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DESARROLLO EcoNOMIco, vol. 41, N2 161 (abril-junio de 2001) 
-~ 1274 
TERRATENIENTES, INDUSTRIALES Y CLASE 
DOMINANTE EN LA ARGENTINA: 
RESPUESTA A UNA CRITICA* 
ROY HORA** 
Jorge Schvarzer ha tenido la cortesla de 
leer mi articulo "Terratenientes, empresarios 
industriales y crecimiento industrial en la 
Argentina: los estancieros y el debate sobre el 
proteccionismo, 1890-1914" y se ha tornado el 
trabajo de manifestar por escrito sus opiniones, 
mayormente crlticas, sobre el mismo. No puedo 
menos que destacar este gesto que, ine- 
vitablemente, compromete una respuesta. Sus 
comentarios merecen considerarse con la 
debida atenci6n, en parte porque es necesario 
aquilatar el valor de sus argumentos, en parte 
porque sus afirmaciones resultan ilustrativas 
de un modo de entender el pasado argentino 
con el que manifiesto m~s de un desacuerdo. 
Schvarzer somete mi escrito a una serie de 
objeciones, para finalmente concluir que la 
evidencia alli presentada no hace sino corroborar 
la perspectiva analitica con la que se identifica, 
planteadas originariamente por Milclades Pela, 
y reelaborada mAs tarde por Jorge SAbato y 
por el propio Schvarzer. En defensa de sus 
ideas, este crltico argumenta que se trata de un 
artlculo que aporta algunos datos novedosos, 
pero que no acierta en c6mo interpretarlos. Es 
el intento por presentar mi articulo como una 
confirmaci6n de ideas alas que no adscribo la 
que me obliga a volver sobre aspectos puntuales 
del trabajo, pero tambi~n a formular algunas 
consideraciones mAs generales, referidas alas 
debilidades de la perspectiva que Schvarzer 
defiende. Seflalemos, desde el inicio, que 
nuestro critico tiende a considerar en conjunto 
dos problemas: el de las caracterlsticas del 
empresariado y el de la evoluci6n de la economla 
argentina en el largo plazo. Aunque 6stos se 
tocan en varios puntos, de todas maneras 
merecen, cada uno, un tratamiento especlfico. 
Por este motivo, aqui s6lo nos proponemos 
hacer algunas consideraciones sobre el primero 
(aunque, como el lector advertird, ello tiene 
consecuencias sobre c6mo abordar el segundo). 
Uno de los objetivos de mi articulo es someter 
a crltica dos interpretaciones, en gran medida 
opuestas, sobre las relaciones entre te- 
rratenientes e industriales en el periodo de 
crecimiento agroexportador. Cada una de Ostas 
se apoya en un cOmulo (ciertamente parcial) de 
evidencias hist6ricas, pero es incapaz de 
integrar otras. Mi perspectiva se propone salir 
de un debate cuya productividad se ha agotado 
hace mucho tiempo, tomando distanciatanto de 
la visi6n que afirma que los intereses de 
terratenientes e industriales eran esencialmente 
contradictorios u opuestos entre si (la versi6n 
tradicional) como de la que sostiene que 6stos 
eran fundamentalmente compatibles debido al 
carActer diversificado del gran empresariado 
del perlodo (la versi6n revisionista que Schvarzer 
suscribe). Sugiere que, en Ilneas generales, 
empresarios rurales e industriales deben ser 
considerados como actores distintos y 
aut6nomos. En este punto, la interpretaci6n 
tradicional se ajusta mejor que la revisionista a 
lo que nos dice la evidencia hist6rica. Pero 
(como Ezequiel Gallo lo intuy6 hace tiempo) 
6sta tambidn indica que los intereses de 
* 
Respuesta a la nota de JORGE SCHVARZER, en este 
mismo ejemplar, prigs. 121-26. 
** Universidad Nacional de Quilmes - CONICET. 
[Direcci6n electr6nica: <rhora@unq.edu.ar>.] 
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128 ROY HORA 
terratenientes e industriales, si bien no eran 
id~nticos, se revelaron compatibles en distintos 
momentos del periodo en consideraci6n. S6lo 
en ciertas circunstancias hist6ricas la diferencia 
se convirti6 en oposicidn1. 
El articulo argumenta que los problemas 
vinculados a la colocaci6n de la producci6n 
exportable argentina en los mercados externos 
constituyeron el principal punto de fricci6n entre 
terratenientes e industriales a lo largo de todo el 
perlodo analizado. Si en la segunda mitad de la 
d~cada de 1860 los empresarios rurales 
consideraron, siquiera timidamente, promover 
una politica proteccionista, para la d6cada de 
1880 ya no dudaban de que su suerte estaba 
atada a la de la expansi6n del mercado externo, 
por Io que nunca volvieron a "fluctuar" entre 
proteccionismo y librecambio. Pero la presencia 
de una industria que, al menos en parte, crecid6 
a la sombra de la proteccidn aduanera, afectaba 
la fluidez de esa vinculaci6n. Son las diferencias 
surgidas en torno de este punto las que, en 
determinados momentos, volvieron conflictivas 
las relaciones al interior de una clase empresaria 
en la que encontramos unos pocos grandes 
empresarios diversificados, asi como un nOmero 
mayor de empresarios industriales especiali- 
zados, pero cuya cOspide se encontraba am- 
pliamente dominada por grandes terratenientes 
con intereses fundamentalmente limitados al 
sector rural (volver6 sobre este punto verdade- 
ramente crucial mAs abajo). 
Cu.n 
significativas 
fueron las diferencias entre terratenientes e 
industriales puede discutirse larga e infruc- 
tuosamente, por lo que quizcs la mejor forma de 
encontrar un camino que permita avanzar en la 
resoluci6n de este interrogante sea colocarlo en 
una perspectiva comparativa (a la que, dicho 
sea de paso, Schvarzer siempre se resisti6). 
LTuvieron estos conflictos menor hondura que 
los que enfrentaron entre si a los empresarios 
norteamericanos, los franceses, los mexicanos, 
los chilenos, los colombianos o los brasileiros 
de ese periodo? Nada parece indicarlo, en 
parte porque la existencia de elites empresarias 
con activos esparcidos en distintas esferas de 
actividad que, contratoda evidencia, Schvarzer 
insiste en presentar como uno de los rasgos 
distintivos del caso argentino, y como uno de los 
motivos centrales que explican su particular 
deriva, si bien no se confirma para el caso que 
nos ocupa, resulta muy generalizada en otras 
experiencias nacionales. 
Por si hiciera falta, conviene aclarar que mi 
articulo no equipara industria y proteccionismo, 
ni afirma que 6ste, necesariamente, forrna parte 
de una politica industrial. De hecho, las razones 
que ofrece para explicar lo mts sustancial del 
crecimiento manufacturero del periodo son de 
otra indole (expansi6n del mercado dombstico, 
especialmente urbano, mejora del sistema de 
comunicaciones, eslabonamientos con la 
actividad de exportaci6n, etc~tera), y s6lo hace 
menci6n a la protecci6n arancelaria para explicar 
la presencia de aquel segmento de la industria 
que competia con la producci6n importada pero 
que tenia costos de producci6n 
m.s 
altos que 
los internacionales. Este fen6meno es conocido 
y no vale la pena detenerse en 6l. Schvarzer 
tampoco parece haber advertido que mi escrito 
no niega la fuerte dependencia del Estado federal 
respecto de los recursos generados por el 
comercio exterior, ni el hecho de que ese sistema 
fiscal no distribula sus cargas de forma neutral 
entre los distintos grupos sociales. MAs bien lo 
opuesto, a punto tal que, como alli se argumenta, 
estos motivos esttn en la base del acuerdo 
interempresario sobre el sistema fiscal madu- 
rado a principios del siglo XX que, en definitiva, 
volvi6 aceptable, incluso para los terratenientes, 
la protecci6n a la industria dom6stica menos 
competitiva. 
