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Introducciónal lenguaje Jesús Tuson Valls Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la DIrección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte Título original: Introducció al llenguatge Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu Primera edición en lengua castellana: noviembre 2003 © Fundació per a la Universitat Oberta de Catalunya © Jesús Tuson, del texto © Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL), de esta edición Gran Via de les Corts Catalanes, 872, 3ª. planta, 08018 Barcelona www.editorialuoc.com] Realización digital: Oberta UOC Publishing, SL Impresión: Gráficas Rey, SL ISBN: 978-84-9064-142-2 Depósito legal: Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright. 2 Autor Jesús Tuson Valls Catedrático de Lingüística en la Universidad de Barcelona. Ha publicado varios manuales sobre la materia, entre los que cabe destacar Teorías gramaticales y análisis sintáctico, Aproximación a la Historia de la Lingüística, Introducció a la Lingüística y L’escriptura. También es autor de diversos libros de ensayo, como El luxe del llenguatge (traducción castellana: El lujo del lenguaje), Mal de llengües (traducción castellana: Los prejuicios lingüísticos), El llenguatge i el plaer e Històries naturals de la paraula. 3 Prólogo La Lingüística se define de ordinario, y en pocas palabras, como la ciencia del lenguaje. Pero el lenguaje es un fenómeno humano de una magnitud tan impresionante que esta primera caracterización peca por su propia generalidad. En primer lugar, el lenguaje es el elemento más destacado de nuestra condición humana, la característica que mejor define a la especie Homo sapiens y que no se halla en ninguna otra especie del mundo animal. Por tanto, desde este punto de vista, los humanos podemos ser definidos como “los hablantes”. En segundo lugar, la concreción de esa facultad general en las diversas lenguas del mundo crea los grupos lingüísticos: las comunidades que intercambian fácilmente todo tipo de información porque coinciden en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas que se estima que existen en nuestro planeta. Esta diversidad se encuentra en el origen mismo de nuestra condición social, que resulta inimaginable sin el fuerte vínculo que se puede establecer gracias a la intercomunicación lingüística. En tercer lugar, cada hablante es el propietario inalienable de su lengua. Es evidente que las lenguas no se realizan o concretan en un espacio abstracto, en una especie de almacén aislado, al margen del soporte que es cada persona: sin hablantes concretos no podemos imaginar una lengua, al menos no una lengua viva. Esa tercera característica introduce un punto de vista intrapersonal en el universo del lenguaje. Efectivamente, gracias a una lengua se construye la propia personalidad y es posible el diálogo interior con nosotros mismos. Estos factores (dimensión humana general, aspecto social y vertiente individual) contribuyen a concretar la primera 4 definición de nuestra facultad comunicativa. Estas tres características también podrían ser consideradas como los “poderes (o virtualidades) del lenguaje”, en un sentido muy general. Y estos poderes tienen en su base una arquitectura muy compleja que garantiza la comunicación de cualquier mensaje gracias a unas estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas, en parte propias de todas las lenguas del mundo y, también en parte, características de cada lengua particular. Así pues, el desarrollo de esta introducción considerará todo un conjunto de aspectos referentes a las características generales del lenguaje y de las lenguas, sin entrar directamente en territorios más particulares y especializados (fonética, fonología, morfología, sintaxis y semántica). En el primer capítulo, “Los orígenes del lenguaje”, se aborda la cuestión de cómo y por qué surgió esta facultad expresiva en el transcurso de la evolución. Además, se establece una clara distinción entre las características de nuestro sistema de comunicación y cualquiera otra forma de vehicular informaciones propia de los seres vivos no humanos. El segundo capítulo, “El modelo de la comunicación y los tipos de señales”, establece el marco general en el que se puede acomodar el lenguaje como sistema peculiar de comunicación, y estudia todos los factores (emisor, receptor, mensaje, etc.) que son absolutamente necesarios para que el viaje de las señales entre la fuente productora y el punto de destino se cumpla con garantías de éxito. Se prestará especial atención a las señales lingüísticas y a su dimensión predominantemente arbitraria o convencional. El tercer capítulo, “Las lenguas del mundo: diversidad y unidad”, ha sido concebido como una introducción cultural a la pluralidad lingüística, a los tipos de lenguas, a las familias en que se agrupan y a su localización geográfica. Paralelamente a esta diversidad, se observará que las diferencias son perfectamente compatibles con ciertos aspectos unitarios que hermanan a todas las lenguas del mundo, en la medida en que todas comparten unas características comunes. 5 El cuarto, “Las variedades lingüísticas y el cambio”, describe aspectos más particulares y en concreto trata de establecer delimitaciones conceptuales entre los términos lengua, dialecto e idiolecto (especialmente entre los dos primeros), que a menudo son usados con escasa precisión, pudiendo originar malentendidos. También se discute la cuestión de la evolución de las lenguas y de los factores que intervienen en los procesos de cambio y de sustitución. El quinto y último capítulo, “Historia de la Lingüística”, presenta un breve recorrido a través de las etapas más importantes del pensamiento lingüístico. Hay que decir que todas las ciencias actuales son el fruto de un proceso en ocasiones bimilenario, y que todos los científicos tienen una idea, al menos en síntesis, sobre los orígenes y el desarrollo de su disciplina: éste es un conocimiento necesario que sitúa los avances actuales en el marco de una prolongada historia. Jesús Tuson 6 Capítulo I. Los orígenes del lenguaje La discusión sobre los orígenes del lenguaje es muy antigua y revela una constante preocupación por descubrir los propios fundamentos de la humanidad. El hecho del lenguaje es una característica exclusivamente humana, sorprendente en todo el reino animal, y la búsqueda de sus fuentes es también la investigación más pertinente sobre nosotros mismos y sobre nuestra condición de seres racionales. De hecho, todas las indagaciones sobre el lenguaje son, a la vez, una investigación sobre la estructura de la mente humana. Pero en tiempos antiguos el discurso sobre los orígenes del lenguaje se caracterizaba por su subjetivismo y por la ausencia de pruebas empíricas. Sobre todo, con mucha frecuencia se introdujeron en él ideas basadas en mitos o en teorías de índole religiosa que provocaron polémicas absurdas entre los filósofos, por ejemplo, sobre la donación divina del lenguaje. Actualmente, el problema de los orígenes se sitúa en el marco de las investigaciones sobre la evolución de los homínidos y en suposiciones razonables sobre las ventajas del sonido como vía óptima de comunicación: el sistema oral-auditivo permite un tipo de intercambio que, en general, es superior a otros sistemas, como el gestual o visual. El estudio de la comunicación humana, en contraste con la comunicación de otras especies animales, permite considerar las características específicas o peculiares de nuestro instrumento expresivo. Un instrumento que nos permite hablar del yo y de los otros; referirnos al presente, al pasado y al futuro; crear estructuras condicionales, concesivas y finales; construir 7 definiciones científicas e, incluso, concebirmundos ficticios con los procedimientos propios de la literatura. La evolución y el lenguaje De los mitos al empirismo En tiempos antiguos, gran cantidad de pueblos y culturas consideraban que el lenguaje había sido un don o un regalo otorgado a los humanos por alguna divinidad. Así, los romanos creían que el dios Jano había inventado el lenguaje y se lo había entregado a los mortales. En la Biblia aparece Yahvé dando nombre a las realidades superiores (el cielo, el día, la noche y la tierra), mientras que Adán es el encargado de designar a los animales. Esta lengua única y originaria (durante bastantes siglos fue el hebreo en la mentalidad de muchos) se fragmentó después de Babel, con lo cual se produjo la dispersión de la humanidad. Esa concepción divinista sobre los orígenes del lenguaje entró en crisis en el Romanticismo, momento en que ciertos filósofos (especialmente Herder y Rousseau) empezaron a introducir la idea de un origen estrictamente humano, lo cual enfrentó en duras polémicas a los partidarios de ambas tesis. La dureza de los enfrentamientos entre los defensores del origen divino del lenguaje y los partidarios de un origen humano hizo que la Societé Linguistique de París prohibiese expresamente en sus estatutos de 1866 cualquier discusión sobre la cuestión de los orígenes del lenguaje. Por su parte, los lingüistas contemporáneos siempre han mostrado gran reticencia a la hora de referirse a este tema y, o bien lo mencionan de pasada diciendo que se trata de una cuestión oscura, o lo ignoran por completo. En general, dejan constancia en sus obras de algunas propuestas que hacen surgir el lenguaje de los gestos y gritos de los humanos primitivos, haciendo referencia a la teoría de la imitación (onomatopeyas) y 8 a la adquisición de una lengua por parte de los niños, aunque no muestran gran convicción en relación con estas teorías. De hecho, las imitaciones onomatopéyicas del tipo tic-tac, bub-bub, ding-ding, etc., son escasísimas en las lenguas, y no constituyen, ni de lejos, el capítulo central del léxico, que es absolutamente convencional y no imitativo. Además, las onomatopeyas solamente pueden funcionar si la realidad designada hace algún tipo de ruido, y por