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Forte Bruno - Trinidad Como Historia

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BRUNO PORTE 
TRINIDAD COMO 
HISTORIA 
VERDAD 
E 
IMAGEN 
VERDAD E IMAGEN 
101 
Otras obras de Bruno Forte 
publicadas por Ediciones Sigúeme: 
— Laicado y laicidad (Pedal, 192) 
— Diccionario teológico interdisciplinar, III (Vel, 68) 
BRUNO FORTE 
TRINIDAD COMO 
HISTORIA 
ENSAYO SOBRE EL DIOS CRISTIANO 
EDICIONES SIGÚEME - SALAMANCA 1988 
Tradujo: Alfonso Ortiz Garría 
Sobre el original italiano: Trinita come storia 
© Edizioni Paoline, Cini$ello - Balsamo (Milano), 31985 
© Ediciones Sigúeme, S. A., 1988 
ISBN: 84 - 301 - 1044 - 5 
Depósito legal: S. 61 - 1988 
Printed in Spain 
EUROPA ARTES GRÁFICAS, S. A. Sánchez Llevot, 1. 37005 Salamanca, 1988 
CONTENIDO 
Introducción 9 
I. TRINIDAD E HISTORIA 13 
1. Trinidad e historia 15 
1. El destierro de la Trinidad 15 
2. El retorno a la «patria trinitaria» 17 
3. La Trinidad y la historia 19 
4. La Trinidad más allá de la historia 23 
II. LA TRINIDAD EN LA HISTORIA 27 
2. La historia trinitaria de pascua 31 
1. La experiencia pascual 31 
2. La resurrección como historia trinitaria 33 
3. La cruz como historia trinitaria 37 
3. La relectura trinitaria de la historia a partir de pascua.. 45 
1. La «memoria trinitaria» de la comunidad de los orí-
genes 45 
2. La «conciencia trinitaria» de la Iglesia naciente 55 
3. La «esperanza trinitaria» de los orígenes cristianos 58 
4. La confesión trinitaria en el tiempo 61 
1. La Trinidad «narrada» 61 
2. La Trinidad «discutida» 63 
3. La Trinidad «profesada» 65 
4. La Trinidad «razonada» 70 
III. LA TRINIDAD COMO HISTORIA 91 
5. La historia del Padre 95 
1. El relato pascual 95 
2. Dios, el Padre, es amor 97 
3. El Padre del Hijo 98 
4. El Padre y el Espíritu 99 
6. La historia del Hijo 103 
1. El relato pascual 103 
2. El Hijo amado 106 
8 Contenido 
3. El amor es distinción 108 
4. El amor es unidad 111 
7. La historia del Espíritu 115 
1. El relato pascual 115 
2. El «Filioque» 117 
a) Actualidad e historia 118 
b) El problema teológico 123 
c) Las perspectivas 128 
3. El Espíritu con Amor personal 133 
4. El Espíritu como don 137 
8. La trinidad como historia 141 
1. La historia eterna del Amor 141 
2. Los atributos del Dios Amor 147 
3. Las Personas en la historia del Amor 152 
IV. LA HISTORIA EN LA TRINIDAD 157 
9. El origen trinitario de la historia 161 
1. La creación como historia trinitaria 161 
2. El Creador y la criatura 166 
3. El hombre, imagen del Dios trinitario 173 
4. La Trinidad y la comunidad de los hombres 180 
10. El presente trinitario de la historia 185 
1. Trinidad y tiempo presente 185 
2. La Trinidad en el hombre 188 
3. La Iglesia, icono de la Trinidad 192 
4. Eucaristía, Trinidad y comunión eclesial 196 
5. Eucaristía, Trinidad y misión 200 
11. El futuro trinitario de la historia 205 
1. La patria trinitaria 205 
2. En camino hacia la patria trinitaria 208 
EPILOGO 213 
Una historia que continúa 215 
índice de nombres 217 
Introducción 
Este libro habla de la Trinidad hablando de la historia y habla 
de la historia hablando de la Trinidad. La historia que narra es 
ante todo la del acontecimiento pascual de la muerte y resurrec-
ción de Jesús de Nazaret , a quien Dios resucitó de entre los muer-
tos y constituyó con poder según el Espíritu de santificación como 
Señor y Cristo (cf. Rom 1, 4); en esta historia se asoma otra his-
toria, la de aquél que en el acontecimiento de pascua se reveló 
como Amor (cf. 1 Jn 4, 8.16), entregando a su Hijo amado a la 
muerte y reconciliando consigo a su Hijo y con él al mundo, en 
la fuerza del Espíritu de unidad y de libertad en el amor. El relato 
del acontecimiento pascual se abre así al relato de la Trinidad como 
acontecimiento eterno del amor, como historia del amor eterno. 
Por eso este libro habla de Dios narrando el amor... 
Hablando de Dios, las páginas que siguen hablan también del 
hombre : en la historia pascual, acogida como acontecimiento tri-
nitario del amor, puede leerse el sentido y la esperanza de la his-
toria. La Trinidad, como historia que narrar, no es un abstracto 
teorema celestial; en su revelación salvífica se presenta como el ori-
gen, el presente y el futuro del mundo , como el seno adorable-
mente transcendente de la historia. «Al hablar de la Trinidad, res 
nostra agitur. Es necesario que la teología trinitaria una la Trini-
dad a la vida personal y colectiva y una a esta vida con la Trini-
dad» (primera tesis sobre el Filioque del Congreso de la asocia-
ción teológica italiana de 1983: Rassegna di Teología 25 [1984] 87). 
En este «seno trinitario» hay que volver a pensar la condición hu-
mana, la comunidad de los hombres y la Iglesia, en donde se pre-
para ya —a través de los gestos cotidianos de amor y la celebra-
ción actualizante del misterio— la futura revelación de la Gloria 
del amor, cuando la historia humana se una para siempre a la eter-
na historia de Dios y el Hijo se lo entregue todo al Padre para 
que Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28)... 
También este libro, como el anterior con el que va estrecha-
10 Introducción 
mente unido, Jesús de Nazaret, historia de Dios, Dios de la histo-
ria. Ensayo de una cristología como historia, se inserta en la tra-
dición del pensamiento histórico italiano, sobre todo meridional, 
en la herencia de Joaquín da Fiore y de Tomás de Aquino, de T. 
Campanella y de G. Bruno, de G. B. Vico y de Alfonso de Ligo-
rio, hasta la ilustración napolitana y la escuela teológica del 800, 
que se expresaba en la revista La Scienza e la Fede (sin olvidar 
por una parte el pensamiento de la magna Graecia y por otra el 
historicismo de Croce), se esfuerza en comprender el encuentro 
entre el mundo de Dios y el mundo de los hombres, que se con-
suma en la historia humana y se nos reveló densamente en Jesu-
cristo. De esta forma llega a concebir históricamente a Dios y 
teológicamente al hombre, históricamente a la Trinidad y trinitaria-
mente la historia. Y al mismo tiempo llega a concebirlos a partir 
de la vida, del hacerse concreto de la historia en el día de hoy, con 
sus pobres «antiguallas» y «novedades», con sus «caídas de senti-
do» personales y colectivas, con la tentación —tan frecuente, so-
bre todo, entre los jóvenes— de «huir de la historia» (pensemos 
en el drama de la tóxicodependencia), con tantas preguntas inelu-
dibles y tantas respuestas insuficientes, que hacen hablar de una 
«crisis de las ideologías» y de una «filosofía débil». Ante esta his-
toria la palabra teológica no intenta presentarse como la franca 
solución de todos los problemas, como la palabra «fuerte» que ig-
nora la fatigosa mediación histórica del amor; al contrario, la teo-
logía es consciente de que es una palabra «débil», aunque confía 
y no puede menos de confiar en que su debilidad puede llegar a 
ser el lugar de la manifestación de la «debilidad de Dios», que es 
necedad más sabia que los sabios e impotencia más poderosa que 
los fuertes (cf. 1 Cor 1, 25). La historia divina del amor, que es 
la Trinidad, puede proponerse en este sentido ante la humana fa-
tiga de vivir como capaz de iluminar el camino, de sostener la mar-
cha, de contagiar esperanza... Por eso, aunque haya que apelar al 
rigor de la reflexión crítica que expresa la tensión necesaria hacia 
la objetividad, este libro no está privado de pasión, y como tal se 
dirige a todos (incluso a los que no son estrictamente «especialis-
tas»), como toma de posición concreta que tiende a provocar 
tomas de posición concretas... ::". Narrar el amor ¿no es acaso ten-
der a contagiar el amor? ¿Y no es así como debe la teología trans-
mitir la verdad que salva, haciéndose ella misma acontecimiento 
de salvación? 
* Para facilitar la lectura a los no especialistas se han impreso en caracteres 
más pequeños algunas partes más técnicas y documentales. Puede omitirse su lec-
tura, sin que pierda por ello la continuidad del texto. 
Introducción 11 
Dedico este libro a todos aquellos con los que he estado, es-
toy y seguiré estando unido en el amor, para que juntos podamos 
caminar cada vezmás profundamente por el camino del amor sin 
ocaso (cf. 1 Cor 13, 8); y con ellos, se lo dedico a todos los «pe-
regrinos del amor»: a cuantos amaron y fueron amados, para que 
den gracias a Aquel que es Amor; a cuantos amaron, aun sin ser 
amados, para que sepan acoger siempre de nuevo la gratuidad del 
amor de Aquel que es el único infinitamente capaz de amar; fi-
nalmente, a cuantos no amaron por no haber sabido o no haber 
3uerido amar, con la esperanza de que encuentren a quien, aman-
ólos, les libre del miedo de amar y les dé el coraje de existir con 
el anuncio creíble de la buena nueva de la historia eterna del amor, 
que se nos apareció en la historia de Jesús, el Cristo. ¡Qué a todos 
los que caminan en el amor pueda este libro, escrito para la gloria 
del Padre, del Hijo y del Espíritu, ayudar a seguir adelante, sin 
cansancio, hacia la patria trinitaria del amor...! 