El trabajo tampoco niega que, en algunos 
puntos, la definici6n de la tarifa aduanera haya 
estado influida por presiones puntuales. Todo lo 
contrario, como puede advertir quien se tome el 
trabajo de revisar la nota 53, donde se afirma 
que "las desigualdades entre los niveles 
arancelarios que protegian a distintas activi- 
dades parecen deberse, al menos en parte, a 
una modalidad de relaci6n entre industriales y 
legisladores altamente fragmentada, en la que 
primaban los contactos y las presiones indi- 
viduales de algunos empresarios por sobre laacci6n colectiva". Pero quedarse s6lo en este 
I 
Aprovecho aqui para seiialar dos erratas en el 
articulo mencionado. En p. 470, linea 3, donde dice "la 
producci6n industrial" debiera decir "la producci6n rural"; 
en p. 479, linea 22, donde dice "productiva" debiera 
decir "realidad productiva". 
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DEBATE: SOBRE LA CLASE DOMINANTE EN LA ARGENTINA AGROEXPORTADORA 129 
nivel de andlisis seria simplificar el problema. 
De la existencia cierta de presiones puntuales 
no parece legitimo concluir, como hace nuestro 
critico, que los intereses sectoriales y regionales 
no tuvieran ninguna relevancia en la definici6n 
de los lineamientos generales de la tarifa. Los 
encargados de definir la politica arancelaria 
argentina (en primer lugar los parlamentarios) 
seguramente estaban sujetos a presiones 
puntuales, pero tambidn actuaban en respuesta 
a demandas sectoriales y regionales, y, por 
supuesto, ademAs tenlan sus propias ideas 
sobre aquello que resultaba deseable para 
impulsar el desarrollo econ6mico de la rep0blica. 
Mi articulo, por ejemplo, ofrece evidencias de 
reclamos que (como los de la Sociedad Rural y 
de otros representantes de intereses rurales) 
s6lo pueden ser entendidas desde la perspecti- 
va sectorial. Por otra parte, &es posible entender 
la protecci6n al vino y al az0car, que contribulan 
a dinamizar provincias enteras, como conse- 
cuencia Onicamente de las presiones de algunos 
empresarios? Parece una perspectiva dema- 
siado estrecha. Aunque no es tema del trabajo, 
medidas como la exenci6n de impuestos a las 
importaciones de maquinaria agricola nos hablan 
de que, 
adem.s 
de influencias particulares, 
regionales o sectoriales, las elites politicas 
argentinas tambidn crelan en la necesidad de 
promover determinadas actividades, con cierta 
independencia del costo fiscal que esto trajese 
aparejado. 
En su inmensa mayoria, la maquinaria agri- 
cola que ingresaba libre de impuestos provenia 
no de Gran Bretara sino de America del Norte. 
Este dato invita a dudar de la consistencia de 
algunas afirmaciones de Schvarzer sobre las 
caracteristicas de la relaci6n entre Gran Bretaina 
y Argentina. El papel dominante que este autor 
le asigna a la influencia brit~nica en la definici6n 
de la tarifa, y por intermedio de ella, del orden 
econ6mico argentino en general, es mas 
mitol6gico que real. El trabajo al que Schvarzer 
remite para fundar sus afirmaciones merece 
serios reparos, sobre los cuales aqui no podemos 
detenernos2. Pero es importante recordar que 
no podria haber preferencias hacia un pals en 
particular cuando el principio que presidia las 
relaciones econ6micas argentinas con el mundo 
era el de "naci6n mfs favorecida" (definido, por 
otra parte, a mediados de la decada de 1820, 
esto es, en un contexto muy distinto al de fin de 
siglo), que autom~ticamente obligaba a genera- 
lizar al resto de los socios comerciales cualquier 
concesi6n que se hiciese a alguno de ellos en 
particular. En verdad, la visi6n que Schvarzer 
nos ofrece de la relaci6n entre Gran Bretana y 
Argentina es por demrs simplista, en gran medi- 
da porque presenta a los intereses britAnicos 
como si se tratase de un Onico sujeto: el "Gran 
Comprador y Mayor Acreedor externo", a cuyos 
deseos resultaba necesario someterse. Esta 
interpretaci6n proyecta indebidamente hacia el 
pasado una imagen de la relaci6n bilateral que 
2 En su articulo "Politica industrial y entorno 
macroecon6mico", Schvarzer insiste en la capacidad 
de Gran 
Bretara para 
definir los par&metros del sistema 
fiscal argentino. Pero los dos grandes ejemplos que 
invoca, asi como la literatura sobre la que se funda, no 
terminan de sustentar esta hip6tesis. Nuestro critico 
argumenta que el ingreso libre de derechos de material 
ferroviario respondia a la imposici6n britAnica, en 
especial ala de los dueros de las companias ferroviarias 
radicadas en Argentina, que desde el comienzo 
mostraron especial inter6s en el negocio de provisi6n de 
equipo e insumos para sus empresas ubicadas en 
nuestro pals. Contra lo que sugiere Schvarzer, estas 
afirmaciones no pueden sustentarse en el estudio de 
Henry Ferns sobre las relaciones anglo-argentinas, y en 
rigor resultan contradictorias con su argumento general. 
Ferns no s6lo recusa la idea de que Gran Bretaria 
impuso una l6gica peculiar al comercio externo argentino; 
tambi6n afirma que "no existe prueba alguna de que los 
fabricantes brit~nicos de equipos ferroviarios, de 
refrigeraci6n o de cualquier otro tipo de maquinaria que 
se usara en la Argentina ejercieran algOn control sobre 
empresas britAnicas radicadas en la Argentina o que de 
alguna manera estuvieran en condiciones de obligarlas 
a comprar articulos de esa procedencia". V6ase Henry 
FERNS: Gran Bretalia yArgentina en el siglo XIX(Buenos 
Aires, 1984), p. 429 y ss. Las afirmaciones de Schvarzer 
sobre el carb6n (el otro ejemplo invocado de supuesto 
favoritismo hacia los intereses britAnicos) son igualmente 
cuestionables. Si bien los ferrocarriles britAnicos se 
contaban entre los principales consumidores de este 
producto (aunque Schvarzer parece exagerar su 
importancia), no eran los Onicos. No debiera deses- 
timarse la importancia de esta fuente de energia para 
otros sectores (en especial, la industria dom6stica, la 
navegaci6n fluvial y gran parte de los hogares 
argentinos). En este sentido, la decisi6n de mantener 
libre de derechos el ingreso de un insumo tan bsico 
como el carb6n parece deberse mis al deseo de 
mantener bajos los costos de producci6n de una amplia 
gama de servicios y actividades industriales y rurales 
que al de favorecer a ciertas empresas britanicas en 
particular. 
