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Hechos y valores
en filosofía teórica, filosofía práctica
y filosofía del arte
Diana Pérez y Ricardo Ibarlucía (comps.)
CIF/ SADAF
Centro de Investigaciones Filosóicas
Sociedad Argentina de Análisis Filosóico
 ___________________________________________________________________________
Ibarlucía, Ricardo, 
 Hechos y valores : en ilosofía teórica, ilosofía práctica y ilosofía del arte / Ibarlucía, Ri-
cardo ; Diana Pérez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Investigaciones 
Filosóicas, 2016.
 230 p. ; 20 x 14 cm.
 ISBN 978-987-29834-4-4
 1. Filosofía. 2. Filosofía del Arte. 3. Teoría y Filosofía del Arte. I. Pérez, Diana II. Título
 CDD 190
Fecha de catalogación: 31/03/2016
ISBN: 978-987-29834-4-4
© Centro de Investigaciones Filosóicas y Sociedad Argentina de Análisis Filosóico 
Ilustración de tapa: Lea Lublin, Composición sin título, 1967. Litografía.
Esta publicación ha contado con un subsidio para la realización de reuniones cientíicas de la 
Agencia Nacional de Promoción Cientíica y Tecnológica (RC- 2013-0321)
Centro de Investigaciones Filosóicas
Miñones 2073
1428, Ciudad de Buenos Aires
Sociedad Argentina de Análisis Filosóico
Bulnes 642
1176, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Hechos y valores
en filosofía teórica, filosofía práctica
y filosofía del arte
Diana Pérez y Ricardo Ibarlucía (comps.)
CIF/ SADAF
Indice
Prefacio _ 6
Diana Pérez 
Parte I Filosofía teórica
1 Leibniz y los límites de los lenguajes racionales _ 13
 Oscar M. Esquisabel 
2 La Característica Universal y los lenguajes comunes _ 25
 Alberto Moretti 
3 La autoridad de la primera persona 
 y la estrategia de la autoría _ 33
 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo 
4 Videre videor _ 55
 Pablo E. Pavesi 
Parte II Filosofía práctica 
5 Derecho, sociedad y poder. La refutación weberiana de Rudolf 
Stammler _ 63
 Francisco Naishtat 
6 Filosofía política contra ciencia social. La crítica de Leo Strauss a Max 
Weber _ 85
 Luciano Nosetto 
7 ¿Qué debería hacer usted por los pobres del mundo? _ 101
 Julio Montero 
Índice 5
8 Cognitivismo moral, deliberación y contexto _ 115
 Mariano Garreta Leclercq 
9 La prioridad del Igualitarismo Democrático _ 129
 Facundo García Valverde 
Parte III Filosofía del arte
10 El valor biológico de la belleza. La iliación nietzscheana y 
evolucionista de la estética de Mariano Barrenechea _ 143
 Mauro Sarquis 
11 La biologización de la belleza _ 161
 Santiago Ginnobili 
12 La paradoja de la icción y las emociones iccionales _ 169
 Lucas Bucci 
13 Lo que hace la icción _ 189
 Valeria Castelló-Joubert 
14 Las airmaciones evaluativas estéticas. Una propuesta 
relativista _ 199
 Eleonora Orlando
15 Descripción y evaluación. Algunas observaciones sobre el discurso 
de la crítica _ 213
 Ricardo Ibarlucía 
Prefacio
El Centro de Investigaciones Filosóicas (CIF) y la Sociedad Argentina 
de Análisis Filosóico (SADAF) son dos de las más antiguas instituciones 
ilosóicas de nuestro país. Desde hace más de 40 años agrupan a la ma-
yoría de los mejores y más reconocidos ilósofos de nuestro medio. Con 
historias emparentadas, surgidas en una época oscura de nuestro país en 
la cual muchos de los fundadores de ambas instituciones estaban exclui-
dos de las universidades nacionales, la defensa de una ilosofía rigurosa 
y argumentativa pero a la vez comprometida con valores y principios 
democráticos ha sido el común denominador de CIF y SADAF. Durante 
esta larga historia los caminos de ambas instituciones se han cruzado 
en numerosas ocasiones, y en el año 2013 se oicializó la colaboración 
entre ambas a través de un convenio formal de cooperación. Una de las 
primeras actividades conjuntas realizadas en el marco de este convenio 
fue el IV Encuentro CIF-SADAF: “Hechos y Valores”, que tuvo lugar en la 
sede de la Sociedad Argentina de Análisis Filosóico del 8 al 10 de mayo 
de 2014. Los artículos que forman parte de este volumen son algunos de 
los trabajos presentados en este encuentro. 
Hemos dividido el libro en tres partes, correspondientes a los tra-
bajos que tratan temas de ilosofía teórica, ilosofía práctica y ilosofía 
del arte. La primera parte está constituida por dos artículos y sus respec-
tivas discusiones. En “Leibniz y los límites de los lenguajes racionales” 
Oscar Esquisabel presenta un hipótesis acerca de las razones del carácter 
inconcluso del proyecto leibniciano de ofrecer un lenguaje racional uni-
versal. Para ello muestra diversos intentos por desarrollar este lenguaje 
–las llamadas estrategias a priori y a posteriori, en términos de Couturat– 
y las diicultades que el propio Leibniz expuso claramente al evaluar un 
proyecto también orientado a proponer un lenguaje universal elaborado 
por Rödeke que lo hicieron abandonar cada una de las vías pensadas. 
Alberto Moretti discute la propuesta de Esquisabel, poniendo en duda 
la distinción de Couturat y mostrando los límites de las críticas leibni-
cianas al proyecto del lenguaje racional universal único, pero añadiendo 
Prefacio 7
diicultades adicionales a este proyecto que hacen inviable la construc-
ción de un lenguaje con las características buscadas. 
El segundo artículo de esta sección, “La autoridad de la primera 
persona y la estrategia de la autoría”, ha sido escrito en conjunto por 
Diego Lawler y Jesús Vega Encabo. En este trabajo, los autores examinan 
y profundizan la explicación del autoconocimiento propuesta reciente-
mente por Richard Moran, quien da cuenta de ciertos casos de autoco-
nocimiento, en particular del conocimiento que tenemos de las propias 
creencias, apelando a la idea de que su peculiar distinción epistémica 
descansa en el hecho de que somos autores de nuestras creencias, en la 
medida en que somos agentes epistémicos racionales que decidimos –al 
sopesar evidencias– adoptar como propia una determinada creencia. La 
discusión de algunas objeciones examinadas permite a los autores ainar 
los detalles de esta idea. Pablo Pavesi discute este texto atacando uno de 
los supuestos de los que se parte: la estrategia de la autoría admite que 
hay casos en los que no sabemos qué es lo que pensamos, o que estamos 
equivocados sobre este asunto. Pavesi cuestiona este supuesto adoptan-
do una línea cartesiana de argumentación de acuerdo con la cual no hay 
posibilidad de error respecto de los propios estados mentales presentes. 
La parte dedicada a temas de ilosofía práctica se inicia con dos artí-
culos sobre Max Weber. En el primero, titulado “Derecho, sociedad y po-
der. La refutación weberiana de Rudolf Stammler”, Francisco Naishtat 
revisa con particular minuciosidad la polémica establecida entre Weber 
y Stammler acerca de las leyes en las ciencias sociales, deteniéndose muy 
especialmente en el rol de las normas sociales y sus posibilidades de es-
tudio. El trabajo se detiene en la consideración de la ontología de las nor-
mas, y se destaca la variedad y heterogeneidad de reglas y normas cons-
titutivas de las sociedades humanas. Por su parte, Luciano Nosetto en 
“Filosofía política contra ciencia social. La crítica de Leo Strauss a Max 
Weber” revisa los esfuerzos de Strauss por desmontar la ilosofía social 
y la ciencia social de Weber argumentando que conduce a una ilosofía 
nihilista, a una posición alejada del mundo social en el que está inserta. 
A continuación, Julio Montero interpela al lector preguntándole 
“¿Qué debería hacer usted por los pobres del mundo?” Para responder 
esta pregunta, primero analiza qué tipo de deberes son los que cada uno 
de nosotros tiene para con los habitantes de nuestra Tierra sumidos en 
la extrema pobreza. Luego de examinar con detenimiento diferentes ti-
pos de deberes concluye que se trata de deberes de asistencia, y extrae 
8 Prefacio
algunas conclusiones a partir de esta caracterización. A la deliberación 
moral está dedicado el trabajo “Cognitivismo moral, deliberacióny con-
texto” de Mariano Garreta-Leclercq. En el trabajo, el autor traslada al 
terreno práctico algunas distinciones acerca de la justiicación epistémica 
que han llevado a algunos ilósofos a defender el contextualismo en epis-
temología. De esta aplicación al caso de la deliberación moral surge una 
posición contextualista que Garreta se ocupa de defender en su trabajo. 
Finalmente, en “La prioridad del Igualitarismo Democrático”, Facundo 
García Valverde evalúa diversos argumentos a favor y en contra de las dos 
estrategias más ampliamente discutidas para encarnar la idea de “justicia 
distributiva”: el igualitarismo de la suerte y el igualitarismo democrático. 
Luego de sopesar los argumentos, muestra la conveniencia de inclinarse 
por la segunda de las opciones. 
En la última parte del libro, se incluyen artículos relativos a diver-
sas cuestiones en ilosofía del arte. En primer lugar, en “El valor biológi-
co de la belleza. La iliación nietzscheana y evolucionista de la estética de 
Mariano Barrenechea”, Mauro Sarquis examina las inluencias de Nietzs-
che y Darwin en la obra del ilósofo argentino Mariano Barrenechea. El 
autor intenta mostrar cómo varios elementos de la visión nietzscheana 
del mundo como voluntad de poder, aspectos de la teoría darwiniana 
acerca de la conservación y la selección natural y sexual y desarrollos 
spencerianos sobre el origen y función evolutivos del arte resultan cen-
trales en la obra del ilósofo argentino. Santiago Ginnobili discute un 
aspecto especíico del trabajo, centrándose en las ideas de Darwin acerca 
de la belleza, y la implausibilidad de que dichas ideas estén relejadas en 
la obra de Barrenechea tal como Sarquis la reconstruye. 
