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EL SEXO QUE 
QUEREMOS 
LAS MUJERES
Título original: El sexe que volem les dones
© 2017 Carme Sánchez Martín
© de la traducción: Vicenç Benéitez
© de la imagen de portada: Shutterstock
© 9 Grup Editorial
Lectio Ediciones
c. Muntaner, 200, ático 8.ª
08036 Barcelona
T. 93 363 08 23
www.lectio.es
lectio@lectio.es
Primera edición: mayo de 2017
ISBN: 978-84-16012-95-4
DL T 292-2017
Realización: ebc, serveis editorials / Grafime
Impreso en Romanyà Valls, S. A.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema 
informático, ni su transmisión de ninguna manera ni por ningún medio, sea electrónico, 
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito 
de los titulares del copyright.
Carme Sánchez Martín
con la colaboración de Vicenç Alujas
Y cómo disfrutarlo
Prólogo de Gaspar Hernández
Ilustraciones de Gema Prades
Edición de Sonia Onís
EL SEXO QUE 
QUEREMOS 
LAS MUJERES
A todas mis pacientes y amistades 
7
Índice
Prólogo 9
1 Empezamos jugando, acabamos follando 15
2 Abierto las 24 horas 33
3 Ser mujer, sentirse mujer 71
4 Las edades de la mujer 99
5 Bien sola o bien acompañada 137
6 La mejor vacuna 169
7 ¡Cuídate, reina! 195
8 Ser o no ser… madre 221
9 Cuando no va como debería 243
Epílogo 277
Agradecimientos 285 
Bibliografía (recomendada y consultada) 287
9
Prólogo
Tenéis que permitirme empezar este libro por el final. No, no 
os desvelaré nada, no os preocupéis. Simplemente quiero em-
pezar explicando el primer caso que atendí como sexóloga, ha-
cia 1994, y del que guardo un gran recuerdo. Escribir y rees-
cribir me ha llevado a pensar en él. Aquel fue el punto de 
partida de muchos otros casos que me han hecho aprender y 
crecer como terapeuta.
El dicho dice que hablando se entiende la gente. Así de fá-
cil, ¿verdad? Y aquel fue un paradigma perfecto: mis pacientes 
me planteaban un problema que para ellos era muy grave, pero 
que tuvo una solución muy sencilla. Aquella tarde entró en mi 
consulta una pareja muy joven y que hacía escasamente seis 
meses que se habían casado. Eran Patri y Ramón. De veinti-
pocos años ambos. Ella, dependienta de una tienda de cosmé-
ticos, y él, peón de albañil. Venían recomendados por un gine-
cólogo, pues tenían serios problemas con el sexo. La cuestión 
es que, desde que eran matrimonio, Patri no podía (o no que-
ría) tener relaciones. 
Es una situación muy extraña, pensé. Son una pareja muy 
reciente y se les ve muy cariñosos. Mi primera impresión la 
corroboré con la entrevista que les hice conjuntamente: hacía 
muy poco que convivían, parecían muy enamorados y ellos 
mismos utilizaban la expresión quererse. ¿Qué pasaba, pues?
10
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
El intríngulis lo saqué hablando a solas con ella. Patri, en la 
segunda visita, se mostraba un poco nerviosa. Algún resque-
mor tenía.
—¿Qué te ocurre? —le pregunté.
—No sé cómo decírtelo, Carme. Me da mucha vergüenza 
—respondió ella cruzando los brazos.
—Estate tranquila. Puedes hablar con confianza.
Entonces, la chica me explicó que su marido olía mal y que 
le daba mucho asco tenerlo demasiado cerca.
—Pero me explicaste que antes de casaros sí que teníais re-
laciones con normalidad, ¿verdad? —cuestioné, sorprendida.
—Antes, cuando salíamos, normalmente quedábamos para 
cenar y salir los fines de semana, que era cuando podíamos es-
tar más tranquilos y tener sexo —arrancó Patri—. Ramón ve-
nía a buscarme muy peripuesto. Llamaba la atención y a mí 
me excitaba mucho. Pero desde que vivimos juntos en casa, él 
viene del trabajo, de la obra, muy sudado y me echa para atrás.