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130 ROY HORA 
s6lo resulta medianamente aceptable para la 
d6cada de 1930. No caben dudas sobre la 
importancia de la City de Londres como fuente 
de capital, pero la idea de "Gran Comprador" no 
parece la mas adecuada para describir a un 
pals que, para el periodo en consideraci6n, y de 
acuerdo con cAlculos bastante confiables, s61o 
alcanzaba a adquirir entre un 19 y un 25 % del 
total de las exportaciones argentinas3. Todavia 
en los anos del cambio de siglo, el mercado 
continental tenia una importancia abrumadora 
respecto del britAnico. (Incidentalmente, ello se 
refleja en la notable expansi6n de grupos empre- 
sariales que, como los de Ernesto Tornquist, 
Antonio Devoto, Federico Portalis y Otto Bern- 
berg, hablan crecido a la sombra de ese 
intercambio en el 01timo cuarto del siglo XIX.) 
Este error fdctico se vincula con otro mayor 
de interpretaci6n. Es sabido que en la primera 
mitad del siglo XIX, la politica de la corona 
britAnica hacia el Rio de la Plata (como en 
general haciatoda Amnrica Latina, Asiay Africa) 
puede entenderse en el contexto de sus 
esfuerzos por abrir nuevas Areas al comercio, 
incluso por la fuerza. Pero en la segunda mitad 
del siglo, especialmente tras el fracaso de la 
intervenci6n en M~xico de 1861, la linea maestra 
de la diplomacia britAnica hacia las reptblicas 
independientes de America Latina cambi6. La 
consolidaci6n politica de estos paises y la plena 
apertura de sus mercados a los flujos del co- 
mercio mundial, sumadas a la presencia que los 
empresarios y comerciantes britAnicos habian 
alcanzado en muchos de ellos (especialmente 
en Brasil y el cono sur), hizo que el Foreign 
Office (que recien entonces monopoliz6 el diseho 
e implementaci6n de la politica exterior, despla- 
zando al Almirantazgo y a la Colonial Office, con 
quienes previamente habia compartido respon- 
sabilidades) se volviese un decidido promotor 
de una politica de no intervenci6n. En el 01timo 
cuarto de siglo y hasta la Gran Guerra, los 
actores centrales de la relaci6n anglo-argentina 
fueron hombres de negocioscuyos intereses, 
considerados en su conjunto, estaban lejos de 
ser homog~neos. 
En la Argentina, salvo en cuestiones vincula- 
das con conflictos laborales (cuya aparici6n fue 
muy tardla) o con el procesamiento e industria- 
lizaci6n de carnes (que afectaban, en especial, 
a los productores rurales), no hay evidencia 
algunaque sustente que las empresas britAnicas 
que actuaban en un sector particular de actividad 
accionaran en forma coordinada, menos aun 
que hubiese cooperaci6n entre el conjunto de 
los intereses del "Gran Comprador y Mayor 
Acreedor externo". En muchos casos (como el 
de los ferrocarriles), estas empresas competlan 
entre si, y las presiones que ejerclan sobre el 
gobierno no se distingulan sustancialmente de 
las de otras empresas o empresarios nativos 
(salvo, quizdAs, por su poder econ6mico indivi- 
dual). Ello fue consecuencia, en gran medida, 
del hecho de que el gobierno britAnico se 
mantuvo a distancia tanto de los intereses de la 
City como del norte manufacturero, en una acti- 
tud que contrasta con la mAs agresiva de la 
diplomacia estadounidense o alemana del 
perlodo. El gobierno britAnico no hizo esfuerzo 
alguno por atar la concesi6n de pr~stamos a la 
compra de productos britAnicos, y no mostr6 
inclinaci6n por favorecer las exportaciones de 
bienes o de capital; cuando la crisis de 1890 
suscit6 reclamos de intervenci6n, el Foreign 
Office, como antes o despubs, los rechaz6 
categ6ricamente. S61o tras la Primera Guerra 
Mundial se advierte un cambio de perspectiva, 
cuyo punto de inflexi6n para el caso argentino lo 
constituye la Misi6n D'Abernon de 19294. 
3 B. B. MITCHELL: International Historical Statistics: 
the Americas and Australasia (Londres, 1983), pp. 593- 
609, citado en Rory MILLER: Britain and Latin America in 
the Nineteenth and Twentieth Centuries (Londres, 1993), 
p. 109. Aunque las cifras para periodos previos son m&s 
aproximativas, se ha estimado que para mediados de la 
d6cada de 1820 s6lo un cuarto de los barcos que 
entraron al Rio de la Plata eran brit&nicos, y que para 
1850 esta cifra habia caido al 20 %. En los dos casos, los 
barcos de esta bandera pagaron derechos de tonetaje 
por un porcentaje que reflejaba en lineas generales su 
contribuci6n al movimiento comercial de los puertos de 
la RepOblica (23 % y 20 % respectivamente). V6ase 
Ferns: Gran Bretalia y Argentina, pp. 142-3. 
4 Existe una abundante literatura sobre las relaciones 
entre la Argentina y Gran Bretaia, gran parte de ella de 
dudoso valor. Estas apreciaciones se basan en el trabajo 
de Rory Miller (citado en la nota anterior), que es la mejor 
visi6n de conjunto de que disponemos, tanto para la 
Argentina como para Ambrica Latina. Es importante 
seeialar que aceptar una visi6n mis compleja del caracter 
de la influencia del capital extranjero, y de su capacidad 
para moldear la orientaci6n que tomaba la economia 
argentina, no significa negar su importancia ni sus 
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DEBATE: SOBRE LA CLASE DOMINANTE EN LA ARGENTINA AGROEXPORTADORA 131 
Se nos permitirA entonces disentir con la 
visi6n de Schvarzer que insiste sobre "la l6gica 
del comercio externo impuesta por Gran 
Bretaha"5 (que nos remite a interpretaciones 
corrientes en la historiografia revisionista, y hasta 
cierto punto acad~mica, de mcAs de un cuarto de 
siglo atrds), pues ella no resulta consistente con 
la evidencia hist6rica hoy disponible. La objeci6n 
de Schvarzer sobre el carActer meramente 
coyuntural de los conflictos entre terratenientes 
e industriales es mAs central a los problemas en 
discusi6n, pero igualmente endeble. Nuestro 
critico intenta restarle importancia a estos 
conflictos con el fin de reforzar sus argumentos 
sobre laausencia defraccionamientosal interior 
del gran empresariado. Pero contra lo que 
sugiere Schvarzer en su comentario, no nos 
hallamos frente a unas diferencias limitadas a 
"s6lo tres aIros de crisis", o que "no tuvieron 
permanencia". Es indudable que en la primera 
parte de la decada de 1890 el problema de las 
amenazas a la producciOn exportable argentina 
alcanzd mayor relevancia que en las dos d6cadas 
posteriores. Pero ello no invita a concluir, como 
hace nuestro critico, que se trataba meramente 
de un conflicto circunstancial, reducido a los 
ailos 1893-95. Aunque atenuado por Ia 
recuperacidn de la economia tras la Crisis del 
Noventa, el problema nunca desapareci6 del 
horizonte. Aunque Schvarzer se obstine en 
negarlas, mi texto ofrece repetidas evidencias 
de protestas pOblicas contra la protecci6n 
aduanera por parte de miembros de la copula 
del empresariado rural y de sus voceros pasada 
la mitad de la d~cada de 1890, asi como del eco 
que estos reclamos encontraron entre los 
industriales. De 1898, por ejemplo, es el mani- 
fiesto de la Sociedad Rural citado en el articulo, 
que afirmaba que a "las altas tarifas aduaneras" 
argentinas, "los palses consumidores de 
nuestros articulos de exportaci6n responden 
con la elevaciOn de derechos a los productos de 
la ganaderia y la agricultura, cuando no con 
represalias directas, que importan una prohi- 
bicidn de su importaci6n" (p. 480). De 1902 es la 
serie de notas que Emilio Frers public6 en La 
Naci6n, asimismo mencionadas en el trabajo, y 
que reiteran la critica al proteccionismo y el 
reclamo de un intercambio mAs liberal (p. 483). 
