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Marcas de literariedad

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Las marcas de literariedad son aquellos indicadores dentro de un texto que sirven para constatar su carácter poético o literario, esto es, que le indican al lector que dicho texto es de naturaleza artística.
Estas señales o “marcas” fueron propuestas por la tradición del formalismo literario, una de las principales escuelas de teoría literaria de la historia, con el propósito de estudiar el texto literario y dar con sus rasgos distintivos.
Las marcas de literariedad consisten en una manera específica de usar el lenguaje, diferente de la manera cotidiana o natural, pero también de otros textos con funciones pedagógicas, instructivas o informativas. La literariedad, en este sentido, sería el grado de identificación de un texto con lo que se entiende como literatura, o sea, qué tan literario es un texto a juzgar por la manera en que el autor utiliza el lenguaje.
El uso del lenguaje connotativo
La connotación es una forma de significado que vincula de manera indirecta una palabra con un sentido. Es decir, permite asociaciones contextuales, circunstanciales o aproximadas, a diferencia del significado denotativo, que es fijo y preciso. De este modo, el lenguaje connotativo es aquel que permite una interpretación metafórica, simbólica, subjetiva, indirecta o diversa de lo dicho, o sea, que permite al texto decir más de una cosa al mismo tiempo.
En los textos literarios este lenguaje cobra mucha importancia. Esto les permite decir una cosa y aludir al mismo tiempo a diferentes referentes, creando así un juego de sentidos y significados que enriquece la experiencia de lectura. Esto es afín a todos los géneros literarios. Un relato, por ejemplo, cobra una dimensión simbólica a través de un lenguaje sugerente, que llama la atención del lector sobre la manera en que se dicen las cosas y los sentidos ocultos o las insinuaciones que puede contener.
El predominio de la función poética del lenguaje
De acuerdo a las propuestas de la escuela teórica del formalismo ruso, el lenguaje tiene un conjunto de funciones determinadas, que le permiten desempeñar diferentes roles. Así, por ejemplo, la función referencial sirve para describir las cosas y la función exhortativa para influir en la conducta del interlocutor.
Por su parte, la función poética sirve para observar el lenguaje desde un punto de vista estético, es decir, lúdico, reflexivo. De allí que en los textos literarios esta sea la función predominante, ya que la literatura cumple con la función de producir belleza y brindar al lector una experiencia estética, humana, e invitarlo a la reflexión y la imaginación.
En esto se diferencian fácilmente los textos literarios del resto: mientras que las instrucciones de una lavadora sirven para emplear correctamente el aparato, y el texto de una advertencia en la calle sirve para prevenir al transeúnte de algún peligro, el texto literario no persigue ningún propósito definido. En palabras de Oscar Wilde: “todo arte es profundamente inútil”.
La polisemia textual
La polisemia es la posibilidad de que un mismo término tenga múltiples significados asociados. Es un rasgo propio del lenguaje verbal, que alcanza en la literatura sus más potentes manifestaciones, porque en ella una palabra puede emplearse para evocar o combinar significados que normalmente no le corresponden.
En la poesía se puede observar claramente este fenómeno. Así, cuando el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) habla en su “Poema 1” de un “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, / te pareces al mundo en tu actitud de entrega”, las palabras “blancas colinas” aluden al cuerpo de la mujer, comparado en su palidez y su redondez con una colina blanca, es decir, confiriéndole a las palabras un nuevo significado que ordinariamente no tienen.
La utilización arbitraria de la sintaxis y el vocabulario
Las obras literarias son, ante todo, arbitrarias. Esto quiere decir que su composición, sus formas y las relaciones que surgen dentro de ellas son elementos intencionales, que el autor construye de manera más o menos expresa, a través de la elección y selección de las palabras y las fórmulas sintácticas. Eso es, de hecho, lo que se conoce como “estilo”: la elección específica de una palabra en lugar de otra, de una frase en vez de otra o de un lugar en vez de otro para colocar cada palabra. De esta manera, el lenguaje literario se distancia del lenguaje ordinario y cotidiano no solo en su mensaje, sino en su forma de construir las oraciones.
La utilización de figuras retóricas
Las figuras retóricas son un conjunto de procedimientos creativos de la lengua que le permiten a un emisor dar un giro inesperado, original, expresivo o juguetón a lo que dice. Este tipo de recursos se utilizan cotidianamente en el lenguaje hablado, pero alcanzan la belleza y la potencia estética sobre todo en la literatura. Esto se debe a que una obra literaria es valorada no solo por lo que dice, sino por cómo lo dice.
En todos los géneros literarios se utilizan las figuras retóricas. A veces de manera más convencional y predecible, y en otros casos de un modo radicalmente distinto, novedoso y atrevido. En la poesía son muy comunes las metáforas, sinécdoques y aliteraciones, mientras que en la narrativa es usual la humanización, el símil y la elipsis.
Ejemplos de figuras retóricas 
· Elipsis. Consiste en la supresión de parte del texto para generar un efecto rítmico o para generar suspenso. Por ejemplo, en el poema “La gitanilla” del español Miguel de Cervantes (1547-1616), se lee: “…los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutos; / las viñas, uvas”. En los versos se ha suprimido “nos ofrecen” en el caso de los árboles y las viñas, reemplazando el verbo con comas y dejando que el contexto explique el sentido.
· Símil o comparación. Consiste en comparar una palabra o idea con otra. Por ejemplo, en el poema “Ausencia” del argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), se lee: “Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta, / el mar al que se hunde”. En estos versos se compara la ausencia de la amada con la soga en torno al cuello del ahorcado o el mar en que el ahogado se sumerge, para expresar así una sensación de ahogo y desesperación ante el abandono de la amada.
· Prosopopeya o humanización. Consiste en atribuir rasgos humanos a un referente inanimado, es decir, a una cosa o una fuerza natural, para expresar así la acción que efectúa. Por ejemplo, en el relato “El guarda del cementerio” del escritor belga Jean Ray (1887-1964), traducción de Salvador Bordoy Luque, se lee: “…Rápidamente, el revólver escupió sus últimas balas, y con un gran hipo, que salpicó las paredes de sangre negra, la vampiro se derrumbó sobre el suelo”. Al decir que el revólver “escupió” sus últimas balas, se le atribuye una acción humana para retratar de un modo más eficaz la situación en que se efectuaron los disparos.

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