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Sobre la mentira Gerolamo Cardano Michel de Montaigne Mateo Alemán Robert Burton Franeis Bacon La Mothe le Yayer Pió Rossi Vauvenargues Denis Diderot Jean-J arques Rousseau Fedor Dostoyevski Robert Louis Stevenson cuatro ¿Mentir es ir contra la mente? ¿O, por el contrario, la mentira y la duplicidad son con sustanciales al hecho mismo de pensar? ¿Es el disimulo el rasgo diferenciador del animal humano? ¿En el fondo, como se afirma, resulta más fácil decir una verdad que una mentira? ¿No cabe sospechar, con Rousseau, que el hombre embustero es, paradójicamen te, una expresión de la generosidad humana? ¿Es la literatura la verdad de la mentira? ¿Tienen los rusos, una propensión natural al engaño, según lamenta Dostoyevski? Estas y otras cuestiones han sido motivo de preocu pación, inquietando hondamente a los euro peos modernos desde que el humanismo renacentista descubrió ese inmenso conti nente del Yo, del individuo moderno y sus complejas relaciones con los otros. Grandes figuras de las letras europeas -desde los primeros exploradores de la mente moderna, como Cardano y Montaigne hasta grandes fabuladores como Stevenson y Dostoyevski, pasando por filósofos de la talla de Bacon, interesantes pensadores des conocidos en España, como el escéptico La Mothe o el autor del Léxico de la mentira, Pió Rossi, desengañados barrocos como nuestro Mateo Alemán, estudiosos de la melancolía como Burlón, lúcidos ilustrados como Diderot, aforistas como el inédito Vauvenargues o sinceros prerrománticos como Rousseau- componen un paisaje que recoge lo más inteligente de cuatrocientos años de reflexiones sobre una práctica denunciada, compadecida o tolerada por ine vitable, pero siempre bajo la convicción de que hablar de la mentira es la manera más valiente y cruda de ir al fondo de lo humano. cuatro, ediciones 1. Jacques Derrida, Cosmopolitas de todos los países, ¡un esfuerzo más! 2. M. Jalón, F. Colina, Pasado y presen te. Diálogos Con H.-G. Gadamer, E. Lledó, J.-P. Vemant, G. Duby, A. Tenenti, F. Savuten J. I- Peset, J. M. López Pinero, J. Pitt-Rivers, G. Vattimo, A. Bessa-Luís, E Pino 3. John Donne, Paradojas y devociones 4. Juan Benet, Cartografía personal 5. Remo Bodei, Ordo amoris. Conflic tos terrenos y felicidad celeste 6. Hugo von Hofmannsthal, Instantes griegos y otros sueños 1. Jacques Derrida, No escribo sin luz artificial 8. Jean Starobinski, Razones del cuerpo 9. José Luis Peset, Genio y desorden 10. Carlos Barral, Almanaque 1 1. M. Jalón, F. Colina, Los tiempos del presente. Diálogos Con R. Bodei, ./. Goody, J. Le Goff, A. Domínguez. Ortiz, G. Levi, R. Chartier, M. Perrot, S. de los Mozos, T. Todorov, J. Morichal, H. R. Jauss, S. Sontag 12. Juan García Hortelano, Invenciones urbanas 13. Sobre la mentira Por Cardano, Montaigne, Alemán, Burton, Bacon, La Mothe le Vayer, Rossi, Vauvenargues, Diderot, Rousseau, Dostoyevski, Stevenson ■V y . Sobre la mentira Cardano, Simulación y disimulación Montaigne, Los m e 11 ti ros os Alemán, El arte del engaño Burton, La risa de De mée rito Bacon, ¿Qué es la verdad? La Mothe, La verdad es verde Rossi, Léxico de la mentira Vauvenargues, Una idea del mundo Diderot, Duplicidad y tiranía Rousseau, El daño y ¡a ficción Dostoyevski, Una escena rusa Stevenson, La verdad en el trato 4 i Traducciones: Rosario Ibañes, Miguel Ángel González Manjarres, María Bolaños (O cuatro, ediciones, 2001 Derechos: cuatro, ediciones, 2001 Valladolid, leí.: 983 350 695. Fax 983 392 229 Edición: Mauricio Jalón Dibujos interiores: Miguel Angel, Mujer cubierta (c. (Joya, Mozo de cuerda 1500) Distribución en Castilla y León (excepto Soria): LIDIZA, Avda. de Soria, 15. 47193 La CistcTniga (Valladolid) Distribución en el resto de España: SIGLO XXI. Camino Boca Alta, 8-9. Polígono El Malvar 28500 Arganda del Rey (Madrid) Imprime: Gráficas Andrés Martín, S. L. Paraíso, 8. 47003 Valladolid ISBN: 84-931403-2-5 Depósito Legal: VA. 373.-2001 Impreso en España. Unión Europea INTRODUCCIÓN «Es casi imposible llevar la antorcha de la verdad a través de una multitud sin chamuscarle la barba a alguien». L iciiii-nbkri;1 Sobre la mentira La literatura sobre la veracidad, el engaño o la reserva mental es amplísima. Y no sólo porque la mentira remite a problemas de la mente y del conocimiento o a cuestiones óti cas, jurídicas y políticas, es que todo trato con cosas, hechos e ideas o todo el trato humano tienen que ver con la falsedad y la veracidad. Incluso la antorcha -viejo símbolo de la ver dad- poco tiene de recta ni de armónica; es un tanto informe y retorcida, bien sea un trozo de madera resinosa, bien un blo que de tres o cuatro velas enroscadas. ¿Por dónde empezar, pues? ¿Qué terreno elegir y cómo presentarlo? En Sobre la mentira se opta por ver los modos en que el individuo moderno se enfrenta a ella moralmente, y sólo a partir de su expresión más creadoramente directa: el ensayo y el pasaje subjetivo o aforístico. Lo cual supone una perspec tiva muy parcial. Para hablar de la mentira habría que hablar de todo: por ejemplo, de la difícil verdad de los hechos per cibidos o reconstruidos o de la verdad incierta del poder o incluso de nuestra esencial duplicidad. La modernidad se ve retratada, aquí, en juicios y relatos muy variados sobre el comportamiento falaz. El núcleo de esta selección de escritos se localiza entre los siglos XVI y XVIII, una etapa progresivamente escéptica. A dos impor tantes sabios de esa primera centuria -Cardano y Mon taigne-, les siguen autores que mueren ya en el Seiscientos, Mateo Alemán, Bacon, y Burton. A continuación, aparecen La Mothe y Pió Rossi (Léxico de la mentira), escrito 8 SOBRE LA MENTIRA res desconocidos en castellano, que se sitúan en pleno siglo XVII. Luego, el siglo de las Luces, claramente francés, está representado por unos aforismos de Vauvenargues, tan valio so como poco frecuentado, por dos ensayos recuperados de Diderot y un texto del más célebre escritor sobre la mentira, Rousseau. Estas figuras, complementarias entre sí, hacen de umbral de la centuria donde agonizará el antiguo Régimen, tiempo en que se disolverán ciertas formas de la civilización abriendo paso, tras la Revolución, a otro mundo de valores, expresivos e intelectuales. Por último se han recuperado al menos las palabras de dos autores del siglo XIX; pues sucede que la libertad de exposición y, sobre todo, la densidad expresiva decimonóni cas significaron un retrato a la vez social e individual; y Dostoyevski y Stevenson son excelentes diapasones del nuevo trato que va estableciéndose con la palabra, la familia y la nación. Y su escenificación literaria afectó a los senti mientos y a las ideas contemporáneos. De esta forma, el libro se cierra hacia 1900, si bien es ver dad que cien nuevos años de práctica del engaño y de equili brios de la verdad se han deslizado desde entonces. Pero todo se complicó más en un siglo XX al que nos referiremos de paso al final, y en que la pretensión de certeza o la imposición de la mentira alcanzaron unas altas cotas de crueldad. La representación moderna ¿Por qué elegir aquí a los modernos? Por ese complejo «individualismo cultural» que los define y hace más atractiva la determinación de la mentira; por la aparición de una forma nueva de representar el mundo, más compleja y retorcida; por el poderoso auge del escepticismo, apoyo de las modernas ciencias y fuente de nuevas ideas morales. Como contraste con el deseo de precisión y fidelidad en reproducir lo real, en esa etapa se va complicando la noción de verdad: lo claro parece mezclarse más confusamente con la falsedad, la incertidumbre, la infidelidad o la impotencia. INTRODUCCIÓN 9 Incluso nuestra amalgama moderna de espontaneidad, receptividad y relativismo, de presunta libertad individual y de sumisión abstracta a ideales ignotos tiene que ver con una idea conflictiva de verdad, tal y como seempezó a reco nocer en el Renacimiento. Como decía León Battista Alberti, hacia 1430, los nuevos saberes y artes no suponen un conocimiento libre y sin obstáculo2. Antes al contrario, las oscuridades y cortapisas a las que se enfrentan remiten a la «imposibilidad de la verdad», si bien precisamente seme jante dificultad es la que espolea el cultivo del pensamien to, la propia creación, el terreno tan incierto y crudo de la < Y es que por entonces se resaltó de un modo singular el cultivo ele la mente, y el tipo de saber que se le asocia, el cul tural, ha de centrarse en los equilibrios de la verdad, y por ende en las falacias, en los rodeos, incluso en la indiferencia. Hs esta curiosa actividad humana la que pone todo en entre dicho, y por ello los fundadores o recreadores modernos de la cultura pueden hablarnos mejor de la ambivalencia de todo nuestro comportamiento civilizado. Sin embargo, sería una ceguera olvidar a los antiguos. Ya al iniciar el cuarto capítulo de El patrañuelo, impreso en 1567, escribe Ti moneda: «hay en Roma, dentro de los muros de ella, al pie del monte Aventino, una piedra a modo de moli no grande, que en medio tiene una cara, casi la media de león y la media de hombre, con una boca abierta, la cual hoy en día se llama la Piedra de la Verdad... Tenía tal propiedad, que los que iban a jurar para hacer alguna salva o satisfacción de lo que le inculpaban, metían la mano en la boca, y si no de cían verdad de lo que les era interrogado, el ídolo o piedra cerraba la boca y les apretaba la mano, de tal manera que era imposible poderla sacar hasta que confesaban el delito en el que habían caído; y si no tenían la culpa, ninguna fuerza les hacía la piedra, y así eran salvos y sueltos del crimen que les era impuesto, y con gran triunfo les volvía su fama y liber tad... Si eran culpados, les castigaban según el caso, y las leyes romanas con todo rigor lo permitían»3. Su patraña habla de la justicia inveterada, de la Antigüedad clásica, tan presente ahora en las letras europeas. 