—¿Pero no se ducha? —la corté.
—Sí, cada día —respondió—. Pero el problema es que se 
ducha por la mañana. O sea, que por la noche se mete en la 
cama tal cual ha llegado de trabajar y ese olor puede conmi-
go.
Cuando vi que el problema era ese, un simple cambio de 
hábito, fue mano de santo. Al día siguiente hablé con Ramón 
y del modo más elegante posible le sugerí que, además de du-
charse por la mañana, como hacía cada día, lo hiciese también 
antes o después de cenar. ¿Sabéis lo que pasó? Esa pareja no 
volvió a aparecer por la consulta. Caso resuelto.
Patri tenía vergüenza de decirle a su marido que se duchase 
y Ramón no se había dado cuenta de que después de un día de 
un trabajo muy físico, le convenía una enjabonadura. La co-
municación en la sexualidad, como en la vida, es una de las 
11
PRÓLOGO
claves de todo. De eso y de otras cosas hablaremos a continua-
ción. ¿Me acompañáis?
Soy sexóloga
«Eres muy normal para ser sexóloga.»
Periodista de radio
Una de las muchas preguntas recurrentes en mi vida, tanto de 
pacientes como de amistades y conocidos, es: «¿Por qué te has 
dedicado profesionalmente a la sexología?». Reconozco que no 
tengo una sola respuesta, pero sí una colección de anécdotas 
de mi infancia, adolescencia y primera juventud que me con-
dujeron a especializarme en la sexualidad humana.
Aspectos que me ayudaron en la decisión: descubrir de muy 
pequeña la colección de revistas porno que mi tío tenía escon-
dida en su habitación; rebelarme en la adolescencia al ver el 
sexismo imperante por parte de mis padres, del profesorado y 
de muchos alumnos del instituto; apuntarme a los talleres so-
bre sexualidad que Carme Freixa y Noemí Barja impartieron 
en la Facultad de Psicología de la UAB; realizar unas prácticas 
en el Centro de Planificación Familiar de Terrassa… Ya ves, 
todo me dirigió directamente a buscar sobre sexualidad y fi-
nalmente a realizar el Máster en Sexología y Psicoterapia In-
tegrativa por la Universidad de Valencia.
Desde muy pequeña me causaba extrañeza el secretismo al-
rededor del hecho sexual. Me encantaban los relatos eróticos 
que leía en revistas como Lib —mucho después me enteré de 
que bastantes estaban escritos por Santiago Segura—, pero sa-
bía que no podía explicárselo a nadie, y cuando mi madre me 
compró el libro ilustrado ¿De dónde venimos? puse cara de 
12
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
niña buena y me lo leí también, pero sin hacer ninguna pre-
gunta incómoda. En mi adolescencia empecé a sufrir un trato 
desigual por ser chica tanto en casa como entre los compañe-
ros y compañeras de clase, y eso me hizo posicionarme como 
defensora de la igualdad de sexos desde muy joven. Porque, de 
modo intuitivo, la sexualidad era para mí algo más amplio que 
tener vulva o que te gustaran los chicos. Con todo, y ya adulta, 
he tenido que aguantar algunas veces comentarios poco edu-
cados y a menudo sarcásticos al explicar que me dedicaba a la 
educación y la terapia sexual. Afortunadamente, y a medida 
que otras disciplinas han incorporado aspectos sobre sexuali-
dad, también más profesionales se han ido formando en sexo-
logía. Últimamente no resulta tan extraño responder que soy 
sexóloga y no encontrarme con que mi interlocutor abra mu-
cho los ojos y sonría con picardía.
La especialista en sexología
«Pero, ¿qué hace exactamente un sexólogo o una sexóloga?»