esta vía jamás habrían recibido un nombre la inmensa mayoría de los objetos que permanecen en el más absoluto silencio. En cuanto a la teoría del desarrollo del lenguaje infantil, tampoco puede ser una propuesta válida aplicable a los orígenes por la sencilla razón de que los niños crecen en un mundo de hablantes, situación que no podría darse en el momento inicial del lenguaje, en el que hay que suponer que no había ningún modelo adulto para imitar. Por otra parte, la dificultad de esa investigación (su práctica imposibilidad) venía determinada por el hecho de que las muestras más antiguas de actividad lingüística eran las conservadas por la escritura. Pero los primeros registros escritos datan de poco más de cinco mil años (las escrituras pictográficas y cuneiformes mesopotámicas), mientras que razonablemente cabe suponer que el Homo sapiens ya era un hablante de pleno derecho, lo cual sitúa los orígenes del lenguaje unos cien mil años atrás. Así pues, hubo un hueco de noventa y cinco mil años en el que la actividad del habla no podía ser investigada porque no había dejado restos fósiles ni había sido fijada por la escritura. Así pues, las investigaciones dominantes sobre el lenguaje (especialmente a partir del siglo XIX) se orientaron en dos direcciones mucho más concretas: por una parte, en el estudio comparativo e histórico sobre la base de los testimonios escritos más antiguos para reconstruir protolenguas (por ejemplo, la que dio origen a los idiomas indoeuropeos), y por otra, en el estudio de las lenguas vivas consideradas sistemas muy estructurados. Pero como escribió el lingüista británico Robert H. Robins, “El 9 origen del lenguaje, a pesar de que siempre ha estado fuera del alcance de una concepción lingüística, no ha dejado de fascinar a las personas con inquietudes lingüísticas y, de un modo u otro, este problema ha sido un centro de interés, según nos consta por la historia.” Estas palabras, escritas hace treinta años, pueden recibir una luz nueva si tenemos presentes los descubrimientos actuales sobre la evolución del género Homo. La aparición del lenguaje oral La cuestión de los orígenes del lenguaje se sitúa, de un modo natural y verosímil, en el marco de la teoría evolutiva de las especies, especialmente en el esquema del desarrollo de los primates más avanzados. Este esquema (muy simplificado, porque no hemos incluido en él las especies Homo ergaster, heidelbergensis, neanderthaliensis, etc.) presenta la forma siguiente: Este esquema evolutivo indica que la divergencia entre los primates no humanos más avanzados (los chimpancés, separados a su vez de los gorilas y de los orangutanes) y la línea que lleva al Homo sapiens se produjo hace unos seis millones de 10 años. Indica también que la línea de la derecha marca la aparición en el tiempo de especies sucesivas de homínidos (todas extinguidas, salvo la última) que, progresivamente, presentan una morfología cada vez más parecida a la del Homo sapiens. Si, por ejemplo, en esa línea evolutiva que lleva a la aparición del Homo sapiens solamente nos fijamos en el volumen del cerebro (figura 1), observaremos que su valor aumenta desde los 400-600 cm3 de las diferentes especies de Australopithecus hasta los 1.400 cm3 de media de Homo sapiens; el género Australopithecus oscila entre los 400 cm3 (en la especie afarensis) hasta los 600 cm3 (en la especie boilsei); Homo habilis llega hasta los 800 y Homo erectus, hasta los 1.000, mientras que Homo sapiens, desde su aparición hasta nuestros días, tiene un volumen cerebral de una media de 1.400 cm3. Figura 1. Volumen cerebral de los homínidos del cuaternario inferior. Fuente: Joseph H. Reichholf (1994). La aparición del hombre (pág. 82- 83). Barcelona: Crítica. Paralelamente a estas magnitudes cerebrales, los hallazgos arqueológicos también muestran una creciente complejidad en las técnicas y en lo que respecta al control del medio. Homo habilis realizaba herramientas de piedra y refugios de habitación; Homo erectus construía hachas y llegó a controlar el fuego; Homo sapiens está detrás de las primeras culturas humanas (auriñaciense, solutrense y magdaleniense) y de todos los avances espectaculares que llegan hasta nuestros días. Así pues, es preciso situar en este marco la emergencia del lenguaje 11 entendido como herramienta indispensable de socialización, como instrumento de la autoconciencia y como mecanismo para el control del mundo. Los planteamientos iniciales han de tener presente una cuestión básica: los chimpancés tienen a su disposición un centenar de señales vocales para designar cosas diversas como, por ejemplo, diferentes tipos de peligro, deseos, dominio del territorio, etc. En el otro extremo del esquema anterior, los humanos (hay que suponer que ya desde sus orígenes, unos cien mil años atrás) tenemos un sistema lingüístico extraordinariamente complejo que es correlativo con nuestra interacción social, con el refinamiento de nuestras actividades y producciones y con nuestro control del entorno. La adquisición de unas estructuras verbales tan versátiles probablemente se ha tenido que producir de forma escalonada en el transcurso de la evolución hacia Homo sapiens. Como argumento fundamental de esta tesis evolucionista cabe presentar también las denominadas “marcas endocraneales” de los centros del lenguaje (figura 2). Las circunvoluciones del cerebro y todos los pliegues del córtex dejan su impronta, en negativo, en la parte interior del cráneo. Por otro lado, en el cerebro hay dos áreas principalmente responsables del control del lenguaje: el área de Broca y la de Wernicke, ambas en el hemisferio izquierdo del cerebro. Pues bien, las marcas que estos dos centros han dejado en la parte interior del cráneo se manifiestan cada vez más complejas a medida que las especiesde homínidos evolucionan. Existe, pues, una correlación entre el aumento del volumen del cerebro y la configuración de las marcas endocraneales responsables del control del habla. Además, hay que tener presente que según parece, a lo largo de la evolución, se ha producido una posición diferenciada de la glotis y de las cuerdas vocales: éstas se encuentran en una posición más alta en los primates no humanos. En cambio, nosotros las tenemos en una posición baja: a la altura de la nuez (cartílago tiroides), lo cual permite disponer de un espacio 12 resonador fundamental para la producción de los sonidos del habla. Más adelante veremos cómo este factor determinó un cambio de estrategia en las investigaciones sobre las posibilidades de que los chimpancés desarrollasen habilidades comunicativas humanas. Figura 2. Centros cerebrales del lenguaje. Fuente: David Lambert (1988). Guía de Cambridge del hombre prehistórico (pág. 117). Madrid: Edaf. El cuándo y el cómo de la emergencia del lenguaje son cuestiones difíciles de responder hoy por hoy. Pero existe un acuerdo prácticamente unánime entre los investigadores (tanto lingüistas como paleoantropólogos y neurólogos) en el sentido de que la aparición de la especie Homo sapiens es rigurosamente correlativa con la aparición del lenguaje. Los hallazgos arqueológicos que datan de hace cien mil años nos muestran fósiles con una morfología humana idéntica a la actual, incluyendo la capacidad craneana. Eso forzosamente significa que hace aproximadamente cien mil años las formas de comunicación verbal eran esencialmente como las nuestras. Esta forma de comunicación a la que denominamos lenguaje 13 ha sido definida con precisión por uno de los lingüistas más importantes de todos los tiempos, Edward Sapir, de la siguiente manera: “El lenguaje es un método puramente humano y no instintivo de comunicar ideas, emociones y deseos mediante un sistema de símbolos producidos voluntariamente. Estos símbolos son, en primer lugar, auditivos, y son elaborados por los denominados “órganos del habla”. No existe ninguna base instintiva apreciable del habla humana como tal, por mucho que las expresiones instintivas y el entorno natural puedan servir como estímulo para el desarrollo de determinados elementos del habla (...). La comunicación humana o animal, si se puede llamar “comunicación”, que resulta de los gritos involuntarios e instintivos no es de ninguna de las maneras lenguaje en el sentido que conocemos.” Así pues, con la aparición de Homo sapiens también hizo acto de presencia un sistema de comunicación simbólico totalmente desarrollado, que estaba formado por los elementos esenciales del lenguaje; es decir, un léxico y un sistema de concatenación de los símbolos que denominamos sintaxis; un instrumento único en el reino animal. Un sistema tan excelente que siempre ha maravillado a los especialistas en paleoantropología. Como muestra, he aquí las palabras del famoso investigador Richard Leakey en su obra Origins Reconsidered. In Search of what Makes us Human (1992): “Cuando pensamos en nuestros orígenes, siempre nos situamos de manera automática en el lenguaje. Los cánones objetivos de nuestra unicidad como especie, por ejemplo el bipedismo y la gran capacidad cerebral, se pueden llegar a medir con facilidad. Pero en muchos sentidos, lo que nos hace sentir realmente humanos es el lenguaje. Nuestro mundo es un mundo de palabras. Nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestra comunicación, nuestra riquísima cultura, todo, se configura gracias al lenguaje. Con el lenguaje podemos desvelar imágenes mentales, canalizar los sentimientos como la tristeza, la alegría, el amor, el odio. A través del lenguaje podemos expresar la individualidad o pedir lealtad colectiva. El lenguaje es nuestro caldo de cultivo: ni más, ni menos.” 