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LA RECONSTRUCCIÓN DE LA EXPERIENCIA EN LA 
FILOSOFIA DE JOHN DEWEY 
 
 
 
 
 
Trabajo de grado presentado por JULIÁN EDUARDO SANDOVAL BRAVO, 
bajo la dirección del profesor DIEGO ANTONIO PINEDA, 
como requisito parcial para optar al título de Licenciado en Filosofía. 
 
 
 
 
 
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA 
Facultad de Filosofía Bogotá, 
Marzo 3 de 2011 
 
 
 
Una de las mayores satisfacciones que he experimentado en estos últimos años, 
como Jefe del Departamento de Filosofía de Columbia University, ha sido la de 
observar entre mis alumnos el número siempre creciente de estudiantes 
hispanoamericanos. Desde hace tiempo he tenido la firme convicción de que si se 
estrecharan más íntimamente las relaciones intelectuales entre mi país y los países 
hermanos situados al sur, los resultados serían de provecho para ambas partes. 
Nuestras diferencias mismas de raza y de tradiciones históricas se combinan con la 
igualdad de nuestras tendencias sociales e ideales políticos para mostrarnos, muy a las 
claras, lo que los unos de los otros tenemos que aprender. De ahí que siempre he 
sentido un profundo placer cada vez que, en mi carácter de profesor, se me ha brindado 
la oportunidad de tratar directamente a los estudiantes de la América latina que acuden 
a mis clases. 
 
Esta "Nota del autor" fue escrita expresamente por John Dewey para ser 
publicada en la traducción de su obra de 1910 How We Think que llevó a cabo el 
argentino A. A. Jascalevich, su alumno en la Universidad de Columbia. Esta traducción 
al castellano se publicó bajo el título de Psicología del pensamiento (Boston, D.C. 
Health and Co. 1917). 
 
 
 
 
 
ÍNDICE 
 
 
 
INTRODUCCIÓN 1 
 
 
1. UNA MIRADA A LA NOCIÓN TRADICIONAL DE EXPERIENCIA DESDE LA 
PERSPECTIVA DE JOHN DEWEY 7 
 
1.1 La necesidad de reconstruir la filosofía 11 
1.2 La revolución darwiniana 16 
1.3 El germen de la noción deweyana de experiencia 23 
1.4 La experiencia en la tradición filosófica 27 
 
 
2. LA CONCEPCIÓN DE EXPERIENCIA EN JOHN DEWEY 34 
 
2.1 La crítica a la noción clásica de experiencia 38 
2.2 La noción empirista de experiencia 49 
2.3 Hacia una experiencia experimental 53 
2.4 Experiencia y pensamiento reflexivo 56 
 
 
3. IMPLICACIONES Y CONSECUENCIAS EDUCATIVAS 63 
 
3.1 La Escuela-Laboratorio de John Dewey 68 
3.2 La educación como reconstrucción reflexiva de la experiencia 73 
3.2.1 La educación como transmisión y necesidad social 74 
3.2.2 Educación como crecimiento 78 
3.3 Hacia una teoría general de la experiencia educativa 82 
3.3.1 La crítica de Dewey a la Educación Tradicional 83 
3.3.2 La crítica de Dewey a la Educación Progresiva 86 
3.4 Los criterios o principios de la experiencia educativa 90 
3.4.1 El principio de continuidad 91 
3.4.2 El principio de interacción 98 
 
 
CONCLUSIONES 105 
 
BIBLIOGRAFIA 109 
 
1 
 
INTRODUCCIÓN 
 
En el presente trabajo de grado me propongo examinar el significado de uno de 
los conceptos primordiales en la filosofía de John Dewey: el de experiencia. Buena parte 
de sus planteamientos sobre pedagogía, estética, política y psicología se articulan en 
torno a una constante reflexión sobre la manera de entender este concepto, a la luz de los 
nuevos descubrimientos científicos y la tradición filosófica occidental. En efecto, la 
noción deweyana de la experiencia se construye en gran parte desde el diálogo con la 
lógica experimental de las ciencias naturales y surge como una crítica a las nociones 
tradicionales que han tenido distintos autores y escuelas a lo largo de la historia de la 
filosofía occidental. De allí que no sea posible entender lo que Dewey entiende por 
experiencia sin hacer mención de estos dos elementos fundamentales: la constante 
interlocución con las ciencias experimentales y la crítica a la tradición filosófica. El 
estudio sobre la manera en que Dewey entiende este concepto implica, a su vez, analizar 
el lugar central que ocupa en sus reflexiones. Su filosofía, de fuerte talante empírico, 
pero profundamente crítica de los planteamientos empiristas, permite entender, tal como 
lo plantea Darnell Rucker en el prólogo a los Ensayos sobre el nuevo empirismo del 
tercer volumen de The Middle Works of John Dewey, que buena parte de los argumentos 
en los que se apoya su propuesta filosófica se sustentan en una nueva noción de 
experiencia. En ese sentido, no es posible entender en detalle los planteamientos 
filosóficos de Dewey si no se comprende previamente el significado y el lugar que 
ocupa la experiencia en sus reflexiones. De la misma forma, los alcances e implicaciones 
que a nivel pedagógico se desprenden de sus planteamientos pueden entenderse mejor si 
se ubica el problema de la experiencia como un elemento cardinal y articulador en la 
filosofía de John Dewey. 
A nivel personal, la lectura de las obras filosóficas y pedagógicas de John Dewey 
ha sido determinante a la hora de definir mis propias reflexiones en torno a diversos 
campos de intereses como el proceso histórico de construcción de la nación colombiana, 
2 
 
los estudios culturales poscoloniales y el trabajo transdisciplinario que se promueve 
desde la creación de semilleros y grupos de investigación en la Universidad Javeriana a 
través del Instituto Pensar. Sin embargo, su influencia ha sido especialmente 
significativa en torno a mis propias inquietudes sobre el problema educativo. De hecho, 
el acercamiento a la obra de Dewey -a través del seminario sobre el texto Como 
pensamos: la relación entre pensamiento reflexivo y proceso educativo dictado por el 
profesor Diego Pineda; y el curso sobre filosofía de la educación dirigido por la 
profesora Cristina Conforti, que comenzó con la lectura atenta del texto Democracia y 
educación-, fue fundamental para revalidar y corroborar la afortunada decisión de 
reorientar mi carrera profesional por el camino pedagógico. Las reflexiones de Dewey 
sobre la educación como un asunto público, no como un asunto particular de los teóricos 
especialistas de la educación; la relación estrecha que existe entre la filosofía y la 
pedagogía; la filosofía entendida desde una perspectiva temporal y espacial, como un 
fenómeno histórico que se origina a partir de las características peculiares de un pueblo, 
un lugar, una cultura en concreto y cuya función es ante todo instrumental, se 
convirtieron en temas centrales que definieron en gran parte mis propios intereses 
intelectuales. 
En ese sentido, existe también una motivación vital para elaborar el presente 
trabajo de investigación, pues sintetiza buena parte de mis propias reflexiones, que, en 
los últimos años de mi carrera, giraron en torno a la figura de John Dewey y el lugar 
central en que ubica la reflexión sobre la educación en la construcción de una sociedad 
democrática. Desde esta perspectiva, decidí buscar un tema que me permitiera aunar 
tanto los distintos aspectos de la filosofía de John Dewey, que consideraba relevantes en 
virtud de su aporte al campo educativo, como ciertos elementos característicos del así 
llamado pragmatismo que sustentaban esa confianza radical en el nuevo rumbo por el 
que debía encaminarse la labor intelectual de la filosofía. 
Asimismo, buscaba aportar al creciente pero aún incipiente interés en los temas 
de la filosofía norteamericana dentro de los ámbitos universitarios del país. En la 
3 
 
Universidad Javeriana, por ejemplo, existen seis tesis de pregrado y de doctorado 
elaboradas entre el 2000 y el 2008 cuyos temas de investigación giran 
fundamentalmente en torno a problemas educativos relevantes en la filosofía de John 
Dewey como el pensamiento reflexivo, el aprendizaje inteligente y conceptos tales como 
libertad e interés. La lectura de distintas obras de Dewey, tanto en los seminarios 
dedicados a su pensamiento como en la cátedra de autor, así como la consulta de los 
mencionados trabajos de gradoelaborados en la Universidad, me condujeron a descubrir 
el lugar central que ocupa la experiencia en el pensamiento de Dewey. 
El pensamiento de Dewey es, hoy por hoy, protagonista en las reflexiones de 
filósofos norteamericanos contemporáneos quienes, como Hilary Putnam y Richard 
Rorty, por citar los más representativos, buscan desacralizar y deconstruir un lenguaje 
filosófico tradicional cuyas categorías y conceptos anquilosados se muestran 
insuficientes para responder a las inquietudes del mundo contemporáneo. Un mundo en 
el que la filosofía ya no se impone como una perspectiva privilegiada del saber y que le 
exige replantear su lugar y función en la construcción de la vida social. Un mundo que 
exige de la filosofía una reflexión más concreta en torno a las preocupaciones efectivas 
del hombre común y corriente. Un mundo donde la filosofía ya no se considera esa 
especie de tribunal de la cultura encargado de evaluar validez de las pretensiones de 
conocimiento de la ciencia y la legitimidad de la ética, el arte y la religión. Desde esta 
perspectiva, el lenguaje filosófico se considera como uno más entre muchos otros, sin 
ningún tipo de acceso privilegiado a verdades esenciales y supraempíricas. De allí que la 
filosofía deba entrar en un diálogo constructivo con otras disciplinas sin pretensiones 
soberbias de evaluar, como juez único del conocimiento verdadero, los fundamentos 
sobre los que se sustentan sus planteamientos específicos. Se trata, en últimas, de apartar 
la filosofía de ese círculo excesivamente académico de argumentaciones enrevesadas y 
nociones abstractas aisladas del mundo concreto, para reconstruir su función y su lugar 
en el mundo de lo real. 
4 
 
