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Terán – El pensamiento finisecular Hacia 1880 las representaciones intelectuales se constituyen sobre un contexto redefinido por la nueva problemática social. Después de Caseros con el triunfo del Estado nacional la victoria deja fracturas en el interior de la elite. La unificación nacional y el proceso modernizador impulsado desde arriba apelaron a una intervención estatal que flexibilizaba aquellos principios basados en el “gobierno limitado”. Estos dilemas se encontraron además con el veloz proceso de modernización que despertó diferentes reacciones tradicionalistas que tenían desconfianza ante los frutos de la reforma modernista. Las preocupaciones que la crisis del 90 potenció fueron respondidas desde matrices ideológicas diversas y algunas de ellas también fueron renovadas, dentro de un período cultural caracterizado por una superposición de teorías y estéticas. El positivismo y modernismo cultural fueron resultaron los dos grandes cánones interpretativos de la nueva problemática. Carlos Octavio Bunge: sociología como parte de la psicobiología (positivista). Según su idea hay fuerzas ocultas que gobiernan a los sujetos a espaldas de su voluntad, Bunge las agrupa bajo el nombre de “subconciencia”, que se opone a las ideas de contractualismo liberal: “la soberana y consiente voluntad de sus miembros”. José Ingenieros: fusión de nociones evolucionistas y del marxismo, bioeconomía es uno de los precipitados sustanciales. Autores comparten también con socialistas y anarquistas la fe en la ciencia que sería el nuevo fundamento sobre el cual asentar el saber sólido, fuente de buen orden social y de un relato historiográfico objetivo. José María Ramos Mejía: con orientación en la disciplina de la psicología de las masas cruzada con una retórica biologisista. Libro “Las multitudes argentinas”, describe la presencia de masas en la historia como la de una fuerza fenomenal vaciada de inteligencia y raciocinio. En el fin de siglo se organizó una problemática centrada en la emergencia de una sociedad de masas, en cuyo interior se recortaban el problema inmigratorio y la consiguiente preocupación por la nacionalización de las masas, la cuestión obrera, el desafío democrático y el fantasma de la decadencia. El fenómeno de masas recorría como problema el arco de la modernización occcidental, más en el caso argentino por el gran componente inmigratorio. Bunge en “Nuestra América”, enumera los fracasos de la política criolla y dice que la inmigración puede corregir el fondo racial hispánico, negro e indígena. Los inmigrantes se ubicaban en el sector de los trabajadores manuales y de servicios, y recibían influencias de socialistas y anarquistas, que potenciaron la visibilidad de la “cuestión social”. Ernesto Quesada: si bien el liberalismo había realizado su programa político, no pudo resolver el problema económico, por no prever la concentración de capital en manos de una minoría, y su resultado la polarización social conspiraba contra su misma estabilidad. Si desde la clase dirigente no se intenta solucionar el problema por medios pacíficos, la fuerza misma de las cosas provocaría la revolción. Desde el gobierno la situación político-social se respondió alternando las clásicas actitudes de represión e integración, según la elite y las distintas coyunturas políticas. Algunos intelectuales como Joaquín V. González proponen una alternativa de política reformista que se expresó en proyectos de leyes de trabajo. La estructura política argentina heredaba asimismo un esquema con marcadas prevenciones hacia la ampliación sin condiciones de la ciudadanía; prevenciones que habían consumado un régimen elitista en los marcos de un sistema político excluyente. La presencia de las nuevas multitudes venía a complejizar este panorama y a replantear la cuestión de la democracia. Se filtran ideas de la Revolución Francesa, que por la idea de igualismo pretenden aplanar las diferencias étnicas. De todas formas para Ingenieros, por ejemplo, las ideas de libertad, igualdad, fraterniad son cuestionadas porque estos valores se oponen a los principios del determinismo, a la notoria disparidad observable en el mundo biológico y al postulado darwiniano de lucha por la vida. Para Bunge la lucha contra la tendencia “doctrinaria y sentimental” del igualitarismo el remedio será el estudio positivo de la historia, política y de la sociología. Los sujetos habilitados para “decir” la sociedad y sus males deberán ser científicos, y es a partir de estas minorías