14 Las ventajas de la opción sonora Si examinamos cada una de las lenguas del mundo, veremos que todas, sin excepción, se realizan gracias al sonido; son sistemas que basan la transmisión de información en la emisión vocal y en la recepción auditiva. En ningún caso se ha encontrado un grupo humano que hablase mediante gestos. La dimensión sonora de las lenguas ha de significar que en los orígenes de la humanidad la vía vocal-auditiva se vio favorecida selectivamente como forma central de comunicación lingüística. Caso aparte son los sistemas de signos de los sordos, que suplen la carencia auditiva con un lenguaje gestual plenamente desarrollado y equivalente al oral. Así pues, hay que discutir racionalmente por qué se impuso la vía vocal-auditiva frente a otros mecanismos con los que también habría podido transmitirse la información. La enumeración de las ventajas del sonido será contrastada a continuación con la otra forma posible de comunicación lingüística: la comunicación gestual. En primer lugar, el sonido puede oírse tanto de día como de noche, mientras que los gestos requieren unas condiciones de luz determinadas para ser percibidos. Pensemos en las largas noches de nuestros antepasados remotos y no en las condiciones actuales, que nos permiten iluminar una habitación sin ningún esfuerzo. En esas circunstancias, un sistema de comunicación gestual habría representado un grave inconveniente durante una parte importante del día. Así pues, la voz era rentable en cualquier momento, independientemente de la luz. En segundo lugar, los gestos solamente pueden transmitir información si el receptor mira directamente a la persona que los hace. En cambio, el habla oral es perceptible sin la inmovilización de la mirada: podemos dirigir la vista en cualquier dirección, movernos e incluso tener cerrados los ojos, y la voz nos llega sin ninguna dificultad. Ello es posible porque el sonido se esparce en todas las direcciones del espacio tridimensional. Así pues, la voz, además de ser percibida en la oscuridad, también podía llegar a los receptores 15 independientemente de su posición en el espacio. En tercer lugar, la voz puede ser percibida a distancia: por ejemplo, a cien o doscientos metros. En cambio, las gesticulaciones se empequeñecen a medida que los interlocutores se separan: unos gestos hechos con los dedos resultan inútiles a partir de una determinada distancia. La potencia de la voz constituyó, pues, una tercera ventaja, sumada a las dos anteriores. En cuarto lugar, tenemos ocupadas las manos durante buena parte del día en todo tipo de tareas, en cambio la boca sólo lo está cuando comemos y bebemos. En consecuencia, la vía vocal permitía ocupar una parte de nuestro cuerpo (la boca) más disponible que otros órganos. Esa vía vocal representa, eso sí, una pequeña sobrecarga, ya que los denominados “órganos del habla” han de duplicar sus funciones: los pulmones, además de producir los movimientos regulares de la respiración, tienen que funcionar de manera forzada (inspiraciones rápidas y breves, y espiraciones largas) durante las emisiones lingüísticas. Por otro lado, la boca es la vía de entrada de los alimentos y la lengua interviene en el proceso digestivo; su doble función como “órgano de habla” nos obliga a realizar una serie de movimientos muy rápidos que posibilitan las articulaciones del sonido. A pesar de estos pequeños inconvenientes derivados del habla como segunda función de algunos órganos, el conjunto de las cuatro ventajas descritas anteriormente parece que contribuyó al triunfo del sonido como base de la comunicación lingüística. En términos evolutivos, esta opción sonora puede ser considerada óptima, ya que permitió mejores adaptaciones, sobre todo de tipo social, pues favorecía la interacción entre los miembros del grupo y suponía una reducción de los costes, y también una mayor efectividad comunicativa. Los horizontes de la comunicación 16 Los poderes del lenguaje La definición que del lenguaje propuso Sapir (ver la página 21) puede ser completada con una variante como la siguiente: el lenguaje es un sistema de comunicación y de autoexpresión, de base vocal y auditiva, propio y exclusivo de los sereshumanos. Este sistema consta de un léxico arbitrario o convencional y, además, de unas reglas combinatorias (sintaxis) que permiten la construcción de una cantidad de secuencias en principio infinitas. El lenguaje, como facultad única y común de la especie humana, se realiza en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas que existen en el mundo. El carácter infinito del lenguaje puede ejemplificarse con relativa facilidad a partir de una serie de frases y textos como los que tenemos a continuación: (1) Hoy he llegado pronto. (2) Hoy he llegado más pronto que otros días. (3) Hoy he llegado más pronto que otros días, porque he terminado el trabajo antes de lo que pensaba. (4) Hoy, jueves, he llegado mucho más pronto que otros días laborables, porque he terminado el trabajo que me habían encargado mucho antes de lo que pensaba. Si te parece bien, podríamos ir al cine... Esta flexibilidad del lenguaje debe entenderse en relación con la flexibilidad del pensamiento. Hace un siglo y medio, Wilhelm von Humboldt (filósofo, lingüista y fundador de la Universidad de Berlín) avanzó la hipótesis de que si el pensamiento humano no tenía límites, el instrumento con el que lo expresamos, el lenguaje, también tenía que poseer esta condición ilimitada. Esta característica es central en toda definición del lenguaje, separándolo de modo evidente de otros sistemas de comunicación. Pero tal como veremos a continuación, las virtudes o los poderes del lenguaje se amplían a toda clase de dominios diferentes y lo convierten en un instrumento principal de construcción del “yo”, de autoexpresión, de comunicación y de nuestra ordenación del mundo. En primer lugar, el lenguaje es un instrumento básico para la 17 construcción del “yo” intrapersonal. Efectivamente, en todas las lenguas existe un sistema pronominal que contiene al menos dos formas: la que marca la persona que habla y la que designa al resto (con una, dos o más formas). De este modo, todo hablante dispone de un pronombre para referirse a sí mismo, lo cual a menudo se interpreta en el sentido de que ese pronombre de primera persona y singular consolida la autoconciencia, o al menos la expresa de manera precisa. En segundo lugar, el lenguaje es un instrumento para la autoexpresión libre. Al margen de los condicionamientos externos y de las posibles censuras e interdicciones procedentes del entorno, nuestro discurso interno se puede desarrollar sin obstáculos. Es útil añadir que tanto nuestros pensamientos como el diálogo silencioso que establecemos con nosotros mismos se realizan sobre la base del lenguaje: está demostrado que cuando pensamos en silencio la lengua realiza “movimientos subvocales” (los movimientos del habla, reducidos y sin llegar a la articulación sonora), lo cual es una prueba evidente de que nuestros pensamientos íntimos tienen como soporte el instrumento del lenguaje. En tercer lugar, el lenguaje es la herramienta privilegiada para la comunicación. Esta característica, que convierte al lenguaje en instrumento de información, aparece subrayada en muchas definiciones del lenguaje, por encima de los otros rasgos que estamos comentando. Resulta evidente que la comunicación desempeña aquí un papel central, pero no único. Esta dimensión comunicativa permite la socialización y la interacción entre los miembros del grupo de hablantes. El lenguaje ha sido considerado sobre todo como el elemento que posibilita la organización del trabajo, la distribución especializada de las diferentes tareas que realiza todo grupo humano. Finalmente, nuestra capacidad lingüística, el lenguaje, debe ser entendida como la herramienta con la que ordenamos el mundo. En nuestro entorno hay muchos objetos diferentes y también situaciones y acontecimientos singulares que se producen constantemente. Así, todo “accidente” (un suceso de 18 la realidad) es designado con la palabra accidente; toda “boda” es boda (y es evidente que los novios son diferentes como lo son el lugar y el tiempo de ese acto); toda “casa” es casa (independientemente de su situación, sus habitantes y el número de habitaciones); todo “viaje” es viaje (al margen del destino y del vehículo elegido). Ello significa que gracias al lenguaje clasificamos la realidad: los millones y millones de árboles del mundo pueden ser designados con la máxima simplicidad con la palabra árbol; de ese modo, los nombres comunes y los verbos actúan como símbolos (etiquetas clasificadoras que pueden aplicarse a una cantidad no finita de objetos diversos y de situaciones diversas). Hay que pensar que, sin la posesión de estas herramientas simbólicas, nuestra percepción del mundo y de cuanto éste contiene probablemente nos resultaría un auténtico caos. Este conjunto de virtudes o poderes del lenguaje configura un instrumento muy refinado y de un alcance extraordinario, muy alejado de las características comunicativas que hallamos en el mundo animal no humano. Pese a ello, cabe añadir que la comunicación en el marco de otras especies (que estudiaremos a continuación) no puede considerarse “inferior”. Esta palabra representaría un juicio de valor inaceptable, porque otras especies (las hormigas, las abejas y los chimpancés, por ejemplo) disponen de unos sistemas de comunicación perfectamente ajustados a las necesidades derivadas de su condición biológica y de las adaptaciones a su entorno. La comparación que comienza a continuación no pretende, pues, minusvalorar a las otras especies animales; sencillamente, es el modo de entender cuáles son las posibilidades del lenguaje humano en relación con otras formas de comunicación; comunicación “diferente”, no “inferior”. La comunicación entre los animales Hay que iniciar este apartado con una distinción 19 fundamental, ya que a menudo la palabra lenguaje se usa de una manera muy laxa y, de forma poco técnica, hablamos del “lenguaje de los colores”, del “lenguaje de las flores” y también del “lenguaje de los animales”. Estas extensiones metafóricas son perfectamente permisibles en el uso diario, pero en sentido estricto reservaremos el término lenguaje para el tipo de comunicación verbal humana que ya hemos definido en dos