De 1912, finalmente, es un documento del 
principal vocero de la industria, tambidn citado, 
que da cuenta de las reacciones frente a estos 
reclamos. AIII la UniOn Industrial sostenia que 
"desde hace veinte atos viene agitandose 
periddicamente ese fantasma (el de las 
represalias), sin que en tanto tiempo se haya 
logrado nunca cohonestar el fundamento del 
temor con un s6lo hecho concreto" (p. 482). Un 
critico atento no debiera haber pasado por alto 
estos testimonios, que estaban frente a sus 
ojos. Siempre debiera recordarse que una 
interpretaciOn no se vuelve mas convincente 
mediante el expediente (que debe calificarse 
cuando menos de poco elegante) de ignorar lo 
que le resulta problemAtico. 
El hecho de que en la segunda mitad de la 
d~cada de 1920 y primera de 1930 las tensiones 
entre los intereses agrarios e industriales 
alcanzaran renovada vigencia parece sugerir 
que la situaciOn descripta en mi trabajo no se 
habia modificado en sus rasgos bAsicos, y que, 
lejos de desaparecer, los problemas vinculados 
a la colocacidn de la producci6n agraria pam- 
peana en el mercado exterior permanecieron 
como el principal motivo de tensi6n inter- 
empresaria hasta entrada la d~cada de 1930. 
Las razones por las cuales este conflicto alcanzO 
renovada vigencia a fines de la decada de 1920 
se vinculan con la modificaci6n del contexto 
internacional. Los rasgos principales de esta 
historia son conocidos. Tras la Gran Guerra, el 
declive de Gran Bretarlay del sistema multilateral 
de pagos que la tenla por centro, y el ascenso 
de Estados Unidos, erosionaron las bases del 
acuerdo de convivencia entre empresarios 
rurales e industriales madurado hacia el cambio 
de siglo. Durante la d~cada de 1920, Estados 
Unidos ofrecid el principal canal para el ingreso 
de capital y tecnologia que, a veces en asocia- 
ciOn con capitales y empresarios locales, estuvo 
muchos efectos sobre nuestropais. Comootros sistemas 
de dominaci6n, la fuerza fundamental del ordenamiento 
capitalista del cambio de siglo, del que Gran Bretaha era 
parte, radicaba no tanto en la existencia de una Onica y 
poderosa fuente de poder (el Sujeto Imperial), sino, por 
el contrario, en la miriada de intereses y convicciones 
que movilizaba, en su articulaci6n con otras redes de 
poder, y en su carcter disperso e impersonal. 
5 Jorge SCHVARZER: "Politica industrial y entorno 
macroecon6mico", p. 84. 
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All use subject to JSTOR Terms and Conditions132 ROY HORA 
en la base de la renovaci6n que la industria 
dombstica experiment6 en la posguerra. Pero la 
economla estadounidense era competitiva antes 
que complementaria, por lo que la supervivencia 
de la relaci6n econ6mica entre la Argentina y 
Estados Unidos venia finalmente a depender de 
la salud del sistema multilateral de pagos o de 
un intercambio comercial mAs equilibrado. El 
lanzamiento en 1927 de la campaila "comprar a 
quien nos compra" por parte de la Sociedad 
Rural estaba vinculado a este 01Itimo objetivo. 
Pero tras el rdpido fracaso de sus intentos por 
abrir el mercado estadounidense alas ex- 
portaciones de carne argentinas, los grandes 
empresarios rurales comenzaron a insistir en la 
necesidad de modificar la tradicional politica 
comercial argentina basada en la clausula de 
naci6n mas favorecida, impulsando explicita- 
mente acuerdos bilaterales. Para entonces, por 
primera vez, el Foreign Office, preocupado por 
la p6rdida de competitividad internacional de la 
economia britAnica, presionaba en el mismo 
sentido. 
En el contexto incierto pero todavla expan- 
sivo de fines de la d~cada de 1920, la concesi6n 
de ventajas a las importaciones procedentes de 
Gran Bretania (que ahora si puede calificarse 
mcAs legitimamente como "el Gran Comprador", 
pues absorbla alrededor de un tercio de las 
exportaciones argentinas) hubiese asestado un 
severo golpe a la producci6n manufacturera 
dom6stica. Es por este motivo que, en reiteradas 
oportunidades, los industriales manifestaron su 
inquietud, denunciando los proyectos de los 
principales promotores locales del bilateralismo 
anglo-argentino. El lenguaje con el que los 
voceros industriales expresaron sus reclamos 
no deja dudas sobre sus diferencias con el 
empresariado rural, por lo que me permito citarlo 
in extenso. En 1929, por ejemplo, Luis Colombo, 
el presidente de la Uni6n Industrial, insistia en 
que una relaci6n mcAs estrecha con Gran Bretaia 
seria "malo, malisimo y contraproducente... 
redundaria en perjuicio para nuestra economia, 
haci~ndonos pagar mds caro articulos que po- 
driamosobtener mAs barato... entregaria nuestra 
industria a una competencia que la arruinaria... 
causaria desocupacidn ... destruidas y estanca- 
das las industrias y entregado el pais al cultivo 
y al ganado, sera pals pobre, atrasado y sin 
horizontes"6. Poco mas tarde, Colombo volvia a 
senlalar sus diferencias con el empresariado 
rural cuando insistia en que, gracias a su nefasta 
acci6n, "nuestra campaIa es en gran parte el 
latifundio, el feudo". Otra vez, la imagen que el 
presidente de la Uni6n Industrial presentaba de 
los propietarios rurales no parece indicar el tipo 
de afinidades entre agrarios e industriales que 
Schvarzer supone. Para Colombo, los terrate- 
nientes eran "los que por esa magica valorizaci6n 
producida por el esfuerzo de los laboriosos 
encontraron acrecidas sus fortunas sin haber 
contribuido en nada al progreso del pals ... los 
que protestan contra la industrializaci6n son los 
mismos que hoy s6lo se preocupan del novillo 
gordo y del precio caro, aun cuando sucumban 
todos los modestos obreros de la grandeza 
argentina"7. 