BRUNO FORTE 
(Para la tercera edición) 
Pocos meses después de la primera sale la 
tercera edición de este libro; ¿no será acaso 
éste un pequeño signo de la necesidad —pro-
fundamente presente en la comunidad ecle-
sial y escondida en el corazón de tantos 
buceadores del Misterio— de descubrir el 
rostro de Dios trinitario? 
Por eso, quiero repetir una vez más que 
estas reflexiones no me pertenecen; son de la 
Iglesia y vuelven a ella para hacer crecer en 
todos la nostalgia y la necesidad de la Trini-
dad santa... 
Dedico estas páginas al pequeño Bruno 
Forte, que nació por los días en que salía la 
primera edición de este libro y que con sus 
padres y mi querida Silvana son para mí un 
dulce reflejo del amor trinitario de Dios. 
Ñapóles, 8 de septiembre 1985 
B. F. 
I 
TRINIDAD E HISTORIA 
I 
Trinidad e historia 
1. El destierro de la Trinidad 
¿El Dios de los cristianos es un Dios cristiano? 
Esta pregunta, en apariencia paradójica, nace espontáneamente 
si se considera el modo con que muchos cristianos se representan 
a su Dios. En su reflexión hablan de él refiriéndose a una vaga 
«persona» divina, que identifican más o menos con el Jesús de los 
evangelios o con un ser celestial más o menos indefinido. En su 
oración hablan con ese Dios poco concreto, mientras que sienten 
extraña, por no decir abstrusa, la manera con que la liturgia nos 
hace orar al Padre por Cristo en el Espíritu santo: ¡se reza a Dios, 
pero no se sabe rezar en Dios! Es innegable el hecho de que mu-
chos cristianos, «a pesar de que hacen profesión de fe ortodoxa en 
la Trinidad, en la realización religiosa de su existencia son casi ex-
clusivamente "monoteístas". Podemos, por tanto, aventurar la 
conjetura de que si tuviéramos que eliminar un día la doctrina de 
la Trinidad por haber descubierto que era falsa, la mayor parte de 
la literatura religiosa quedaría casi inalterada... Cabe la sospecha 
de que, si no hubiera Trinidad, en el catecismo de la cabeza y el 
corazón (a diferencia del catecismo impreso) la idea que tienen los 
cristianos de la encarnación no necesitaría cambiar en absoluto» '. 
Por otra parte es una convicción difusa el hecho de que el miste-
rio trinitario es un teorema teológico sin incidencia práctica. Ya 
Kant estaba convencido de ello: «De la doctrina de la Trinidad, 
tomada al pie de la letra, no es absolutamente posible sacar nada 
para la práctica, aunque alguien creyese que la comprende, y mu-
cho menos si se da cuenta de que esa doctrina supera todos nues-
1. K. Rahner, El Dios trino como principio y fundamento transcendente de la 
historia de la salvación, en Mysterium salutis II / l , Cristiandad, Madrid 1969, 
361-362. 
16 Trinidad e historia 
tros conceptos» 2. A la pregunta: «¿a qué se debe que la mayoría 
de los cristianos de occidente, tanto católicos como protestantes, 
se comporten en su religiosidad efectiva como simples "monoteís-
tas"?». Moltmann responde constatando: «Que Dios sea trino o 
que sea uno no parece tener consecuencias diferentes ni en el pla-
no de la fe ni en el de la ética» 3. De hecho la teología cristiana ha 
reflejado de ordinario —en el plano de la teoría— las carencias 
que es dado observar en la praxis, no sin incidir de este modo ne-
gativamente en la propia praxis: los diversos tratados teológicos 
se ocupaban de la creación y la salvación, de la antropología y de 
la cristología, de la revelación y de la Iglesia, de los sacramentos 
y de la escatología, sin preocuparse de pensar en estos diversos as-
pectos a partir de lo específico cristiano de la fe en el Dios trini-
tario. La moral se desarrollaba sin conexión alguna con este mis-
terio, como si el obrar cristiano no fuera la explicitación en la vida 
(¡el Amen vitael) de la profesión trinitaria tan frecuente al comien-
zo de la acción de los creyentes: «En el nombre del Padre y del 
Hijo y del Espíritu santo». Este aislamiento de la doctrina trini-
taria respecto a todo lo demás del dogma y de la ética no se ha 
visto tampoco superado en muchas de las teologías del presente: 
tanto en las reformulaciones nuevas de los tratados antiguos como 
en las intuiciones o exploraciones innovadoras, tanto en la herme-
néutica como en la teología narrativa, tanto en la teología política 
como en la teología de la liberación, no parece ser que el «evan-
gelio trinitario» desempeñe un papel realmente decisivo. No es 
una exageración afirmar que estamos todavía ante un destierro de 
la Trinidad respecto a la teoría y la praxis de los cristianos. Pero 
quizás es precisamente este destierro el que hace sentir la nostal-
gia y el que motiva la belleza de un nuevo encuentro de la «patria 
trinitaria» en la teología y en la vida... 4 
2. I. Kant, // conflitto delle facoltd, tr. A. Poggi, Genova 1953, 47. 
3. J. Moltmann, Trinidad y reino de Dios, Sigúeme, Salamanca 2 1987, 15. 
4. De aquí el interés tan vivo que la teología de hoy siente por el tema trini-
tario; cf. entre otros (además de las voces respectivas de los diccionarios más re-
cientes): J. Auer, Dios uno y trino, Herder, Barcelona 1982; G. Baget-Bozzo, La 
Trinitd, Firenze 1980; K. Barth, Die kirchltche Dogmatik 1/1, München 1932 y 
11,1, Zürich 1940; F. Bourassa, Questions de théologie trinitaire, Rome 1970; J. A. 
Bracken, The Holy Trinity as a Community o) Divine Persons: The Hey throp Jour-
nal 15 (1974) 167-182. 257-271; E. Brunner, Dogmatik I. Die christliche Lehre von 
Gott, Zürich 3 1960; B. de Margerie, La Trinité chrétienne dans l'histoire, Paris 
1975; A. Dumas, Dios uno y trino, en Iniciación a la práctica de la teología III, 
Cristiandad, Madrid 1985, 667-715; C. Duquoc, Dios diferente, Sigúeme, Salaman-
ca 2 1982; E. J. Fortmann, The triune God. A historical Study of the Doctrine of 
the Trinity, Philadelphia-London 1972; K. Hemmerle, Thesen zu einer trinitari-
schen Ontologie, Einsiedeln 1976; E. Jüngel, Dios como misterio del mundo, Sígue-
Trinidad e historia 17 
2. El retorno a la «patria trinitaria» 
En los orígenes de este aislamiento trinitario, que se traduce 
en el efectivo monoteísmo no cristiano de muchos cristianos, pue-
de captarse la preocupación que los diversos mundos con que en-
tró en contacto el cristianismo, desde el judío al greco-helenístico, 
opusieron a la proclamación del escándalo cristiano: se trata del 
cuidado «piadoso» de salvaguardar y defender la divinidad de 
Dios 5. La fe cristiana no ha renunciado nunca, es cierto, a su pro-
pio anuncio desconcertante y problemático; ha seguido confesan-
do —incluso en las formas más elaboradas de la teología y del dog-
ma— la inaudita humanidad de Dios, que se nos ha revelado en 
Jesucristo. Pero esta confesión se ha conjugado con las preocupa-
ciones «piadosas» de las culturas evangelizadas y por ello el es-
cándalo cristológico y trinitario ha sido pensado cada vez más den-
tro del horizonte del misterio de la unidad divina. Esta evolución 
resulta especialmente marcada en occidente, en donde las grandes 
me, Salamanca 1984; W. Kasper, El Dios de Jesucristo, Sigúeme, Salamanca 2 1986; 
G. Lafont, Peut-on connaítre Dieu enJésus-Christi, Paris 1969; P. Lapide-]. Molt-mann, Monoteísmo ehraico - Dottrina trinitaria cristiana. Un dialogo, Brescia 1982; 
B. Lonergan, De Deo Trino I, Roma2 1964, II, ihid. 3 1964; J. Moltmann, Tri-
nidad y reino de Dios, Sigúeme, Salamanca 2 1987; C. Nigro, Dio piü grande del 
nostro cuore, Roma 1974; K. Rahner, El Dios trino como principio y fundamento 
transcendente de la historia de la salvación, en Mysterium salutis I I / l , Cristiandad, 
Madrid 1969, 360-449; L. Scheffczyk, Dios uno y trino, FAX, Madrid 1973; 
M. Schmaus, Teología dogmática I, Madrid 1960; D. Staniloae, Dieu est Amour, Ge-
néve 1980; G. H. Tavard, The visión of Trinity, Washington 1981; S. Vergés-J. M. 
Dalmau, Dios revelado por Cristo, BAC, Madrid 1969. 
En un nivel más de divulgación, cf. por ejemplo: P. Aubin, Dio-Padre, Figlio, 
Spirito. La Trinitd alia luce della Bihblia, Torino 1978; J. Daniélou, La Trinidad 
y el misterio de la existencia, Paulinas, Madrid 1969; Id., // Dio di Gesü Cristo, 
Roma 1982; Ph. Ferlay, Pére et Fus dans l'Esprit. Le mystére trinitaire de Dieu, 
Paris 1979; L. Melotti, Introduzione al mistero di Dio, Leumann 1978; J. L. Se-
gundo, // nostro concetto di Dio, Brescia 1974. 