ocasiones. Y en lo que respecta a cualquier otra forma de transmisión de informaciones, usaremos el término comunicación. Así pues, se puede hablar de “comunicación animal”, por un lado, y de “lenguaje (humano)” por otro. Es evidente que en el reino animal (dejando ahora de lado la especie humana) existen formas variadísimas de comunicación: los ultrasonidos de los delfines, los gritos de los chimpancés, el despliegue del plumaje del pavo real, el lomo arqueado de los gatos, los cantos de los pájaros, los ladridos de los perros, etc. son auténticas señales, interpretables por los miembros de cada especie y tienen consecuencias en el comportamiento de los demás animales. Las feromonas, sustancias que segregan algunos animales (por ejemplo, a través de la orina) y que influyen en el comportamiento de los otros individuos de la especie (en tanto que actúan como marcadores del territorio, etc.), constituyen una forma de comunicación de tipo químico. Buena parte de la comunicación animal depende de condiciones estrictamente genéticas: como decimos a menudo, hablando de los animales, “lo hacen por instinto”. Pero también es cierto que determinadas habilidades que dependen de la experiencia se aprenden gracias a ciertos comportamientos comunicativos. En estos casos, las crías, separadas de sus progenitores, no desarrollarían determinadas habilidades: por ejemplo, la forma en que algunos chimpancés separan el grano metiendo la palma de la mano en agua para que ésta se lleve la paja. O también la habilidad con que introducen una pequeña rama, previamente impregnada de saliva, en los agujeros de las termitas para que se queden pegadas a ella. Pero en general la comunicación animal está dominada por el instinto y las señales 20 emitidas hacen referencia a temas como, por ejemplo, la alimentación, la reproducción, el peligro, la amenaza, la defensa delterritorio, etc. Así pues, la comunicación de los animales se circunscribe en cada caso al tipo de señal destinada a garantizar las necesidades de la propia especie. Dos ejemplos nos sirven para ilustrar algunas de las características de la comunicación animal: la “danza” de las abejas y las clases de gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus aetiops) de Etiopía y Kenia. En ambos casos se trata de formas de comunicación determinadas genéticamente. La “danza” de las abejas La “danza” de las abejas, que describimos a continuación, constituye un acto comunicativo que permite a una abeja exploradora informar a sus congéneres de la localización exacta de una fuente de néctar. Karl von Frisch, Premio Nobel de Medicina, describió meticulosamente esta danza en sus investigaciones. Según observó, cuando la abeja exploradora sale de la colmena, realiza un vuelo aleatorio hasta encontrar el néctar necesario para la producción de la miel. Inmediatamente vuelve a la colmena en línea recta y comienza a hacer una “danza” para informar a qué distancia y en qué dirección está la fuente productora de miel. La distancia está marcada por la velocidad del baile: si éste es rápido, ello significa que el néctar se encuentra cerca; pero si el baile es lento, la distancia es más larga. La información sobre la dirección es algo más complicada: la danza que ejecuta la abeja exploradora tiene la forma aproximada de un ocho (8) que puede tener diferentes orientaciones en el interior de la colmena, tomando la parte superior de ésta como punto de referencia de la posición del sol. Si al bailar, el segmento central del ocho se dirige hacia la parte superior, ello indica que hay que volar hacia el sol, pero si baila con este segmento en dirección contraria, será preciso volar de espaldas al sol. Además, tanto en un caso 21 como en otro, el vuelo de la parte central del ocho se puede inclinar para marcar el ángulo de la orientación respecto de la posición del sol. Ello indica con precisión la dirección que tendrá que tomar el enjambre, que, en cualquier caso, encontrará el néctar. Hay que decir que ni la abeja exploradora ni las demás han hecho estudios de geometría, y que por supuesto son incapaces de utilizar un transportador de ángulos. Esta comunicación tan precisa y efectiva solamente encuentra explicación como comportamiento codificado genéticamente. La “danza” de las abejas es un ejemplo de comunicación graduable: una mayor o menor velocidad al trazar la figura del ocho y diferentes grados de orientación respecto a la parte superior de la colmena. Pero en otros aspectos se trata de una comunicación cerrada: por ejemplo, la abeja exploradora no puede indicar cuál es la temperatura exterior, en qué especie de flores está el néctar o si convendría volar rápidamente (aunque la distancia sea larga) para llegar antes que otras abejas competidoras. Gritos de peligro Los gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus aetiops) son el segundo de los ejemplos anteriormente anunciados de comunicación animal determinada genéticamente. Estos animales tienen a su disposición unos treinta gritos diferentes, algunos de los cuales sirven para anunciar peligro y provocar un determinado comportamiento como respuesta. Entre estos gritos de advertencia destacan los tres siguientes: 1) xt: se acerca una serpiente 2) rraup: se acerca un águila 3) rrr: se acerca un león, un guepardo... De hecho, estos gritos constituyen un tipo de clasificación de las diferentes clases de peligro. El primero hace referencia a los depredadores terrestres reptiles; el segundo, a los depredadores aéreos; el tercero, a los depredadores terrestres que pueden correr y saltar. Los tres provocan inmediatamente las conductas 22 de defensa apropiadas: por ejemplo, al grito que avisa del águila, todos los cercopitecos de cara negra bajan de los árboles y se ocultan en tierra; en cambio, el grito que avisa de la presencia de leones obliga a todo el grupo a protegerse en lo alto de los árboles. Estas conductas siguen estrictamente el mecanismo de estímulo y respuesta, de manera que si un etólogo (especialista en comportamiento animal) provoca alguno de estos gritos sin que exista el peligro correspondiente, el grupo de cercopitecos reaccionará sin duda de la manera esperada. Además, cada grito constituye un todo inanalizable. El signo que comunica peligro por la presencia de águilas es rraup, y no puede ser descompuesto en rr + aup para significar, por ejemplo, “tres + águilas”. Si fuera así, los cercopitecos podrían hacer rrsht: “tres + serpientes”. En cambio, una expresión del lenguaje que avisa de un peligro es perfectamente analizable: vigila la serpiente consta al menos de tres unidades, cada una de las cuales es transportable a otro contexto: vigila la bicicleta, coge la cartera, no compres una serpiente, etc. Tanto el tipo de mecanismos de respuesta provocados por los gritos de advertencia como el carácter inanalizable de esos gritos indican que volvemos a encontrarnos ante un sistema cerrado que, como en el caso de las abejas, parece responder a patrones comunicativos biológicamente determinados. Por lo que respecta a estos ejemplos de comunicación animal (y con vistas a establecer, más adelante, las características específicas del lenguaje humano), hay que retener tres datos fundamentales: 1) la comunicación es cerrada. 2) los estímulos provocan necesariamente una reacción determinada. 3) las señales son un todo inanalizable. En cambio, en las lenguas hallamos que la comunicación es abierta (o ilimitada); los estímulos pueden provocar reacciones no previstas, y finalmente, las señales son articuladas y permiten una combinatoria muy rica. 23 Primates en cautividad y comunicación “Un divulgador de la filosofía cartesiana –escribe Chomsky– se refirió a la opinión de algunos nativos de Oceanía en el sentido de que éstos creían que los primates podían hablar, pero que no lo hacían por miedo a que los humanos los pusieran a trabajar.” Al margen de esta curiosa anécdota, a partir de los años cuarenta se iniciaron en Estados Unidos una serie de experimentos con chimpancés para verificar hasta dónde podían llegar sus habilidades verbales. El primer experimento conocido (en los años cuarenta) tuvo como protagonista a Wiki, una chimpancé, que al cabo de tres años de adiestramiento llegó a pronunciar, de forma muy defectuosa, cuatro palabras: papa, mama, cup (taza) y up (arriba). Estos resultados tan insatisfactorios revelan una pista interesante: los chimpancés no están dotados genéticamente para adquirir el lenguaje humano. Además, la pronunciación defectuosa se debía a la elevada posición de la glotis, que hace que estos animales no dispongan de espacio para las resonancias bajas. Por ello, en investigaciones posteriores, las estrategias se orientaron en otras direcciones, como ahora veremos. Veinte años después, durante los años sesenta, un matrimonio de psicólogos, Alan y Beatrice Gardner, intentaron transmitir las habilidades del lenguaje a una chimpancé joven a la que llamaron Washoe. Para lograrlo, y dadas las dificultades fonadoras anteriormente mencionadas, los Gardner enseñaron a Washoe el lenguaje gestual propio de los sordos americanos. Por ejemplo, juntar los dedos de una mano y olerlos quería decir “flor”; frotar el dedo índice contra los dientes significaba “cepillo de dientes”; ponerse un dedo en la lengua quería decir “dulce”; juntar los dedos de las dos manos en paralelo significaba “más” (y añadir ese gesto al anterior representaba “más dulce”), etc. De ese modo, en ocho años de adiestramiento lograron que llegase a producir unos ciento cincuenta gestos. Pero hay que decir que los niños humanos en ese periodo de ocho años (e incluso en menos tiempo)... 