Incluso la prensa socialista, sistematica- 
mente hostil al gran empresariadofabril, advirti6 
la hondura de los problemas que 6stos enfrenta- 
ban cuando afirmaba que "comprendemos el 
temor de los industriales argentinos frente alas 
exigencias de la hora"'8. La agitaci6n industrial 
culmin6 en la gran movilizaci6n que los empre- 
sarios fabriles protagonizaron en junio de 1933 
en el Luna Park, al que movilizaron unas 70.000 
personas, en su mayoria obreros. Esta reuni6n, 
el mAs importante acto piblico jamAs realizado 
por los industriales argentinos, fue convocada 
al mismo tiempo que el acuerdo Roca-Runciman 
era discutido en el Parlamento y, mds importante, 
mientras sesionaba en Buenos Aires la comisi6n 
tarifaria complementaria de este acuerdo. En 
esaocasi6n, los industriales volvieron a oponerse 
a la concesi6n de ventajas a las importaciones 
britanicas, y reclamaron que los intereses de la 
industria dombstica fuesen debidamente 
6 La Naci6n, 5 de marzo de 1929, reproducido en el 
Boletin de la Uni6n Industrial Argentina, XLI1:723, marzo 
de 1929, p. 40. 
7Luis COLOMBO: Levantate y anda (Buenos Aires, 
1929), pp. 111-12. Para otros ejemplos, v6ase tambidn 
la nota que la Uni6n Industrial envia al presidente 
Yrigoyen, reproducida bajo el titulo de "La defensa de 
los intereses agropecuarios no puede hacerse a costa 
de la manufactura argentina", Boletfn de la Unin Industrial 
Argentina, XLII:723, marzo de 1929, pp. 54-7; tambi6n 
Boletin de la Uni6n Industrial Argentina, XLIII:739, julio 
de 1930, pp. 47-9. 
8 La Vanguardia, 13 de junio de 1933, p. 1. 
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DEBATE: SOBRE LA CLASE DOMINANTE EN LA ARGENTINA AGROEXPORTADORA 133 
atendidos por los negociadores. En su Empre- 
sarios del pasado, Schvarzer ha ofrecido un 
relato poco convincente (y basado exclusiva- 
mente en unas pocas fuentes secundarias) del 
sentido y de los objetivos de este acto industrial 
(asi como, mAs en general, de las relaciones 
entre la Uni6n Industrial y los empresarios 
agrarios). No se trataba, como alli sugiere, de 
"que el mitin, mAs que oponerse al convenio 
Roca-Runciman, estaba destinado a asegurar 
que se cumplieran sus previsiones", pues parece 
obvio que esas previsiones se hubiesen 
cumplido de todas maneras, con o sin la 
presencia industrial9. Por el contrario, el acto 
tenla por objetivo presionar al gobierno, y en 
particular a los encargados de negociar los 
aspectos t6cnicos del acuerdo, para lograr el 
trato mAs benevolo posible para la industria de 
capital local. La capacidad de presi6n de los 
industriales no pas6 inadvertida, lo que, junto a 
la percepci6n de la importancia de la industria 
dombstica como fuente de empleo y actividad, 
contribuy6, por ejemplo, a que la firma del 
acuerdo complementario del Tratado Anglo- 
Argentino, alcanzado en setiembre de 1933, no 
significase modificaci6n alguna del alza general 
de aranceles a la importaci6n decretada por el 
gobierno de Uriburu en 1931. 
La confrontaci6n que tuvo su momento de 
mayor visibilidad p0blica en el acto del Luna 
Park fue la 1Itimagran manifestaci6n de los con- 
flictos interempresarios que hemos descripto 
para el periodo de gran expansi6n agraria. Los 
motivos del fin de esta tensi6n merecen sena- 
larse, pues ellos cerrarian toda una modalidad 
de relaciones entre industriales y productores 
rurales. Lo que modific6 sustancialmente la 
situaci6n creada desde fines de la d~cada de 
1920fue la incapacidad de laeconomia britAnica, 
en severa crisis, para mantener sus compras en 
la Argentina en los valores previos a la Depresi6n 
(y mucho menos para acrecentarlas). En el 
marco de una relaci6n bilateral como la que 
tomaba cuerpo despubs de Ottawa y del Tratado 
de 1933, ello fij6 un limite infranqueable alas 
exportaciones britAnicas al mercado argentino. 
De esta manera se crearon condiciones que 
hicieron posible la supervivencia de la industria 
de capital dombstico e internacional radicada 
en la Argentina, que pronto comenz6 a expan- 
dirse, cubriendo los vacios dejados por la retira- 
da de la producci6n importada. Lo que algunos 
aros antes parecia un juego de suma cero dej6 
de serlo, por lo que los temores asociados al 
bilateralismo se diluyeron, lo que a su vez hizo 
que las tensiones entre industriales y terrate- 
nientes perdieran entidad. Paa 1934 la Uni6n 
Industrial ya habia olvidado que hasta el aro an- 
terior habia atacado duramente a los promotores 
de "un pals pobre, atrasado y sin horizontes", y 
ya insistia en que "en nuestro pals puede existir, 
entre los intereses agrarios y los intereses 
industriales, una armonia digna de figurar en el 
c4lebre libro de Bastiat"l. 
Podemos concluir, entonces, que los sucesos 
defines de la d~cada de 1920 y comienzos de 
la de 1930 terminan de desmentir la afirmaci6n 
de que los conflictos interempresarios que el 
articulo describe "no tuvieron permanencia". 
Veamos ahora otro tipo de objeci6n, de orden 
conceptual. Schvarzer encuentra cuestionable 
la forma en que presento las ideas sobre el 
concepto de clase dominante, y hace de este 
punto "la diferencia crucial" con mi visi6n del 
problema, asi como, presumiblemente, el origen 
de muchos errores de mi texto. No creo que 
estas apreciaciones superen un examen deta- 
Ilado. Para Schvarzer, el modo en que describo 
la idea central de la linea de interpretaci6n a la 
que pertenece sobreenfatiza el grado de unidad 
del gran empresariado, y presta atenci6n insufi- 
ciente a los aspectos politicos que contribuyen 
a definirlo como clase dominante. La copula de 
la burguesia argentina, afirma Schvarzer en su 
comentario, estaria compuesta no tanto por 
"una Onica y poderosa clase empresaria que 
habrla obtenido el control de todos los sectores 
de la economia", sino por "un grupo de empresa- 
rios grandes y diversificados que se habria 
asentado en diferentes actividades y habria 
obtenido la hegemonla politica del pals". Mi 
articulo no intentaba poner a prueba la segunda 
parte de esta definici6n, y ello no s6lo por mi 
9 
Jorge SCHVARZER: Empresarios del pasado. La 
Unidn IndustrialArgentina (Buenos Aires, 1991), p. 63. 
10 
Boletfn dela Uni6n 
IndustrialArgentina. 
XLVI 1:783, 
marzo de 1934, p. 17. Para una reconstrucci6n mis 
detallada de estos sucesos, v6ase mi The Landowners 
of the Argentine Pampas: A Social and Political History, 
1860-1945 (Oxford, 2001), pp. 184-98. 
