Vista previa del material en texto
Los Cuadernos de Diseño ELOGIO DE LAS FLORES ARTIFICIALES Gillo Dorfles S iempre me han caído simpáticas las flo res artificiales. Sobre todo las que son imitaciones muy aproximadas, y que no pretenden dejar de parecer artificia les. No entiendo ese empeño en denigrar estas imitaciones inocentes de un mundo como el nues tro, en el que la ficción cae en desuso. En los cementerios, deterioradas por el tiempo (y por el mal tiempo), las flores de plástico adquieren mati ces de la delicadeza de un sueño liberty. El plás tico, vulgar y brillante, se ennoblece y extenúa. Recuerdo las· grandes guirnaldas de flores artificia les de un pequeño cementerio de Istria, pero tam bién las soberbias en cerámica del Cementerio Marino de Valéry y ciertas flores de papel con semi llas de colores de los mercados mexicanos. Bien está que a las plantas artificiales de los vestíbulos de bancos y compañías de seguros se las consi dere sin ningún valor, pero no las flores deposita- 56 das sobre las tumbas, que alegran durante meses y meses lo que sin ellas sería una losa desierta, y sin importarles, como a las otras, las heladas del in vierno o el calor del estío. Las flores de mentira son pues bienvenidas, como tantas otras cosas artificiales, a falta de las de verdad. Se impone una precisión: es necesario que lo falso lo parezca. ¡ Cuidado cuando el pare cido es tan fuerte que parece de verdad! Estoy en contra de las lujuriantes plantas artificiales que llenan esas tiendas especializadas de Nueva York. Si lo falso que parece de verdad no me gusta, lo verdadero qué parece de mentira tampoco. No faltan ejemplos: frutas tan relucientes como las de plá,stico o de mármol, paisajes de dolomitas tan Los Cuadernos de Diseño enrojecidas al crepúsculo como tarjetas postales, arces de hoja escarlata que sugieren el otoño in cluso en pleno verano. Esas hojas no me seducen por falsas: parecen de otoño y no lo son. Su rojo es un plagio, algo postizo. Cierto que Goethe dijo: «Auch das Unnatürlischste ist Natur», «hasta lo menos natural es natural», pero eso no basta para convencerme de que las cosas tengan que ser be llas sólo por ser naturales. ¿Por qué lo auténtico ha de ser bello y lo que no es auténtico no? (Es el momento de proclamar que algunos cuadros falsos son «más bellos», más característicos que los ori ginales. Un Modigliani pintado por Soutine suele ser más eficaz que el original y muchos historiado res de arte se han extasiado ante los Vermeer 57 pintados por Van Maegheren). A menudo lo «na tural» falso nos procura satisfacciones que lo na tural verdadero no conoce, gracias precisamente a la ambigüedad sobre la que tanto se ha escrito en el ámbito de la estética contemporánea sin llegar a ninguna explicación convincente de su atractivo. Excepto, acaso, la de que lo Ambiguo, como lo Asimétrico, está más cerca de lo Artístico, al su poner un desafío a la racionalidad. Replica las normas y subvierte las reglas de los bienpensan tes; en definitiva es un elemento revolucionario que jamás podrá convenir a un legislador sino únicamente a quien se aparte de lo establecido. Hemos visto que al lado de lo artificial falso existe la categoría de lo natural falso: todas esas conchas «demasiado bellas para ser de verdad», tan finas, pulidas y redondeadas, esos cristales de una regu laridad de manual o esas rocas calcáreas que ase mejan paisajes pintados. Por otra parte lo verda dero que parece falso y lo falso que parece verda dero se encuentran en el origen de toda una cul tura artística: el falso mármol de madera o las columnas de madera con apariencia de piedra. Hasta el punto de que el gusto por la imitación, por lo falso que lo parece, por lo verdadero tan falso que parece de verdad, ha llegado a ponerse de moda; y la moda, como se sabe, es siempre verdadera, precisamente por ser falsa desde el principio. Pero regresemos a las hojas de arce. Lo que más me intriga es que, antes que falsas, pare cen de mal gusto. ¿Es que la naturaleza también comete faltas de gusto? ¿Será que se adapta a las falsas notas de nuestra civilización? Mis observa ciones a propósito del color de las flores o de las conchas pueden aplicarse a la música o a la pin tura. Algunas reproducciones en color pueden pa recer más bellas que el cuadro original, de manera todavía más ostentosa que los plagios y falsifica ciones. Nunca olvidaré mi decepción ante el pri mer Van Gogh auténtico que contemplé en un museo holandés. ¡Qué carencia de contrastes, qué pobreza de matices! Suponía los colores limpios, brillantes, contrastados como en las reproduccio nes de los libros y me encontré con pintu- ...-.. ras brumosas en las que cada color se íi. � había desvanecido en un baño tonal y uni- � ficador. (Traducción: Manuel González Cuervo).