En “La paradoja de la icción y las emociones iccionales”, Lucas 
Bucci hace un repaso exhaustivo de las diversas respuestas ofrecidas a la 
“paradoja de la icción” e intenta replantear la cuestión de por qué nos 
emocionamos con la icción ofreciendo una distinción entre distintos 
contextos en los cuales accedemos a narraciones: un contexto que deno-
mina iccional, y un contexto cotidiano. La diferencia entre estos contex-
tos explicaría, de acuerdo con Bucci, las peculiaridades de las emociones 
que experimentamos en el contexto del consumo de icción. Valeria Cas-
telló-Joubert en su agudo trabajo cuestiona la distinción de Bucci entre 
dos contextos de consumo de obras representativas, mostrando que hay 
casos que no son claros y la distinción podría entonces no ser tajante 
como Bucci argumenta. 
Prefacio 9
El capítulo de Eleonora Orlando se titula “Las airmaciones evalua-
tivas estéticas: Una propuesta relativista”. En su artículo busca aplicar 
herramientas provenientes de la ilosofía del lenguaje orientadas a de-
fender estrategias relativistas en la comprensión del contenido semánti-
co de ciertos términos evaluativos, ofreciendo una lúcida defensa de una 
posición relativista aplicada al caso de los juicios estéticos evaluativos. 
Cerrando este libro, Ricardo Ibarlucía presenta “Descripción y 
evaluación. Algunas observaciones sobre el discurso de la crítica”, don-
de discute el “programa descriptivista” de Jean-Marie Schaefer y el “pro-
grama evaluacionista” de Noël Carroll. Su proyecto es integrar estas dos 
teorías acerca de la crítica de arte, que no ve como antagónicas, sino 
como complementarias entre sí. Para ello propone distinguir tres tipos 
de juicios relativos al arte: los juicios estéticos, los juicios teleológicos 
y los juicios normativos de la crítica; estos últimos involucrarían tres 
operaciones que son interdependientes: la apreciación subjetiva, la des-
cripción objetual y la evaluación razonada, conjugando así aspectos des-
criptivos y evaluativos. 
Diana Pérez
Buenos Aires, 15 de diciembre de 2015
PARTE I
Filosofía teórica
1
Leibniz y los límites de los lenguajes 
racionales
Oscar M. Esquisabel
En la presente exposición, nos proponemos desarrollar algunas ideas 
orientadoras acerca del proyecto leibniziano de crear un lenguaje racio-
nal universal, el cual tiene múltiples puntos de contacto con el proyecto 
de la característica universal. En el presente contexto, el tema central 
que nos ocupa no es tanto el diseño o los diferentes diseños que Leibniz 
propuso para la construcción de dicho lenguaje, sino que sostendremos 
una hipótesis acerca de los motivos por los que Leibniz no llevó a cabo i-
nalmente su programa, legando a la posteridad sólo ensayos programáti-
cos y bocetos fragmentarios, sugestivos por cierto, pero que no siempre 
expresan una meta que los haga coherentes entre sí. La impresión que 
nos dejan los escritos leibnizianos sobre el tema es que Leibniz intentó 
varios caminos y métodos, sin llegar inalmente a ningún resultado dei-
nitivo, a pesar de que, a través de ese camino, formuló una idea poderosa 
que, de manera más o menos indirecta, fructiicó con el tiempo en diver-
sos programas asociados a esa empresa leibniziana.
Así, nuestra hipótesis sostiene que Leibniz fue consciente de que 
los esfuerzos por introducir un lenguaje racional como medio de co-
municación universal había de enfrentar serios problemas pragmáticos, 
algunos de los cuales implicaban cuestiones teóricas profundas. En cual-
quier caso, la diicultad de encontrar una solución cabal para estos es-
collos hizo que Leibniz no sólo ensayase diversas aproximaciones a la 
construcción de un lenguaje racional, sino que inalmente dejara la tarea 
14 Oscar M. Esquisabel 
inconclusa, no por falta de convicción, sino sólo por la tendencia leib-
niziana a presentar soluciones teóricas y prácticas de eicacia probada.
En los escritos leibnizianos sobre lenguaje universal y caracterís-
tica universal no es común encontrar consideraciones críticas acerca de 
la posibilidad en general de un lenguaje universal, aunque por cierto en-
contremos indicaciones acerca de las insuiciencias de los ensayos exis-
tentes en su época. Sin embargo, en un escrito en el que Leibniz evalúa 
el proyecto de lenguaje racional universal que Caspar Rödeke presentó 
ante la corte de Prusia, nuestro autor expone una serie de consideracio-
nes que, claramente, procuran importantes indicios respecto de la hipó-
tesis que proponemos.
De este modo, luego de sintetizar los lineamientos generales de las 
orientaciones programáticas fundamentales del proyecto leibniziano de 
un lenguaje racional, en sus vertientes principales, a saber, la vía a priori 
y la a posteriori, examinaremos las objeciones que contiene el crítico in-
forme leibniziano, interpretándolas también como una exposición de las 
diicultades que, según Leibniz, ha de enfrentar cualquier plan de cons-
truir y difundir un lenguaje racional, incluso el suyo propio.
El proyecto de un lenguaje universal racional: dos 
estrategias
Siguiendo una sugerencia de Couturat y retomada por Pombo, distin-
guiremos dos estrategias para la construcción de un lenguaje racional 
universal, que denominaremos, respectivamente, a priori y a posteriori. 
Sintéticamente, el método a priori consiste en la construcción de un len-
guaje completamente artiicial, en general escrito y de carácter concep-
tual (o “real”), de manera completamente independiente de los lengua-
jes comunes o “históricos”. Por su parte, la estrategia a posteriori sigue 
el camino exactamente inverso, ya que para la construcción del lenguaje 
artiicial se utilizan formas y/o materiales gramaticales que surgen de la 
comparación recíproca de diversas lenguas históricas (Couturat [1901] 
1961: 63-64; asimismo Pombo 1987)1.
En este marco, el caso de Leibniz proporciona un ejemplo concreto 
1 Para el problema de los lenguajes universales en el siglo XVII, véase Eco 1993 y Maat 
2004.
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 15
de ambas estrategias, ya que se pueden señalar en sus relexiones y tra-
bajos acerca del lenguaje universal racional concepciones tanto apriorís-
ticas como aposteriorísticas.
En efecto, el proyecto de la característica universal como lenguaje 
racional universalresponde, precisamente a la estrategia a priori, ya que 
se trata de la construcción de un lenguaje completamente artiicial ab 
ovo, sin que entre en su elaboración, en principio, consideraciones com-
parativas respecto de los lenguajes coloquiales. Como en otros casos de 
lenguajes racionales a priori, el programa de la característica universal se 
proponía lograr la expresión analítica y directa de los pensamientos me-
diante una notación (escritura) simbólica. Además de ello, Leibniz añade 
la idea de dotarlo de una estructura de cálculo, que le proporcionaría a la 
característica la facultad de reducir las operaciones de inferencia lógica a 
una transformación simbólica regulada2. 
Así, el proyecto de la característica universal constituye un vas-
to programa, inalmente irrealizado, que abarca, para mencionar los 
aspectos más sobresalientes, el análisis exhaustivo de los conceptos y 
principios del conocimiento humano (lógicos y no lógicos) hasta obte-
ner sus elementos últimos, la creación de un lenguaje o notación sim-
bólica (carácter) dotados de reglas de formación y transformación, con 
el in de expresar simbólicamente dicho análisis, la construcción, con 
dichos recursos notacionales, de un cálculo axiomático para la lógica 
deductiva elemental (especialmente la silogística), la formulación de 
una lógica deductiva para las inferencias asilogísticas y la elaboración 
de una lógica probabilitaria para las inferencias no deductivas (para una 
síntesis del programa,véase A II 1: 378-381).
En cualquier caso, el proyecto de la característica universal adqui-
rió diversos aspectos y formulaciones, sin alcanzar jamás una concreción 
deinitiva. Lo que resta es una serie de apuntes, generalmente breves y 
no siempre consistentes entre sí, que contienen indicios y señalamientos 
acerca de los procedimientos generales para la construcción del sistema. 
En cualquier caso, es el cálculo lógico deductivo, que debía constituir 
la estructura lógica de la característica universal, el aspecto que recibió 
2 Un texto emblemático de esta vertiente del proyecto es De numeris characteristicis ad 
linguam universalem constituendam (A VI 4 263-270 [OFC 5 115-121]). Véase Pombo 1987 y 
Esquisabel 1998: 87-123.
16 Oscar M. Esquisabel 
un tratamiento más completo y exhaustivo por parte de Leibniz (véase 
Couturat, [1901] 1961)3.
Paradójicamente, los trabajos concretos de Leibniz que apuntan 
a la construcción concreta de un lenguaje universal racional parecen 
apartarse en mayor o menor grado del programa apriorístico de la Ca-
racterística Universal, ya que su manera de proceder se rige claramente 
por la estrategia de la construcción a posteriori. En efecto, dichos traba-
jos no comienzan, en general, por un análisis de las estructuras lógicas 
y conceptuales que luego deben ser plasmadas mediante una notación 
simbólica adecuada, sino que el estudio se dirige ahora hacia los diversos 
aspectos que nos presentan los lenguajes históricos o “naturales”. Así, 
en lugar de un análisis “lógico”, estamos en presencia de un análisis gra-
matical o, para usar un anacronismo, “lingüístico”, en el que se abordan 
aspectos léxicos, sintácticos, semánticos y pragmáticos de los lenguajes 
concretos4.
