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El papel de la motivación el afecto y las emociones

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El papel de la motivación, el afecto y las emociones 
en la racionalidad humana
La Tercera Hipótesis que presenta la Psicología de la Cognición social es que los motivos, emo-
ciones y afectos no sólo no interfieren en la racionalidad humana, sino que son indispensables
para lograrla.
Para mucha gente, la cualidad esencial del ser humano es
su capacidad para razonar dejando al margen emociones y de-
seos, dos obstáculos reconocidos para la acción inteligente. La
inteligencia pura cautiva a los seres humanos, que sienten una
extraordinaria fascinación por seres como los vulcanianos,
esas criaturas pacíficas de la saga televisiva Star Trek, capaces
de conseguir una habilidad lógica excepcional mediante un
ritual de control de las emociones.
También sienten esa fascinación por los dispositivos artificiales capaces de hacer millones
de cómputos en milésimas de segundo. No es de extrañar que sientan una extraordinaria
compasión por los prototipos de la cultura que se ven ahogados en el caos de las pasiones,
como bien se recoge en la literatura universal con obras como Otelo o Romeo y Julieta.
Sin embargo, como ya hemos señalado, para la Cognición social una clave del éxito del
procesador de información humano es la existencia de motivaciones, emociones y afectos.
En realidad, dichos elementos repercuten en el razonamiento porque las estructuras físicas
del conocimiento y del sentimiento se hallan fisiológicamente interconectadas de modo que,
cuando se produce una fractura en esa conexión, cuando se corta el vínculo entre la corteza
cerebral y el sistema límbico, que es el núcleo donde se generan las emociones, el efecto es
devastador, como muestra el caso de Elliot, que se resume en el Cuadro 5.6.
Cuadro: Pérdida del vínculo entre corteza cerebral y sistema límbico.
Elliot tenía un tumor cerebral y fue intervenido quirúrgicamente para extirparle una parte de la zona 
frontal del cerebro y trozos de tejido circundante. Tras la intervención, Elliot parecía excesivamente 
controlado al describir lo que le ocurría como un espectador desapasionado; ni se alegraba ni tenía 
sentido de su propio sufrimiento, aun cuando él fuera el protagonista. Según Damasio, “no estaba inhi-
biendo la expresión de la resonancia emocional interna, ni mitigando la confusión interior. Simplemente 
no tenía confusión alguna que mitigar” (1996, p. 55). 
Pese a que las exploraciones en inteligencia, memoria, habilidades numéricas y de cálculo mostraron 
que estas eran las mismas que antes de la operación, Elliot era incapaz de tomar la decisión más simple. 
La raíz del problema de Elliot, diagnosticado a partir de un conjunto de nuevos exámenes neurofisiológi-
cos y de conducta, estaba en su incapacidad para registrar emociones. Esa ausencia de motivos y afectos 
vinculados a la información y a la acción hacía que se perdiera entre los detalles de cada alternativa, 
que no supiera ponderar de acuerdo con sus gustos y deseos las ventajas e inconvenientes de cada 
decisión. Ellliot sabía pero no sentía y, consecuentemente, no podía elegir.
Este caso, extraído del libro El error de Descartes (Damasio, 1996), presenta a un hombre que 
perdió la capacidad de experimentar emociones. Un hombre inteligente que posee intactos los
Elsa
Tachado
instrumentos necesarios para un comportamiento racional (atención, memoria, lenguaje…),
pero cuya razón práctica, por tener alterada la capacidad para experimentar sentimientos,
produce una sucesión de errores que se concretan en un defecto en la toma de decisiones.
Antonio Damasio
Médico portugués, profesor de neurología 
en la Universidad de Iowa, es un experto en 
neurociencia y cognición.
Damasio (1996) muestra que los sesgos derivados de la contaminación emocional del ra-
zonamiento no sólo no turban la sensatez, sino que son un ingrediente esencial de ella, una
condición indispensable de su existencia. De hecho, aunque las estrategias de razonamiento
estuvieran perfectamente ajustadas, difícilmente podrían dar respuesta a la enorme comple-
jidad e incertidumbre que caracteriza los problemas personales y sociales. Son necesarios los
deseos, impulsos y emociones para ayudar a la fría razón a encontrar el acomodo que garantiza
la supervivencia de los individuos.
Por tanto, aspectos como la motivación, el afecto y las emociones son centrales para
que el ser humano tenga éxito en el procesamiento de la información. Veamos cada uno de
esos elementos.
El papel de la motivación
Para ilustrar el papel que tiene la motivación en la racionalidad humana es importante aceptar
que a las personas no les resulta fácil pensar de un determinado modo simplemente porque
quieran hacerlo. Por ejemplo, si usted pensara que la mayoría de los inmigrantes son trabaja-
dores y sociables, ¿cómo podría, de pronto, cambiar de idea y pensar que son una amenaza? Y,
sobre todo, ¿cómo podría hacerlo sin perder la ilusión de objetividad, esa ilusión que hace que
piense que los cambios en sus creencias responden a cambios reales (“verdaderamente, los in-
migrantes hasta ahora lograban incorporarse pacíficamente a la sociedad, pero últimamente
son una amenaza, ya que…”), y que las opiniones pasadas que está a punto de modificar no
parezcan caprichosas, sino reflejo de una situación real pasada?