10 SOBRE LA MENTIRA En estas líneas tan llanas, verdad y mentira aparecen separa das netamente y remiten a la costumbre, así como a la liber tad o a la fama, a la ley y al castigo. Timoneda se inspiró en los italianos que revitalizaron el pasado -Boccaccio, B andel lo, Ariosto-, así como en las Gesta romanorum, en Apuleyo y hasta en Heródoto, el influyente narrador de his torias, tradiciones y curiosidades antiguas. Sin olvidar en el fondo, como todo narrador, cierto empuje homérico. Mínima historia de la mentira antigua Por supuesto que los engaños, estratagemas y disimulos tienen un papel determinante en la fundación del mundo, según los mitos griegos4 o los de cualquier zona del globo. Toda la ficción, todo arte de tabular, arranca de paradojas y de ardides. A menudo se le motejó a Homero de ‘mentiroso5, de fabulador, pero como poeta no tenía que calcar una realidad histórica, sus relatos sólo remitían a sí mismos (a la eficacia y la seducción narrativa), en contraposición con otra fuente ima ginativa de nuestra cultura, \a Biblia*. El mundo homérico, las palabras de la ¡liada y quizá especialmente la Odisea, preten de contarnos un universo que no oculta más señas que las complejidades y las ambiciones de los humanos. Aunque de modo distinto, en otro viejo maestro, Heró doto, se combinaron inextricablemente la mentira y su rival, la veracidad, al narrar la vida de los hombres. Por un lado, Heródoto ponía la verdad por encima de los otros valores cívicos rechazando de plano la falsedad6; por otro, como padre de las humanidades, era sin duda el legitimador de las verdades imperfectas y de esa ambivalencia valorativa que será maestra de los modernos. De hecho, si Lorenzo Valla tra- dujo a este testigo y enjuiciador de humanos, en 1474, y fue defendido en el siglo XVI, también se rechazaron muchos de sus relatos fabulosos (según Vives, Heródoto sería el «padre de la mentira»). Pero toda la cultura europea -y, antes, grie ga- se verá marcada por sus relatos. En general, las discusiones relativas a la vida en sociedad, al peso del ejemplo histórico, a la representación verbal de los INTRODUCCIÓN 11 conocimientos arrancan de una reflexión griega sobre la vero similitud, la justicia o el saber certeros. El cuestionamiento de la autenticidad nutre un diálogo temprano sobre la mentira, Hipias menor, donde Platón se pregunta entre vaivenes: «¿Los veraces y los mentirosos son individuos distintos, incluso muy contrarios unos a otros?»; «cuando dices que los mentirosos son capaces y hábiles, ¿acaso dices son capaces, si quieren, de engañar en aquello en lo que engañan, o bien que no son capa ces?». Y oscila aún Platón de un lado a otro valorando la pala bra en su uso público: «Los que causan daño a los hombres, los que hacen injusticia, los que mienten, los que engañan, los que cometen faltas, y lo hacen intencionadamente y no contra su voluntad, son mejores que los que lo hacen involuntariamente». Sin embargo, añade Sócrates, «algunas veces me parece lo con trario y vacilo sobre estas cosas, envidentemente porque no sé». Esta discusión semisofista sobre la veracidad se verá reconducida, paso a paso, en el Crátilo o en la República o las Leyes1 donde se elogia ya, abierta y radicalmente, la verdad. De esta defensa platónica, y de su propia actividad académi ca y científica, saldrá la reflexión de Aristóteles sobre la cer teza en todos los planos, histórico, ético y lógico*. Con ambos y con sus sucesores emerge -quizá por encima de lo demás- el gigantesco terreno de la política, y por tanto el mundo de la ‘dificultad de la acción’ y de sus trampas asociadas. Su codificación práctica fue diseñada, de hecho, en las «repúbli cas» de Platón, Aristóteles y también Cicerón. Pero no es este el terreno, tan ceñido, en el que nos deten dremos; ni tampoco en la construcción de la racionalidad lógica, sino en su herencia moral y literaria. Ya el influyente Cicerón hablando de los dones de la amistad, señalaba que «la verdad es molesta», pues el odio nace de ella. Y es que el problema de la certeza se repite y enriquece con la difusión de tantas enseñanzas y narraciones por el Mediterráneo, mar cadas por el individualismo grecorromano: prolifera el reino de la palabra privada, donde no hay ningún límite para la fal sedad, según reconocía otro autor con autoridad para los modernos, Séneca9. Poco después, en el siglo II de nuestra era, el más rico inte lectualmente de la tardía Antigüedad, se hará un balance plural 12 SOBRE LA MENTIRA de este problema. Por muy diversos caminos, Plutarco, Luciano, Sexto Empírico u otros escritores de gran talla, en esa centuria dominada por la lengua griega, expresan un modo de contemplar la realidad que marcará nuestro futuro. Así Plutarco escribe sobre el charlatanismo falaz, sobre cómo dis tinguir a un amigo de ese adulador «que tiene como útil base de operaciones contra nosotros nuestro amor por nosotros mis mos», o también sobre cómo obtener provecho del enemigo, que influirá en Montaigne o en Rousseau, entre tantos otros10. El mejor irónico del pasado, Luciano de Samosata, retra ta literariamente al mentiroso: «no sabes qué clase de cosas dijo, cómo se las creía, cómo las confirmó la mayoría de ellas con juramento, poniendo por testigos a sus hijos; hasta el punto de que, mientras dirigía mi vista hacia él, mi mente se llenaba de ideas pintorescas: bien que estaba loco y no esta ba en sus cabales, bien que se trataba de un impostor y que, durante mucho tiempo, no me había dado cuenta de que un mono ridículo se escondía bajo una piel de león. Hasta ese punto eran absurdas las historias que contaba» {El aficionado a la mentira). A cambio, en la Historia verdadera, defiende la libertad de inventar historias y el necesario ‘descrédito’ de la ficción -«sarta de embustes expuestos de modo convin cente y verosímil»-; afirmando que «una sola verdad diré: que digomentiras; así creo poder escapar al reproche de mis lectores al reconocer yo mismo que no digo la verdad»11. Finalmente, y desde una perspectiva más teórica, la pre sencia del escepticismo de Sexto Empírico -importante en la moderna conciencia, junto con el desarrollo, por entonces, de una segunda sofística- es crucial a la hora de quebrar muchas certezas no filtradas por la razón12. Pero faltaban muchos siglos para que se multiplicaran esas voces, morales, litera rias, críticas, en los tiempos turbulentos del Quinientos. Ecos del mundo bíblico En ese mismo siglo II, tras el empuje de las nuevas reli giones, el cristianismo había logrado una notable expansión. La idea de ‘verdad’ se hacía más complicada todavía, al INTRODUCCIÓN 13 adquirir nuevas capas y vetas; de rechazo, aparecía como enseña en el título de un conflictivo escrito debido al filóso fo platónico Celso, Discurso verdadero contra los cristianos. El «Libro» por antonomasia, poco a poco dominante, y los nuevos textos y versículos -la nueva cultura que se difunde- querrían expresar un único mundo verdadero, desearían imperar con una doctrina sencilla pero inalcanzable y con una promesa segura aunque medio velada. La beligerancia entre la piedad antigua y la nueva va a cobrar un papel decisivo en un par de siglos más, aunque surja también una amalgama formada tanto por certidumbres y visio nes neoplatónicas como por normas y decisiones agustinianas, nutridas de la Biblia. Ya en Las confesiones de Agustín, a la vez tan brillantemente personales y tan monológieas, el problema de la verdad cobraba un aire muy distinto al anterior (no en vano, además, dice él «odiar la gramática griega»); y de la obra de ese autor arranca la obsesión medieval por la traición y los mentiro sos, cuya fuerza radical no se ha disuelto en la modernidad. % El tratado más leído de Agustín de Hipona fue, durante siglos, De mandado, un escrito valioso que clasifica esas fal tas a la verdad con vistas sin duda a la contrieción14. Pues, en el Medievo, los malos serían esencialmente los mendaces; ir al Paraíso exigiría haber respetado la verdad, ese valor supre mo que sería asimilable en parte a la fidelidad en el sistema feudal, según Le GoíT14. En todos los planos de las relaciones humanas, pues, la mentira significaría una gran ruptura con el modelo idealmente deseado por la colectividad. Mentira y felonía, se opondrían al orden terreno y celes te. Y por ello el vocabulario medieval dispone de innumera bles términos y giros para designar la falacia, en todos sus grados, y los distintos tipos de mentirosos. El vocerío de la falsedad vital y las reconvenciones de los portavoces de la verdad seguirán oyéndose mucho tiempo después: el contras te entre el poder divino de la certidumbre y el fraude de la mendacidad late fuertemente en todos los textos recogidos aquí, desde los Ensayos de Montaigne hasta el Diario de Dostoyevski, si bien con muy distintos matices. En realidad, el nuevo humanismo -el trasfondo intelec tual de la modernidad- nunca quiso olvidar esas referencias 14 SOBRE LA MENTIRA medievales. Petrarca, en su diálogo Secreto mío de 1347, habla con Agustín de Hipona («a la zaga de la Verdad», según dice)15, y relee sus Confesiones más o menos sinceras. Tampoco desdeña otras valoraciones de la experiencia vital de los antiguos “ las Tusculanas de Cicerón, o la Consolación de Boecio-, que tienen que ver con las certidumbres, las fal sificaciones, las convicciones o la identidad. Pero el modo petrarquista de escapar de su ignorancia sobre sí mismo, de analizar su actuación cotidiana, de reconocer, por ejemplo, que «no me aprecio demasiado a mí ni tampoco a los otros», tiene que ver con los labios de la verdad, con el secreto inter no, con el examen de las palabras, con las tretas y engaños propios: con unas artes de la mentira que anuncian la, a veces poco definida, conciencia moderna. Mentiras modernas y apariencia de la verdad Puede decirse que, por sus