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Heme aquí Señor!

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Agradecimientos 
Quiero agradecerle a Dios por Nubia Siquiera, que Le dijo 
“heme aquí” a Él y me ayudó en la preparación de los textos 
que componen este libro. 
 
 
 
 
Mi mayor 
deseo a los 70 años 
 
 
En 2015, cumplí 70 años e hice una oración. En ella, Le pedí a dios 
que Él me usara más en mis últimos años de vida de lo que lo había 
hecho hasta entonces para ganar almas. Quería recomenzar, como si 
nunca lo hubiera hecho en los 50 años en los que había caminado 
con Él. 
También Le hice otro pedido al Señor: que Él me abriera la visión y 
nuevas puertas, para que mi servicio a Él se tornara más fructífero, 
más abundante. Desde entonces he estado aún más absorbido por 
el deseo de servir a mi Dios, de modo que los intereses en asuntos y 
actividades útiles y seculares, muchas veces completamente inútiles, 
dejaron definitivamente de tener espacio en mi vida diaria. 
Así, mi conciencia se ha ido ampliando cada vez más sobre la 
importancia de mi vocación y sobre el alto privilegio de lo que hago 
y para QUIÉN lo hago. Mis pensamientos e intenciones giran en torno 
a una sola pregunta: ¿cómo puedo honrar más a mi Señor? 
Él me ha respondido que la mejor manera de demostrar mi amor es 
sirviéndole con todas mis fuerzas. Y esto dentro de una obediencia 
integral a Su voluntad, que es, de hecho, la única prueba de que mi 
devoción a Dios es verdadera, conforme está escrito: 
 
…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, 
y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti 
mismo. 
Lucas 10:27 
 
Así he vivido cada día y he buscado alegrar el corazón de Aquel que 
me salvó, llevándole la salvación al mayor número de personas que 
pueda. Esa alegría – y también muchas otras experiencias que he 
tenido – no se pueden limitar a mí ni a algunas personas que viven 
conmigo. También quiero compartirlo con usted que es siervo del 
Señor Jesucristo, para que su corazón pueda arder de amor por 
nuestro Salvador y para que usted pueda permanecer en el único 
propósito por el cual vale la pena vivir y morir en este mundo: servir 
al Dios Altísimo mientras haya aliento de vida en nosotros, pues es 
exactamente eso lo que haremos por toda la eternidad. 
Le invito a caminar con el Señor a través de estas páginas para que 
pueda ser renovado en su fe y en su servicio a Él. 
 
INTRODUCCIÓN 
 
 
¿Cómo encontrar palabras para 
glorificar a Aquel que es la gloria 
misma? 
 
 
Los cielos hablan de las grandiosas obras de Dios. Y si incluso el 
firmamento les anuncia la gloria del Altísimo a los habitantes de la 
Tierra, ¿cómo no podría yo también honrar a mi Señor? 
 Pero ¿cómo un ser mortal, tan susceptible a cambios y variaciones, 
podría hacerle útil al Dios inmutable, eterno y completamente leal a 
Sus promesas? 
Es el Dios incorruptible y eternamente perfecto, dándole 
oportunidad al corruptible y fallo de adorarlo y servirlo. Es el Dios 
simple, pero poseedor de todo. El Único que puede ofrecer dádivas 
y socorrer a todos los seres humanos, sin empobrecerse ni debilitarse 
jamás. Es el Dios que no puede perfeccionarse ni volverse superior, 
pues Él fue, es y siempre será excelente en todos Sus atributos. El 
Único que puede ser llamado Dios Vivo, pues todos los demás no 
pasan de ser ídolos inanimados. ¿cómo tendría coraje de negarle 
algo a Él? 
 Es el Dios omnipotente y bueno que abrió mis ojos para verlo y mi 
mente para percibirlo. Porque, por mí mismo, no hubiera logrado 
encontrar a Dios, aunque Lo buscara con todas mis fuerzas e 
inteligencia. Ahora bien, si no solo Se me reveló, sino que también Se 
dejó encontrar por la fe, ¿cómo yo no Lo buscaría? 
Si el Dios de riquezas incontables y de creaciones tan formidables a 
Su disposición eligió usar las cosas más humildes, las despreciadas y 
las que nada son para avergonzar a las que son, ¿cómo yo no me 
sentiría privilegiado de estar a Su servicio? ¿Cómo yo no temería y 
no temblaría al saber que el Dios purísimo quiere habitar en mí? 
Aquel que tiene Su santidad proclamada en coro en el Cielo por los 
ángeles ininterrumpidamente. 
¿Como yo no sería fiel y no andaría en rectitud conociendo al Dios 
perfectamente justo para con todas Sus criaturas? ¿Cómo desearía 
yo gloria personal, si el Hijo de Dios solo buscó la gloria del Padre en 
todo lo que hizo? ¿Como yo no obedecería al Dios Todopoderoso, 
sobre Quién reposa un poder inagotable para retribuir el bien o el 
mal que hacen los hombres? ¿Cómo podría escapar de los ojos de 
Aquel que todo lo ve, todo analiza y todo juzga? ¿Cómo alabaría a los 
hombres si solo a Ti es debida la gloria? Eres Tú Quien nos ha dado 
cuerpo, alma y espíritu para vivir y fe para buscarte. 
Entonces: “No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a Tu nombre 
sea toda la gloria, por Tu amor y por Tu fidelidad” (Salmos 115:1 
NTV). 
Y, ante el Dios altísimo, qué hace un tan sublime llamado, yo solo 
puedo decir: 
¡Heme aquí, Señor! 
 
 
CAPÍTULO 1 
 
 
 
¡Heme aquí! 
 
 
“Hinení Shlachêni” fue la respuesta que El profeta Isaías le dio al 
Señor al oírlo decir: “… ¿A quién enviaré, y quién irá por 
Nosotros?...” (Isaías 6: 8). La traducción de esta expresión es: “Heme 
aquí, envíame “. 
“Hinení” es la combinación de dos palabras: “híne” (mire, vea, 
observe o fíjese en este lugar, exactamente aquí) y “ani” (yo). 
Podemos decir que, en otras palabras, Isaías dijo: “Hey, Señor, ¡estoy 
aquí listo y rendido a Tus órdenes! ¡Mírame! ¡Cuenta conmigo para 
lo que sea! ¡Estoy dispuesto a servirte con toda mi vida!”. 
“Heme aquí!” es una de las expresiones más profundas de la Biblia. 
En un sentido muy amplio, expresa la seriedad de un compromiso 
asumido –o un voto– con Dios. Por lo tanto, implica un sacrificio total 
de vida, una auto entrega a Él sin volver atrás. 
Podemos ver “hinení” también en la respuesta de Abraham a Dios: 
…Dios probó a Abraham, y le dijo: ¡Abraham! Y él respondió: Heme 
aquí. 
Génesis 22:1 
En la respuesta de Jacob al ángel: 
Entonces el ángel de Dios me dijo en el sueño: Jacob; y yo respondí: 
Heme aquí. 
Génesis 31:11 
Y también en la respuesta del pequeño Samuel a Elí cuando estaba 
en el templo: 
Pero Elí llamó a Samuel, y le dijo: Samuel, hijo mío. Y él respondió: 
Heme aquí. 
1 Samuel 3:16 
Entonces, entendiendo el concepto “hinení”, no es fácil encontrar a 
alguien que lo confiese –y que lo confiese más allá de los labios, es 
decir, con un compromiso íntimo, considerando lo que realmente 
significa esta expresión. 
Dios no desea siervos en Su Obra que Le sirvan solo físicamente, 
aumentando números y llenando vacíos. El altísimo busca a personas 
serias y de carácter, que Le empeñen su palabra y no retrocedan. 
El Todopoderoso es Dios de Palabra y busca a personas que también 
sean de palabra para servirle. 
…hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces que 
aborrezcan las ganancias deshonestas… 
Éxodo 19:21 
Hemos visto escasear siervos de este quilate, pues el concepto de 
“hinení” es demasiado radical en un mundo cada vez más superficial, 
frívolo e irresponsable. La cultura de nuestros días es 
extremadamente tóxica; hoy es común encontrar a quién deshonra 
su palabra, a quien no guarda valores y a quien cambia de posición 
según lo que más le conviene. Esa es la razón de que los matrimonios 
actuales sean descartables y de que muchos obreros y pastores 
tengan un pasaje temporal en la mies divina. 
Ha sido común servir a Dios cuando es cómodo y ventajoso. Sin 
embargo, cuando las circunstancias se vuelven desfavorables, le dan 
la espalda a Su llamado. 
Vivimos el momento más crucial de la historia de la humanidad. 
Nunca hubo tanta necesidad de hombres y mujeres que no se 
desvíen de su responsabilidad y que respondan al llamado de Dios 
con “hinení”. 
Decir “heme aquí” implica luchar cada día contra sí mismo, contra las 
inclinaciones carnales y contra lainestabilidad de las emociones. No 
sirve de nada asumir un compromiso con Dios para servirle y, 
después, ser cobarde y huir, cómo hizo el profeta Jonás. 
“Yo estoy aquí por el Señor, y lo estaré toda mi vida” significa tener 
una forma de vivir completamente comprometida con Su voluntad. 
 Si usted ya ha dado este paso, sustente ese compromiso con fe, 
fidelidad y amor; pero, si usted aún no se definió, sepa que servir al 
Altísimo es la única manera de hacer que esta vida valga la pena. 
No presente excusas o coartadas para justificar su negativa, pues el 
mismo Dios que llama es suficientemente capaz de capacitar a Su 
escogido. 
 