La clave está en que antes de cambiar su juicio (por ejemplo, que los inmigrantes son una
amenaza), usted, de modo no completamente consciente, incrementará la accesibilidad de las
informaciones almacenadas que son relevantes con la nueva posición y simultáneamente pro-
duciría nuevos argumentos de menor calado que darán un marchamo lógico a dicha posición.
Y quien manda y dirige este proceso de búsqueda en la memoria de creencias que apoyen la
conclusión deseada, y esa combinación creativa de conocimientos accesibles con vistas a nuevas
creencias, es la motivación.
La ilusión de objetividad de este proceso de justificación es tal que motivaciones di-
ferentes dan lugar a creencias diferentes, y éstas justifican conclusiones opuestas. En este
sentido, es cierto que las personas podemos llegar a creer lo que queremos creer, pero sólo
en la medida en que “construimos” razones suficientes que nos ayuden a autojustificarnos. 
Pruebas que avalan estas conclusiones proceden de diferentes ámbitos de la Psicología so-
cial y afectan tanto a las creencias sobre uno mismo y sobre los otros, como a las causas y 
probabilidades de un evento.
Por ejemplo, una situación en la que la motivación contribuye a la racionalidad de las 
creencias es aquella en la que las personas decimos o hacemos públicamente cosas con 
las que discrepamos. En estos casos, los individuos sentimos una fuerte disonancia entre 
nuestro autoconcepto y nuestra conducta. Si la conducta discrepante se hace, además, en 
condiciones de libertad, la disonancia cognitiva constituye una amenaza al yo y produce 
un incremento en la motivación para recuperar una imagen positiva de nosotros mismos 
a través de la elaboración de argumentos lógicos a favor de la conducta realizada (lo que 
significa un cambio en las actitudes y creencias para hacerlas compatibles con nuestra 
conducta. Estas ideas se desarrollan con mayor amplitud en los capítulos 19 y 20 sobre 
disonancia cognitiva.
Otra situación en la que la motivación afecta a la racionalidad de las creencias se da cuando 
se pide a las personas que evalúen a individuos de su endogrupo o a individuos con los que ten-
drán que interactuar en el futuro (por motivos de trabajo, de ocio…) (véase el Cuadro 5.7).
Cuadro : Evaluación del otro y saliencia de la identidad.
En un estudio se informó a los participantes de que, antes de tener una cita con alguna de las tres 
personas que se les presentaban, debían atender a una discusión grabada entre las tres. Inmediata-
mente después se les pidió que hicieran una evaluación de esas tres personas. Los participantes en la 
investigación dieron un juicio más positivo de la persona con quien esperaban salir, evaluaron mejor sus 
rasgos de personalidad y manifestabanque podían confiar más en esa persona. También le otorgaron más 
atención y recordaron más información sobre esa persona que sobre las otras. 
Fuente: Berscheid, Graziano, Monson y Dermer (1976).
En estos casos, la necesidad de sustentar la identidad positiva, derivada de la pertenencia
grupal, o la inevitable relación con el otro, dirigen la elaboración de argumentos y evaluaciones
positivas tras una fuerte focalización del perceptor en los aspectos positivos del otro. Y algo
similar se da con los estereotipos, que llevan a asignar rasgos negativos a exogrupos a causa
de un sesgo inicial a favor del endogrupo (Tajfel, 1978), pero también como una consecuencia
de una motivación para justificar el sistema social y las relaciones de poder y estatus (Jost
y Banaji, 1994). Se ampliarán estas ideas en el Capítulo 8 sobre estereotipos. No en vano, el
estereotipo femenino que subraya la debilidad de la mujer, el estereotipo de los grupos raciales
que remarca la baja competencia, o el estereotipo sobre exogrupos con los que se está en con-
flicto abierto que destaca su inhumana hostilidad, sirven como argumentos centrales en la
discriminación y la justificación del statu quo.
El papel del afecto y de las emociones
Además de la motivación, también el afecto y la emoción juegan un papel determinante en la
racionalidad humana. Y aunque Freud (1915) pensaba que los recuerdos de acontecimientos
emocionales negativos eran “reprimidos” y difíciles de recordar, las investigaciones actuales
están más bien de acuerdo con James (1890), para quien una experiencia puede llegar a ser tan 
excitante emocionalmente como para dejar casi una cicatriz en el tejido cerebral.
En esa dirección, conviene subrayar el potencial de racionalidad que aportan las emocio-
nes al procesamiento de la información, tal como mostró Schachter (1959/1966) en su estudio 
sobre los efectos de la ansiedad en la afiliación, o Foa, Rothbaum, Riggs y Murdock (1991) en 
su estudio sobre los efectos de la ansiedad en la percepción y capacidad reactiva a situaciones 
de hipotética adversidad.
No obstante, la Cognición social también reconoce que episodios emocionales muy in-
tensos focalizan tanto la atención que lo que en términos moderados es un factor positivo se 
vuelve inadaptativo. Así se observa en quienes sufren “trastornos de estrés postraumático”, un 
síndrome caracterizado por vívidas visiones retrospectivas en las cuales la persona revive el 
trágico suceso en todos sus detalles dolorosos (véase el Cuadro 5.8).
Cuadro : Los efectos del “trastorno de estrés postraumático”.