Periodista de un diario on-line
La sexología es la ciencia multidisciplinar que estudia el hecho 
sexual humano del modo más amplio posible. Hay muchas 
áreas del conocimiento que estudian partes de la sexualidad, 
como la filosofía, la antropología, la medicina, la biología, la 
psicología, el derecho… y la sexología las entrelaza para enten-
derla y dar una respuesta global.
Me gusta mucho la definición que la Wikipedia hace del 
sexólogo o sexóloga: «Son profesionales, con una licenciatura 
previa en medicina o en psicología, con cualificación suficiente 
para tratar cualquier disfunción sexual, así como para asesorar 
13
PRÓLOGO
en cuanto a la educación de la sexualidad humana. A esta pro-
fesión se accede normalmente a través de diversos másteres 
universitarios».
Aunque es cierto que el grueso de las intervenciones que 
hacemos la mayoría de los sexólogos y sexólogas se centra en 
la problemática y la educación sexual, también realizamos fun-
ciones preventivas e informativas,fomentamos y divulgamos 
una vivencia sana y satisfactoria de la sexualidad, colaboramos 
con organizaciones para fomentar los derechos sexuales y re-
productivos, asesoramos a empresas relacionadas con la salud 
sexual y colaboramos en investigaciones científicas.
Como sexóloga, y ante las personas que acuden a mi consul-
ta, parto de la premisa biopsicosocial, es decir, de que los pro-
blemas sexuales pueden tener diferentes causas (orgánicas, psi-
cológicas y sociales), y con mi experiencia debo descartar o 
valorar las distintas incidencias. Comienzo por una evaluación 
de la conducta sexual, sigo por la historia del problema y al fi-
nal realizo un diagnóstico y propongo un tratamiento. Hay 
que destacar que también piden hora parejas con problemas 
para comunicarse, para negociar, para convivir… aunque no 
haya una disfunción sexual. Últimamente he comprobado que 
ha aumentado mucho la demanda de visitas de mujeres y 
hombres que tienen dudas y preguntas sobre su sexualidad o 
sobre la vivencia que tienen de la misma, y, ante el alud de in-
formación que hay en internet, prefieren acudir a una profe-
sional para que se las aclare. No manifiestan una problemática, 
sino que quieren una información veraz y científica sobre al-
gún aspecto sexual concreto, o estrategias para mejorar su 
cumplimiento sexual. Por ejemplo, mujeres que quieren saber 
si son normales porque solo tienen orgasmos por estimulación 
del clítoris u hombres que necesitan estrategias para mejorar 
el placer de su pareja sexual.
14
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
Las personas pueden acudir solas o en pareja, si la tienen, y 
la mayoría de las veces soy la primera persona a quien explican 
su problema. A menudo, superar el secretismo y explicar 
abiertamente lo que les pasa es el inicio de la solución.
15
1
Empezamos jugando, acabamos follando
«Si el sexo es un fenómeno tan natural, ¿cómo 
es que hay tantos libros sobre cómo hacerlo?»
Bette Midler
Supongo que ya habéis podido intuir que el tema de este libro 
es la sexualidad de las mujeres, pero no es exclusivo para ellas. 
Al contrario, me encantaría que también los hombres tuvieseis 
curiosidad sobre la sexualidad de la mitad de la población.
Todo lo que encontraréis aquí escrito es el fruto de más de 
veinte años en una consulta de terapia sexual, pero también de 
impartir conferencias y talleres en centros educativos y en aso-
ciaciones de mujeres, de colaborar en diferentes medios de co-
municación, de consultar libros y artículos sobre sexualidad y 
de responder a miles de preguntas en consultorios en línea. No 
tenéis en las manos un tratado sobre posturas ni un manual 
para llegar a ser la reina de la seducción, pero tampoco una re-
copilación de estudios científicos de difícil interpretación. Eso 
sí, tenéis mi experiencia y mi observación.
16
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
Con la ayuda de la editora, de pacientes y de amistades he 
seleccionado los temas más importantes para entender mejor 
el hecho sexual de las mujeres y he incorporado una serie de 
teorías empíricas que creo que pueden explicar unas situacio-
nes sexovitales concretas, y también algunas estrategias para 
mejorar la vivencia y las emociones respecto a vuestra sexuali-
dad.