En efecto, tal como lo plantea Richard Rorty en su texto Consecuencias del 
pragmatismo: “Esta tesis socrática, platónica y aristotélica [Todo tiene que ser 
inteligible para ser bello] encarnaba desde la óptica de James y Dewey, la funesta 
tentativa de conceder mayor importancia a nuestra relación con lo no-humano que a 
nuestras relaciones con los demás seres humanos” (Rorty, 1996, pág. 12). Así pues, un 
tema de investigación que busca entender en detalle un concepto fundamental en la 
filosofía de John Dewey puede ofrecer nuevos campos de reflexión sobre las inquietudes 
contemporáneas en torno al significado mismo de la naturaleza de la filosofía en un 
mundo que cree no necesitar de sus especulaciones. No se trata de refugiarse en el 
cómodo e impoluto mundo de la especulación abstracta, sino de repensar el papel activo 
que puede desempeñar la filosofía en la construcción de una mejor sociedad, donde el 
conocimiento que circula en la academia sea entendido en términos de “proyectos 
participativos encaminados a desarrollar concepciones que fomenten la felicidad general 
por medio de mejoras tecnológicas o de costumbres sociales más tolerantes y 
magnánimas” (Rorty, 1996, pág. 13). 
La primera parte de la presente investigación pretende introducir el tema través 
de una mirada a la noción tradicional de experiencia desde la perspectiva filosófica de 
John Dewey. Estudiaremos cómo la resignificación de la experiencia no consiste en una 
tarea aislada sino, por el contrario, contenida dentro de un trabajo crítico más amplio 
sobre la reconstrucción de la misma filosofía, que busca reubicar su labor reflexiva y su 
campo de acción en un mundo definido en gran parte por el avance progresivo de las 
ciencias. Desde esta perspectiva hablaremos del impacto de la biología darwiniana en la 
comprensión del mundo y, por ende, en la manera de entender la experiencia. Asimismo 
mencionaremos brevemente cómo se ha entendido la experiencia en la tradición 
filosófica. En el segundo capítulo, nos centraremos en exponer con detalle la concepción 
de experiencia en John Dewey construida a partir de ciertos puntos centrales de su 
crítica a la manera en que la tradición filosófica ha entendido este concepto. Con estos 
elementos, estudiaremos la propuesta deweyana de entender la experiencia desde una 
5 
 
perspectiva experimental que restablezca la estrecha relación originaria entre el mundo 
de la naturaleza y el mundo del conocimiento humano. Para finalizar, en el tercer 
capítulo, estudiaremos las implicaciones educativas que se desprenden de la 
reelaboración del concepto de experiencia, tarea inevitable en un trabajo de 
investigación que rastrea la formulación de un concepto reconstruido desde la 
perspectiva filosófica de John Dewey. 
Aunque todas las obras de John Dewey han sido publicadas en su lengua original 
y compiladas en los treinta y siete volúmenes de los Collected Works of John Dewey 
(Carbondale, Southern Illinois University Press, 1967-1992) que contienen las ya 
clásicas series The Early Works of John Dewey (1882-1898), The Middle Works of John 
Dewey (1899-1924) y The Later Works of John Dewey (1925-1953), en la medida de lo 
posible, citaré sus textos de las versiones existentes en español. El creciente interés en la 
filosofía de Dewey, promovido por la obra de importantes filósofos norteamericanos 
contemporáneos como Richard Rorty, Richard Bernstein y Hilary Putnam, ha permitido 
que algunos de sus textos principales hayan sido ya traducidos al castellano y 
ampliamente difundidos en Latinoamérica. Hay traducciones emblemáticas como las del 
pedagogo Lorenzo Luzuriaga y el emigrante español radicado en México José Gaos, 
quien tradujo cuatro obras principales de Dewey para, en sus propias palabras, ofrecer 
nuevas perspectivas de reflexión a la filosofía latinoamericana. 
Sin embargo, y dado que una buena parte de los escritos de John Dewey 
(especialmente artículos, conferencias y ensayos) aún no han sido traducidos al 
castellano, para efectos de la presente investigación, me valdré, en ocasiones, tanto de 
traducciones propias como de las elaboradas por Diego Antonio Pineda, Profesor 
Asociado de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Agradezco 
su autorización para reproducir extractos de ellas en el presente trabajo de grado. 
 
6 
 
Por otro lado, no haré ningún tipo de distinciones históricas en el pensamiento de 
Dewey. Si bien usaré de manera indistinta textos de su incipiente carrera intelectual al 
igual que escritos de sus últimos años, donde alcanza un alto grado de madurez y lucidez 
filosófica, el propósito fundamental de la presente investigación es rastrear el significado 
de un concepto y el lugar que éste ocupa en sus reflexiones filosóficas. De ahí que no 
haga precisiones que busquen clasificar el pensamiento de Dewey en categorías 
históricas. Opto por presentar el problema de la experiencia como un elemento 
fundamental en su desarrollo intelectual y presente en toda su obra desde sus tempranos 
ensayos psicológicos hasta sus últimos escritos sobre educación, pues en cada texto se 
pueden rastrear distintos aspectos descriptivos de su noción de experiencia y nuevas 
interpretaciones sobre su significado. Vale la pena aclarar que Dewey nunca da una 
definición precisa sobre lo que entiende por experiencia, por lo cual me centraré en 
exponer los rasgos más sobresalientes y los aspectos fundamentales de su noción 
particular sobre el mismo concepto. Espero que el presente trabajo de grado contribuya 
de algún modo a recuperar el interés académico por la obra de John Dewey. Su 
perspectiva filosófica es más que relevante hoy en día, cuando se promueve en el ámbito 
universitario la inter y transdisciplinariedad, el trabajo investigativo y la reflexión sobre 
problemas socioculturales ubicados en un contexto histórico específico. Agradezco a 
todas las personas que me acompañaron a lo largo de mi formación académica y, de 
manera especial, en la elaboración del presente escrito. En él confluyen buena parte de 
mis más profundos intereses intelectuales que, a su vez, marcan un derrotero por el cual 
conducir mis propias reflexiones de aquí en adelante.7 
 
CAPÍTULO 1 
UNA MIRADA A LA NOCIÓN TRADICIONAL DE EXPERIENCIA 
DESDE LA PERSPECTIVA DE JOHN DEWEY 
 
John Dewey es ampliamente conocido como uno de los principales 
representantes del llamado pragmatismo norteamericano
1
. Simpatizante de los 
planteamientos de William James y Charles Sanders Peirce, adoptó un punto de vista 
similar a sus antecesores a la hora de examinar problemas tales como el conocimiento, la 
apreciación estética, la constitución de una sociedad democrática y, especialmente, la 
educación. Si bien la obra de John Dewey no consiste en un sólido cuerpo sistemático de 
doctrinas y teorías completamente coherentes entre sí, él mismo denominó su postura 
filosófica en su libro de 1925 Experiencia y naturaleza como naturalismo empírico, 
empirismo naturalista y humanismo naturalista (Dewey, 1948, pág. 3). Estas 
definiciones subrayan el elemento empírico particular y característico de los así 
llamados filósofos pragmatistas. En efecto, el pragmatismo busca restituir el campo de 
lo práctico, entendido como las diversas formas de la experiencia real y concreta, en el 
proceso del conocimiento. En otras palabras, busca recuperar la continuidad original 
entre el mundo de la naturaleza y el mundo del hombre, relación normalmente escindida 
en la historia de la filosofía occidental. 
Si bien lo que a finales del siglo XIX surgía en Norteamérica no era, en sentido 
estricto, una sólida y estructurada corriente de pensamiento inspirada a partir de los 
escritos de William James sobre psicología y Charles Sanders Peirce sobre lógica, el 
 
1
 Existen fuertes críticas a la formulación del pragmatismo como movimiento filosófico unitario o escuela 
de pensamiento, en tanto las discrepancias conceptuales y filosóficas de sus más distinguidos 
representantes, son evidentes en buena parte de sus escritos y planteamientos particulares. No existe un 
conjunto sólido y coherente de tesis que definan de manera clara lo que significa el pragmatismo y que 
permitan entenderlo como una teoría o un sistema filosófico claramente definido. Sin embargo, para 
efectos de la presente investigación, usaré el término para señalar rasgos y problemas comunes que pueden 
definirse como característicos de cierto grupo de intelectuales norteamericanos, entre los que se encuentra 
John Dewey, cuya obra se desarrolló entre finales del siglo XIX y la segunda mitad del siglo XX. Con ello 
pretendo evitar la discusión sobre la pertinencia del concepto para categorizar el pensamiento de cada 
autor en particular. Sobre este punto, ver Faerna, 1996, págs. 1-37. 
8 
 
pragmatismo puede entenderse como la propuesta de un método o una actitud para 
enfrentarse a los problemas tradicionales de la filosofía
2
. Este, a grandes rasgos, consiste 
en interpretar todo juicio acerca de la realidad y valor de la vida por sus consecuencias 
prácticas. Se trata de examinar el resultado de esas ideas, esto es, sus efectos y 
consecuencias efectivas en la vida concreta del individuo. Con el nombre de 
pragmatismo se categoriza la obra de ciertos autores que, con algunas diferencias, 
comparten esta idea metodológica fundamental. A pesar de ello, el pragmatismo se 
reconoce normalmente como la expresión más genuina y original del pensamiento 
filosófico en Norteamérica. 
Aunque es interesante estudiar el pragmatismo desde una perspectiva histórica, 
como el fiel reflejo de una sociedad en pleno proceso de industrialización y construcción 
de nación, la presente investigación obviará una contextualización introductoria sobre 
los principales acontecimientos y protagonistas de la ascensión de Estados Unidos como 
potencia mundial en relación con la formulación de los planteamientos pragmatistas, 
para entrar de lleno a estudiar los planteamientos filosóficos y pedagógicos de Dewey, 
en donde se evidencia esa profunda preocupación por los problemas sociales y las 
inquietudes vitales del ciudadano norteamericano
3
. 
 