Sobre la teología trinitaria actual, cf. entre otros: E. Bailleux, Chronique: la 
Dogmatique de la Trinité: Mélanges des Sciences Religieuses 29 (1972) 101-108; 
Secretariado Trinitario (ed.), Bibliografía trinitaria, Salamanca 1978; F. Bourassa, 
La Trinidad, en Problemas y perspectivas de teología dogmática, Sigúeme, Sala-
manca 1987, 324-362; J. A. Bracken, What are they saying about the Trinity^, New 
York 1979; W. Brenuning, La dottrina trinitaria, en Bilancio della teología del XX 
secólo, III, Roma 1972, 26-43; P. Coda, Evento pasquale. Trinitd e storia, Roma 
1984; Varios, El misterio trinitario a la luz del Vaticano II, Salamanca 1970; C. 
Schütz, Gegenwdrtige Tendenzen in der Gottes- und Trinitátslehre, en Mysterium 
salutis. Ergánzungsband, Zürich 1981; 264-322; B. Sesboué, Théologie dogmati-
que. Trinité et Pneumatologie: Recherches de Science Religieuse 66 (1978) 417-460; 
70 (1982) 379-413; P. Siller, // Dio uno: Bilancio della teología del secólo III, o.c, 
13-25; Varios, La Trinidad hoy, Salamanca 1973. 
5. Cf. Las observaciones de Ch. Duquoc, Dios diferente, o.c, 29 ss. 
18 Trinidad e historia 
sistematizaciones de Agustín primero, y de Tomás después, par-
ten de la contemplación teológica de la esencia una de Dios, para 
captar luego en su interior la Trinidad de las personas. El Dios 
uno procede y fundamenta al Dios trino: primero viene la divini-
dad del Absoluto y engloba la relatividad personal. La distinción 
de los dos tratados —De Deo uno y De Deo trino— no es más 
que la consecuencia lógica de este planteamiento. El primero pue-
de servir perfectamente para todo el que cree en Dios; posee una 
fuerza de racionalidad y de universalidad que corre el riesgo de so-
focar al segundo. Y no sólo eso; la materia propia del segundo 
pasa a ser el esfuerzo por conciliar la Trinidad de las personas con 
la unidad de la esencia divina, con una referencia muy escasa a la 
revelación histórica concreta de los tres. La Trinidad queda redu-
cida entonces a una especie de teorema celestial, dentro de una 
doctrina previa monoteísta, sin consecuencias efectivas en el pla-
no de la concepción de Dios y de la salvación de los hombres. El 
dinamismo del acontecimiento de la revelación se ve limitado a un 
horizonte estático: tanto las misiones del Hijo y del Espíritu como 
la viva pluralidad de los tres en relación se ven anquilosadas en el 
concepto metafísico del Uno inmutable y eterno. La quietud uni-
ficante del Ser supremo se cierne sobre todo y lo absorbe todo en 
el hablar humano de Dios... 
Hasta qué punto esta divina quietud contrasta con la frescura 
viva del Dios que nos narra el testimonio de los orígenes cristia-
nos resulta fácil de observar: apenas se empieza de nuevo a hablar 
con el nuevo testamento el lenguaje que señala a Dios como el Pa-
dre de Jesucristo 6 y se descubre la exigencia de pensar la historia 
de los hombres dentro de la historia de los Tres que se nos narra 
gratuita y contagiosamente en la pascua, resulta insostenible la se-
paración entre el discurso sobre la divinidad una y única y el dis-
curso concreto sobre las personas divinas. Como cada vez se acep-
ta más a partir de las propuestas de A. Stolz 7 y de M. Schmaus 8, 
se impone una nueva relación entre los dos campos de reflexión 9. 
El Dios vivo será visto entonces ante todo en el Padre, principio 
sin principio del Hijo y del Espíritu en la unidad de los tres, y 
esta divina unidad se concebirá no ya ante todo como esencia cap-
tada con prioridad sobre la distinción personal, sino como unidad 
de la inhabitación recíproca de los tres, en la circulación fecunda 
6. Cf. K. Rahner, Theos en el nuevo testamento, en Escritos de teología I, Tau-
rus, Madrid 1961, 93-167. 
7. A. Stolz, De SS. Trinitate, Freiburg i. Br. 1939. 
8. M. Schmaus, Teología dogmática I, o.c. 
9. Cf. K. Rahner, El Dios trino... o.c, 394 ss. 
Trinidad e historia 19 
e inagotable de la vida única del amor eterno. La divinidad de Dios 
—justamente en el centro de toda preocupación monoteísta— no 
se verá sacrificada por ello, sino que será pensada cristianamente 
a la luz de la humanidad de Dios, de la revelación en términos y 
acontecimientos históricos del Padre, del Hijo y del Espíritu, con 
vistas a la «divinización» de los hombres. Si, según algunos, esto 
hace que el hablar cristiano de Dios pierda en «universalidad» y 
en «racionalidad», ciertamente hará que gane en «singularidad» y 
en «sabiduría», y, por tanto, en auténtica fuerza universal y pro-
fundidad de conocimiento. El elevado hablar humano de Dios «es 
como agua en comparación con el fuerte vino teológico ofrecido 
por la revelación. Y entonces la mejor disposición crítica y obe-
diencial del creyente es confiarse al "dialecto de Canaán", a ese len-
guaje de la revelación con el que extrañamente hombres de todos 
los tiempos y de todos los espacios logran establecer "nuevos vín-
culos" con aquello que es proclamado. En el "dialecto de Canaán" 
aparecen categorías y términos con sentido que aún no se han he-
cho aporéticos por la identificación con una cultura o con una fi-
losofía. Entonces se advierte que en el sentir humano actúa no un 
antropomorfismo cualquiera, sino el que se realiza en la forma de 
realidad ontológica, es decir, Dios en forma humana» 10. «La le-
chuza de Minerva cede ante la paloma del Espíritu santo» n : en 
lugar de un hablar de Dios a partir del hombre, se abre paso un 
hablar de él a partir de su venir a nosotros, según aquella «analo-
gía del advenimiento» que es la relación establecida entre Dios y 
el hombre mediante el don de la creación y la gracia de la reden-
ción 12. Bajo esta luz incluso el conocimiento mundano más ele-
vado del Absoluto no es más que una débil «paja» respecto al den-
so relato de la buena nueva, y el escándalo trinitario se muestra 
más sabio que la sabiduría de los hombres... 
3. La Trinidad y la historia 
La superación del destierro de la Trinidad en la concepción y 
en la praxis de los creyentes, el retorno a la «patria trinitaria», pasa 
por consiguiente a través del retorno a la historia de la revelación; 
10. I. Mancini, Dios, en Nuevo diccionario de teología I, Cristiandad, Madrid 
1982, 343. 
11. E. Jüngel, Dios como misterio del mundo, o.c, 367 (cf. 362: «El evangelio 
como habla análoga sobre Dios»). 
12. A la luz de la «analogía del adviento» ¿no logran acaso conciliarse la ana-
logia entis y la analogía fideit: cf. H. U. von Balthasar, Karl Barth. Darstellung 
und Deutung seiner Theologie, Einsiedeln 1976 
20 Trinidad e historia 
tal es el sentido más profundo del axioma fundamental formulado 
por K. Rahner: «La Trinidad económica es la Trinidad inmanen-
te» 13. Esto quiere decir ante todo —en el plano del conocimiento 
de Dios— que no se nos ha dado otro lugar a partir del cual sea 
posible hablar con menor infidelidad del misterio divino quela 
historia de revelación, los acontecimientos y las palabras íntimamen-
te unidos, por los que Dios ha narrado en nuestra historia su pro-
pia historia (su «economía», como la llamaban los padres, la «dis-
pensación» del don de arriba que nos salva). La Trinidad tal como 
es en sí («inmanente») se da a conocer en la Trinidad tal como es 
para nosotros («económica»): uno y el mismo es el Dios en sí y 
el Dios que se revela, el Padre por el Hijo en el Espíritu santo. 
Esta correspondencia se basa en el misterio mismo de la fidelidad 
divina: la Trinidad en la historia manifiesta a la Trinidad en la glo-
ria, ya que Aquel que «es fiel y no puede renegar de sí mismo» 
(2 Tim'2, 13) no puede engañarnos al revelarse a nosotros. «No 
hay que aislar la realidad de Dios en su revelación..., como si más 
allá de su revelación hubiera otra realidad divina, sino precisamen-
te aquella realidad de Dios que nos sale al encuentro en la revela-
ción y que es su realidad en toda la profundidad de lo eterno» 14. 
Esta correspondencia entre economía e inmanencia del misterio es 
patente en la figura de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el 
«sí» de la suprema fidelidad divina (cf. 2 Cor 1, 19 s); Cristo no 
es una genérica persona Dei en carne humana, sino que es el Hijo, 
el Verbo de Dios, transparente «imagen del Dios invisible» (Col 
1, 15). La relación que lo une con Aquel que lo envió y con el Es-
píritu que recibe y derrama revela por tanto una relación corres-
pondiente en las profundidades de la vida divina, así como la re-
lación que él establece en el Espíritu con nosotros nos da acceso 
al misterio del Padre, a la fuente y a la circulación de la vida tri-
nitaria. Cualquier hipótesis abstracta sobre la Trinidad en sí y so-
bre su posible obrar por nosotros cae frente a la concreción del 
acontecimiento Cristo resucitado, de su vida y de sus obras ates-
tiguadas por la fe pascual; ¡su singularidad es la piedra de toque 
para fundamentar cualquier doctrina sobre Dios! Sin la referencia 
a la economía, la teología se ve vacía y queda expuesta a cualquier 
posible captura racional. Pero, a su vez, la historia de la revela-
ción exige ser pensada y narrada siempre de nuevo: sin la teolo-
13. K. Rahner, El Dios trino..., o.c, 370. Sobre el «viceversa» que añade Rah-
ner al axioma, cf. infra. Esta fórmula la hizo suya la Comisión Teológica Interna-
cional, Teología - Cristologia Antropología: La Civiltá Cattolica 134 (1983) n. 3.181, 
I C 2,3. 