En este caso, todo hace pensar en algo así como un cambio de rum-
bo en las concepciones de Leibniz acerca del lenguaje universal racional 
o al menos en la posibilidad de una segunda línea de pensamiento, esta 
vez de naturaleza aposteriorística, paralela a la concepción de la carac-
terística universal. Sin entrar en los detalles de esta cuestión, que de por 
sí es compleja, es probable que Leibniz haya pensado en una doble vía 
para la construcción de un lenguaje racional universal, de tal modo que 
el estilo a priori y el a posteriori fueran, inalmente complementarios5.
En cualquier caso, el programa, ya sea a priori o a posteriori, no 
dejó otro resultado que fragmentos y esbozos. Quizá las relexiones si-
guientes apunten a explicar, también de manera programática, esa ca-
rencia que se hace tan maniiesta en los escritos leibnizianos sobre el 
tema.
3 Para una revisión actualizada del proyecto lógico de Leibniz, véase Lenzen 2004: 1-83. 
Para los diversos aspectos del proyecto leibniziano de la característica, véase Esquisabel 
2003: 147-197.
4 Entre los muchos escritos de Leibniz, el texto publicado con el título De lingua Philoso-
phica (A VI 4: 881-908, OFC 5 327-357) representa uno de los trabajos más completos para 
la perspectiva a posteriori.
5 Sobre los cambios de rumbo y la complementación de las estrategias leibnizianas res-
pecto de la construcción de un lenguaje universal, véase Pombo 1987, especialmente parte 
III, cap. 1.
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 17
Las críticas a la Característica Universal de Caspar 
Rödeke
En agosto de 1708, la Academia Real de Ciencias de Berlín recibió el 
proyecto de lenguaje universal de Caspar Rödeke, quien lo presentó ante 
la consideración del rey de Prusia con el objeto de recibir una subven-
ción real para completar la tarea de su construcción. Aunque no hemos 
tenido acceso a dicho proyecto, que, de acuerdo con lo que surge del 
intercambio epistolar de Leibniz con Jablonski, el secretario de la Real 
Academia, presenta sólo un boceto de lo que sería la característica de Rö-
deke, la descripción que Jablonski hace de ella nos la muestra como un 
lenguaje racional universal que se propone representar simbólicamente, 
mediante diferentes procedimientos de derivación, un conjunto amplí-
simo de conceptos (más de cien mil) a partir de un conjunto mínimo de 
noventa caracteres que, a su vez, simbolizan otros tantos conceptos ele-
mentales6. A raíz del pedido de subvención, los miembros de la Academia 
realizan una evaluación del proyecto cuya versión inal redacta Leibniz en 
un tono más bien crítico y negativo, aproximadamente un año después 
de la presentación de Rödeke. Según Harnack, el editor de las actas, es 
maniiesto que el dictamen inal acusa una fuerte inluencia de las opi-
niones de Leibniz al respecto (Harnack 1900: 189-190). Lo mismo debe 
de haber juzgado el peticionante, ya que recusó el dictamen de Leibniz 
por supericial y parcial y solicitó la reconsideración de su petición, que 
inalmente recibió una opinión favorable. El trabajo, sin embargo, quedó 
inconcluso debido a la muerte de Rödeke en 1712 (Harnack 1900: 191). 
Sea de ello lo que fuere, el dictamen de Leibniz del 15 de julio de 1709 se 
encuentra en los archivos de la Academia de Ciencias de Berlín y su texto 
completo ha sido publicado exclusivamente, por lo menos hasta ahora, 
por Gerhardt (véase GP VII: 33-37, Esquisabel 2013).
Independientemente de las cuestiones institucionales, que segura-
mente deben de haber involucrado los conlictos de intereses y rivalida-
des típicos de estas situaciones, vale la pena considerar, como conclusión 
de esta exposición, algunas de las consideraciones críticas de Leibniz 
acerca del proyecto, porque, curiosamente, parecen poder aplicarse, al 
menos en forma general, también al suyo propio, ya sea que se trate de 
6 Según consta en Harnack (1900: 189), un ejemplar impreso del proyecto se encuentra en 
los Archivos de la Academia. Véase también Rödeke 1725.
18 Oscar M. Esquisabel 
un lenguaje a priori o a posteriori. En efecto, en este sentido, podemos 
leer las objeciones leibnizianas oblicuamente, es decir, como una serie de 
obstáculos que se le impusieron a él mismo al momento de llevar a cabo 
su proyecto de lenguaje racional universal, de modo tal que, aunque de 
modo quizá inconsciente e involuntario, las objeciones no sólo estaban 
dirigidas a Rödeke sino también hacia él mismo y, probablemente, hacia 
todo intento de crear un lenguaje racional universal de carácter artiicial.
De una manera más bien sumaria, Leibniz aborda el análisis de 
la propuesta de Rödeke desde tres puntos de vista, a saber, en lo que 
respecta a su factibilidad, a las posibilidades de aplicación y, una vez que 
se han solucionadolas dos primeras, a su puesta en práctica como len-
guaje efectivo para la comunicación internacional. En lo que toca a la 
primera y a la segunda cuestión, Leibniz es más bien parco. Así, admite 
la posibilidad de la construcción de un lenguaje racional universal en 
general, remitiéndose, como caso paradigmático, al ensayo de Wilkins 
de 1668, An essay towards a real character and a philosophical language. En 
segundo lugar, Leibniz se reiere a una diicultad teórica que, curiosa-
mente, afecta a sus propios proyectos de lenguaje universal racional, a 
saber, la gran diicultad de introducir nombres propios. En efecto, un 
lenguaje real analítico debería establecer una correspondencia biunívoca 
entre la estructura de la expresión y la composición del concepto, cosa 
difícilmente realizable en el caso de los nombres propios. Al parecer, 
Rödeke intenta solucionar esta cuestión mediante un doble sistema de 
signos, uno para los conceptos y otro para los sonidos, pero así, como 
bien señala Leibniz, se pierde el carácter real de la característica. En cual-
quier caso, es también una cuestión para la cual Leibniz no encontró una 
solución efectiva, al menos por lo que surge del análisis de sus proyectos 
más avanzados de lenguaje racional analítico (GP VII: 33-34).
Las objeciones más importantes, sin embargo, corresponden al ter-
cer enfoque, que es de carácter fundamentalmente pragmático, ya que 
tiene que ver con los supuestos de la práctica del lenguaje artiicial, a tra-
vés de su difusión por medio de la instrucción y, en teoría, su aceptación 
internacional y universal (GP VII: 34). Así, los problemas que afectan al 
lenguaje universal racional se reieren: 1) a su relación con los lenguajes 
comunes, 2) a la universalidad de las estructuras gramaticales supuestas 
y 3) a la posibilidad de una adopción realmente universal, es decir, igua-
litaria. En general, el conjunto de consideraciones arrojan dudas acerca 
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 19
de que un lenguaje racional pueda dar como resultado un instrumento 
de comunicación realmente universal.
El primer problema que se presenta es, por decirlo así, el de las 
reglas de traducción del lenguaje común al nuevo lenguaje artiicial sim-
bólico y viceversa. En efecto, la enseñabilidad del nuevo lenguaje supone 
que pueda traducirse, en lo posible sin pérdida, la riqueza semántica del 
lenguaje común al vocabulario y a las estructuras del lenguaje artiicial, 
así como debe asegurarse la preservación de la misma riqueza de sig-
niicado en el pasaje inverso, es decir, del lenguaje artiicial al común. 
Ahora, tal cosa es algo que por sí misma no está garantizada. A pesar de 
que Leibniz no lo airme categóricamente, parece suponer que no hay o 
que al menos no es sencillo formular reglas claras y unívocas de intertra-
ducción y que, por ello, se necesita desarrollar habilidades especiales que 
están vinculadas a la práctica misma del lenguaje:
Pues, en efecto, en primer lugar se tiene que considerar si el in-
ventor puede concebir y representar para los demás los princi-
pios de su arte, a los cuales se añaden esos otros escritos que 
se requieren para su asistencia y especialmente un vocabulario 
doble completo, por medio del cual puedan volcarse en el nuevo 
sistema notacional [Zeichenkunst] los vocablos y giros del lengua-
je conocido y, a su vez, puedan traducirse los signos de dicho 
sistema al lenguaje conocido, todo ello de una manera tan distin-
ta que al menos aquellos que deben instruir a otros y en cierto 
modo darles clases acerca de él sean capaces de comprenderlo y 
ejercitarse en él por sí mismos de manera suiciente. (GP VII: 34)
En suma, la cuestión que se ventila en este objeción, podríamos decir, 
es la de si es posible formular un manual de traducción entre el lenguaje 
artiicial y el lenguaje común que sea lo suicientemente autocontenido 
como para que alguien pueda aprender el lenguaje por sí mismo, sin 
recurrir a un usuario previo que pueda señalar los casos paradigmáticos 
y sus modiicaciones. Al respecto, como hemos visto, Leibniz se expresa 
con bastante escepticismo. Ahora bien, suponiendo que se solucionen 
las diicultades señaladas anteriormente de la traducción recíproca entre 
las dos lenguas por medio de un manual auxiliado por la práctica do-
cente del instructor, queda aún pendiente otra diicultad, que en cierto 
modo es más profunda que la primera. Así, el manual de traducción debe 
contener reglas de traducción que se adaptan a una lengua en especial, 
20 Oscar M. Esquisabel 
a saber, en este caso el alemán. Ahora bien, no es inmediatamente obvio 
que dichas reglas, que bien pueden valer para el alemán, sean igualmente 
aplicables a cualesquiera otras lenguas, ya que podría ocurrir que esas 
otras lenguas posean una gramática completamente diferente de la del 
alemán. Asimismo, y en conexión con la observación anterior, no está 
garantizado a priori que las reglas de traducción sean, a priori, universal-
mente intertraducibles:
Y aun cuando pudiese efectuar esta explicación en lengua alemana 
en cuanto es la suya propia, sin embargo quedaría pendiente la 
cuestión de si los mencionados principios pueden ser aplicados de 
igual manera y de forma sencilla en todas las restantes lenguas y si 
pueden ser redactados en ellas con pareja distinción. (GP VII: 34)
Al respecto, Leibniz lleva a cabo una observación que afecta en particular 
a los proyectos de lenguaje universal racional a posteriori, es decir, que 
surgen del análisis de las características sintácticas y semánticas de un 
grupo variado de lenguas. Si ello es así, resulta razonable pensar que la 
estructura gramatical del lenguaje racional exprese de manera regimen-
tada las estructuras comunes a todos los lenguajes comparados entre sí. 