del saber como se podrá imaginar una intervención eficaz de los intelectuales sobre la esfera estatal. La ausencia de aristocracia fue interpretada como un fenómeno de decadencia, dado que las nuevas generaciones de la clase dirigentes se han abocado al consumo conspicuo allí donde las anteriores habían destacado en las letras y la espada. Los positivistas adhieren a la idea de que Argentina es un país absorbido por al sed de riquezas, y siguen fabricando la antinomia entre mercado y virtud y entre dinero y nación. Para Bunge un tema central es el fantasma de la degeneración. En el clima de ideas biológico-positivistas, este tema se había instalado dentro de la cruza de literatura decadentista y del darwinismo social. Bunge encuentra la causa del fenómeno en “la inacción de los ricos, decaídos por su vida antihigiénica, y en el trabajo de los pobres, debilitados por el moderno maquinismo”. Dice que las masas no están aún en codiciones de cambiar la “masa o pasta” de la población nativa y sus dudosas costumbres criollas. La existencia de trabas para la introducción de la modernidad activó otro tema, el ensayo positivista se encarnizó en el tratamiento de “los males latinoamericanos”. Se explicaría el retraso de países que conservan un denso fondo indígena. Ingenieros augura en “Sociología argentina” el porvenir venturoso de Argentina por sus condiciones geográficas y por su composición racial blanca. El indio resulta inadmisible para la civilización blanca, porque finalmente la lucha por la vida lo exterminaría. Idea entre los intelectuales de una sociedad fundada sobre el lazo simbólico, y la elaboración del mismo no puede confiarse de la espontaneidad de la sociedad, sino que debe apelar a la instancia estatal como productora de una simbología asociativa. Ante la crisis de creencias de un republicanismo y una religión debilidatas, el arco simbólico de relevo para aquellas convicciones, remitirá a una constelación de ideas fuerza y de sentimientos nacionalistas. Superada la etapa fundacional, para Ingenieros, después de Caseros, el intelectual prevé que el proceso culminaría en la definición de clases sociales estables, cuyos confictos garantizarían un cambio ordenado asegurado por la acumulación de riquezas agropecuarias. Desde esa plataforma, imagina un destino manifiesto argentino tendido hacia la hegemonía de la región latinoamericana. Y si el imperialismo es concebido como expresión pacífica de la lucha darwiniana entre las naciones, y si el expansionismo obedece a leyes científicas este país podrá aspirar a un liderazgo sobre la base de su riqueza creciencia, clima temprado y franjas de población blanca en aumento. Será así el anudamiento de la definición de una ciudadanía y de la construcción de una nación donde surgirá la problemática de la nacionalización de las masas, sobredeterminada por el fenómeno inmigratorio. El discurso positivista persistió en asumir una misión que en el Ingenieros de principios de siglo se ha tornado evidente: proponer un mecanismo instutucionalizado de nacionalización. En Ramos Mejía, el carácter “larval” de la inmigración y, por ende, su gran permeabilidad a los mensajes estatales conforman el signo positivo de un aporte sustancial para la nacionalidad argentina en formación, hasta tal punto de concebir a la primera generación de inmigrantes como la depositaria del sentimiento futuro de la nacionalidad en su concepción moderna. Es hacia los niños hijos de extranjerosadonde la educación primaria debe dirigirse para consumar el proceso de argentinización. El sentimiento nacional será construído desde la vertiente del modernismo cultural, como expresión local de la reacción antipositivista en clave espiritualista. El modernismo colocaba a la belleza como valor supremo y a la intuición como órgano de penetración de la realidad. Hispanoamericanismo y espiritualismo fueron anudados por el modernismo cultural mediante la representación de una Latinoamérica identificada con los valores del espíritu. Rubén Darío: prédica antiimperialista del período, se denuncia el materialismo norteamericano. José Enrique Rodó: en “Ariel” 1900, plantea la antinomia Latinoamérica/EEUU como la expresiva de la contraposición “espíritu/materia”. Dentro de un mundo cuya extrema mercantilización rechaza, Rodó apela al registro aristocratizante del modernismo en búsqueda de algunos espacios protegidos de su conversión en valores de cambio. Uno de los núcleos cree encontrarse en las juventudes latinoamericanas, retomando el legado romántico reactivado por el