14. K. Barth, Die kirchliche Dogmatik 1/1, o.c, 503. 
Trinidad e historia 21 
gía, la economía de la salvación podría enmudecer. No es más que 
un umbral, que remite por una parte a las profundidades de Dios 
y por otra a la experiencia actual del misterio. El que habla de 
Dios ha de atravesar este umbral en ambas direcciones, para es-
crutar en el Deus revelatus al Deus absconditus y narrar así en la 
historia de los hombres la historia de Dios... 
Aflora aquí la segunda línea de fuerza del axioma «la Trinidad 
económica es la Trinidad inmanente»: en el plano de la experien-
cia de Dios, que no es bíblicamente más que la profundidad y la 
autenticidad de su conocimiento, nos dice que el encuentro con 
los acontecimientos de la revelación, atestiguados en la tradición 
viva eclesial de la fe bajo la acción del Espíritu, es encuentro con 
el misterio mismo de la divinidad. Enfrentarse con la revelación 
de la Trinidad es enfrentarse con la historia eterna del amor divi-
no y entrar dentro de ella. Si el Dios en sí fuera distinto del Dios 
que se nos narra en la historia de la revelación, no habría para no-
sotros ningún camino para acceder en espíritu y en verdad a las 
profundidades de la vida trinitaria. Si la Trinidad inmanente no co-
rrespondiese a su revelación económica, no sería posible ninguna 
salvación en la historia; el hombre estaría irrevocablemente con-
denado al horizonte de lo humano y a la dolorosa experiencia de 
su finitud, sin ningún resquicio abierto hacia el más allá. La in-
consistencia de la nada acabaría tragándose todas las cosas. Pero 
si «el ocaso de la muerte no puede cernirse sobre las cosas divi-
nas» (Arnobio) y esta vida divina se nos ha hecho efectivamente 
accesible en la historia de Jesucristo, entonces también para noso-
tros cabe la esperanza de la vida plena y sin ocaso. En la corres-
pondencia entre la economía y la inmanencia del misterio, la Tri-
nidad se ofrece como realidad de salvación y como experiencia de 
gracia; en este sentido el conocimiento teológico del misterio tri-
nitario a partir de la economía, aunque no se trate de una inteli-
gencia inmediatamente práctica, es capaz de cambiar la praxis más 
a fondo que todas las posibles alternativas. Efectivamente, «la his-
toria de Cristo con Dios y de Dios con Cristo se convierte, a tra-
vés del Espíritu santo, en la historia de Dios con nosotros y por 
ello también en nuestra historia con Dios. El conocimiento se pro-
duce por el hecho de que el cognoscente se ve introducido en esta 
historia, que lo capta y lo transforma» 15. Pensar a Dios trinita-
riamente a partir de la revelación significa —si la economía corres-
ponde a la inmanencia del misterio— «pensar a Dios desde dentro 
15. J. Moltmann, La historia trinitaria de Dios, en Id. El futuro de la creación, 
Sigúeme, Salamanca 1979. 
22 Trinidad e historia 
de Dios, es decir, llevar hasta el fondo el concepto cristiano de di-
vinización... El concepto del Dios trino es aceptado vitalmente por 
el que cree contextualmente en el hecho de estar incluido en el 
Dios trino por el hecho salvífico del Verbo encarnado y del Es-
píritu divinizador» 16. Cuando se habla de la Trinidad sin separar 
la historia de la gloria, entonces se trata de algo nuestro, res rios-
tra agitur, y lo que se pone en juego es el destino y el sentido de 
la empresa individual y colectiva... Podría decirse —en contra de 
esa convicción tan difundida a que aludíamos sobre el carácter abs-
tracto y la inutilidad de la doctrina trinitaria— que para el cristia-
no no hay nada tan vital y concreto como la fe en la Trinidad del 
Padre, del Hijo y del Espíritu santo, en nombre de la cual y para 
cuya gloria él está llamado a ser y a realizar todas las cosas. «La 
Trinidad es una confesión de fe soteriológica» 17. Toda la existen-
cia cristiana está investida del misterio trinitario, no sólo en el pla-
no de la existencia personal, sino también en el de la vida eclesial 
y social; no es una casualidad que el destierro de la Trinidad de 
la teoría y de la praxis de los cristianos se haya reflejado en el vi-
sibilismo y el juridicismo que han imperado a menudo en la con-
cepción de la Iglesia 18, con sus consecuencias incluso en el plano 
socio-político . Por eso, el retorno a la «patria trinitaria» se re-
vela prometedor tanto para la eclesiología como para toda la si-
tuación histórica del cristianismo. Este retorno es quizás el desa-
fío más acuciante que se ha lanzado hoy a la Iglesia y a la teología 
dentro de ella: «El mayor problema eclesial y la principal tarea 
para la teología es hacer que la Trinidad sea un pensamiento es-
piritualmente vital para el creyente y para el teólogo, de manera 
que toda la doctrina de la fe y toda la existencia del creyente se 
conciban y se vivan a partir de la profesión trinitaria. Consiguien-
temente, el problema es el de entender la profesión de fe trinitaria 
como un principio permanente de crítica de la existencia eclesiás-
tica, como parte de la crítica a la existencia mundana y de pro-
puesta constante de la medida escatológica de la historia» 20. Esta 
urgencia se siente igualmente si se parte del problema universal, 
personal y colectivo, de aprender a amar, a fin de alcanzar en el 
16. G. Baget-Bozzo, o.c, 1 s. 
17. A. Milano, Trinidad, en Diccionario teológico interdisciplinar IV, Sigúeme, 
Salamanca 21987, 587. 
18. Cf. B. Forte, La chiesa icona della Trinita, Brescia 1984. 
19. Cf. el texto de E. Peterson, // monoteísmo come problema político, Brescia 
1983 (el original alemán es del 1935)y el debate relacionado con él: cf. el editorial 
de G. Ruggieri, Resistenza e dogma, ibid. 5, 26. 
20. G. Baget-Bozzo, o.c, 237. 
Trinidad e historia 23 
amor la verdad de la vida; el que quiere aprender a amar y busca 
la fuerza del amor no puede tolerar ya por más tiempo el destie-
rro de la historia eterna del amor, que es la Trinidad. Lo intuyó 
el Profeta de Kahlil Gibran: «Cuando ames, no digas: "Tengo a 
Dios en el corazón"; di más bien: "Estoy en el corazón de 
Dios"» 21. Estar en el corazón de Dios ¿no es acaso «permanecer» 
en el Espíritu, por el Hijo, bajo la mirada amorosa del Padre? 
4. La Trinidad más allá de la historia 
La tesis de la correspondencia entre Trinidad económica y Tri-
nidad inmanente, en su doble fundamento, revelativo y salvífico, 
no está sin embargo exenta de limitaciones y de riesgos, ya que 
esa correspondencia no puede concebirse como identidad . Si a 
partir de Tertuliano se ha sentido la necesidad de formular la dis-
tinción entre economía e inmanencia en el misterio trinitario, esto 
tiene sus motivos: la economía no puede agotar la profundidad de 
Dios; la historia no puede ni debe capturar a la gloria. Y esto en 
nombre de la transcendencia y de la libertad divinas, que son tam-
bién el fundamento de la gratuidad maravillosa del amor trinitario 
hacia nosotros; precisamente porque brota de una voluntad dis-
tinta y soberana, totalmente libre y no necesitada, la iniciativa di-
vina de la salvación no se presenta motivada más que por la gra-
tuidad del amor. Un Dios resuelto en la historia, una Trinidad 
divina inmanente adecuada por completo a su revelación económi-
ca, no sería ya el Dios cristiano, sino una entre tantas fuerzas de 
este mundo, quizá la más alta y necesaria. 
La transcendencia y la ulterioridad del Dios en sí respecto al 
Deuspro nobis se dejan captar en una doble dirección: por una par-
te, en el sentido de la apófasis, de la inefabilidad del misterio di-
vino totalmente otro, aunque se haya realizado totalmente dentro 
de las vicisitudes humanas; por otra, en el sentido de la escatolo-
gía, de lo venidero y lo nuevo, propio del Dios cristiano como 
Dios de la promesa. 
La apófasis dice estupor, adoración y silencio que es preciso 
mantener ante el misterio absoluto: «¡No te acerques! ¡Quítate las 
21. Kahlil Gibran, II profeta, Milano 3 1983, 30 (ed. cast.: El profeta [existen 
varias ediciones]). 
22. Tomamos así posición contra el «viceversa» de K. Rahner al axioma «la Tri-
nidad económica es la Trinidad inmanente»; cf. la crítica de G. Lafont, Peut-on 
connaitre Dieu enJésus-Christ?, o.c, 220-226 s. e Y. Congar, El Espíritu santo, Her-
der, Barcelona 1983, 454 ss. 
