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Agradecimientos Quiero agradecerle a Dios por Nubia Siquiera, que Le dijo “heme aquí” a Él y me ayudó en la preparación de los textos que componen este libro. Mi mayor deseo a los 70 años En 2015, cumplí 70 años e hice una oración. En ella, Le pedí a dios que Él me usara más en mis últimos años de vida de lo que lo había hecho hasta entonces para ganar almas. Quería recomenzar, como si nunca lo hubiera hecho en los 50 años en los que había caminado con Él. También Le hice otro pedido al Señor: que Él me abriera la visión y nuevas puertas, para que mi servicio a Él se tornara más fructífero, más abundante. Desde entonces he estado aún más absorbido por el deseo de servir a mi Dios, de modo que los intereses en asuntos y actividades útiles y seculares, muchas veces completamente inútiles, dejaron definitivamente de tener espacio en mi vida diaria. Así, mi conciencia se ha ido ampliando cada vez más sobre la importancia de mi vocación y sobre el alto privilegio de lo que hago y para QUIÉN lo hago. Mis pensamientos e intenciones giran en torno a una sola pregunta: ¿cómo puedo honrar más a mi Señor? Él me ha respondido que la mejor manera de demostrar mi amor es sirviéndole con todas mis fuerzas. Y esto dentro de una obediencia integral a Su voluntad, que es, de hecho, la única prueba de que mi devoción a Dios es verdadera, conforme está escrito: …Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Lucas 10:27 Así he vivido cada día y he buscado alegrar el corazón de Aquel que me salvó, llevándole la salvación al mayor número de personas que pueda. Esa alegría – y también muchas otras experiencias que he tenido – no se pueden limitar a mí ni a algunas personas que viven conmigo. También quiero compartirlo con usted que es siervo del Señor Jesucristo, para que su corazón pueda arder de amor por nuestro Salvador y para que usted pueda permanecer en el único propósito por el cual vale la pena vivir y morir en este mundo: servir al Dios Altísimo mientras haya aliento de vida en nosotros, pues es exactamente eso lo que haremos por toda la eternidad. Le invito a caminar con el Señor a través de estas páginas para que pueda ser renovado en su fe y en su servicio a Él. INTRODUCCIÓN ¿Cómo encontrar palabras para glorificar a Aquel que es la gloria misma? Los cielos hablan de las grandiosas obras de Dios. Y si incluso el firmamento les anuncia la gloria del Altísimo a los habitantes de la Tierra, ¿cómo no podría yo también honrar a mi Señor? Pero ¿cómo un ser mortal, tan susceptible a cambios y variaciones, podría hacerle útil al Dios inmutable, eterno y completamente leal a Sus promesas? Es el Dios incorruptible y eternamente perfecto, dándole oportunidad al corruptible y fallo de adorarlo y servirlo. Es el Dios simple, pero poseedor de todo. El Único que puede ofrecer dádivas y socorrer a todos los seres humanos, sin empobrecerse ni debilitarse jamás. Es el Dios que no puede perfeccionarse ni volverse superior, pues Él fue, es y siempre será excelente en todos Sus atributos. El Único que puede ser llamado Dios Vivo, pues todos los demás no pasan de ser ídolos inanimados. ¿cómo tendría coraje de negarle algo a Él? Es el Dios omnipotente y bueno que abrió mis ojos para verlo y mi mente para percibirlo. Porque, por mí mismo, no hubiera logrado encontrar a Dios, aunque Lo buscara con todas mis fuerzas e inteligencia. Ahora bien, si no solo Se me reveló, sino que también Se dejó encontrar por la fe, ¿cómo yo no Lo buscaría? Si el Dios de riquezas incontables y de creaciones tan formidables a Su disposición eligió usar las cosas más humildes, las despreciadas y las que nada son para avergonzar a las que son, ¿cómo yo no me sentiría privilegiado de estar a Su servicio? ¿Cómo yo no temería y no temblaría al saber que el Dios purísimo quiere habitar en mí? Aquel que tiene Su santidad proclamada en coro en el Cielo por los ángeles ininterrumpidamente. ¿Como yo no sería fiel y no andaría en rectitud conociendo al Dios perfectamente justo para con todas Sus criaturas? ¿Cómo desearía yo gloria personal, si el Hijo de Dios solo buscó la gloria del Padre en todo lo que hizo? ¿Como yo no obedecería al Dios Todopoderoso, sobre Quién reposa un poder inagotable para retribuir el bien o el mal que hacen los hombres? ¿Cómo podría escapar de los ojos de Aquel que todo lo ve, todo analiza y todo juzga? ¿Cómo alabaría a los hombres si solo a Ti es debida la gloria? Eres Tú Quien nos ha dado cuerpo, alma y espíritu para vivir y fe para buscarte. Entonces: “No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a Tu nombre sea toda la gloria, por Tu amor y por Tu fidelidad” (Salmos 115:1 NTV). Y, ante el Dios altísimo, qué hace un tan sublime llamado, yo solo puedo decir: ¡Heme aquí, Señor! CAPÍTULO 1 ¡Heme aquí! “Hinení Shlachêni” fue la respuesta que El profeta Isaías le dio al Señor al oírlo decir: “… ¿A quién enviaré, y quién irá por Nosotros?...” (Isaías 6: 8). La traducción de esta expresión es: “Heme aquí, envíame “. “Hinení” es la combinación de dos palabras: “híne” (mire, vea, observe o fíjese en este lugar, exactamente aquí) y “ani” (yo). Podemos decir que, en otras palabras, Isaías dijo: “Hey, Señor, ¡estoy aquí listo y rendido a Tus órdenes! ¡Mírame! ¡Cuenta conmigo para lo que sea! ¡Estoy dispuesto a servirte con toda mi vida!”. “Heme aquí!” es una de las expresiones más profundas de la Biblia. En un sentido muy amplio, expresa la seriedad de un compromiso asumido –o un voto– con Dios. Por lo tanto, implica un sacrificio total de vida, una auto entrega a Él sin volver atrás. Podemos ver “hinení” también en la respuesta de Abraham a Dios: …Dios probó a Abraham, y le dijo: ¡Abraham! Y él respondió: Heme aquí. Génesis 22:1 En la respuesta de Jacob al ángel: Entonces el ángel de Dios me dijo en el sueño: Jacob; y yo respondí: Heme aquí. Génesis 31:11 Y también en la respuesta del pequeño Samuel a Elí cuando estaba en el templo: Pero Elí llamó a Samuel, y le dijo: Samuel, hijo mío. Y él respondió: Heme aquí. 1 Samuel 3:16 Entonces, entendiendo el concepto “hinení”, no es fácil encontrar a alguien que lo confiese –y que lo confiese más allá de los labios, es decir, con un compromiso íntimo, considerando lo que realmente significa esta expresión. Dios no desea siervos en Su Obra que Le sirvan solo físicamente, aumentando números y llenando vacíos. El altísimo busca a personas serias y de carácter, que Le empeñen su palabra y no retrocedan. El Todopoderoso es Dios de Palabra y busca a personas que también sean de palabra para servirle. …hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces que aborrezcan las ganancias deshonestas… Éxodo 19:21 Hemos visto escasear siervos de este quilate, pues el concepto de “hinení” es demasiado radical en un mundo cada vez más superficial, frívolo e irresponsable. La cultura de nuestros días es extremadamente tóxica; hoy es común encontrar a quién deshonra su palabra, a quien no guarda valores y a quien cambia de posición según lo que más le conviene. Esa es la razón de que los matrimonios actuales sean descartables y de que muchos obreros y pastores tengan un pasaje temporal en la mies divina. Ha sido común servir a Dios cuando es cómodo y ventajoso. Sin embargo, cuando las circunstancias se vuelven desfavorables, le dan la espalda a Su llamado. Vivimos el momento más crucial de la historia de la humanidad. Nunca hubo tanta necesidad de hombres y mujeres que no se desvíen de su responsabilidad y que respondan al llamado de Dios con “hinení”. Decir “heme aquí” implica luchar cada día contra sí mismo, contra las inclinaciones carnales y contra lainestabilidad de las emociones. No sirve de nada asumir un compromiso con Dios para servirle y, después, ser cobarde y huir, cómo hizo el profeta Jonás. “Yo estoy aquí por el Señor, y lo estaré toda mi vida” significa tener una forma de vivir completamente comprometida con Su voluntad. Si usted ya ha dado este paso, sustente ese compromiso con fe, fidelidad y amor; pero, si usted aún no se definió, sepa que servir al Altísimo es la única manera de hacer que esta vida valga la pena. No presente excusas o coartadas para justificar su negativa, pues el mismo Dios que llama es suficientemente capaz de capacitar a Su escogido. La gran pregunta de Dios El plural expresado en el “Nosotros” —“…A quién enviaré, y quién irá por Nosotros?...” (Isaías 6: 8) —denota la Santísima Trinidad en una especie de consejo celestial. Aunque Dios sea el Todopoderoso, Él no obliga al ser humano a nada, ni lo “empuja” a servirle. Note que Abraham no dejó su tierra siendo coaccionado por Dios ni vivió contrariado y como nómade en tierras lejanas durante toda su vida; sino que voluntariamente dijo sí a Su llamado y, así, se convirtió en el patriarca de Israel. Lo mismo sucedió con Moisés cuando oyó la voz del Altísimo en el Sinaí. Dios no lo forzó a ir a Egipto para liberar a los hebreos. Por lo contrario, Moisés entendió que el Señor le estaba ofreciendo una oportunidad sin igual de ser Su portavoz. Así, respondió espontáneamente al llamado, aún sintiéndose incapaz para realizar una misión tan importante. Dios busca y desea encontrar siervos que atiendan Sus propósitos y deseos de una manera placentera y voluntaria. Y vea que