2
 “Sigue existiendo un interés por la filosofía de Peirce, James, Dewey, Mead y C.I Lewis. Pero no puede 
afirmarse que el pragmatismo, como movimiento filosófico o como cuerpo de ideas […], siga vivo hoy. 
Sin embargo, sí se puede decir que tuvo éxito en su reacción crítica ante el clima filosófico decimonónico 
del que emergió: ayudó a perfilar la moderna concepción de la filosofía como una forma de investigar 
problemas y de clarificar la comunicación, antes que como un sistema fijo de respuestas últimas y de 
grandes verdades. Y al alterar de este modo el escenario filosófico, algunas de las aportaciones positivas 
sugeridas por él quedaron diseminadas en la vida intelectual de nuestros días como prácticas hasta tal 
punto dadas por sentadas que ya no precisan que se llame la atención sobre ellas. Pragmáticamente, esto es 
todo lo que un pragmatista habría podido desear.” Thayer, 1981, pág. 416 citado en Faerna, 1996, págs. 5-
6. 
3
 Si bien este punto no lo trataré en la presente investigación, vale la pena señalar el excelente estudio que 
hace John Childs en su libro Pragmatismo y educación sobre los antecedentes históricos y culturales del 
pragmatismo como una manifestación de la cultura americana. La experiencia de las fronteras del pueblo 
americano, la agilidad de la vida social, la construcción de un sistema de instituciones civiles y religiosas 
y la vida de la América pionera son algunos de los aspectos que el autor toma en consideración para 
entender los elementos socioculturales del pueblo norteamericano que tendieron a fomentar el carácter y 
modo de pensar pragmático. Cfr. Childs, 1956, pág. 27. 
9 
 
Siguiendo la idea de que la filosofía no debe ser una búsqueda de realidades 
últimas, sino un modo de investigación de carácter intelectual que dé respuesta a los 
problemas vitales de un individuo y una sociedad en concreto, Dewey plantea cómo las 
implicaciones problemáticas que trae consigo la revolución industrial y los continuos 
avances de la ciencia deben ser los principales temas de la reflexión filosófica en el 
mundo actual. Una reflexión que debe tener en cuenta la revaloración de sus propios 
métodos, de sus propias preguntas y, especialmente, del sentido y utilidad de sus 
conceptos tradicionales para dar respuesta a las inquietudes vitales de un mundo que ha 
sufrido transformaciones radicales por el desarrollo industrial, el avance científico y la fe 
en la democracia como el mejor modelo de organización sociopolítica. 
El presente capítulo busca analizar, desde la propia perspectiva de Dewey, cómo 
se había entendido hasta entonces la noción de experiencia, con el fin de hacer más clara 
la diferencia entre la visión tradicional de la experiencia y los presupuestos esenciales de 
la filosofía de la experiencia de John Dewey. Para ello es necesario ubicar la labor de 
redefinición del concepto emprendida por el filósofo norteamericano dentro de una 
perspectiva más amplia como es la de reconstrucción de la filosofía, nombre que da 
Dewey a la dirección en que la filosofía puede avanzar luego de la revolución producida 
por la nueva ciencia en la configuración e interpretación del mundo. 
A partir de un estudio introductorio sobre las tareas fundamentales en las que 
debe ocuparse la filosofía en un mundo completamente transformado por los avances y 
descubrimientos de la ciencia, analizaremos el impacto que el método científico ha 
originado en la comprensión del mundo y, por ende, en la concepción de la experiencia. 
Para ello analizaremos un escrito de John Dewey publicado en 1920 bajo el nombre La 
reconstrucción de la filosofía, que recoge una serie de conferencias dictadas por Dewey 
en Tokio, en la Universidad Imperial de Japón, durante los meses de Febrero y Marzo de 
1919. La introducción original que sería reelaborada por su autor en 1949, tres años 
antes de su muerte, constituyeun texto clave para entender la preocupación fundamental 
y el eje central de las reflexiones de Dewey: las preguntas principales de la filosofía 
10 
 
surgen de los problemas vitales de la sociedad en donde ésta surge. Desde esta 
perspectiva, la filosofía debe ser entendida como un fenómeno histórico que se despliega 
en el tiempo, que debe estar constantemente en un proceso permanente de 
reconstrucción que le permita dar respuesta a las inevitables transformaciones de un 
mundo en continuo crecimiento. Se entiende pues cómo la función de la filosofía no es 
el descubrimiento de una verdad suprasensible, sino la creación y elaboración de nuevos 
significados que permitan comprender el mundo actual. De allí que las categorías y 
herramientas heredadas de la tradición para que la humanidad encare y enfrente los 
desafíos del presente deben estar en un proceso constante de revisión sobre su eficacia y 
utilidad. Este proceso se muestra mucho más apremiante en un contexto como el actual, 
donde la revolución producida por la aplicación del método científico ha trastocado y 
transformado por completo los marcos tradicionales de explicación tanto de los 
fenómenos naturales como del comportamiento humano. 
Asimismo analizaremos dos escritos que nos permiten profundizar en ese aspecto 
fundamental del pensamiento de John Dewey, a saber, el talante experimental y 
naturalista en sus reflexiones, para entender el propósito de reconstruir un concepto 
clave de la tradición filosófica como es la experiencia. Esa confianza en el método 
científico y la lógica experimental de las ciencias empíricas para tratar los problemas 
entendidos tradicionalmente como auténticamente humanos, constituye la esencia de su 
postura filosófica. El primer texto es uno publicado en 1930 bajo el nombre Del 
absolutismo al experimentalismo, que normalmente se considera una especie de 
autobiografía intelectual de Dewey, en el que reconoce la influencia determinante de 
ciertas personas y situaciones en el desarrollo de su propuesta filosófica. Entre ellos, 
además de Hegel, Dewey reconoce los trabajos en psicología de William James como 
“un factor filosófico específico que entró en mi pensamiento para darle una nueva 
dirección y cualidad” (Dewey, 1991, pág. 10). El segundo texto, titulado La influencia 
del darwinismo en la filosofía y publicado en 1909, considera el tipo de 
transformaciones que a nivel filosófico genera la lógica experimental propuesta por 
11 
 
Charles Darwin en El origen de las especies, específicamente la manera en que las 
concepciones filosóficas tradicionales abordan problemas tales como la ética, el 
conocimiento y la naturaleza del hombre. Estudiaremos también uno de los primeros 
textos de Dewey sobre psicología titulado El concepto de arco reflejo en psicología para 
exponer el germen de buena parte de sus reflexiones filosóficas en torno al significado 
de la experiencia. Para finalizar, haremos un análisis histórico sobre el concepto de 
experiencia en la tradición filosófica para, desde allí, entender por qué, para Dewey, las 
definiciones clásicas no son suficientes y exigen una reconstrucción o una 
resignificación radical de este concepto. Estos textos en conjunto nos darán una visión 
general del carácter filosófico de la obra de John Dewey y nos permitirán situar la 
reconstrucción de la experiencia como un elemento central y definitorio de sus trabajos 
en psicología, política, filosofía estética y pedagogía. 
 
1.1 La necesidad de reconstruir la filosofía 
 
Las condiciones institucionales dentro de las cuales se produce (la moral) 
y que son las que determinan sus consecuencias humanas, 
no han sido todavía objeto de ninguna investigación 
 seria y sistemática que merezca el calificativo de científica 
(Dewey, 1964a, págs. 48-49) 
 
En 1920, Dewey escribe uno de sus libros más ambiciosos, titulado La 
reconstrucción de la filosofía, en el que intenta responder a una pregunta fundamental 
¿qué queda del mundo heredado de valores morales frente al predominio total de la 
metodología científica? En efecto, los primeros años del siglo XX se caracterizan por 
una febril actividad de descubrimientos científicos, herencia de la revolución científica 
del siglo XVII, que desembocarían en un sinnúmero de nuevas teorías sobre la 
naturaleza del mundo, el conocimiento, las leyes de la mecánica, la percepción del 
espacio y el tiempo, entre otras. Este acelerado progreso del conocimiento humano y el 
dominio tecnológico cada vez más sofisticado sobre la naturaleza, no podía generar otra 
12 
 
cosa que optimismo sobre el desarrollo y el avance progresivo de la humanidad, que 
dejaba atrás la barbarie de tiempos pasados. 
La confianza en el desarrollo científico para lograr la paz y la concordia entre los 
pueblos a través del progreso en las ciencias sufrió un fuerte sobresalto con la Primera y 
Segunda Guerra Mundiales, cuando el avance científico comenzó a ser culpabilizado por 
las atrocidades cometidas en tales conflictos bélicos. La crisis de la post-guerra 
encontraba su causa en los efectos del avance científico cuyos descubrimientos se habían 
puesto al servicio bélico y al desarrollo de armas con un gran poder de devastación. Fue 
el desarrollo de la bomba atómica, gracias a los avances en torno a la ruptura del núcleo 
del átomo liderada por un eminente hombre de ciencia como lo era Robert 
Oppneheimer, el paroxismo de las nefastas consecuencias que traía el desarrollo 
científico. En este contexto, Dewey escribe una nueva introducción en 1948 de su texto 
de La reconstrucción de la filosofía y anota, como postulado básico que: 
“La tarea característica, los problemas y la materia de la filosofía surgen de las 
presiones y reacciones que se originan en la vida de la comunidad misma en que surge 
una filosofía determinada y, por tal razón, los problemas específicos de la filosofía 
varían en consonancia con los cambios que se producen constantemente en la vida 
humana, los que, en determinados momentos, dan lugar a una crisis y forman un recodo 
en la historia de la humanidad” (Dewey, 1964a, págs. 25-26) 
En ese sentido, y analizando el problema de quienes consideran el desarrollo 
científico como la fuente de todas las calamidades humanas en un momento histórico de 
zozobra y pesimismo, Dewey opta por entender la crisis del mundo de la post-guerra 
desde otro punto de vista, más amplio y general, en tanto no se sitúa de manera 
unilateral señalando los efectos nocivos que trae el desarrollo científico obviando los 
innumerables beneficios que ese mismo desarrollo le ha traído a la humanidad. El 
análisis de Dewey parte de un hecho evidente: hay un cambio radical en la visión del 
mundo, gracias a los resultados obtenidos por el método científico en diversos campos 
del conocimiento humano. Lo que resulta problemático es la amplitud y el alcance del 
13 
 