Dicho esto, permitidme decir una cosa más: el sexo no sirve 
para nada. La frase puede sonar muy contundente e incluso, 
pronunciada por mí, os parezca una incongruencia, pero esto 
que escribo tiene una explicación, claro está. Cuando digo que 
el sexo no sirve para nada me refiero a que no sirve para nada 
más que para pasarlo bien o para nada más que para la repro-
ducción. Por lo tanto, si para la reproducción es esencial hacer 
sexo, ¿por qué no nos lo pasamos bien, ya puestos? Y aún diré 
más: ¿por qué no nos lo pasamos bien (o sea, jugamos) hacien-
do sexo aunque este no tenga ninguna finalidad reproductiva? 
Hay que disfrutar del sexo. Siempre. Por eso me encanta decir 
que el sexo es «el juego de los adultos». Y ya que hablamos de 
este «juego de los adultos», me viene a la cabeza el caso de 
Mireia y Gerard, una pareja que llevaban siete años de rela-
ción y que vinieron a verme muy preocupados a la consulta. 
En aquel momento, ella tenía 30 años y era profesora de se-
cundaria. Él tenía 36 y era administrativo en una empresa in-
formática. La vida les sonreía (aparentemente): una pareja jo-
ven, con muchas cosas por delante, con muchos amigos y un 
buen trabajo. Pero había un asunto que estaba enturbiando su 
relación: el sexo. O, mejor dicho, el no-sexo.
—Es que Mireia no toma la iniciativa desde hace mucho 
tiempo y siempre que lo intentamos está muy tensa —me ex-
plicaba Gerard bajo la atenta mirada de ella—. No sé. Es que 
no tiene ganas y ya no lo hacemos casi nunca.
17
EMPEzAMOS jUGANDO, ACABAMOS FOLLANDO 
Ella asentía con la cabeza y afirmaba que era cierto, que ha-
bía perdido el deseo sexual, que no tenía apetito para hacer el 
amor, e incluso reconocía que cada vez que Gerard se le acer-
caba, juguetón, ella le ponía excusas:
—Le digo que estoy cansada para no comenzar a hacerlo.
Enseguida lo vi claro. Era un caso en que se había perdido 
el sentido lúdico del sexo, aquel que se tiene en el enamora-
miento inicial, el de los primeros años de la pareja, pero que, 
como es lógico, hay que regar poco a poco con el paso del 
tiempo. De hecho, es un escollo que sufren muchas mujeres, 
porque, como tales, dejan de jugar más pronto que los hom-
bres, y ya no solo en el aspecto sexual, sino en la vida en gene-
ral.
Además, Mireia me explicó que la primera relación con pe-
netración que había tenido en su vida había sido precisamente 
con su novio y que tenía una educación sexual moderada: sim-
plemente había hecho un taller de sexología en el instituto y 
había hablado un poco con sus padres: «En casa, el sexo no era 
tabú, pero tampoco era un tema de conversación natural».
Acto seguido, le hice una pregunta que la dejó boquiabierta: 
«¿A qué juega Gerard?».
—¿Cómo? —respondió.
—Que… si juega a algo —insistí.
Después de unos segundos pensando, dijo: «A la consola». 
Gerard lo pasaba bien jugando a videojuegos. 
—Pues esto es lo que tenemos que trabajar contigo. Que te 
lo pases bien cuando tenéis relaciones sexuales, ¡igual que él se 
lo pasa bien haciendo sexo contigo, jugando a la consola o dis-
putando una pachanga de fútbol con los amigos!
Por eso intenté que Mireia interpretase las relaciones sexua-
les desde un punto de vista lúdico y le aconsejé dos cosas: la 
primera, que diese rienda suelta a la imaginación; la segunda, 
18
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
que utilizase juguetes en las relaciones. ¡Las fantasías sexuales 
al poder!, le aclaré.
