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Terico 9 - 01-11-05 doc

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Teórico #9 – 01/11/05. Sergio Caletti.
En primer término, quisiera hacer algunas muy breves aclaraciones en relación con Voloshinov que
quedaron pendientes. Un punto que apareció bastante es el tema de la neutralidad que le otorga
Voloshinov al signo, y hubo preguntas respecto de cómo hay que entender la neutralidad. El sentido con el
que está planteado en el texto de Voloshinov va en relación directa con la variedad de cargas ideológicas
que el signo puede portar en su polisemia. El uso del término neutro que hace Voloshinov apunta a que,
por sí mismo, no tiene por decir así “la ideología atada”, sino que, en rigor, tiene que ver con el modo en el
que en el signo resultan permeadas las luchas sociales, tiene que ver con el modo en que se dirime la carga
ideológica a través de la cual opera. No es que el signo, por sí mismo, abstraído del contexto, sea ya una
definición determinada. A eso apunta el tema de lo neutro.
La otra duda que apareció bastante es en relación al concepto de palabra. No podemos agregar mucho
más que la nota del traductor en la que, de manera muy precisa, señala que en más de un caso, aunque opta
por el término palabra, el término en ruso (slovo) no ocupa el mismo campo semántico que palabra en
castellano, sino que, más bien, se extiende hacia campos semánticos que para el castellano tiene otros
términos. Entonces, dice que en ruso esta palabra puede querer decir palabra, habla, lenguaje, discurso; y
es cuestión del traductor cuando en vez de optar por poner palabra, opta por poner discurso o lenguaje,
pensando básicamente en el sentido que cobra en un determinado parágrafo. Vale, de todos modos, aclarar
para evitar confusiones demasiado obvias que, aún cuando ponga palabra, tampoco debemos suponer que
lo dice en el sentido más restringido de pensar en la palabra en castellano (mesa, silla, etc.), aunque mucho
menos, la palabra también tiene una resonancia a algo que va más allá de mesa, silla, etc. Es el campo de la
palabra, es la operación de la palabra y el signo como palabra, sí puede advertirse en el texto de Voloshinov
no está pensando en que cada unidad discreta de la lengua sea un signo. Está pensando en unidades de
sentido.
Por último, había distintas preguntas respecto de las relaciones entre Voloshinov y los autores que venimos
de leer. En ningún caso, hay una progresión. En ningún caso Voloshinov supone lo que nosotros hemos
leído en Lacan, en Žižek, en Althusser, en Freud. Respecto de Freud, que Voloshinov conocía, en otro
texto tiene una posición muy anti freudiana, a favor de una psicología marxista. Entonces, las lecturas de
Voloshinov en este momento son Marx, Saussure, y otros que él menciona en los textos. Por lo tanto, no
se trata de forzar las cosas para que Voloshinov nos esté coronando una operación que hacen otros textos.
Algunos de los puntos que son cruciales del planteo althusseriano en Voloshinov asoman, aunque
Althusser no debe haber leído a Voloshinov. Básicamente: a) la crítica a la idea de una conciencia como
lugar trascendental o como lugar de origen de la producción ideológica; b) la conceptualización de lo
superestructural con una autonomía relativa que en la época de Voloshinov ni se llamaba así, ni había sido
pensada como tal. Pero es obvio que en Voloshinov aparecen insinuadas estas cuestiones de pensar de
otro modo la relación base – superestructura. Ideas que, sin haber leído a Voloshinov, Althusser va a
desarrollar luego con más sistematicidad.
Otra pregunta. Cuando Voloshinov habla de buscar una filosofía del lenguaje marxista, ¿está más cerca del
subjetivismo idealista o del objetivismo abstracto? En realidad, ni una cosa ni la otra, por eso, se toma el
trabajo de criticar a ambas y buscar otra mirada.
Otra pregunta: por la multiacentualidad y la monoacentualidad. Es como preguntar si la lucha social
siempre va a ser intensa. El problema político es el de controlar esa multiacentualidad y fijar el sentido en
algún lugar. Voloshinov no habla de designante rígido pero es muy interesante que en el año 1927 esté
planteando ya algunas cuestiones en esta misma línea.
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Hay un pasaje en Voloshinov en el que, con mucha sencillez, señala de qué manera un objeto – que
cualquier objeto puede ser signo – puede pensarse como idéntico a sí mismo en tanto ese mismo objeto.