Como en el caso anterior, no hay una seguridad a priori de que, en ese 
sentido, el lenguaje pretendidamente universal sea realmente universal, 
ya que pueden existir otros lenguajes que no compartan las estructuras 
gramaticales de las lenguas que han servido de punto de partida para la 
elaboración del lenguaje racional. Si ello fuese así, entonces sus prin-
cipios no serían verdaderamente universales. En cierto modo, para ser 
un poco anacrónicos, Leibniz roza la cuestión del etnocentrismo de un 
lenguaje racional a posteriori:
En lo que concierne a la división de los signos fundamentales 
(caracteres radicales), así como en lo que respecta a sus modii-
caciones gramaticales (modiicationes et lexiones secundum Casus, 
Numeros, Modos, Tempora, Comparationes), si bien el inventor ha 
tenido quizá en cuenta para la construcción de toda su obra, de 
manera preferencial, las propiedades de una o más lenguas que 
le son conocidas y las ha usado como guía, se podría plantear, 
en tercer lugar, la pregunta de si otras lenguas que no concuer-
dan con dicha construcción se puedan servir, no obstante, de sus 
principios en cuanto que comunes, o, supuesto que tal cosa no se 
diese, de qué modo pueda subsanarse esta discordancia sin que 
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 21
la empresa se interrumpa. Y si inalmente todas estas diicultades 
pudieran solventarse en el caso de los pueblos europeos, restaría 
en cuarto lugar una nueva, relativa a la introducción de esta escri-
tura general también en el caso de los pueblos asiáticos (para no 
hablar ahora del resto del mundo), si es que debe hacer honor a 
su nombre, y ponerla en uso entre ellos. (GP VII: 34-35)
Para esta última diicultad, Leibniz señala la posibilidad de hallar una 
solución en la existencia de una gramática universal, es decir, en el he-
cho de que absolutamente todas las lenguas compartan estructuras co-
munes. No obstante, podría alegarse, mientras dicha gramática no haya 
sido efectivamente formulada, su estatuto es conjetural y, en esa medi-
da, presta poca ayuda para la confección de un lenguaje universal. En 
cualquier caso, si alguna solución puede encontrarse al problema de la 
universalidad y a lasrestantes cuestiones, ella debe provenir del entendi-
miento o acuerdo que debe resultar del trabajo conjunto de las socieda-
des cientíicas o cientíicos representantes de todas las naciones, tanto 
europeas como no europeas (GP VII: 35). 
La última objeción, pero no menos importante, está conectada, 
como adelantamos, con la posibilidad de que el lenguaje racional pueda 
convertirse en un instrumento universal, es decir, absolutamente común 
para todos los hombres. El riesgo, en este caso, consiste en que el len-
guaje racional, por su carácter analítico, suponga una serie de conoci-
mientos expertos, de carácter lógico y gramatical, que lo haga accesible, 
comprensible y utilizable sólo para el conjunto de los expertos dentro 
de una sociedad, es decir, sólo para aquellos que dominan de manera 
experta el conjunto de categorías lógicas y gramaticales sobre las que 
se cimenta la construcción de dicho lenguaje. Si bien esta observación 
posee una serie de aristas que merecen analizarse con más profundidad 
(por ejemplo, ¿no podría el acceso universal a la educación subsanar este 
inconveniente?), esta característica del lenguaje racional, que cuenta más 
bien como un defecto, tiende a limitar sus alcances como lenguaje orien-
tado a la comunicación universal:
Sin embargo, algunos alegan que, en primer lugar, los signos pro-
puestos por el solicitante y también por otros se reieren a las 
cosas mismas y que, en cierto modo, suponen un análisis lógico 
y estimativo de los pensamientos y discursos. En consecuencia, 
quien no pueda comprender la gramática y la lógica con todo su 
22 Oscar M. Esquisabel 
contenido y quizá también cosas mucho más profundas y no sea 
experto en todo ello, no podrá servirse con pericia de la obra, 
más aún, no podrá ni entender ni captar el arte en sí mismo. Por 
esa razón, sólo los eruditos tendrán la capacidad de utilizar la 
obra y la mayor parte de la muchedumbre de los hombres queda-
rá excluida del uso de esta pretendida escritura universal, lo cual 
restringirá considerablemente su utilidad. (GP VII: 35-36)
Podríamos interpretar la objeción de Leibniz en al menos dos sentidos. 
De acuerdo con el primero, expresa la condición de que un lenguaje ex-
perto tiende a diferenciarse del lenguaje común y a convertirse en algo 
relativamente impermeable para los usuarios no expertos, como ocurre 
con los lenguajes (por llamarlos de alguna manera) formales de la mate-
mática o incluso con el lenguaje técnico-jurídico. No obstante, la formu-
lación de Leibniz admite un enfoque un poco más profundo que, aunque 
no está explícitamente formulado, está en consonancia con objeciones 
anteriores: en efecto, podríamos decir que lo que está en juego es la uni-
versalidad no sólo de la práctica, sino también de las categorías lógico-
gramaticales de acuerdo con las cuales está construido el lenguaje racio-
nal, en el sentido de que no sólo no son compartidas universalmente por 
todas las lenguas, sino que el análisis lógico-gramatical, necesario para 
construir el lenguaje racional, “proyecta” en el lenguaje común más de 
lo que hay en él mismo, a los efectos de racionalizarlo y regimentarlo. En 
el dominio del pensamiento leibniziano, especialmente el tardío, nos pa-
rece que esta conjetura es sumamente verosímil, aunque, ciertamente, 
se requiere de análisis más profundos para airmarla categóricamente.
Conclusiones
Habíamos comenzado nuestra exposición alegando el carácter pro-
gramático y siempre inconcluso de los diversos proyectos leibnizianos 
de construcción de un lenguaje racional universal y, en este sentido, 
planteamos la pregunta de cuáles pudieron ser los motivos que hicie-
ron que, inalmente, el proyecto ni siquiera haya pasado del estadio de 
meros bocetos y escritos programáticos más o menos conectados entre 
sí. Independientemente de las cuestiones externas, que seguramente las 
hubo, creemos encontrar en estas observaciones acerca de la propuesta 
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 23
de Rödeke indicaciones claras acerca de cuáles fueron los obstáculos que 
el propio Leibniz enfrentó para la construcción de un lenguaje racional 
que tuviese un alcance verdaderamente universal. En este sentido, los 
tres escollos fundamentales que hemos detectado en sus críticas a Röde-
ke, a saber, las cuestiones de intertraducción entre el lenguaje racional 
y el lenguaje común, las dudas acerca de la universalidad de sus estruc-
turas fundamentales y las diicultades propias de adopción masiva de 
un lenguaje que requiere de conocimientos expertos, parecen proponer 
una serie de problemas técnicos y pragmáticos para los cuales el mismo 
Leibniz no pudo encontrar una solución realmente satisfactoria, aunque 
siempre mantuvo abierta la posibilidad de hallarla.
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24 Oscar M. Esquisabel 
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2
La Característica Universal y los 
lenguajes comunes
Alberto Moretti
El proyecto leibniciano de establecer una Característica Universal fue, 
al menos parcialmente, el de la construcción de un lenguaje racional 
universal único (LRU). La Característica debía involucrar un lenguaje: 
(a) sin defectos expresivos, (b) que pueda expresar todo lo expresable 
(primer sentido de “universal”), (c) inteligible para y utilizable por todo 
hablante humano (segundo sentido de “universal”) y (d) esencialmente 
uno (cualesquiera opciones deberían ser intertraducibles sin pérdida). 
En especial, LRU deberá posibilitar la expresión analítica y directa de los 
pensamientos (conceptos y leyes) y la expresión de las inferencias como 
transformaciones formales regladas por un cálculo.
El plan para su construcción debía incluir: el análisis a priori de los 
conceptos y principios de los conocimientos hasta encontrar sus ele-
mentos últimos; el análisis a priori de las inferencias hasta encontrar 
sus elementos últimos y, inalmente, la creación de una notación básica, 
de un sistema de reglas de formacióny transformación de compuestos 
sintácticos y de un sistema de reglas de deducción (un cálculo formal) y 
de reglas de inferencia probabilística.
En “Leibniz y los límites de los lenguajes racionales”, Oscar Es-
quisabel deiende la tesis de que el ilósofo advirtió serios problemas en 
cualquier proyecto similar al suyo (y los expuso en su evaluación del pro-
yecto de Rödeke de 1708) y sostiene que esta advertencia explica que sólo 
26 Alberto Moretti 
haya dejado esbozos muy incompletos y que haya llegado a pensar que 
debía seguirse una doble vía (a priori/a posteriori) para realizarlo.