no se trata de encontrar a personas, porque, en un planeta densamente poblado por casi 8 millones de personas, gente es lo que no falta. Sin embargo, encontrar a hombres y mujeres que tengan el perfil para cumplir la más importante de todas las tareas de este mundo es extremadamente raro. Esto sucede porque la mayoría de las personas está en búsqueda de la realización de sus propios sueños o interesada en aprovechar la vida y resolver sus problemas, y no motivada en poner su vida a disposición de Dios para cooperar con Sus planes. Es necesario considerar que, al mismo tiempo que el ser humano tiene el privilegio de ser llamado, también tiene la libertad de no corresponder al llamado divino. No obstante, yo enfatizo que aquellos que un día tuvieron un encuentro con Dios recibieron Su invitación para servirle. Tal llamado resuena en su interior de una manera tan extraordinaria que suena como una orden irrefutable, pues la voz de su Señor pasó a ser irresistible. Son esos los que dan un paso al frente y se presentan a las filas del ejército del Dios Vivo. Son conscientes de que necesitan coraje, pues, a partir del momento en el que se alistan, sus vidas están en total dependencia de lo Alto, es decir, tienen que vivir enteramente por su propia fe. Las implicaciones del llamado de Dios Tomaremos el llamado del profeta Isaías como ejemplo para ilustrar la grandeza de lo que es servir al Señor. La forma en la que el profeta se ofreció al responder a la pregunta de Dios en la visión que tuvo muestra que él estaba listo para lo que sucediera. Incluso a una edad joven y siendo inexperto, el muchacho estaba dispuesto al sacrificio que la misión exigía. Dice así: En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de Su manto llenaba el templo. Por encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el SEÑOR de los Ejércitos, llena está toda la tierra de Su gloria. Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los Ejércitos. Entonces voló hacia mí uno de los serafines con un carbón encendido en su mano, que había tomado del altar con las tenazas; y con él tocó mi boca, y dijo: He aquí, esto ha tocado tus labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado. Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por Nosotros? Entonces respondí: Heme aquí; envíame a mí. Y Él dijo: Ve, y di a este pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis, mirad bien, pero no comprendáis. Isaías 6:1-9 Como vemos, el Señor estaba buscando a un siervo para enviar al pueblo de Israel. La nación se había desviado de la fe y estaba hundida en la apostasía. El reinado de 52 años de Uzías (cf. 2 Crónicas 26:3) había estado marcado tanto por la prosperidad como por la estabilidad. Sin embargo, durante los últimos diez años, el rey había contraído lepra, que era una enfermedad mortal en ese momento. Esa enfermedad era el resultado de su insolencia y rebeldía a las instrucciones mosaicas con respecto al servicio sagrado en el templo. Tomado por la prepotencia, cierto día, Uzías entró en el santuario a quemar incienso, algo permitido solamente a los sacerdotes (cf. 2 Crónicas 26:16-18). Usó su autoridad real para su propia voluntad, no para honrar a su nación, y mucho menos para glorificar a Dios. Desde entonces, Uzías tuvo que retirarse de las funciones y, en su lugar, reinó su hijo Jotam. Uzías dejó de servir a Dios para servirse a sí mismo y hacer las cosas a su manera y, por eso, murió leproso (cf. 2 Crónicas 26:21-23). En esa época, Israel comenzó a vivir un periodo crítico. La nación se había sumergido en el caos espiritual y, por eso, el Reino del Norte sería tomado por Asiria (722 a.C.). Su capital, Samaria, sería completamente arrasada y sus ciudadanos serían llevados al cautiverio asirio. Algunos años después, Judá también sufriría las consecuencias de permanecer en la decadencia moral y espiritual. La desobediencia de sus reyes Acaz y Sedequías, al aliarse con naciones extranjeras para subsistir a los imperios asirios y babilónicos, llevaría a que Jerusalén fuera invadida y destruida. (586 a.C.). Frente a esta asolación que estaba por venir, el Señor estaba buscando a un siervo para transmitirle Su mensaje al pueblo. Es decir, Dios tenía una misión y deseaba entregársela a alguien, pero la pregunta era: ¿quién tendría la fe y la disposición de dejarlo todo y poner la voluntad divina en primer lugar? Vale la pena mencionar que, en esa época, había miles de sacerdotes y levitas, pero eran siervos solo de nombre; en realidad, la mayoría de ellos era hipócrita y se servía a sí misma, persiguiendo sus propios intereses. Debido a esto, Dios no tenía placer de que ellos ni siquiera pisaran el templo. Cuando venís a presentaros delante de Mí, ¿quién demanda esto de vosotros, de que pisoteéis Mis atrios? No traigáis más vuestras vanas ofrendas, el incienso Me es abominación. Luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas: ¡no tolero iniquidad y asamblea solemne! Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece Mi alma; se han vuelto una carga para Mí, estoy cansado de soportarlas. Y cuando extendáis vuestras manos, esconderé Mis ojos de vosotros; sí, aunque multipliquéis las oraciones, no escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Isaías 1: 12-15 En medio de tantos hombres, Isaías era diferente. Según estudiosos de la Biblia, él era un joven de alrededor de 25 años cuando fue llamado por Dios. Pertenecía a la más alta aristocracia de la época y, cómo posible sobrino del rey Uzías, este noble linaje le brindaba una buena educación y excelentes perspectivas de futuro. Sin embargo, fue capaz de dejar todo eso para tener una única pretensión: atender de buena voluntad al llamado de Dios. Y lo hizo sin cuestionaral Altísimo sobre las condiciones que tendría y sin imponer límites para desempeñar su misión. Además, no buscó conocer las implicaciones desfavorables a las que estaría sujeto al asumir la función de profeta para un pueblo rebelde. La actitud de Isaías fue muy diferente a la que vemos en algunos “siervos” de la actualidad, que quieren dictar las reglas de su “servicio” al Señor. Dicen cosas como: “Me someto a esa persona, pero no a aquella… No me envíe a ese lugar, ya que es lejano y es difícil trabajar allí… No me mande que haga esto o eso, ¡porque no me gusta ese tipo de tarea o función!”. Con tales afirmaciones, estos llamados “siervos” demuestran que ellos mismos están en el mando de sus vidas y que la voluntad de Dios les importa poco. Por eso, se sienten con derecho a determinar como “servirán” al Señor. Dios tiene miríadas de ángeles a Su entera disposición (incluidos los serafines brillantes y temerosos alrededor de Su Trono). Si el Señor quisiera, tiene poder para realizar cualquier obra solo y a la perfección, pero Él prefiere escoger a seres humanos imperfectos para que puedan cooperar con Su Reino. ¿No deberían estos hombres y mujeres sentirse honrados con semejante privilegio? ¿No tendrían motivos suficientes para someterse con alegría al precioso servicio al Señor, incluso siendo un acto de sacrificio, pero de tremendo honor? De hecho, es un gesto de locura espiritual actuar con frialdad e indiferencia ante la elección personal del Todopoderoso. ¿Quién es la persona que Dios busca? La pregunta del Altísimo “… ¿A quién enviaré, y quién irá por Nosotros?...” en el momento del llamado de Isaías sigue resonando con fuerza en nuestros días, principalmente porque vivimos en los “tiempos difíciles” que preceden al regreso del Señor Jesús (cf. 2 Timoteo 3:1). Sí, en el pasado, antes de la invasión babilónica, Dios tenía prisa por llamar a los judíos al arrepentimiento, hoy Él tiene aún más urgencia de darle a la humanidad una oportunidad de salvación, antes del juicio final. Entendemos, entonces, que Dios busca a personas; pero ¿quién está dispuesto a entregar el 100% de su vida a Su servicio? ¿Quién Está dispuesto a soportar la renuncia que lo hace apto para el arado del Reino de Dios? Enfatizamos esto porque el siervo de Dios debe ser el propio sacrificio, como el Señor Jesús cuándo vino a este mundo; o como Abraham, que respondió a la voz del Altísimo cada vez que escuchó Su llamado. El compromiso del Creador con Sus criaturas es tan grande que, aunque fuera para rescatar a una sola alma del infierno, eso ya sería motivo suficiente para que Él enviara a Su Único Hijo al mundo. ¡Imagínese, entonces, para rescatar a millones de almas a lo largo de toda la historia de la humanidad! Fue por esa razón que el Todopoderoso hizo el plan de salvación de almas, obligándose a renunciar a Su Único Hijo para sacrificarlo hasta la última gota de sangre. Este evento señala el modelo de siervo que el Señor espera de aquellos que quieren cooperar con Su obra de salvar almas del infierno. Si nuestro Señor Jesús Se sacrificó hasta la última gota de sangre para salvarnos, pienso que Sus siervos deben estar dispuestos a sacrificar sus voluntades, sueños y proyectos personales para librar a aquellos que caminan a grandes pasos hacia la perdición eterna. Si, por un lado, la búsqueda de facilidades para servir al Señor se convierte en una enorme dificultad para el desempeño del trabajo del siervo, por otro lado, sus dificultades en el desempeño de su servicio se transforman en facilidades