El signo ya no guarda identidad del mismo modo con el objeto. Por ejemplo: un instrumento de trabajo
también puede ser signo y también puede ser mercancía; pero sólo la cosa es idéntica a la cosa. Lo que está
planteando Voloshinov es lo que se convertirá en un tema clásico de la problemática del lenguaje. Es el
modo en el que el signo carece de una coincidencia perfecta con lo que supuestamente nombra. Para
Voloshinov – y después – el signo es, en sí, además de una existencia material, es una operación en primer
término representativa: sustituye, reemplaza, representa (vuelve a hacer presente lo que está ausente).
En esta condición representativa se encierra ya una suerte de problema y es que en el camino que va de la
presentación a la representación, las cosas no quedan indemnes: algo ocurre, la coincidencia perfecta es
imposible. Se abre una brecha, un espacio donde la representación puede traer consigo cuestiones que no
están propiamente dichas en la presentación. En este sentido, se podría pensar, inclusive, la idea de la
polisemia con la que avanza Voloshinov: una suerte de intersticio por donde el signo se carga y queda
abierto a reflejar, a refractar; queda abierto a hacer visible los movimientos, las luchas, los conflictos de la
propia vida social. Hay ejemplos abundantes, el acento está en la operación de nombrar de un cierto
modo.
Aquí podemos volver al punto inicial pero también a lo que es casi, hoy por hoy, un lugar común en
cualquier curso de ciencias del lenguaje: todo signo guarda con la cosa que nombra, todo significante
guarda con su significado, tanto una relación de exceso porque arrastra consigo... por ejemplo, acentos,
matices, asociaciones que no son de la cosa ni del concepto que aparece enlistado en el diccionario. Ni del
concepto ni de la cosa, entonces se produce este tema del exceso, como también aparecen las operaciones
en sentido opuesto, reductoras o reductivas (hoy para nosotros metonímicas). No hay ningún giro en el
lenguaje cotidiano que no tenga una carga metonímica importante, que no opere en un cierto nivel como
una reducción de todo lo que la cosa nombrada es a uno de sus aspectos o a uno de sus rasgos, etc.
Esto no es una característica de la palabra sino de la producción de significaciones y es por eso que
decimos producción social de significaciones, porque estos procesos en los que en el universo semiótico
nos movemos entre excesos y reducciones, estos procesos son los procesos de la producción social – y
nunca otra cosa que social – de las significaciones. ¿De qué se trata entonces este mundo de significaciones
si es que debemos reconocer que no se trata del espejo en palabras de la cosa misma? Hoy tenemos al
respecto ya una serie de hipótesis o elementos como para poder pensar al respecto que no se trata de una
puesta en palabras del espejo de las cosas. Como espejo, es un espejo pésimo. En realidad, la constitución
de un universo de elementos que no son (simplificables) a mi intención, a mi voluntad, a mi ocurrencia,
sino que son fuertemente sociales. Que, más aún, son tan fuertemente sociales, que en ellos nos
constituimos como individuos, como personas, como conciencias individuales.
¿De qué se trata, entonces, este mundo que, en rigor, no se corresponde con las cosas y que, sin embargo,
instituye sentidos a partir y por lo cual nos movemos, nos reconocemos, nos vinculamos con los otros. En
este sentido es que comenzamos diciendo que la ideología era una primera precaria teoría sobre la
producción social de las significaciones. Es como si dijese: “no voy a entrar mucho en detalle pero, en
general, el modo en que tenemos de explicar las cosas debe explicarse por las condiciones materiales de
existencia”. Sin embargo,justamente, no termina de entrar en detalle y esta cuestión que tiene que ver con
la capacidad que en el lenguaje y los signos se da de crear mundos, sigue como un interrogante pendiente.
Ejemplo: Rayuela, son todos términos inventados que, sin embargo, significan. Esto pone en evidencia
que es una ilusión pensar que las palabras se corresponden con lo que representan. La
significación, lejos de cualquier (transparencia) de las palabras respecto del mundo, más bien construye
un mundo, produce significación creando un mundo. Y el modo en el que están enlazados unos
significantes a otros, sin que intervengan en absoluto los significados que, en este caso, ni siquiera existen.
3
Un alumno pregunta por la articulación entre Lacan y Marx: ¿hay distintos niveles de aproximación a lo
real? La pregunta está mal formulada. No sé si se puede hablar de grados de aproximación. Hay distintos
modos de enfocar el problema de lo real. Todo indica que hay una problemática que es propia de lo
discursivo, que no se resuelve en su proximidad o distanciamiento de lo real, es decir, desde el punto de
vista de una teoría de lo discursivo, el problema estaría mal planteado. No así desde el punto de vista de las
ciencias naturales. Pero en lo discursivo, es un contra sentido, porque eso que aparecería como real, es
discursivo y no todos los discursos son iguales. Los problemas de las diferencias entre distintas
operaciones, formaciones, estrategias discursivas, son problemas de poder. Son problemas de
poder que producen efectos de verdad. Entonces, desde un punto de vista histórico social concreto,
ciertas operaciones discursivas instituyeron efectos de verdad, en detrimento de otros (hegemonía).