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134 ROY HORA 
preferencia por visiones relacionales antes que 
instrumentales del orden politico (el poder como 
una relaci6n social que se construye antes que 
como un objeto que puede apropiarse por un 
pequefno grupo). Lo que es mds importante, 
esta hip6tesis, heredera de las visiones instru- 
mentales del orden oligdrquico corrientes antes 
de la decada de 1970, ha sido desmentida por 
la investigaci6n hist6rica del 0timo cuarto de 
siglo, que ha mostrado c6mo la vida politica de 
la Argentina predemocrAtica resulta no sO6lo 
mAs compleja sino tambibn mAs representativa 
(tanto de sus actores sociales como de sus 
fuerzas econbmicas) de Io que habitualmente 
se supone. Aun cuando la historiografla reciente 
se ha preocupado mAs por el problema de la 
participaci6n que por el del poder, de todos 
modos es indudable que la idea de un orden 
politico controlado por un reducido grupo de 
empresarios, diversificados o no, no goza de 
predicamento, y no creo que aqul valga la pena 
volver sobre ella11. Por este motivo, en lugar de 
extendernos en discusiones algo nominalistas 
sobre la interpretaciOn correcta del concepto de 
clase dominante, quizAs resulte mas interesante 
escuchar Io que Schvarzer tiene para decir 
sobre los desarrollos historiogrAficos del 01timo 
cuarto de siglo referidos a estetema, pues ellos 
han puesto en cuesti6n los supuestos sobre los 
que basa la idea de una elite empresarial que 
"habrla obtenido la hegemonia politica del pals". 
Pero mAs en general, y dejando de lado el 
problema de la relacidn entre empresariado y 
poder politico, quisieramostrarque mi definiciOn 
no se distingue sustancialmente de otras que 
han ofrecido autores que se identifican (o en su 
momento se identificaron) con la corriente a la 
que Schvarzer adscribe. Veamostres ejemplos. 
En un valioso andlisis sobre los debates en torno 
a la industrializaci6n argentina, Juan Carlos 
Korol e Hilda Sabato (el primero, colaborador 
directo de Jorge F. Sabato en la redaccidn de La 
clase dominante; la segunda, autora de un 
conocido trabajo sobre el desarrollo del 
capitalismo agrario en la segunda mitad del 
siglo XIX influido por estas hip6tesis) han 
descripto el nudo central del punto de vista 
inaugurado por Milciades Penia, senalando que, 
para esta corriente, "una sola clase habrla 
reunido en sus manos el control de la economia 
-agro, industria, comercio, finanzas-"12. La 
caracterizaci6n que nos propone Jorge F. SAbato 
en La clase dominante en la Argentina modernma 
es similar: "por su evoluciOn y caracteristicas, la 
clase dominante Ilegarla a poseer una gran 
unidad como tal. Dicho de otro modo, la clase 
estarla muy poco fraccionada internamente, a 
diferencia de Io que hubiese ocurrido si distintos 
subgrupos se hubiesen implantado y controlaran 
preferentemente actividades econ6micas distin- 
tas (industriales, agricolas, ganaderas, etcetera), 
circunstancia que habrla sido susceptible de 
generar conflictos o contradicciones de intereses 
entre estas distintas fracciones" y pocas lineas 
mcAs abajo insiste en que este grupo habria 
alcanzado "el control del comercio y las 
finanzas"13. Y en un conocido ensayo, SAbato y 
Schvarzer insisten en que "la concentracion del 
poder econOmico y la unidad multisectorial de 
los sectores propietarios dominantes" habria 
resultado en "Ia ausencia de fracciones 
propietarias con intereses diferentes y, por lo 
tanto, con conflictos entre ellas"14 
Afirmaciones como 6stas parecen indicar 
que la lectura que propongo parece menos 
caprichosa que la critica de que es objeto. Al 
mismo tiempo, sugieren cierta indeterminaci6n 
que el concepto mismo de clase dominante 
11 Para ello mencionemos s6lo tres ejemplos (por 
otra parte muy distintos entre si): Hilda SABATO: La 
polftica en las calles. Entre el voto y la movilizaci6n. 
Buenos Aires, 1862-1880 (Buenos Aires, 1998); Tulio 
HALPERIN DONGHI: "Clase terrateniente y poder politico 
en Buenos Aires, 1810-1930", en Cuadernos de Historia 
Regional, 15:5 (1995). Paula ALONSO: Between Revolution 
and the Ballot Box: The Origins of the Radical Party 
(Cambridge, 2000) (hay traducci6n castellana). 
12 Juan Carlos KOROL e Hilda SABATO: "Incomplete 
Industrialization: An Argentine Obsession", Latin 
American Research Review25:1 (1990), p. 22 (la versi6n 
castellana de la cita es de los propios autores, y 
corresponde a una versi6n de este trabajo presentada 
en el VIII Simposio Internacional de Historia Econ6mica, 
Buenos Aires, 1987). 
13 Jorge F. SABATO: La clase dominante en la 
Argentina moderna. Formaci6n ycaracterfsticas (Buenos 
Aires, 1991), p. 110. 
14 
Jorge F. SABATO y Jorge SCHVARZER: "Fun- 
cionamiento de la economia y poder politico en la 
Argentina: trabas para la democracia", publicado 
originariamente en 1983y reeditado en Jorge F. SABATO: 
La clase..., pp. 263, 273. 
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DEBATE: SOBRE LA CLASE DOMINANTE EN LA ARGENTINA AGROEXPORTADORA 135 
adopta en los textos de estos autores. Ello nos 
conduce al punto que, creo, debiera ocupar el 
centro de la discusi6n sobre el gran empre- 
sariado argentino antes de la Gran Depresi6n, 
del que las objeciones de Schvarzer nos han 
desviado. Ya hemos serflalado que las inves- 
tigaciones de este autor estAn presididas por la 
premisa de la existencia de una clase dominante 
diversificada, implantadatanto en las actividades 
productivas como de servicios, que habrla 
constituido (yen gran medidatodavla constituye) 
la copula de la gran burguesia argentina. 
Formulada inicialmente mAs de cuatro d~cadas 
atrAs, esta afirmaci6n aOn permanece como una 
hip6tesis detrabajo, cuya contrastaci6n empirica 
no ha sido nunca intentada con rigor para el 
periodo que estamos considerando. Es claro 
que ni los atractivos ensayos de Milciades Perla, 
ni el conocido La clase dominante en laArgentina 
moderna de Jorge F. SAbato, sugestivo pero 
siempre hipotetico, alcanzan para cubrir este 
verdadero vacio. No es menos cierto que, con 
todo lo valiosas que resultan, tampoco lo cubren 
las investigaciones de Schvarzer. Centradas en 
elestudio de los empresarios industriales y de 
sus expresiones corporativas, ninguna de ellas 
se ocupa de analizar a los grandes propietarios 
rurales, el grupo que tradicionalmente (y por 
razones muy bien fundadas), ha sido conside- 
rado el coraz6n de la elite econdmica argentina 
antes de la Gran Depresi6n. MAs allA de la 
discusi6n sobre el carActer de estos empresarios 
rurales, sobre su dinamismo o su contribuci6n 
al crecimiento de la economla argentina, un 
hechose impone por su propiafuerza. Tanto por 
razones historiograficas (una larga tradici6n de 
estudios que concibe a la clase terrateniente 
como clase econ6micamente dominante) como 
por otras igualmente fundamentales, tanto 
hist6ricas como analiticas (la percepci6n gene- 
ralizada de los contemporAneos sobre c6mo 
estaba compuesta la cima de la sociedad 
argentina; el notable peso que antes de 1930 
alcanzaba la producci6n rural en el conjunto de 
la economla argentina; la centralidad de la gran 
propiedad en esa economia), todo estudio de la 
elite econ6mica, en particular si se proclama 
critica de las visiones heredadas, no puede 
ahorrarse el trabajo de analizar a los principales 
empresarios del sector rural. 