en la continuidad de su trabajo. Es contradictorio, pero eso es exactamente lo que hemos visto en nuestro propio ministerio. Entonces, la pregunta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo — “¿…quién irá por Nosotros?...” (Isaías 6: 8) — solo puede ser respondida por quién verdaderamente entiende que la salvación de un alma cuesta mucho. Costó la vida del Señor Jesús y también cuesta un alto precio para Sus siervos hoy. CAPÍTULO 2 El modelo de Hijo He aquí Mi Siervo, a Quien Yo sostengo, Mi escogido, en Quién Mi alma se complace. He puesto Mi Espíritu sobre Él; Él traerá justicia a las naciones. Isaías 42: 1 En este versículo, el Altísimo anuncia la calidad de la entrega del Señor Jesús al abrazar la misión de venir al mundo para dar Su vida. Y todos los bautizados con el Espíritu Santo, hijos y herederos de Dios, deben obligatoriamente estar enmarcados en este mismo modelo. La Palabra que salió de la boca del Dios Padre acerca del Dios Hijo muestra que Él quiere que pongamos nuestros ojos sobre el Señor Jesús, que es el modelo de Hijo y de Siervo en Quién debemos reflejarnos. “Jesús es Mi Siervo; Jesús es el escogido en Quien Mi alma se complace; Jesús es Aquel a Quien llene con Mi Espíritu; y Jesús hará público el derecho para los gentiles (no para los judíos)”. Era costumbre entre los reyes de esa época, inclinar sus brazos en demostración de tributo a su siervo más fiel. Esto es exactamente lo que sucede aquí en este pasaje bíblico de Isaías 42:1, cuando Dios, con un “he aquí “, nos invita a ver al Señor Jesús. El versículo describe una escena en la que el Padre reconoce la humildad, el amor y la servidumbre del Hijo hasta el punto de no solo extenderle los brazos, sino también derramarse en honra a Él. La obediencia de Jesús como Siervo es tan grande que Le da placer a Dios, de manera que Él mismo Se inclina al referirse al Hijo. La expresión “Mi siervo” también se encuentra en otros pasajes para mostrar cómo Dios trata a los que Le obedecen y cumplen Sus propósitos con lealtad. Algunos hombres que recibieron esta designación fueron Moisés (cf. Números 12:7), David (cf. Salmos 89:20) y los profetas (cf. Jeremías 7:25). Mientras que muchos se desgastan en busca de títulos, posición o lugares destacados en este mundo, el privilegio más extraordinario está al alcance de aquellos que sirven a Dios. No hay honra mayor que oír del Señor que somos Sus siervos. Otro punto para observar es el cuidado del Padre por el Hijo. Esto Se confirma varias veces en el Texto Sagrado (inclusive en Isaías) cuando Él dice “a Quien Yo sostengo”. Al enviar a Jesús, el Dios Padre sabía que Él llevaría la carga insoportable de los pecados de toda la raza humana. Por eso, Lo sustentó con un apoyo supremo: Su propio Espíritu. De esto aprendemos que solo aquellos que poseen el Espíritu de Dios logran ser sustentados ante las adversidades de la vida. Son estos los que vencen al mundo y destruyen a los enemigos de su fe. El siervo que da placer Dios Se deleitaba tanto en el Señor Jesús, y estaba tan satisfecho con Su obediencia y Su sacrificio, que les mostró esto a todos los que estaban presentes en Su bautismo: Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he aquí, los cielos se abrieron, y Él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él. Y he aquí, se oyó una voz de los cielos que decía: Este es Mi Hijo amado en Quien Me he complacido. Mateo 3:16-17 Vea que el Altísimo No insinuó ni habló con una voz susurrante y discreta. Él dio un testimonio público y en voz alta de aprobación a la entrega del Señor Jesús a Él ante todos los presentes. Esta misma declaración se oyó nuevamente en otra ocasión, esta vez en el Monte de la Transfiguración, ante Pedro, Jacobo y Juan: Y como ocho días después de estas palabras, Jesús tomó Consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Mientras oraba, la apariencia de Su rostro se hizo otra, y Su ropa se hizo blanca y resplandeciente. Y he aquí, dos hombres hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías, quienes aparecieron en gloria, hablaban de la partida de Jesús, que Él estaba a punto de cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros habían sido vencidospor el sueño, pero cuando estuvieron bien despiertos, vieron la gloria de Jesús y a los dos varones que estaban con Él. Y sucedió que al retirarse ellos de Él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es que estemos aquí; hagamos tres enramadas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías; no sabiendo lo que decía. Entonces, mientras él decía esto, se formó una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. Y una voz salió de la nube, que decía: Este es Mi Hijo, Mi Escogido; a Él oíd. Después que la voz se oyó, Jesús fue hallado solo. Ellos se lo callaron, y por aquellos días no contaron a nadie nada de lo que habían visto. Lucas 9: 28-36 ¿Por qué Dios deseó tanto expresar Su satisfacción por lo que el Señor Jesús era y hacía? El Padre no Lo amaba solo por ser Hijo, sino también porque era Siervo, pues el Señor Jesús tenía la libertad y el poder para hacer Su propia voluntad y no someterse. Sin embargo, Él no aprovechó Su condición de Hijo, sino que abrazó espontáneamente la obra que el Padre ideó para Su vida. Siendo Él el Creador de todas las cosas con el Padre (inclusive de la Ley para los hombres), Se sujetó al cumplimiento de todos los Mandamientos de manera perfecta. El Señor Jesús fue Siervo cuando ofreció Su Ser, Su trabajo incansable, Su descanso y Su sumisión a la autoridad de Sus padres terrenales y a la de los gobernantes de Su época. El relato de estos detalles es importante para que tengamos una pequeña noción de la obediencia y humildad del Señor Jesús en este mundo, aunque nunca logremos alcanzar la profundidad de la humillación a la que Él fue sometido cuando dejó Su gloria celestial para manifestarse en carne. Por estar limitados a nuestra pequeñez, nos es imposible imaginar el tamaño de Su grandeza, que fue sustituida por un cuerpo inferior al tornarse uno de nosotros. “Heme aquí”, dijo Jesús Cuando la Antigua Alianza estaba llegando al fin, debido a que el derramamiento de sangre de los animales se había vuelto insuficiente, era el momento de que la sangre perfecta fuera derramada en la cruz para, de hecho, satisfacer la justicia divina y purificar los corazones y las conciencias manchadas por la culpa. No fue Dios Quien exigió que el Señor Jesús cumpliera lo que, en la eternidad, había sido planeado, sino que fue Él mismo, el Hijo y Siervo, Quien vio que había llegado el momento y presentó voluntariamente al sacrificio. Vea: Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados. Por lo cual, al entrar en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda no has querido, pero un cuerpo has preparado para Mí, en holocaustos y sacrificios por el pecado no Te has complacido. Entonces dije: He aquí, Yo he venido (en el rollo del libro está escrito de Mí), para hacer, oh Dios, Tu voluntad. Habiendo dicho arriba: Sacrificios y ofrendas y holocaustos y sacrificios por el pecado no has querido, ni en ellos Te has complacido (los cuales se ofrecen según la ley), entonces dijo: He aquí, Yo he venido para hacer Tu voluntad. Él quita lo primero para establecer el segundo. Hebreos 10:4-9 Note que el Hijo, de buen grado, aceptó entrar al mundo a través del nacimiento uterino, de la misma forma que las demás personas. Él consintió que Su nacimiento fuera en un establo y que Lo pusieran en un pesebre (el comedero de los animales). Además, con humildad, recibió el cuerpo humano que el Padre Le preparó, por intermedio del Espíritu Santo. El Señor Jesús también aceptó a Su familia terrenal. Él no solo estuvo de acuerdo en convivir con pecadores, sino que también los amo y, en todo momento, les hizo el bien. Aún sabiendo que sería maltratado y traicionado, acogió con amor a todos, incluyendo al que Lo entregaría a la prisión. El Señor Jesús concordó en pagar el precio de ser la ofrenda sacrificial. Así, Él fue escupido, rechazado y Se tornó maldito en nuestro lugar. En el lugar donde la cruz de nuestro Salvador fue levantada, no había un Altar convencional (como el existente en el templo) ni un sacerdote visible para conducirlo a la muerte (como ocurría con los animales llevados para expiación de pecados); pero allí estaba el Dios Hijo completamente vacío de Sí mismo, siendo el Cordero que el Dios Padre sacrificaba en Su Altar natural, el monte Gólgota (cf. Mateo 27:33-35). Durante toda la vida, el Señor Jesús tuvo una sola aspiración y luchó diligentemente por ella: hacer la voluntad del Padre. Eso era tan importante para Él que repitió Su lema de vida muchas veces. Los discípulos entonces se decían entre sí: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que Me envió y llevar a cabo Su obra. Juan 4:33-34 Yo no puedo hacer nada por iniciativa Mía; como oigo, juzgo, y Mi juicio es justo porque no busco Mi voluntad, si no la voluntad del que Me envió. Juan 6:38 Y Se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de rodillas, oraba, diciendo: Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi Voluntad, sino la Tuya. Entonces se Le apareció un ángel del cielo, fortaleciéndolo. Lucas 22:41-43 Vea que, en ningún momento, el Hijo