A., un empresario de 60 años secuestrado por ETA, fue retenido en un zulo frío y húmedo durante cuatro 
meses, sin apenas intercambiar palabra con los secuestradores. Vivió todo su cautiverio en un estado 
de alarma permanente por temor a la irrupción brusca de la policía, y las amenazas de muerte de los 
secuestradores. Tras su liberación, A. se recuperó de sus problemas físicos y se reincorporó al trabajo, 
aunque con un rendimiento muy por debajo de lo habitual. Sin embargo, las secuelas psicológicas 
del recuerdo del secuestro y la intensidad emocional de éste le fueron incapacitando para tener una 
vida normal, ya que se encuentra normalmente asustado, muestra conductas claustrofóbicas, rehuye el 
contacto con otras personas y tiene imágenes diurnas y pesadillas nocturnas frecuentes en relación con 
el secuestro. Así, por ejemplo, se despierta en medio de la noche soñando que los secuestradores están 
a punto de matarle. Igualmente, se sobresalta con frecuencia cuando ve a gente desconocida cerca de 
su casa o cuando oye ruidos que no identifica.
Hay dos ámbitos en los que se ha explorado sistemáticamente el efecto de las emociones 
y estados de ánimo: en primer lugar, en el tipo de información que se procesa y, en segundo 
lugar, en cómo se procesa.
Efecto de las emociones en el tipo de información que se procesa 
Las emociones tienen efectos importantes en diferentes etapas del procesamiento de la in-
formación, aunque los ámbitos más estudiados se refieren al recuerdo y la recuperación, y al 
aprendizaje. Veamos algunas de las conclusiones más sólidas al respecto.
1. Sobre el tipo de información que se recuerda
Los estudios sobre cómo cognición y emoción se hallan firmemente conectadas trabajan sobre 
varias hipótesis plausibles.
Imagine que le presentan a una persona un día en el que usted está de buen humor. Lo 
más probable es que asocie ese encuentro con un estado de ánimo positivo. Si, en cambio, se la 
presentan un día en que se halla de mal humor, lo más probable es que asocie dicho encuentro 
con un estado de ánimo negativo. Esta conexión puede adoptar dos formas y, por tanto, dar 
lugar a dos resultados.
• Primer resultado: las personas recuerdan más las anécdotas del encuentro cuando tienen 
el mismo estado de ánimo que tenían en el momento en que las codificaron. Esta es la 
hipótesis del recuerdo dependiente del estado de ánimo (véase la Figura 5.6).
Figura : Representación de la hipótesis del recuerdo dependiente del estado de ánimo.
Esta situación es la que se observa cuando las personas recuerdan más 
experiencias positivas de la infancia si están de buen humor que si están 
tristes, y recuerdan más experiencias negativas de la infancia si están tris-
tes que si están alegres. 
Es lo que ocurre en la película Luces de la ciudad, en la que Charles Chaplin 
salva a un borracho de la muerte. Al día siguiente, cuando el millonario está 
sobrio, no recuerda al pequeño vagabundo. Sin embargo, cuando vuelve a 
emborracharse le trata como a su antiguo compañero.
 En síntesis, la hipótesis del recuerdo dependiente del estado de ánimo defiende que, si las
personas procesan una información en un estado de ánimo determinado pueden, pasado
un tiempo, recordarlo mejor si vuelven al mismo estado de ánimo.
• Segundo resultado: las personas asocian más aquella información cuya valencia coincide 
con la valencia del estado de ánimo en el momento de la recuperación. Esta es la 
hipótesis de recuerdo congruente con el estado de ánimo (véase la Figura 5.7).
Figura : Representación de la hipótesis de recuerdo congruente con el estado de ánimo.
 A diferencia de la anterior, esta hipótesis se centra en la relación entre la valencia del estado de
ánimo en el momento de la recuperación y la valencia de la información (véase el Cuadro 5.9).
Cuadro : Efecto del estado de ánimo en el momento del recuerdo. 
Se pidió a un grupo de personas con estado de ánimo neutro que estudiaran una lista de palabras 
positivas, neutras y negativas. A continuación, se indujo un estado de ánimo de alegría o de tristeza. 
Cuando se pidió a los dos grupos que intentaran recordar las palabras leídas se halló que ambos grupos 
recordaban proporciones similares de palabras neutras, pero que los participantes felices recordaban 
más palabras positivas que negativas, mientras que los participantes tristes recordaban más palabras 
negativas que positivas. 
El resultado se debe básicamente al estado anímico en el momento del recuerdo ya que durante el 
aprendizaje de las palabras no se indujo ningún estado de ánimo específico. 
Fuente: Teasdale y Russell (1983).
Aunque hay datos que apoyan la hipótesis del recuerdo dependiente del estado de ánimo, 
estos muestran que hace falta mucha intensidad emocional en el momento del aprendizaje. 
En contraste, la hipótesis del recuerdo congruente con el estado de ánimo es más sólida y tiene 
suficiente apoyo empírico, aunque los datos muestran una pauta asimétrica de recuerdo. 
Concretamente, mientras el estado de ánimo positivo facilita el recuerdo de informaciones 
positivas e inhibe el recuerdo de informaciones negativas, el estado de ánimo triste inhibe 
el recuerdo de informaciones alegres, pero no siempre incrementa el recuerdo de informa-
ciones tristes.