24 1) llegan a poseer de forma madura un sistema lingüístico extraordinariamente complicado y rico, conociendo miles de palabras y dominando estructuras morfológicas y sintácticas muy complejas; 2) experimentan un proceso de adquisición de la lengua totalmenteespontáneo, y las ocasionales indicaciones explícitas de los adultos a los niños (las correcciones) no representan ningún papel significativo en este proceso, que es muy natural, parecido (en muchos aspectos) al desarrollo de la visión, de la locomoción o de la precisión con la que llegan a usar los dedos. En el caso de Washoe, en cambio, el aprendizaje fue en todo momento guiado: fue explícito, de manera que los Gardner partían de una voluntad de transmitir un determinado tipo de lenguaje; 3) no siguen una estrategia de tipo conductista en lo que respecta a la adquisición del lenguaje. El adiestramiento de Washoe, en cambio, se realizó sobre una base estrictamente conductista; estímulo – respuesta – premio (en caso de que la respuesta fuera la deseada). Así pues, la comparación entre el aprendizaje de los chimpancés y la adquisición lingüística de nuestros niños pone de relieve de un modo muy evidente cuáles son las diferencias entre los primates más avanzados y los humanos en lo tocante al lenguaje. En tiempos más recientes se han realizado otros experimentos a base de usar piezas de plástico de colores y formas diferentes para que los chimpancés pidan cosas o para darles órdenes. Sobre todo se les enseña a pulsar las teclas de un ordenador para poder comunicarse con humanos. En todos los casos, y a pesar de la popularidad de algunas exhibiciones televisivas y del optimismo de los adiestradores, los resultados son extraordinariamente pobres si los comparamos con los que se observan en las criaturas humanas. De hecho, lo que se hace con estos chimpancés es condicionarlos en cautividad, en unas circunstancias que no les son naturales: por su cuenta, los chimpancés desarrollan el sistema de señales propio de su especie (gritos, gesticulaciones, 25 posturas corporales) y en ningún caso están en situación de pronunciar mamá o de agrupar piezas de plástico para designar una realidad de su entorno. Pese al entusiasmo de algunos psicólogos, lo que se logra con los chimpancés no es sustancialmente diferente de lo que puede conseguirse adiestrando a cabras bailarinas, a perros que caminan a dos patas o a elefantes que dan vueltas en el circo. La única diferencia es que el cerebro de los chimpancés está mucho más desarrollado y que al parecer estos animales tienen grandes capacidades imitativas. Y más si de su comportamiento dependen los premios y los castigos (y sobre todo la alimentación necesaria para sobrevivir). Como conclusión, vale la pena destacar las palabras de dos primatólogos, Sherwod Washburn y Ruth Moore: “Todos los primates son capaces de comunicar la sensación de miedo; pero sólo los humanos pueden decir que tienen miedo.” Comunicación y lenguaje: rasgos comunes y rasgos específicos En 1958, el lingüista estadounidense Charles F. Hockett elaboró una lista con las características del lenguaje. Dicha lista ha sido contrastada y citada ampliamente desde entonces hasta nuestros días, y permite entender cuáles son los rasgos que el lenguaje humano comparte con otros sistemas de comunicación animal y cuáles son específicos, es decir, exclusivos del lenguaje. A continuación hacemos una selección de la lista de características de Hockett. 1) Canal vocal-auditivo. Como hemos visto más arriba, las lenguas tienen como base fundamental el sonido, el cual a su vez se fundamenta en el aparato vocal del emisor, mientras que su destino es el sistema auditivo del receptor, al que llega la voz gracias a la vibración de las partículas de aire que se encuentran entre ambos. Pero esta característica no es exclusiva del lenguaje humano: los delfines, las abejas y los simios también utilizan 26 sonidos con finalidades comunicativas. 2) Transmisión radial y recepción unidireccional. Esta característica deriva estrictamente de la anterior. Es propio del sonido esparcirse en todas las direcciones del espacio, lo cual lo convierte en una herramienta privilegiada para la transmisión de señales. Por su parte, cada receptor es impactado directamente por el sonido como si la emisión se hubiera realizado exclusivamente para él siguiendo una línea recta entre emisor y destinatario. Y hay que añadir que este rasgo tampoco es exclusivo del lenguaje humano, sino que es común con los sistemas de comunicación animal anteriormente mencionados (delfines, pájaros, etc.). 3) Evanescencia. Un gesto estático hecho con las manos se puede mantener durante un tiempo más corto o más largo, pero las emisiones sonoras se disipan una vez emitidas; es decir, “a las palabras se las lleva el viento”. Esta característica, la fugacidad, también es propia de todo sistema de transmisión de señales basado en la opción sonora y representa una ventaja notabilísima, ya que la emisión, una vez agotada, deja lugar a otras emisiones. Este rasgo es, precisamente, la condición que hace posible el habla dialogada entre los interlocutores. Hay que añadir que para contrarrestar la fugacidad del habla, los humanos inventaron la escritura, hace más de cinco mil años. Y es que, como decían los latinos, verba volant, scripta manent (“las palabras vuelan, los escritos permanecen”). 4) Semanticidad. Las señales lingüísticas tienen una doble dimensión: por un lado son realidades perceptibles sensorialmente, y por el otro transmiten significados. Son las dos caras del signo, que consta de significante y significado, tal como estableció Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general (1916) siguiendo una tradición bimilenaria. En la medida en que las señales de los delfines o los gritos de los cercopitecos de cara negra repercuten en la conducta de los otros miembros de la especie, hay que decir que esta característica tampoco es exclusiva de las lenguas naturales de los humanos; más bien es propia y común a todos los sistemas de señales. 27 A diferencia de las cuatro anteriores, parece que las seis características que presentamos a continuación son exclusivas de las lenguas humanas, y se dan de forma universal. 5) Arbitrariedad o convencionalidad. Las señales lingüísticas (para entendernos y sin tecnicismos, las palabras) son independientes de la materialidad de los objetos que designan: la palabra casa no está hecha de piedra, ladrillos, madera, etc.; la palabra agua ni moja, ni apaga la sed; la palabra fuego no arde ni quema. Además, la sustancia “agua” en castellano es agua; en inglés, water; en swahili, maji; en vasco, ur. Todo ello significa que la vinculación entre las realidades y las palabras que usamos para designarlas es fruto de un pacto arbitrario o convencional; cada grupo de hablantes ha convenido unas formas verbales propias, en ningún caso surgidas por obligación a partir de las características de los objetos (excepto en el caso de las onomatopeyas). La arbitrariedad es un rasgo universal en todas las lenguas y es el origen del simbolismo: la palabra casa se puede aplicar a todas las casas que han existido, que existen y que existirán, sin ninguna limitación. La arbitrariedad de las señales lingüísticas se demuestra muy fácilmente si tomamos una realidad común a toda la humanidad, por ejemplo la cabeza, y comprobamos que las designaciones de esta realidad son diferentes en las distintas lenguas. head en inglés tête en francés cabeza en castellano buru en vasco cap en catalán kichwa en swahili tou en chino uskoli en cherokee 6) Desplazamiento o independencia temporal. Los cercopitecos de cara negra no pueden hablar del león que les amenazó la semana pasada; las abejas no pueden hacer una danza para referirse al néctar que irán a buscar pasado mañana; tampoco consta que los chimpancés puedan mantener una 28 conversación sobre las termitas que comerán en el futuro. En cambio, una característica típica y general de las lenguas del mundo es que en todas es posible superar los límites del momento presente; se puede recordar el pasado y se puede prever el futuro. Todas las lenguas tienen formas temporales, ya sea incorporadasa la morfología verbal (escribí – escribo – escribiré) o marcas especiales de tipo adverbial (ayer – ahora – mañana) añadidas a la descripción de las acciones. Hay que anotar que esta característica específica está en la propia base de las narraciones y que en especial hace posible la construcción de la historia personal y colectiva. 7) Dualidad o composicionalidad. Cuando nos hemos referido a los gritos de los cercopitecos de cara negra (página 28), hemos dicho que no son analizables, que no se pueden subdivididir en fragmentos menores. Las lenguas humanas, en cambio, constan principalmente y de manera universal de dos niveles estructurales: por un lado existen signos como por ejemplo vaso, gato, humo, hambre, etc., que transmiten información (un recipiente, un animal, un fenómeno y una sensación, respectivamente). Éstos son las unidades básicas de la significación, la moneda comunicativa. Pero esas piezas están construidas con elementos menores de otro nivel: v, a, s, o, h, u, m, o, en los ejemplos anteriores, de manera que cualquier palabra puede ser analizada en lo que respecta a los elementos sonoros que la configuran. Estos elementos básicos son realmente muy pocos (entre veinte y cuarenta, en la mayoría de los casos); pero con sus combinaciones se organiza todo el nivel léxico (y todos los elementos gramaticales), y éste puede llegar a decenas de miles de formas. 8) Productividad. La característica anterior, combinada con las posibilidades de las estructuras sintácticas y de las construcciones textuales, tiene como consecuencia que la cantidad de mensajes sea, en principio, infinita. De hecho, todo cuanto se dice y escribe en una lengua cualquiera está muy lejos de constituir un cuerpo cerrado: siempre es posible la creación de oraciones y textos nuevos, adaptados a las circunstancias 29 nuevas y a las capacidades del pensamiento en cada momento. La productividad de los sistemas lingüísticos está en los fundamentos mismos de las creaciones de las ciencias, de la filosofía y de la literatura, productos verbales que no tienen análogos en el mundo animal no humano. 