desarrollo científico en todos los aspectos de la vida humana: “han entrado en la 
dirección de las cotidianas actividades de la vida ciertos procedimientos, materiales e 
intereses que tienen su origen en los trabajos llevados a cabo por investigadores físicos 
en esos talleres técnicos, relativamente apartados y lejanos, que se conocen con el 
nombre de laboratorios.” (Dewey, 1964a, pág. 41) 
La influencia de la ciencia, y en particular del método científico, es según 
Dewey, innegable en todos los aspectos de la vida humana contemporánea: desde las 
bellas artes hasta los problemas educativos. Por ello se comprende mejor el cambio tan 
profundo y tan rápido que ha suscitado ese desarrollo en la manera de ver y pensar el 
mundo pues el impacto de la ciencia moderna ha trastornado la aparente 
imperturbabilidad de un orden institucional establecido con anterioridad al desarrollo del 
nuevo método científico. Quienes alzan la voz alarmados por los efectos dañinos, y hasta 
cierto punto indiscutibles, de la intrusióndel conocimiento científico a la hora de tratar 
gran parte de los campos de la vida humana se apoyan, según Dewey, en una premisa 
fundamental: “que las viejas costumbres institucionales (…) proporcionan un criterio 
adecuado, más aún, definitivo para juzgar el valor de las consecuencias que la 
perturbadora entrada de la ciencia ha producido” (Dewey, 1964a, pág. 47) 
De allí que una filosofía que se declare “pragmatista”, por hacer de los problemas 
de un presente en continua e incesante transformación la materia prima de su reflexión 
filosófica, deba necesariamente emprender una tarea de reconstrucción. La pregunta 
inmediata es ¿reconstrucción de qué? Dewey responderá: “de la moral en que se 
fundamentan las viejas costumbres institucionales” (Dewey, 1964a, pág. 46). En efecto, 
lo moral no hace referencia a ningún tipo de Bien Supremo o norma ideal e inmutable en 
virtud de la cual deba regirse la acción humana. Dewey entiende lo moral como un 
hecho práctico, social y culturalmente establecido, que tiene que ver con las cuestiones 
de lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, y las teorías relativas a los fines, normas y 
principios por los que nos debemos guiar cuando examinamos y juzgamos el actual 
estado de cosas. Es el conocimiento físico, biológico e histórico el que, puesto en un 
14 
 
contexto humano, ilumina las actividades del hombre (Dewey, 1964b, pág. 269). De ahí 
que una sociedad moderna, como la de comienzos del siglo XX, deba hacer un examen 
crítico de esos hábitos formados en un período precientífico, pretecnológico, 
preindustrial y predemocrático. De allí surgen los fines, las normas y los principios 
inmutables, eternos y universalmente aplicables que se invocan de manera desesperada 
cuando se quiere hacer frente a la perturbadora irrupción de la ciencia en los modos de 
vida cotidianos de la humanidad. 
Una filosofía que se autodenomine hija de su tiempo, y que haga de los 
problemas presentes en el escenario de la actualidad su objeto preferente de reflexión 
debe, entonces, partir del reconocimiento de un hecho evidente: los métodos y las 
conclusiones científicas ya no permanecen encerradas dentro de un campo ajeno e 
incomprensible llamado “ciencia”. La influencia del método científico es evidente en 
buena parte de los aspectos esenciales de la vida humana. Especialmente en los físicos y 
fisiológicos. Pero, como lo señala Dewey, no ha ido más allá cuando se trata de 
considerar los temas e intereses más vitales del ser humano, las situaciones profunda y 
totalmente humanas. En otras palabras, la ciencia parece no tener nada que decir cuando 
se trata de pensar los asuntos concernientes a lo moral. Por consiguiente, la tarea 
apremiante de la filosofía en un mundo donde predomina la tecnología científica es la 
investigación moral que, tras un estudio profundo sobre las conexiones que tienen los 
grandes sistemas filosóficos con las condiciones socioculturales en que fueron 
planteados sus problemas, conduzca a establecer, con el rigor del método científico, 
nuevos fines, nuevos principios, nuevos ideales a los cuales ligar los nuevos medios que 
la nueva ciencia ha aportado para el desarrollo de la vida humana. 
La reconstrucción, como tarea de la filosofía, debe partir entonces de una 
investigación (y todo lo que ella implica a nivel científico) sobre la moral en que se 
fundamentan los viejos prejuicios, las viejas tradiciones y las viejas costumbres 
establecidas en una época previa a la aparición de la ciencia moderna. No se trata de una 
tarea de “crítica deconstructiva” que ataque e intente destruir los sistemas filosóficos 
15 
 
erigidos en el pasado. Por el contrario, se trata de una labor eminentemente intelectual 
que mediante los métodos de observación, experimentación y pensamiento reflexivo (los 
mismos que han revolucionado en tan corto tiempo las condiciones físicas y fisiológicas 
de la vida humana) desarrolle, forme y produzca nuevos instrumentos o categorías para 
emprender una profunda investigación sobre la realidad moral del tiempo actual. Así, el 
blanco de la crítica pragmatista de Dewey no serán los grandes sistemas filosóficos del 
pasado que, en cuanto tales, se hallaban ligados a los problemas intelectuales de su 
tiempo y lugar, sino la ineficacia de sus planteamientos en una situación humana 
distinta. 
En efecto, el progreso de la ciencia moderna puso en evidencia la casi habitual 
división entre un mundo físico y un mundo moral en la tradición filosófica occidental. 
Dualismos tales como mente/cuerpo, razón/espíritu, teoría/práctica, lo material/lo 
espiritual se sustentaban en esa extraña organización jerárquica de la realidad humana 
que la dividía en dos reinos: un reino de lo moral, de lo espiritual, cuya supremacía se 
daba por sentado, porque en él se reconocía el mundo de lo característicamente humano, 
de los intereses y preguntas más fundamentales; el otro reino, el reino de lo físico, de la 
percepción sensorial determinado por la materialidad de la naturaleza era, por ende, 
valorado como inferior dentro del espectro de los intereses humanos. El hombre aparecía 
así escindido entre el reino superior de la contemplación cognoscitiva y el mundo 
inferior de la manipulación artesanal. 
Las tensiones y los innumerables problemas prácticos que trajo consigo este 
extraño artificio intelectual se puso en evidencia cuando el desarrollo de la ciencia 
moderna demostró esa ruptura que existe en la vida humana a causa de la 
incompatibilidad entre ciertos modos de obrar que ponen de manifiesto la moral de una 
época precientífica y los modos de obrar de una realidad actual determinada 
profundamente por la ciencia moderna, que a pesar de sus avances, aún no se ha 
desarrollado a plenitud. La investigación sobre los problemas, los intereses y las 
finalidades del hombre en un mundo transformado por el método científico que ha 
16 
 
descubierto como las actitudes y conclusiones intelectuales ceden constantemente el 
puesto a otras distintas y nuevas, aún no ha sido llevada a cabo, aunque sea este el 
procedimiento habitual en todos los ámbitos de la ciencia natural. Dice Dewey: “No 
solucionamos los problemas: los superamos. Las viejas cuestiones se resuelven porque 
desaparecen, se evaporan, al tiempo que toman su lugar los problemas que corresponden 
a las nuevas aspiraciones y preferencia” (Dewey, 2000a, pág. 60) 
Para Dewey resulta imposible y extremadamente difícil a nivel práctico 
“convertir a unos medios radicalmente nuevos en servidores de finalidades que fueron 
señaladas cuando los medios de que disponía el hombre eran de clase muy distinta” 
(Dewey, 2000a, pág. 61) Así, la tarea de reconstrucción de la filosofía, que no es otra 
cosa que emplear los nuevos medios que proporciona el método científico para 
desarrollar instrumentos y herramientas viables para la investigación en los hechos 
humanos o morales, debe hacerse “sin censura y sin lamentaciones” tomando como 
punto de partida el reconocimiento y la aceptación de la universalización y predominio 
total del método científico en la realidad de la vida humana. 
¿Cómo los avances de la ciencia natural han afectado el concepto clásico de la 
experiencia? ¿Cómo el desarrollo del método científico ha transformado la relación entre 
la experiencia y la razón? Estas preguntas las responderá Dewey a partir de los 
desarrollos alcanzados por la psicología y la biología que han permitido una nueva 
formulación sobre la naturaleza de la experiencia. 
 