modernismo. Manuel Gálvez: desde el espiritualismo y el modernismo se produce una intervención destinada a elaborar una identidad que no será ya continental sino nacional. Las provincias serán herederas no contaminadas, por su amor a las tradiciones y al culto de la patria, odio al extranjero, sentimiento de nacionalidad, su espíritu americano, y encarnan la resistencia a la desnacionalización. Un tópico nacional-populista seguía en vías de formación: Buenos Aires materialista, poblada por los que están cerca de los libros europeos, lejos de la Argentina profunda, frente a un interior espiritual donde se asientan las verdaderas esencias nacionales. Entre finles del siglo pasado y la primera década del nuevo se estaba dirimiendo en la Argentina una “querella simbólica por la nacionalidad”. Diversas variables introducidas por el acelerado proceso de modernización abrieron situaciones representadas por numerosos intelectuales como numerosos vacíos y laceraciones dentro del cuerpo social y del destino nacional, y esas “fallas” pretendieron ser suturadas por una redefinición de la identidad nacional. La nación empieza a ser pensada como un fenómeno antropológico, es decir, como un espacio donde imperan reglas fundadas en costumbres que no pueden ser modificadas por la política, desembocando en la enunciación del nacionalismo cultural y esencialista. Gálvez para recuperar las costumbres ofuscadas por el cosmopolitanismo imagina una regeneración a partir de una catástrofe, una guerra con el Brasil, que, ganada o perdida, nacionalizaría a los extranjeros, y generaría una conmoción patriótica que estimularía a los intelectuales y escritores a expresar el alma de la patria. Hace alusión a Ricardo Rojas, con quien comparte la creencia de que la idea de nación debe incluir la emoción del paisaje, el amor al pueblo natal, hogar y a las tumbas de la familia, una lengua y una tradición comunes. Para Rojas este nacionalismo demanda para sí las connotaciones del pacifismo y el laicismo, y de allí deriva un programa de reforma educativa que deje tener sus ejes en la enseñanza de la historia y la lengua. El intelectual se ofrece como resturador del pasado que el aluvión extranjero oscurece, y asume la tarea política de contribuir a la formación de una conciencia nacional. La invención del alma nativa alcanza un momento definitorio con la entronización del gaucho como prototipo de la nacionalidad, con Lugones. El trasfondo ideológico de Lugones está modelado por la veta antimaterialista del modernismo cultural. La nación emerge como un espíritu para formar parejas con la poesía en tanto ésta es la palabra y la música, la cual configura la esencia del arte como máxima espiritualización de la materia. Por eso el gaucho imaginado por Lugones es el payador, que comparte con el poeta el privilegio de la palabra bella y la armonía suprema brindada por la música. En “Didáctica” de 1910, Lugones dice que “la inmigración cosmopolita tiende a deformarnos el idioma con aportes generalmente perniciosos, dada la condición inferior de aquélla. Y esto es muy grave, pues por ahí empieza la desintegración de la patria”. A partir del radicalismo yrigoyenista, para Joaquín V. González, hay varios malestares que turban su progresismo liberal. Básicamente la incapacidad del radicalismo para conformarse según las pautas de un partido orgánico, y lo que percibe como carácter regresivo del nuevo elenco gobernante, que a su entender amenaza con destruir todo el legado civilizatorio. Pero ese malestar en la cultura no pretende esconder el malestar en la política generado por el ascenso del yrigoyenismo al gobierno, a cuya luz es el proceso global de democratización el que ingresa al terreno de la duda. Estas cuestiones sucitan una respuesta que es el regreso a un pasado que ya había consideraddo parte valedera de la tradición nacional pero que ahora emerge como huida de la catástrofe occidental; de modo que aquello que los padres fundadores del liberalismo argentino buscaban en el futuro con Europa o Estados Unidos como faro y en la utopía del transplante inmigratorio, ahora se demanda al pasado premoderno donde se encuentra enterrado un verdadero mundo de civilizaciones maya, azteca, etc. que la ferocidad civilizatoria de Europa no pudo demoler. Aunque la vieja elite se resistiera a reconocerlo, ya resultaba evidente que aquellas profundas transformaciones nacionales e internacionales habían organizado una nueva problemática, en cuyas respuestas se configuraría una nueva etapa de la historia intelectual argentina.