murmuró, sino que soportó los dolores de Su misión con magnífica fidelidad. Entonces, después de Su muerte y resurrección, Él fue recibido en el Cielo con las mayores honras jamás vistas por toda la eternidad. En el papel de Hijo y de Siervo, nuestro Salvador cumplió Su misión con excelencia. Consecuentemente, fue exaltado en gran manera por el Padre y todavía lo será, por los siglos de los siglos, por aquellos que hayan sido rescatados por Él. Ante eso, pienso que es imposible que alguien que es hijo de Dios no tenga el derecho de ser Su siervo y de servir como testigo de la justicia de Dios en este mundo, justamente porque, ante nosotros, está el modelo a seguir. Cuando nos reflejamos en Su vida y en Su servicio, aprendemos a servir de verdad y también nos diferenciamos de aquellos que dicen que Le sirven, pero que, en realidad, ni siquiera son de Él. Lo que Le costó a Jesús tornarse Siervo Dios quiere ver en nosotros lo mismo que vio en el señor Jesús. Entonces, debemos tener en cuenta el ejemplo perfecto y la conducta humilde de Aquel que tanto Se inclinó, de manera voluntaria, para obedecer a Su padre. Para comprender un poco mejor lo que Le costó al señor Jesús convertirse en la ofrenda de Dios (Siervo), debemos recordar Quién era Él —y es—y en qué necesito convertirse, para que así podamos imitarlo. … aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse, sino que Se despojó de Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, Se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:6-8 Las Escrituras revelan que el Dios Hijo disfrutaba de toda la gloria con el Dios Padre, incluso antes de la fundación del mundo (cf. Juan 17:5). Esto muestra que la relación entre el Señor Jesús y Dios era de una comunión eterna y singular. Pero, en Su encarnación, o sea, cuando vino al mundo en carne y hueso, Él no osó asumir la “forma” de Dios. Es decir, Él, que compartía los mismos atributos que el Padre, no luchó por mantener esa igualdad en la Tierra, cuando Se hizo humano. Al contrario, mantuvo oculta toda Su grandeza y belleza para vivir como una persona común, con las mismas particularidades que los demás, a fin de poder anunciarles el Evangelio. ¿Se imagina al Dios Hijo viviendo en la pequeña Nazaret de forma anónima durante 30 años? Esto muestra cuán simple y parecido a los demás hombres Se había vuelto. Lamentablemente, el contraste entre Su conducta y la conducta de muchos hoy en día es notorio. Mientras existen quienes quieren mostrar lo que no son para impresionar alos demás, el Señor Jesús Se disminuyó a Sí mismo y estuvo entre los hombres como si tuviera un “velo” que encubría Su gloriosa apariencia divina, pues solo así Él podría revelar Su forma de Siervo. Por lo tanto, el Verbo que Se hizo carne (cf. Juan 1:14) o la Palabra que Se hizo carne, que siempre fue Espíritu, recibió un cuerpo mortal, con debilidades, dolores, necesidades y deseos, además de estar sujeto a las corrupciones propias de la naturaleza humana. En la condición de Dios, Jesús nunca habría sido tentado por el mal; pero, en la condición de hombre, lo fue. Prueba de eso fue la tentación que sufrió en el desierto, cuando Satanás apeló a Su naturaleza humana y Le hizo propuestas proporcionales a Sus necesidades en ese momento (cf. Mateo 4:1- 11). Al decir que el Señor Jesús se vació de Sí mismo, estamos afirmando que dejó a un lado Su alta posición y majestad incomparable para asumir el puesto más humilde: el de Siervo del ser humano. Era así como Él servía al Padre: dedicándose a los perdidos y afligidos. Él Se humilló para socorrer a los que transgredían Su ley e incluso ocupó el lugar de ellos para morir. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10 Al cambiar el Cielo por la Tierra, el Señor Jesús experimentó los dolores, el sufrimiento y las circunstancias que afligen al ser humano. Él sabe exactamente cómo es vivir en este cuerpo, porque “sintió en la piel” nuestras penurias. Como hombre, Él venció las aflicciones a las que somos sometidos y, por ese motivo, puede compadecerse de nosotros y socorrernos. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Hebreos 4: 15 El Siervo obediente Vimos que el Señor Jesús no Se convirtió en Siervo por presión, imposición o punición. Él no dejó el Cielo por un castigo, como le sucedió al diablo (o a Adán y a Eva, cuando fueron expulsados del huerto del Edén). Sino que, de manera espontánea y placentera, el Hijo descendió a la Tierra y fue obediente al Padre desde Su Concepción hasta Su muerte. El énfasis de Su humillación estaba en morir por el tipo de muerte más cruel y vergonzosa que existía, pues la cruz era el castigo comúnmente aplicado a esclavos o malhechores (cf. Deuteronomio 21:22-23). En Su muerte, el Hijo estaba cubierto de pecado y deshonra extrema a los ojos del Padre, y ninguna de esas transgresiones era Suya. Mientras que la cruz era solo humillación para la sociedad en esa época, para el Señor Jesús era un Altar y, al mismo tiempo, el púlpito desde El cual Él predicaba el mayor Mensaje del Evangelio: el sacrificio de la propia voluntad por la voluntad de Dios. Fue la cruz la que llevó a nuestro Salvador a sentarse en un trono de gloria, junto al trono del Padre. Fue el sacrificio lo que Le dio un Nombre que está por encima de todos los nombres. Él habría podido evitar todo ese dolor, como le dijo a Pedro cuando este hirió a Malco, un soldado de la guardia del templo: ¿O piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y Él pondría a Mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? Mateo 26:53 A pesar de poder hacer lo que le dijo a Su discípulo, el Señor Jesús permaneció en Su propósito de hacer la voluntad del Padre. Con esto, vemos que siervo es aquel que es capaz de renunciar a sus derechos y privilegios en favor de los demás, y hace eso de buena voluntad. Incluso, Quién es siervo de Dios de verdad no vive pensando que el mundo gira a su alrededor, que todos tienen que servirle. El siervo nunca vivirá para agradarse a sí mismo, a su familia o a su carrera, pues todo lo que hace tiene como objetivo promover la gloria de Dios. De esta manera, no existe un tiempo o un periodo de la vida en que el siervo esté exento de servir, pues quién nació de Dios sabe que forma parte del Cuerpo para servir. Siendo así, la credencial de un cristiano genuino es su responsabilidad de contribuir al Reino. Consecuentemente, su visión no está en los beneficios que puede recibir de Dios, sino en lo que puede darle a Él. Esto va en contra de los deseos egoístas arraigados en el corazón humano, que normalmente solo piensa en sí mismo. El Señor y el esclavo En el Nuevo Testamento hay dos palabras interesantes para entender un poco más sobre la relación entre el Señor y el siervo: “Kyrios” (que significa señor, dueño, amo) y “doulos” (que significa esclavo). Ser esclavo en la época en la que el Imperio Romano dominaba gran parte del mundo —incluso Israel— significaba, entre otras cosas, ser privado de derechos, ser visto como propiedad de alguien y no ser consultado sobre nada. Y era como “doulos”, es decir, como esclavo, como más se presentaba el apóstol Pablo en sus cartas registradas en las Escrituras. Al hacer eso, él declaraba que ya no era señor de su propia vida y que ya no tenía libertad para decidir sobre su propio futuro. Él se había colocado como esclavo del “Kyrios”, es decir, del Señor Jesucristo, de Quien dependería totalmente. Haber entendido su posición y haberse rendido a la autoridad y al sacrificio hizo que el ministerio de Pablo fuese fructífero. Él fue el apóstol que plantó más iglesias y que más escribió y contribuyó al canon bíblico. Pablo permaneció firme en la fe cuando enfrentó hambre, desnudez, frío, azotes, lapidaciones, naufragios, prisiones, traiciones y abandono. Todo por el Evangelio. Con tamaño transformación espiritual, él comprendió el cambio de su condición. Antes, el apóstol era esclavo de Satanás, que es un pésimo señor para sus siervos, pero ahora Pablo entendía que había sido comprado por un buen precio (cf. 1 Corintios 7:23). Por eso, él abrazó esa oportunidad y no desperdició el alto privilegio de servir a Aquel que lo consideraba tan valioso. Sí, Dios nos considera de tal valor que nos compró al precio de la sangre de Su propio Hijo. Por tener esa visión, Pablo ni siquiera se consideraba un prisionero de Roma, a pesar de que lo había sido durante años. Él se consideraba un prisionero del Señor (cf. Efesios 3:1; 4:1;2 Timoteo 1:8). El apóstol era un cautivo de Dios de forma voluntaria y amorosa. Por eso, él pudo decir: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí…” (Gálatas 2:20). Podemos decir que Pablo fue la semilla que, cayendo en la tierra, murió, como enseñó el Señor Jesús: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. Juan 12:24 Por lo tanto, que fue escogido y engendrado por Dios también será esa semilla. Pero si usted todavía no lo fue, esa “esclavitud” a la que se refiere Pablo le asustará y no logrará entregarse con esa intensidad. CAPÍTULO 3 Jesús como Siervo Para que entendamos bien la trayectoria del Señor Jesús como Siervo, veamos Sus renuncias y Su conducta paso a paso: 1) Él nació del Espíritu Santo: “Este es el relato de cómo nació Jesús el Mesías. Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de que la boda se realizara, mientras todavía era virgen, quedó embarazada mediante del poder del Espíritu Santo” (Mateo 1:18 NTV). 2) Él fue bautizado en las aguas y con el Espíritu Santo: “Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he aquí, los cielos se abrieron, y Él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él.” (Mateo 3:16). 3) Él fue conducido por el Espíritu Santo al desierto: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mateo 4:1). 4) Él vivió para hacer la voluntad de Su Padre, pues Se torno Siervo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que Me envió”(Juan 6:38). 5) Él murió y consumó la obra de la salvación venciendo a la muerte, al mundo y al infierno: “Fue oprimido y tratado con crueldad; sin embargo, no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero. Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores, no abrió Su boca. Al ser condenado injustamente, se Lo llevaron. A nadie le importó que muriera sin descendientes ni que Le quitaran la vida a mitad de camino. Pero Lo hirieron de muerte por la rebelión de Mi pueblo. Él no había hecho nada malo, y jamás había engañado a nadie. Pero fue enterrado como un criminal; fue puesto en la tumba de un hombre rico” (Isaías 53:7-9 NTV) y “Entonces Jesús, cuando hubo tomado el vinagre, dijo: ¡Consumador es! E inclinando la cabeza, entrego el espíritu” (Juan 19:30). 6) Él Se sentó a la derecha del Dios Padre: “Él es el resplandor de Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, Se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). 7) Él envío a Su espíritu para que guiara a Sus discípulos: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse” (Hechos 2:1-4). Delante de esto, quien quiera servir al Señor Jesús tiene que saber que debe andar en Sus pasos, pues solamente los desiertos y las tribulaciones preparan a los verdaderos siervos de Dios. Las personas que conocen la Palabra de forma teórica —o sea, nunca probaron lo que está escrito en ella— no logran militar por el Reino de Dios. Una persona puede ser licenciada en Teología, pero, si no es regenerada por el Espíritu Santo, no entenderá, en la práctica, los asuntos relacionados al alma. Es necesario nacer de Dios, enfrentar luchas, decepciones, traiciones, crisis con los seres más queridos y todo tipo de prueba, pues es en estas que el Señor forja a Sus mejores siervos. Podemos también alegrarnos, pues ninguna entrega, renuncia, lucha o prueba vivida con fe será en vano. Tenemos innumerables promesas bíblicas que garantizan que habrá frutos espirituales y recompensa por esa trayectoria de vida, entre ellas: “…Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10) y “He aquí, Yo vengo pronto, y Mi recompensa está Conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12). Vale enfatizar que esa mortificación del “yo” a fin de obedecer completamente al Altísimo necesita ocurrir, pues Él solo puede trabajar a través de hombre y mujeres que, en el sentido espiritual, murieron para sí mismos. Lo que más se ve por ahí es “gente viva” vertiendo sus conceptos, opiniones, emociones y creencias; por eso, son incapaces de ofrecerle un servicio verdadero a Dios. Los “siervos vivos” son semillas secas e infructíferas que insisten en no ir al suelo, pues no quieren morir. Es decir, huyen de las humillaciones, de las injusticias y de los desafíos — que son propios de La vida cristiana — porque tienen más celo por su reputación e imagen delante de las demás personas. Podemos, entonces, concluir que tenemos que morir cada día para que seamos siervos de verdad. ¿No fue este el secreto del Señor Jesús? Con cada sacrificio que Él hacía, más el Padre aparecía por medio de Él; hasta que, en Su último gran sacrificio, nosotros fuimos llevado al Padre como hijos. Seamos el grano de trigo que muere, pues solamente ese crece, genera muchos otros granos y alimenta quién está a su alrededor. ¿Qué siente Dios al ver el sacrificio? En la solicitud de los griegos para ver al Señor Jesús, vimos a nuestro Salvador declarando que Su Obra solo podría ser victoriosa y alcanzar a otros hijos para el padre si Él perdiera lo que tenía más valor para Sí. O sea, el Señor Jesús hizo de Su alma (vida) la ofrenda perfecta, siendo Él la Semilla que le trajo prosperidad de almas al Reino de Dios. Esa profecía está registrada en Isaías 53:10: Pero quiso el Señor quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. Cuando Él se entregue a Sí mismo como ofrenda de expiación, verá a Su descendencia, prolongará Sus días, y la voluntad del SEÑOR en Su mano prosperará. Dios tuvo placer en el sacrificio porque fue ese gesto lo que prosperó Su Reino, generando a otros hijos como el Señor Jesús. El secreto del Padre para la multiplicación estaba en el acto de dar, aunque eso significara dar Su Bien más precioso. Imagínese que incluso el Dios Todopoderoso, infinito en atributos y grandeza, sufrió al entregar a Su Hijo, inocente, a la muerte. Y, aunque, Le causaron un inmenso dolor ver al Señor Jesús siendo abofeteado, azotado, lastimado y crucificado, el Señor Se agradó en saber lo que aquel momento posibilitaría. Eso no significa que el Padre tuvo placer en el sufrimiento de Su Hijo, sino que Él tuvo placer en la entrega (obediencia) de Jesús y en los frutos que aquel sacrificio proporcionaría. A causa de la cruz, la gran familia de Dios tiene descendientes provenientes de todas partes del mundo, pues un único “Grano de Trigo” murió y revivió multiplicado en una multitud que, con Él, vivirá eternamente. Yo soy El que vive. Estuve muerto, ¡pero mira! ¡Ahora estoy vivo por siempre y para siempre!... Apocalipsis 1:18 NTV ¿Cuánto cuesta entrar en el Reino de Dios? La idea primaria del sacrificio consiste en agradar, sobre todo, a aquel a quien se adora. Por eso, el Señor Jesús no consideró la vergüenza, las afrentas y el dolor; al contrario, soportó la cruz, pues Se enfocó solo en satisfacer a Su padre y en atender Su justicia. Puestos los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe, Quién por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y Se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2 Aprendemos, entonces, que quién nace de Dios desciende del Señor Jesús. En las Escrituras, Él es mencionado como el último Adán (cf. 1 Corintios 15:45). Por lo tanto, quien fue regenerado recibe de Él ese maravillosa naturaleza espiritual, que es completamente rendida al propósito de servir a Dios por encima de todo, no importando si eso costará su propia vida. Por otro lado, quien aún no fue generado por Dios desciende del primer hombre, Adán, formado del polvo de la tierra, y tiene solo la naturaleza terrenal. Eso quiere decir que aquellos que aún son descendientes del primer Adán aman al mundo y todos sus placeres. Egoístas, esas personas se colocan constantemente en primer lugar, pues no logran renunciar a sus deseos. Además, siempre huyen del sacrificio por considerar muy pesada la obediencia a los mandamientos divinos. La diferencia entre una persona que posee la naturaleza terrenal y una que tiene la naturaleza celestial es enorme. Mientras una se satisface solamente con lo que es terreno, la otra solo encuentra deleite en lo que es espiritual. Para quien es espiritual, servir a Dios es un privilegio y una oportunidad sin igual; pero, para el carnal, servir es un peso, una pérdida de tiempo y una gran tontería. Entonces, respondiendo a la pregunta inicial, ¡Entrar en el Reino de Dios cuesta mucho! Como mínimo, la vida completa, por entero, sin reservas y sin preocupación por los sacrificios que tendrá que hacer y enfrentar. Perder para ganar El siervo espiritual tiene placer en la voluntad de Dios, aunque, en muchos momentos, atender suSu voluntad puedepueda causarle incomodidad, separación de aquellos a quienes ama, dolores e incluso injusticias.Sin embargo, entiende la importancia de su renuncia y sabe que, según las leyes espirituales, quién pierde por amor al Señor Jesús ganará infinitamente más en el Reino de Dios. Por ser nacido de Dios, comprende bien la preciosidad de la vida eterna y, por eso, lucha por su propia salvación y también se la lleva a los demás. Veremos que el sacrificio era un tema recurrente en las enseñanzas del Señor Jesús. Él les enfatizaba eso, sobre todo, a los que deseaban seguir y servirlo a Él. Vea: El que ama su propia vida la pierde; pero el que odia su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Juan 12:25 RVA-2015 Nuestro Señor no Se está refiriendo a la muerte física como condición para la salvación; tampoco está diciendo que es necesario odiar a su propio vivir, pues la vida es una bendición de Dios. Para el Salvador, “odiar su vida” es morir para las prioridades que el hombre terrenal suele tener, como sus vanidades, sus diplomas y su posición social. Es dejar de amar lo que todos aman y le dan un inmenso valor, como la reputación, los bienes materiales, las amistades y la apariencia, para considerar aquello que Dios aprecia y pide en Su palabra. Es odiar todo lo que mancha nuestra conciencia, roba nuestra pureza y nos impide vivir 100% para Dios. Consecuentemente, “odiar su vida” significa estar dispuesto a hacer cambios radicales en sus voluntades, en sus gustos, en sus preferencias y en sus hábitos, con el