1.2 La revolución darwiniana 
 
Las viejas ideas ceden terreno lentamente, 
pues son algo más que formas lógicas abstractas y categorías: 
son hábitos, predisposiciones, actitudes profundamente arraigadas 
 de aversión y preferencia (Dewey, 2000a, pág. 60) 
 
17 
 
Para Dewey, la revolución intelectual que provocó Charles Darwin con la 
publicación en 1859 de El origen de las especies, donde consignasus ideas principales 
sobre la teoría de la evolución, fue el punto de quiebre definitivo que cambiaría la 
manera de entender el mundo y la relación entre el hombre y la naturaleza. En efecto, la 
superioridad de lo estable y lo definitivo que durante siglos fue el elemento 
característico del conocimiento verdadero, se vendría abajo con la publicación del libro 
de Darwin, en donde presentaba “como perecedero y con origen todo aquello que hasta 
entonces era prototipo de estabilidad y perfección” (Dewey, 2000a, pág. 49). Aunque 
Dewey reconoce que en la ciencia física de los siglos XVI y XVII se hallan los 
gérmenes de la nueva actitud que se iba desarrollando con el avance del método 
científico, gracias a los descubrimientos sobre las leyes de la mecánica, reconoce en 
Darwin el golpe definitivo contra la concepción dualista clásica que reconocía una 
discontinuidad radical entre el hombre y la naturaleza ubicándolos en dos “universos” 
inconmensurables entre sí: lo moral y lo físico. La influencia de Galileo, si bien fue 
evidente en los asuntos concernientes al universo mecánico, pues “significó un cambio 
de lo cualitativo a lo cuantitativo o métrico; de lo heterogéneo a lo homogéneo; de las 
formas intrínsecas a las relaciones; de las armonías estéticas a las fórmulas matemáticas; 
del goce contemplativo a la manipulación activa y el control; del reposo al cambio; de 
los objetos eternos a las secuencias temporales” (Dewey, 1952, pág. 82), dejó de lado los 
asuntos profundamente humanos. Darwin, por su parte, extendió a la biología los 
mismos criterios metodológicos que habían dado a la ciencia experimental de los siglos 
pasados su poder. Universalizando el método científico, Darwin logró conquistar el 
fenómeno de la vida, demostrando así la amplitud y la eficacia de un método de 
investigación con alcances ilimitados. 
Un aspecto característico de la filosofía pragmatista es el reconocimiento de la 
importancia capital de la obra de Darwin por los efectos revolucionarios que ha 
generado en la reflexión filosófica y sus puntos de vista tradicionales. Dewey expresa 
esta convicción en su escrito de 1909 La influencia del darwinismo en la filosofía, 
18 
 
cuando declara que “(…) en el pensamiento contemporáneo el más poderoso disolvente 
de preguntas viejas, el principal catalizador de nuevos métodos, nuevas intenciones, 
nuevos problemas, es el que proviene de la revolución científica que alcanzó su clímax 
en El origen de las especies” (Dewey, 2000a, pág. 60). Así, Dewey reconocía que la 
perspectiva biológica evolutiva de Darwin transformaba el mundo de la reflexión 
filosófica clásica, en varios puntos básicos (Childs, 1956, pág. 27). 
En primer lugar, el concepto de evolución, cuya tesis fundamental es el 
surgimiento y desaparición de las especies, implica pensar en la realidad no como un 
sistema estático y cerrado sino, por el contrario, como un proceso dinámico de 
transformación y de desarrollo. En ese sentido, un universo determinado por el progreso, 
lo inseguro, lo indeterminado y lo inesperado son sus rasgos esenciales; un universo 
donde el cambio es la regla y no la excepción. 
 Por otro lado, el principio de la evolución afecta a todos los seres y organismos 
vivos por igual. Esto significa entender al hombre desde la perspectiva del desarrollo. Su 
origen se explica desde la lógica evolutiva y no desde principios y razones religiosas que 
intentan sostener un origen espiritual o sobrenatural del ser humano para legitimar la 
tradicional superioridad del hombre sobre la naturaleza. Desde esta perspectiva, para 
Dewey la idea de la evolución afectaba al ser humano en su conjunto. Es decir, la 
evolución obligaba a pensar desde una nueva perspectiva el origen del ser humano en 
tanto planteaba, entre otras cosas, el desarrollo físico de sus extremidades como 
herramientas de adaptación al medio circundante para poder sobrevivir, como lo haría 
cualquier otra especie. El mismo Darwin reconocía los efectos que traería su obra sobre 
la concepción misma del hombre, al afirmar que desciende de una forma orgánica 
inferior (Darwin, El origen del hombre, 1950, pág. 13). En ese sentido Dewey, quien 
abjuraba de todo tipo de dualismos y posiciones antitéticas sobre el hombre y la 
naturaleza, asume la posición evolutiva y todo lo que ello significa a la hora de entender 
cómo los atributos mentales del hombre fueron surgiendo también de la simple actividad 
biológica de otro tipo de formas orgánicas menos desarrolladas. 
19 
 
Esta perspectiva sobre el evolucionismo de Darwin fue determinante para la 
formulación de nuevos enfoques en distintas disciplinas, como la psicología y sus 
estudios experimentales sobre el desarrollo de la mente humana. En efecto, como 
consecuencia del punto de vista evolucionista según el cual el hombre no presenta 
diferencias absolutamente insalvables respecto de las otras especies animales, las nuevas 
escuelas psicológicas, como el funcionalismo, subrayan el estudio de la mente desde un 
enfoque funcional, esencialmente útil para la supervivencia del organismo humano. En 
ese sentido, el ser humano genera hábitos y pautas de conducta que buscan lograr su 
adaptación al medio circundante (Darwin, 1992, pág. 145). 
Sin embargo la influencia de la teoría de Darwin se entiende a cabalidad cuando 
se comprende, como lo hizo Dewey, que su importancia radica en haber conquistado 
“los fenómenos de lo vivo, permitiendo así que la nueva lógica se aplique a la mente, la 
moral y la vida” (Dewey, 2000a, pág. 54). En ese sentido, el desarrollo de la nueva 
lógica que concluía con Darwin como el culmen de esa serie de reflexiones y 
procedimientos científicos que habían transformado la comprensión del mundo desde el 
siglo XVII, acababa de una vez por todas con la idea de la lógica del mundo clásico de 
que la vida se explicaba en razón de alguna causa remota o razón final. Con Darwin se 
daba el argumento final para concluir que mirar cara a cara los hechos mismos de la 
experiencia constituía el método más efectivo para comprender el mundo en su totalidad 
y asumir de manera responsable las capacidades intelectuales que la especie humana 
había adquirido en su proceso evolutivo para acrecentar su supervivencia. El hábito 
especulativo tan arraigado en la tradición filosófica de buscar justificación del mundo 
real en lo trascendente, en lo remoto y en lo absoluto poco a poco fue demostrando su 
futilidad. En palabras de Dewey: 
“Aunque mil veces se demostrara dialécticamente que la vida en su conjunto está 
regulada por un principio trascendente en la dirección de un último fin inclusivo, con 
todo, la verdad y el error, la salud y la enfermedad, el bien y el mal, la esperanza y el 
20 
 
miedo, tal como se dan en lo concreto, seguirían siendo lo que son hoy y estando 
precisamente donde ahora están” (Dewey, 2000a, pág. 59) 
Este punto será fundamental en las formulaciones filosóficas de Dewey, 
especialmente en la insistencia en la idea de que las consecuencias en la vida práctica de 
los individuos debe ser el criterio decisivo para juzgar cualquier tipo de creencias, 
teorías o conceptos. En palabras de Peirce, citado por Dewey “el contenido racional de 
una palabra u otra expresión reside exclusivamente en sus implicaciones concebibles 
sobre la conducta en la vida” (Dewey, 2000b, pág. 62). De esta manera el significado de 
cualquier proposición, sea de tipo intelectual o moral, dependerá de la forma en que ésta 
sea aplicable a la experiencia humana para generar mayores posibilidades de control y 
comprensión sobre las situaciones y acontecimientos problemáticos: “Una creencia, ya 
sea metafísica o científica, teórica o práctica, abstracta o concreta, puede verse como un 
cierto tipo de hábito –una disposición a relacionar interpretativamente aspectos de la 
experiencia– encaminado a producir el éxito de una eventual acción” (Faerna, 1996, pág.53). Desde esta perspectiva, su valor verdadero no está dado de antemano ni supuesto 
con anterioridad. Su validez depende de la eficacia que tenga respecto a su función 
asignada. Toda idea se convierte así en un instrumento o herramienta útil para satisfacer 
la necesidad de actuar del organismo humano. En palabras de Dewey, la lógica 
darwiniana obliga a entender el conocimiento desde una perspectiva instrumental en 
tanto su tarea se define como “[la proyección] de hipótesis sobre el modo de educar y 
conducir la mente, individual y socialmente, y queda por ello sujeto a prueba según 
funcionen en la práctica las ideas que propone” (Dewey, 2000a, pág. 59) 
La observación, la experimentación y el razonamiento reflexivo, características 
del método científico, han trasformado el mundo actual. El reconocimiento de esta 
realidad evidente y notoria en la cotidianidad de la vida social se pone de relieve cuando 
se comparan la actitud y las prácticas de la nueva ciencia con la idea de mundo 
establecida en la época previa a la aparición de la ciencia moderna. Según Dewey, el 
21 
 
contraste entre estas dos visiones se sustenta en cuatro aspectos básicos (Dewey, 1964a, 
págs. 120-125): 
 
 El mundo del conocimiento precientífico era un mundo cerrado, un mundo 
constituido y limitado en su interior por ciertas formas fijas, y al exterior por 
fronteras muy bien definidas. Por su parte, el mundo de la nueva ciencia es un 
mundo abierto, un mundo que varía indefinidamente y al que no es posible 
señalarle ni límites ni fronteras. 
 El mundo del conocimiento clásico era un mundo en que lo fijo y lo inmutable 
eran de una calidad y una autoridad más elevada que aquello sometido al cambio 
y a la alteración. De ahí que la actitud precientífica fuera contemplativa, 
acogiendo el mundo tal y como se nos presenta, y no experimental, como es la 
ciencia moderna que se caracteriza por la experimentación, variando las 
condiciones en que se observan los objetos para descubrir las múltiples 
correlaciones entre los cambios. 
 El mundo del conocimiento precientífico estaba constituido por objetos 
completos y acabados, sustancias dotadas de cualidades perfectamente ordenados 
y jerarquizados en un número limitado de clase, especie y género, sometidos a 
reglas y lugares fijos que garantizan la armonía de un mundo perfecto en virtud 
de su infinitud. Por su parte, el mundo del conocimiento científico es un mundo 
constituido por datos, es decir, problemas que suscitan la investigación y que 
deben ser objetos de reflexión e interpretación. 
 El mundo del conocimiento clásico se regía por la doctrina de las causas finales, 
la cual pregonaba que todas las entidades naturales están ligadas a determinados 
fines a los que tienden por fuerza y en virtud de su naturaleza. De esta manera, la 
investigación y el conocimiento se hallaban circunscritos a un estrechísimo 
campo de acción sujeto a unos fines preestablecidos que mantenían la armonía 
22 
 
del mundo conocido. Con el punto de vista mecánico que la ciencia moderna 
ofrece sobre la naturaleza ésta es despojada de las determinaciones finalistas y 
causas últimas, para someterse a las transformaciones y modificaciones que 
generan la aplicación práctica de las fórmulas, herramientas y máquinas que crea 
el método científico. 
 