La gran pregunta de Dios 
El plural expresado en el “Nosotros” —“…A quién enviaré, y quién 
irá por Nosotros?...” (Isaías 6: 8) —denota la Santísima Trinidad en 
una especie de consejo celestial. 
Aunque Dios sea el Todopoderoso, Él no obliga al ser humano a nada, 
ni lo “empuja” a servirle. Note que Abraham no dejó su tierra siendo 
coaccionado por Dios ni vivió contrariado y como nómade en tierras 
lejanas durante toda su vida; sino que voluntariamente dijo sí a Su 
llamado y, así, se convirtió en el patriarca de Israel. 
Lo mismo sucedió con Moisés cuando oyó la voz del Altísimo en el 
Sinaí. Dios no lo forzó a ir a Egipto para liberar a los hebreos. Por lo 
contrario, Moisés entendió que el Señor le estaba ofreciendo una 
oportunidad sin igual de ser Su portavoz. Así, respondió 
espontáneamente al llamado, aún sintiéndose incapaz para realizar 
una misión tan importante. 
 Dios busca y desea encontrar siervos que atiendan Sus propósitos y 
deseos de una manera placentera y voluntaria. Y vea que no se trata 
de encontrar a personas, porque, en un planeta densamente 
poblado por casi 8 millones de personas, gente es lo que no falta. Sin 
embargo, encontrar a hombres y mujeres que tengan el perfil para 
cumplir la más importante de todas las tareas de este mundo es 
extremadamente raro. Esto sucede porque la mayoría de las 
personas está en búsqueda de la realización de sus propios sueños o 
interesada en aprovechar la vida y resolver sus problemas, y no 
motivada en poner su vida a disposición de Dios para cooperar con 
Sus planes. 
Es necesario considerar que, al mismo tiempo que el ser humano 
tiene el privilegio de ser llamado, también tiene la libertad de no 
corresponder al llamado divino. No obstante, yo enfatizo que 
aquellos que un día tuvieron un encuentro con Dios recibieron Su 
invitación para servirle. Tal llamado resuena en su interior de una 
manera tan extraordinaria que suena como una orden irrefutable, 
pues la voz de su Señor pasó a ser irresistible. 
Son esos los que dan un paso al frente y se presentan a las filas del 
ejército del Dios Vivo. Son conscientes de que necesitan coraje, pues, 
a partir del momento en el que se alistan, sus vidas están en total 
dependencia de lo Alto, es decir, tienen que vivir enteramente por su 
propia fe. 
 
Las implicaciones del llamado de Dios 
Tomaremos el llamado del profeta Isaías como ejemplo para ilustrar 
la grandeza de lo que es servir al Señor. La forma en la que el profeta 
se ofreció al responder a la pregunta de Dios en la visión que tuvo 
muestra que él estaba listo para lo que sucediera. Incluso a una edad 
joven y siendo inexperto, el muchacho estaba dispuesto al sacrificio 
que la misión exigía. 
Dice así: 
En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un 
trono alto y sublime, y la orla de Su manto llenaba el templo. Por 
encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos 
cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el 
uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el SEÑOR 
de los Ejércitos, llena está toda la tierra de Su gloria. Y se 
estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que 
clamaba, y la casa se llenó de humo. 
Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de 
labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos 
habito, porque han visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los Ejércitos. 
Entonces voló hacia mí uno de los serafines con un carbón 
encendido en su mano, que había tomado del altar con las tenazas; 
y con él tocó mi boca, y dijo: He aquí, esto ha tocado tus labios, y es 
quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado. 
 Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por 
Nosotros? Entonces respondí: Heme aquí; envíame a mí. Y Él dijo: 
Ve, y di a este pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis, mirad bien, 
pero no comprendáis. 
Isaías 6:1-9 
Como vemos, el Señor estaba buscando a un siervo para enviar al 
pueblo de Israel. La nación se había desviado de la fe y estaba 
hundida en la apostasía. El reinado de 52 años de Uzías (cf. 2 Crónicas 
26:3) había estado marcado tanto por la prosperidad como por la 
estabilidad. Sin embargo, durante los últimos diez años, el rey había 
contraído lepra, que era una enfermedad mortal en ese momento. 
Esa enfermedad era el resultado de su insolencia y rebeldía a las 
instrucciones mosaicas con respecto al servicio sagrado en el templo. 
Tomado por la prepotencia, cierto día, Uzías entró en el santuario a 
quemar incienso, algo permitido solamente a los sacerdotes (cf. 2 
Crónicas 26:16-18). Usó su autoridad real para su propia voluntad, no 
para honrar a su nación, y mucho menos para glorificar a Dios. Desde 
entonces, Uzías tuvo que retirarse de las funciones y, en su lugar, 
reinó su hijo Jotam. Uzías dejó de servir a Dios para servirse a sí 
mismo y hacer las cosas a su manera y, por eso, murió leproso (cf. 2 
Crónicas 26:21-23). 
En esa época, Israel comenzó a vivir un periodo crítico. La nación se 
había sumergido en el caos espiritual y, por eso, el Reino del Norte 
sería tomado por Asiria (722 a.C.). Su capital, Samaria, sería 
completamente arrasada y sus ciudadanos serían llevados al 
cautiverio asirio. 
Algunos años después, Judá también sufriría las consecuencias de 
permanecer en la decadencia moral y espiritual. La desobediencia de 
sus reyes Acaz y Sedequías, al aliarse con naciones extranjeras para 
subsistir a los imperios asirios y babilónicos, llevaría a que Jerusalén 
fuera invadida y destruida. (586 a.C.). 
Frente a esta asolación que estaba por venir, el Señor estaba 
buscando a un siervo para transmitirle Su mensaje al pueblo. Es decir, 
Dios tenía una misión y deseaba entregársela a alguien, pero la 
pregunta era: ¿quién tendría la fe y la disposición de dejarlo todo y 
poner la voluntad divina en primer lugar? 
Vale la pena mencionar que, en esa época, había miles de sacerdotes 
y levitas, pero eran siervos solo de nombre; en realidad, la mayoría 
de ellos era hipócrita y se servía a sí misma, persiguiendo sus propios 
intereses. Debido a esto, Dios no tenía placer de que ellos ni siquiera 
pisaran el templo. 
 
Cuando venís a presentaros delante de Mí, ¿quién demanda esto de 
vosotros, de que pisoteéis Mis atrios? No traigáis más vuestras 
vanas ofrendas, el incienso Me es abominación. Luna nueva y día 
de reposo, el convocar asambleas: ¡no tolero iniquidad y asamblea 
solemne! 
 Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece Mi 
alma; se han vuelto una carga para Mí, estoy cansado de 
soportarlas. Y cuando extendáis vuestras manos, esconderé Mis 
ojos de vosotros; sí, aunque multipliquéis las oraciones, no 
escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. 
Isaías 1: 12-15 
 
En medio de tantos hombres, Isaías era diferente. Según estudiosos 
de la Biblia, él era un joven de alrededor de 25 años cuando fue 
llamado por Dios. Pertenecía a la más alta aristocracia de la época y, 
cómo posible sobrino del rey Uzías, este noble linaje le brindaba una 
buena educación y excelentes perspectivas de futuro. Sin embargo, 
fue capaz de dejar todo eso para tener una única pretensión: atender 
de buena voluntad al llamado de Dios. Y lo hizo sin cuestionaral 
Altísimo sobre las condiciones que tendría y sin imponer límites para 
desempeñar su misión. Además, no buscó conocer las implicaciones 
desfavorables a las que estaría sujeto al asumir la función de profeta 
para un pueblo rebelde. 
La actitud de Isaías fue muy diferente a la que vemos en algunos 
“siervos” de la actualidad, que quieren dictar las reglas de su 
“servicio” al Señor. Dicen cosas como: “Me someto a esa persona, 
pero no a aquella… No me envíe a ese lugar, ya que es lejano y es 
difícil trabajar allí… No me mande que haga esto o eso, ¡porque no 
me gusta ese tipo de tarea o función!”. Con tales afirmaciones, estos 
llamados “siervos” demuestran que ellos mismos están en el mando 
de sus vidas y que la voluntad de Dios les importa poco. Por eso, se 
sienten con derecho a determinar como “servirán” al Señor. 
Dios tiene miríadas de ángeles a Su entera disposición (incluidos los 
serafines brillantes y temerosos alrededor de Su Trono). Si el Señor 
quisiera, tiene poder para realizar cualquier obra solo y a la 
perfección, pero Él prefiere escoger a seres humanos imperfectos 
para que puedan cooperar con Su Reino. ¿No deberían estos 
hombres y mujeres sentirse honrados con semejante privilegio? ¿No 
tendrían motivos suficientes para someterse con alegría al precioso 
servicio al Señor, incluso siendo un acto de sacrificio, pero de 
tremendo honor? 
De hecho, es un gesto de locura espiritual actuar con frialdad e 
indiferencia ante la elección personal del Todopoderoso. 
 
¿Quién es la persona que Dios busca? 
La pregunta del Altísimo “… ¿A quién enviaré, y quién irá por 
Nosotros?...” en el momento del llamado de Isaías sigue resonando 
con fuerza en nuestros días, principalmente porque vivimos en los 
“tiempos difíciles” que preceden al regreso del Señor Jesús (cf. 2 
Timoteo 3:1). Sí, en el pasado, antes de la invasión babilónica, Dios 
tenía prisa por llamar a los judíos al arrepentimiento, hoy Él tiene aún 
más urgencia de darle a la humanidad una oportunidad de salvación, 
antes del juicio final. 
Entendemos, entonces, que Dios busca a personas; pero ¿quién está 
dispuesto a entregar el 100% de su vida a Su servicio? ¿Quién Está 
dispuesto a soportar la renuncia que lo hace apto para el arado del 
Reino de Dios? 
Enfatizamos esto porque el siervo de Dios debe ser el propio 
sacrificio, como el Señor Jesús cuándo vino a este mundo; o como 
Abraham, que respondió a la voz del Altísimo cada vez que escuchó 
Su llamado. 
El compromiso del Creador con Sus criaturas es tan grande que, 
aunque fuera para rescatar a una sola alma del infierno, eso ya sería 
motivo suficiente para que Él enviara a Su Único Hijo al mundo. 
¡Imagínese, entonces, para rescatar a millones de almas a lo largo de 
toda la historia de la humanidad! 
Fue por esa razón que el Todopoderoso hizo el plan de salvación de 
almas, obligándose a renunciar a Su Único Hijo para sacrificarlo hasta 
la última gota de sangre. Este evento señala el modelo de siervo que 
el Señor espera de aquellos que quieren cooperar con Su obra de 
salvar almas del infierno. Si nuestro Señor Jesús Se sacrificó hasta la 
última gota de sangre para salvarnos, pienso que Sus siervos deben 
estar dispuestos a sacrificar sus voluntades, sueños y proyectos 
personales para librar a aquellos que caminan a grandes pasos hacia 
la perdición eterna. 
Si, por un lado, la búsqueda de facilidades para servir al Señor se 
convierte en una enorme dificultad para el desempeño del trabajo 
del siervo, por otro lado, sus dificultades en el desempeño de su 
servicio se transforman en facilidades en la continuidad de su 
trabajo. Es contradictorio, pero eso es exactamente lo que hemos 
visto en nuestro propio ministerio. 
Entonces, la pregunta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo — 
“¿…quién irá por Nosotros?...” (Isaías 6: 8) — solo puede ser 
respondida por quién verdaderamente entiende que la salvación de 
un alma cuesta mucho. Costó la vida del Señor Jesús y también 
cuesta un alto precio para Sus siervos hoy. 
 