actitudes, formas y lenguajes, toda sociedad es un teatro de la apariencia. La medieval lo fue en sus gestos y en sus fuertes contraposiciones; en cambio, el tiempo en que se produjo una honda crisis religiosa y un afianzamiento de la individualidad -el siglo XVI- parece más enmascarado y matizadamente conflictivo. Por ello, la idea de veracidad espoleó a quienes buscaron una reforma moder na en el entendimiento y en todas las costumbres. Por supuesto que buena parte de las páginas de Erasmo están alentadas por esa obsesión, ya que, como recordaba en El epicúreo, hacia 1536, poco antes de morir, «nada más des graciado que un hombre con mala conciencia». Su amigo Vives escribía vertiginosamente, en 1524, sobre el problema de esa verdad que no naufraga aunque sufra tormentas, que a la postre será la opción más grata si bien se hace a veces odio sa. Para el humanista, no sólo el tiempo «debilita lo falso y corrobora lo verdadero», es que el mentiroso, estragado por la mentira, sería lo más vil y despreciable. Por ello, concluye: «si no quieres decir cosas que se contradigan, si deseas que en tus palabras haya constancia, huelga la buena memoria y cualquier otra habilidad, basta con que digas siempre lo que INTRODUCCIÓN 15 crees ser verdadero», pues lo falso es una disonancia, no con cuerda ni siquiera con lo falso16. La mentira ha iniciado su despegue moderno, y diversos escritos la abordan con nuevo estilo. Desde Italia se elabora una vasta discusión sobre el halago y los matices verbales -El cortesano de Castiglione data de 1528; La conversación civil de Guazzo es de 1574-, así como sobre la risa burlona, la afectación, la imprudencia, el atrevimiento, la falsedad o el silencio. Las relaciones entre individuos tratadas por Maquiavelo o Guicciardini incluían además la guerra y las formas poder, la hostilidad y el pillaje. Cuando empieza a declinar el Renacimiento, Cardano está escribiendo el Libro de la prudencia civil -sus palabras se eligen como pórtico-, en donde adelanta un severo y coherente saber acerca del comportamiento humano y trata abiertamente el disimulo o la precaución ante las decisivas luchas civiles y religiosas17. Es también ahora cuando se prodiga la miscelánea, prece dente del ensayo moderno. Y, en una difundida obra de este -la Silva de varia lección-, Pedro Mexía rastrea la fal-genero sedad, al analizar «cómo puede haber diferencia entre mentir y decir mentiras, y cómo puede uno no mentir, siendo menti ra lo que dice, y, por el contrario, diciendo verdad»18. Algún eco de sus palabras se oye en Los mentirosos de Montaigne, que escribe de forma inaugural sobre nuestra estancia en el mundo. Montaigne va a hablar del ropaje ridículo de la men tira y la apariencia, planteando la necesidad de arrancarse cada máscara sobreañadida hasta vislumbrar el aspecto verdadero de las cosas. Sin embargo, detrás de los aspectos ilusorios no dejará de encontrar otras capas de lo ilusorio. La verdad se nos hurta, e intenta adivinarla en cada instante, sabiendo de nues tra imperfección. De hecho, él escribe «no para establecer una verdad sino para buscarla» denodadamente19. Por el lado de la nueva literatura que ahora prolifera, esa moderna prosa del mundo, varios discípulos de Luciano de Samosata habían fecundado la escena de las letras20. Y la iro nía de Luciano empapó la gran literatura castellana, desde Alfonso de Valdés, alcanzando a Cervantes, Mateo Alemán, Vélez de Guevara -su Diablo cojudo hilvana calles y levan ta tejados-, o a Quevedo, ese continuo descubridor de abusos, I<> SOBRE LA MENTIRA hipocresías y embustes, de «desnudas verdades, que buscan no quien las vista sino quien las consienta» (Juicio final). El fragmento aquí elegido del Guzmán de Alfar ache es una ver sión del engaño -aparato del fraude, paralelo al de la menti ra- sostenida por un vigoroso lenguaje. La inteligencia y el ácido análisis de Mateo Alemán hacen ver cómo la picaresca, en fin, puedeser una anatomía del mundo. Además la figura del mendaz se convertirá en un patrón dramático, y no sólo en La verdad sospechosa, de Ruiz de Alarcón21. Pese a tanta decepción, parece como si la propia vida i uese cada vez más el verdadero espeeíácido que nos está concedido. Robert Burton, ensayista heredero de Cardano o Montaigne - y, en realidad, el mayor compendiador de todos los escritos antiguos y modernos--, ofrecerá con su Anato mía de la melancolía de 1621 uno de los más vastos frescos del mundo humano, del que extraemos unas páginas sobre la risa de Demóerilo ante el mercado social. El escepticismo ha ganado posiciones, y se relativizan íntimamente los juicios sobre las cosas, pese a que la teología dominante quiera ser la intérprete de toda mentira. Muchos autores del siglo XVII nos lo recuerdan de un modo más o menos teórico, profanamente. Francis Bacon, más lacónico (e hipócrita acaso), prefiere hablar «De la verdad», en la versión final de sus Ensayos, de 1625, un año antes de su muerte. Con un lenguaje seco, eco de su poderío efectivo, reconoce Bacon los prestigios que otorga, en la práctica, cierta mentira, sobre todo si se apela a la vez, y bíblicamente, al poder de las cer tidumbres. En esta época, ‘maquiavélica’, no podía faltar ese texto suyo de varios filos, agudo, tajante, y con una aparente sumisión al poder superada por la forma. Bacon aclimata el género de Montaigne a la lengua inglesa, y será cultivado por Hume o Swift, hasta llegar a Hazlitt o Stevenson: el ensayo remueve la autenticidad así como todo tipo de infundio. De entre los escépticos humanistas, el longevo Frangois de La Mothe Le Vayer (1588-1672) fue el de mayor forma ción filosófica. El llamado ‘cristiano escéptico’ o ‘incrédulo epicúreo’, sigue a Sexto Empírico, e intenta aclimatarle en París. Al mismo tiempo, pretende alinearse con Montaigne, de modo que su culto escrito sobre la mentira, sin ser genial, INTRODUCCIÓN 17 es buena síntesis del librepensamiento y del pirronismo del Seiscientos23. Por supuesto que otra filosofía más excelsa -pero menos ‘impurificada’- se genera con las Meditaciones de Descartes. Ahí, entre sus líneas sobre los errores, al medi tar sobre «Lo verdadero y lo falso», de pronto reconoce el poder del embuste por lo que tiene de sutileza o potencia, dic taminando a continuación que «pretender engañar es indicio cierto de debilidad o malicia»24. Un inmenso magma teórico crece en la estela del cartesianismo, en el que la certeza, y su posible envés, tienen un papel determinante en las ideas: Spinoza dirá que la verdad no contradice la verdad. Pero hay otro vasto campo moral. El mundo del Barroco, obsesionado por la mentira, corresponde a un espacio social masivo y anónimo, urbano-burócrata, conservador y dirigido por la fuerza. A mediados del siglo XVII, Graeián, ahormado por el centralismo teológico, escribirá páginas críticas sobre la dislocación de los valores de la verdad y de la apariencia: en El discreto (ese telón del disimulo), o en su obsesivo El criticón, donde la peregrinación de sus protagonistas se pro duce entre los vaivenes del desengaño. El criticón es dema siado caudaloso como para poder aislar aquí una muestra suficientemente larga y cerrada; pero una ráfaga puede resu mir sus habilidades y sus fobias: «la Mentira, pues, con el Engaño embistan la incauta candidez del hombre cuando mozo y cuando niño valiéndose de sus invenciones, ardides, estratagemas, acechanzas, trazas, ficciones, embustes, enre- t dos, embelecos, dolos, marañas, ilusiones, trampas, fraudes, falacias y todo género de italiano proceder»25. Las querellas con otras naciones definen nuestra falsificada identidad. Recogemos, en cambio, el muy notable y casi secreto Léxico de la mentira de Pió Rossi26; su vigor itálico se expre sa en el lenguaje internacional, al inscribirse en una cultura europea de fuertes contraluces y de abstractos moralismos. Este es un texto capital de Sobre la mentira, y no sólo por su considerable tamaño y su valor clásico: Pió Rossi, que se hace eco del tardío humanismo, representa bien el Barroco con su Banquete moral: fue el piacentino un monje que buscó su libertad interna en este libro clasificador: el orden teológi co del siglo, y el claustral suyo, condicionaban su libertad IS SOBRE LA MENTIRA externa. Su vocabulario circular de conceptos -acusar, dupli cidad, amistad fingida, artificio, calumnia, maledicencia, secreto, simulación- es un gran panel de voces mentirosas que nacen de un único Mal de fondo. En los márgenes de la razón ídia centuria después, la poco poética pero rica Ilustración va a ir en pos de la tema saber, bien y verdad, apar tándose del absolutismo teológico y luchando ahora con diver sos males insalvables, humanos y concretos. Si todo el proble ma del mal se reformula (ya no se busca su origen singular), el de la mentira asimismo se descentraliza, se multiplica, se diversifica. La matriz simbólica divina se atenúa o se diluye, y la cuestión de la verdad se hace más relativa, pero sigue sien do acuciante: se buscan las causas de la mentira social y sus posibles terapéuticas27. Un Voltaire, por ejemplo, se bate con tra las trampas del nuevo hervidero civil; por ejemplo, en su contribución ciudadana a UAffaire Calas, donde forcejea con denuncias y juicios calumniosos. También el problema de la falsa acusación brilla en la entrada «Verdad» de su Diccionario filosófico; pero esas dos antorchas de las Luces, en lucha con tra la opacidad supersticiosa, la intolerancia y la falsificación, no pueden reflejarse en pocas páginas. Por el contrario, escogemos unos aforismos de Vauve- nargues, autor no traducido, que destilan las preocupaciones -felicidad, razón y sociabilidad- del siglo luminoso. Ciertas ‘moralidades’ de la Ilustración, como esas fórmulas suyas, prolongan ideas de algunos moralistas precedentes, que pre ludiaban el proceso de la civilización. Así el sociable La Rochefoucauld, entre 1665 y 