En síntesis, el desarrollo de la ciencia moderna ha cambiado nuestra visión del 
mundo, al introducir en nuestras perspectivas: “las ideas de lo ilimitado de las 
posibilidades, del progreso indefinido, del movimiento libre, de la igualdad de 
oportunidades con independencia de límites fijos” (Dewey, 1964a, pág. 140). Hay a 
nuestro alcance un sinnúmero de medios, de herramientas, de instrumentos mediante los 
cuales es posible estudiar los fenómenos de la vida humana. El método científico, que es 
el método de la observación, la formulación de hipótesis y la comprobación 
experimental, ofrece un alcance tan profundo e ilimitado sobre la vida humana que la 
filosofía no puede permanecer indiferente ante este hecho evidente. Parece exigir un 
papel más eficaz que la simple renuencia a reconocer su influencia en los asuntos 
morales, es decir profundamente humanos, del hombre cuando la hegemonía de la 
ciencia en el mundo moderno hace inevitable pensar en aplicar los mismos 
procedimientos de investigación a los asuntos sobre, por ejemplo, las normas que 
regulan la conducta, la naturaleza del pensamiento o la cuestión de los valores. La 
simple insinuación de esta posibilidad, que puede inferirse con total plausibilidad a partir 
de los alcances del desarrollo progresivo del conocimiento humano, choca de inmediato 
con todo un “bloque de prejuicios, tradiciones y costumbres institucionales que se 
consolidaron y endurecieron en épocas precientíficas.” (Dewey, 1964a, pág. 50). 
 
 
23 
 
1.3 El germen de la noción deweyana de experiencia 
 
En 1896 Dewey publica uno de sus primeros textos sobre psicología titulado El 
concepto de arco reflejo en psicología. En este pequeño artículo muchos reconocen el 
germen de las hasta ese momento incipientes ideas y conceptos filosóficos del joven 
profesor que por entonces trabajaba en la Universidad de Chicago. En efecto, el texto 
sobre el arco reflejo es, como bien lo dice Javier Sáenz Obregón en la introducción de 
Experiencia y Educación traducida por Lorenzo Luzuriaga, una especie de manifiesto 
funcionalista sustentado por la biología evolucionista de Charles Darwin y la psicología 
pragmatista de William James, en el que cuestiona la concepción dualista tradicional de 
alma y cuerpo todavía presente en la teoría psicológica del arco reflejo, la cual separa el 
estímulo y la respuesta como una serie de existencias desconectadas que tienen que ser 
ajustadas entre sí de alguna manera (Dewey, 2004, pág. 23). 
La psicología durante todo el siglo XIX sostenía que la vida mental tenía su 
origen en sensaciones recibidas separada y pasivamente que, gracias a las leyes de la 
retentiva y la asociación, se acondicionaban formando un mosaico de imágenes, 
percepciones y conceptos. Basaba sus planteamientos en una distinción irreductible entre 
sensaciones, pensamientos y actos, ilustrada en el famoso ejemplo de James sobre el 
niño que se quema la mano en la vela (James, 1989, pág. 25), que las concibe como 
entidades separadas y completas en sí mismas: un estímulo (la sensación de luz) provoca 
una respuesta (acercar la mano para cogerla), siendo la quemadura un estímulo para una 
nueva respuesta que es la retirada inmediata de la mano que se acerca a la luz. Así, el 
estímulo sensorial y la respuesta motora eran entendidos como distintas existencias 
mentales y también como dos acontecimientos o experiencias diferentes. En ese sentido, 
para Dewey está todavía presente un viejo dualismo entre estructuras y funciones 
periféricas y centrales en la psicología. En efecto, esta psicología no interpreta la 
naturaleza de las sensaciones, las ideas y las acciones a partir de su función sino que se 
entienden desde una artificiosa distinción preconcebida y preformulada entre 
24 
 
sensaciones, pensamientos y actos donde: “el estímulo sensorial es una cosa, la actividad 
central, que hace las veces de idea, es otra, y la descarga motora, que representa el acto 
propiamente dicho, una tercera” (Dewey, 2000c, pág. 100). 
Según Dewey, como resultado de esto, la teoría del arco reflejo, y su distinción 
entre estímulo y respuesta, parece construirse sobre la idea clásica del viejo dualismo 
entre cuerpo y alma. De ahí que dicha construcción teórica no sea una unidad 
comprensiva y orgánica sobre lo que sucede realmente en la relación sensación/acción y 
se convierta en un “centón de partes disjuntas, una conjunción mecánica de procesos 
desagregados” (Dewey, 2000c, pág. 100). Para Dewey, aunque la psicología imperante 
establece que la sensación de luz actúa como estímulo cuya respuesta esalcanzar la 
mano y la quemadura resultante es un nuevo estímulo cuya respuesta inmediata es retirar 
la mano, para Dewey lo que realmente ocurre es lo siguiente: 
“¿Cómo podemos denominar propiamente eso que no es sensación-seguida-de-
idea-seguida-de-movimiento, sino que es, por así decir, el organismo mental del que 
sensación, idea y movimiento constituyen los órganos principales? Visto desde el lado 
fisiológico, el nombre idóneo para ese proceso más inclusivo sería el de coordinación. 
(…) El análisis nos revela que empezamos, no con un estímulo sensorial, sino con una 
coordinación sensorio-motora, la coordinación óptico-ocular, y que en cierto sentido es 
el movimiento lo que es primario y la sensación secundaria, donde el movimiento de los 
músculos del cuerpo, cabeza y ojos determina la cualidad de lo que se experimenta. En 
otras palabras, el verdadero comienzo está en el acto de ver; es un mirar no una 
sensación de luz” (Dewey, 2000c, pág. 101). 
En ese sentido, tanto el estímulo como la respuesta son completamente 
correlativos, si se entiende desde la perspectiva del circuito y no del arco, como lo 
plantea la psicología clásica. No se trata de dos existencias mentales diferentes sino de 
partes constitutivas de una misma coordinación y cuyo significado particular depende 
del papel o la función que cumplen en la realización de dicha coordinación. En palabras 
de Dewey: 
25 
 
“El estímulo es algo que hay que descubrir, que hay que desentrañar. (…) Tan 
pronto como el estímulo queda adecuadamente determinado, entonces y solo entonces se 
completa también la respuesta. El logro de cualquiera de ellos significa que la 
coordinación se ha completado. Más aún, es la respuesta motora la que ayuda a 
descubrir y constituir el estímulo. Es el mantener el movimiento hasta un determinado 
estadio lo que crea la sensación, lo que la hace liberarse.” (Dewey, 2000c, pág. 112) 
Como consecuencia de la teoría evolucionista y su doctrina de la supervivencia 
de los más fuertes, las tesis principales que imperaban por entonces en la psicología se 
transformarían radicalmente. En efecto, las investigaciones de William James -una de las 
influencias intelectuales determinantes en el desarrollo del pensamiento deweyano- 
sobre los puntos de vista evolucionistas, según los cuales el hombre no presenta 
diferencias en absoluto insalvables respecto de las otras especies animales, llevarían a la 
psicología a plantear un enfoque funcionalista en sus indagaciones para comprender 
cómo las distintas propiedades y características de la mente facultan al individuo para el 
desenvolvimiento en su entorno habitual. Lo mental comenzaba a definirse por la 
función que cumple en relación con las necesidades de supervivencia del organismo, 
como se infería a partir de los experimentos para medir la capacidad de los animales 
para aprender y resolver problemas. Así, en contraposición con el enfoque estructuralista 
que analizaba las actividades mentales en sus componentes y elementos más simples (las 
sensaciones), para descubrir las leyes que gobernaban la combinación de estos 
elementos y poder conectar esos componentes con sus condiciones fisiológicas, el 
funcionalismo consideraba la mente y la conducta en su función adaptativa mediante la 
cual el organismo puede alcanzar los fines de la supervivencia individual y de la especie. 
Desde este punto de vista, las sensaciones no se definen por ninguna existencia 
psíquica particular ni se consideran datos de información. Las sensaciones cumplen una 
función específica, que es la de ser estímulos para la acción y así se convierten en “una 
invitación y un estímulo para obrar de la manera debida. Un factor directivo en la 
adaptación de la vida al medio circundante.” (Dewey, 1964a, pág. 153) Las sensaciones 
26 
 