CAPÍTULO 2 
 
 
 
El modelo de Hijo 
 
 
He aquí Mi Siervo, a Quien Yo sostengo, Mi escogido, en Quién Mi 
alma se complace. He puesto Mi Espíritu sobre Él; Él traerá justicia 
a las naciones. 
Isaías 42: 1 
 
En este versículo, el Altísimo anuncia la calidad de la entrega del 
Señor Jesús al abrazar la misión de venir al mundo para dar Su vida. 
Y todos los bautizados con el Espíritu Santo, hijos y herederos de 
Dios, deben obligatoriamente estar enmarcados en este mismo 
modelo. 
La Palabra que salió de la boca del Dios Padre acerca del Dios Hijo 
muestra que Él quiere que pongamos nuestros ojos sobre el Señor 
Jesús, que es el modelo de Hijo y de Siervo en Quién debemos 
reflejarnos. 
“Jesús es Mi Siervo; Jesús es el escogido en Quien Mi alma se 
complace; Jesús es Aquel a Quien llene con Mi Espíritu; y Jesús hará 
público el derecho para los gentiles (no para los judíos)”. 
 Era costumbre entre los reyes de esa época, inclinar sus brazos en 
demostración de tributo a su siervo más fiel. Esto es exactamente lo 
que sucede aquí en este pasaje bíblico de Isaías 42:1, cuando Dios, 
con un “he aquí “, nos invita a ver al Señor Jesús. El versículo describe 
una escena en la que el Padre reconoce la humildad, el amor y la 
servidumbre del Hijo hasta el punto de no solo extenderle los brazos, 
sino también derramarse en honra a Él. La obediencia de Jesús como 
Siervo es tan grande que Le da placer a Dios, de manera que Él mismo 
Se inclina al referirse al Hijo. 
La expresión “Mi siervo” también se encuentra en otros pasajes para 
mostrar cómo Dios trata a los que Le obedecen y cumplen Sus 
propósitos con lealtad. Algunos hombres que recibieron esta 
designación fueron Moisés (cf. Números 12:7), David (cf. Salmos 
89:20) y los profetas (cf. Jeremías 7:25). 
Mientras que muchos se desgastan en busca de títulos, posición o 
lugares destacados en este mundo, el privilegio más extraordinario 
está al alcance de aquellos que sirven a Dios. No hay honra mayor 
que oír del Señor que somos Sus siervos. 
Otro punto para observar es el cuidado del Padre por el Hijo. Esto Se 
confirma varias veces en el Texto Sagrado (inclusive en Isaías) cuando 
Él dice “a Quien Yo sostengo”. 
 Al enviar a Jesús, el Dios Padre sabía que Él llevaría la carga 
insoportable de los pecados de toda la raza humana. Por eso, Lo 
sustentó con un apoyo supremo: Su propio Espíritu. De esto 
aprendemos que solo aquellos que poseen el Espíritu de Dios logran 
ser sustentados ante las adversidades de la vida. Son estos los que 
vencen al mundo y destruyen a los enemigos de su fe. 
 
El siervo que da placer 
Dios Se deleitaba tanto en el Señor Jesús, y estaba tan satisfecho con 
Su obediencia y Su sacrificio, que les mostró esto a todos los que 
estaban presentes en Su bautismo: 
Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y 
he aquí, los cielos se abrieron, y Él vio al Espíritu de Dios que 
descendía como una paloma y venía sobre Él. Y he aquí, se oyó una 
voz de los cielos que decía: Este es Mi Hijo amado en Quien Me he 
complacido. 
 Mateo 3:16-17 
Vea que el Altísimo No insinuó ni habló con una voz susurrante y 
discreta. Él dio un testimonio público y en voz alta de aprobación a la 
entrega del Señor Jesús a Él ante todos los presentes. Esta misma 
declaración se oyó nuevamente en otra ocasión, esta vez en el Monte 
de la Transfiguración, ante Pedro, Jacobo y Juan: 
Y como ocho días después de estas palabras, Jesús tomó Consigo a 
Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Mientras oraba, 
la apariencia de Su rostro se hizo otra, y Su ropa se hizo blanca y 
resplandeciente. Y he aquí, dos hombres hablaban con Él, los cuales 
eran Moisés y Elías, quienes aparecieron en gloria, hablaban de la 
partida de Jesús, que Él estaba a punto de cumplir en Jerusalén. 
 Pedro y sus compañeros habían sido vencidospor el sueño, pero 
cuando estuvieron bien despiertos, vieron la gloria de Jesús y a los 
dos varones que estaban con Él. Y sucedió que al retirarse ellos de 
Él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es que estemos aquí; 
hagamos tres enramadas, una para Ti, otra para Moisés y otra para 
Elías; no sabiendo lo que decía. 
Entonces, mientras él decía esto, se formó una nube que los cubrió; 
y tuvieron temor al entrar en la nube. Y una voz salió de la nube, 
que decía: Este es Mi Hijo, Mi Escogido; a Él oíd. Después que la voz 
se oyó, Jesús fue hallado solo. Ellos se lo callaron, y por aquellos 
días no contaron a nadie nada de lo que habían visto. 
Lucas 9: 28-36 
¿Por qué Dios deseó tanto expresar Su satisfacción por lo que el 
Señor Jesús era y hacía? 
El Padre no Lo amaba solo por ser Hijo, sino también porque era 
Siervo, pues el Señor Jesús tenía la libertad y el poder para hacer Su 
propia voluntad y no someterse. Sin embargo, Él no aprovechó Su 
condición de Hijo, sino que abrazó espontáneamente la obra que el 
Padre ideó para Su vida. Siendo Él el Creador de todas las cosas con 
el Padre (inclusive de la Ley para los hombres), Se sujetó al 
cumplimiento de todos los Mandamientos de manera perfecta. El 
Señor Jesús fue Siervo cuando ofreció Su Ser, Su trabajo incansable, 
Su descanso y Su sumisión a la autoridad de Sus padres terrenales y 
a la de los gobernantes de Su época. 
El relato de estos detalles es importante para que tengamos una 
pequeña noción de la obediencia y humildad del Señor Jesús en este 
mundo, aunque nunca logremos alcanzar la profundidad de la 
humillación a la que Él fue sometido cuando dejó Su gloria celestial 
para manifestarse en carne. 
Por estar limitados a nuestra pequeñez, nos es imposible imaginar el 
tamaño de Su grandeza, que fue sustituida por un cuerpo inferior al 
tornarse uno de nosotros. 
 
 
“Heme aquí”, dijo Jesús 
Cuando la Antigua Alianza estaba llegando al fin, debido a que el 
derramamiento de sangre de los animales se había vuelto 
insuficiente, era el momento de que la sangre perfecta fuera 
derramada en la cruz para, de hecho, satisfacer la justicia divina y 
purificar los corazones y las conciencias manchadas por la culpa. No 
fue Dios Quien exigió que el Señor Jesús cumpliera lo que, en la 
eternidad, había sido planeado, sino que fue Él mismo, el Hijo y 
Siervo, Quien vio que había llegado el momento y 
 presentó voluntariamente al sacrificio. Vea: 
Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos 
quite los pecados. Por lo cual, al entrar en el mundo, dice: Sacrificio 
y ofrenda no has querido, pero un cuerpo has preparado para Mí, 
en holocaustos y sacrificios por el pecado no Te has complacido. 
Entonces dije: He aquí, Yo he venido (en el rollo del libro está escrito 
de Mí), para hacer, oh Dios, Tu voluntad. 
Habiendo dicho arriba: Sacrificios y ofrendas y holocaustos y 
sacrificios por el pecado no has querido, ni en ellos Te has 
complacido (los cuales se ofrecen según la ley), entonces dijo: He 
aquí, Yo he venido para hacer Tu voluntad. Él quita lo primero para 
establecer el segundo. 
Hebreos 10:4-9 
Note que el Hijo, de buen grado, aceptó entrar al mundo a través del 
nacimiento uterino, de la misma forma que las demás personas. Él 
consintió que Su nacimiento fuera en un establo y que Lo pusieran 
en un pesebre (el comedero de los animales). Además, con 
humildad, recibió el cuerpo humano que el Padre Le preparó, por 
intermedio del Espíritu Santo. 
El Señor Jesús también aceptó a Su familia terrenal. Él no solo estuvo 
de acuerdo en convivir con pecadores, sino que también los amo y, 
en todo momento, les hizo el bien. Aún sabiendo que sería 
maltratado y traicionado, acogió con amor a todos, incluyendo al que 
Lo entregaría a la prisión. 
El Señor Jesús concordó en pagar el precio de ser la ofrenda 
sacrificial. Así, Él fue escupido, rechazado y Se tornó maldito en 
nuestro lugar. En el lugar donde la cruz de nuestro Salvador fue 
levantada, no había un Altar convencional (como el existente en el 
templo) ni un sacerdote visible para conducirlo a la muerte (como 
ocurría con los animales llevados para expiación de pecados); pero 
allí estaba el Dios Hijo completamente vacío de Sí mismo, siendo el 
Cordero que el Dios Padre sacrificaba en Su Altar natural, el monte 
Gólgota (cf. Mateo 27:33-35). 
 Durante toda la vida, el Señor Jesús tuvo una sola aspiración y luchó 
diligentemente por ella: hacer la voluntad del Padre. Eso era tan 
importante para Él que repitió Su lema de vida muchas veces. 
Los discípulos entonces se decían entre sí: ¿Le habrá traído alguien 
de comer? Jesús les dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que Me 
envió y llevar a cabo Su obra. 
Juan 4:33-34 
Yo no puedo hacer nada por iniciativa Mía; como oigo, juzgo, y Mi 
juicio es justo porque no busco Mi voluntad, si no la voluntad del 
que Me envió. 
Juan 6:38 
Y Se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de 
rodillas, oraba, diciendo: Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta 
copa; pero no se haga Mi Voluntad, sino la Tuya. Entonces se Le 
apareció un ángel del cielo, fortaleciéndolo. 
Lucas 22:41-43 
Vea que, en ningún momento, el Hijo murmuró, sino que soportó los 
dolores de Su misión con magnífica fidelidad. Entonces, después de 
Su muerte y resurrección, Él fue recibido en el Cielo con las mayores 
honras jamás vistas por toda la eternidad. En el papel de Hijo y de 
Siervo, nuestro Salvador cumplió Su misión con excelencia. 
Consecuentemente, fue exaltado en gran manera por el Padre y 
todavía lo será, por los siglos de los siglos, por aquellos que hayan 
sido rescatados por Él. 
Ante eso, pienso que es imposible que alguien que es hijo de Dios no 
tenga el derecho de ser Su siervo y de servir como testigo de la 
justicia de Dios en este mundo, justamente porque, ante nosotros, 
está el modelo a seguir. 
Cuando nos reflejamos en Su vida y en Su servicio, aprendemos a 
servir de verdad y también nos diferenciamos de aquellos que dicen 
que Le sirven, pero que, en realidad, ni siquiera son de Él. 
 
