamente, el otro estaba escuchando y diría algo así como:
¿Me oyes? Esos mensajes de contacto desempeñan un papel
fundamental: verificar si el canal continúa uniendo a los
interlocutores; comprobar que el canal está abierto. Además, en
el canal puede haber lo que técnicamente se conoce como
“ruido”; es decir, elementos que pueden perturbar o dificultar el
viaje de las señales. Por eso, los mensajes han de compensar la
posibilidad de pérdidas a fuerza de introducir la “redundancia”:
un exceso de señales que garantice la recepción de la
información esencial. Por ejemplo, en la expresión Las abuelas
espabiladas, las marcas de género y de número aparecen tres
veces, lo cual dificulta la pérdida de información. Una
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redundancia característica es la elevación del tono de la voz para
compensar el ruido ambiental y la pérdida de información
derivada de él.
Las seis funciones estudiadas hasta aquí ofrecen un ejemplo
más de la riqueza y versatilidad del lenguaje. Ello ha de agregarse
a lo que ya sabemos sobre las ventajas de la vía sonora (página
22), sobre los poderes del lenguaje (página 23) y sobre los rasgos
específicos que, en contraste con la comunicación animal,
definen nuestra capacidad verbal (página 32).
Tipos de comunicación
El modelo de la comunicación, sintetizado en el esquema de
los seis elementos, admite una pluralidad de realizaciones que
desarrollaremos a continuación, seleccionando solamente los
polos emisor y receptor.
1) Comunicación unidireccional. La comunicación
unidireccional es la que se produce si el emisor mantiene
siempre su papel, mientras que el receptor actúa siempre como
receptor. Esta modalidad admite una serie de variantes, como
por ejemplo las siguientes:
a) de uno a uno:
Este esquema corresponde al tipo de comunicación
representado por la orden que una persona da a un subordinado,
en unas condiciones en las que éste no tiene la opción de
responder.
b) de uno a muchos:
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En este caso, el conjunto de situaciones en que un emisor se
dirige a una pluralidad de receptores puede ser muy variado: una
conferencia, una clase magistral, las emisiones de radio y de
televisión, la prensa, los libros, etc. En todos estos casos, el
emisor debe ser muy cuidadoso ante un público receptor
heterogéneo, lo cual acarrea consecuencias importantes por lo
que atañe a la elaboración de textos que deben ser
autosuficientes, porque en la mayor parte de los casos los
receptores no tendrán ninguna posibilidad de conectar con el
emisor para solicitar aclaraciones.
c) de muchos a uno:
En turnos sucesivos, evidentemente, ésta es la modalidad
característica de algunas situaciones en las que un tribunal
académico presenta sus opiniones ante una persona que lee su
tesis doctoral o se presenta a unas oposiciones. La respuesta del
candidato se ajusta al esquema anterior b), según el cual un E se
dirige a una pluralidad de R. Si los emisores no respetan la
sucesividad de turnos de palabra e intervienen todos a la vez,
nos encontraremos ante un debate televisivo sin control, por
ejemplo.
2) Comunicación bidireccional. La comunicación
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bidireccional es una modalidad en la que emisor y receptor
alternan sus papeles. Presentamos dos modelos de ésta:
a) conversación o diálogo:
La conversación se caracteriza, típicamente, por la
denominada “alternancia de los turnos de palabra”. Dicha
alternancia tiene sus propias reglas, e incluso se marca
expresamente: pausa realizada por el emisor que da lugar a la
intervención de otro, preguntas, recuperación de un fragmento
de la intervención anterior, gestos inquisitivos que favorecen la
respuesta, peticiones de palabra, etc.
b) debate:
El debate quizá sea la situación comunicativa más compleja;
por ello suele requerir la presencia de un moderador que
controle expresamente las intervenciones o los turnos de
palabra. Este modelo de comunicación bidireccional puede
aplicarse tanto a los debates habituales en los medios de
comunicación, como a las clases participativas, a las mesas
redondas y a las conferencias abiertas que se llevan a cabo
gracias a las redes electrónicas. En el caso de un debate
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televisivo, este esquema tendría el valor de un E global
(múltiple) y la audiencia representaría un R también múltiple.
Este conjunto de esquemas nos muestra, una vez más, la
variabilidad de la comunicación verbal. Con todo, hay que decir
que la conducta comunicativa más característica es el diálogo o
conversación, que es, por otra parte, la modalidad gracias a la
cual adquirimos la plena posesión del lenguaje.
El poder informativo de las señales
Clasificación general de las señales
Todos los procesos de comunicación se llevan a cabo a
condición de que entre el emisor y el receptor exista el necesario
vínculo de la señal física, y eso es válido para la comunicación
visual, olfativa, táctil, etc. y, por supuesto, para la comunicación
lingüística. Así pues, es ahora el momento de desplegar el
panorama general de las señales para situar en él las que son
propias del lenguaje. Inicialmente, hay que decir que vivimos en
un mundo absolutamente dominado por señales de todo tipo:
rótulos de dirección, semáforos, pictogramas de los deportes
olímpicos, logotipos de diarios, revistas y televisiones,
indicadores de estancos, de peluquerías, de farmacias. Las
estaciones ferroviarias, los aeropuertos y los grandes almacenes
son lugares ideales para comprender hasta qué punto son
necesarias las señales, ya que sin ellas la desorientación de los
usuarios sería total (como ejercicio recomendable, vale la pena
elegir uno de esos espacios y acudir a él no en calidad de viajeros
o compradores, sino como “perceptores de señales”, o bien dar
un paseo por la calle para captar señales).
Además, los humanos buscamos señales en la naturaleza (las
nubes, los charcos, el humo, las huellas son interpretadas como
señales); incluso los grupos culturales otorgan a ciertas
realidades la condición de señales: un árbol singular, una
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montaña, un río,

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