Unas semanas más tarde, recibí un correo de Mireia. Me 
preguntaba si conocía direcciones de hoteles madrileños de 
tipo erótico, porque quería darle una sorpresa a Gerard. Al 
leerlo, sonreí. Mireia volvía a jugar.
La tríada perfecta: la sexualidad, el juego y las mujeres
Vincular los conceptos de la sexualidad y del juego con el hecho 
de ser mujer ha sido el resultado de atender a muchas pacientes y 
parejas, como Mireia y Gerard, para las que la sexualidad es mo-
tivo de problemas y de angustia, pero también de análisis de mu-
chas otras mujeres que disfrutan sin dificultades de su sexualidad.
Dejar de lado la patología e incorporar la vertiente más po-
sitiva de la sexualidad me ha permitido ayudar a muchas mu-
jeres y a sus parejas a reconducir una vivencia negativa del he-
cho sexual, pero —todavía más importante— a prevenir 
posibles dificultades.
En los siguientes párrafos iré definiendo y combinando la pe-
culiar estructura de esta tríada, que, en el fondo, es el eje central 
de mi propuesta: la sexualidad como juego es una actividad ge-
neradora de placer que no se realiza con una finalidad utilitaria 
directa, sino que tiene entidad por sí misma. Así, la sexualidad 
no debería servir para nada más que para pasarlo bien. Y como 
comportamiento, también tiene una vertiente social cuando en 
este juego sexualparticipa más de una persona.
¿Para qué sirve la sexualidad?
Tal vez la pregunta te cause extrañeza, que a menudo es la ex-
presión que identifico en las caras de las personas cuando em-
19
EMPEzAMOS jUGANDO, ACABAMOS FOLLANDO 
piezo así las conferencias, los talleres o incluso las sesiones de 
terapia (aunque ya os he dado la respuesta al comienzo del ca-
pítulo). Pero antes de que tu cerebro inicie la búsqueda de la 
respuesta correcta, repasemos algunos hechos históricos.
Para la mayoría de las personas de las generaciones anterio-
res, la sexualidad tenía como única finalidad aceptable la re-
producción. El cristianismo, religión predominante en la so-
ciedad occidental, consideraba inmoral el placer sexual, las 
distintas opciones sexuales y todo lo que se alejara del ideal de 
la castidad, la ocultación y los tabús sexuales. El problema es 
que esto ha impregnado durante siglos no solo la moral, sino 
también la ciencia y la cultura de Europa y América.
De todos modos, siempre ha habido formas de saltarse las 
normas, por muy rígidas que fuesen. Y, de hecho, en determi-
nados sectores sociales se practicaba una «doble moral sexual». 
Es decir, se adoptaba un determinado comportamiento ante el 
sexo dependiendo de cada situación, y por lo tanto se consen-
tía una cierta «inmoralidad sexual». Hay que remarcar que esta 
«inmoralidad aceptada» era mucho más tolerada en los hom-
bres que en las mujeres. De hecho, tanto a escala legal como 
social estaba más penalizada la infidelidad femenina que la 
masculina, y en determinados períodos se ha considerado que 
las mujeres prostituidas eran «un mal necesario».
En la actualidad, y fruto del progreso científico, pero tam-
bién político y social, esta lista de «porqués sexuales» se ha in-
vertido de manera muy importante. La procreación ha perdido 
peso específico frente al placer o la función comunicativa de la 
sexualidad.
Hechos relevantes, como la generalización de la anticoncep-
ción, la aparición y evolución del feminismo, los estudios cien-
tíficos sobre sexualidad, la legalización del aborto en muchos 
países y la reivindicación de los movimientos de liberación gay, 
20
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
lesbiana y transgénero y de otros colectivos sociales han facili-
tado la adopción de una nueva ética sexual, basada en unos 
derechos sexuales de espíritu universalista.
Definiendo la sexualidad
La definición de sexualidad se ha ido modificando y am-
pliando a lo largo de los últimos años, y en la actualidad in-
cluye aspectos que traspasan el hecho biológico y compren-
den conceptos culturales y sociales, como el género y los 
roles sexuales.