Lo que Le costó a Jesús tornarse Siervo 
 Dios quiere ver en nosotros lo mismo que vio en el señor Jesús. 
Entonces, debemos tener en cuenta el ejemplo perfecto y la 
conducta humilde de Aquel que tanto Se inclinó, de manera 
voluntaria, para obedecer a Su padre. 
 Para comprender un poco mejor lo que Le costó al señor Jesús 
convertirse en la ofrenda de Dios (Siervo), debemos recordar Quién 
era Él —y es—y en qué necesito convertirse, para que así podamos 
imitarlo. 
… aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios 
como algo a que aferrarse, sino que Se despojó de Sí mismo 
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y 
hallándose en forma de hombre, Se humilló a Sí mismo, haciéndose 
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 
Filipenses 2:6-8 
 
Las Escrituras revelan que el Dios Hijo disfrutaba de toda la gloria con 
el Dios Padre, incluso antes de la fundación del mundo (cf. Juan 17:5). 
Esto muestra que la relación entre el Señor Jesús y Dios era de una 
comunión eterna y singular. Pero, en Su encarnación, o sea, cuando 
vino al mundo en carne y hueso, Él no osó asumir la “forma” de Dios. 
Es decir, Él, que compartía los mismos atributos que el Padre, no 
luchó por mantener esa igualdad en la Tierra, cuando Se hizo 
humano. Al contrario, mantuvo oculta toda Su grandeza y belleza 
para vivir como una persona común, con las mismas particularidades 
que los demás, a fin de poder anunciarles el Evangelio. ¿Se imagina 
al Dios Hijo viviendo en la pequeña Nazaret de forma anónima 
durante 30 años? Esto muestra cuán simple y parecido a los demás 
hombres Se había vuelto. 
Lamentablemente, el contraste entre Su conducta y la conducta de 
muchos hoy en día es notorio. Mientras existen quienes quieren 
mostrar lo que no son para impresionar alos demás, el Señor Jesús 
Se disminuyó a Sí mismo y estuvo entre los hombres como si tuviera 
un “velo” que encubría Su gloriosa apariencia divina, pues solo así Él 
podría revelar Su forma de Siervo. 
 Por lo tanto, el Verbo que Se hizo carne (cf. Juan 1:14) o la Palabra 
que Se hizo carne, que siempre fue Espíritu, recibió un cuerpo 
mortal, con debilidades, dolores, necesidades y deseos, además de 
estar sujeto a las corrupciones propias de la naturaleza humana. En 
la condición de Dios, Jesús nunca habría sido tentado por el mal; 
pero, en la condición de hombre, lo fue. 
Prueba de eso fue la tentación que sufrió en el desierto, cuando 
Satanás apeló a Su naturaleza humana y Le hizo propuestas 
proporcionales a Sus necesidades en ese momento (cf. Mateo 4:1-
11). 
Al decir que el Señor Jesús se vació de Sí mismo, estamos afirmando 
que dejó a un lado Su alta posición y majestad incomparable para 
asumir el puesto más humilde: el de Siervo del ser humano. Era así 
como Él servía al Padre: dedicándose a los perdidos y afligidos. Él Se 
humilló para socorrer a los que transgredían Su ley e incluso ocupó 
el lugar de ellos para morir. 
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se 
había perdido. 
Lucas 19:10 
Al cambiar el Cielo por la Tierra, el Señor Jesús experimentó los 
dolores, el sufrimiento y las circunstancias que afligen al ser humano. 
Él sabe exactamente cómo es vivir en este cuerpo, porque “sintió en 
la piel” nuestras penurias. 
Como hombre, Él venció las aflicciones a las que somos sometidos y, 
por ese motivo, puede compadecerse de nosotros y socorrernos. 
 
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda 
compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado 
en todo como nosotros, pero sin pecado. 
Hebreos 4: 15 
 
El Siervo obediente 
Vimos que el Señor Jesús no Se convirtió en Siervo por presión, 
imposición o punición. Él no dejó el Cielo por un castigo, como le 
sucedió al diablo (o a Adán y a Eva, cuando fueron expulsados del 
huerto del Edén). Sino que, de manera espontánea y placentera, el 
Hijo descendió a la Tierra y fue obediente al Padre desde Su 
Concepción hasta Su muerte. 
 El énfasis de Su humillación estaba en morir por el tipo de muerte 
más cruel y vergonzosa que existía, pues la cruz era el castigo 
comúnmente aplicado a esclavos o malhechores (cf. Deuteronomio 
21:22-23). En Su muerte, el Hijo estaba cubierto de pecado y 
deshonra extrema a los ojos del Padre, y ninguna de esas 
transgresiones era Suya. 
Mientras que la cruz era solo humillación para la sociedad en esa 
época, para el Señor Jesús era un Altar y, al mismo tiempo, el púlpito 
desde El cual Él predicaba el mayor Mensaje del Evangelio: el 
sacrificio de la propia voluntad por la voluntad de Dios. 
Fue la cruz la que llevó a nuestro Salvador a sentarse en un trono de 
gloria, junto al trono del Padre. Fue el sacrificio lo que Le dio un 
Nombre que está por encima de todos los nombres. 
Él habría podido evitar todo ese dolor, como le dijo a Pedro cuando 
este hirió a Malco, un soldado de la guardia del templo: 
¿O piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y Él pondría a Mi 
disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? 
Mateo 26:53 
A pesar de poder hacer lo que le dijo a Su discípulo, el Señor Jesús 
permaneció en Su propósito de hacer la voluntad del Padre. 
Con esto, vemos que siervo es aquel que es capaz de renunciar a sus 
derechos y privilegios en favor de los demás, y hace eso de buena 
voluntad. Incluso, Quién es siervo de Dios de verdad no vive 
pensando que el mundo gira a su alrededor, que todos tienen que 
servirle. El siervo nunca vivirá para agradarse a sí mismo, a su familia 
o a su carrera, pues todo lo que hace tiene como objetivo promover 
la gloria de Dios. 
De esta manera, no existe un tiempo o un periodo de la vida en que 
el siervo esté exento de servir, pues quién nació de Dios sabe que 
forma parte del Cuerpo para servir. Siendo así, la credencial de un 
cristiano genuino es su responsabilidad de contribuir al Reino. 
Consecuentemente, su visión no está en los beneficios que puede 
recibir de Dios, sino en lo que puede darle a Él. Esto va en contra de 
los deseos egoístas arraigados en el corazón humano, que 
normalmente solo piensa en sí mismo. 
 
El Señor y el esclavo 
En el Nuevo Testamento hay dos palabras interesantes para entender 
un poco más sobre la relación entre el Señor y el siervo: “Kyrios” (que 
significa señor, dueño, amo) y “doulos” (que significa esclavo). 
Ser esclavo en la época en la que el Imperio Romano dominaba gran 
parte del mundo —incluso Israel— significaba, entre otras cosas, ser 
privado de derechos, ser visto como propiedad de alguien y no ser 
consultado sobre nada. 
Y era como “doulos”, es decir, como esclavo, como más se presentaba 
el apóstol Pablo en sus cartas registradas en las Escrituras. Al hacer 
eso, él declaraba que ya no era señor de su propia vida y que ya no 
tenía libertad para decidir sobre su propio futuro. Él se había 
colocado como esclavo del “Kyrios”, es decir, del Señor Jesucristo, de 
Quien dependería totalmente. Haber entendido su posición y 
haberse rendido a la autoridad y al sacrificio hizo que el ministerio 
de Pablo fuese fructífero. Él fue el apóstol que plantó más iglesias y 
que más escribió y contribuyó al canon bíblico. 
Pablo permaneció firme en la fe cuando enfrentó hambre, desnudez, 
frío, azotes, lapidaciones, naufragios, prisiones, traiciones y 
abandono. Todo por el Evangelio. 
 Con tamaño transformación espiritual, él comprendió el cambio de 
su condición. Antes, el apóstol era esclavo de Satanás, que es un 
pésimo señor para sus siervos, pero ahora Pablo entendía que había 
sido comprado por un buen precio (cf. 1 Corintios 7:23). Por eso, él 
abrazó esa oportunidad y no desperdició el alto privilegio de servir a 
Aquel que lo consideraba tan valioso. 
Sí, Dios nos considera de tal valor que nos compró al precio de la 
sangre de Su propio Hijo. 
Por tener esa visión, Pablo ni siquiera se consideraba un prisionero 
de Roma, a pesar de que lo había sido durante años. Él se 
consideraba un prisionero del Señor (cf. Efesios 3:1; 4:1;2 Timoteo 
1:8). El apóstol era un cautivo de Dios de forma voluntaria y amorosa. 
Por eso, él pudo decir: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo 
el que vive, sino que Cristo vive en mí…” (Gálatas 2:20). 
Podemos decir que Pablo fue la semilla que, cayendo en la tierra, 
murió, como enseñó el Señor Jesús: 
En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra 
y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. 
Juan 12:24 
Por lo tanto, que fue escogido y engendrado por Dios también será 
esa semilla. 
Pero si usted todavía no lo fue, esa “esclavitud” a la que se refiere 
Pablo le asustará y no logrará entregarse con esa intensidad. 
 