En esta nota intentaré: (a) formular algunas dudas sobre la distin-
ción (debida a Couturat y usada en la caracterización anterior) entre es-
trategias a priori y a posteriori y, consecuentemente, dudas acerca de que 
haya un viraje de Leibniz que explicar; (b) una reivindicación parcial de 
Rödeke: los argumentos de Leibniz no eran suicientes para impedir el 
proyecto; pero no total: hay mejores argumentos en contra de esos pro-
yectos en su versión ambiciosa.
Estrategias a priori y a posteriori
Esquisabel, explicando la distinción de Couturat, dice que “el método 
a priori consiste en la construcción de un lenguaje completamente ar-
tiicial, en general escrito y de carácter conceptual (o ‘real’), de manera 
completamente independiente de los lenguajes comunes o ‘históricos’.” 
(14). Como se ve, esta distinción depende de que sea posible analizar los 
conceptos, leyes y reglas inferenciales que establecen el conocimiento de 
una comunidad, independientemente de todo lenguaje histórico. Quizás 
porque se suponga que el conocimiento depende de un pensamiento de 
estructura independiente de todo lenguaje histórico y defectuosamen-
te accesible mediante el lenguaje común. Aun sin discutir la discutible 
existencia de tal pensamiento, no parece que sea posible analizarlo de 
ese modo. No sólo porque el análisis se hará (para que sea públicamente 
evaluable) en algún lenguaje común sino, especialmente, porque cuando 
se dice que se van a analizar conceptos y leyes para encontrar sus ele-
mentos últimos y sus reglas de composición, ¿sobre qué “material” se 
trabajará sino sobre el discurso y las teorías en que siempre se exponen, 
aún si defectuosamente, los conocimientos? Los casos de conocimiento 
intersubjetivamente establecido se exponen en lenguajes comunes, y la 
discusión intersubjetiva de los lenguajes universales que se propongan 
también se producirá en un lenguaje común. No es entonces “paradó-
jico” que
[…] los trabajos concretos de Leibniz que apuntan a la construc-
ción concreta de un lenguaje universal racional parecen apar-
tarse en mayor o menor grado del programa apriorístico de la 
La Característica Universal y los lenguajes comunes 27
Característica Universal, ya que su manera de proceder se rige 
claramente por la estrategia de la construcción a posteriori. (16)
Si en este contexto “a priori” signiicase: determinar las estructuras 
sintácticas y las categorías semánticas básicas del lenguaje racional en 
construcción basándose solamente en la explicitación de principios ilo-
sóicos (lógicos, metafísicos, gnoseológicos) o cientíicos (leyes de la na-
turaleza) acerca de la estructura del pensamiento y de su relación con la 
estructura de la realidad, principios aprehendibles sin mediación lingüís-
tica y prescindiendo de toda explicitación o dependencia de las estructu-
ras sintácticas o las categorías semánticas de algún lenguaje “histórico”; 
la tarea no parece realizable. 
Porque la explicitación de esos principios ilosóicos y cientíicos 
debe hacerse según una formulación dependiente de un particular len-
guaje “histórico” (o mediante el cotejo entre varios de ellos). Esto es, de-
penderá del uso o la comprensión implícita de las estructuras sintácticas 
y las categorías semánticas básicas de un particular lenguaje histórico. 
Pero entonces no se producirá un abordaje ilosóicamente o cientíi-
camente adecuado (en particular, basado en principios epistemológicos 
adecuados) si no se explicita esa comprensión. Porque, en primer lugar, 
debe asegurarse la independencia “metafísica” respecto de todo lengua-
je particular, de los principios ilosóicos y cientíicos cuya explicitación 
y análisis (realizada en algún lenguaje común) guiará la construcción 
(también mediada por un lenguaje común) del lenguaje racional “artii-
cial”. Pero no se podrá hacerlo sin explicitar las estructuras sintácticas, 
semánticas y pragmáticas del lenguaje en que se formulen: ¿cómo si no, 
se justiicará la independencia pretendida? Y, en segundo lugar, porque el 
uso de algún lenguaje histórico particular forma parte de las condiciones 
(al menos de facto) de adquisición del conocimiento humano común, en 
particular, de la construcción de teorías empíricas; y si la construcción 
del lenguaje racional va a ser guiada por el análisis de las condiciones 
(esto es, por principios acerca del conocimiento humano) maniiestas en 
los ejemplos de conocimiento humano (las teorías), entonces este análi-
sis no puede obviar la explicitación de los principios básicos (sintácticos, 
semánticos y pragmáticos) de al menos un lenguaje histórico.
Si hubiese captación o comprensión individual directa (es decir: sin 
intermediación de un lenguaje histórico intersubjetivamente estableci-
do) de principios ilosóicos (por ejemplo, principios como el de que la 
28 Alberto Moretti 
estructura del pensamiento y la comprensión es independiente de todo 
lenguaje común), como la discusión ilosóica intersubjetiva (antes del 
eventual triunfo del lenguaje racional) está mediada por algún lenguaje 
histórico (es decir, común, no “privado”), entonces habría que garanti-
zar (a priori) que esa mediación no es distorsiva. Debe distinguirse entre: 
(a) no hacer consideraciones acerca de la estructura del lenguaje histó-
rico que se está usando para hacer consideraciones pretendidamente a 
priori sobre el pensamiento y la realidad; y (b) que estas consideracio-
nes acerca de las estructuras del pensamiento, de la realidad y de sus 
relaciones, sean independientes de la estructura del lenguaje histórico 
que se está usando para hacerlas. Lo segundo, no lo primero, se requie-
re para legitimar una indagación a priori que va a concluir la validez de 
principios pretendidamente independientes de todo lenguaje histórico. 
También puede pensarse que en este asunto “a priori” sólo quiere decir: 
sin hacer estudios comparativos entre distintos lenguajes comunes. Por 
lo dicho antes, también este sentido es insuiciente para una genuina 
estrategia a priori. 
Reivindicación parcial de Rödeke
Las observaciones de Leibniz a los proyectos Rödeke/Leibniz, señala 
Esquisabel, fueron de tres tipos: (a) acerca de la posibilidad de construc-
ción de LRU, (b) acerca de la posibilidad de la aplicación de LRU y (c) 
acerca de la posibilidad de su uso efectivo universal.
Leibniz sostiene que es posible construir LRU y que su aplicación 
también parece posible, aunque respecto de la aplicación plantea lo que 
considera un problema grave: la diicultad de introducir nombres pro-
pios en LRU. No está claro cómo se puede sostener lo primero sin re-
solver lo segundo, que parece ser un problema teórico para la construc-
ción de LRU. Tampoco surge claramente cuál es este problema. Si los 
nombres propios no expresan conceptos ni permiten expresar conceptos 
indispensables para el conocimiento ¿por qué LRU debería incluirlos? 
Si pudiesen asociarse a conceptos ¿serían estos conceptos inexpresables 
sin ellos? ¿Serían conceptos inanalizables? En este punto recordemos, 
por ejemplo, la vía russelliana de las descripciones deinidas, o la vía 
La Característica Universal y los lenguajes comunes 29
quineana de los predicados como ‘es idéntico a Leibniz’ o ‘leibniza’, que 
podrían explorarse para la solución de este problema. 
Pero, observa Esquisabel:
Las objeciones más importantes, sin embargo, corresponden al 
tercer enfoque, que es de carácterfundamentalmente pragmá-
tico, ya que tiene que ver con los supuestos de la práctica del 
lenguaje artiicial, a través de su difusión por medio de la instruc-
ción y, en teoría, su aceptación internacional y universal. Así, los 
problemas que afectan al lenguaje universal racional se reieren: 
1) a su relación con los lenguajes comunes, 2) a la universalidad 
de las estructuras gramaticales supuestas y 3) a la posibilidad de 
una adopción realmente universal, es decir, igualitaria. En gene-
ral, el conjunto de consideraciones arrojan dudas acerca de que 
un lenguaje racional pueda dar como resultado un instrumento 
de comunicación realmente universal. (18-19)
El primer problema, la cuestión de la relación de LRU con los lenguajes 
comunes incluye el segundo, la cuestión de la pretendida pero dudosa 
universalidad de sus estructuras gramaticales. Ambas cuestiones son bá-
sicamente “semánticas”, al menos en el siguiente sentido: no concier-
nen sólo a modalidades de uso de estructuras sintáctico-semánticas sino, 
especialmente, a la correlación de ese tipo de estructuras entre LRU y 
los lenguajes comunes. De modo que si se admite, como parece que 
Leibniz admitía, la posibilidad de su solución semántica (aunque más 
abajo recordaremos objeciones de peso a esta posibilidad en el marco 
del proyecto general), el único problema pragmático es el tercero: el de 
la aprendibilidad de LRU por parte de un hablante típico de un lenguaje 
común cualquiera o, mejor, el de la efectiva adopción de LRU por una 
comunidad que ya tiene un lenguaje común (distinto de LRU). Pero éste 
no es un problema conceptualmente grave. 
Se presenta como: 
(1) Quien teniendo un lenguaje común LC1 (al cabo, una comuni-
dad de hablantes de LC1) construyó y ahora tiene LRU (coordinable 
con LC1), debe enseñarlo. Y quien no lo tenga, teniendo un lengua-
je común LC2, debe aprenderlo. 
(2) Para enseñarlo, aquél necesitará reglas unívocas de traducción 
entre LRU y LC2. 
30 Alberto Moretti 
(3) Pero: (a) es dudoso que haya tales reglas; (b) si las hubiere, pue-
den no servir (y deberían servir) entre LRU y algún LC3. 
(4) Para aprenderlo, el hablante de LC2 puede necesitar compren-
der la teoría de la gramática y la lógica de LRU y, probablemente, 
también comprender muchos (quizás todos) los conocimientos hu-
manos. Lo cual es improbable.