9) Disimulación o falsificación. Las lenguas se usan habitualmente de acuerdo con unos principios éticos que nos llevan a decir la verdad, o lo que nos parece que es verdad. Sin embargo, esos mecanismos tan potentes también permiten la formulación de mentiras, y si alguien nos pregunta cómo ir a la estación de autobuses, podemos emitir un texto verbal que lo lleve a la estación del ferrocarril. En otro nivel, la disimulación está en la misma base de los enunciados irónicos: Es un pozo de ciencia, en determinados contextos y situaciones, puede ser equivalente a Es un burro, es un ignorante. La producción de metáforas es una forma atenuada de disimulación; así, cuando alguien dice, por ejemplo, María es un libro abierto, no pretende significar que es un determinado objeto, sino que su sabiduría se combina con la claridad de exposición. 10) Reflexividad. Las lenguas normalmente sirven para hablar de las personas, de los objetos, de las situaciones y de los acontecimientos del mundo real. Pero la potencia de las lenguas permite, sobre todo, que podamos hablar de las propias lenguas. “Antonio” es un nombre propio; “Hoy” es un adverbio y “de” es una preposición son enunciados reflexivos (también denominados “metalingüísticos”). Una gramática es una obra en la que se usa la lengua para hablar de las estructuras de la lengua; un diccionario es una obra en la que se emplean formas de una lengua para definir el significado de las entidades léxicas de la propia lengua. En realidad, este libro es una obra que explota el rasgo de la reflexividad del lenguaje, ya que utiliza la lengua para hablar de la lengua. Las diez características que configuran este apartado constituyen una definición de los rasgos esenciales del lenguaje como facultad humana y también se aplican a todas las lenguas del mundo (sin ninguna excepción) en las que se concreta esta 30 facultad. Especialmente las seis últimas características (más aún si las tomamos en conjunto) nos proporcionan una imagen del lenguaje como hecho único en el marco de la naturaleza porque ningún otro sistema de comunicación permite todo lo que las lenguas permiten: el despliegue del simbolismo, la flexibilidad temporal, la riqueza de la composicionalidad, la productividad sin límites, la disimulación y la reflexividad. Todo ello confirma, una vez más, la extraordinaria potencia y la versatilidad del sistema humano de comunicación y de expresión. Resumen Este capítulo introductorio ha sido concebido como una presentación cultural y genérica del fenómeno del lenguaje. En primer lugar, se ha considerado que una visión científica sobre los orígenes de nuestra facultad expresiva ha de situar este problema en el marco de la evolución de los homínidos, y más concretamente en la aparición de la especie Homo sapiens en África oriental hace aproximadamente unos cien mil años. También hemos estudiado las ventajas del sonido como vía privilegiada para la transmisión de información. El sistema vocal-auditivo funciona en la oscuridad, abarca distancias considerables y además no requiere la visión directa. Estas características son, con toda probabilidad, las que hicieron de este sistema una forma de comunicación muy eficaz, que aprovechaba los sonidos y no los gestos, lo cual presentaba ventajas en cuanto a la adaptación de la nueva especie, sobre todo desde el punto de vista de la complejidad de la vida social. Para entender mejor cómo es nuestro lenguaje, lo hemos contrastado con otras formas de comunicación animal. Esta comparación ha permitido ver que, en líneas generales, la comunicación animal está determinada de manera innata, es bastante fija y se limita a una pequeña cantidad de información claramente relacionada con las condiciones de supervivencia. Finalmente, se han estudiado los rasgos específicos de las 31 lenguas y, de manera singular, seis características que sólo se encuentran en el habla humana. Entre estas seis hay que destacar la arbitrariedad de las señales, la posibilidad de hacer referencia al tiempo y la productividad (basada en la dualidad estructural). Aplicaciones prácticas 1. El siguiente texto deja bien claras las diferencias entre la comunicación animal y el lenguaje (sus autores son especialistas en primatología): “La inmensa mayoría de la comunicación animal (dejando de lado los gritos de aviso y las vocalizaciones para marcar el territorio) es de tipo gestual, y por ello los animales tienen que verse unos a otros para comunicarse. Una limitación aún mayor supone el hecho de que la comunicación se refiere casi exclusivamente a la expresión de las emociones. Todos los primates pueden comunicar la sensación de miedo, pero sólo los humanos pueden decir que tienen miedo. Algunos simios emiten sonidos para indicar que el peligro viene de arriba o que viene de abajo, pero no pueden indicar de qué peligro se trata.” (Washburn & Moore, Del mono al hombre, 1986, pág. 217). 2. Observación de los movimientos subvocales. Leed el siguiente texto: “La dimensión sonora de las lenguas es tan fundamental que incluso cuando leemos en silencio (o cuando hablamos con nosotros mismos) hacemos los denominados “movimientos subvocales” y la lengua se mueve de manera atenuada, sin llegar a articular el sonido.” Volved a leer este párrafo a gran velocidad, fijándoos en los movimientos subvocales (hay que concentrar la atención especialmente en la lengua). 3. Las ventajas de la opción auditiva. Enumerad y comentad brevemente cuáles son las ventajas de un sistema de comunicación oral-auditivo contrastándolas con la vía descartada de tipo gestual-visual. Una buena confirmación de 32 esta diferencia es pasar un fragmento de una película (¡o la película entera!) primero sin imágenes y después sin sonido. 4. Dos definiciones de lenguaje. Comparad la definición de lenguaje de Sapir (apartado 1.2) y la que aparece en el apartado 2.1. Es preciso comprobar sus similitudes y diferencias,tanto en lo que respecta a los componentes de ambas como en lo tocante a la presentación de la información y de los elementos constitutivos de cada definición. 5. Las expresiones onomatopéyicas no son una parte importante de las lenguas. Sin embargo, observad las siguientes, que hacen alusión al canto del gallo: en francés, cocorico; en inglés, cock-a-doodle-doo; en castellano, quiquiriquí; en catalán, quiquiriquic. Si los gallos cantan siempre igual, ¿por qué encontramos estas diferencias? Las diferencias están determinadas por dos factores. En primer lugar, por las convenciones de la escritura. Pero especialmente porque cada lengua es un sistema sonoro peculiar que reproduce el canto según las posibilidades contenidas en ese sistema. Por ejemplo, en catalán es posible el final en –quic; en cambio, en castellano es posible el final en –qui. 6. Las zonas del cerebro donde se hallan los dos centros principales del lenguaje son el área de Broca (en la tercera circunvolución del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo del cerebro) y el área de Wernicke (en la primera circunvolución del lóbulo temporal, también en el hemisferio izquierdo del cerebro). Comprobad estas localizaciones en la figura núm. 2. 7. Observad las siguientes experiencias realizadas con un chimpancé: 1) Una adiestradora se acerca a la jaula: lleva un caramelo y dos vasos bocabajo. Lo deja todo en una mesita delante de la jaula y esconde el caramelo bajo el vaso de la derecha. 2) El chimpancé señala ese vaso; la adiestradora destapa el caramelo y se lo da. El experimento se repite en días sucesivos. 3) Pero un día aparece un adiestrador con el caramelo y los vasos. Hace las mismas operaciones y cuando el chimpancé señala el vaso correcto, el adiestrador descubre el caramelo y se lo come. 4) El chimpancé chilla y salta, enfadadísimo. 5) Al día siguiente, el adiestrador vuelve y esconde el caramelo en el vaso 33 de la derecha. 6) El chimpancé señala... el vaso de la izquierda. La pregunta es: ¿podía mentir ese chimpancé? ¿Era capaz de “disimulación”? Hay que decir que en circunstancias naturales, en la selva, parece que los chimpancés no son capaces de mentir, de dar información falsa. El caso del chimpancé enjaulado es muy diferente: fuera de su medio natural y en contacto con humanos que mienten o que no responden a sus expectativas, desarrolló la habilidad de la “disimulación”. 8) Las características más importantes de la comunicación animal son las cuatro siguientes: 1) el esquema estímulo- respuesta, de manera que un determinado peligro provoca, por ejemplo, un mismo grito y una misma reacción en el grupo; 2) la comunicación cerrada, referida a las necesidades básicas (la alimentación, los peligros, la sexualidad, la defensa territorial, etc.); 3) las señales inanalizables, o que no se pueden dividir en unidades de un nivel inferior; 4) una cantidad relativamente pequeña de señales. 