 
CAPÍTULO 3 
 
 
 
Jesús como Siervo 
 
 
Para que entendamos bien la trayectoria del Señor Jesús como 
Siervo, veamos Sus renuncias y Su conducta paso a paso: 
1) Él nació del Espíritu Santo: “Este es el relato de cómo nació 
Jesús el Mesías. Su madre, María, estaba comprometida para 
casarse con José, pero antes de que la boda se realizara, 
mientras todavía era virgen, quedó embarazada mediante del 
poder del Espíritu Santo” (Mateo 1:18 NTV). 
2) Él fue bautizado en las aguas y con el Espíritu Santo: “Después 
de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he 
aquí, los cielos se abrieron, y Él vio al Espíritu de Dios que 
descendía como una paloma y venía sobre Él.” (Mateo 3:16). 
3) Él fue conducido por el Espíritu Santo al desierto: “Entonces 
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado 
por el diablo” (Mateo 4:1). 
4) Él vivió para hacer la voluntad de Su Padre, pues Se torno 
Siervo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi 
voluntad, sino la voluntad del que Me envió”(Juan 6:38). 
5) Él murió y consumó la obra de la salvación venciendo a la 
muerte, al mundo y al infierno: “Fue oprimido y tratado con 
crueldad; sin embargo, no dijo ni una sola palabra. Como 
cordero fue llevado al matadero. Y como oveja en silencio 
ante sus trasquiladores, no abrió Su boca. Al ser condenado 
injustamente, se Lo llevaron. A nadie le importó que muriera 
sin descendientes ni que Le quitaran la vida a mitad de 
camino. Pero Lo hirieron de muerte por la rebelión de Mi 
pueblo. Él no había hecho nada malo, y jamás había 
engañado a nadie. Pero fue enterrado como un criminal; fue 
puesto en la tumba de un hombre rico” (Isaías 53:7-9 NTV) y 
“Entonces Jesús, cuando hubo tomado el vinagre, dijo: 
¡Consumador es! E inclinando la cabeza, entrego el espíritu” 
(Juan 19:30). 
6) Él Se sentó a la derecha del Dios Padre: “Él es el resplandor de 
Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza, y sostiene 
todas las cosas por la palabra de Su poder. Después de llevar 
a cabo la purificación de los pecados, Se sentó a la diestra de 
la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). 
7) Él envío a Su espíritu para que guiara a Sus discípulos: “Cuando 
llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo 
lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga 
de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban 
sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, 
repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos 
fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en 
otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para 
expresarse” (Hechos 2:1-4). 
 
Delante de esto, quien quiera servir al Señor Jesús tiene que saber 
que debe andar en Sus pasos, pues solamente los desiertos y las 
tribulaciones preparan a los verdaderos siervos de Dios. Las personas 
que conocen la Palabra de forma teórica —o sea, nunca probaron lo 
que está escrito en ella— no logran militar por el Reino de Dios. Una 
persona puede ser licenciada en Teología, pero, si no es regenerada 
por el Espíritu Santo, no entenderá, en la práctica, los asuntos 
relacionados al alma. 
Es necesario nacer de Dios, enfrentar luchas, decepciones, 
traiciones, crisis con los seres más queridos y todo tipo de prueba, 
pues es en estas que el Señor forja a Sus mejores siervos. 
Podemos también alegrarnos, pues ninguna entrega, renuncia, lucha 
o prueba vivida con fe será en vano. Tenemos innumerables 
promesas bíblicas que garantizan que habrá frutos espirituales y 
recompensa por esa trayectoria de vida, entre ellas: “…Sé fiel hasta 
la muerte, y Yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10) y “He 
aquí, Yo vengo pronto, y Mi recompensa está Conmigo para 
recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12). 
Vale enfatizar que esa mortificación del “yo” a fin de obedecer 
completamente al Altísimo necesita ocurrir, pues Él solo puede 
trabajar a través de hombre y mujeres que, en el sentido espiritual, 
murieron para sí mismos. 
Lo que más se ve por ahí es “gente viva” vertiendo sus conceptos, 
opiniones, emociones y creencias; por eso, son incapaces de 
ofrecerle un servicio verdadero a Dios. Los “siervos vivos” son 
semillas secas e infructíferas que insisten en no ir al suelo, pues no 
quieren morir. Es decir, huyen de las humillaciones, de las injusticias 
y de los desafíos — que son propios de La vida cristiana — porque 
tienen más celo por su reputación e imagen delante de las demás 
personas. 
Podemos, entonces, concluir que tenemos que morir cada día para 
que seamos siervos de verdad. ¿No fue este el secreto del Señor 
Jesús? Con cada sacrificio que Él hacía, más el Padre aparecía por 
medio de Él; hasta que, en Su último gran sacrificio, nosotros fuimos 
llevado al Padre como hijos. 
Seamos el grano de trigo que muere, pues solamente ese crece, 
genera muchos otros granos y alimenta quién está a su alrededor. 
 
¿Qué siente Dios al ver el sacrificio? 
En la solicitud de los griegos para ver al Señor Jesús, vimos a nuestro 
Salvador declarando que Su Obra solo podría ser victoriosa y alcanzar 
a otros hijos para el padre si Él perdiera lo que tenía más valor para 
Sí. O sea, el Señor Jesús hizo de Su alma (vida) la ofrenda perfecta, 
siendo Él la Semilla que le trajo prosperidad de almas al Reino de 
Dios. Esa profecía está registrada en Isaías 53:10: 
Pero quiso el Señor quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. 
Cuando Él se entregue a Sí mismo como ofrenda de expiación, verá 
a Su descendencia, prolongará Sus días, y la voluntad del SEÑOR en 
Su mano prosperará. 
Dios tuvo placer en el sacrificio porque fue ese gesto lo que prosperó 
Su Reino, generando a otros hijos como el Señor Jesús. 
El secreto del Padre para la multiplicación estaba en el acto de dar, 
aunque eso significara dar Su Bien más precioso. Imagínese que 
incluso el Dios Todopoderoso, infinito en atributos y grandeza, sufrió 
al entregar a Su Hijo, inocente, a la muerte. Y, aunque, Le causaron 
un inmenso dolor ver al Señor Jesús siendo abofeteado, azotado, 
lastimado y crucificado, el Señor Se agradó en saber lo que aquel 
momento posibilitaría. Eso no significa que el Padre tuvo placer en el 
sufrimiento de Su Hijo, sino que Él tuvo placer en la entrega 
(obediencia) de Jesús y en los frutos que aquel sacrificio 
proporcionaría. 
A causa de la cruz, la gran familia de Dios tiene descendientes 
provenientes de todas partes del mundo, pues un único “Grano de 
Trigo” murió y revivió multiplicado en una multitud que, con Él, vivirá 
eternamente. 
Yo soy El que vive. Estuve muerto, ¡pero mira! ¡Ahora estoy vivo por 
siempre y para siempre!... 
Apocalipsis 1:18 NTV 
 
¿Cuánto cuesta entrar en el Reino de Dios? 
La idea primaria del sacrificio consiste en agradar, sobre todo, a aquel 
a quien se adora. Por eso, el Señor Jesús no consideró la vergüenza, 
las afrentas y el dolor; al contrario, soportó la cruz, pues Se enfocó 
solo en satisfacer a Su padre y en atender Su justicia. 
Puestos los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe, Quién por 
el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la 
vergüenza, y Se ha sentado a la diestra del trono de Dios. 
Hebreos 12:2 
Aprendemos, entonces, que quién nace de Dios desciende del Señor 
Jesús. En las Escrituras, Él es mencionado como el último Adán (cf. 1 
Corintios 15:45). Por lo tanto, quien fue regenerado recibe de Él ese 
maravillosa naturaleza espiritual, que es completamente rendida al 
propósito de servir a Dios por encima de todo, no importando si eso 
costará su propia vida. 
Por otro lado, quien aún no fue generado por Dios desciende del 
primer hombre, Adán, formado del polvo de la tierra, y tiene solo la 
naturaleza terrenal. Eso quiere decir que aquellos que aún son 
descendientes del primer Adán aman al mundo y todos sus placeres. 
Egoístas, esas personas se colocan constantemente en primer lugar, 
pues no logran renunciar a sus deseos. Además, siempre huyen del 
sacrificio por considerar muy pesada la obediencia a los 
mandamientos divinos. 
La diferencia entre una persona que posee la naturaleza terrenal y 
una que tiene la naturaleza celestial es enorme. Mientras una se 
satisface solamente con lo que es terreno, la otra solo encuentra 
deleite en lo que es espiritual. 
Para quien es espiritual, servir a Dios es un privilegio y una 
oportunidad sin igual; pero, para el carnal, servir es un peso, una 
pérdida de tiempo y una gran tontería. 
Entonces, respondiendo a la pregunta inicial, ¡Entrar en el Reino de 
Dios cuesta mucho! Como mínimo, la vida completa, por entero, sin 
reservas y sin preocupación por los sacrificios que tendrá que hacer 
y enfrentar. 
 