2. Sobre el tipo de información que se aprende
Los resultados de las investigaciones en esta área muestran que las personas felices tienden a 
prestarmás atención a las informaciones agradables, mientras que las personas tristes atienden 
más a las informaciones desagradables. Ello se debe a que la información congruente con el 
estado de ánimo sobresale, recibe más atención, se procesa más profundamente y, por consi-
guiente, se aprende mejor.
3. Sobre los juicios sociales
También las investigaciones han encontrado sistemáticamente que las emociones afectan a 
los juicios respecto a uno mismo y respecto a los demás, ya que las personas, cuando tienen 
un estado de ánimo positivo, elaboran juicios más positivos y, cuando tienen un estado de 
ánimo negativo, toman decisiones y elaboran juicios más negativos. En este sentido, el estado 
de ánimo hace que emerjan a la conciencia y se hagan más accesibles aquellas características de 
un objeto de actitud que son congruentes con dicho estado de ánimo (véase el Cuadro 5.10).
Cuadro : Efecto del estado de ánimo sobre los juicios sociales. 
Los resultados de un experimento realizado por Salovey y Birnbaum (1989) indicaron que el estado de 
ánimo tiene un importante impacto sobre la valoración de ciertos síntomas físicos y sobre la auto-
eficacia en conductas de salud. Los sujetos con síntomas de gripe o resfriado común a quienes se les 
hizo sentir tristes anotaron más síntomas y más molestias que aquellos sujetos a los que se les indujo 
un estado de alegría o neutro. Sin embargo, los sujetos tristes tenían menos probabilidad de sentirse 
capaces de llevar a cabo conductas que promovieran la salud o aliviaran la enfermedad que los sujetos 
en un estado de ánimo de alegría o neutro.
4. Sobre las previsiones y los sesgos atributivos
Finalmente, las emociones afectan a las previsiones y los sesgos atributivos que se realizan.
Respecto a las primeras, parece probado que el estado de ánimo facilita el acceso a la conciencia
de información congruente con dicho estado de ánimo, y que la disponibilidad diferencial de
informaciones positivas frente a las negativas inclina la balanza de las estimaciones de proba-
bilidad subjetiva en una dirección congruente con el estado anímico. Respecto a los sesgos 
atributivos, también se dispone de datos que confirman que las personas tienden a explicar 
sus éxitos y fracasos personales de modo que perpetúen sus estados anímicos y sentimientos 
dominantes. Concretamente, las personas felices tienden a explicar sus éxitos atribuyéndolos 
a sus méritos y las personas tristes a explicar los fracasos reprochándoselos.
Todas estas conclusiones se apoyan fuertemente en la Teoría de la congruencia con el estado 
de ánimo. Sin embargo, hace algunos años se ha apuntado una explicación alternativa: la hipótesis 
del estado de ánimo como información (Schwarz y Clore, 1983). De acuerdo con esta hipótesis, las 
personas se hacen, en muchas ocasiones, la pregunta “¿cómo me siento ante eso?”, y emplean la 
respuesta como una base para el juicio que tienen que hacer, simplificando así la complejidad que 
supone tomar una decisión. Por ejemplo, si le pido a alguien que evalúe a una persona conocida, 
lo más lógico es que lleve a cabo un cómputo complejo para determinar si las cualidades positivas 
superan a las negativas o a la inversa, es decir, que inicie un proceso analítico de recuperación, 
articulación y evaluación de informaciones relevantes sobre esa persona. Sin embargo, también 
es posible que acorte el proceso preguntándose a sí mismo “¿cómo me siento respecto a esta 
persona?” Si se siente feliz, es muy probable que lo atribuya a que el otro es una persona agradable, 
y si se siente incómodo es probable que lo atribuya a que el otro es una persona desagradable.
Obviamente, no siempre es tan fácil porque hay factores del contexto que interfieren en las 
emociones y, además, porque en ocasiones los estados de ánimo no son claros. Por ejemplo, si 
usted acaba de ver la película Mar adentro, de Amenábar, y se ha tropezado con un vecino malen-
carado a la salida del cine, no es fácil determinar si el estado de ánimo que usted tiene se debe a lo 
primero, a lo segundo o a una mezcla de los dos. Ciertamente, tanto la hipótesis de congruencia con 
el estado de ánimo como la hipótesis del estado de ánimo como información dan cuenta de los juicios 
congruentes con el afecto. Sin embargo, esta última sólo se emplea si la información derivada 
no compite con informaciones alternativas (Schwarz y Clore, 1983), o si se atribuye el estado de 
ánimo a una fuente irrelevante para el juicio (por ejemplo, si usted fuera consciente de que su 
estado de ánimo se debe a la película, descartará atribuirlo al encuentro con su vecino).
La dilución del efecto del estado de ánimo en esas condiciones apoya la idea de que no es 
el estado afectivo en sí mismo considerado el que influye, sino las interpretaciones que hacen 
las personas de ese estado afectivo.
Efecto de las emociones en la forma en que procesamos la información 
Las emociones no sólo influyen en qué tipo de información es más probable que procesemos, 
sino también en cómo procesamos la información.