objetivo de adoptar una nueva manera de vivir, pensar, actuar y reaccionar de acuerdo con la voluntad de Dios. Es, también, saber tomar decisiones de fe y mantenerse firme en ellas, independientemente de las circunstancias. Eso significa que debemos conservarnos fieles a nuestra fe cuando, delante de una presión, nos fueran propuestas situaciones que hieran los principios de la fe y amenacen nuestra salvación. Por ejemplo, saber decidir entre el Señor Jesús y la familia, entre el Señor Jesús y el trabajo, entre el Señor Jesús y la promoción profesional, etc. Pero ¿qué quiere decir eso? ¿Significa que debemos abandonar a nuestra familia, nuestro trabajo y nuestras aspiraciones a causa del señor Jesús? No necesariamente, a no ser que tales cosas intenten alejarlo de Él. Por ejemplo, si su jefe le pide que le mienta a alguien, ¿usted mentira para mantener su trabajo o se mantendrá en la verdad, firme en la fe, para no desagradar a Dios? Si su marido o su esposa le dicen “o tu Dios o yo”, ¿usted dejará al Señor Jesús para agradar a su cónyuge o soportará el dolor de la separación, creyendo que Él restaurará a su familia? Nuestro Salvador sabe bien cuán apegado y apasionado es el hombre natural por su vida en este mundo, pues es eso lo que este aprende desde que nace. Él pasa su existencia ansioso y agarrado a todo lo que tiene y desea tener, al punto de exponerse al ridículo, perjudicar su salud o a su familia y causar su propia ruina a cambio de la realización de sus sueños. Por eso, cuando el Señor Jesús enseña que, para ganar la vida que Él tiene para ofrecer, es fundamental que se renuncie a esta vida (la que el mundo ofrece), muchos se asustan. La ignorancia con respecto a la vida eterna y a las recompensas en el Cielo, que son infinitamente superiores a las terrenales, hace que las personas neciamente le dediquen su tiempo, sus fuerzas y sus energías solamente a aquello que está relacionado a sus intereses en este mundo. No piensan que los 80, 90, 100 años que puedan vivir, aunque sea con regalías, no significan nada comparados a la eternidad que, como el propio nombre dice, ¡jamás tendrá fin! He visto a cristianos e incrédulos apegados a esta vida, sin conseguir negar los placeres que este mundo ofrece. Con este gesto, demuestran que desprecian su propia salvación. Sin ninguna duda, quien escoge amar más a su propia vida en este mundo para evitar el rechazo, las persecuciones y el sacrificio de su voluntad perderá la vida eterna. Incluso porque no se puede amar y mantener las dos vidas, pues ambas son incompatibles. Solo podrá vivir la eternidad con Dios quien fuera capaz de renunciar a su vida en este mundo por amor al Señor Jesús. Por eso, cuando alguien pregunta cuánto cuesta la salvación, la respuesta tiene dos verdades fundamentales: nada y todo. “Nada” porque el Señor Jesús pagó el precio que, para nosotros, meros pecadores mortales, sería impagable. “Todo” porque el Salvador pide que tengamos fe para entregar toda nuestra vida en sumisión a Él. Sé que, en la teoría, eso puede ser muy lindo y fácil, pero, en la práctica, vivir en el día a día todo lo que decimos es muy difícil. Consciente de eso, el Señor Jesús fue explícito al decir en que pocos serían salvos, pues no sería fácil esa renuncia. Por ese motivo, Él dijo que la puerta es estrecha y el camino es angosto (cf. Mateo 7:-13- 14). No obstante, no hay nada que el Señor Jesús nos pida que no podamos hacer. Después de todo, Él mismo nos da fuerza y condiciones para obedecer. El pilar no puede ser descuidado El pilar fundamental del Evangelio consiste en negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguir al Señor Jesús (cf. Lucas 9:23). Y fue exactamente eso lo que Él hizo: perdió Su vida por tener en vista la gloria y la satisfacción de Dios. Esta enseñanza sobre el sacrificio que la fe exige ha sido descuidada por muchos predicadores en nuestros días. En muchos sermones, notamos que la puerta para el Cielo, en la visión de ellos, fue “reformada y se amplió”. Para tener la presencia de las personas en sus iglesias, muchos de ellos han adaptado sus discursos a una platea que quiere entrar en el Reino de Dios, pero no quiere renunciar a sus voluntades carnales. ¡Eso es algo imposible! El sacrificio de la obediencia es la esencia de las Sagradas Escrituras. No hay forma de que una persona viva en desobediencia deliberada a Dios y que sea salva. Sin embargo, muchos pastores están adaptando el Evangelio al gusto de sus oyentes. Pocos entienden y menos aún son los que viven lo que el apóstol Pablo dijo sobre perder para ganar: Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a Él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo. Filipenses 3:8 NTV La sublimidad del conocimiento del Señor Jesús hizo que Pablo deseara su alta posición en la sociedad judaica, así como sus privilegios como fariseo respetado, su reputación (proveniente del cuidado religioso), su honra adquirida por su inteligencia y estudios, además de sus amistades. Al convertirse y abrazar su misión, el apóstol dejó sus preferencias de vivir en un determinado lugar, abandonó la expectativa de un brillante y seguro futuro y consideró todas las pérdidas como escoria, o sea, algo vil, insignificante e inútil, comparado con la excelencia de la salvación. En fin, dejó todas las cosas que, a los ojos humanos, eran valiosas para sufrir privaciones, injurias, maltratos, prisiones e incluso la muerte. Y pasó por todo eso feliz, sin murmurar o pensar que la obra que Dios le había designado era una carga. Pablo fue realizado en lo que hizo porque tenía como privilegio ser esclavo del Señor Jesús, como él mismo se consideraba. Sufrir por su Salvador era su misión de vida. Quién verdaderamente sirve al Altísimo tiene ese mismo espíritu porque carga en su ADN está verdad innegociable: quien no pierde su vida no gana al Señor Jesucristo. Si alguno Me sirve, el Padre lo honrará Para quienes “odian” su propia vida por amor al Señor Jesús, este sacrificio no es algo que genera amargura o sufrimiento. Al contrario, con cada renuncia para servir a Dios, crecen el entendimiento y el deseo de ofrecerse aún más a Él. Sin embargo, esta fe no es de todos; por eso, el Salvador dice: “Si alguno Me sirve, que Me siga; y donde Yo estoy,allí también estará Mi servidor; si alguno Me sirve, el Padre lo honrará”(Juan 12:26). Al introducir la partícula condicional “si”, el Señor Jesús resalta que, aunque la mies esté abierta para todos, no son todos los que están dispuestos a tomar el arado para honrarlo. Por eso, la cantidad de siervos genuinos no es tan grande. Entonces, si a usted le fue revelada la grandiosidad del sacrificio, siga al Señor Jesús negándose a sí mismo y, así, usted estará va usted estará blindando su fe. Y esté en paz, pues, en el camino de la renuncia rumbo a la consumación de la salvación, usted también pasará por el placer de servir al Rey de reyes. Pues quién fue salvo no logra ver un propósito más sublime para su vida que vivir para servir a Dios. Aproveche el tiempo en el que esté en esta Tierra para cooperar con la obra que el propio Dios ha hecho en este mundo. Dele las manos a Él en Su plan de llevarles la salvación a los afligidos, pues todos los que abracen Su misión serán honrados por el Padre, como el Señor Jesús aseguró. ¿Tendría el siervo mayor recompensa que ser honrado por su Señor? Aquí sufrimos tribulaciones, injusticias y calumnias, pero guardado con Él está nuestro galardón en el Cielo. Nuestra parte es entregar nuestra vida y odiar aquello que el mundo ama para seguir ininterrumpidamente el ejemplo del Señor Jesús durante toda nuestra vida. Si hacemos nuestra parte, están establecidas las siguientes promesas: • Dios nos hará producir muchos frutos en este mundo. • Tendremos la vida eterna. • Estaremos con el Dios Hijo en la gloria. • Seremos honrados por el Dios Padre. En cuanto a esta última promesa, estoy seguro de que no se trata solo de recompensas terrenales, sino del galardón eterno, pues, en esta vida finita y pequeña, jamás lograremos disfrutar de toda la honra que la fidelidad a Dios puede proporcionar. Pero, a pesar de esas gloriosas recompensas, estaremos preparados, pues, desde los días de Abel, pasando por todos los profetas y discípulos, nadie dejó de ser odiado, perseguido o maltratado debido a su fe. “ El que ama su vida la pierde ” CAPÍTULO 4 Sacrificando sueños y proyectos personales Necesitamos entender que no hay forma de ir al Padre por el Hijo, conducido por el Espíritu Santo, sin el sacrificio de la renuncia de la vida en este mundo por completo. ¿Cómo el siervo del Altísimo se dispone a decir “heme aquí” sin renunciar a los sueños y proyectos personales? ¿Cómo alguien se propone a servirle y, al mismo tiempo, piensa en sacar provecho de eso? La Obra de Dios no fue, no es y jamás será el ejercicio de una profesión o un medio de vida para sí y para su familia. La ausencia de esa conciencia ha sido la razón de que muchos llamados hayan sido descartados a lo largo de su jornada. El verdadero siervo es consumido por el servicio del Señor durante toda su vida, así como ha ocurrido con Su Hijo en este mundo. El Espíritu del Señor Dios está sobre Mí, porque Me ha ungido el SEÑOR para traer buenas nuevas a los