Perder para ganar 
El siervo espiritual tiene placer en la voluntad de Dios, aunque, en 
muchos momentos, atender suSu voluntad puedepueda causarle 
incomodidad, separación de aquellos a quienes ama, dolores e 
incluso injusticias.Sin embargo, entiende la importancia de su 
renuncia y sabe que, según las leyes espirituales, quién pierde por 
amor al Señor Jesús ganará infinitamente más en el Reino de Dios. 
Por ser nacido de Dios, comprende bien la preciosidad de la vida 
eterna y, por eso, lucha por su propia salvación y también se la lleva 
a los demás. 
Veremos que el sacrificio era un tema recurrente en las enseñanzas 
del Señor Jesús. Él les enfatizaba eso, sobre todo, a los que deseaban 
seguir y servirlo a Él. Vea: 
El que ama su propia vida la pierde; pero el que odia su vida en este 
mundo, para vida eterna la guardará. 
 Juan 12:25 RVA-2015 
Nuestro Señor no Se está refiriendo a la muerte física como condición 
para la salvación; tampoco está diciendo que es necesario odiar a su 
propio vivir, pues la vida es una bendición de Dios. Para el Salvador, 
“odiar su vida” es morir para las prioridades que el hombre terrenal 
suele tener, como sus vanidades, sus diplomas y su posición social. 
Es dejar de amar lo que todos aman y le dan un inmenso valor, como 
la reputación, los bienes materiales, las amistades y la apariencia, 
para considerar aquello que Dios aprecia y pide en Su palabra. Es 
odiar todo lo que mancha nuestra conciencia, roba nuestra pureza y 
nos impide vivir 100% para Dios. 
Consecuentemente, “odiar su vida” significa estar dispuesto a hacer 
cambios radicales en sus voluntades, en sus gustos, en sus 
preferencias y en sus hábitos, con el objetivo de adoptar una nueva 
manera de vivir, pensar, actuar y reaccionar de acuerdo con la 
voluntad de Dios. Es, también, saber tomar decisiones de fe y 
mantenerse firme en ellas, independientemente de las 
circunstancias. Eso significa que debemos conservarnos fieles a 
nuestra fe cuando, delante de una presión, nos fueran propuestas 
situaciones que hieran los principios de la fe y amenacen nuestra 
salvación. Por ejemplo, saber decidir entre el Señor Jesús y la familia, 
entre el Señor Jesús y el trabajo, entre el Señor Jesús y la promoción 
profesional, etc. 
Pero ¿qué quiere decir eso? ¿Significa que debemos abandonar a 
nuestra familia, nuestro trabajo y nuestras aspiraciones a causa del 
señor Jesús? No necesariamente, a no ser que tales cosas intenten 
alejarlo de Él. Por ejemplo, si su jefe le pide que le mienta a alguien, 
¿usted mentira para mantener su trabajo o se mantendrá en la 
verdad, firme en la fe, para no desagradar a Dios? Si su marido o su 
esposa le dicen “o tu Dios o yo”, ¿usted dejará al Señor Jesús para 
agradar a su cónyuge o soportará el dolor de la separación, creyendo 
que Él restaurará a su familia? 
Nuestro Salvador sabe bien cuán apegado y apasionado es el hombre 
natural por su vida en este mundo, pues es eso lo que este aprende 
desde que nace. Él pasa su existencia ansioso y agarrado a todo lo 
que tiene y desea tener, al punto de exponerse al ridículo, perjudicar 
su salud o a su familia y causar su propia ruina a cambio de la 
realización de sus sueños. Por eso, cuando el Señor Jesús enseña que, 
para ganar la vida que Él tiene para ofrecer, es fundamental que se 
renuncie a esta vida (la que el mundo ofrece), muchos se asustan. 
La ignorancia con respecto a la vida eterna y a las recompensas en el 
Cielo, que son infinitamente superiores a las terrenales, hace que las 
personas neciamente le dediquen su tiempo, sus fuerzas y sus 
energías solamente a aquello que está relacionado a sus intereses en 
este mundo. No piensan que los 80, 90, 100 años que puedan vivir, 
aunque sea con regalías, no significan nada comparados a la 
eternidad que, como el propio nombre dice, ¡jamás tendrá fin! 
He visto a cristianos e incrédulos apegados a esta vida, sin conseguir 
negar los placeres que este mundo ofrece. Con este gesto, 
demuestran que desprecian su propia salvación. 
Sin ninguna duda, quien escoge amar más a su propia vida en este 
mundo para evitar el rechazo, las persecuciones y el sacrificio de su 
voluntad perderá la vida eterna. Incluso porque no se puede amar y 
mantener las dos vidas, pues ambas son incompatibles. 
Solo podrá vivir la eternidad con Dios quien fuera capaz de renunciar 
a su vida en este mundo por amor al Señor Jesús. Por eso, cuando 
alguien pregunta cuánto cuesta la salvación, la respuesta tiene dos 
verdades fundamentales: nada y todo. “Nada” porque el Señor Jesús 
pagó el precio que, para nosotros, meros pecadores mortales, sería 
impagable. “Todo” porque el Salvador pide que tengamos fe para 
entregar toda nuestra vida en sumisión a Él. 
Sé que, en la teoría, eso puede ser muy lindo y fácil, pero, en la 
práctica, vivir en el día a día todo lo que decimos es muy difícil. 
Consciente de eso, el Señor Jesús fue explícito al decir en que pocos 
serían salvos, pues no sería fácil esa renuncia. Por ese motivo, Él dijo 
que la puerta es estrecha y el camino es angosto (cf. Mateo 7:-13-
14). No obstante, no hay nada que el Señor Jesús nos pida que no 
podamos hacer. Después de todo, Él mismo nos da fuerza y 
condiciones para obedecer. 
 
El pilar no puede ser descuidado 
El pilar fundamental del Evangelio consiste en negarse a sí mismo, 
tomar su cruz y seguir al Señor Jesús (cf. Lucas 9:23). Y fue 
exactamente eso lo que Él hizo: perdió Su vida por tener en vista la 
gloria y la satisfacción de Dios. 
Esta enseñanza sobre el sacrificio que la fe exige ha sido descuidada 
por muchos predicadores en nuestros días. En muchos sermones, 
notamos que la puerta para el Cielo, en la visión de ellos, fue 
“reformada y se amplió”. Para tener la presencia de las personas en 
sus iglesias, muchos de ellos han adaptado sus discursos a una platea 
que quiere entrar en el Reino de Dios, pero no quiere renunciar a sus 
voluntades carnales. ¡Eso es algo imposible! El sacrificio de la 
obediencia es la esencia de las Sagradas Escrituras. No hay forma de 
que una persona viva en desobediencia deliberada a Dios y que sea 
salva. Sin embargo, muchos pastores están adaptando el Evangelio al 
gusto de sus oyentes. 
Pocos entienden y menos aún son los que viven lo que el apóstol 
Pablo dijo sobre perder para ganar: 
Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el 
infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a Él, he 
desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a 
Cristo. 
Filipenses 3:8 NTV 
La sublimidad del conocimiento del Señor Jesús hizo que Pablo 
deseara su alta posición en la sociedad judaica, así como sus 
privilegios como fariseo respetado, su reputación (proveniente del 
cuidado religioso), su honra adquirida por su inteligencia y estudios, 
además de sus amistades. 
Al convertirse y abrazar su misión, el apóstol dejó sus preferencias de 
vivir en un determinado lugar, abandonó la expectativa de un 
brillante y seguro futuro y consideró todas las pérdidas como escoria, 
o sea, algo vil, insignificante e inútil, comparado con la excelencia de 
la salvación. En fin, dejó todas las cosas que, a los ojos humanos, eran 
valiosas para sufrir privaciones, injurias, maltratos, prisiones e 
incluso la muerte. Y pasó por todo eso feliz, sin murmurar o pensar 
que la obra que Dios le había designado era una carga. 
Pablo fue realizado en lo que hizo porque tenía como privilegio ser 
esclavo del Señor Jesús, como él mismo se consideraba. Sufrir por su 
Salvador era su misión de vida. 
Quién verdaderamente sirve al Altísimo tiene ese mismo espíritu 
porque carga en su ADN está verdad innegociable: quien no pierde 
su vida no gana al Señor Jesucristo. 
 
Si alguno Me sirve, el Padre lo honrará 
Para quienes “odian” su propia vida por amor al Señor Jesús, este 
sacrificio no es algo que genera amargura o sufrimiento. Al contrario, 
con cada renuncia para servir a Dios, crecen el entendimiento y el 
deseo de ofrecerse aún más a Él. 
Sin embargo, esta fe no es de todos; por eso, el Salvador dice: “Si 
alguno Me sirve, que Me siga; y donde Yo estoy,allí también estará 
Mi servidor; si alguno Me sirve, el Padre lo honrará”(Juan 12:26). Al 
introducir la partícula condicional “si”, el Señor Jesús resalta que, 
aunque la mies esté abierta para todos, no son todos los que están 
dispuestos a tomar el arado para honrarlo. Por eso, la cantidad de 
siervos genuinos no es tan grande. 
Entonces, si a usted le fue revelada la grandiosidad del sacrificio, siga 
al Señor Jesús negándose a sí mismo y, así, usted estará va usted 
estará blindando su fe. Y esté en paz, pues, en el camino de la 
renuncia rumbo a la consumación de la salvación, usted también 
pasará por el placer de servir al Rey de reyes. Pues quién fue salvo 
no logra ver un propósito más sublime para su vida que vivir para 
servir a Dios. 
Aproveche el tiempo en el que esté en esta Tierra para cooperar con 
la obra que el propio Dios ha hecho en este mundo. Dele las manos 
a Él en Su plan de llevarles la salvación a los afligidos, pues todos los 
que abracen Su misión serán honrados por el Padre, como el Señor 
Jesús aseguró. 
¿Tendría el siervo mayor recompensa que ser honrado por su Señor? 
Aquí sufrimos tribulaciones, injusticias y calumnias, pero guardado 
con Él está nuestro galardón en el Cielo. Nuestra parte es entregar 
nuestra vida y odiar aquello que el mundo ama para seguir 
ininterrumpidamente el ejemplo del Señor Jesús durante toda 
nuestra vida. 
Si hacemos nuestra parte, están establecidas las siguientes 
promesas: 
• Dios nos hará producir muchos frutos en este mundo. 
• Tendremos la vida eterna. 
• Estaremos con el Dios Hijo en la gloria. 
• Seremos honrados por el Dios Padre. 
En cuanto a esta última promesa, estoy seguro de que no se trata 
solo de recompensas terrenales, sino del galardón eterno, pues, en 
esta vida finita y pequeña, jamás lograremos disfrutar de toda la 
honra que la fidelidad a Dios puede proporcionar. 
Pero, a pesar de esas gloriosas recompensas, estaremos preparados, 
pues, desde los días de Abel, pasando por todos los profetas y 
discípulos, nadie dejó de ser odiado, perseguido o maltratado debido 
a su fe. 
 