Desde ya, la ausencia de un an.lisis de este 
punto capital en la linea de investigaci6n que 
Schvarzer suscribe invitaa una lectura sintomal, 
que por el momento dejamos a cargo de los 
lectores. Una de sus consecuencias, que resulta 
particularmente relevante para el caso que nos 
ocupa, salta a la vista. Como resultado de la 
carencia de un s6lido estudio sobre los grandes 
empresarios rurales, en su comentario, asi como 
en otros textos, Schvarzer se ve obligado a 
desplazar el eje de sus afirmaciones y criticas 
del terreno en el que debiera situarlo-el de los 
actores econ6micos "de carnme y hueso" exis- 
tentes en la Argentina del cambio de siglo XIX al 
XX- al relevante, pero menos decisivo, de sus 
intereses. La falta de un estudio sistematico del 
segmento central de la clase empresaria lo 
conduce a intentar deducir la morfologia del 
gran empresariado de la existencia o no de 
intereses comunes al interior de este colectivo 
(ya que no hay conflicto, ergo no hay clases 
distintas). Las limitaciones 16gicas de este 
procedimiento son evidentes. Aun si aceptAra- 
mosque la elite empresarial compartia intereses 
similares, o incluso id~nticos, ello nos dice poco 
sobre la forma de estructuraci6n de las clases 
propietarias. Como intent6 mostrar en mi articulo, 
la ausencia de conflictos abiertos entre indus- 
triales y terratenientes desde comienzos de 
siglo reconoce motivos distintos a los de la 
unidad de la clase propietaria. En sintesis, el 
abordaje de Schvarzer puede ilustrarnos sobre 
algunos aspectos relevantes de las relaciones 
entre empresarios (o en todo caso sobre las 
relaciones entre sectores de actividad), pero no 
nos permite dilucidar hasta quO punto nos 
encontramos frente a un gran empresariado 
diversificado. 
En sintesis, la hip6tesis de una clase 
dominante diversificada no puede ser corro- 
borada insistiendo en la ausencia de conflictos 
internos a la clase empresaria. Tampoco puede 
probarse afirmando, como lo hace Schvarzer, 
que la Argentina del cambio de siglo poseia un 
muy reducido grupo de grandes empresarios 
con intereses en distintos sectores de actividad 
(Bemberg, Tornquist, Bunge y Born). Este 
fen6meno, muy generalizado tambidn en otros 
paises, nos dice poco sobre c6mo era el resto 
del empresariado, en especial su sector mAs 
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136 ROY HORA 
poderoso. En rigor, la existencia de una clase 
econ6micamente diversificada s6lo puede ser 
validada mediante un estudio empirico que 
demuestre fehacientemente la ausencia de 
especializaci6n entre distintos segmentos del 
gran empresariado, con especial referencia al 
rural. La verdadera prueba de fuego para la 
corriente de interpretaci6n que Schvarzer ha 
venido defendiendo por docadas -una prueba 
que 6sta siempre prefiri6 esquivar- debiera ser 
un anAlisis hist6rico preciso de los principales 
hombres de negocios del periodo, que 
necesariamente debe empezar por el estudio 
de los mayores empresarios rurales de la 
rep0blica. 
Es 6ste uno de los motivos por los que, en 
un texto que Schvarzer cita en su comentario, 
me he interesado en la historia de Pastor Seni- 
Ilosa. Aunque Schvarzer prefiera no mencionarlo, 
quisiera recordar que no se trata de un 
terrateniente cualquiera, elegido al azar. Pastor 
Senillosa es uno de los pocos hombres de 
negocios cuidadosamente elegidos por Jorge 
F. SAbato para ilustrar sus hip6tesis. El valor de 
un estudio sobre este gran terrateniente radica 
precisamente en este dato: presentado por 
Sabato como modelo de empresario diversifica- 
do, en verdad resulta un verdaderoterrateniente, 
por cierto dinamico y emprendedor, aunque no 
particularmente exitoso. Si bien seria arriesgado 
afirmar sin mAstrAmite que Senillosa ejemplifica 
rasgos habituales del gran empresariado 
argentino, no podemos menos que recordar 
que el autor de La clase dominante nos lo ha 
presentado como representativo del universo 
en el que 61 mismo lo ha incluido (que contiene 
trece empresarios en total, varios de los cuales, 
por cierto, estAn lejos de responder al modelo 
de empresario diversificado)15. Considerado 
en este contexto, la biografia de Senillosa indica 
que ni siquiera los propios ejemplos que nos 
ofrecen los defensores de la hip6tesis de la 
clase dominante diversificada responden cabal- 
mente a ese modelo de hombre de negocios. 
Es indudable, sin embargo, que el caso de 
Senillosa es mAs indicativo de las debilidades 
del trabajo de Jorge F. SAbato que de las 
caracteristicas del gran empresariado rural. Y 
es el estudio de este grupo social el que, mas 
alla de esta polbmica puntual, debibramos 
abordar. Por ello conviene hacer algunas breves 
consideraciones sobre c6mo estaba compuesta 
la cumbre del gran empresariado agrario del 
cambio de siglo. Para ello quisiera presentar 
algunos resultados de una investigaci6n en 
curso, basados en informaci6n tomada de juicios 
sucesorios, que ofrece una imagen particu- 
larmentefidedigna de lasformas de acumulaci6n 
de riqueza del periodo16. Setrata de informaci6n 
sobre veinte grandes empresarios rurales 
fallecidos entre comienzos de la d~cada de 
1880 y el fin de la Primera Guerra Mundial, que 
poselan, al menos, 10.000 hectAreas en la 
pampa. Esta muestra comprende a varios de 
los terratenientes mAs poderosos del cambio 
de siglo. Se trata, en algunos casos, de 
empresarios que heredaron patrimonios 
considerables, junto a un mundo de relaciones, 
pero que, a su vez, se encargaron de aumentar 
significativamente sus fortunas (entre ellos, 
Saturnino y Mariano Unzu6, Nicolas Anchorena, 
Leonardo Pereyra, Diego de Alvear y F6lix de 
Alzaga). Pero la lista tambidn comprende 
ejemplos de hombres nuevos, que hicieron su 
fortuna por si mismos (entre ellos, Emilio Bunge, 
Pedro Luro, Urbano Duhau, Julio Pueyrred6n, 
Julio Roca). LQu6 nos permite afirmar el analisis 
de esta fuente decisiva? Nos informa que para 
las d~cadas del cambio de siglo la inversi6n en 
la actividad rural conforma la base sobre la cual 
se erigen, sin excepci6n, todas estas fortunas. 
Aunque en el caso de las fortunas mAs antiguas 
el peso de la inversi6n urbana suele ser mayor, 
las diferencias no son significativas, y la 
estructura de los patrimonios es, a grandes 
15 Emilio Frers, por caso, a quien ya hemos 
encontrado en las p~ginas de este comentario, era un 
prestigioso estanciero, pero no era particularmente rico, 
ni tenia inversiones en otras esferas de la economia. 
16 No podemos ofrecer aqui un andlisis de esta 
fuente. Pero es importante seralar que los juicios 
sucesorios constituyen la fuente mis completa y m~s 
conflable para un andlisis del tamafio y la composici6n 
de los patrimonios individualesdel periodo, y 6ste es el 
punto de partida necesario para cualquier andlisis del 
problema que nos interesa dilucidar. Esta fuente ofrece 
una imagen aceptable de las formas de acumulaci6n de 
riqueza debido a la ausencia de impuestos de magnitud 
que gravaran la transmisi6n gratuita de bienes, y ms en 
general, de impuestos a la propiedad o la renta, y a la 
importancia muy secundaria de formas de propiedad no 
individuales, como las sociedades an6nimas. 