24 Trinidad e historia 
sandalias de los pies, porque el lugar que estás pisando es tierra 
santa!» (Ex 3, 5). «A Dios se le honra con el silencio, no por el 
hecho de estar callados y sin investigar nada acerca de él, sino por-
que tomamos conciencia de estar siempre más acá de una com-
prensión adecuada del mismo» 23. «Juntos nos situaremos en los 
senderos de la caridad, en busca de Aquel de quien se ha dicho: 
"Buscad siempre su rostro". Con esta disposición de ánimo pia-
dosa y serena me gustaría encontrarme unido, delante del Señor 
nuestro Dios, con los lectores de todos mis libros, pero sobre todo 
de éste que investiga la unidad de la Trinidad del Padre, del Hijo 
y del Espíritu santo, ya que no hay otro argumento a propósito 
del cual el error sea más peligroso, la búsqueda más ardua y el des-
cubrimiento más fecundo» . La investigación del misterio trini-
tario exige discreción y modestia; la forma de pensamiento y de 
palabra menos inadecuada para ella parece que es por tanto la ala-
banza y la contemplación amorosa. En este sentido Pannenberg 
prefiere definir como «doxológico» más bien que como «analógi-
co» el discurso humano sobre Dios 25. En efecto, este modo «ado-
rativo» de hablar de Dios es una teología de respuesta: «su 
alabanza y su conocimiento de Dios responde a la vivencia de la sal-
vación» 26. Pero la respuesta sigue siendo consciente de la infinita 
transcendencia del don y por tanto de la exigencia de correspon-
der a él sobre todo con el silencio de la escucha y del amor vivi-
do; por eso la teología trinitaria no se opone a la teología «nega-
tiva», sino que la exige como elemento propio e irrenunciable de 
ella misma. «Entre el Creador y la criatura no es posible observar 
ninguna semejanza, sin notar la desemejanza cada vez mayor» 27: 
cuanto más crece el conocimiento del misterio, tanto más inago-
table se muestra su riqueza y su profundidad, tanto más crece y 
se revela activo y fecundo el silencio... 
Esta limitación de la palabra teológica está sin embargo nutri-
da de esperanza: todo lo que se ha dado ya en la economía es una 
garantía de lo que se revelará plenamente en el tiempo de la glo-
ria. La promesa divina orienta hacia el fin; la escatología se ofrece 
como la transcendencia del presente en el futuro que ha de venir, 
garantizada por la historia de la revelación como el futuro de Dios 
trinitario con los hombres. La relación entre economía e inmanen-
23. Santo Tomás, In Boet. de Trinitate, Proem., q. 2, a 1, ad. 6. 
24. San Agustín, De Trinitate 1, 3, 5. 
25. Cf. W. Pannenberg, Analogía e dossologia, en Id., Strutture fondamentali 
della teología, Bologna 1970 
26. J. Moltmann, Trinidad y reino de Dios, o.c, 169. 
27. Concilio Lateranense IV (1215): DS 806. 
Trinidad e historia 25 
cia del misterio llega de este modo a estructurarse de una forma 
dialéctica: a la tesis «la Trinidad económica es la Trinidad inma-
nente» le corresponde una obligada antítesis por la que «la Trini-
dad inmanente no es la Trinidad económica», aunque en la espera 
de la síntesis escatológica, cuando «Dios sea todo en todos» 
(1 Cor 15, 28), y la historia y la gloria vivan en una diversidad ple-
namente reconciliada. Frente a este «todavía no» de la promesa, 
frente a esta patria última «vislumbrada, pero no poseída», el teó-
logo sabe que está pensando en las sombras del atardecer: como 
el centinela espera la aurora (cf. Sal 130, 6), cuando la cognitio ma-
tutina tome el puesto de la cognitio vespertina, del tiempo de los 
peregrinos 28. De esta luz futura se da muchas veces como un re-
flejo más claro en la experiencia de los místicos y de los espiri-
tuales, en los que se realiza la palabra evangélica: «Si uno me ama, 
observará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y pon-
dremos en él nuestra morada» (Jn 14, 25). En su escuela, la teo-
logía trinitaria está llamada a alimentarse de oración, a dejarse con-
tagiar de belleza, a ser difusiva de paz. Y al mismo tiempo, el 
recuerdo de la Trinidad in patria hace pensar a los que investigan 
su misterio en la necesidad de una reforma permanente, de una 
búsqueda incesante. En este sentido, toda palabra sobre la Trini-
dad remite a nuevas palabras, todo silencio a nuevos silencios, que 
—sin negar las riquezas de las especulaciones pasadas, pero asu-
miéndolo todo en la unidad de la búsqueda ininterrumpida del cre-
yente— impulsen más allá, hacia adelante, hacia las profundidades 
del Dios vivo. Esta tensión escatológica permanente está cargada 
de un valor crítico-profético: estimula toda pereza, deshechiza 
cualquier presunción seductora de posesión, critica toda posible 
identificación mundana del reino, libera al creyente de las fuerzas 
de la muerte para abrirlo siempre de nuevo al futuro prometido 
de la vida. El encuentro de la «patria trinitaria», aunque sólo sea 
per speculum in aenigmate (1 Cor 13, 12), reaviva así el tiempo 
del destierro, desenmascara el engaño de toda saciedad aparente, 
estimula a los peregrinos en la búsqueda de la justicia y de la paz 
del reino ...Non est status in via Dei, immo mora peccatum est 
(san Bernardo): en el camino de Dios no es posible detenerse; has-
ta el entretenerse es un pecado. 
28 Cf. Summa theologica 1, q. 58, a. 6 (sobre el conocimiento de los ángeles), 
que remite a Agustín, De Genesi ad litteram 1. 4, c. 22: PL 34,312 y al De civitate 
Dei, 1. 11, c. 7: PL 41, 322. 
II 
LA TRINIDAD 
EN LA HISTORIA 
El centroj ie la economía de la salvación, el lugar siempre^vivo 
de la dispensación del amor trinitario a los hombres, es el mis t e - / 
rio pas"cuatrAr"partir de la experíencia__d_el Resucitado que7 tuvieron 
los primeros testigos de la fe cristiana se r^ l eee lpasado , se cele-"¡ 
^S3L^ñ-el-PrS^Pnte e^ encuentro con AqueTque vive en el Espíritu/ 
y_se_anuncia^[futuro del. Reino. El acontecimiento de la resurrec- j 
ción de Jesús de entre los muertos es el punto de partida del mo-
vimiento cristiano, eJ nuevo comienzo que contiene en sí todo lo 
que hay de específico en la fe en Cristo, en su singularidad inau-
dita ' . La confesión trinitaria, que es el contenido absolutamente 
propio y original de esta fe, no es más que la explicitación de lo l 
que se nos ha dado en el misterio pascual 2 ; el acontecimiento de 
la muerte y resurrección del Señor es el lugar de la fe trinitaria, la 
vivencia que esta fe lleva consigo, el compendio denso de la glo-
ria, cada vez mayor, que se ha hecho presente en esta historia que 
es accesible a nosotros. Dentro de la perspectiva de la economía1 
dé la salvación puede decirse por consiguiente que la Trinidad, an- , 
tes de ser una confesión explícita, es un acontecimiento-, en efecto,7 
precisamente para comunicar el acontecimiento fontal que es la i 
historia de pascua, es por lo que la fe cristiana formulará la con-
fesión trinitaria y releerá en la memoria y en la esperanza toda la ¿ 
historia de los hombres a la luz de la misma. De esta forma se van ¡ 
trazando las etapas del ofrecimiento de la Trinidad en la historia: 
con la actuación trinitaria de la pascua se relaciona la relectura tri-
nitaria de la historia a partir de pascua y consiguientemente el de-
sarrollo de la confesión de la fe trinitaria en el t iempo. De esta ma- , 
1. Cf. B. Forte, Gesü di Nazaret, storia di Dio, Dio della storia, Roma4 1984>v 
88 s. («El punto de partida: la resurrección»). ' 
2. Sobre la relación acontecimiento pascual-Trinidad en la teología contem-
poránea cf. P. Coda. Evento pasquale. Trinita e storia, Roma 1984. (~"\ 
30 La Trinidad en la historia 
ñera la teología trinitaria se configura ante todo como el relato, al 
mismo tiempo narrativo y argumentativo, de estas etapas. Y pues- , 
to que «narrar las hazañas del Señor significa alabarlo» (Casiodo-
ro), esta teología se presenta, precisamente en su género narrati-s • 
vo, como doxología, teología de respuesta y de celebración... 
2 
La historia trinitaria de pascua l 
1. La experiencia pascual 
Al comienzo fue la experiencia de un encuentro 2: Jesús se 
mostró vivo a los asustados fugitivos del viernes santo (cf. Hech 
1, 3). Este encuentro resultó tan decisivo para ellos que su exis-
tencia se vio totalmente transformada por él. Al miedo sucedió el 
coraje, al abandono el envío; los fugitivos pasaron a ser los testi-
gos, para serlo ya entonces hasta la muerte, en una vida entregada 
sin reservas a aquel mismo a quien habían traicionado en «la hora 
de las tinieblas». ¿Qué es lo que había ocurrido? Hay un hiato en-
tre el atardecer del viernes santo y el alba del domingo de pascua: 
un espacio vacío, en que aconteció algo tan importante que dio ori-
gen de hecho al movimiento cristiano en la historia. En donde el 
historiador profano no puede hacer más que constatar este «nue-
vo principio», renunciando a explicar sus causas tras el fracaso de 
las diversas interpretaciones «liberales» del nacimiento de la fe pas-
cual que tendían a hacer de él una experiencia puramente subjeti4 c 
va de los discípulos 3, el anuncio cristiano que registran los textos 
del nuevo testamento confiesa el encuentro con el Resucitado 
como una experiencia de gracia; y nos da acceso a esta experiencia 
especialmente a través de los relatos de las apariciones. Los cinco 
grupos de relatos (la tradición paulina: 1 Cor 15, 5-8; la de Mar-
cos: Me 16, 9-20; la de Mateo: Mt 28, 9-10. 16-20; la de Lucas: 
1. Cf. para todo cuanto sigue la propuesta de teología narrativa del misterio 
pascual de H. U. von Balthasar, Mysterium paschale, en Mysterium salutis III/2, 
Cristiandad, Madrid 1971, 143-335. 
2. Cf. E. Schillebeeckx, Jesús, la historia de un viviente, Cristiandad, Madrid 
1981; Id., Cristo y los cristianos, Cristiandad, Madrid 1982. 
3. Para la historia y la valoración de la investigación «liberal» sobre Jesús, cf. 
la obra clásica de A. Schweitzer, Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, Tübingen 
2 1913. Cf. también B. Forte, Gesú di Nazaret..., o.c, 97 y 103 s. («El problema 
histórico de la relación entre el Jesús prepascual y el Cristo pospascual»). 