Veamos algunos aspectos que aclaran qué es la sexualidad 
humana:
• Conjunto amplio de comportamientos y actitudes que se 
estructuran por influencia de la biología, la cultura y los 
aspectos sociales.
• Explica procesos como la identidad sexual, el concepto y 
los roles de género y los vínculos afectivos.
• Está vinculada con instituciones como el matrimonio, la 
familia y el divorcio y relacionada con las funciones de 
comunicación, placer o reproducción.
La sexualidad es algo más que el sexo y las relaciones sexua-
les, nunca puede separarse de la historia personal de cada per-
sona y no podemos prescindir de ella. Es decir, no podemos 
dejar de ser seres sexuados.
La sexualidad está presente en todo nuestro ciclo vital: des-
de el nacimiento a la muerte, pero no siempre del mismo 
modo ni con la misma intensidad. De hecho, podemos pasar 
períodos en los que la sexualidad adquiera una importancia 
capital, y otros, en cambio, en los que parezca que desempeña 
un papel más secundario.
21
EMPEzAMOS jUGANDO, ACABAMOS FOLLANDO 
Desde una concepción inclusiva, todas las personas, inde-
pendientemente de nuestra condición física y psicológica, te-
nemos sexualidad, y esta no es un constructo cerrado, sino que 
está siempre en un proceso de constante transformación y 
construcción.
Si alguno de los conceptos mencionados te crea confusión, 
no te preocupes; a lo largo de los próximos capítulos espero 
ayudarte a aclararlos.
Las mujeres y la sexualidad
Durante milenios la sexualidad humana ha estado ligada a la 
reproducción, la heterosexualidad y el androcentrismo. La se-
xualidad de las mujeres, o era negada o bien estaba centrada 
en satisfacer los deseos y las necesidades de los hombres. Pro-
ducto de esta construcción social, las mujeres quedaban limi-
tadas a dos categorías: esposa/madre o amante/prostituta.
Es con la irrupción de los movimientos feministas, a partir 
del siglo xix, y de la revolución sexual, en el xx, cuando mu-
chas mujeres comienzan a plantearse su sexualidad desde el 
autoconocimiento, su placer y sus necesidades. Se dio un enfo-
que político y reivindicativo a aspectos relacionados con la se-
xualidad y la violencia, las desigualdades entre hombres y mu-
jeres, la visibilización de la atracción sexual entre mujeres, la 
pornografía y la prostitución.
Ya en el siglo xxi, este proceso todavía continúa y se han in-
corporado nuevos enfoques, como los movimientos queer, que 
rehúyen las categorías binarias y preestablecidas (hombre-mu-
jer y hetero-homo), y otras corrientes que se manifiestan en 
contra de la concepción neoliberal que está impregnando tam-
bién la sexualidad, donde todo vale si hay dinero y consenti-
miento de por medio, en especial respecto a la prostitución y a 
la maternidad subrogada.
22
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
En la actualidad, pues, conviven muchas formas de entender 
el hecho sexual, y el enfoque biopsicosocial resulta enriquece-
dor y al mismo tiempo complejo. Además, la omnipresencia 
de la sexualidad provoca a menudo sensaciones opuestas: por 
un lado, parece que sin la práctica regular de sexo una persona 
se convierta en cierta manera en «discapacitada», y por otro 
lado, la sobreexposición puede provocar hartazgo.
También fenómenos ocurridos a principios de esta década, 
como la publicación de la trilogía Cincuenta sombras de Grey, 
han hecho aflorar estas contradicciones en la sexualidad de 
muchas mujeres. Bajo la apariencia de una mujer empoderada 
e instruida, Ana, la protagonista, termina plegándose a los de-
seos de un hombre e intentando salvarle de un pasado tor-
mentoso. No tiene un final trágico como el de las protagonis-
tas de Tolstoi, Flaubert o Clarín, pero la reproducción de los 
viejos esquemas de una relación desigual, tanto social como 
sexual, planea por toda la historia. Eso sí, con un sexo explícito 
con falsos tintes posmodernos, porque incorpora la transgre-
sión de unas supuestas prácticas sadomasoquistas.