Sin embargo, las diicultades no son conceptualmente decisivas y son 
prácticamente manejables, tomando en cuenta lo siguiente: 
(i) Que la solución del problema pragmático requiere herramien-
tas pragmáticas, esto es, no necesariamente requiere la posesión de 
reglas precisas y unívocas de traducción. (Contra 2). Ni siquiera las 
reglas que coordinen LC1 con LRU pueden tener la precisión y uni-
vocidad de las reglas constitutivas de LRU (entre otras cosas porque 
el sentido del proyecto de construir LRU supone que la estructura 
de LC1 es confusa y la de LRU no lo es). 
(ii) Interpretar un lenguaje, en particular LRU, tiene que ser siem-
pre posible. Porque la interpretabilidad es condición para entender 
que cierta práctica es una práctica de habla o cierto sistema sintác-
tico es un lenguaje. Interpretar, sin embargo, no requiere un con-
junto previo de reglas sintáctico-semánticas precisas; puede soste-
nerse, por el contrario, que la posibilidad de explicitar esas reglas 
es concomitante con la interpretación adecuada (Contra (3.a)). En 
particular, con LC1 se interpreta LRU y esta intelección implicará 
la explicitación, en LC1, de las reglas constitutivas de LRU, pero no 
necesitará la existencia de reglas precisas y unívocas de traducción. 
Por otra parte, sería extraño creer que si LRU lograse su objetivo de 
expresar sin defecto el pensamiento independiente de todo lengua-
je común, podría haber algún problema conceptualmente decisivo 
para que algún lenguaje común imposibilitara su adopción. Parece 
más apropiado creer que eventuales problemas insolubles de ese 
tipo indicarían que el LRU del caso no ha logrado su objetivo. (O, 
teniendo en cuenta tendencias reiteradamente humanas, causarían 
creencias acerca de la escasa humanidad de los otros, habilitando 
comportamientos lamentables).
(iii) Si con LC1, usado para construir y entender LRU, se pueden 
La Característica Universal y los lenguajes comunes 31
entender LC2 y LC3, entonces desde LC1 hay un camino para hacer 
que los hablantes de LC2 y LC3 entiendan LRU. (Contra (3.b)).
(iv) Para comprender la gramática y la lógica de LRU no se requiere 
conocer la teoría de esa gramática y de esa lógica; pueden enten-
derse en uso, por ejemplo, vía los mecanismos de interpretación 
radical. (Contra (4)).
Así pues, las diicultades pragmáticas señaladas por Leibniz, que sólo 
cuestionan la universalidad de LRU en el segundo sentido señalado al 
comienzo y que pueden superarse, no son suicientes para desechar el 
proyecto Rödeke/Leibniz. 
Sin embargo, hay motivos para creer, en contra de las expectati-
vas leibnicianas, que la “solución semántica” del problema de la relación 
entre LRU y los LC, y la del de la pretendida universalidad de LRU en 
el primer y más fundamental sentido de universalidad, no pueden lo-
grarse satisfaciendo las ambiciones iniciales del proyecto (en particular 
la pretensión de calculabilidad). Sólo cabe aquí recordar, por una parte, 
las limitaciones expresivas de los lenguajes formales capaces de proveer 
cálculos adecuados y formalizaciones apropiadas de los conocimientos 
expresados en los lenguajes comunes. Y, por otra parte, los problemas de 
indeterminación referencial en la interpretación de cualesquiera lengua-
jes y la inevitable historicidad de los lenguajes y conocimientos. Sobre 
esas bases puede empezar a sostenerse que un LRU no puede simultá-
neamente ser: (a) cerrado respecto de su vocabulario básico o respecto 
de sus principios lógicos; (b) referencialmente unívoco; (c) algorítmica-
mente completo; (d) único. 
3
La autoridad de la primera persona y 
la estrategia de la autoría
Diego Lawler y Jesús Vega Encabo
Cómo saber lo que se piensa
Imaginemos que alguien le pregunta a Ismael si cree que las ballenas es-
tán en peligro de extinción. Ismael repasa datos sobre la población exis-
tente de ballenas, su tasa de reproducción, el porcentaje de ejemplares 
cazados anualmente, etc., y contesta airmativamente: “sí, creo que las 
ballenas están en peligro de extinción”. 
Hay un sentido en que podemos decir que Ismael sabe lo que pien-
sa de manera inmediata. ¿Por qué decimos que Ismael sabe lo que piensa? 
¿Y por qué lo sabe inmediatamente? Tiene sentido aplicar a Ismael el voca-
bulario del saber porque Ismael podría haberse equivocado y airmar que 
no cree que las ballenas se encuentren en peligro de extinción cuando en 
realidad sí de hecho lo cree. Esto ocurriría, por ejemplo, si Ismael dijera 
que no cree que las ballenas estén en peligro de extinción y contribuyese 
económicamente con las campañas de las organizaciones que se ocupan 
de protegerlas. Su juicio manifestaría una creencia que no tiene. Ismael 
no sabría que, en realidad, cree que las ballenas están en peligro de extin-
ción. Ismael estaría equivocado al decir lo que piensa. Por tanto, lo que 
vuelve a la proferencia de Ismael una pieza de autoconocimiento es que 
la respuesta de Ismael tiene condiciones de verdad, las cuales se satisfa-
cen cuando Ismael no se equivoca al decirnos lo que piensa. 
Además, Ismael no meramente adivina en qué estado mental está 
34 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo 
sino que está autorizado en sus juicios y declaraciones. Su proferencia 
nos permite saber lo que piensa acerca de las ballenas y su posible ex-
tinción. Si Ismael se equivocara es algo que nosotros, contertulios de 
Ismael, podríamos cotejar más o menos fácilmente al observar si sus 
conductas se ajustan o no a lo que Ismael dice que piensa, o al cotejar 
qué sucede con nuestras expectativas respecto de las conductas futuras 
de Ismael en función de lo que nos ha dicho que piensa, etcétera. Por 
otro lado,Ismael conoce lo que piensa de manera inmediata –es decir, no 
hay nada epistemológicamente más básico a lo que Ismael deba recurrir 
para decirnos lo que piensa o volverse consciente de lo que piensa– sean 
percepciones, inferencias, testimonios, etc. La inmediatez caracteriza el 
modo en que Ismael accede a sus creencias; en este sentido, la inmedia-
tez no debe confundirse con la infalibilidad de sus juicios, pues como 
hemos dicho la persona puede estar equivocada respecto de qué es lo 
que de hecho piensa o cuál es efectivamente su creencia1. ¿Cómo llega 
a saber lo que piensa de manera no accidental? ¿Es conocimiento ese 
saber sobre lo que piensa? ¿Qué le coniere el estatus de conocimiento a 
ese saber sobre una creencia? ¿Qué clase de conocimiento es? ¿Tiene una 
fuente distintiva?
G. Evans (1982) ha realizado una sugerencia que ofrece una posible 
respuesta directa a cómo llegar a saber lo que se piensa. Responder una 
pregunta sobre si p es o no el caso es un procedimiento epistémico alta-
mente iable para obtener conocimiento acerca de si uno cree o no que 
p es el caso. Cuando Ismael se pregunta acerca de si él cree o no que las 
ballenas se encuentran en peligro de extinción, Ismael se pregunta por 
una de sus creencias, por una parte determinada de su vida mental. Sin 
embargo, para responder qué es lo que efectivamente cree, Ismael se re-
laciona con el mundo, i.e. mira los hechos relacionados con las ballenas 
y determina si están o no en peligro de extinción. Luego Ismael expresa 
su opinión, qué es lo que cree. La peculiaridad de la situación de Ismael 
es que responde a la pregunta sobre si él cree o no que las ballenas están 
en peligro de extinción resolviendo la cuestión de si de hecho lo están o 
1 Véanse las siguientes palabras de Moran: “[l]a inmediatez ha de ser entendida como una 
airmación completamente negativa sobre el modo de acceso de primera persona, a saber, 
un percatamiento consciente que no es inferido de algo más básico” (2001: 11). El hecho 
de que nuestros juicios sean inmediatos no está relacionado con el acierto epistémico 
sobre el contenido de estos juicios (los juicios introspectivos no son infalibles); son inme-
diatos porque no son inferidos o no descansan en algo más básico.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 35
no. La pregunta por una de sus creencias se resuelve mirando el mundo 
y juzgando si es de una u otra manera. Para saber qué es lo que cree, 
Ismael no inicia una investigación sobre su vida mental, directamente 
realiza un juicio sobre el mundo en el que airma su creencia de primer 
orden. Este procedimiento sólo está disponible para ser ejecutado por 
Ismael en relación con sus propias creencias, de allí que Evans sugiera 
que si el sujeto aplica el procedimiento correctamente, disfrutará de au-
toridad sobre las creencias que se autoatribuye2.
Si la sugerencia de Evans va en la dirección correcta, entonces la 
apelación a la respuesta que da Ismael a la pregunta de si las ballenas 
están o no en peligro de extinción, esto es, la apelación a la resolución de 
una pregunta, planteada deliberativamente, sobre una de sus creencias, 
debería arrojar una explicación acerca de cómo Ismael sabe que él cree 
que las ballenas están en peligro de extinción, por una parte, y qué es lo 
que otorga a esa creencia de Ismael sobre su creencia de primer orden el 
estatuto de conocimiento, por otra. Richard Moran (2001) ha esbozado 
una explicación que da respuesta a estas dos preguntas. La denominare-
mos “estrategia de la autoría”. 