32 La Trinidad en la historia 
Le 24, 13-53; la de Juan: Jn 20, 14-29 y 21) 4 no se dejan armo-
nizar entre sí en los datos cronológicos y geográficos; sin embar-
go, todos ellos están construidos sobre una misma estructura que 
deja transparentar las características fundamentales de la experien-
cia que refieren. Siempre nos encontramos en ellos con la inicia-
tiva„4¿l Resucitado, con el proceso de reconocimiento por parte de 
los discípulos, con la misión que los convierte en testigos de lo que 
«oyeron y vieron con sus propios ojos y contemplaron y tocaron 
con sus propias manos» (cf. 1 Jn 1, 1). La iniciativa del Resucita-
do, el hecho de que sea él el que se mostró vivo (cf. Hech 1, 3), 
el que «se apareció» (cf. el verbo axp'íhi, utilizado en 1 Cor 15, 
3-8 y Le 24, 34, que en el griego del antiguo testamento se emplea 
para describir las teofanías: cf. Gen 12, 7; 17, 1; 18, 1; 26, 2), in-
dica que la experiencia de los hombres en los orígenes cristianos 
tuvo un carácter de «objetividad»: fue algo que les ocurrió, algo 
que «vino» a ellos, no algo que «se hizo» en ellos. No fue la con-
moción de la fe y del amor lo que creó su objeto, sino que fue el 
Viviente el que suscitó de un modo nuevo la fe y el amor. Esto 
no excluye, sin embargo, un proceso espiritual quenecesitaron los 
primeros creyentes para «creer en sus propios ojos», para abrirse 
interiormente a lo que se había realizado en el Señor Jesús; es lo 
que nos asegura el itinerario progresivo —que subraya a menudo 
cuidadosamente el nuevo testamento, quizás contra posibles ten-
taciones de «entusiasmo»—, que conduce del estupor y de la duda 
al reconocimiento del Resucitado: «Entonces se les abrieron los 
ojos y lo reconocieron» (Le 24, 31). Este proceso indica la dimen-
sión subjetiva y espiritual de la experiencia fontal de la fe cristiana 
y garantizan el espacio de la libertad y de la gratuidad del asenti-
miento creyente. Se realiza de este modo la experiencia del en-
cuentro: en una relación de conocimiento directo y arriesgada (ex-
periencia, de ex-perior, alude al conocimiento directo del peritus 
y al riesgo que éste supone, el periculum ) el Viviente se ofrece a 
los suyos y les hace vivir de una vida nueva, la suya, como testi-
gos de él, de aquel encuentro con él que marcó para siempre su 
existencia: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda 
criatura» (Me 16, 15). «Dios lo ha resucitado de la muerte, y no-
sotros somos testigos de ello» (Hech 3, 15; cf. 5, 31 s; así como 
1, 22; 2, 32; 10, 40 s). La experiencia pascual —objetiva y subje-
tiva al mismo tiempo—, por la fuerza del encuentro entre el 
Viviente y los suyos, se presenta por tanto como experiencia trans-
t formante; de ella se deriva la misión, de ella saca su impulso el mo-
4. Cf. ibid., 96-102. 
La historia trinitaria de pascua 33 
vimiento que habrá de dilatarse hasta los últimos confines de la tie-
rra. Se ofrece entonces como experiencia de una doble identidad 
en la contradicción: Ia_primera, entre el Cristo resucitado y el hu-
millado en la cruz;(la segunda, entre los asustados del viernes san-
to y los testigos del día de pascua. En el Resucitado se reconoce 
al Crucificado; y este reconocimiento, que liga la suprema exalta-,^ 
ción a la suprema ignominia, hace que el miedo de los discípulos I 
se transforme encoraje y ellos se conviertan en unos hombres nue-
vos, capaces de amar la dignidad de la vida recibida como don por/j 
encima de la vida misma, dispuestos al martirio. ;'- í¡^ •*>-•• ; i,XJ. 
¿Por qué la experiencia del encuentro con el Resucitado cambia 
tan profundamente la existencia de los discípulos? La respues-
ta es posible solamente si nos abrimos, junto con ellos, a la pro-
fundización trinitaria de los acontecimientos pascuales: la resu- . 
rrección y la cruz, momentos de la historia del profeta galileo, se ¡ 
comprenden como actos en los que intervino sobre él y para él el \ 
«Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros pa-J/ 
dres» (Hech 3, 13), que actuó «con poder según el Espíritu de san-
tificación» (Rom 1, 4). Ese mismo Dios nos ha demostrado en 
todo esto su amor (cf. Rom 5, 8), bendicíéndonos «con toda ben-
dición espiritual en los cielos, en Cristo», derramando sobre no-
sotros «la riqueza de su gracia», sellándonos en Cristo con el Es-
píritu santo (cf. el himne de Ef 1, 3-14). La presencia del Padre, 
su iniciativa en el Espíritu, se ofrecen como el fundamento y el ori-
gen último tanto de la identidad en la contradicción entre el Cru-
cificado y el Resucitado, como de la identidad en la contradicción 
que se deriva de ella entre los hombres viejos que se asustan y que 
reniegan de Cristo y los hombres nuevos que dan testimonio con 
su sangre hasta la muerte. Según la fe de los orígenes, la pascua se l 
convierte en historia nuestra, por ser historia trinitaria de Dios... >] 
2. La resurrección como historia trinitaria 5 
Esjiistoria trinitaria ante todo la resurrección del Crucificado: 
el amplio testimonio de los textos afirma que Cristo fue resucita-
5. Cf. entre otros, A. Ammassari, La resurrezione, 2 vols., Roma 1976; P. Be-
noit, Pasión y resurrección del Señor, FAX, Madrid 1971; Dibbattito sulla risurre-
zione di Gesú, Brescia 1969; G. Giavini, La risurrezione di Gesú, Milano 1973; X. 
Léon-Dufour, Resurrección de Jesúsy mensaje pascual, Sigúeme, Salamanca 4 1985; 
W. Marxsen, La resurrección de Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1974; G. 
O'Collins, II Gesú pasquale, Assisi 1975; La résurrection de Jésus et l'exégése mo-
34 La Trinidad en la historia 
do 6. La iniciativa es de Dios, el Padre 7: «Dios lo ha resucitado» 
(Hech 2\ 24: esta formula se repite continuamente en los Hechos). 
La resurrección es una acción poderosa de Dios, «Padre de la glo-
ria», que muestra en ella la «grandeza extraordinaria de su poder», 
«la eficacia de su fuerza» (Ef 1, 19). En ella el Padre hace historia, 
porque toma posición ante el Crucificado declarándolo Señor y 
Cristo: «Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús que vo-
sotros habéis crucificado» (Hech 2, 36). A la luz del doble signi-
ficado —teológico y soteriológico— de estos títulos 8, se compren-
de cómo el acto del Padre autoriza a reconocer en el pasado del 
Nazareno la historia del Hijo de Dios entre los hombres, en su 
presente al Viviente vencedor de la muerte, y en su futuro al Se-
ñor que habrá de volver en gloria. En la resurrección, Dios se 
ofrece activamente como Padre del Hijo encarnado, que está vivo 
para nosotros y que vendrá al final de los días. Al mismo tiempo 
el Padre toma postura en la pascua ante la historia de los hom-
bres: respecto al pasadq> juzga del triunfo de la iniquidad obteni-
do en la cruz del Humillado, pronunciando su «no» respecto al 
pecado del mundo: «habiendo privado de su fuerza a los princi-
pados y a las potestades, los llevó en público espectáculo tras el 
cortejo triunfal de Cristo» (Col 2, 15); respecto al presente, se 
ofrece como el Dios y el Padre de misericordia, que en su «sí» al 
Crucificado pronuncia su «sí» liberador sobre todos los esclavos 
del pecado y de la muerte: «Dios, rico en misericordia, por el gran 
amor con que nos amó, de muertos como estábamos por los pe-
cados nos ha hecho revivir con Cristo... Y también con él nos ha 
resucitado» (Ef 2, 4-6; cf. Rom 5, 8; Col 2, 13; etc.); respecto a 
déme, París 1969; Resurrexit. Actes du Symposium international sur la Résurrec-
tion de Jésus (1970), Roma 1974; B. Rigaux, Dio l'ha risuscitato. Esegesi e teología 
bíblica, Milano 1976; P. Zarrella, La risurrezione di Gesü. Storia e messaggio, As-
sisi 1973. Se ha intentado una lectura sistemática de la relación resurrección-Tri-
nidad en B. Forte, Gesü di Nazaret... o.c, 180 ss. («La historia humana de Dios: 
relación entre Jesús y Dios en perspectiva histórica»). Cf. también W. Pannenberg, 
Fundamentos de cristología, Sigúeme, Salamanca 1974. 
6. Cf. Hech 2, 24; 3, 15; 4, 10; 5, 30; etc. Asimismo: 1 Tes 1, 10; 1 Cor 6, 
14; 15, 15; 2 Cor 4, 14; Gal 1, 1; Rom 4, 24; 10, 9; 1 Pe 1, 21. En otros lugares 
se dice que Jesús resucita: cf. infra. Parece ser que la forma más antigua es la que 
indica que Dios resucitó a Jesús; pero algunos sostienen que esta formulación ha-
bría sido asumida en un segundo momento para no chocar con el rígido mono-
teísmo hebreo, que reconocía en Dios al dueño exclusivo de la vida y de la muerte. 
Cf., por ejemplo, X. Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y mensaje pascual..., o.c, 
49 ss. 
7. La equivalencia entre «Dios» y «el Padre» en el nuevo testamento es prác-
ticamente total: cf. K. Rahner, Theos en el nuevo testamento..., o.c, 145 ss. 