Muchas «Anas» se pasan por la consulta, insatisfechas, 
cuando se dan cuenta de que, además de tener que luchar con-
tra el sexismo que impregna su vida laboral y social, también 
tienen que hacerlo en la esfera más privada, la afectivo-sexual.
Un par de ítems que pueden ayudar a aclarar el panorama 
actual:
• Todavía hay diferencias en la forma de entender la sexua-
lidad entre hombres y mujeres, pero también entre dife-
rentes géneros, entre diferentes orientaciones sexuales, etc. 
Por lo tanto, quizá sería el momento de empezar a hablar 
de personas y de la vivencia de su sexualidad de manera 
individualizada, pero aceptando que aún quedan muchos 
23
EMPEzAMOS jUGANDO, ACABAMOS FOLLANDO 
residuos de aquella mentalidad ligada a la reproducción, 
la heterosexualidad, el androcentrismo y el sexismo.
• La sexualidad es una vivencia individual, pero tiene mu-
chos componentes sociales e ideológicos que hay que 
abordar desde una vertiente más política y global. Hacen 
falta reglas o normas de carácter personal, pero también 
social, porque no todo es aceptable, aunque a veces parez-
ca que somos libres para poder elegir, cuando en realidad 
esta «libre elección» está demasiado mediatizada por de-
terminados sistemas políticos y económicos, la publicidad 
y los medios de comunicación.
Las mujeres y el juego
Las mujeres no tenemos un tránsito fácil del juego infantil al 
juegoadulto. La mayoría de los juegos de las niñas —muñe-
cas, cocinitas, disfraces…— desaparecen en la adolescencia o 
bien están demasiado relacionados con el cuidado de las per-
sonas y con las tareas domésticas.
De hecho, estos juegos se han interrumpido durante los siglos 
pasados de manera abrupta, antes incluso de llegar a la puber-
tad. Un filósofo ilustrado como jean-jacques Rousseau ya ma-
nifestaba en el capítulo sobre la educación de las mujeres que «a 
las niñas se les han de interrumpir sus juegos sin motivo para 
servir al auxilio de la naturaleza». Es decir, hay que acostum-
brarlas desde muy pequeñas a dejar de lado los ratos de evasión 
y goce para atender a los demás, en especial a su futuro marido.
Como contraposición, los chicos, a través de juegos grupales 
y deportivos, aprenden a interiorizar valores propios de hom-
bres adultos que siguen siendo de referencia cuando se hacen 
mayores y que a menudo continúan practicando. Por lo tanto, 
están más acostumbrados a incorporar a sus vidas momentos 
recreativos.
24
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
A pesar de que hay familias, centros educativos e institucio-
nes que están haciendo esfuerzos para crear espacios lúdicos 
no sexistas y para que los juguetes no incorporen un sesgo de 
género tan marcado —respecto a usos y colores, por ejem-
plo—, la realidad se impone de forma tozuda y ello tiene efec-
tos en la socialización y también en la concepción del juego 
que muchas mujeres terminan teniendo respecto a los ratos de 
esparcimiento y evasión.
Es habitual que en la edad adulta muchas mujeres se sien-
tan incómodas e incluso culpables por tener momentos de 
entretenimiento que no tienen ninguna finalidad útil más 
allá de pasar un buen rato. De hecho, mucho ocio femenino 
está relacionado con actividades con propósitos prácticos: ha-
cer ganchillo o calceta, restauración de muebles… Y eso pre-
supone que a cualquier actividad sin intención utilitaria se le 
ponga la etiqueta de inútil, prescindible o, incluso, de pérdida 
de tiempo…
Una queja habitual en las mujeres de parejas heterosexuales 
se refiere a la capacidad que tiene el hombre para encontrar el 
momento para actividades lúdicas, como jugar a videojuegos o 
practicar un deporte, y la intensidad y el embobamiento que 
presentan en su realización.