Concretamente, las investigaciones muestran que, cuando las personas están de mal hu-
mor, tienen una mayor motivación a procesar más sistemáticamente las informaciones como 
una estrategia adaptativa ante situaciones problemáticas. Paralelamente, las personas, cuando 
están de buen humor, tienden a respaldar sus juicios en heurísticos y creencias previas y a 
evitar, en lo posible, el procesamiento sistemático. Y ello por dos razones fundamentales:
1. En primer lugar, porque generalmente todos los individuos tienen más informaciones posi-
tivas que negativas almacenadas en la memoria. Como el buen humor facilita la emergencia
de esas informaciones, los individuos sufren una sobrecarga cognitiva y, en esas condiciones,
disponen de menos recursos cognitivos para procesar informaciones nuevas.
2. En segundo lugar, porque las personas, cuando están de buen humor, desean mantener ese
estado de ánimo y, para conseguirlo, evitan en lo posible analizar en profundidad cualquier
información nueva que podría suponer un riesgo para su estado emocional presente.
Estas cuatro estrategias de procesamiento, que se ilustran en la Figura 5.8, son: procesa-
miento de acceso directo al conocimiento previo, procesamiento motivado, procesamiento 
heurístico y procesamiento sustantivo.
Figura : Adaptación del Modelo de infusión del afecto.
5. Procesamiento de acceso directo
Tiene lugar en contextos que requieren una respuesta basada en conocimientos previos con 
poca o ninguna intervención de los estados emocionales. Cuestiones como “¿qué sueles hacer
después del trabajo?”, “¿te gusta la ensalada de aguacates?”, o “¿de qué color es tu coche?”, 
demandan una respuesta, opinión o evaluación que se basa en la recuperación de informacio-
nes ya almacenadas y que no varía con el estado emocional del individuo. Dado que los seres 
humanos disponen de un caudal de materiales almacenados, cualquier tarea que demande 
una respuesta de ese material (por ejemplo, rutinas, preferencias, gustos…), se resolverá muy 
rápidamente y al margen del estado afectivo del individuo.
6. Procesamiento motivado
En este caso, las personas llevan a cabo una búsqueda de información altamente selectiva y mo-
tivada, ya que se enfrentan a cuestiones tales como “¿es la casa que he visto la que mejor se ajusta 
a mis necesidades?” Es decir, cuestiones que tienen una relevancia especial para ellas y que les 
obligan a emplear estrategias de integración destinadas a producir un resultado que repercuta 
sobre sus planes de acción. En estos casos hay una fuerte influencia de las motivaciones.
7. Procesamiento heurístico
Tiene lugar cuando los conocimientos previos no facilitan la tarea, no hay objetivos motiva-
cionales, no se dispone de suficientes recursos de procesamiento y las tareas no demandan 
precisión. Ante cuestiones como “¿la persona que conocí es tan agradable y sincera como pare-
ce?”, los individuos usan heurísticos como el derivado de la hipótesisdel estado de ánimo como 
información (¿cómo me siento ante esa persona?), en los que afectos y emociones influyen de 
forma determinante en la respuesta.
8. Procesamiento sustantivo
Requiere que las personas seleccionen, aprendan, interpreten y procesen la información sobre 
una tarea y conecten esa información con los conocimientos ya almacenados. Esta estrategia 
de procesamiento depende extraordinariamente de esa particular conexión entre emociones 
y cogniciones.
 El papel del pensamiento automático en la racionalidad humana
La última hipótesis de la Cognición social que vamos a desarrollar apunta, tal y como ya 
señalamos al principio del capítulo, que los aspectos no conscientes y automáticos, lejos de 
representar un mundo instintivo y paralelo al consciente, son una parte importante del esce-
nario responsable de la conducta racional.
Sin embargo, para mucha gente, el inconsciente aún conforma el aspecto más irracional 
del individuo y el motor de sus conductas instintivas y egoístas. Inspirados en las ideas de 
Freud, los legos creen que el inconsciente es una fuerza poderosa que siempre está en lucha 
con las fuerzas de la razón y de la civilización: son deseos profundos que reflejan nuestra 
filogénesis y empujan hacia afuera, entre los resquicios de la conducta voluntaria, las bajas 
pasiones. Por ello, consideran que la conciencia no sólo es lo más humano, sino la clave de los 
comportamientos competentes y sabios.
Paradójicamente, pese a que muchas decisiones en la vida están influidas por factores que 
pasan desapercibidos, el lego tiene una insólita confianza en las explicaciones que elabora sobre 
sus conductas, incluso cuando éstas se elaboran a posteriori. En realidad, está convencido de que 
tiene un acceso privilegiado a toda la información relevante sobre sí mismo y sobre su conducta, 
y por eso piensa que es consciente, en todo momento, de lo que ocurre en su mente.
Sin embargo, la Cognición social ha verificado que hay muchos procesos cognitivos que
se producen sin el control consciente del individuo. Concretamente, aquellos que se ajustan a
cuatro criterios:
(a) Ocurren sin que las personas sean conscientes de ello.
(b) Se realizan sin intención, es decir, sin necesidad de perseguir una meta.
(c) Son incontrolables, ya que no pueden interrumpirse una vez empiezan.
(d) Son altamente eficientes, en tanto requieren pocos recursos cognitivos y pueden ocurrir
simultáneamente con otros procesos.
En contraste, los procesos controlados se realizan con intención y conciencia, y exigen un
esfuerzo considerable.