1678, anotaba que «aunque des confiemos de la sinceridad de quienes nos hablan, siempre creemos que con nosotros son más veraces que con los demás»; o bien, tras mostrar cómo nos gusta adivinar la ver dad de los demás sin ser adivinados por nadie, indicaba que «a menudo nuestras virtudes son sólo vicios disfrazados»2*. Sus reflexiones serán acrecidas y realmente desbordadas por la sociedad de las Luces, así en Vauvenargues (1715-1747), INTRODUCCIÓN 19 ejemplo de una sabia literatura aforística que gana terreno -la de Diderot, Ligne, Chamfort, Goethe, Joubert, Lichtenberg-, y que no cejará con la Revolución francesa. Sucede que la verdad objetiva, meta de toda ciencia o eru dición, no excluía el buen gusto, según vio el ilustrado Muratori. Además, grandes figuras como Diderot y Rousseau habían dado ya otro giro al pensamiento, haciendo cada vez más difíciles sus simplificaciones. El primero logra con El sobrino de Rameau un diálogo que, sólo en su integridad, permitiría ver al extraño que gesticula ante Diderot como un personaje desajustado a fuerza de ser brutalmente sincero: «nunca soy embustero, por poco interés que tenga en ser veraz; y nunca soy veraz, por poco que me interese ser men tiroso; digo las cosas como se me ocurren». Recogemos de Diderot, en cambio, su temprana y curiosa entrada «Duplicidad» de la Encyclopédie, así como su panfleto con tra los engaños del despotismo, personalizado en Federico de Prusia: ambos textos muestran ya el gran porvenir didero- tiano20. También se recoge una muestra decisiva de Rousseau, pues él relativiza los intereses y criterios de la ciencia, se vuelca en la subjetividad y la escritura para acercarse el mundo más velado, donde ciertas trampas se solapan y redo blan o donde las mentiras parecen recomponerse: nunca se disuelven. Todo Rousseau giró en torno a las veladuras, y resultan insoslayables sus tardías ensoñaciones sobre la trans parencia en el trato humano30. Pues este desenmascaradorquería, según afirmó, ser el «testigo de la verdad». La literatura como verdad de la mentira La secuencia de textos que preludia la sensibilidad con temporánea, y que -entre la ficción y el pensamiento- llega hasta Rousseau, resulta todavía insuficiente. El gran desarro llo de la literatura, en el siglo XIX, dio paso a una represen tación indirecta y muy escalonada del mundo de las certi dumbres, así como de los excesos, engaños o estrategias de la mendacidad. Disueltas entre tantos diarios, diálogos, perso- Soum-'. IAMHNTIRA■u najes y tramas novelescas, ahora las trampas o las mentiras cobran variados coloridos en las redes sociales, familiares e individuales: la mentira amorosa era un hilo clave del múlti ple trato social. El fraude conyugal puede ocuparlo todo, como en El coronel Chabert, de Balzac, que narra una su plantación matrimonial que destruye al protagonista. Leopardi reconocerá que «todas las cosas -todas las ver dades- tienen dos caras, diferentes u opuestas, mejor dicho infinitas»31. Y es que los narradores del siglo XIX recorren las trampas del lenguaje veraz, escriben a menudo sobre las fala cias y los cálculos de la vida diaria, lo hagan en francés, ale mán, portugués, español o ruso, sean Stendhal32, Eichendorf o Heine, Gástelo Braneo, Flaubert, Clarín o Turguéniev. El teatro de la verdad es ahora el del relato, y el prestigio que la novela decimonónica sigue manteniendo hoy puede provenir de ese escenario tan vivo e irreductible, donde los cientos de argumentos y formas de narrar son otras tantas variaciones sobre el comportamiento humano, de pronto reformulado ante la sociabilidad que se instaura, dominada por el entorno familiar y la figura paterna. No obstante, según diagnostica Virginia Woolf, todos esos escritores que se definían como veraces, al ofrecer un «mundo en el que nuestra atención queda siempre centrada en cosas que pueden verse, tocarse y catarse» -tras suscitar la sensación de realidad física o exis- tencial-, «se dedican inmediatamente a arreglárselas para que la acción quiebre la solidez de nuestra creencia, a fin de que no llegue a ser opresiva»33. Por su fuerza, elegimos aquí dos ensayos de timbre muy literario, un artículo de Dostoyevski34 sobre la mentira de 1873, que mezcla la falacia con una inseguridad de su nación, conflicto propio de su centuria; y otro como remate, del lumi noso Stevenson, un lector temprano y asiduo de Montaigne. Hombre de letras absoluto, preocupado como pocos por la amistad y por la franqueza -así en El señor de Ballantrae-, logró fundir ese contraste con refinada violencia hasta en sus relatos más neutros. La verdad en el trato, 1879, anima todas las cuestiones abordadas, incluyendo el papel de la ficción en la vida y todas las formas del engaño, de la duplicación des garradora («el odio a mi otro yo») y del disfraz. INTRODUCCIÓN 21 Por supuesto, hubo otras reflexiones capitales, aunque con un tono ya algo distinto. Henry James escribía en 1888 sobre el arte del relato, su malignidad, su mentira necesaria y también su poderío, tan denostado por diversos poderes, positivos o religiosos. Por esos años finiseculares se plantea ban interrogantes sobre el inmoralismo o sobre la posibilidad de una nueva moral. Otros dos textos, hoy en día difundidos, coincidían con él en la perspectiva estética: Oscar Wilde, en La decadencia de la mentira, de 1889, diagnostica que el ocaso del mundo ficticio -de todo arte ilusorio o 'deforma dor’- suponía el fin de toda literatura. Unos años antes, el joven Nietzsche, en Sobre verdad y mentira, reivindicaba ya el ímpetu del hombre en la construcción de metáforas («impulso fundamental del que no puede prescindir ni un solo instante»), describiendo la verdad como «una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos»35. Son también piezas maestras de nuestra conciencia desgarra da, y pueden hacer de espejo para estas otras aquí escogidas. En Stevenson, en todos los textos que le han antecedido, hay una gran expresividad personal aunque también se aprecia una sobresaliente invención de argumentos. Fragmentación, hostilidad y verdad de la justicia Analizar textos a partir de 1900, aproximadamente, exi giría un libro de naturaleza muy distinta a éste: por un lado, habría de ser más teórico y, por otro, estaría más unido a la historia material de los hombres, a sus conflictos civiles más lacerantes, a las manifestaciones más decisivas del poder. Además, el choque entre ideas, vidas, organismos sociales y facciones se acentuó tanto en el siglo XX que Sobre la men tira -centrado en el ensayo moderno de sesgo moralista-, debe limitarse a recordarlo, aceptando que su perspectiva quizá sea dolorosamente incompleta. La idea de falacia ha cobrado otra dimensión ante los fenómenos de masa propios de esa centuria. Los embustes masivos, las hipnosis de las colectividades, las homogeniza- ciones forzosas han oscurecido todo dilema simple entre ver- 22 SOBRE LA MENTIRA dad y mentira. Ciertas mentiras basadas en la propaganda, en las promesas ante una aglomeración artificial de personas, en la obediencia forzosa son artificios de otra escala, aunque remitan además tanto al odio y a la difícil sinceridad como, sobre todo, a las exclusiones individuales. En su revista La Antorcha, publicada desde 1899 hasta 1935, Karl Kraus habló del inminente matadero, del comercio bélico y el char latanismo ensordecedor, de la fragmentación e incongruencia individuales que les viene aparejados. Cumplidas sus premoniciones, siguen vigentes sus adver tencias sobre otras plagas, dada la proliferación de tratamien tos excelsos o robos de altura, y de soluciones finales o expulsiones parciales. La nueva mentira, en suma, habrá de ser contrarrestada por la defensa de otra equidad, indiscuti ble, pues la justicia nunca podría deconstruirse36. El pésimo reparto de bienes y territorios, decisiones y palabras hace que la verdad, deba brillar en un horizonte ideal, aunque se halle, eso sí, en las fronteras de lo indecible. Ahora bien, aunque la hostilidad generalizada deforme cualquier apariencia de lo verdadero, la mejor literatura ha sabido detectar esa patología. Decía un portavoz de Kafka en El castillo: «Todo lo que estás diciendo es verdad en cierto sentido; no es falso, sólo que es hostil»37. Así que este paseo por la mentira o las mentiras modernas -siguiendo la orilla literaria de la variedad humana- puede acaso ser un ensayo previo para abordar esa otra difícil verdad de justicia que se superpone a la franqueza o a la mendacidad individuales. M. J. SOBRE LA MENTIRA i --¿Acaso no sabes que la verdadera mentira -por llamarla así- es odia da tanto por todos los dioses como por los hombres? -¿Qué quieres decir? -Que nadie está dispuesto a ser engañado voluntariamente en lo que más le importa. Teme ser engañado con relación a sí mismo y con respec to a las cosas. -No te entiendo aún. -Lo que ocurre es que piensas que hablo de algo excepcional. Pero lo que quiero decir es que lo que menos admitiría cualquier hombre es ser engañado por alguien y estar engañado en su alma con respecto a la reali dad. Sin darse cuenta, aloja ahí la mentira y la retiene, y esto es lo que más r * l v * y í * -Sin duda. -Y lo más correcto es llamar a esto, como dije, una «verdadera menti ra», la ignorancia en el alma de quien está engañado. Poique la mentira expresada con palabras es sólo una imitación de la que afecta al alma, es una imagen que surge posteriormente, y no una mentira del todo pura. ¿No es cierto? -Totalmente de acuerdo. -Por tanto, una mentira real es odiosa también para los hombres y no sólo para los dioses. -Así parece. -En cuanto a la mentira expresada en palabras, ¿cuándo y a quién no será útil como para no merecer ser odiosa? ¿No se tornará útil, como un remedio preventivo, frente a los enemigos; o cuando los llamados amigos intentan hacer algo malo, a causa de un arrebato de locurao por insensatez; o también al