 
 
 
 
“ 
El que ama 
su vida la pierde 
 
” 
 
 
 
CAPÍTULO 4 
 
 
 
Sacrificando sueños y 
proyectos personales 
 
 
Necesitamos entender que no hay forma de ir al Padre por el Hijo, 
conducido por el Espíritu Santo, sin el sacrificio de la renuncia de la 
vida en este mundo por completo. ¿Cómo el siervo del Altísimo se 
dispone a decir “heme aquí” sin renunciar a los sueños y proyectos 
personales? 
¿Cómo alguien se propone a servirle y, al mismo tiempo, piensa en 
sacar provecho de eso? La Obra de Dios no fue, no es y jamás será el 
ejercicio de una profesión o un medio de vida para sí y para su 
familia. La ausencia de esa conciencia ha sido la razón de que muchos 
llamados hayan sido descartados a lo largo de su jornada. El 
verdadero siervo es consumido por el servicio del Señor durante toda 
su vida, así como ha ocurrido con Su Hijo en este mundo. 
 El Espíritu del Señor Dios está sobre Mí, porque Me ha ungido el 
SEÑOR para traer buenas nuevas a los afligidos; Me ha enviado 
para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar 
libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar 
el año favorable del SEÑOR, y el día de venganza de nuestro Dios; 
para consolar a todos los que lloran. 
Isaías 61:1-2 
Esta profecía de Isaías se refiere, primeramente, al oficio del Señor 
Jesús como Mesías. A fin de cuentas, el Hijo de Dios reveló que esta 
se cumplía en Su promesa, en la ocasión en la que leyó las Escrituras 
en la sinagoga, en Nazaret (cf. Lucas 4:18-21). Él Se hizo hombre para 
realizar la obra de redención que les posibilitaría la salvación a los 
seres humanos. 
Esta profecía se extiende a todos aquellos que fueron llenos del 
Espíritu Santo y que van a servir a los propósitos divinos en este 
mundo; pues tenemos, de parte de Dios, la garantía de que el mismo 
Espíritu que reposó sobre el Señor Jesús reposará sobre Sus siervos, 
dándoles la capacidad de predicar las Buenas Nuevas con poder y 
autoridad para liberar a los prisioneros del pecado y alcanzar a los 
que están afligidos en las tinieblas. 
Así como el Salvador, ellos se tornan instrumentos para predicar el 
con poder, sea por medio de palabras o por medio de su testimonio 
de transformación de vida. 
Los verdaderos siervos del Altísimo abrazan su misión y viven como 
Juan el Bautista, o sea, de forma despojada de los placeres de este 
mundo. Él, que fue el encargado de preparar el camino para la 
manifestación del Señor Jesús, vivió poco tiempo y pasó ese periodo 
en el desierto, lejos de todas las distracciones y facilidades. Él no 
estuvo preocupado por tener bella ropa ni por agradar a su paladar 
con un menú sabroso. 
 La Biblia dice que su vestuario era hecho de pelo de camello y un 
cinto de cuero, y que su alimento eran langostas y miel silvestre. 
Estoy seguro de que eso está registrado para mostrar la 
responsabilidad que le fue confiada al profeta y el grado de sacrificio 
y entrega que estuvo dispuesto a hacer por esta. 
Y él, Juan, tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a 
la cintura; y su comida era de langostas y miel silvestre. 
Mateo 3:4 
Por predicar la verdad, él salió del desierto hacia la muerte; pero, 
incluso teniendo una vida breve, dejó el legado de un siervo que 
cargó en su vida las marcas de la renuncia. 
Juan el Bautista tuvo un ministerio corto, así como el Señor Jesús, 
que también vivió durante un corto tiempo hasta morir en el 
Calvario. Esa vida de sacrificio fue la misma que todos los profetas y 
apóstoles del pasado, y es la misma de los demás siervos de hoy. Juan 
el Bautista no tuvo tiempo para disfrutar la vida como el rey Salomón. 
Al contrario, el estilo de vida del precursor del mesías era totalmente 
contrastante con la de los reyes, nobles y sacerdotes. Juan no vivió 
en palacios, no se vistió con elegancia ni probó la comodidad; al 
contrario, su simplicidad era conforme a las montañas del desierto 
de Judea donde vivía. Nada de banquetes, fiestas, brillos, ropa suave 
o facilidades, y sin sacrificio. 
Lamentablemente, muchos de los que hoy se presentan diciendo 
“heme aquí “tienen la intención de aprovecharse del oficio de 
profeta para vivir como reyes, y no para dedicarse totalmente a la 
misión dada por el Altísimo. Debido a eso, un gran número ha 
desistido, desertado e incluso se ha suicidado. De forma frecuente, 
hemos oído relatos de pastores, presbíteros, misioneros y obreros 
sumergidos en la depresión, en la apatía y en el desánimo, sin contar 
a aquellos que se quitaron la vida. 
La Obra del Altísimo no es una “buena idea”, mucho menos una 
aventura. El “heme aquí “significa sacrificio total. ¡Es todo de sí por 
el TODO DE DIOS! 
 
Fácil decirlo, difícil cumplirlo 
Vimos que Isaías atendió rápidamente el llamado de Dios en el 
pasado, pero ¿cuál ha sido la respuesta al llamado de Dios hoy? 
Es simple y fácil responder “heme aquí “. Lo realmente difícil es poner 
esa declaración en práctica. 
Es difícil porque exige que la persona niegue su propia voluntad para 
hacer la del Señor Dios. La práctica del “heme aquí” exige que la 
persona “muera para sí misma” para estar dispuesta a hacer la 
voluntad de Aquel que dice: “¿A quién enviaré?”. 
 En este mundo, es posible conciliar el trabajo para dos o tres 
patrones o tener más de un empleo; pero, para quién ya Le entregó 
su vida a Su Majestad y Rey del Reino de Dios —el Señor Jesús—, es 
imposible sujetarse a dos señores. Quien esté dispuesto a cumplir el 
“heme aquí” tiene que estar muerto para su propia voluntad. 
La renuncia de la propia vida por la fe es algo tan fuerte que incluso 
hoy los cristianos primitivos ganan almas a través de sus historias de 
vida y confianza en Dios. Muchos fueron valientes al punto de morir 
martirizados, o sea, enfrentaronuna muerte muy cruel porque no 
querían dejar de anunciar el Evangelio de la salvación. Los discípulos, 
por ejemplo, sacrificaron sus voluntades, sus sueños, el futuro al lado 
de sus seres queridos y la tierra natal para vivir como prisioneros de 
la voluntad del Salvador. En sus epístolas, el apóstol Pablo no se 
cansaba de identificarse como un esclavo y prisionero del Señor a 
Quién servía. 
Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de 
mí, prisionero Suyo, si no participa conmigo en las aflicciones por el 
evangelio, según el poder de Dios. 
2 Timoteo 1:8 
A ejemplo del Hijo de Dios, que nació de Su Espíritu no para disfrutar 
de la gloria de este mundo, sino para servir al Padre como sacrificio 
vivo hasta la muerte, el ciervo del Señor Jesús también tiene que ser 
el propio sacrificio vivo, santo y aceptable hasta la muerte, si quiere 
seguir venciendo hasta el fin. 
Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios 
que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, 
aceptable a Dios, qué es vuestro culto racional. 
Romanos 12:1 
 
El clamor de las multitudes 
La aflicción y el extremo cansancio físico de las multitudes llamaban 
la atención del Señor Jesús a medida que Él recorría “…todas las 
ciudades y aldeas, enseñando en la sinagogas de ellos, 
proclamando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y 
toda dolencia” (Mateo 9:35). 
Al caminar en medio de la multitud por todas las ciudades y poblados 
por dónde pasó, el Señor Jesús vio a un pueblo afligido, cansado y 
totalmente perdido. Él tuvo una profunda compasión por aquellas 
personas y las vio como ovejas sin pastor. 
La oveja sin pastor es como una escuela sin profesor, un hospital sin 
médico, un avión sin piloto o una nación sin gobierno. Sin dirección 
y sin objetivo, todo fracasa y pierde el sentido. Sin el conocimiento y 
la práctica del Evangelio, el ser humano vive el caos en su existencia. 
Sin la salvación, el sufrimiento y la desesperación son certezas que el 
hombre cargará a lo largo de su vida. 
Cualquier intento de alivio que no venga de lo Alto no pasará de ser 
placebo, algo sin efecto concreto. 
El Señor Jesús vio a aquel pueblo frágil, indefenso y expuesto a todo 
tipo de peligro en este mundo. La multitud andaba sin rumbo y 
estaba hambrienta en el cuerpo y en el alma. El Salvador sabía que, 
así como la supervivencia de las ovejas depende del cuidado de su 
pastor, aquellas personas necesitaban la ayuda que solo Él tenía para 
darles. 
 Fue delante de esa escena que nuestro señor amplió la visión de los 
discípulos para el tamaño de la mies y para la responsabilidad de 
cada uno. 
… A la verdad, la mies es MUCHA, pero los obreros son POCOS. 
Mateo 9: 37 RVA-2015 (mayúsculas del autor) 
 El mundo continúa siendo un lugar de muchas ovejas perdidas, 
desesperadas y desgarradas, que necesitan urgentemente al Pastor 
de sus almas. Las personas están dispuestas, en todos los lugares, a 
recibir el Evangelio, desde las grandes metrópolis hasta la más 
pequeña aldea. Pero ¿quién tiene compasión de ellas? ¿Quién ve y 
siente lo mismo que el Señor Jesús sintió frente a los afligidos? 
¿En qué categoría de trabajador usted se ha encajado en el reino de 
Dios? ¿Está entre los muchos a los que no les importa la aflicción y el 
cansancio de los perdidos o entre los pocos que han dado la vida por 
ellos? 
Los que viven en tinieblas no necesitan solamente a gente que les 
predique, sino a hombres y mujeres que sientan su dolor, que tengan 
misericordia y que se comprometan a gastar la vida en favor de la 
misión de salvar almas. 
Inmediatamente después de mostrarle a Sus siervos la imperiosa 
necesidad de la Obra, el Señor Jesús los mandó a orar al Señor de la 
mies para que envíe trabajadores. Parece un pedido extraño, pues, 
¿por qué tenemos que rogarle al Dueño de la mies por algo que Él 
sabe que necesita? 
 Pienso que el siguiente pasaje responde a nuestra pregunta: 
Así ha dicho DIOS el Señor: Aún seré solicitado por la causa de 
Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se 
multiplican los rebaños. Como las ovejas consagradas, como las 
ovejas de Jerusalén en sus fiestas solemnes, así las ciudades 
desiertas serán llenas de rebaños de hombres; y sabrán que Yo soy 
el SEÑOR. 
Ezequiel 36:37-38 RVR1960 
La palabra “hombres” remite al desarrollo de la civilización. Además 
de multiplicador, él es proveedor y protector. Desde el punto de vista 
espiritual, remite a la figura de la nueva criatura, nacida del Espíritu 
Santo; por eso, es considerado ovejas consagradas y ovejas de 
Jerusalén. 
 Así como el aumento del rebaño de ovejas es una satisfacción para 
el hacendero, Dios ve como una bendición al crecimiento de Su 
rebaño de siervos. 
Entonces, orar por más trabajadores es una forma de elevar nuestra 
mente al gran deseo de Dios por personas generadas por el Espíritu 
Santo. Estas serán hijas e hijos nacidos en casa, como los 318 siervos 
de Abraham, dispuestos a luchar la guerra del Altísimo por las almas. 
Serán trabajadores del Reino de Dios, independientemente del lugar 
en el que están o de la posición que ocupan. Sus frutos serán 
verdaderos y permanentes, sea predicando en un púlpito, en la calle, 
en un hospital o en un presidio. Estos siervos se hacen útiles porque, 
así como Dios, oye el clamor de las multitudes por socorro y amparo. 
 