34 Capítulo II. El modelo de la comunicación y los tipos de señales En el capítulo precedente se define el lenguaje humano por referencia a algunos sistemas de comunicación animal. Definir, en una de sus posibles acepciones, equivale a aislar (y establecer los límites de algo). Por eso hemos separado nuestra condición de hablantes de otras formas de comunicación. Ahora se trata de situar el lenguaje, de una manera explícita, en el marco global de la comunicación; especialmente en lo que respecta a las condiciones en las que se puede transmitir información desde una fuente emisora a un destino receptor. Así pues, habrá que estudiar los elementos que intervienen en un proceso de este tipo y las funciones y operaciones que se establecen en el mismo. Además, está claro que la vinculación entre la fuente y el destino no se puede producir sobre la base de la nada; el viaje de la información solamente podrá cumplirse si utilizamos como intermediarios unos elementos físicos denominados señales, que pueden ser de varios tipos. Hemos de centrar nuestra atención especialmente en las señales estrictamente convencionales, que son las características de la comunicación lingüística. También resulta evidente que las lenguas disponen de un repertorio extenso de señales denominado vocabulario. Pero sólo con este repertorio léxico las lenguas se verían profundamente limitadas y únicamente podríamos señalar los objetos del entorno y los acontecimientos puntuales. Por ello hay que centrar la atención muy especialmente en las posibilidades combinatorias de las señales lingüísticas como dimensión que 35 hace factible la producción de oraciones y textos, sin más limitaciones que las que derivan de la estructura propia del sistema expresivo. La complejidad del acto comunicativo Los elementos del proceso de comunicación La comunicación es un proceso para la transmisión de señales entre una fuente emisora y un destino o receptor. Esta comunicación puede presentar formas muy diversas; la más simple es, por ejemplo, la orden verbal que una persona emite en un bar (del tipo Ponme un café), destinada a un camarero concreto, receptor de ese mensaje. Otra más compleja es la información que nos suministra un semáforo: las normas de circulación establecidas hacen que un servicio municipal instale unos mecanismos de señalización vertical con los que se dan las indicaciones oportunas a un número no determinado de personas (viandantes y conductores), que recibirán los mensajes y tendrán que atenerse a las indicaciones del semáforo. Además, el semáforo emite las señales independientemente de la presencia de vehículos y viandantes (es, pues, del todo insensible a los receptores). En cualquier proceso de comunicación hay que considerar la presencia, estrictamente necesaria, de seis elementos, que quedan esquematizados de la siguiente manera: 36 Este esquema se interpreta de la siguiente manera: un emisor elabora un mensaje y lo convierte en una señal o conjunto de señales dirigidas a un receptor. Este mensaje hace alusión a alguna realidad (física o mental, externa al emisor o interna, etc.), es decir, tiene un referente. Además, el mensaje ha de viajar a través de un medio físico o canal de transmisión y, finalmente, tanto el emisor como el receptor tienen que poseer la clave o código que les permita, por un lado, la elaboración de la señal, y por el otro, su interpretación o descodificación. Por ejemplo, en una estación de ferrocarril oímos por megafonía el siguiente mensaje: El tren tranvía con destino a Tarragona, que tiene la salida a las 10.30, está situado en la vía número cuatro. El emisor es la compañía ferroviaria, por medio de uno de sus trabajadores. Los receptores son los viajeros. El mensaje es el texto verbal que se ha emitido. El referente es la información sobre el destino, la hora de salida y la situación del tren. El canal es, por un lado, la instalación de megafonía, y por el otro, el aire que está entre los altavoces y el aparato auditivo de los receptores. El código, finalmente, es la lengua castellana, conocida por el emisor y por los receptores. Un esquema como el que acabamos de presentar es válido para cualquier tipo de comunicación. Para la comunicación 37 lingüística y para la comunicación gestual, táctil y olfativa. También es válido, con pequeñas correcciones, para la comunicación no intencionada: las nubes no pretenden informar sobre la posibilidad de lluvia; pero de hecho, los humanos nos convertimos en receptores y extraemos información de ellas. Por esa razón hay muchos procesos comunicativos no intencionales que se producen a partir de la interpretación oportuna de los estados de la naturaleza. Hemos dicho antes que los seis elementos del esquema son absolutamente imprescindibles para que se cumpla el acto de comunicación. Efectivamente, sin emisor este acto falla por su propia base. Por otro lado, si una persona emite un mensaje y nadie lo recibe (por ejemplo, si habla sola en medio del desierto) tampoco se producirá un acto de comunicación. En otra situación, dos personas silenciosas que no emiten ningún mensaje (niverbal, ni gestual, etc.) son dos personas yuxtapuestas y nada más. También falla la comunicación si una persona emite un mensaje y hay otra en actitud de recibirlo pero el canal está bloqueado o cerrado; esto impide la transmisión de la señal, de manera que ésta no llega al receptor (por ejemplo, si el canal telefónico está cortado en algún punto). Finalmente, si el emisor sólo sabe chino y el receptor sólo habla inglés, la comunicación es imposible porque esos hablantes no comparten el mismo código. Así pues, los seis elementos o ingredientes del esquema comunicativo son absolutamente imprescindibles. Cabe añadir que, según sean las características de los diferentes elementos del proceso de comunicación, un esquema como el que acabamos de describir admite muchas variantes. El emisor puede ser directo o bien interpuesto. En una conversación, cada participante es un emisor directo, pero en los casos de la información del tren y del semáforo anteriormente mencionados, existe una interposición (o más de una): la compañía informa a través de uno de sus empleados. En el polo receptor puede haber un destinatario o más de uno, y también una verdadera multitud. Igualmente, tal como los anuncios publicitarios ejemplifican, puede darse el caso de un 38 mensaje emitido de manera general que sólo se dirige a una parte específica de los receptores potenciales: parece evidente, por ejemplo, que un anuncio de productos de limpieza y un anuncio de un coche de lujo seleccionan automáticamente destinatarios diferentes. Los mensajes pueden ser verbales (muy sencillos, como una orden, o muy complejos, como un discurso o una clase) y también pueden ser visuales (como las vallas publicitarias, la información del código de circulación o la inmensa mayoría de las señales utilizadas en estaciones, aeropuertos, metro, etc.). Los referentes de los mensajes también pueden ser muy sencillos y muy complejos. En general son muy sencillos, por ejemplo, las informaciones (o referentes) visuales del semáforo y de los indicadores de dirección. En cambio, las informaciones del lenguaje admiten una gama de riqueza extraordinaria. Podemos hablar del estado del día (Hoy hace calor), de un objeto que nos llama la atención (Qué autobús más moderno), de nuestro estado físico (Ahora me duele el estómago), de una situación anímica (Me preocupan mis hijos), etc. Y también podemos matizar las opiniones (Lo que has dicho me parece bien; pero yo no lo diría de una manera tan contundente) e incluso elaborar discursos mucho más complejos. Todo ello gracias a que, en el caso del lenguaje, la complejidad de la información puede ser muy grande. Parece que los referentes de las lenguas no tienen más límites que los de nuestro pensamiento. En cuanto a las variantes referidas al código (hasta ahora hemos hablado de la diversidad de los cuatro primeros elementos del esquema de la comunicación), hay que decir que, con relación al lenguaje, existen tantos códigos como lenguas; unas seis mil en el momento actual. Además, cada lengua tiene subcódigos: principalmente los diferentes dialectos, los registros (elevado, popular...) y las jergas (profesionales, juveniles, de la delincuencia, etc.). Hay que tener presente que una lengua es un territorio amplio y rico donde cada hablante se puede situar con comodidad gracias a la modulación del código común, que admite todo tipo de variantes. 39 El último elemento del esquema, el canal, también admite diferentes configuraciones. El aire es el canal del habla ordinaria. El papel es el canal o soporte más frecuente de la comunicación escrita. El espacio visual entre emisor y receptor es la vía de la comunicación visual, etc. Muy a menudo, si se aplican a la comunicación medios tecnológicos interpuestos entre el emisor y el receptor, como el teléfono, la transmisión radiofónica, el fax o el correo electrónico, el canal se hace más complejo. Las funciones de los elementos El gran lingüista ruso Roman Jakobson determinó los papeles asociados a los seis elementos que intervienen en cualquier proceso de comunicación. Estos papeles se denominan funciones del lenguaje. Cada uno de los elementos lleva asociada la posibilidad de que los mensajes queden caracterizados de una manera diferente, según la dominancia de uno de los elementos por encima de los demás. 1) Función expresiva. El emisor genera la “función expresiva”, o la posibilita. Ésta se pone de relieve en el uso de 40 las interjecciones y también en la construcción de mensajes en los que, además de lo que decimos, se manifiesta la actitud, la sensibilidad o el estado de ánimo de la persona que emite un mensaje. Una interjección como, por ejemplo, ¡ay! resulta poco informativa desde el punto de vista referencial: no sabemos si la persona que ha emitido esta señal se ha pinchado, se ha quemado, ha recibido un golpe, etc. En cambio, es muy informativa desde el punto de vista expresivo: sabemos que “le pasa algo”. Por otra parte, una misma expresión, plenamente informativa o referencial, como ¡Hoy hace calor! puede emitirse con satisfacción, con inquietud o en tono neutro; de modo que, además del significado de la expresión, el modo adoptado nos da indicios de cómo ve ese hecho el emisor. En este sentido, al hablar también suministramos información sobre nuestro estado de ánimo y nuestros puntos de vista, a menudo involuntariamente. Los actores y las actrices “dicen” los textos teatrales de modo que queda clara la actitud y los sentimientos de los personajes: aprovechan, pues, las posibilidades de la función expresiva (también denominada función emotiva). 2) Función conativa. El polo receptor genera la “función conativa”. Esta función se manifiesta especialmente en el uso de las formas verbales de imperativo. Una expresión como ¡Ocúpate de tu trabajo y déjame en paz! contiene poca información referencial (no nos referimos a un trabajo concreto, por ejemplo). En cambio, lo característico de este tipo de expresiones es el uso del lenguaje dirigido al receptor con la finalidad de que éste actúe o deje de actuar de una manera determinada. La función conativa (o coactiva) también se manifiesta con usos no estrictamente imperativos: Lo siento; pero ahora estoy muy ocupado, o bien: ¿Verdad que podrías dejarme solo unos minutos? 