tabular, cuando asimilamos lo más posible hechos pasados no bien conocidos a la verdad? Platón, República, 382a ¿Que es la mentira? No todo el que dice una cosa falsa miente, si es que eree u opina que lo que afirma es verdad. La diferencia entre el creer y el opinar es que, quien cree que algo es cierto, siente a veces que ignora lo que cree, aunque no dude en absoluto de ello si es que lo eree rotunda mente; pero el que lo opina, piensa saber lo cinc efectivamente ig-nora. Quien expresa lo que cree u opina interiormente -aunque sea un error-, no miente. Supone que es así lo que enuncia, y, arrastrado por dicha creencia, lo expresa tal como lo siente. Sin embargo, no estará exento de 'alta quien, aunque no mienta, eree lo que no debía creer o juzga que cono ce lo que efectivamente ignora, aunque ello sea verdad, pues tiene por conocido lo que desconoce. Por tanto, dirá mentira quien, teniendo una cosa en la mente, mani fieste otra distinta con palabras u otro signo cualquiera. Y así se dice que el mentiroso tiene el corazón doble, es decir, tiene un doble pensamiento: uno, el que sabe u opina que es verdad y se calla; otro, el que dice algo pen sando o sabiendo que es falso. Se puede decir un error sin mentir, si quien lo expone piensa que es como lo dice; y se puede decir una verdad mintiendo, si quien lo expresa piensa que dice una falsedad y la quiere hacer pasar por verdad, aunque efectivamente lo sea. Al fiel y al mentiroso hay que juzgarles no por la ver dad o la falsedad de las cosas sino por la intención de su mente. Agustín de II i pona, Sobre la mentira, $ III SIMULACIÓN Y DISIMULACIÓN Gerolamo Cardano De la simulación En el engaño hay una parte que deslaea especialmente: la simulación. De ella es de la que más nos beneficiamos y con la que más disfrutamos. Es un grave error no hacer uso de la simulación con quienes, a su vez, suelen hacer uso de ella, y practicarla en cambio con gente inocente y con quienes, por su ingenuidad, confían en nosotros. Tal era el precepto del poeta: «A quien simule con palabras ser tu amigo sin serlo de corazón, / haz tu también lo mismo con él: el arte se burla así con el arte»1. La simulación es doble, de obra y de palabra. La de obra se da cuando fingimos amar lo que odiamos, albergar espe ranzas en lo que tememos, querer lo que no queremos, o al revés. La simulación de palabra se produce cuando fingimos saber lo que ignoramos o ignorar lo que sabemos2. La simulación es absolutamente necesaria, sobre lodo cuando tratamos con personas muy poderosas; de ahí que resulte tan habitual en las cortes, y desde luego en el trato con gobernantes y príncipes. He decidido hablar de ella con todo detalle por constituir casi el capítulo más importante de mi obra1. En cualquier tratado sobre el hombre, la simulación viene a ser su argumento genuino y básico, lo mismo que la fuerza lo es en uno sobre animales y la sabiduría en uno sobre dioses. La simulación, como venimos diciendo, es de dos tipos: una lleva mezcla de embuste, es vergonzosa e infame, y resulta indigna de todo hombre, particularmente del hombre de bien; la otra no trae aparejada mentira alguna. No obstan- te, ese primer tipo de simulación se distingue de la mentira en SOHRli LA MENTIRA que se efectúa con gestos, obras y palabras que no revelan un conocimiento perfecto de la situación, en tanto que el puro embuste sólo consta de palabras que, además, encierran manifiestamente una opinión falsa. La perversa naturaleza de los hombres les hace creer que es lícito practicar la simulación con todos sus semejantes, excepto con los amigos; la mentira, en cambio, la emplean con quienes les han causado algún daño de manera injusta. Las personas deshonestas consideran que, de algún modo, resulta también lícito practicar la mentira con los enemigos. Y sólo los que son de una malevolencia extrema piensan lo mismo respecto a la práctica del engaño con los amigos. Por mi parte, únicamente permito de buen grado el empleo de la simulación con quienes nos han causado un daño injusto; la mentira, en cambio, con nadie, por mas pérfidos que sean4. En este punto se nos plantea una duda digna de conside ración: ¿le sería lícito mentir a quien vive bajo potestad ajena, cuando se lo manda su patrón y aun siendo para un fin justo? Todos sabemos que se permiten muchas cosas que no mere cen alabanza alguna, y que ni siquiera son lícitas: ésta es una de ellas. En principio, pues, hay que considerar quiénes son las personas con las que resulta lícito simular, en qué cir cunstancias y de qué modo podemos llevarlo a electo. Por todo ello, para convencer a uno de algo, debes dar comienzo a esa persuasión recurriendo a ciertas apariencias de tu carác ter y dando verosimilitud a tus palabras, a la vez que convie ne apoyarse en las acciones de otros y en las costumbres de la persona en cuestión. En lo que atañe a la apariencia del carácter, debes parecer siempre un hombre veraz, grave y prudente, y has de procu rar que el otro no piense que lo has convencido para tu pro pio interés. Lo lograrás, por ejemplo, si eres amigo suyo cuando estás con él, pero aparentas que no lo eres cuando estás con sus enemigos y que tus tratos con ellos no redundan en su beneficio. Por el contrario, si tienes fama de hombre mentiroso, podrá decirse aquello de «tuya es la ganancia», y entonces ni siquiera te creerán cuando digas la verdad\ Pero si la situación se reduce a tus actos, pensarán de muy buen grado que tú, dada tu prudencia, puedes llevarla a cabo; que, SIMULACIÓN Y DISIMULACIÓN 27 a tenor de tu lealtad, quieres efectuarla; y que, teniendo en cuenta la gravedad de tu carácter, tienes capacidad para ambas cosas. De la situación concreta captarás lo que te con viene hacer, dependiendo de si un pobre quiere vender o un rico comprar, un hombre distinguido construir una casa, uno piadoso prefiere ahorrar (y otros casos semejantes); en cuan to a las palabras que debes emplear, nada resulta más infinito o profundo que este asunto, por lo cual es éste el único caso en que, a mi entender, hay que echar mano de ejemplos prác ticos. En definitiva, para conseguir el favor de los demás, has de procurar hacerlo todo con la mayor modestia: a menudo el error más nimio, la jactancia, el ímpetu, la prisa o cualquier otra cosa de este tipo terminan por descubrir tu fábula y echar abajo tu edificio -que tanto tiempo te había costado cons truir- así como tu laboriosa inventiva. Así pues, la simulación ha de encaminarse especialmente a las costumbres de los demás, para lo que debes ayudarte de tus criados, tus íntimos y tus amigos. A este respecto, se nos plantea una nueva duda: si desvelas tu intención a esa gente, de ningún modo podrás llevar a término tus propósitos con éxito, pues ellos -bien por un afecto excesivo, por descuido, o por cualquier otra circunstancia- darán a conocer esa ocul ta intención con sus palabras o con sus gestos; por el contra rio, si no te sinceras con ellos, quizá se malquisten contigo. / Esta es la mayor dificultad a que debemos enfrentarnos en este tipo de situaciones. Por esta razón, debes procurar, siempre que puedas, no necesitar de nadie al realizar tus simulacros; y, si necesitas de terceros, les darás a conocer tus intenciones sólo mediante gestos y actos. En el caso de que te resulte absolutamente indispensable contárselo de palabra, tan sólo se lo confiarás a personas leales a ti. A los demás, si son amigos tuyos, les traerá sin cuidado que no se lo desveles; y si les parece mal, conviene obviar a quienes no toleran tu silencio con sosiego ni son capaces de guardar los secretos que les confías. Lo primero que debes hacer en este negocio es lograr que los demás crean que ignoras lo que sabes y que sabes lo que ignoras. Así, en relación a lo que sabes o deseas saber, has de 28 SOBRE LA MENTIRA hacer tales componendas con el rostro, la voz, las gesticula cionesy los cambios de ánimo, que los demás entiendan todo al contrario de como es. En efecto, cuando hayan comprendi do que sabes lo que pareces ignorar, ¿por qué no quieres que piensen también que sabes lo que pareces saber (pues te con sideran un hombre sincero)? Una cosa es aparentar saber algo, y otra distinta confesarlo abiertamente o, lo que es más grave, dar testimonio de ello (esto último, de hecho, no difie re nada del pecado de mentir). Por lo demás, debes procurar, por medio de un amigo auténtico o falso, revelar los asuntos capitales a quienes te acechan, aunque de un modo completamente distinto a como son. No obstante, al amigo falso le contarás tu situación tor cidamente, en tanto que al auténtico le deberás hacer una serie de advertencias, para que finja también sus oeultamien- tos de un modo tal que el insidiador acabe por enterarse de ellos. Sólo debes echar mano de la simulación en asuntos importantes o peligrosos, precisamente por dos motivos: por que resulta indigna de un hombre noble, y porque, si la empleas para cosas nimias, te reportará escaso beneficio y, en la mayor parte de las veces, te impedirá el acceso a la ocasión necesaria. Por otro lado, nunca confesarás abiertamente ignorar lo que sabes ni saber.lo que ignoras, para evitar así que se des cubra el engaño. Y si te interrogan con insistencia o te exigen algún juramento, les sortearás con respuestas ambiguas, siempre que esa gente no sea amiga tuya y no tengas tú nece sidad alguna de su protección. No obstante, parece raro que exijan juramento de algo que nadie haya revelado previa mente en voz alta y clara. A este respecto, quizá te hagas la siguiente reflexión: «se requiere mucha ciencia en estos casos». Sin embargo, ten en cuenta que sería demasiado fácil conservar con tan escasos recursos la vida, la reputación, la familiaridad con gente poderosa, la amistad y, muy a menu do, los amigos mismos, la fama de hombre honrado, la segu ridad y, en definitiva, todas las cualidades humanas, si ello no se