afligidos; Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del SEÑOR, y el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran. Isaías 61:1-2 Esta profecía de Isaías se refiere, primeramente, al oficio del Señor Jesús como Mesías. A fin de cuentas, el Hijo de Dios reveló que esta se cumplía en Su promesa, en la ocasión en la que leyó las Escrituras en la sinagoga, en Nazaret (cf. Lucas 4:18-21). Él Se hizo hombre para realizar la obra de redención que les posibilitaría la salvación a los seres humanos. Esta profecía se extiende a todos aquellos que fueron llenos del Espíritu Santo y que van a servir a los propósitos divinos en este mundo; pues tenemos, de parte de Dios, la garantía de que el mismo Espíritu que reposó sobre el Señor Jesús reposará sobre Sus siervos, dándoles la capacidad de predicar las Buenas Nuevas con poder y autoridad para liberar a los prisioneros del pecado y alcanzar a los que están afligidos en las tinieblas. Así como el Salvador, ellos se tornan instrumentos para predicar el con poder, sea por medio de palabras o por medio de su testimonio de transformación de vida. Los verdaderos siervos del Altísimo abrazan su misión y viven como Juan el Bautista, o sea, de forma despojada de los placeres de este mundo. Él, que fue el encargado de preparar el camino para la manifestación del Señor Jesús, vivió poco tiempo y pasó ese periodo en el desierto, lejos de todas las distracciones y facilidades. Él no estuvo preocupado por tener bella ropa ni por agradar a su paladar con un menú sabroso. La Biblia dice que su vestuario era hecho de pelo de camello y un cinto de cuero, y que su alimento eran langostas y miel silvestre. Estoy seguro de que eso está registrado para mostrar la responsabilidad que le fue confiada al profeta y el grado de sacrificio y entrega que estuvo dispuesto a hacer por esta. Y él, Juan, tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a la cintura; y su comida era de langostas y miel silvestre. Mateo 3:4 Por predicar la verdad, él salió del desierto hacia la muerte; pero, incluso teniendo una vida breve, dejó el legado de un siervo que cargó en su vida las marcas de la renuncia. Juan el Bautista tuvo un ministerio corto, así como el Señor Jesús, que también vivió durante un corto tiempo hasta morir en el Calvario. Esa vida de sacrificio fue la misma que todos los profetas y apóstoles del pasado, y es la misma de los demás siervos de hoy. Juan el Bautista no tuvo tiempo para disfrutar la vida como el rey Salomón. Al contrario, el estilo de vida del precursor del mesías era totalmente contrastante con la de los reyes, nobles y sacerdotes. Juan no vivió en palacios, no se vistió con elegancia ni probó la comodidad; al contrario, su simplicidad era conforme a las montañas del desierto de Judea donde vivía. Nada de banquetes, fiestas, brillos, ropa suave o facilidades, y sin sacrificio. Lamentablemente, muchos de los que hoy se presentan diciendo “heme aquí “tienen la intención de aprovecharse del oficio de profeta para vivir como reyes, y no para dedicarse totalmente a la misión dada por el Altísimo. Debido a eso, un gran número ha desistido, desertado e incluso se ha suicidado. De forma frecuente, hemos oído relatos de pastores, presbíteros, misioneros y obreros sumergidos en la depresión, en la apatía y en el desánimo, sin contar a aquellos que se quitaron la vida. La Obra del Altísimo no es una “buena idea”, mucho menos una aventura. El “heme aquí “significa sacrificio total. ¡Es todo de sí por el TODO DE DIOS! Fácil decirlo, difícil cumplirlo Vimos que Isaías atendió rápidamente el llamado de Dios en el pasado, pero ¿cuál ha sido la respuesta al llamado de Dios hoy? Es simple y fácil responder “heme aquí “. Lo realmente difícil es poner esa declaración en práctica. Es difícil porque exige que la persona niegue su propia voluntad para hacer la del Señor Dios. La práctica del “heme aquí” exige que la persona “muera para sí misma” para estar dispuesta a hacer la voluntad de Aquel que dice: “¿A quién enviaré?”. En este mundo, es posible conciliar el trabajo para dos o tres patrones o tener más de un empleo; pero, para quién ya Le entregó su vida a Su Majestad y Rey del Reino de Dios —el Señor Jesús—, es imposible sujetarse a dos señores. Quien esté dispuesto a cumplir el “heme aquí” tiene que estar muerto para su propia voluntad. La renuncia de la propia vida por la fe es algo tan fuerte que incluso hoy los cristianos primitivos ganan almas a través de sus historias de vida y confianza en Dios. Muchos fueron valientes al punto de morir martirizados, o sea, enfrentaronuna muerte muy cruel porque no querían dejar de anunciar el Evangelio de la salvación. Los discípulos, por ejemplo, sacrificaron sus voluntades, sus sueños, el futuro al lado de sus seres queridos y la tierra natal para vivir como prisioneros de la voluntad del Salvador. En sus epístolas, el apóstol Pablo no se cansaba de identificarse como un esclavo y prisionero del Señor a Quién servía. Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero Suyo, si no participa conmigo en las aflicciones por el evangelio, según el poder de Dios. 2 Timoteo 1:8 A ejemplo del Hijo de Dios, que nació de Su Espíritu no para disfrutar de la gloria de este mundo, sino para servir al Padre como sacrificio vivo hasta la muerte, el ciervo del Señor Jesús también tiene que ser el propio sacrificio vivo, santo y aceptable hasta la muerte, si quiere seguir venciendo hasta el fin. Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, qué es vuestro culto racional. Romanos 12:1 El clamor de las multitudes La aflicción y el extremo cansancio físico de las multitudes llamaban la atención del Señor Jesús a medida que Él recorría “…todas las ciudades y aldeas, enseñando en la sinagogas de ellos, proclamando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mateo 9:35). Al caminar en medio de la multitud por todas las ciudades y poblados por dónde pasó, el Señor Jesús vio a un pueblo afligido, cansado y totalmente perdido. Él tuvo una profunda compasión por aquellas personas y las vio como ovejas sin pastor. La oveja sin pastor es como una escuela sin profesor, un hospital sin médico, un avión sin piloto o una nación sin gobierno. Sin dirección y sin objetivo, todo fracasa y pierde el sentido. Sin el conocimiento y la práctica del Evangelio, el ser humano vive el caos en su existencia. Sin la salvación, el sufrimiento y la desesperación son certezas que el hombre cargará a lo largo de su vida. Cualquier intento de alivio que no venga de lo Alto no pasará de ser placebo, algo sin efecto concreto. El Señor Jesús vio a aquel pueblo frágil, indefenso y expuesto a todo tipo de peligro en este mundo. La multitud andaba sin rumbo y estaba hambrienta en el cuerpo y en el alma. El Salvador sabía que, así como la supervivencia de las ovejas depende del cuidado de su pastor, aquellas personas necesitaban la ayuda que solo Él tenía para darles. Fue delante de esa escena que nuestro señor amplió la visión de los discípulos para el tamaño de la mies y para la responsabilidad de cada uno. … A la verdad, la mies es MUCHA, pero los obreros son POCOS. Mateo 9: 37 RVA-2015 (mayúsculas del autor) El mundo continúa siendo un lugar de muchas ovejas perdidas, desesperadas y desgarradas, que necesitan urgentemente al Pastor de sus almas. Las personas están dispuestas, en todos los lugares, a recibir el Evangelio, desde las grandes metrópolis hasta la más pequeña aldea. Pero ¿quién tiene compasión de ellas? ¿Quién ve y siente lo mismo que el Señor Jesús sintió frente a los afligidos? ¿En qué categoría de trabajador usted se ha encajado en el reino de Dios? ¿Está entre los muchos a los que no les importa la aflicción y el cansancio de los perdidos o entre los pocos que han dado la vida por ellos? Los que viven en tinieblas no necesitan solamente a gente que les predique, sino a hombres y mujeres que sientan su dolor, que tengan misericordia y que se comprometan a gastar la vida en favor de la misión de salvar almas. Inmediatamente después de mostrarle a Sus siervos la imperiosa necesidad de la Obra, el Señor Jesús los mandó a orar al Señor de la mies para que envíe trabajadores. Parece un pedido extraño, pues, ¿por qué tenemos que rogarle al Dueño de la mies por algo que Él sabe que necesita? Pienso que el siguiente pasaje responde a nuestra pregunta: Así ha dicho DIOS el Señor: Aún seré solicitado por la causa de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños. Como las ovejas consagradas, como las ovejas de Jerusalén en sus fiestas solemnes, así las ciudades desiertas serán llenas de rebaños de hombres; y sabrán que Yo soy el SEÑOR. Ezequiel 36:37-38 RVR1960 La palabra “hombres” remite al desarrollo de la civilización. Además de multiplicador, él es proveedor y protector. Desde el punto de vista espiritual, remite a la figura de la nueva criatura, nacida del Espíritu Santo; por eso, es considerado ovejas consagradas y ovejas de Jerusalén. Así como el aumento del rebaño de ovejas es una satisfacción para el hacendero, Dios ve como una bendición al crecimiento de Su rebaño de siervos. Entonces, orar por más trabajadores es una forma de elevar nuestra mente al gran deseo de Dios por personas generadas por el Espíritu Santo. Estas serán hijas e hijos nacidos en