8. Cf. B. Forte, Gesü di Nazaret..., o.c, 92 s. 
La historia trinitaria de pascua 35 
nuestro futuro, se presenta como el Dios de la promesa, que ha 
i umplido con fidelidad «lo que había anunciado por boca de to-
dos los profetas», y garantiza los tiempos de la consolación, cuan-
do mande de nuevo a su Ungido Jesús (cf. Hech 3, 18-20). La re-
surrección, historia del Padre, es por tanto el gran «sí» que el'Dibs 
de la vida dice sobre su Hijo y en él sobre nosotros, prisioneros 
de la muerte; por éso es el tema deí anuncio y el fundamento de¡ 
l.i le, capaz de dar sentido y esperanza a nuestras obras y a nues-
iios días: «Si Cristo no ha resucitado, entonces es vana nuestra; 
predicación y vana también vuestra fe» (1 Cor 15, 14). _ 
I listoria del Padre, la resurrección es también historia del Hijo. 
I.o atestigua ampliamente la tradición cuando afirmara Cristo ha 
resucitado» (cf. Me 16, 6; Mt 27, 64; 28, 67; Le 24, 6.34; 1 Tes 4, 
14; I Cor 15, 3-5; Rom 8, 34; Jn 21, 14; etc.). El Jesús prepascual di-
ce: «Destruid este templo y en tres días lo resucitaré»; y el evan-
gelista comenta: «El hablaba de su cuerpo» (Jn 2, 19 y 21). Este 
p.ipel activo del Hijo en el acontecimiento pascual no está en con-
ii.ulicción ni mucho menos con la iniciativa del Padre: «Si a la ex-
iiema obediencia del Hijo correspondía el dejarse resucitar por el 
l'.ulre, corresponde en no menor grado a la plenitud de su obe-
diencia el que deje que se le "otorgue" tener la vida en sí mismo 
(|n 5, 26)» . La proclamación de que Jesús es el Señor es siempre 
«para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 11). Así pues, Cristo resucita 
lomando activamente posición respecto a su historia y a la de los 
hombres por los que se ofreció a la muerte: si la cruz es el triunfo 
del pecado, de la ley y del poder, ya que él fue "entregado" por 
l.i infidelidad del amor (la "entrega" de Judas: Me 14, 10 ), por el 
odio de los representantes de la ley (la "entrega" del sanedrín: Me 
15, 1) y por la autoridad del representante de César (la "entrega" 
de Pilato: Me 15, 11), su resurrección es la derrota del poder, de 
la ley y del pecado, el triunfo de la libertad, de la gracia y del 
.iinor. En él que resucita, la vida vence a la muerte; el abandona-
do, el blasfemo y el revolucionario es el Señor de la vida (cf. Rom 
S, 12-7, 25: la liberación del pecado, de la muerte y de la ley rea-
lizada por Cristo). Respecto al pasado, el Resucitado ha confir-
mado sus pretensiones prepascuales confundiendo a la sabiduría 
de los sabios (cf. 1 Cor 1, 23 s) y ha derribado el muro de la ene-
mistad, fruto de la iniquidad (cf. Ef 2, 14-18). Respecto al présen-
le, se ofrece como Viviente (cf. Hech 1, 3) y como dador de vida 
(cf. Jn 20, 21).Respecto al futuro,-es el Señor de la gloria, la pri-
micia de la humanidad nueva (cf. 1 Cor 15, 20-28). La pascua es 
9. H. U. von Balthasar, Mysterium paschale, o.c, 283. 
• I, La Trinidad en la historia 
la historia del Hijo y, precisamente por eso, es también nuestra his-
toria, ya que para nosotros el Resucitado ha vencido a la muerte 
y ha dado la vida 
Finalmente', ja_resurrección es historia del Espíritu; en su fuer-
za es como ha resucitado Cristo: «entregado a la muerte en la car-
ne, ha sido vivificado en el espíritu» (1 Pe 3, 18). Jesús ha sido 
constituido por el Padre «Hijo de Dios con poder según el Espí-
ritu de santificación mediante la resurrección de entre los muer-
tos» (Rom 1, 4). El Espíritu es ante todo aquel que fue dado por 
el Padre al Hijo para que el Humillado sea exaltado y el Crucifi-
cado viva la vida nueva de Resucitado; y al mismo tiempo es aquel 
que da el Señor Jesús según la promesa (cf. Jn 14, 16; 15, 26; 16, 
7): «A este Jesús Dios lo ha resucitado y todos nosotros somos 
testigos de ello. Por tanto, exaltado a la derecha de Dios y des-
pués de haber recibido del Padre el Espíritu santo que él había pro-
metido, lo derramó» (Hech 2, 32 s). Así pues, Espíritu se sitúa en 
e^acojitecimiento pascual en cuanto que constituye el doble vín-
culo entre Dios y el Cristo y entre el Resucitado y nosotros: él 
une al Padre con el Hijo, resucitando a Jesús de entre los muer-
tos, y a los hombres con el Resucitado, haciéndoles vivir de una 
jVida nueva. El garantiza la doble identidad en la contradicción ex-
perimentada por aquellos que vivieron la experiencia pascual; hace 
del Crucificado el Viviente, y de los prisioneros del miedo y de la 
muerte los testigos libres y decididos de la vida y del amor. No 
es el Padre, ya que ha sido dado por él; no es el Hijo, porque el 
Resucitado lo recibe y lo da; es Alguien que, nunca separado de 
ellos, es distinto y autónomo en su acción, como atestigua por 
ejemplo el mandato misionero de bautizar «en el nombre del Pa-
dre y del Hijo y del Espíritu santo» (Mt 28, 19), o el saludo pro-
bablemente de origen litúrgico: «La gracia del Señor Jesucristo, el 
amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu (sean) con todos 
vosotros» (2 Cor 13, 13). 
Historia del Padre, del Hijo y del Espíritu, la resurrección de 
Jesús es por consiguiente acontecimiento de la historia trinitaria 
de Dios; en él la Trinidad se ofrece como la unidad del Resuci-
tante, del Resucitado y del Espíritu de resurrección y de vida, dado 
y recibido, la unidad del Dios de los padres, que da vida en su Es-
píritu al Crucificado, proclamándolo Señor y Cristo, Hijo de Dios, 
y el Resucitado que, acogiendo el Espíritu del Padre, lo da a los 
hombres para que tengan parte en esa comunión de vida en el Es-
píritu con él y con el Padre. En la resurrección de Jesús la Trini-
dad se presenta en la unidad del doble movimiento del Padre en 
el Espíritu al Hijo, y del Padre por el Hijo en el Espíritu a los hom-
bres, es decir, en la unidad de la resurrección de Cristo y de nues-
La historia trinitaria de pascua 37 
tra vida nueva en él; el acontecimiento pascual revela la unidad de 
la Trinidad abierta a nosotros en el amor, y por tanto es el ofre-
cimiento ¿e-Salvación en la participación en_ la yida_deLPadre, del 
Hijo y dej Espíritu,santo. La Trinidad, historia trinitaria de Dios 
revelada en pascua, es historia de salvación, historia nuestra... 
3. La cruz como historia trinitaria 10 / 
La resurrección es conquista del Dios vivo sobre su Cristo, en 
el Espíritu, respecto al pasado de la cruz; sin la cruz, el aconteci-
miento de la^resurrección del Crucificado es imposible de conce-
bir. Puede decirse que sin la cruz la resurrección se queda vacía,/ 
mientras que por otra parte la cruz sin la resurrección es ciega, pri-jj; 
vada de futuro y de esperanza. Entonces, si la resurrección es acon-j'i 
tecimiento de la historia trinitaria, no lo ha de ser menos la cruz: 
¡también la cruz es historia trinitaria de Dios! La comunidad pri-
mitiva intuyó muy pronto la verdad de la cruz como historia tri-
nitaria: lo demuestra no sólo el gran espacio que se le concede al 
relato de la pasión del Nazareno en el anuncio de la Iglesia de los 
orígenes (¿acaso no son los evangelios unas «historias de la pasión 
con una introducción detallada», según la afortunada expresión de 
M. Káhler?), sino también la estructuración teológica concreta que 
subyace a las narraciones de la pasión. Es posible captar esta es-
tructura a través del retorno constante, ciertamente no casual, del 
verbo «entregar» (jtaoaóióóvaí) n . Se pueden distinguir dos ti-
pos de entrega: el primero está constituido por la sucesión de las 
«entregas» humanas del profeta galileo: la traición del amor lo en-
trega a sus adversarios: «Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, 
se dirigió a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús» (Me 14, 
10. Cf. H. U. von Balthasar, Mysterium paschale, o.c, 233 («Cruz y Trini-
dad»); M. Flick-Alszeghy, // minero della Croce. Saggio di teología sistemática, 
Brescia 1978; B. Forte, Gesü di Nazaret..., o.c, 266 ss. («La cruz»); E. Jüngel, Dios 
como misterio del mundo, o.c; X. Léon-Dufour, Jesús y Pablo ante la muerte, 
Cristiandad, Madrid 1984; J. Moltmann, El Dios crucificado, Sigúeme, Salamanca 
2 1977; Id., Trinidad y reino de Dios, Sigúeme, Salamanca 2 1987, 35 ss. («La pa-
sión de Dios») y 91 ss. («La entrega del Hijo»); M. Salvati, Trinita e Croce. Saggio 
di lettura trinitaria della Croce di Cristo (dactilogr.), Pont. Univ. S. Thomae 
Aquin., Roma 1984; H. Schürmann, Cómo entendió y vivió Jesús su muerte, Sa-
lamanca 1983. Cf. también N. Hoffmann, Kreuz und Trinitdt. Zur Theologie der 
Sühne, Einsiedeln 1982. 
11. Cf. W. Popkes, Christus traditus. Eine Untersuchung zum Begriff der Da-
hingabe im Neuen Testament, Zürich 1967. 