Entonces, cuando pasamos de Voloshinov a Pêcheux, a Foucault, a Laclau, estamos ingresando a esta
problemática de lo discursivo.
Algunas notas sobre lo discursivo. El uso habitual de discurso trae consigo algunas connotaciones de las
que deberíamos poder deshacernos para trabajar con más fecundidad, igual que con ideología.
Deshacernos de la idea de que el discurso es algo que se restringe a las palabras o la idea de que el discurso
es algo que, tal y como le corresponde a las palabras, se contrapone a los hechos. Más bien, pensaremos lo
discursivo como la manera de concebir lo real a sabiendas, haciéndose cargo de que, en rigor, cuando
decimos lo real, hablamos de las significaciones que construimos socialmente.
Detrás de esto, hay una vuelta de tuerca epistemológica, a saber: los llamados grandes relatos en general,
distintas grandes teorías que intentaban dar cuenta de la realidad, no se asumen ellas mismas como
interpuestas frente a las cosas por una operación de producción de significaciones, sino que se asumen a sí
mismas como productoras de un lenguaje transparente que nombraba efectivamente las cosas en su
naturaleza última, primera, definitiva. La irrupción de la problemática de lo discursivo no tiene que ver, en
el sentido estricto del término, con que en la segunda mitad del siglo XX la gente empieza a hablar más;
sino que, más bien, tiene que ver con la asunción de la radical opacidad del lenguaje, de la
imposibilidad de asociar los nombres a las cosas que nombran y de asumir que, en esa operación
de designación, se construyen significaciones y que es de estas significaciones de las que, en
realidad, hablan y por las que pelean los grandes relatos.
Es una suerte de reconocimiento de una plataforma en la que estamos situados, donde nos tocaría asumir
que el problema del conocimiento de la verdad verdadera es más complejo de lo que se suponía en los
anteriores trescientos o cuatrocientos años, que lo que el proyecto de la modernidad y de la Ilustración, por
excelencia, supuso. Las significaciones, inevitablemente, están atadas a elementos que no son de las cosas
mismas sino que son de los procesos sociales bajo los cuales se les echa luz.
Entonces, vamos a pensar en lo discursivo como en todo aquello atinente a la producción, circulación,
desplazamiento, (recreación), lucha, modificación de significaciones. Esta perspectiva no supone una
galaxia totalmente otra que las galaxias que transitamos hablando de la ideología o de lo inconsciente. Más
bien se trata, tal vez, de un corrimiento. La conceptualización de lo discursivo no podría haber
emergido en el escenario intelectual sin el camino transitado por una teoría de lo ideológico. Pero
de la misma manera, junto con los modos en los que lo ideológico avanza en relación con estos procesos
de la significación, tampoco olvidemos que en esta naturalización de la significación están
comprometidas, como diría Althusser o Žižek, las relaciones vividas o imaginarias con nuestras condiciones
de existencia. Lo que se significa es la representación de esas relaciones. Es la representación de ese
registro de lo vivido que, a su vez, está sometido a las regulaciones inconscientes de los discursos sociales
imperantes. O de la ideología dominante. O por la ley.
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Recomendación: leer primero a Pêcheux y luego a Foucault.
Pêcheux aborda de una manera muy organizada no sólo las relaciones de lo discursivo con lo ideológico y
con lo inconsciente, con lo político – social, sino que, inclusive, introduce de una manera muy afinada, el
horizonte de lo discursivo a través de una crítica a la tradición de la lingüística. La noción misma de
discurso queda claramente establecida. En tanto que Foucault las despliega directamente. Tiene mucho
que ver Foucault con lo que Pêcheux plantea. Pêcheux sería una excelente bisagra entre lo que vimos
hasta aquí y lo que plantea Foucault.
En el primer capítulo de Pêcheux, el primer ítem que aborda y que usará para fundamentar porqué una
teoría del discurso, es una reflexión crítica de los problemas a los que llega la lingüística, de los límites a los
que llega la tradición saussureana en la lingüística. Está abriendo la puerta para poder distinguir diferencias
conceptuales entre la noción de lengua y habla, la noción de discurso etc. Pêcheux recuerda que Saussure
define la lengua de dos modos: a) como el sistema exterior al individuo que, sin embargo, organiza y
soporta las operaciones individuales de habla y, por lo tanto, la separación lengua – habla; b) por otro lado,
una institución social, pero – diría Saussure – una institución social que, por diversas razones, es tan
peculiar que no tiene nada que ver con las demás instituciones sociales. Es una institución social de otro
carácter y que conviene mantener separada, distinguida de las demás instituciones sociales.