casa, como los 318 siervos de Abraham, dispuestos a luchar la guerra del Altísimo por las almas. Serán trabajadores del Reino de Dios, independientemente del lugar en el que están o de la posición que ocupan. Sus frutos serán verdaderos y permanentes, sea predicando en un púlpito, en la calle, en un hospital o en un presidio. Estos siervos se hacen útiles porque, así como Dios, oye el clamor de las multitudes por socorro y amparo. ¿Carga o privilegio? Dios no necesita siervos, y eso es una realidad, pues Él es autosuficiente en todo. No hay nada que podamos ofrecerle para aumentar Su poder, Su gloria o Su autoridad. Sin embargo, Su Obra necesita, y el Altísimo nos da el privilegio de servirle. Tal honra es considerada por Él como una dádiva. Por eso, no puede ser apoderada por quienquiera que sea, pues es atribuida a aquellos que fueron regenerados y salvos. Cuando Dios instituyó el servicio sagrado en el tabernáculo, Él hizo una declaración que confirma que servirle es un regalo de Él para nosotros. Vea: Pero tú y tus hijos contigo atenderéis a vuestro sacerdocio en todo lo concerniente al altar y a lo que está dentro del velo, y ministraréis. Os doy el sacerdocio como un regalo para servir, pero el extraño que se acerque morirá. Números 18:7 El tabernáculo representaba la habitación de Dios entre los hombres (cf. Éxodo 25:8) y todos los utensilios sagrados dentro de él simbolizaban al Señor, a Su hijo y a Su obra de redención (salvación de la humanidad). Por eso, toda la responsabilidad referente al altar del holocausto, al altar del incienso, a la mesa de los panes de la proposición, al candelabro y al Santo de los Santos fue conferida Aarón y a sus hijos. Al especificar quién Lo serviría en el tabernáculo, el Altísimo dejó en claro que la elección para el sacerdocio Le pertenecía solamente a Él, y qué les atribuiría esa función solamente a aquellos que fueran de Su confianza. Consecuentemente, esa dádiva divina entrega a Aarón y a sus hijos —y hoy a nosotros, que somos Su pueblo y tenemos la gran honra de servirle (cf. 1 Pedro 2:9) — expresa una riqueza inescrutable (cf. Romanos 11:33). Es decir, es un privilegio tan grande, tan especial, con un significado tan profundo, que es imposible para la mente humana comprenderlo. Por eso, la responsabilidad de valorarlo. Esa riqueza inescrutable, o inmensurable, es un regalo del Señor y, como todo regalo, le provoca mucha satisfacción a quien lo recibe. De esta forma, cuando Dios nos eligió para servirle, quería proporcionarnos alegría. Una prueba de eso es que Él llega a decir que ese es un privilegio peculiar y restringido para los Suyos, y que de ninguna manera el “extraño” puede atreverse a usurpar ese derecho, bajo pena de sufrir el juicio divino. Ese entendimiento también es reforzado en Hebreos 5: 4: “Y nadie toma este honor para sí mismo, sino que lo recibe cuando es llamado por Dios,así como lo fue Aaron”. Por lo tanto, servir al Altísimo es motivo de gloria indescriptible y nunca puede ser considerado como una obligación, una carga o una prisión. Quién es lleno del Espíritu Santo de esa oportunidad como una prueba de la grandiosidad de Dios y, por eso, desarrolla su servicio con gratitud, temor, placer y santidad. El Altísimo Dios es el Señor Único, Omnipresente, Omnipotente y Omnisciente. En Su eterna condición de Señor, solamente Él tiene autoridad para escoger a Sus siervos. Claro que el criterio de Su elección es que sean justos o que, por lo menos, quieran vivir en la justicia. El gozo de ser un cooperador de Dios Dios no necesita ponerle flores a Su discurso para hacer que Sus Palabras sean aceptables. Él es lo que es. Él piensa lo que piensa y determina solamente aquello que desea. Si a los seres humanos no les gusta, no obedecen o desprecian Sus instrucciones, Dios continúa siendo el mismo. La incredulidad humana no altera en nada la grandeza de Todopoderoso. Dios no es un ser carente que necesita nuestra declaración de amor y alabanza. Desde la eternidad, Él Se deleita en su Hijo, y ese placer ya Lo satisfacía plenamente. Dios tampoco disputa un cargo de comando, pues Él ya es Señor para siempre. Por lo tanto, Dios no hace nada por necesidad, pues es autosuficiente. Nada de lo que el Creador hizo fue para impresionar al hombre, por presión o por querer ser proactivo. De lo micro a lo macro en el Universo, Dios hizo lo que deseó hacer. Desde la pequeña abeja hasta el más grande planeta, Él lo ideó y lo trajo a la luz de acuerdo con Su gusto. Consecuentemente, entendemos bien que el Creador es superior. Él no necesita a Sus creaciones y, mucho menos, está sujeto a estas. (Muy diferente a nosotros, que nacemos desnudos, dependientes de los demás e inmersos en ignorancia). Pasamos toda nuestra vida en la búsqueda de suplir carencias y necesidades. E, incluso corriendo y teniendo anhelos durante toda nuestra existencia, terminamos la jornada con la sensación de que no aprendimos lo suficiente, no hicimos todo y no aprovechamos el tiempo que tuvimos. Al trazar un paralelo entre nuestra pequeñez y la grandeza de Dios, concluimos que el Soberano no necesita ayuda. Entonces nace la gran pregunta: ¿por qué el Altísimo nos escogió para que Le sirviéramos si no nos necesita? ¿Y por qué Él confío en nuestras manos la mayor de todas las responsabilidades, qué es anunciar la Palabra que puede promover tanto la salvación de miles de millones como la condenación a estas al lago de fuego y azufre? Pienso que este gran privilegio fue dado porque Dios quería que fuéramos participantes de Su alegría al ver a un alma salvada. Quien, de hecho, sirve a Dios con sinceridad y devoción logra sentir el gozo indescriptible en el alma por poder cooperar con el Reino de los Cielos. La Obra es de Dios, las almas Le pertenecen a Él y el poder para predicar, curar y liberar también es de Él. Entonces, en la misión de servirle, entramos solo con nuestra entrega, es decir, con nuestra disposición sincera. El resto de todo el trabajo Le corresponde al Espíritu Santo. Y, como si no va a estar a que Dios hiciera todo por medio de nosotros, además promete recompensarnos al final. ¿No es eso extraordinario? “ Cuando Dios nos eligió para servirle, quería proporcionarnos alegría. ” CAPÍTULO 5 El siervo en el Cuerpo El Cuerpo de Cristo (la iglesia) está compuesto por innumerables miembros cuya función principal es estar 100% sometidos a la orientación del Cabeza (el Señor Jesucristo). Tales miembros jamás pueden ni siquiera pensar en ser cabeza; de lo contrario, dejarían de servir al único Señor y Salvador, el Cabeza de la Iglesia, el Señor Jesucristo. Dirigido por el Espíritu Santo, el apóstol Pablo dice: Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en Quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para hacer un templo santo en el Señor, en Quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. Efesios 2:19-2 Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos. Efesios 4:1-6 La Iglesia del Señor Jesús es UN solo cuerpo debido a UN mismo Espíritu que la envuelve. Solo El poder del Espíritu Santo es capaz de unir a personas de diferentes edades, culturas, etnias, nacionalidades y temperamentos y ajustarlas a un cuerpo santo. Cuando el siervo es insertado en este cuerpo, pierde su mentalidad egoísta, fundamentada en el “yo”, y pasa a vivir con la mentalidad espiritual del “nosotros”, conforme pidió el Señor Jesús en oración: Para que todos sean uno. Como Tú, oh Padre, estás en Mí y yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros… Juan 17:21 El Espíritu Santo en el cuerpo espiritual funciona como la sangre en el cuerpo físico que circula desde lo alto de la cabeza hasta los pies. La importante unidad de fe en la Iglesia solo puede venir de Él. También solo logra cumplir la orden divina de ir y predicar hasta los confines de la tierra si la persona fuera realmente llena del Espíritu Santo. Por lo tanto, pobres y ricos, cultos y analfabetos, jóvenes y ancianos, todos necesitan el bautismo con el Espíritu Santo. Quién se aventura en la Obra de Dios sin ese revestimiento de poder está menospreciando un principio: es el Espíritu Santo Quien debe usarnos para Sus fines, y no nosotros a Él para que alcancemos objetivos ocultos. Aún sobre el Cuerpo (la iglesia), vemos: Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error; sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de Quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor. Efesios 4:11-16 La Iglesia del Señor Jesús tiene muchos miembros y cada uno tiene una función distinta y necesaria para todo el Cuerpo. Hay diversidad de dones y de responsabilidades; por eso, vemos la diferenciación de algunos oficios, como apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Así como ocurre en el cuerpo físico, no hay competencia entre los miembros del cuerpo espiritual (la iglesia). Todos trabajan en armonía para su propia preservación; es decir, todos los siervos trabajan en un mismo objetivo, qué es promover el Reino de Dios. Por lo tanto, la variedad de dones, de propósitos y de servicios es según la voluntad de Dios. El ojo, por ejemplo, puede ser un miembro maravilloso de nuestra constitución, pero no es más importante que los otros miembros. Si
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