hubiera conseguido a costa de algunos dispendios y de determinados medios ilícitos. SIMULACIÓN Y DISIMULACIÓN 29 Un tipo de simulación que nunca conviene despreciar es el de ofrecer a alguien lo que sabes que no va a aceptar, y, sin embargo, persuadirle para que lo haga siempre sin demasiada insistencia, no sea que al final le obligues a aceptarlo o llegue a comprender por qué se lo ofreces. Es una simulación cruel fingirte amigo de un enemigo de un amigo tuyo, y primero incitarlo contra éste y ayudarlo a ello, pero después abandonarlo de repente, como vencido y temeroso, tras advertirle antes que ha acometido acciones deshonestas, detestables y peligrosas. De modo similar, aun que por métodos opuestos, hay dos actitudes muy importan tes en este asunto: cuando pases por un hombre paciente, debes reivindicar tu reputación y no hacer nada mas; cuando eches mano de amenazas, has de recurrir al menosprecio, con el Fin de oprimir a los incautos. De esta forma, de no tener ninguno pasarás a contar con dos amigos, a modo de jueces de actos delictivos: te ganarás la amistad de uno a Fuerza de fingir, la del otro gracias a la rivalidad; y, por esa misma riva lidad, lograrás la amistad verdadera del primero. Para revelar ya todo este asunto en su integridad y aque llo que viene a ser de uso diario, sólo me falta sugerir lo pro vechoso que resulta en cualquier trato obrar siempre tácita mente o, al menos, emplear un lenguaje conciso. Ambas acti tudes pueden adscribirse a un tercer género de simulación, que, sin duda, viene a ser el más divulgado de todos. De la disimulación La disimulación, cuyo célebre descubridor fue Sócrates, se diferencia de la simulación especialmente en que aquélla se fundamenta en cosas reales y se efectúa de forma pasiva, mientras que la simulación, en lo que no existe y en que es activa. Por eso, la simulación está más cerca de la pura men tira, siendo en cambio la disimulación más elegante siempre. En cualquier caso, el fin de una y otra es el mismo: engañar. Y casi idéntico viene a ser también el uso de ambas: las dos se emplean con los embaucadores domésticos y con los prín cipes. Ahora bien, el disimulo con estos últimos resulta 30 SOBRE LA MENTIRA mucho más peligroso, ya que esos hombres pretenden que, como instrumento básico de toda mala acción y todo engaño, sea de su exclusiva potestad y licencia. Disimulamos principalmente lo que sabemos. Las malas acciones para cuyo cometido has dado tu permiso, las acha carás a tu ignorancia -como si no supieras nada de ello-, o bien a tu mala suerte. En tales circunstancias, no debes pro ferir ninguna palabra dura o desagradable, ni tampoco bro mear, sino que todo lo que digas ha de ser severo, mesurado y puro. Esto, no obstante, lo aprenderás más de la experien cia misma que de lo que pueda enseñarte cualquier argumen tación teórica. Un tipo de disimulación consiste en contar a alguien un determinado chisme que él mismo te haya dicho en otro momento, como si te hubieras olvidado del autor de la noti cia. Al disimular que él te la ha contado, estás mostrando al mismo tiempo que tú has sido objeto de una acusación calum niosa y él, a su vez, de una engañosa persuasión. A este res pecto, es también mucho mejor disimular cualquier afrenta de la que esperas poder tomar venganza en algún momento, por pequeña que sea; en los demás supuestos, no resulta lícito. Otro tipo de disimulación es el siguiente: cuando un amigo te pida que hagas lo que tú tenías ya pensado llevar a cabo por un motivo distinto, prométeselo sin falta, y después dale a entender que otra persona te ha solicitado ya lo mismo: te ganarás las simpatías de ambos. La ocultación es una especie de disimulación; o mejor, vendría a ser su finalidad. En cualquier caso, la ocultación es doble: una común a todo el mundo y que se manifiesta callan do, manteniendo silencio y mostrando siempre cierta indife rencia; y otra que usan quienes no pueden aparentar calma ni estar callados -como es el caso de Belloti de Florencia7 y de mí mismo-, y que se efectúa haciendo o diciendo algo distin to a lo que se pretende ocultar. El primer modo resulta más fácil y decoroso, pero se descubre con mayor facilidad si alguien intuye el engaño; el otro es más seguro, aunque tam bién más turbulento. Por último, hay un nuevo tipo de disimulación que se usa al escribir cartas y que no es nada despreciable -yo mismo lo SIMULACIÓN Y DISIMULACIÓN 31 utilizo de vez en cuando-. Consiste en que, cuando alguien te pide consejo sobre algún asunto privado, que le parece indig no, le respondas como si te preguntase por algo diferente. Además de otros efectos, resulta un modo honesto de adver tir a tu amigo que tal consejo no te parece propio de su dig nidad. LOS MENTIROSOS M ontaigne II No hay hombre a quien menos convenga meterse a hablar de memoria que a mí, pues apenas conservo traza de ella, y pienso que no hay en el mundo otra memoria tan monstruo samente débil como la mía. Todas mis otras facultades son viles y comunes. Pero en ésta creo ser singular y muy raro, y digno de ganarme por ahí nombre y reputación. Además del inconveniente natural que sufro por ello -Platón, vista su necesidad, ciertamente tiene razón al lla marla grande y potente diosa-1, como en mi país, si se quie re afirmar que un hombre carece de sentido, se dice que no tiene memoria, cuando me quejo de la falta de la mía, me reprenden y se niegan a creerme, como si estuviese acusán dome de ser un insensato. No captan la diferencia entre memoria y entendimiento. Y eso es rebajarme. Pero se equi vocan porque se ve por experiencia más bien lo contrario, que memorias excelentes se juntan fácilmente con entendimien tos débiles. Quienes no saben hacer nada mejor que ser amigos se equivocan también en esto: en que las mismas palabras que revelan mi enfermedad representan la ingratitud. Ligan mi afecto a mi memoria, y de un defectonatural hacen un defec to de conciencia. «Ha olvidado, dicen, este ruego o esta pro mesa. Ya no se acuerda de sus amigos. No se ha acordado de decir o hacer o callar tal cosa por amor hacia mí». Desde luego que he podido fácilmente olvidarme; pero descuidar el encargo que mi amigo me ha hecho, eso no lo hago yo. Que se conformen con mi miseria, sin hacer de ella una especie de malicia; y de una malicia tan ajena a mi talante. Sin embargo, encuentro algún consuelo. Primero, porque es un mal del que, sobre todo, he sacado un argumento para 34 SOBRE LA MENTIRA corregir un mal peor: el que hubiera podido producirse fácil mente en mí, a saber, la ambición, pues la falta de memoria es una debilidad insoportable para quien se empeña en los negocios del mundo. Además, como demuestran varios ejem plos del progreso de la naturaleza, ha fortalecido otras facul tades en mí, a medida que esa otra se iba debilitando. Y mi espíritu y mi juicio se habrían debilitado y languidecido, siguiendo las huellas de los demás -como hace la gente, sin desarrollar las fuerzas propias-, si hubiese tenido presentes por gracia de la memoria los inventos y las opiniones ajenas. Asimismo mi hablar es más breve debido a que el alma cén de la memoria está siempre mejor abastecido que el de la invención. Si la memoria se hubiera mantenido en mí, habría ensordecido a mis compañeros de charla, recordando asuntos y animando mis discursos. Sería una lástima. La prueba la tengo en algunos de mis íntimos amigos: a medida que la memoria les proporciona algo completo y presente, se remon tan tan atrás en su narración y la cargan tanto de vanas cir cunstancias que si el cuento es bueno acaban ahogándolo; si no lo es, maldices la dicha de su memoria o la desdicha de su juicio. Y es difícil elaborar un discurso y cortarlo una vez empezado. No hay nada mejor, para conocer la fuerza de un caballo, como hacerle parar en seco. Incluso entre los no impertinentes los hay que quieren y no pueden librarse de su carrera. Cuando buscan el modo de concluir acaban tamba leándose y arrastrándose como hombres que desfallecen de debilidad. Los más peligrosos son los viejos, en quienes per manece el recuerdo de las cosas pasadas y se pierde el de las cosas repetidas. He visto cómo relatos muy divertidos llega ban a resultar muy enojosos en boca de un mismo señor, cuan do cada oyente había sido obsequiado con él ya cien veces. En segundo lugar, porque recuerdo poco las ofensas reci bidas, como decía aquel antiguo2. Y me haría falta un apunta dor, como a Darío, quien, para no olvidar la ofensa recibida de los atenienses, hacía que un paje, cada vez que se sentaba a la mesa, viniese a repetirle tres veces al oído: «Señor, acuér date de los atenienses»-3; y, además, los lugares y los libros que vuelvo a ver me sorprenden siempre con alguna noticia fresca. LOS MENTIROSOS 35 No sin razón se dice que quien no se siente firme en su memoria no debe meterse a mentiroso. Sé bien que los gra máticos hacen la diferencia entre decir mentira y mentir4, y sostienen que decir mentira es decir una cosa falsa, pero que se ha tomado por verdadera; y que la definición de la palabra 'mentir’ en latín, de la que parte nuestro francés, comporta ir contra la propia conciencia5 y, por consiguiente, eso sólo afecta a quienes hablan contra lo que saben, de los cuales hablo yo. Ahora bien, éstos, o inventan del todo, hasta el mareo, o disfrazan y alteran un fondo verdadero. En cuanto a los que enmascaran y modifican algo, resulta difícil que no se denuncien a sí mismos al restablecerlo con frecuencia en el mismo cuento, porque como los hechos reales, que se hayan alojado primero en la memoria y se hayan grabado en ella por vía del conocimiento y de la ciencia, es difícil que no se representen en la imaginación -desalojando a la falsedad, que no puede permanecer allí tan firme y tan segura-, y por- que las circunstancias del primer aprendizaje (introducién dose continuamente en el espíritu) no hacen perder el