Obviamente, si se analizara el comportamiento humano atendiendo a la dimensión “con-
trolado/espontáneo” lo más probable es que se encontrara un repertorio de conductas que 
incluyera todas las posibilidades concebibles. No sólo se observaría que hay tantos tipos de 
procesos automáticos diferentes como tipos de procesos controlados, sino que se hallarían 
comportamientos y decisiones que compartirían características propias del procesamiento 
espontáneo y del procesamiento controlado. Por ejemplo, un conductor experto puede con-
ducir durante kilómetros sin ser consciente de muchas de las maniobras que lleva a cabo. En 
este contexto, su comportamiento automático le permitiría oír música y conversar con otro 
pasajero al mismo tiempo. Sin embargo, si surgiera una demanda especial o la ejecución de 
movimientos extras (coger un teléfono móvil y marcar, buscar una emisora concreta en el dial 
de la radio…), su destreza conduciendo se vería muy mermada.
Cuadro: Pérdida de destreza en la conducción por distracción.
Conducir mientras se habla por teléfono multiplica por seis la posibilidad de sufrir un accidente y, 
en términos generales, la distracción aparece como el principal factor de riesgo en la producción de 
accidentes. Concretamente, en el año 2002 se produjeron 3.434 accidentes con víctimas mortales en 
carretera. De ellos, 820, que originaron 941 muertos, fueron causados por la distracción del conductor. 
La distracción aparece como causa del accidente en el 23,8% de los casos). 
Ello será especialmente grave si la distracción se produce cuando el contexto demanda más recursos 
cognitivos del conductor (por ejemplo, cuando llega a una bifurcación, cuando hay vehículos pesados en 
las proximidades, cuando hay peatones…).
Fuente: Datos de la DGT.
Si, a partir de los criterios expuestos más arriba, establecemos un continuo que vaya desde
el máximo automatismo hasta el máximo control tendríamos, en el nivel más automático, los
procesos preconscientes, seguidos de los procesos postconscientes, los procesos automáticos
dirigidos hacia una meta y, finalmente, los procesos intencionales que están dirigidos hacia un
objetivo y están controlados por pautas y metas personales.
Veamos cada uno de ellos por separado.
Procesos preconscientes
Este tipo de automatismo reúne todos los criterios de un procesamiento automático, ya que no
es intencional, es involuntario e independiente de la conciencia del perceptor.
Un ejemplo de procesamiento preconsciente es la percepción subliminal, un tipo de percep-
ción que se produce cuando se presenta la información por debajo del umbral de la conciencia.
La percepción subliminal se ha demostrado en estudios del laboratorio presentando los estímu-
los por debajo de 100 milisegundos, una condición que hace difícil, si no imposible, percibir 
algo más que un flash repentino. Los primeros estudios en este ámbito los realizó en los años 
setenta Anthony Marcel, quien en un experimento pidió a sus participantes que decidieran si 
una serie de letras formaban una palabra con significado (por ejemplo, doctor) o no (por ejem-
plo, tocdor). Los resultados mostraron que los participantes reconocían más rápidamente que 
“doctor” era una palabra cuando previamente aparecía un asociado semántico (por ejemplo, 
enfermera), aun cuando éste se presentara por debajo del umbral de reconocimiento. Desde 
entonces, muchos estudios han trasladado esta técnica a ámbitos más relevantes de la vida so-
cial. Este es el caso de las investigaciones que han demostrado que la presentación subliminal de 
rasgos como honestidad, hostilidad, amabilidad, etc., influyen en la interpretación de conductas 
ambiguas presentadas posteriormente.
Cuadro : Efecto de la presentación subliminal de estímulos.
Se presentó fuera del campo visual de los participantes en el experimento (a la izquierda y derecha del 
monitor) un flash luminoso que duraba apenas 100 milisegundos, ante el que tenían que reaccionar lo 
más rápidamente posible presionando la tecla de la derecha o la de la izquierda, según su ubicación 
en el monitor. Dependiendo de la condición experimental, el 20%, el 80% o el 0% de estos flashes
eran palabras relacionadas con hostilidad. A continuación, los participantes experimentales leían una 
descripción ambigua de un hombre llamado Donald que realizaba comportamientos algo hostiles (por 
ej., “se negaba a pagar el alquiler hasta que los propietarios adecentaran el piso”). Finalmente, valora-
ban a Donald en una serie de escalas. Se encontró que, aun siendo los participantes inconscientes de 
las palabras hostiles, estas palabras influyeron en sus evaluaciones de Donald. Cuantas más palabras 
hostiles vieron, más negativamente evaluaron a Donald. 
Fuente: Bargh y Pietromonaco (1982).
Descubrimientos como estos parecen dar la razón 
a la archiconocida leyenda sobre el investigador 
de mercados James Vicary quien, en 1957, mostró 
durante una película dos mensajes de publicidad.
Uno de ellos impulsaba a comer palomitas de maíz 
y otro a beber Coca-cola. Se exponían durante tres 
milisegundos cada cinco segundos. Lograron incre-
mentar las ventas de palomitas de maíz un 57,7% 
y las de Coca-cola un 18,1% durante seis semanas. 
Aunque, como luego se probó, todo había sido una 
invención, la percepción subliminal ha quedado 
como uno de los mitos populares más convincentes 
sobre la acción del inconsciente. 