La estrategia de la autoría de Richard Moran es de raigambre 
kantiana y supone darle un giro práctico al enfoque del problema de la 
autoridad de la primera persona. Desde esta perspectiva, la autoridad 
de primera persona no se aborda en términos de un acceso epistémico 
privilegiado. Un sujeto muestra autoridad de primera persona sobre lo 
piensa porque lo que piensa es su asunto, un asunto que le concierne, 
esto es, que en cierta forma depende de él. Moran ofrece una estrategia 
donde la autoridad se entiende en términos de “autoría” y no de acceso 
2 Así lo expresa G. Evans en The Varieties of Reference: “Estoy en posición de responder la 
pregunta de si creo o no que p poniendo en operación cualquier procedimiento que tenga 
disponible para responder la pregunta de si p es o no el caso” (1982: 225). El procedimien-
to consiste en preijar la oración p con ‘Creo que p’ (1982: 226, nota). Evans realiza una 
aseveración epistémica más fuerte aún: “[…] necesariamente él obtendrá conocimiento 
sobre sus propios estados mentales: todavía más, el escéptico más determinado no en-
cuentrará aquí una brecha donde insertar su cuchillo” (1982: 225). No obstante, la iabi-
lidad del procedimiento está condicionada por la aplicación correcta que haga el sujeto 
del mismo. Los intentos por aplicar el procedimiento pueden ser erróneos. Por tanto, 
las creencias adquiridas a través del uso del procedimiento pueden concebiblemente ser 
falsas. Podría darse el caso de que sujeto airmara p y al momento de preijar esa creencia 
con ‘Creo que…’, p no pudiese ser preservada y el sujeto terminara airmando ‘Creo 
que q’. Aunque esta situación, claro está, es difícil de imaginar, no es conceptualmente 
imposible.
36 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo 
epistémico privilegiado. La cuestión crucial ahora es dar cuenta de qué 
signiica que eso que piensa depende de él. 
Moran sugiere que un sujeto sabe lo que piensa en virtud del hecho 
de que lo que piensa es sensible a sus propias razones y/o juicios eva-
luativos y está, por tanto, bajo el control de la propia autoridad racional 
del sujeto. Por supuesto, que lo que piensa un sujeto sea sensible a sus 
propias razones o juicios evaluativos no signiica que la autoridad de la 
primera persona se asiente sobre un requisito conceptual de naturaleza 
a priori, que socava la presunción de que haya logros cognitivos genuinos 
en los reportes de primera persona sobre las propias creencias –como 
parecerían sugerir los constitutivistas. Quienes son partidarios de esta 
opción sostienen que nuestro concepto de creencia, cuando es usado en 
primera persona está constreñido por bicondicionales a priori con esta 
forma: S tiene la creencia de que p si y sólo si S juzga que cree que p. 
Estos bicondicionales expresarían nuestros compromisos conceptuales 
con la noción de creencia. Si la autoridad de primera persona se enten-
diese de esta forma, entonces estaría epistémicamente vacía, resultando 
una mera concesión social3. Por nuestra parte, una reconstrucción de la 
estrategia de la autoría ha de partir de dos caminos que han de combi-
narse para dar la forma especíica de la explicación de la autoridad. Cada 
uno de estos caminos recoge diferentes puntos de entrada al núcleo de la 
posición de la autoría. En los párrafos siguientes discutiremos cada uno 
de estos caminos y realizaremos una evaluación conjunta de los mismos.
El primer camino es el que recorre la condición de transparencia, que 
explota de modo particular la sugerencia de G. Evans sobre la epistemo-
logía de las creencias de segundo orden. Por su parte, Moran la expresa 
así: 
[Una] pregunta en primera persona y en tiempo presente sobre 
las propias creencias es respondida teniendo en cuenta (o consi-
derando) las mismas razones que justiicarían una respuesta a la 
pregunta correspondiente sobre el mundo. (2001: 62)
Para Moran, es un requisito de la presuposición de racionalidad de un su-
jeto el que pueda responder preguntas sobre sus propias creencias actua-
les a través de responder las cuestiones respectivas de las que dependen 
3 Para una discusión del constitutivismo y sus problemas para capturar lo genuinamente 
epistémico de la primera persona, véase Moran 2001: 20-27.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 37
la formación de las creencias de primer orden. Este requisito conlleva 
la transparencia, a saber, responder una pregunta acerca de uno demis 
estados psicológicos (¿qué es lo que creo?) como si fuese transparente a 
la pregunta sobre qué es efectivamente el caso.
Una caracterización del fenómeno de la transparencia muestra 
esta estructura:
(a) ¿Creo que p? (una pregunta que versa sobre qué es lo 
que creo). 
(b) ¿Es p el caso? (un pregunta que versa sobre cómo es el 
mundo).
(c) ¿Debo creer que p? (Una pregunta normativa sobre qué 
debo creer).
Cuando la transparencia se satisface, la pregunta (a) se resuelve resol-
viendo la pregunta (b). La resolución de (a) a través de (b) convierte la 
pregunta (a) en (c). Esta conversión se produce porque el sujeto adopta 
una instancia deliberativa. En palabras de Moran: 
el vehículo de la transparencia reside en el requerimiento de que 
aborde la pregunta por mi estado mental con un espíritu delibe-
rativo, decidiendo y declarándome sobre el asunto en cuestión. 
(2001: 62-63) 
La transparencia muestra cómo un sujeto, desde el punto de vista de 
la primera persona, se resuelve racionalmente a creer que p y cómo 
sostiene activamente la creencia adquirida; al mismo tiempo, pone de 
maniiesto cómo adquiere autoconocimiento inmediato de su creencia 
resolviendo la pregunta sobre cómo es el mundo. Por consiguiente, no 
hay ningún juicio ni experiencia que desempeñe un papel mediador, esto 
es, que cumpla el rol de un intermediario que habilite al sujeto a pa-
sar de su resolver racional que p a su sostener activamente a sabiendas 
que p4. La presencia de intermediarios, si los hubiere y si desempeñasen 
4 Peacocke (1998) supone que el juicio del sujeto que realiza la autoatribución comporta 
una acción mental, cuya característica principal, en este caso, es aportar garantías raciona-
les para poner al sujeto en condiciones de realizar una airmación de conocimiento sobre 
los contenidos así autoatribuidos. Sin embargo, esto está en tensión con la condición mis-
ma de transparencia, cuya satisfacción no descansa en la operación de ningún mediador 
epistémico. Enfoques como los de Peacocke son enfoques muy motivados por cómo se 
adquiere el autoconocimiento, donde en mayor o menor medida, esta pregunta se modela 
38 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo 
efectivamente algún papel, precisamente anularía el fenómeno de la 
transparencia. Al menos en una de sus lecturas, la condición de transpa-
rencia puede ser una buena candidata a fuente epistémica. La resolución 
de S acerca del estado actual del mundo (si p es o no el caso) ijaría su 
respuesta sobre qué es lo que cree (si cree o no que p). Sin embargo, el 
enfoque de la autoría debería explicarnos, ya no cómo S ija, o se produce 
su respuesta de, qué es lo que cree, sino por qué esa respuesta es cono-
cimiento de (y para) S sobre su vida mental actual, por un parte; y qué 
naturaleza tiene ese conocimiento y cómo esa naturaleza está ligada, si 
es que lo está, a la condición de agente racional de S, por la otra.
Si se presta atención a la condición de transparencia, se advierte 
que la autoatribución de la creencia de primer orden no está conigu-
rada por esta creencia, sino por las propias razones que posee el agente 
para determinar la actitud proposicional de primer orden. En virtud de 
la condición de transparencia, la deliberación de S acerca de si piensa que 
es o no su propio gato el que maúlla en el jardín, concluirá con la autoa-
tribución de que cree que es su propio gato en virtud de un conjunto de 
evidencias (razones) que justiican la creencia de primer orden. La con-
dición de transparencia muestra que son las mismas razones que tiene 
S, por ejemplo, para determinar si es su gato el que maúlla allí afuera, 
las razones que justiican su creencia de que efectivamente es su gato el 
que está en el jardín. S no se hallaría en posición de estar justiicado para 
saber lo que piensa, si no fuesen de hecho las mismas razones las que 
justiican tanto su creencia como su toma de conciencia de la misma. 
Por otro lado, está el camino de la responsabilidad epistémica. Así 
como el camino de la transparencia muestra que nuestra capacidad para 
conocer inmediatamente lo que pensamos está de alguna manera ligada 
a nuestra capacidad para determinar nuestro pensamiento; a su vez, el 
camino de la responsabilidad epistémica muestra que nuestra capacidad 
de actuar por razones está ligada a nuestra capacidad para autoconocer-
nos. Ambos caminos se reclaman mutuamente. La transparencia señala 
la relevancia de la agencia racional para el autoconocimiento, mientras 
que la responsabilidad epistémica señala la relevancia del autoconoci-
miento para la agencia racional. 
Hay diferentes maneras de retratar argumentativamente el camino 
de la responsabilidad epistémica, teniendo en cuenta que lo que está en 
juego es cómo nuestra capacidad ordinaria para autoconocernos contri-
buye a nuestra condición de agentes racionales. Aquí presentamos un 
como una pregunta sobre cómo ocurre el tránsito con garantías desde un estado mental 
de primer orden a un estado mental de segundo orden, y para explicar la obtención de 
garantías se plantean, según el caso, distintos intermediarios.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 39
retrato del camino de la responsabilidad epistémica, cuyo argumento 
está esbozado en el enlace de estas airmaciones: 
(1) Hay un hecho de las prácticas corrientes de nuestra vida dia-
ria, a saber, nos tratamos a nosotros mismos y a los otros como 
responsables de nuestros pensamientos y acciones –por ejemplo, 
si pienso que “mi hermano no me ha dicho toda la verdad”, me sé 
responsable de ese pensamiento y de mis acciones dependientes 
de ese pensamiento; además, estoy dispuesto a brindar las razones 
que tengo para pensar lo que pienso, si alguien me las pide. 
(2) Las creencias de un agente racional son sensibles a las razones 
que las justiican. Si fueran otras mis razones, no creería que mi 
hermano no me ha dicho toda la verdad. Puesto que mis creencias 
cambian si cambian mis razones, en cuanto agente racional ajusto 
mis creencias a mis razones, y soy, además, responsable de la reali-
zación de ese ajuste.