No hay que olvidar que las triples jornadas (en las que hare-
mos énfasis más adelante) que muchas mujeres soportan no 
dejan mucho tiempo para ratos desocupados. Hay que tener 
bastante habilidad de negociación y un cierto poder para lle-
gar a acuerdos con la pareja u otros familiares para conseguir 
estos ratos «inútiles» y a la vez imprescindibles.
Con todo, y sin ánimo de angustiar, en algunos momentos 
se hace necesario reorganizar «nuestro manual de instruccio-
nes individual» para poner en valor determinados constructos 
y descartar otros, a medida que vamos aprendiendo a vivir. In-
25
EMPEzAMOS jUGANDO, ACABAMOS FOLLANDO 
corporar estos ratos de esparcimiento, aunque a veces resulte 
complicado o casi imposible, supone una mejora en la calidad 
de vida personal a medio y largo plazo.
La sexualidad lúdica
Para las personas que disfrutan de su sexualidad de una forma 
sana y sin conflictos, su finalidad es, la mayor parte de las ve-
ces, puramente lúdica. Descartando los momentos puntuales 
en que la dedican a la procreación de un modo responsable y 
consciente, el resto es solo por placer: para compartir un buen 
rato con uno mismo o con otra persona…
Diferentes investigadores del juego y el contexto lúdico pos-
tulan que todas las actividades y ocupaciones, incluso las más 
ligadas a las necesidades básicas, como comer o dormir, tuvie-
ron una forma lúdica en sus comienzos. De hecho, también la 
sexualidad empieza para muchos niños como un juego: jugan-
do a médicos y enfermeras se explora el cuerpo del otro, y en 
el baño, jugando con los propios genitales, muchos niños y ni-
ñas experimentan sensaciones de placer. Por lo tanto, la sexua-
lidad se inicia como un juego, y es preciso que esta vertiente 
lúdica continúe a lo largo de toda la vida.
Porque la sexualidad cumple la mayoría de las características 
que se atribuyen al juego: «Es una actividad voluntaria, que tie-
ne unos ciertos límites, fijados en el tiempo y en el espacio, que 
siguen una regla o reglas aceptadas, provista de una finalidad en 
sí misma y acompañada de un sentimiento de tensión y alegría».
Si planteamos la sexualidad como un juego, la convertimos 
en una actividad creativa, de expresión y comunicación, que 
permite el autoconocimiento y también llegar a establecer vín-
culos afectivos con otra persona.
No podemos obviar, sin embargo, que la práctica sexual 
conlleva una serie de riesgos para la salud física y emocional. 
26
EL SEXO QUE QUEREMOS LAS MUJERES
Es con la adopción de determinadas reglas y poniendo unos 
límites al juego sexual como podremos prevenir y minimizar 
estos riesgos —por ejemplo, las infecciones de transmisión 
sexual o las desigualdades en las relaciones afectivo-sexua-
les—.
Tampoco significa que al potenciar el aspecto lúdico de la 
sexualidad estemos banalizándola, sino al contrario: el juego 
es, en palabras de personas expertas, «una actividad trascen-
dental, fundamental para la persona y que se practica a lo lar-
go de toda la vida».
Por lo tanto, solo hace falta mezclar el hecho sexual y el he-
cho lúdico, como si de los ingredientes de un cóctel se tratase, 
y agitarlos en la coctelera de nuestra imaginación y de nuestro 
comportamiento para disfrutar plenamente de la sexualidad, a 
solas o con otra persona o personas.
La tríada al completo
«Así, ¿la sexualidad es el juego que practicamos las 
personas adultas? Nunca me lo había planteado así…»
Marta, 32 años
Y ahora toca integrarlo todo, porque creo de verdad en el ar-
tículo número cinco de la Declaración de los Derechos Sexuales: el 
derecho al placer sexual como una fuente de bienestar físico, in-
telectual e incluso espiritual. Por lo tanto, hay que incorporar, 
desde nuestro hecho individual y también desde nuestra singu-
laridad como mujeres, el esparcimiento como una actitud ante 
la sexualidad.

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