no son entonces verdaderos elementos de conocimiento, pero no por considerarse un 
método de conocimiento inferior, imperfecto o incompleto, sino por ser provocaciones y 
estímulos para la reflexión y para la deducción que habrán de acabar en conocimiento. 
Así, a partir de los postulados biológicos de Darwin y los planteamientos psicológicos 
de James, Dewey reconoce que en todo lo que se manifiesta la vida hay un obrar: “La 
persistencia de la vida estriba en que esta actividad sea continua y se amolde al medio.” 
(Dewey, 1964a, pág. 151) Los seres vivos no se conforman con las circunstancias en las 
que viven sino que, por el contrario, constantemente transforman los elementos del 
medio en el que habitan buscando la supervivencia y la conservación de la vida. Ningún 
organismo, desde las almejas y amebas hasta las formas más elevadas de la vida, espera 
pasivo e inerte a que las fuerzas exteriores lo presionen y lo moldeen. Antes bien, actúa 
sobre las cosas que lo rodean y, en consecuencia, esos cambios que produce en el medio 
circundante reaccionan a su vez sobre él mismo y sobre sus actividades: “el ser viviente 
padece, sufre, las consecuencias de su propio obrar” (Dewey, 1964a, pág. 152). 
Así Dewey entiende la experiencia, en una incipiente definición sobre el 
concepto en cuestión, como una íntima conexión entre el obrar y el sufrir o padecer. El 
desarrollo de la ciencia moderna, marcado por la conquista darwiniana del fenómeno de 
la vida, ha permitido situar la experiencia dentro del mismo proceso de vivir, superando 
la idea de un supuesto atomismo de las sensaciones. En consecuencia, la necesidad de 
una facultad sintética de la razón supraempírica destinada a establecer las conexiones 
entre las sensaciones y la maquinaria kantiana y postkantiana de los conceptos a priori y 
las categorías destinadas a sintetizar los materiales de la experiencia, se muestran, según 
Dewey, obsoletas y prácticamente inútiles. Así, comienza a primar el sentido vital de la 
experiencia sobre el significado puramente cognoscitivo que ha primado a lo largo de la 
tradición filosófica. 
Para entender en detalle la crítica que hace Dewey a la noción tradicional de 
experiencia se hace necesario identificar en la tradición filosófica los rasgos comunes 
que comparte este concepto en las distintas definiciones que se han propuesto a lo largo 
27 
 
de la historia de la filosofía. A partir de esta necesaria revisión de la tradición filosófica, 
puede entenderse con mayor claridad la reconstrucción que hace Dewey sobre un 
concepto que, como bien lo dice James, es una palabra de dos filos: ambigua, confusa y 
contradictoria. 
 
1.4 La experiencia en la tradición filosófica 
 
Tradicionalmente la experiencia se ha entendido de diversos modos según el 
autor y la escuela de pensamiento que haga de este concepto su objeto de reflexión. Sin 
embargo, las diferentes acepciones que se han dado del término comparten ciertos rasgos 
comunes sobre la naturaleza de la experiencia en relación con el conocimiento. Uno de 
ellos es la desconfianza radical hacia lo artesanal, hacia lo práctico, hacia lo empírico, 
como fuente de conocimiento verdadero. La escisión entre un reino superior de la 
contemplación cognoscitiva de lo inmutable, de lo seguro, de lo ideal y un reino inferior 
de la manipulación artesanal de lo que cambia, de lo contingente, de la experiencia 
cotidiana ha determinado, según Dewey, buena parte de los problemas y las discusiones 
filosóficas a lo largo de la historia, lo que genera un aspecto común a todas las teorías 
del conocimiento: “lo conocido antecede al acto mental de su observación e 
investigación y no resulta afectado por éste; de lo contrario no sería fijo e inmutable” 
(Dewey, 1967, pág. 20). 
Para Dewey, la filosofía moderna que hace de la epistemología el tema 
primordial de sus reflexiones “ha absorbido el dogma estoico de la impasibilidad, de la 
imperturbabilidad, de la absoluta imparcialidad, de la completa sujeción a una realidad 
completa y prefabricada como un ideal profeso” (Dewey, 1977a, pág. 85). En efecto, las 
diferentesescuelas de pensamiento que difieren entre sus definiciones de experiencia de 
forma tan parecida a como lo hacen en sus concepciones del fin y método del 
conocimiento, coinciden en su devoción por “la identificación de la realidad con algo 
que se conecte de manera monopólica con el conocimiento impasible, las creencias 
28 
 
purgadas de cualquier tipo de referencia personal, origen y punto de vista” (Dewey, 
1977a, pág. 86). Este menosprecio a la experiencia, traducido para Dewey en una 
despreocupación hacia lo real, se hace evidente cuando se revisan las distintas 
definiciones de experiencia que han marcado la tradición filosófica. 
Siguiendo las definiciones consignadas de manera escueta por José Ferrater Mora 
en su Diccionario de filosofía, podemos encontrar otros rasgos comunes en la noción 
clásica del concepto de experiencia. Ésta puede entenderse desde una doble perspectiva: 
1) la experiencia se refiere al registro, o a la confirmación, de datos empíricos o de 
teorías y 2) la experiencia está en relación con el hecho de vivir, que se da con 
anterioridad a toda reflexión o predicación (Mora, 1994). Nos centraremos en exponer 
tres conceptos principales de experiencia que, según Dewey, han modelado el 
pensamiento filosófico. El primero surge de la filosofía griega clásica y atraviesa toda la 
historia de la filosofía de diversas maneras hasta el siglo XVII. El segundo es el 
concepto empirista de experiencia, característico del siglo XVIII y de la filosofía de 
comienzos del siglo XIX. Por último, el tercer concepto se desprende de los 
planteamientos filosóficos de Kant y el idealismo alemán. Mientras exponemos los 
puntos principales que sustentan la visión particular de cada corriente de pensamiento 
sobre la experiencia, mencionaremos los aspectos positivos y negativos que Dewey 
reconoce en cada una de ellas. Sobre este punto, me basaré en el estudio sobre el ensayo 
de Dewey “Una investigación empírica sobre empirismos” consignado en el excelente 
trabajo de Richard Bernstein sobre la obra de Dewey (Bernstein, 2010, págs. 83-94): 
 
1. La distinción platónica entre mundo sensible y mundo inteligible equivale a la 
distinción entre experiencia y razón. La experiencia aparece como conocimiento de 
lo cambiante y es más opinión que conocimiento. No descuida la experiencia como 
práctica necesaria para poder formular conceptos y alcanzar el reino de las ideas, 
aunque la experiencia no tiene en ningún caso el carácter preciso e inteligible de 
estas últimas. En efecto, para Platón la experiencia se refería a una clase de 
29 
 
experticia mecánica propia de un artesano. En ese sentido la experiencia significaba 
la información acumulada sobre el pasado, transmitida a través del lenguaje y el 
aprendizaje de artes y habilidades, y condensada en generalizaciones prácticas sobre 
cómo hacer cierto tipo de cosas. En ese sentido, la experiencia consistía para Platón 
en un tipo de conocimiento práctico constituido por datos empíricos que exige cierto 
tipo de destrezas y habilidades aprendidas a través del hábito y la costumbre. De esta 
manera, el mundo de la experiencia se diferenciaba radicalmente del mundo de las 
ideas y el conocimiento verdadero, constituido por el conocimiento racional de la 
naturaleza eterna de las cosas. 
Para Aristóteles la experiencia queda mejor integrada dentro de la estructura del 
conocimiento: es algo que poseen todos los seres vivos dotados de órganos 
sensoriales en la medida en que, a partir de lo percibido y de las relaciones que 
pueden establecer en ello, ordenan su acción futura. La experiencia surge de los 
recuerdos, ya que la persistencia de las mismas impresiones va tejiendo la 
experiencia. La experiencia es la aprehensión de lo singular, sin la cual no habría 
posibilidad de ciencia. Solo la experiencia puede proporcionar los principios 
pertenecientes a cada ciencia: hay que observar primero los fenómenos y ver luego 
qué son, para proceder a las demostraciones. Sin embargo, aunque la experiencia es 
un estadio necesario e imprescindible para alcanzar el conocimiento científico, no es 
suficiente por sí mismo y no puede revelar la naturaleza de lo real. 
Para Dewey, con Platón se iniciaba la tradición clásica de entender la experiencia 
desde un sentido peyorativo y, con Aristóteles, la idea de comprenderla como un 
asunto cognoscitivo. Sin embargo, reconocía la capacidad de los filósofos griegos 
para comprender la naturaleza de la experiencia desde una perspectiva social que 
señalaba el modo en que ésta se desarrolla y se transmite por medio del hábito y la 
costumbre. Asimismo destacaba en el pensamiento aristotélico la idea de poner en 
relación las funciones biológicas con las cognoscitivas. Para Dewey, “la visión 
griega de la experiencia reflejó un robusto sentido del hombre como ser implicado en 
30 
 
un mundo natural y una sutil apreciación de interacción entre conocimiento y 
acción” (Bernstein, 2010, pág. 88) 
2. En la modernidad, Bacon considera que el vocablo experientia representa la 
aprehensión de cosas singulares y, al mismo tiempo, una iluminación interior. Pero 
lo que predominó durante los primeros siglos fue la noción de experiencia en cuanto 
sensu oritur, es decir, originada en los sentidos. Bacon insiste en la necesidad de 
atenerse a la experiencia no sólo como punto de partida para el conocimiento, sino 
como su fundamento último. La mejor demostración consiste en la experiencia y 
existen dos tipos posibles: la vulgar, que tiene lugar por accidente, o la buscada o 
científica. Para Bacon, la ciencia se basa en la experimentación como experiencia 
ordenada. Por otra parte, los racionalistas estiman que la experiencia representa un 
acceso a la realidad confuso y mutilado, pues la experiencia es entendida como 
experiencia vaga. Para Leibniz, por ejemplo, la experiencia solo da proposiciones 
contingentes, pues las verdades eternas solamente pueden adquirirse por medio de la 
razón. 
Sin embargo, la protagonista de la crítica de Dewey será la noción de experiencia 
de la tradición empirista, normalmente considerada la visión filosófica paradigmática 
sobre el concepto en cuestión. Para Dewey, los empiristas consideran que la 
experiencia se relaciona con la aprehensión intuitiva de cosas singulares, de 
impresiones de los sentidos, y constituye la condición y el límite de todo 
conocimiento merecedor de tal nombre. Así, la razón deja de ser considerada como 
esa facultad única que permite conocer de forma directa la naturaleza esencial de lo 
real. Para Locke, por ejemplo “muchas de las verdades reivindicadas en nombre de 
la razón aparecían como dogmas disfrazados, confeccionados sobre la tradición y el 
prejuicio, muchos de los cuales habían prosperado bajo la férula de la razón hasta 
hacerse irracionales” (Bernstein, 2010, pág. 89). En la filosofía empirista, la 
experiencia comienza a adquirir un significado más positivo, pues se reivindica el 
poder del individuo y su capacidad de examinar la validez de todo tipo de 
31 
 