recuerdo de las cosas añadidas, falsas o bastardas. En cuan to a quienes inventan absolutamente todo, como no hay nin guna impresión contraria que choque con su falsedad, pare ce que deben tener menos temor a ser desmentidos. ¡Sin embargo, incluso en este caso, ya que se trata de un cuerpo vano y sin arraigo, se escapa fácilmente de la memoria cuan do no está bien asegurada. De esto he tenido a menudo expe riencia, y divertida experiencia, a costa de los que hacen pro fesión de no hablar sino para lo que sirve a sus negocios y para agradar a esos poderosos a quienes se dirigen. Como estas circunstancias a las que quieren someter su fe y su conciencia están sujetas a diversos cambios, es necesario que su palabra se diversifique cada vez, por lo que ocurre que de una misma cosa ora dicen gris ora amarillo. A unos, una cosa; a otros, otra. Y si por azar estos hombres recogen como botín unas declaraciones tan contrarias, ¿en qué se convierte este artificio? Además, imprudentemente se desdicen ellos mismos a menudo; porque ¿qué memoria requerirían para acordarse de tan diversas formas como las forjadas para un 36 SOBRE LA MENTIRA mismo asunto? He visto a muchos contemporáneos envidiar la reputación de esta clase de prudencia, y no ven que si la reputación existe, su efecto no puede persistir. En verdad, el mentir es un maldito vicio. No somos más que hombres y sólo nos tratamos mediante la palabra. Si conociésemos el horror y el lastre de la mentira, la persegui ríamos hasta la hoguera más justamente que a otros crímenes. Creo que por lo general se castiga equivocadamente a los niños por errores inocentes y se les atormenta por acciones temerarias suyas que no dejan huella ni tienen consecuencia alguna. La mentira en sí misma y un poco por debajo la ter quedad me parecen ser los vicios que deberían combatirse en su raí/ y en su desarrollo. Porque crecen. Y una ve/ que se ha dado rienda suelta a la lengua, maravilla ver lo imposible que es retenerla. Por eso vemos hombres, honestos por lo demás, sometidos y dominados por ese vicio. Se de un buen aprendiz de sastre a quien jamás he oído decir una verdad, ni siquiera cuando hubiera podido resultarle útil. Si, como la verdad, la mentira no tuviera más que una cara, estaríamos en mejor situación. Porque tomaríamos como cierto lo opuesto a lo que dijese el mentiroso. Pero el reverso de la mentira tiene cien mil figuras y un campo ili mitado. Los pitagóricos presentan al bien cierto y finito, al mal infinito e incierto0. Mil rutas se desvían del blanco, sólo una se dirige a él. Desde luego no estoy seguro de no protegerme, en caso extremo, de un peligro evidente con una descarada y solemne mentira. Un antiguo Padre dice que estamos mejor en compañía de un perro conocido que en la de un hombre cuyo lenguaje desconocemos: «De suerte que un extranjero no es para nosotros un hombre»7. ¡Y cuánto menos sociable es el lenguaje falso que el silencio\H. Francisco 1 se vanagloriaba de haber puesto en evidencia por este sistema a Francisco Taverna, embajador de Francisco Sforza, duque de Milán, hombre muy famoso en la ciencia de la charlatanería. Taverna fue enviado para excusar a su señor ante su majestad por un hecho de grandes consecuencias que es el siguiente: el rey Francisco I, para seguir manteniendo cierto poder sobre Italia, de donde había sido expulsado LOS MENTIROSOS 37 recientemente, incluso del ducado de Milán, decidió mante ner allí, junto al duque, un gentilhombre de su confianza, embajador de hecho aunque hombre privado en apariencia, que fingiese estar allí por asuntos particulares. Tampoco el duque, que dependía mucho más del emperador Carlos V (sobre todo entonces, que estaba en tratos de boda con su sobrina, hija del rey de Dinamarca, hoy señora viuda de Lorena) podía, sin perjuicio suyo descubrir que tenía relación con nosotros los franceses. Se consideró adecuado para esta misión a un gentilhombremilancs, escudero del rey, llamado Merveille. Este hombre, enviado, para disimular, con creden ciales secretas e instrucciones de embajador y con otras car tas de recomendación para el duque en favor de sus asuntos particulares, permaneció tanto tiempo junto al duque que pro vocó cierto resentimiento en el emperador y ello fue la causa, pensamos, de lo siguiente: con el pretexto de cierto homici dio, el duque le hizo decapitar por la noche, tras un proceso resuelto en dos días. Llegado Francisco Tavema, dispuesto a contar un largo relato falsificado de esta historia, porque el rey se había dirigido a todos los príncipes de la cristiandad y al propio duque para pedir razón del hecho, fue oído en audiencia por la mañana y estableció como fundamento de su causa buenas apariencias aderezadas para este fin: que su señor nunca había tomado a este hombre sino por un gentil hombre privado y subdito suyo venido a Milán por asuntos privados, y que nunca había vivido allí con otra apariencia; que su señor ignoraba incluso que tuviese relación con la casa del rey ni fuese siquiera conocido suyo, al menos tanto como para nombrarle embajador. El rey a su vez le acució con diversas objeciones y preguntas cercándole por todas partes hasta que al fin le acorraló en el punto de la ejecución lleva da a cabo por la noche y como a escondidas. El pobre hom bre, confuso, respondió, haciéndose el inocente, que por res peto a su majestad, el duque se hubiera sentido muy pesaro so de que se realizase esa ejecución de día. Puede cada uno imaginarse cómo se levantaría habiendo caído tan torpemen te ante las narices de Francisco I. El papa Julio II envió9 un embajador al rey de Inglaterra para incitarle contra el rey Francisco10. Oído el embajador, el 38 SOBRE LA MENTIRA rey de Inglaterra dio una respuesta detallada sobre las difi cultades que encontraba en hacer los preparativos necesarios para combatir a un rey tan poderoso; y, alegando ciertas razones, el embajador respondió inoportunamente que él también por su parte había considerado esas dificultades y se las había comunicado claramente al papa. De unas palabras tan alejadas de su proposición, que era empujarle directa mente a la guerra, el rey sacó el primer argumento de lo que luego comprobó como cierto: que ese embajador, de modo particular, estaba del lado de Francia. Advertido de esto su señor, le fueron confiscados sus bienes y a punto estuvo de perder la vida. EL ARTE DEL ENGAÑO Mateo Alemán III Son tan parecidos el engaño y la mentira, que no sé quién sepa o pueda diferenciarlos. Porque, aunque diferentes en el nombre, son de una identidad, conformes en el hecho, supuesto que no hay mentira sin engaño ni engaño sin men tira. Quien quiere mentir engaña y el que quiere engañar miente. Mas, como ya están recibidos en diferentes propósi tos, iré con el uso y digo, conforme a él, que tal es el engaño respecto de la verdad, como lo cierto en orden a la mentira o como la sombra del espejo y lo natural que la representa. Está tan dispuesto y es tan fácil para efectuar cualquier grave daño, cuanto es difícil de ser a los principios conocido, por ser tan semejante al bien, que, representando su misma figu ra, movimientos y talle, destruye con gran facilidad. Es una red sutilísima, en cuya comparación fue hecha de maromas la que fingen los poetas que fabricó Vulcano contra el adúltero1. Es tan imperceptible y delgada, que no hay tan clara vista, juicio tan sutil ni discreción tan limada, que pueda descubrirla. Y tan artificiosa que, tendida en lo más llano, menos podemos escaparnos de ella, por la seguridad con que vamos. Y con esto es tan fuerte, que pocos o ninguno la rompe sin dejarse dentro alguna prenda. Por lo cual se llama, con justa razón, el mayor daño de la vida, pues debajo de lengua de cera trae corazón de diaman te, viste cilicio sin que le toque, chúpase los carrillos y revienta de gordo y, teniendo salud para vender, habla dolien te por parecer enfermo. Hace rostro compasivo, da lágrimas, ofrécenos el pecho, los brazos abiertos, para despedazarnos en ellos. Y como las aves dan el imperio al águila, los anima les al león, los peces a la ballena y las serpientes al basilisco2, 40 SOBRE LA MENTIRA así entre los daños, es el mayor de ellos el engaño y más poderoso. Como áspide, mata con un sabroso sueño3. Es voz de sire na, que prende agradando al oído. Con seguridad ofrece paces, con halago amistades y, faltando a sus divinas leyes, las quebranta, dejándolas agraviadas con menosprecio. Promete alegres contentos y ciertas esperanzas, que nunca cumple ni llegan, porque las va cambiando de feria en feria4. Y como se fabrica la casa de muchas piedras, así un engaño de otros muchos3: todos a sólo aquel fin. Es verdugo del bien, porque con aparente santidad asegu ra y ninguno se guarda de el ni le teme. Viene cubierto en figura de romero, para ejecutar su mal deseo0. Es tan general esta contagiosa enfermedad, que no solamente los hombres la padecen, mas las aves y animales. También los peces tratan allá de sus engaños, para conservarse mejor cada uno. Engañan los árboles y plantas, prometiéndonos alegre flor y fruto, que al tiempo falla y lo pasan con lozanía. Las piedras, aun siendo piedras y sin sentido, turban el nuestro con su fin gido resplandor y mienten, que no son lo que parecen. Id tiempo, las ocasiones, los sentidos nos engañan. Y sobre todo, aun los más bien trazados pensamientos. Toda cosa engaña y todos engañamos en una de cuatro maneras. La una de ellas es, cuando quien trata el engaño, sale con él, dejando engañado al otro. Como le aconteció a cierto estu diante de Alcalá de Henares, el cual, como se llegasen las pascuas y no tuviese con qué poderlas pasar alegremente, acordóse de un vecino suyo que tenía un muy gentil corral de gallinas, y no para hacerle algún bien. Era pobre mendicante y juntamente con esto gran avariento. Criábalas con el pan que le daban de limosna y de noche las encerraba dentro del aposento