 
Sin embargo, para que ocurra la evaluación racional que (2) retrata, debe 
darse (3), el sujeto debe ser consciente de cómo sus compromisos episté-
micos están enlazados con sus razones para creer una cosa y otra. 
Y para que (3) pueda ser el caso, (4) el sujeto debe estar en condi-
ciones de conocer sus propios compromisos en tanto que actitudes ra-
cionales. Si esto no fuese posible, el sujeto no estaría en condiciones de 
volverse epistémicamente responsable, ante sí y ante los otros, de lo que 
racionalmente piensa y hace. 
De algún modo, (1)-(4) muestran cómo nuestra habilidad de res-
ponder a razones en el proceso de nuestro pensamiento, núcleo de nues-
tra condición de agentes responsables, está enlazada con nuestra capaci-
dad para autoconocernos de manera inmediata. Si éste no fuese el caso, 
resultaría difícil dotar de sentido a nuestras prácticas de autoatribución 
y atribución a otros de responsabilidad epistémica y, por otra parte, re-
sultaría difícil a su vez conocer los contenidos de la propia vida mental 
como contenidos sujetos a la revisión racional.
Autoconocimiento y conocimiento práctico
¿Qué clase de conocimiento es el conocimiento involucrado en la es-
trategia de la autoría? En tanto que seres que nos autoconocemos y 
nos esforzamos por dar forma racional a nuestra propia vida mental, 
40 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo 
exhibimos un peculiar modo de relación cognitiva con nosotros mismos 
que depende esencialmente de la “transformación” que operamos sobre 
aquello que cae bajo nuestro control racional –para el caso que nos ocu-
pa, nuestras creencias. La posición de la autoría no sólo involucra una 
autoconcepción del sujeto que conoce, sino, además, una cierta relación 
con el objeto de conocimiento, a saber, su vida mental. Respecto de lo 
primero, el sujeto no puede concebirse a sí mismo como sometido única 
y exclusivamente al orden causaly a la receptividad pasiva. Respecto de 
lo segundo, lo que de hecho es conocido, a saber, los contenidos de su 
vida, son de algún modo resultado de su actividad de conocerlo. Se pue-
de airmar que la posición de la autoría expresa una intuición elemental: 
nos conocemos al transformarnos5. Naturalmente, se quiere mantener 
al mismo tiempo la idea de que la autoridad de la primera persona expre-
sa un logro cognitivo genuino6.
Sin embargo, ¿qué signiica que hay un logro cognitivo genuino in-
volucrado en el autoconocimiento? Una condición mínima para hablar 
aquí de logro de orden cognitivo es que el sujeto que conoce responda 
ante una realidad independiente del hecho de conocerla. Una epistemo-
logía sustancial para el autoconocimiento requiere, al menos, que el su-
jeto responda a condiciones de verdad que son “de alguna manera inde-
pendientes de la realización del juicio” (Moran 2001: 19), lo cual signiica 
que –aunque sea raro e infrecuente en el caso del autoconocimiento– la 
condición psicológica pueda no ser como el sujeto cognoscente juzga 
que de hecho es. No obstante, este aspecto debe complementarse con 
este otro: el sujeto que conoce debe realizar algún tipo de “esfuerzo” 
al conocer. Este asunto plantea diicultades importantes a los modelos 
epistémicos del autoconocimiento en primera persona, puesto que se 
5 Aunque éste no será un aspecto al que prestemos atención en este texto, hay que resal-
tar igualmente que nos transformamos al conocernos desde esta perspectiva peculiar de 
seres que moldean sus actitudes y compromisos. Este modo de transformación por el 
autoconocimiento es lo que indica el tipo de logro epistémico que está aquí implicado. 
Gracias a Manuel de Pinedo por insistir en este punto.
6 En este sentido, se contrapone a perspectivas ilosóicas como las de Wright (1998) o 
Bilgrami (2006), las cuales, desde diferentes ángulos, cuestionan que en el autoconoci-
miento haya un logro epistémico genuino. Wright sostiene la intuición constitutivista: 
la autoridad de la primera persona deriva de la relación constitutiva entre el estado de 
primer orden y el estado de segundo orden. La autoridad de las autoatribuciones se obtie-
ne por defecto y descansa sobre una concesión social, la cual se otorga a cualquiera que 
pueda ser considerado un sujeto racional. La autoridad de primera persona deja de ser un 
fenómeno epistémico.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 41
tiende a considerar este “esfuerzo” como un asegurarse de que aquello 
a lo que el sujeto responde es así, lo cual conlleva que el sujeto tienda a 
buscar apoyo para sus juicios en evidencias, sean producto de la observa-
ción directa o resultados de inferencias; por el contrario, la autoridad en 
primera persona reclama, como lo hemos visto en las secciones anterio-
res, un tipo de conocimiento no-observacional e inmediato (no-inferen-
cial) de lo conocido, es decir, un conocimiento epistémicamente básico.
Partamos de la idea de que el tipo de logro cognitivo propio del 
autoconocimiento depende de un agente en tanto agente. Algunas suge-
rencias de Anscombe en relación al conocimiento de las propias acciones 
intencionales están en condiciones de promover una vía de exploración 
de este asunto. Un agente epistémico conoce sus propias condiciones 
psicológicas, no mediante la observación de sus estados mentales, sino 
mediante el ejercicio de su agencia en relación con ellos. Este punto de 
vista está comprometido con la presencia de un tipo de conocimiento 
no-observacional de condiciones que son, en cierto modo, independien-
tes del hecho de que sean conocidas, así como con el rechazo de los mo-
delos puramente teóricos del autoconocimiento –lo cual promueve el 
ejercicio de alguna clase de agencia racional sobre nuestras actitudes. 
Si siguiéramos, entonces, esta vía argumentativa, el conocimiento en 
primera persona que podríamos obtener de nuestras creencias, para 
mencionar sólo el estado mental que aquí nos interesa, pertenecería a 
la clase de lo que Anscombe denominó conocimiento práctico y que, para 
ella, era una especie de conocimiento no-observacional exhibido por el 
agente en relación con sus propias acciones intencionales. La sugerencia 
consistiría en aplicar al conocimiento en primera persona de las propias 
creencias de un sujeto, el modelo del conocimiento práctico elaborado 
para las acciones intencionales de un agente. Los resultados de esta apli-
cación darían carnadura a lo que hemos denominado ‘la estrategia de la 
autoría’. Sin embargo, ¿es posible que una persona llegue a tener conoci-
miento práctico de sus creencias?, ¿cómo podría ser eso posible? La cues-
tión subyacente parece ser la siguiente ¿está este modelo en condiciones 
de ser un buen modelo epistémico del autoconocimiento, i.e. un modelo 
que preserve los rasgos propios de la autoridad en primera persona?
Moran (2004) recupera la tesis de Anscombe, señalando que el co-
nocimiento práctico, en cuanto “causa de lo que entiende” –expresión 
favorita de Anscombe, tomada de Tomás de Aquino–, se reiere a aquello 
que sucede en el mundo en cuanto que cae bajo una cierta descripción, 
42 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo 
esa que brinda las razones que justiican el hacer del agente a través de 
indicar por qué lo hace. Lo interesante es que causa quiere decir aquí 
“causa formal”, esto es, constitutiva (al menos parcialmente) de eso que 
es conocido. El corolario es que un sujeto posee conocimiento práctico 
(e inmediato) de sus acciones en la medida en que las considera bajo una 
cierta descripción o perspectiva que las constituye en lo que son.
Una sugerencia como ésta podría aplicarse al caso de las creencias 
para dar cuenta del carácter del conocimiento que los sujetos están en 
posición de obtener de algunas de sus condiciones psicológicas, en par-
ticular sobre las que en cierto modo “actúan” conformándolas. En el te-
rreno ilosóico del conocimiento en primera persona de las creencias, se 
airmaría que este conocimiento es un aspecto bajo el cual el agente con-
sidera aquello mismo que es conocido –es decir, sus propias creencias de 
primer orden. Este es un hecho que releja el característico conocimien-
to en que lo que es conocido es el ser que es el conocedor (McDowell 
2011). Cuando la creencia es vista como un compromiso suscrito por 
el sujeto a través de una instancia deliberativa, ella queda “constituida” 
por las razones a las cuales responde. Si el conocimiento práctico de una 
acción intencional se reiere a ese aspecto de la acción bajo el cual el 
agente la aprehende, al ejecutarla, como la acción que es, el conocimien-
to “práctico” de la creencia se reiere a ese aspecto de la creencia bajo 
el cual el agente la considera como lo que es, a saber, como aquello que 
mantiene una relación de dependencia con el propio agente suscriptor, 
por supuesto en el contexto de su involucramiento en una actividad cog-
nitiva deliberativa. En virtud de que el agente suscribe las razones que 
justiican su creencia está autorizado en su conocimiento de la creencia 
de la que es autor. Esto es resultado de que la creencia es, como otros 
estados mentales, sensible a razones.
Los sujetos pueden ser conscientes de modos diferentes de las 
creencias que forman parte de sus vidas mentales. Hay primariamente 
un modo de ser consciente no “exterior” a la creencia, un modo de ser 
consciente que podríamos tildar de “conciencia desde adentro de la pro-
pia creencia”; un modo que se releja en el mismo hecho de sostener la 
creencia a sabiendas (a imagen y semejanza del actuar a sabiendas). Este 
“a sabiendas” expresa ese logro simultáneamente práctico y teórico. Eso 
que un sujeto conoce en primera persona, su creencia, lo conoce bajo el 
aspecto de algo de lo que es consciente, puesto que lo conforma a través 
de su deliberación. Hay una forma de creer que p en la que no es posible 
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 43
que un sujeto crea que p y no

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