Otras demostraciones deautomatismo preconsciente proceden de pacientes bajo aneste-
sia. Según la creencia general, estos pacientes no pueden percibir ni atender a lo que se dice
o se hace mientras están inconscientes durante una operación, ya que este tipo de anestesia
actúa directamente sobre el sistema nervioso central, por lo que provoca una pérdida general
de conciencia y una pérdida completa de sensorialidad (Kihlstrom y Schacter, 1990). Y, sin
embargo, diferentes investigaciones muestran que la información presentada en esas 
condi-ciones deja trazos residuales en la mente de los sujetos (Betancor, Rodríguez, 
Rodríguez y Sánchez, 2001; Millar, 1987) .Cuadro : Dos investigaciones sobre los efectos de la 
anestesia. 
Primera investigación
Se llevó a cabo una investigación con 30 pacientes sometidos a una intervención quirúrgica bajo 
anestesia general. El objetivo era comprobar el efecto de la activación subliminal de una categoría 
social y de un rasgo estereotípico en la interpretación de conductas ambiguas. A un tercio de los 
pacientes se les presentó auditivamente una categoría social (por ejemplo, bombero) y un rasgo 
estereotípico asociado (por ejemplo, valiente), otro tercio recibió las mismas categorías sociales, 
pero con rasgos sinónimos del estereotípico (por ejemplo, atrevido). El último grupo no recibió ningún 
tipo de información subliminal. Una vez recuperados de la anestesia, los pacientes debían seleccionar 
entre cuatro rasgos (uno estereotípico y tres sinónimos), aquel que mejor describiera al miembro de 
la categoría que realizaba una conducta (por ejemplo, el bombero afronta con determinación situa-
ciones peligrosas). Los resultados muestran que la presentación subliminal de rasgos estereotípicos 
incrementa significativamente la utilización de dichos rasgos para describir la conducta, frente a la 
condición de sinónimos y a la condición control.
Segunda investigación
Se prepararon seis listados de palabras pertenecientes a categorías diferentes (por ejemplo, flores, 
animales...). 
Los listados se grabaron en una cinta que los pacientes oían durante el tiempo que duraba la anestesia. 
Cada uno de los pacientes que participaba en el experimento se asignaba al azar a una de las listas. 
Cuando se recuperaban, se les pedía que generasen ejemplares de cada una de las seis categorías. 
Los resultados muestran que las palabras de la lista presentada durante la anestesia se generaban antes 
en la secuencia de enumeración que otros ejemplares de esa categoría no presentados.
Fuente: Millar (1987).
Procesos postconscientes
En este tipo de automatismo, el perceptor tiene conciencia del procesamiento de la infor-
mación, pero no de la influencia que esa información tiene en sus decisiones y conductas.
Además, dado que es muy difícil acceder a los procesos cognitivos de alto nivel de un modo
directo (por ejemplo, a través de la introspección), los individuos, la mayoría de las veces,
ignoran los factores que intervienen en lo que hacen y deciden. El hecho de que una persona
cambie de marca de aceite sin darse cuenta de que su conducta se deriva de la posición que
tiene esa marca en las estanterías del supermercado, o el hecho de que cambie de opinión sobre
un conocido y lo achaque a algo que ocurrió ayer, sin advertir el peso que tienen otros detalles
que vienen de lejos y que considera irrelevantes, constituye una buena ilustración de este tipo
de procesamiento.
Ahora bien, ignorar las causas reales no impide a las personas construirlas sobre la mar-
cha a partir de sus teorías causales sobre los factores más probables y próximos al motivo 
del juicio.
Cuadro : Construcción de las causas en conductas de consumo.
En un estudio sobre preferencias de consumo, se colocaron sobre una mesa cuatro pares de calcetines 
iguales y se pidió a los participantes en la investigación que eligieran un par y explicaran por qué lo 
habían seleccionado. Investigaciones previas habían mostrado que en este tipo de tareas la posición 
serial era determinante de las respuestas de los participantes, de modo que, generalmente, tienden a 
preferir aquellos elementos que están más a la derecha que aquellos que están más a la izquierda (se 
desconocen las razones de tal decisión). 
En efecto, los participantes siguieron esta pauta de elección. Sin embargo, cuando se les preguntó por qué 
hicieron esta elección, aludieron básicamente a factores de calidad del tejido y otras razones de ese tenor. 
Y, sorprendentemente, cuando se les sugirió que la posición serial podía haber influido en su decisión, 
rechazaron esa posibilidad.
Paradójicamente, que esa explicación que han elaborado sobre la marcha proceda de sus 
teorías causales, y no de un análisis pormenorizado de los hechos, no se traduce en un desajus-
te con la realidad, ya que las teorías que tiene la gente sobre las causas de su conducta son con 
frecuencia acertadas. Por ejemplo, si está triste y alguien le pregunta por qué lo está, y usted 
responde que porque su pareja le dejó, es muy probable que eso sea así. Al fin y al cabo, todos 
tenemos una teoría más o menos compartida sobre el impacto emocional de ser abandonado. 