3) Función poética. La atención específica a los mensajes da lugar a la “función poética”. Por norma general, el uso del lenguaje es instrumental y cuando alguien habla no prestamos atención a la forma de su discurso; más bien nos ocupamos directamente de lo que dice, del significado de sus palabras. Sin 41 embargo, en ocasiones lo que nos sorprende son las propias palabras; es la organización del discurso, y no su contenido, lo que nos llama la atención de entrada. Comparemos estos dos ejemplos. (1) El pesado de Sinforoso... (2) El pegajoso de Sinforoso... El primer ejemplo es puramente informativo e instrumental; mientras que el segundo llama un poco la atención, en parte por la selección de las palabras, y en parte por la aliteración pegajoso – sinforoso. La “función poética”, estudiada especialmente por Jakobson, implica una elaboración de los mensajes y es típica no sólo de la poesía, sino también de la publicidad y de los eslóganes políticos. Se podría establecer un paralelismo entre el lenguaje ordinario y el poético, por un lado, y entre la visión a través de un cristal limpio y de una vidriera, por otro. Cuando miramos a través de una ventana, vemos lo que hay fuera (pero no el vidrio); en cambio, si queremos mirar a través de un vitral, es el propio vitral el que nos impone su presencia. 4) Función referencial. El referente da lugar a la “función referencial” o informativa, poniendo de manifiesto la característica que a menudo se asocia al lenguaje como dominante o central: la de ser un medio de comunicación. Volviendo a uno de los ejemplos anteriores, la expresión ¡Hoy hace calor! remite o hace referencia a un momento en el tiempo y a una temperatura elevada (al margen de las demás informaciones anteriormentemencionadas). Buena parte de las emisiones lingüísticas se caracterizan por basarse en referentes bastante claros: objetos de la naturaleza (Este árbol está un poco torcido), acontecimientos (Ahora mismo salimos de vacaciones), estados de ánimo (Hoy me encuentro muy ilusionado), etc. Algunos géneros periodísticos, como las noticias, crónicas y reportajes, se basan fundamentalmente en el referente, que se convierte en elemento predominante del esquema de comunicación, por encima de los demás. También en los textos científicos y técnicos destaca la función referencial. 42 5) Función metalingüística. El código puede generar, en algunas ocasiones, la “función metalingüística”. Ésta es la característica de algunos mensajes, cuyo objetivo es el propio código y que a menudo adquieren la forma de una petición de aclaración. Por ejemplo, ante la palabra pegajoso, alguien podría preguntarnos: ¿Qué quiere decir “pegajoso”? Esa pregunta significa que una persona determinada no ha comprendido un elemento del código y nos pregunta el significado. Nosotros podríamos responderle: “pegajoso” significa “lapa”. A su vez, podría volver a preguntarnos: ¿Qué quiere decir “lapa”?, y así sucesivamente. La función metalingüística es, pues, la dominante en los mensajes centrados en el código, de manera que usamos una lengua para hablar de la propia lengua. Las gramáticas, los diccionarios y los libros de lingüística son obras que no podrían escribirse si las lenguas no pusieran a nuestra disposición la “función metalingüística”, que, dicho de forma llana, permite que el pez se muerda la cola: en este caso, la lengua no se usa para hablar de las cosas, sino de sí misma. 6) Función fática. El canal está en el origen de la “función fática” o de contacto. En un diálogo, y más si éste se produce por teléfono, es muy frecuente que uno de los interlocutores dé señales de que está escuchando: sí... sí... mmm... claro... sí... ¡fíjate! ¡claro! En caso de que no lo hiciera, la persona que habla interrumpiría su exposición para asegurarse de que, efectivamente, el otro estaba escuchando y diría algo así como: ¿Me oyes? Esos mensajes de contacto desempeñan un papel fundamental: verificar si el canal continúa uniendo a los interlocutores; comprobar que el canal está abierto. Además, en el canal puede haber lo que técnicamente se conoce como “ruido”; es decir, elementos que pueden perturbar o dificultar el viaje de las señales. Por eso, los mensajes han de compensar la posibilidad de pérdidas a fuerza de introducir la “redundancia”: un exceso de señales que garantice la recepción de la información esencial. Por ejemplo, en la expresión Las abuelas espabiladas, las marcas de género y de número aparecen tres veces, lo cual dificulta la pérdida de información. Una 43 redundancia característica es la elevación del tono de la voz para compensar el ruido ambiental y la pérdida de información derivada de él. Las seis funciones estudiadas hasta aquí ofrecen un ejemplo más de la riqueza y versatilidad del lenguaje. Ello ha de agregarse a lo que ya sabemos sobre las ventajas de la vía sonora (página 22), sobre los poderes del lenguaje (página 23) y sobre los rasgos específicos que, en contraste con la comunicación animal, definen nuestra capacidad verbal (página 32). Tipos de comunicación El modelo de la comunicación, sintetizado en el esquema de los seis elementos, admite una pluralidad de realizaciones que desarrollaremos a continuación, seleccionando solamente los polos emisor y receptor. 1) Comunicación unidireccional. La comunicación unidireccional es la que se produce si el emisor mantiene siempre su papel, mientras que el receptor actúa siempre como receptor. Esta modalidad admite una serie de variantes, como por ejemplo las siguientes: a) de uno a uno: Este esquema corresponde al tipo de comunicación representado por la orden que una persona da a un subordinado, en unas condiciones en las que éste no tiene la opción de responder. b) de uno a muchos: 44 En este caso, el conjunto de situaciones en que un emisor se dirige a una pluralidad de receptores puede ser muy variado: una conferencia, una clase magistral, las emisiones de radio y de televisión, la prensa, los libros, etc. En todos estos casos, el emisor debe ser muy cuidadoso ante un público receptor heterogéneo, lo cual acarrea consecuencias importantes por lo que atañe a la elaboración de textos que deben ser autosuficientes, porque en la mayor parte de los casos los receptores no tendrán ninguna posibilidad de conectar con el emisor para solicitar aclaraciones. c) de muchos a uno: En turnos sucesivos, evidentemente, ésta es la modalidad característica de algunas situaciones en las que un tribunal académico presenta sus opiniones ante una persona que lee su tesis doctoral o se presenta a unas oposiciones. La respuesta del candidato se ajusta al esquema anterior b), según el cual un E se dirige a una pluralidad de R. Si los emisores no respetan la sucesividad de turnos de palabra e intervienen todos a la vez, nos encontraremos ante un debate televisivo sin control, por ejemplo. 2) Comunicación bidireccional. La comunicación 45 bidireccional es una modalidad en la que emisor y receptor alternan sus papeles. Presentamos dos modelos de ésta: a) conversación o diálogo: La conversación se caracteriza, típicamente, por la denominada “alternancia de los turnos de palabra”. Dicha alternancia tiene sus propias reglas, e incluso se marca expresamente: pausa realizada por el emisor que da lugar a la intervención de otro, preguntas, recuperación de un fragmento de la intervención anterior, gestos inquisitivos que favorecen la respuesta, peticiones de palabra, etc. b) debate: El debate quizá sea la situación comunicativa más compleja; por ello suele requerir la presencia de un moderador que controle expresamente las intervenciones o los turnos de palabra. Este modelo de comunicación bidireccional puede aplicarse tanto a los debates habituales en los medios de comunicación, como a las clases participativas, a las mesas redondas y a las conferencias abiertas que se llevan a cabo gracias a las redes electrónicas. En el caso de un debate 46 televisivo, este esquema tendría el valor de un E global (múltiple) y la audiencia representaría un R también múltiple. Este conjunto de esquemas nos muestra, una vez más, la variabilidad de la comunicación verbal. Con todo, hay que decir que la conducta comunicativa más característica es el diálogo o conversación, que es, por otra parte, la modalidad gracias a la cual adquirimos la plena posesión del lenguaje. El poder informativo de las señales Clasificación general de las señales Todos los procesos de comunicación se llevan a cabo a condición de que entre el emisor y el receptor exista el necesario vínculo de la señal física, y eso es válido para la comunicación visual, olfativa, táctil, etc. y, por supuesto, para la comunicación lingüística. Así pues, es ahora el momento de desplegar el panorama general de las señales para situar en él las que son propias del lenguaje. Inicialmente, hay que decir que vivimos en un mundo absolutamente dominado por señales de todo tipo: rótulos de dirección, semáforos, pictogramas de los deportes olímpicos, logotipos de diarios, revistas y televisiones, indicadores de estancos, de peluquerías, de farmacias. Las estaciones ferroviarias, los aeropuertos y los grandes almacenes son lugares ideales para comprender hasta qué punto son necesarias las señales, ya que sin ellas la desorientación de los usuarios sería total (como ejercicio recomendable, vale la pena elegir uno de esos espacios y acudir a él no en calidad de viajeros o compradores, sino como “perceptores de señales”, o bien dar un paseo por la calle para captar señales). Además, los humanos buscamos señales en la naturaleza (las nubes, los charcos, el humo, las huellas son interpretadas como señales); incluso los grupos culturales otorgan a ciertas realidades la condición de señales: un árbol singular, una 47 montaña, un río,
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