Entonces, repone estas dos básicas maneras de Saussure para definir la lengua y plantea el modo en el que,
en el desarrollo de los estudios lingüísticos, esta tradición teórica se encuentra con un límite. El límite es
que, si bien no cabe duda de que cuando digo “mi mamá me ama”, estoy absolutamente en el territorio de
lo que la lengua, sus reglas, sus gramáticas, ordenan y, por lo tanto, analizarla; ... la lingüística, aquello que
era extra individual, y que regía en la composición gramatical, empieza a perder capacidad explicativa de
análisis, abriendo una inconmensurable brecha a la posibilidad que así se habría dado, según Pêcheux, de
que una cierta tradición filosófica y un cierto sentido común, repongan la libertad individual en el terreno
del habla, a partir de lo delgado, de lo ínfimo, que para operaciones del lenguaje cotidiano, la lingüística
ofrecía como herramienta de análisis y como estipulación de sus propias leyes.
En términos de Saussure, a medida que las formas del lenguaje se vuelven más complejas, desde “mi mamá
me ama” hasta esta clase, de una a la otra, lo que hay es una creciente complejización de las formas del
lenguaje y una creciente pérdida de alcance de la lingüística para dar cuenta de las operaciones
comprometidas literalmente, según Saussure, difícilmente pueda irse más allá de la frase; de modo tal de
que si en el campo de la frase el individuo aparece sujeto a las leyes de la lengua, al trasponer los límites de
la frase, gana en una (presunta)recuperación de la libertad del sujeto por fuera de las reglas de la lengua.
Hace un recorrido en los ’60 / ’70: la lingüística advirtiendo estos límites, tiene dos grandes intentos:
a) Chomsky, mediante la gramática generativa, que busca incorporar estructuras
b) La socio – lingüística.
Cancelar la exclusión del habla y cancelar la exclusión de las instituciones sociales le permiten a Pêcheux
reponer los problemas de la significación bajo la idea de condiciones de producción. La preocupación
de Pêcheux es pensar los fenómenos del lenguaje de lo discursivo, bajo condiciones de producción que
traigan a cuento lo complejo y lo variable de la realidad social, política, histórica, etc., y que permiten
entender que esas operaciones en su complejidad, en su variabilidad, no tienen porqué ni estar sustraídas a
cualquier juego de determinaciones, ni tener que ser remitidas nuevamente a alguna subjetividad o
conciencia individual, como única fuente posible para explicarlas; sino, más bien, asumirlas bajo la misma
mirada de una producción social bajo condiciones determinadas, donde el sujeto de conciencia creativo y
libre, ¡no existe! Donde es este mismo proceso social el que plantea los modos en los que, de manera
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predominante, en un determinado escenario, una comunidad producirá sus significaciones. Y para pensar
estas condiciones de producción trae a colación tanto al marxismo como al psicoanálisis.
Es mejor comenzar por Pêcheux y seguir por Foucault porque en una segunda parte del texto de Pêcheux
(1976), además de hacer algunas aclaraciones interesantes en relación con su propio texto escrito
inicialmente unos años antes (1969), el libro se publica juntando las dos partes. Entre otras cosas, plantea
lo discursivo como un territorio que está enmarcado en:
1) el conjunto de lo que no puede decirse,
2) el conjunto de lo que, dentro de lo que sí puede decirse en el campo de la enunciación, opto por decir.
Es decir, hay dos operaciones de descarte: un descarte del que ni cuenta me doy. Es el descarte de todo
aquello que ni siquiera puede concebir como pasible de ser dicho. Es un exterior constitutivo del campo de
una formación discursiva. Dentro de este campo, las operaciones que implica una formación discursiva,
supone un segundo recorte que ya no es precisamente inconsciente sino preconsciente – consciente.
Entonces, en relación con estas puntualizaciones de Pêcheux, es interesante abordar luego El orden del
discurso de Foucault. De lo que habla Foucault es de los dispositivos que desde afuera o desde adentro del
discurso, sirven para darle un orden al campo de las significaciones posibles en la vida social. Luego, en las
entrevistas que hay después de El orden del discurso de Foucault, se puede leer, además de su concepción
general del problema del poder y del efecto de verdad en el discurso, también están las definiciones de
Foucault respecto del marxismo y del psicoanálisis y se ve cómo es crítico respecto de ambas y
absolutamente lector de ambas.
Para terminar, Foucault, en otro momento, cuando le pregunta respecto del problema de la ideología,
además de decir que no le gusta la palabra porque detrás de eso está el problema de la verdad, más que de
ideología prefiere hablar de discurso.

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