¿Carga o privilegio? 
Dios no necesita siervos, y eso es una realidad, pues Él es 
autosuficiente en todo. No hay nada que podamos ofrecerle para 
aumentar Su poder, Su gloria o Su autoridad. Sin embargo, Su Obra 
necesita, y el Altísimo nos da el privilegio de servirle. Tal honra es 
considerada por Él como una dádiva. Por eso, no puede ser 
apoderada por quienquiera que sea, pues es atribuida a aquellos que 
fueron regenerados y salvos. 
Cuando Dios instituyó el servicio sagrado en el tabernáculo, Él hizo 
una declaración que confirma que servirle es un regalo de Él para 
nosotros. Vea: 
Pero tú y tus hijos contigo atenderéis a vuestro sacerdocio en todo 
lo concerniente al altar y a lo que está dentro del velo, y 
ministraréis. Os doy el sacerdocio como un regalo para servir, pero 
el extraño que se acerque morirá. 
Números 18:7 
El tabernáculo representaba la habitación de Dios entre los hombres 
(cf. Éxodo 25:8) y todos los utensilios sagrados dentro de él 
simbolizaban al Señor, a Su hijo y a Su obra de redención (salvación 
de la humanidad). Por eso, toda la responsabilidad referente al altar 
del holocausto, al altar del incienso, a la mesa de los panes de la 
proposición, al candelabro y al Santo de los Santos fue conferida 
Aarón y a sus hijos. Al especificar quién Lo serviría en el tabernáculo, 
el Altísimo dejó en claro que la elección para el sacerdocio Le 
pertenecía solamente a Él, y qué les atribuiría esa función solamente 
a aquellos que fueran de Su confianza. 
Consecuentemente, esa dádiva divina entrega a Aarón y a sus hijos 
—y hoy a nosotros, que somos Su pueblo y tenemos la gran honra de 
servirle (cf. 1 Pedro 2:9) — expresa una riqueza inescrutable (cf. 
Romanos 11:33). Es decir, es un privilegio tan grande, tan especial, 
con un significado tan profundo, que es imposible para la mente 
humana comprenderlo. Por eso, la responsabilidad de valorarlo. 
Esa riqueza inescrutable, o inmensurable, es un regalo del Señor y, 
como todo regalo, le provoca mucha satisfacción a quien lo recibe. 
De esta forma, cuando Dios nos eligió para servirle, quería 
proporcionarnos alegría. Una prueba de eso es que Él llega a decir 
que ese es un privilegio peculiar y restringido para los Suyos, y que 
de ninguna manera el “extraño” puede atreverse a usurpar ese 
derecho, bajo pena de sufrir el juicio divino. Ese entendimiento 
también es reforzado en Hebreos 5: 4: “Y nadie toma este honor 
para sí mismo, sino que lo recibe cuando es llamado por Dios,así 
como lo fue Aaron”. 
 Por lo tanto, servir al Altísimo es motivo de gloria indescriptible y 
nunca puede ser considerado como una obligación, una carga o una 
prisión. Quién es lleno del Espíritu Santo de esa oportunidad como 
una prueba de la grandiosidad de Dios y, por eso, desarrolla su 
servicio con gratitud, temor, placer y santidad. 
El Altísimo Dios es el Señor Único, Omnipresente, Omnipotente y 
Omnisciente. En Su eterna condición de Señor, solamente Él tiene 
autoridad para escoger a Sus siervos. 
 Claro que el criterio de Su elección es que sean justos o que, por lo 
menos, quieran vivir en la justicia. 
 
El gozo de ser un cooperador de Dios 
Dios no necesita ponerle flores a Su discurso para hacer que Sus 
Palabras sean aceptables. Él es lo que es. Él piensa lo que piensa y 
determina solamente aquello que desea. Si a los seres humanos no 
les gusta, no obedecen o desprecian Sus instrucciones, Dios continúa 
siendo el mismo. La incredulidad humana no altera en nada la 
grandeza de Todopoderoso. 
Dios no es un ser carente que necesita nuestra declaración de amor 
y alabanza. Desde la eternidad, Él Se deleita en su Hijo, y ese placer 
ya Lo satisfacía plenamente. Dios tampoco disputa un cargo de 
comando, pues Él ya es Señor para siempre. 
Por lo tanto, Dios no hace nada por necesidad, pues es 
autosuficiente. Nada de lo que el Creador hizo fue para impresionar 
al hombre, por presión o por querer ser proactivo. De lo micro a lo 
macro en el Universo, Dios hizo lo que deseó hacer. Desde la pequeña 
abeja hasta el más grande planeta, Él lo ideó y lo trajo a la luz de 
acuerdo con Su gusto. Consecuentemente, entendemos bien que el 
Creador es superior. Él no necesita a Sus creaciones y, mucho menos, 
está sujeto a estas. (Muy diferente a nosotros, que nacemos 
desnudos, dependientes de los demás e inmersos en ignorancia). 
Pasamos toda nuestra vida en la búsqueda de suplir carencias y 
necesidades. E, incluso corriendo y teniendo anhelos durante toda 
nuestra existencia, terminamos la jornada con la sensación de que 
no aprendimos lo suficiente, no hicimos todo y no aprovechamos el 
tiempo que tuvimos. 
Al trazar un paralelo entre nuestra pequeñez y la grandeza de Dios, 
concluimos que el Soberano no necesita ayuda. Entonces nace la 
gran pregunta: ¿por qué el Altísimo nos escogió para que Le 
sirviéramos si no nos necesita? ¿Y por qué Él confío en nuestras 
manos la mayor de todas las responsabilidades, qué es anunciar la 
Palabra que puede promover tanto la salvación de miles de millones 
como la condenación a estas al lago de fuego y azufre? 
Pienso que este gran privilegio fue dado porque Dios quería que 
fuéramos participantes de Su alegría al ver a un alma salvada. Quien, 
de hecho, sirve a Dios con sinceridad y devoción logra sentir el gozo 
indescriptible en el alma por poder cooperar con el Reino de los 
Cielos. 
 La Obra es de Dios, las almas Le pertenecen a Él y el poder para 
predicar, curar y liberar también es de Él. Entonces, en la misión de 
servirle, entramos solo con nuestra entrega, es decir, con nuestra 
disposición sincera. El resto de todo el trabajo Le corresponde al 
Espíritu Santo. 
Y, como si no va a estar a que Dios hiciera todo por medio de 
nosotros, además promete recompensarnos al final. ¿No es eso 
extraordinario? 
 
 
“ 
Cuando Dios nos eligió 
para servirle, quería 
proporcionarnos alegría. 
 
” 
 
CAPÍTULO 5 
 
 
 
El siervo en el Cuerpo 
 
 
El Cuerpo de Cristo (la iglesia) está compuesto por innumerables 
miembros cuya función principal es estar 100% sometidos a la 
orientación del Cabeza (el Señor Jesucristo). 
 Tales miembros jamás pueden ni siquiera pensar en ser cabeza; de 
lo contrario, dejarían de servir al único Señor y Salvador, el Cabeza de 
la Iglesia, el Señor Jesucristo. 
Dirigido por el Espíritu Santo, el apóstol Pablo dice: 
Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois 
conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, edificados 
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús 
mismo la piedra angular, en Quien todo el edificio, bien ajustado, 
va creciendo para hacer un templo santo en el Señor, en Quien 
también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios 
en el Espíritu. 
Efesios 2:19-2 
Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera 
digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda 
humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a 
otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en 
el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como 
también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de 
vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un 
solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en 
todos. 
Efesios 4:1-6 
La Iglesia del Señor Jesús es UN solo cuerpo debido a UN mismo 
Espíritu que la envuelve. Solo El poder del Espíritu Santo es capaz de 
unir a personas de diferentes edades, culturas, etnias, 
nacionalidades y temperamentos y ajustarlas a un cuerpo santo. 
Cuando el siervo es insertado en este cuerpo, pierde su mentalidad 
egoísta, fundamentada en el “yo”, y pasa a vivir con la mentalidad 
espiritual del “nosotros”, conforme pidió el Señor Jesús en oración: 
Para que todos sean uno. Como Tú, oh Padre, estás en Mí y yo en 
Ti, que también ellos estén en Nosotros… 
Juan 17:21 
El Espíritu Santo en el cuerpo espiritual funciona como la sangre en 
el cuerpo físico que circula desde lo alto de la cabeza hasta los pies. 
La importante unidad de fe en la Iglesia solo puede venir de Él. 
También solo logra cumplir la orden divina de ir y predicar hasta los 
confines de la tierra si la persona fuera realmente llena del Espíritu 
Santo. Por lo tanto, pobres y ricos, cultos y analfabetos, jóvenes y 
ancianos, todos necesitan el bautismo con el Espíritu Santo. 
Quién se aventura en la Obra de Dios sin ese revestimiento de poder 
está menospreciando un principio: es el Espíritu Santo Quien debe 
usarnos para Sus fines, y no nosotros a Él para que alcancemos 
objetivos ocultos. 
Aún sobre el Cuerpo (la iglesia), vemos: 
Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros 
evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los 
santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de 
Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del 
conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre 
maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para 
que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí 
para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, 
por las artimañas engañosas del error; sino que hablando la verdad 
en amor, crezcamos en todos los aspectos en Aquel que es la cabeza, 
es decir, Cristo, de Quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y 
unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al 
funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el 
crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor. 
Efesios 4:11-16 
La Iglesia del Señor Jesús tiene muchos miembros y cada uno tiene 
una función distinta y necesaria para todo el Cuerpo. Hay diversidad 
de dones y de responsabilidades; por eso, vemos la diferenciación de 
algunos oficios, como apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y 
maestros. 
Así como ocurre en el cuerpo físico, no hay competencia entre los 
miembros del cuerpo espiritual (la iglesia). Todos trabajan en 
armonía para su propia preservación; es decir, todos los siervos 
trabajan en un mismo objetivo, qué es promover el Reino de Dios. 
Por lo tanto, la variedad de dones, de propósitos y de servicios es 
según la voluntad de Dios. 
El ojo, por ejemplo, puede ser un miembro maravilloso de nuestra 
constitución, pero no es más importante que los otros miembros. Si

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