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DEBATE: SOBRE LA CLASE DOMINANTE EN LA ARGENTINA AGROEXPORTADORA 137 
rasgos, similar. Para todo el grupo en 
consideraci6n, la inversi6n en propiedad y 
empresas rurales alcanza al 78 %, y aquella en 
propiedad urbana y suburbana al 14,5 %. La 
inversi6n en activos liquidos (efectivo, acciones) 
y emprendimientos comerciales y financieros 
es ciertamente marginal, y apenas alcanza al 6 
% de estos patrimonios17. 
Las fortunas de estos grandes estancieros 
del cambio de siglo, que coronaban la cospide 
de la burguesla argentina, no s6lo tuvieron como 
base principal (y en algunos casos excluyente) 
la producci6n rural y la valorizaci6n del suelo. 
Las mayores de ellas tambien superaban las de 
los grandes empresarios diversificados. Por Io 
que sabemos, este fen6meno es muy propio de 
la Argentina del cambio de siglo, y refleja la 
centralidad que la gran propiedad posela en 
esa economia. Ernesto Tornquist, seguramente 
el mAs importante de todos los grandes 
empresarios diversificados, leg6 bienes por 25 
millones de pesos cuandofalleci6 en 1908. Esta 
fortuna, de por si notable, estaba bastante lejos 
de alcanzar a la de Mariano Unzu6 (casi 
exclusivamente fundada en la tierra), que dej6 
al morir (dos antes que Tornquist) 35 millones. 
Resulta dificil pensar en un financista o industrial 
mas formidable que Ernesto Tornquist. Pero los 
nombres de familias tales como Anchorena, 
Guerrero, Leloir, Luro, Diaz V6lez o Santamarina 
indican que eran muchos los estancieros quizd 
no tan ricos como Mariano Unzu6, pero que 
estaban cerca de alcanzar fortunas como la de 
Tornquist. En definitiva, mientras que los ejem- 
plos de grandes empresarios diversificados de 
gran poder econdmico pueden contarse con los 
dedos de una mano, los grandes terratenientes 
de similar o mayor peso se cuentan por docenas. 
La diferencia entre unos y otros es la que existe 
entre un apindice (significativo pero en definitiva 
secundario) y el coraz6n de la gran burguesla 
argentina del cambio de siglo. 
Podemos concluir, entonces, que la hip6tesis 
de la clase dominante diversificada-el eje de la 
argumentaci6n que comentamos- no sale airosa 
de la prueba decisiva de la contrastaci6n con 
las fuentes. MAs bien, 6sta parece confirmar la 
antigua idea que ve a la copula de la elite 
argentina como un gran empresariado rural. La 
existencia de una burguesia terrateniente con 
intereses en gran medida limitados a la actividad 
rural, y por tanto separada del industrial, esta en 
la base de las diferencias interempresarias que 
son objeto del intercambio de opiniones que 
motiva este comentario. Salvo la presentaci6n 
de nuevos testimonios que obliguen a revisar o 
rechazar esta interpretaci6n (y la historia de la 
historiografia estA poblada de episodios de este 
tipo), la evidencia empirica mas consistente de 
que hoy disponemos nos Ileva a concluir que la 
visi6n de Schvarzer no encuentra la empiria que 
lafundamente, yen cambio obliga a darle nuevo 
cr~dito a la interpretaci6n tradicional del pro- 
blema. Los socialistas de principios de siglo, 
junto a muchos de sus contemporAneos, no se 
equivocaban cuando describlan a la elite argen- 
tina como una burguesla terrateniente. 
Esta aseveraci6n nos invita a formular una 
Oltima precisi6n, con la que cerramos este co- 
mentario. Juan B. Justo y sus colegas socialistas 
nunca desconocieron quelas clases propietarias 
son, por definici6n, una realidad compleja. De 
hecho, ademAs de su interns en los grandes 
terratenientes, se contaron entre los promotores 
de estudios pioneros sobre el gran empresariado 
urbano y sobre los fendmenos de concentracion 
en la economla argentina. Preocupado por la 
oligopolizaci6n de la oferta de bienes de 
consumo popular, Justo impuls6 en 1919 la 
creaci6n de una Comisi6n Investigadora de los 
Trusts en la CAmara de Diputados, cuya tarea 
ofrece testimonio de la importancia, todavia 
relativa, de ese proceso18. Pero a pesar de su 
interns por este fen6meno de concentraci6n 
econ6mica, Justo y sus camaradas del Partido 
Socialista nunca perdieron de vista un hecho 
central: que la presencia de un grupo de grandes 
empresarios con cierta influencia sobre algunos 
17 Los juicios sucesorios de Nicolas Anchorena, 
Diego de Alvear, F61ix de Alzaga, Carlos Casares, Urbano 
Duhau, Pedro Luro, Benjamin Martinez de Hoz, Saturnino 
Unzu6 y Guillermo Udaondo se encuentran en el Archivo 
General de la Naci6n. Los de Pedro Anchorena, Emilio 
Vicente Bunge, Alberto L. Bunge, Santiago Luro, Eduardo 
Olivera, Julio Pueyrred6n, Julio A. Roca, Ram6n 
Santamarina, Ram6n Santamarina (h), Jos6 Santamarina 
y Mariano Unzu6, en el Archivo de la Justicia Federal. 
.18 Cmara de Diputados, Comisi6n Investigadora 
de los Trusts: Informe de la Comisi6n Investigadora de 
los Trusts (Buenos Aires, 1919). 
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138 ROY HORA 
mercados, aunque en si misma significativa y 
digna de la mayor consideraci6n, no modificaba 
sustancialmente el panorama mds general de 
una clase propietaria que estaba presidida por 
los mayores detentadores del suelo pampeano. 
Este fen6meno, altamente especifico de la so- 
ciedad argentina, justificadamente concentr6 
los mejores esfuerzos anallticos del socialismo 
justista. Esta sabia perspectiva por momentos 
parece haberse perdido. Pero hoy no podemos 
menos que insistir en que, hasta cierto punto, 
todavla somos herederos de aquellos trabajos 
pioneros. Con todas sus cegueras y silencios, a 
pesar de sus inmensas limitaciones, muchos de 
los interrogantes que inquietaron a los socialistas 
de las primeras d~cadas del siglo XX contin0an 
ofreciendo el suelo desde el cual debiera erigirse 
todo estudio de la elite econ6mica argentina pre 
peronista. Sin duda, es necesario complejizar 
sus descripciones de la clase terrateniente, y 
avanzar mAs profundamente en el 
an.lisis 
de 
las caracteristicas de este grupo, de sus formas 
de acumulaci6n, de sus relaciones con el resto 
de las clases propietarias (incluidos los grandes 
empresarios diversificados cuya importancia, 
aunque exagerada, los trabajos de Schvarzer 
nos han ayudado a entender mejor). Lo que 
nunca debiera perderse de vista es que todo 
estudio sobre la elite econ6mica de la Argentina 
agroexportadora, como todo estudio sobre su 
elite social, debe necesariamente colocar en el 
centro de sus preocupaciones no a los 
empresarios diversificados sino a la clase 
terrateniente. 
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