Sin embargo, también es probable que usted hubiese perdido el interés por su pareja hace algún 
tiempo y anticipara que la relación no daba para más, de modo que ya se había preparado para 
la ruptura. Ahora bien, es posible que su pareja escogiera el día menos idóneo para plantearle 
el tema, y que la ruptura explícita fuera la gota que colmara un día de desventuras (llegó tarde 
al autobús y tuvo que esperar media hora, no encontró en la biblioteca el libro de Fiske y Taylor 
(1991), sobre Cognición social que necesitaba consultar y, además, la máquina expendedora 
de agua se tragó un billete de 10 Euros). Desde un análisis racional, parece que su tristeza no 
se debe a la ruptura, pero es obvio que, desde el punto de vista social, atribuir (erróneamente) 
la tristeza a la ruptura no sólo no es un error importante, sino que está más justificado que 
cualquier otra explicación (¡poca gente entendería la tristeza por no encontrar un libro!).
Los estudios sobre la falsa fama han comprobado una y otra vez la existencia del procesa-
miento postconsciente. Se trata de un tipo de experimentos en los que se pide a los participantes 
que lean una lista de nombres. Posteriormente, se les presenta otra lista en la que, junto a los 
nombres de la primera lista (viejos), aparecen mezclados otros nombres (nuevos). La tarea 
de los participantes en la investigación es indicar qué nombres son famosos o “les suena que 
pueden serlo” (véase el Cuadro 5.15).
Cuadro : Un ejemplo de estudios sobre la “falsa fama”.
¿Es Sebastián Weisdorf famoso? Probablemente usted respondería que no, ya que nunca antes había 
oído ese nombre. Pero ¿qué responderá dentro de unas semanas, si le hago la misma pregunta? En ese 
momento, lo más probable es que el nombre le resulte familiar, aunque no sepa dónde lo oyó, de modo 
que me responderá que sí, que es alguien famoso. Sin embargo, si fuera capaz de recordar dónde lo oyó, 
con seguridad respondería que no es famoso.
Los resultados muestran una tendencia significativa a señalar que los nombres “viejos” son 
famosos. Sorprendentemente, además, las personas no reconocen que haya sido la lectura pre-
via de esos nombres lo que hace que les “suenen”. Un mecanismo similar al de la falsa fama es el 
de los estudios sobre la mera exposición. Estos estudios muestran que la exposición repetida a un 
objeto es suficiente para incrementar su atractivo (Zajonc, 1968) de modo que, cuanto más fa-
miliares son las personas, las caras, los colores, las formas geométricas, los olores, las comidas, y 
muchas otras cosas, más atractivas resultan (véase el Cuadro 5.16). Y, como en el caso de la falsa 
fama, tampoco aquí los perceptores son conscientes de la relación entre la exposición repetida 
y la actitud preferencial aunque, en este caso, la explicación está enque la exposición repetida 
a un estímulo crea cierta confianza hacia él y propicia en los individuos un sentido de déjà vu, 
es decir, de algo que ya se ha visto, del que son generalmente inconscientes y cuya influencia 
persiste, aun cuando se sea inconsciente o incapaz de recordar las experiencias originales.
Cuadro : Un ejemplo del efecto de “mera exposición”.
En un estudio clásico, se presentó a los participantes en la primera fase diez octágonos irregulares 
diferentes, cinco veces cada uno, durante una fracción temporal tan reducida (una milésima de segundo) 
que era imposible detectarlos. Posteriormente, en una segunda fase, se presentó a los participantes 
pares de octágonos, uno de los cuales había sido presentado en la primera fase mientras que otro era 
nuevo. La primera tarea de los participantes consistía en adivinar qué octágono habían visto antes 
y la segunda indicar qué octágono les gustaba más. Los resultados muestran que eran incapaces de 
reconocer los octágonos que habían visto antes y, sin embargo, en la mayoría de los pares (60%) les 
gustaban los octágonos viejos más que los nuevos.
Otro ámbito en el que se observan automatismos postconscientes es el de la memoria implí-
cita o la capacidad para recuperar información sin que medie una acción consciente y volun-
taria en esa dirección (Graf y Schacter, 1985). A diferencia de la memoria explícita, en la que se 
le pide a un individuo que recuerde lo que ha memorizado tras presentarle una información, 
en la memoria implícita se presenta también una información, pero en la fase de recuperación 
no se le pide que la recuerde, sino que 
realice una tarea que será mejor ejecutada si recupera la información presentada 
anteriormente.
Cuadro : Actuación de la memoria implícita. 
Considere la frase siguiente: “Las notas sonaron mal porque las costuras reventaron” probablemente 
no tenga sentido hasta que le proporcione la palabra clave: gaita. Cuando Schacter, Cooper y Treadwell 
(1993) mostraron estas frases a pacientes amnésicos, ellos, como usted, no acertaban a comprender el 
significado de las frases hasta que se les daba la palabra clave. Lo más interesante fue observar que 
cuando se les volvía a mostrar las frases minutos, horas o días después, daban fácilmente con la palabra 
clave por sí mismos, y sin embargo afirmaban que nunca habían visto las frases ni las palabras clave, y 
solían añadir, simplemente, que las frases eran fáciles de resolver.
Estudios como éste realizados con pacientes amnésicos ponen de manifiesto que éstos
tienen deficiencias claras de memoria explícita, mientras que su memoria implícita perma-
nece intacta. Investigaciones sistemáticas recientes muestran que esta misma disociación se
encuentra en personas normales.

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