conocimiento sobre la realidad a través del contacto directo con la naturaleza, pues 
las sensaciones son entendidas como el origen y la base del conocimiento sobre lo 
real. 
Para Dewey, el empirismo británico fue valioso y significativo en tanto 
contribuyó a afirmar el lugar activo del individuo en el proceso del conocimiento y 
revindicar, a nivel social, los derechos inalienables de toda persona. Destaca la idea 
de la libertad del pensamiento a través de la crítica empirista a la influencia nociva 
de ciertas tradiciones e instituciones para el cultivo de la individualidad. Sin 
embargo, Dewey señala cómo el concepto empirista de experiencia tenía un 
sinnúmero de contradicciones internas. Por ejemplo, aunque este concepto fue 
desarrollado en el marco del avance de la ciencia experimental, el empirismo no 
pudo dar cuenta de la nueva lógica científica en tantoconsideraba al hombre como 
un espectador pasivo que acumulaba y recibía la experiencia, mientras que el avance 
de la ciencia subrayaba el valor de la actividad dirigida y regulada. Sin embargo, 
Dewey rescata el valor crítico del empirismo pues reconoce que “su poder como 
disolvente de la tradición y de la doctrina fue mucho mayor que su fuerza 
constructiva” (Bernstein, 2010, pág. 91). Dewey también destaca la idea empirista 
según la cual es la experiencia, y no cualquier tipo de realidad trascendente, la que 
deber ser el tribunal final de toda reivindicación de conocimiento. 
Aunque Dewey reconoce que el empirismo no fue capaz de desarrollar un teoría 
de la experiencia que diera cuenta de la nueva lógica de la ciencia experimental, ya 
que sus reflexiones se centraron en la construcción compleja y artificial de una teoría 
sobre la naturaleza de la percepción sensible, admira su capacidad crítica y de 
refutación de los prejuicios y dogmas tradicionales. 
3. Por otra parte, Kant admite que la experiencia constituye el punto de partida del 
conocimiento pero que éste no procede de ella, si bien no es posible conocer nada 
que no se halle dentro de la experiencia posible. Los idealistas alemanes trataron el 
tema apoyándose en Kant y estimaron que la tarea de la filosofía era dar razón de 
32 
 
toda experiencia o del fundamento de toda experiencia. Para Fichte, por ejemplo, el 
filósofo puede abstraer o separar mediante la libertad del pensar lo unido en la 
experiencia. En la experiencia están inseparablemente unidas la cosa, aquello por lo 
que debe dirigirse el pensamiento, y la inteligencia, que es la que debe conocer. Si 
abstrae de la primera obtiene una inteligencia en sí, abstraída de su relación con la 
experiencia. Si abstrae de la segunda, obtiene una cosa en si, abstraída de que se 
presente la experiencia. A lo primero se llama idealismo y a lo segundo dogmatismo. 
Para Dewey, la figura de Hegel fue determinante para definir el carácter de su 
pensamiento filosófico. En Del absolutismo al experimentalismo reconoce que la 
idea hegeliana de síntesis fue determinante a la hora de rechazar cualquier tipo de 
planteamiento que comprendiera la realidad como algo estático, formal y dualista: 
“La síntesis hegeliana de sujeto y objeto, materia y espíritu, lo divino y lo 
humano, no fue, sin embargo, una mera fórmula intelectual; operó como un inmenso 
desahogo, como una liberación. El tratamiento hegeliano de la cultura humana, de 
las instituciones y las artes, incluía la disolución misma de rígidas paredes divisorias 
y tenía una especial atracción para mí.” (Dewey, 1991, pág. 7). De Hegel, Dewey 
extrajo la idea de una relación orgánica entre sujeto y objeto, la idea de un principio 
de unidad viviente y la idea de una interacción e interdependencia orgánica. Si bien 
esa influencia inicial del organicismo hegeliano se subsumiría años después en la 
perspectiva científica adoptada por Dewey, nunca negó ni ignoró que Hegel había 
dejado un depósito permanente en su pensamiento. 
 
Tras este breve y necesario recorrido histórico, podemos entender cómo las 
distintas definiciones de experiencia comparten ciertos rasgos que serán el objeto de la 
reflexión crítica de Dewey. En efecto, la comprensión clásica de la experiencia como un 
modo de conocer algo inmediatamente, antes de todo juicio formulado sobre lo 
aprehendido, es decir, como la aprehensión sensible de la realidad externa por lo común 
33 
 
antes de toda reflexión, se contrapone a la idea deweyana de la estrecha interrelación 
orgánica entre la experiencia y la razón. Así, aunque cada una de estas teorías contiene 
elementos importantes para entender la noción de experiencia, tienen también serias 
contradicciones que Dewey pretende superar con la reconstrucción o resignificación de 
ese mismo concepto. 
Como veíamos, una primera definición explícita de la experiencia surge a partir 
del estudio de la teoría del arco reflejo en psicología y del examen sobre la influencia de 
la ciencia moderna en la manera de conocer y entender la naturaleza. Sin embargo, es en 
su texto de 1917 La necesidad de una recuperación de la filosofía donde podemos 
encontrar, por un lado, la exposición más completa y lúcida de su crítica a la noción 
tradicional de la experiencia y, por el otro, los puntos básicos de la resignificación del 
mismo concepto propuesta por Dewey. Allí Dewey encuentra cinco rasgos comunes en 
las distintas acepciones que ha tenido el término en cuestión en la larga tradición 
filosófica, pero su crítica se centrará especialmente en la reflexión filosófica que el 
empirismo británico hace sobre la naturaleza de la experiencia. El análisis en detalle de 
estos cinco puntos, esto es, los cinco contrastes entre su postura crítica frente a la 
tradición filosófica y, por ende, los cinco puntos básicos de su propuesta reconstructiva, 
será el punto de partida del segundo capítulo de la presente investigación. En él 
intentaremos profundizar y establecer el significado de la noción de experiencia en la 
filosofía de John Dewey. 
 
 
 
 
 
 
34 
 
Capítulo 2 
LA CONCEPCIÓN DE EXPERIENCIA EN JOHN DEWEY 
 
Una onza de experiencia es mejor que una tonelada de teoría 
simplemente porque solo en la experiencia la teoría tiene significación 
vital y comprobable (Dewey, 1998, pág. 128) 
 
La experiencia es, para Dewey, el medio o instrumento por excelencia que le 
permite al hombre investigar con detalle los fenómenos de la naturaleza. En este sentido, 
la definición tradicional de experiencia que la entiende como todo aquello percibido por 
los sentidos o todo aquello que nos sucede, como un asunto fundamentalmente 
cognitivo, plagado de subjetividad y que hace referencia a un conjunto de situaciones 
acontecidas en el pasado, no parece ser efectiva a la hora de entender esa conexión 
estrecha entre pensamiento y acción que Dewey pretende reconstruir, animado por la 
influencia de la filosofía pragmatista norteamericana. Es un tema que, tanto en Dewey 
como en William James y Charles Sanders Peirce, es fundamental en sus reflexiones 
filosóficas, psicológicas y lógicas. En efecto, el pragmatismo, que se construye en buena 
parte como una crítica al empirismo británico, puede entenderse como una 
resignificación o una reconstrucción más amplia de un concepto básico en los 
planteamientos filosóficos de Locke y Hume como es el de experiencia. 
¿Cómo concebir, desde la definición tradicional de la experiencia, la idea de 
Dewey de que toda teoría es una hipótesis activa que debe ser demostrada por el tipo de 
consecuencias a las que conduce en la vida real y efectiva? ¿Cómo conciliar la confianza 
y el optimismo de Dewey en la metodología de las ciencias experimentales con la 
desconfianza filosófica tradicional hacia la experiencia como fuente de conocimiento? 
¿Cómo entender la teoría instrumental del conocimiento formulada por Dewey desde 
una perspectiva que define la experiencia como opuesta y enemiga de la intelección 
racional? Responder a estas inquietudes constituye la matriz del presente capítulo cuyo 
propósito fundamental es entender en detalle qué entiende Dewey por experiencia. 
35 
 
El problema de la experiencia constituye un elemento central dentro del amplio 
campo de intereses de la filosofía de John Dewey y es, a su vez, uno de los elementos 
articuladores de sus trabajos en pedagogía, psicología, política y estética. Como veíamos 
en el primer capítulo, en uno de sus primeros artículos de psicología - El concepto de 
arco reflejo en Psicología (1896)- surgen algunos temas y conceptos fundamentales de 
su obra filosófica, como lo son la proyección de la experiencia presente en las posibles 
experiencias futuras y la unidad orgánica de los acontecimientos. Si bien es un texto de 
carácter eminentemente científico, puede considerarse como la matriz del pensamiento 
de Dewey, no sólo por su

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