mismo en que dormía. Pues, como anduviese dando trazas para hurtárselas y ninguna fuese buena, porque de día era imposible y de noche asistía y las guardaba, vínole a la memoria fingir un pliego de cartas y púsole de porte dos ducados, dirigiéndolo a Madrid a cierto caballero principal muy nombrado. Y antes que amaneciese, con mucho secreto se lo puso al umbral de la puerta, para que luego en abrién dola lo hallase. Levantóse por la mañana y, como lo vio, sin EL ARTE DEL ENGANO 41 saber qué fuese, lo alzó del suelo. Pasó el estudiante por allí como acaso, y viéndole el pobre le rogó que leyese qué pape les eran aquellos. El estudiante le dijo: «¡Cuales me hallara yo ahora otros! Estas cartas van a Madrid, con dos ducados de porte, a un caballero rico que allí reside, y no será llegado cuando estén pagados». Al pobre le creció el ojo. Parecióle que un día de camino era poco trabajo, en especial que a mediodía lo habría andado y a la noche se volvería en un carro. Dio de comer a sus aves, dejólas encerradas y proveí das y fuese a llevar su pliego. El estudiante a la noche saltó por unos trascorrales y, desquiciando el aposentillo, no le tocó en alguna otra cosa que las gallinas, no dejándole más de sólo el gallo, con un capuz y caperuza de bayeta muy bien cosido, de manera que no se le cayese, y así se fue a su casa. Cuando el pobre vino a la suya de madrugada y vio su mal recaudo y que había trabajado en balde, porque tal caballero no había en Madrid, lloraban él y el gallo su soledad y viudez amargamente. Otros engaños hay, en que junto con el engañado lo queda también el engañador. Así le aconteció a este mismo estu diante y en este mismo caso. Porque, como para efectuarlo no pudiese solo él, siéndole necesario compañía, juntóse con / otro camarada suyo, dándole cuenta y parte del hurto. Este lo descubrió a un amigo suyo, de manera que pasó la palabra hasta venirlo a saber unos bellaconazosandaluces. Y como esos otros fuesen castellanos viejos y por el mismo caso sus contrarios, acordaron de desvalijarlos con otra graciosa burla. Sabían la casa donde fueron y calles por donde habían de venir. Fingiéronse justicia y aguardaron hasta que volviesen a la traspuesta de una calle, de donde, luego que los devisaron, salieron en forma de ronda con sus linternas, espadas y rode las. Adelantóse uno a preguntar: «¿Qué gente?». Pensaron ellos que aquél era corchete y, por no ser conocidos y presos con aquel mal indicio, soltaron las gallinas y dieron a huir como unos potros. De manera que no faltó quien también a ellos los engañase. La tercera manera de engaños es cuando son sin perjuicio, que ni engañan a otro con ello ni lo quedan los que quieren o tratan de engañar. Lo cual es en dos maneras: o con obras o 42 SOBRE LA MENTIRA con palabras. Palabras, contando cuentos, refiriendo novelas, fábulas y otras cosas de entretenimiento. Y obras, como son las del juego de manos y otros primores o tropelías7 que se hacen y son sin algún daño ni perjuicio de tercero. La cuarta manera es cuando el que piensa engañar queda engañado, trocándose la suerte. Acontecióle esto a un gran príncipe de Italia -aunque también se dice de César-, el cual, por favorecer a un famosísimo poeta de su tiempo, lo llevó a su casa, donde le hizo a los principios muchas lisonjas y cari cias, acompañadas de mercedes, cuanto dio lugar aquel gusto. Mas fuésele pasando poco a poco, hasta quedar el pobre poeta con solo un aposento y limitada ración, de manera que padecía mucha desnudez y trabajo, tanto que ya no salía de casa por no tener con que cubrirse. Y conside rándose allí enjaulado, que aun como a papagayo no trataban de oírle, acordó de recordar al príncipe dormido en su favor, tomando traza para ello. Y en sabiendo que salía de casa, esperábalo a la vuelta y, saliéndole al encuentro con alguna obra que le tenía compuesta, se la ponía en las manos, cre yendo con aquello refrescarle la memoria. Tanto continuó en hacer esta diligencia, que ya cansado el príncipe de tanta importunación lo quiso burlar, y habiendo él mismo com puesto un soneto y viniendo de pasearse una tarde, cuando vio que le salía el poeta al encuentro, sin darle lugar a que le pudiese dar la obra que le había compuesto, sacó del pecho el soneto y púsoselo en las manos al poeta. El cual, enten diendo la treta, como discreto, fingiendo haberlo ya leído, celebrándolo mucho, echó mano a su faltriquera y sacó de ella un solo real de a ocho que tenía y dióselo al príncipe, diciendo: «Digno es de premio un buen ingenio. Cuanto tengo doy; que si más tuviera, mejor lo pagara». Con esto quedó atajado el príncipe, hallándose preso en su mismo lazo, con la misma burla que pensó hacer, y trató de allí ade lante de favorecer a el hombre, como solía primero8. Hay otros muchos géneros de estos engaños, y en espe cial es uno y dañosísimo el de aquellos que quieren que como por fe creamos lo que contra los ojos vemos. El mal nacido y por tal conocido quiere con hinchazón y soberbia ganar nombre de poderoso, porque bien mal tiene cuatro EL ARTE DEL ENGANO 43 maravedís, dando con su mal proceder causa que hagan burla de ellos, diciendo quién son, qué principio tuvo su linaje, de dónde comenzó su caballería, cuánto le costó la nobleza y el oficio en que trataron su padres y quiénes fue ron sus madres. Piensan éstos engañar y engáñanse, porque con humildad, afabilidad y buen trato fueran echando tierra hasta henchir con el tiempo los hoyos y quedar parejos con los buenos. Otros engañan con fieros, para hacerse valientes, como si no supiésemos que sólo aquellos lo son que callan. Otros con el mucho hablar y mucha librería quieren ser estimados por sabios y no consideran cuánta mayor la tienen los libreros y no por eso lo son. Que ni la loba larga ni el sombrero de falda ni la muía con tocas y engualdrapadas será poderosa para que a cuatro lances no descubran la hilaza'f Otros hay necios de solar conocido, que como tales o que caducan de viejos, inhá biles ya para todo género de uso y ejercicio, notorios en edad y flaqueza, quieren desmentir las espías10, contra toda verdad y razón, liñéndose las barbas, cual si alguno ignorase que no las hay tornasoladas, que a cada viso hacen su color diferen te y ninguna perfecta, como los cuellos de las palomas; y en cada pelo se hallan tres diferencias, blanco al nacimiento, flavo11 en el medio y negro a la punta, como pluma de papa gayo. Y en mujeres, cuando lo tal acontece, ningún cabello hay que no tenga su color diferente. Puedo afirmar de una señora que se teñía las canas, a la cual estuve con atención mirando y se las vi verdes, azules, amarillas, coloradas y de otras varias colores, y en algunas todas, de manera que por engañar el tiempo descubría su locura, siendo risa de cuantos la veían. Que usen esto algunos mozos, a quien por herencia -como fruta temprana de la Vera de Plaseneia-12 le nacieron cuatro pelos blancos, no es mara villa. Y aun éstos dan ocasión que se diga libremente de ellos aquello de que van huyendo, perdiendo el crédito en edad y seso. ¡Desventurada vejez, templo sagrado, paradero de los carros de la vida! ¿Cómo eres tan aborrecida en ella, siendo el puerto de todos más deseado? ¿Cómo los que de lejos te respetan, en llegando a ti, te profanan?13. ¿Cómo, si eres 44 SOBRE LA MENTIRA vaso de prudencia, eres vituperada como loca? ¿Y si la misma honra, respeto y reverencia, por qué de tus mayores amigos estás tenida por infame? ¿Y si archivo de la cien cia14, cómo te desprecian? O en ti debe de haber mucho mal o la maldad está en ellos. Y esto es lo cierto. Llegan a ti sin lastre de consejo y da vaivenes la gaviaL\ porque al seso le falta el peso. LA RISA DE DEMÓCR1TO Robkrt Burton IV ¿Qué es la plaza del mercado? De acuerdo con Ana- carsis1, un lugar donde se engañan los unos a los otros, una trampa. ¿Qué es el propio mundo? Un vasto caos, una confusión de tipos diversos, tan inasibles como el aire; un manicomio; un tropel turbulento lleno de corrupciones; un mercado de espectros y duendes; el teatro de la hipocresía; una tienda de picaros y aduladores; un aposento de villanías; una escena donde se murmura; la escuela del desvarío; la academia del vicio; un campo de batalla donde, lo quieras o no, debes luchar y vencer pues si no serás derrotado, en donde o matas o te matan, en el que cada cual lucha por su propia cuenta, defiende sus fines privados y está siempre en guardia. Nada detiene a los humanos, ni la caridad, ni el amor, ni la amistad, ni el temor de Dios, ni la alianza, ni la afinidad, ni la consanguinidad, ni el cristianismo; y si se les ofende de alguna manera o se toca la cuerda del propio interés, se ponen a injuriar2. Los viejos amigos se convierten en crueles enemi gos en un instante por tonterías y pequeñas ofensas, y los que antes estaban deseosos de manifestar todo tipo de muestras mutuas de amor y amabilidad, ahora se ultrajan y persiguen entre sí a muerte, con un odio mayor que el de Vatinio, y rechazan toda reconciliación. Mientras les sea provechoso se aman y se benefician mutuamente, pero cuando no se pueden esperar más ventajas, le cuelgan o le disparan como a un ✓ perro viejo. Catón de Utica3 considera una gran indecencia utilizar a los hombres como zapatos viejos o como cristales rotos que se arrojan al estercolero; Catón no tenía el coraje de vender un viejo buey, y mucho menos para echar a un antiguo sirviente; pero otros hombres en vez de recompensarle, le 46 SOBRE LA MENTIRA ultrajan, y cuando le han convertido en instrumento de su villanía, como hizo el emperador de los turcos Bayaceto II con Acomethes Basa4, se libran de él, o le odian a muerte como hizo Tiberio con Silio, en vez de recompensarle5. En una palabra, cada hombre sólo se preocupa de sí mismo. Nuestro summum bonum es el interés, y la diosa a la que adoramos es la Reina Moneda.
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