38 La Trinidad en la historia 
10). El sanedrín, guardián y representante de la ley, entrega_al blas-
femo al representante del César: «Por la mañana los sumos sacer-
dotes, con los ancianos, escribas y todo el sanedrín, después de ce-
lebrar consejo, ataron a Jesús, lo condujeron y lo entregaron a 
Pilato» (Me 15, 1). Este, aunque convencido de su inocencia 
—«¿Qué mal ha hecho?» (Me 15, 14)—, cede ante la presión de 
la turba, manipulada por sus jefes (cf. 15, 11) y, «después de hacer 
flagelar a Jesús, lo entregó para ser crucificado» (Me 15,15). Aban-
donado de los suyos, "EFatado como un blasfemo por los señores 
de la ley y como un revolucionario por el representante del po-
der, Jesús sale al encuentro de su fin; si todo se quedase aquí, la 
suya habría sido una de tantas muertes injustas de la historia, en 
la que un inocente expira en medio de su fracaso frente a la injus-
ticia del mundo. Pero la comunidad primitiva —marcada por la ex-
periencia pascual— sabe que no es así; por eso nos habla de otras 
tres entregas misteriosas. La primera es la que el Hijo hace de sí 
mismo: «Esta vida en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, 
que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2, 20; cf. 1, 4; 
1 Tim 2, 6; Tit 2, 14); «caminad en la caridad, del mismo modo 
con que Cristo os amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofre-
ciéndose a Dios en sacrificio de suave olor» (Ef 5, 2; cf. 5, 25). 
En estas expresiones se siente la correspondencia con el testimo-
nio evangélico: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Le 23, 
46: cita del Sal 31, 6). «E inclinando la cabeza entregó el Espíritu» 
(Jn 19, 30). El Hijo se entrega a su Dios y Padre por amor nues-
tro y en lugar de nosotros; y su entrega tiene toda la densidad de 
una ofrenda dolorosa. En ella se consuma de forma suprema la en-
trega de Jesús al Padre y —bajo la luz de la pascua— se deja vis-
lumbrar en el tiempo de la tinitud la relación eterna del don infi-
nito de sí que el Hijo vive con Dios su Padre. El camino del Hijo 
hacia la alteridad, su «entregarse» a la muerte es la proyección en 
"la economía de lo que tiene lugar en la inmanencia del misterio... 
A travésde esta entrega el Crucificado hace historia: toma sobre 
sí la carga del dolor y del pecado pasado, presente y futuro del 
mundo, entra hasta el fondo en el destierro lejos de Dios para asu-
mir este destierro de los pecadores en la ofrenda y en la reconci-
liación pascual: «Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, 
haciéndose él mismo maldición por nosotros, como está escrito: 
"Maldito el que cuelga del madero", para que en Cristo Jesús la 
bendición de Abrahán pasase a las gentes y nosotros recibiéramos 
la promesa del Espíritu mediante la fe» (Gal 3, 13 s). ¿Acaso el 
. grito de Jesús moribundo no es el signo del abismo de dolor y de 
\ destierro que el Hijo quiso asumir para entrar en lo más profun-
' do del sufrimiento del mundo y llevarlo a la reconciliación con el 
La historia trinitaria de pascua 39 
Padre? «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Me 
15, 34; cf. Mt 27, 46) u. 
A la_£ntrega que el Hijo hace de sí mismo corresponde la en-
trega del Padre; se nos indica ya esto en las fórmulas del llamado 
«pasivo divino»: «El Hijo del hombre va a ser entregado en ma-
nos de los hombres y lo matarán» (Me 9, 31 y par; cf. 10, 35.45 
y par; Me 14, 41 s; Mt 26, 45b-46). Quienes lo entreguen no se-
rán ahora los hombres, en cuyas manos es entregado, ni tampoco 
lo será él mismo, ya que el verbo está en pasiva. El que lo entre-
gue será Dios, su Padre: «En efecto, Dios ha amado tanto al mun-
do que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en 
él no muera, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16). «El que no 
ahorró a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, 
¿cómo no nos lo dará todo con él?» (Rom 8, 32). En esta entrega 
que hace el Padre de su propio Hijo por nosotros és donde se re-
vela la profundidad de su amor a los hombres: «En esto consiste el 
amor: no somos nosotros los que amamos a Dios, sino que él es 
el que nos ha amado y ha enviado a su Hijo como víctima de ex-
piación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 10; cf. Rom 5, 6-11). Tam-
bién el Padre Jiace historia en la hora de la cruz: sacrificando a su'' 
propio Hijo, juzga la gravedad del pecado del mundo, pasado, pre- ; 
senté y futuro, pero demuestra además la grandeza de su amor' 
misericordioso. A la entrega de la ira —«Dios los entregó a la im-
pureza» (Rom 1, 18 ss)— sucede la entrega del amor. La ofrenda 
de la cruz indica en el Padre que sufre la fuente del don más gran-
de, en el tiempo y en la eternidad: la cruz revela que «Dios (el Pa-
dre) es amor» (1 Jn 4, 8.16). El sufrimiento del Padre —que co-
rresponde al del Hijo crucificado como don y ofrenda sacrificial 
suya y que es evocado por el de Abrahán en la ofrenda de su hijo 
«unigénito» Isaac (cf. Gen 22, 12; Jn 3, 16 y 1 Jn 4, 9)— no es 
más que otro nombre de su amor infinito; la entrega suprema y 
dolorosa es en el Hijo, como en el Padre, el signo del amor su-
premo que cambia la historia: «Nadie tiene amor más grande que 
el de dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos... Os 
he llamado amigos, porque todo lo que he oído del Padre os lo 
he dado a conocer» (Jn 15, 13). 
Historia del Hijo, historia del Padre, la cruz es igualmente his-
toria del Espíritu: el acto supremo de la entrega es la ofrenda 
sacrifical del Espíritu, como comprendió el evangelista Juan: «Incli-
nando la cabeza, entregó el Espíritu» (Jn 19, 30). «Con un Espí-
12. Cf. el panorama exegético y teológico trazado por G. Rossé, Jésus aban-
donné. Approches du mystére, París 1983. 
40 La Trinidad en la historia 
ritu eterno» es como Cristo «se ofreció a sí mismo sin mancha a 
Dios» (Heb 9, 14). El que se ofreció en la cruz es por otra parte 
el Ungido del Padre: «Dios consagró en Espíritu santo y en po-
der a Jesús de Nazaret... Ellos lo mataron colgándolo de una cruz, 
pero Dios lo resucitó al tercer día» (Hech 10, 38-40). El Crucifi-
cado entrega al Padre en la hora de la cruz el Espíritu que el Pa-
dre le había dado y que le será dado en plenitud el día de la re-
surrección; el viernes santo, día de la entrega que el Hijo hace de 
sí mismo al Padre y que el Padre hace del Hijo a la muerte por 
los pecadores, es el día en que el Espíritu es entregado por el Hijo 
al Padre, para que el Crucificado quede abandonado, lejos de Dios, 
en la compañía de los pecadores 13. Es la hora de la muerte en 
Dios, del acontecimiento del abandono del Hijo por parte del Pa-
dre aunque dentro de su comunión cada vez mayor de amor eter-
no, acontecimiento que se consuma en la entrega del Espíritu san-
to al Padre y que hace posible el supremo destierro del Hijo en 
la alteridad del mundo, su hacerse «maldición» en la tierra de los 
maldecidos por Dios, para que éstos junto con él puedan entrar 
en el gozo de la reconciliación pascual. Sin la entrega del Espíritu 
la cruz no se mostraría en toda su radicafidad de acontecimiento 
trinitario y salvífico; si el Espíritu no se dejase entregar en el si-
lencio de la muerte, con todo el abandono que ésta lleva consigo, 
la hora de las tinieblas podría confundirse con la de una oscura 
muerte de Dios 14, del incomprensible extinguirse del Absoluto, 
y no podría entenderse, tal como es, como el acto que se desarro-
. lia en Dios, el acontecimiento de la historia del amor del Dios in-
* mortal por el que el Hijo entra en lo más profundo de la alteridad 
respecto al Padre por obediencia a él, encontrándose con los pe-
cadores, y por el que el Padre entrega amorosamente al Hijo a este 
supremo destierro para que en el día escatológico de pascua («el 
| tercer día») los desterrados de Dios vuelvan con el Hijo, en él y 
por él a la comunión con el Padre: «Al que no había conocido pe-
cado Dios lo trató como pecado en favor nuestro, para que noso-
tros pudiéramos hacernos justicia de Dios por medio de él» (2 Cor 
13. En los textos intertestamentarios el destierro es el tiempo de la ausencia 
del Espíritu, impregnado de la espera en la efusión mesiánica del mismo: cf. Sal-
mos de Salomón, 17, 42; Henoc etiópico, 49, 2; 62, 2; Testamento de]udá, 24, 2; 
Testamento de Leví, 18, 7. El relato pascual muestra a un Mesías que entra en el 
destierro de la ausencia del Espíritu para llenar luego este destierro con la efusión 
nueva del don del Espíritu. Sobre Heb 9, 14, cf. A. Vanhoye, L'azione dello Spi-
rito santo nella passione di Cristo secondo l'epistola agli Ebrei, en Credo in Spiri-
tum Sanctum, Atti del Congresso Internazionale di Pneumatologia, Cittá del Va 
ticano 1983, I, 759-773. 
14. Cf. K. Rahner, en Sacramentum mundi 4, Barcelona 1973. («La muerte 
de Jesús como muerte de Dios»). 
La historia trinitaria de pascua 41 
f», 21; cf. Rom 8, 3). «Sea cual fuere la lejanía del hombre pecador ' 
respecto a Dios, siempre es menos profunda que la distancia del 
I lijo respecto al Padre en su vaciamiento kenótico (cf. Flp 2, 7) y 
que la miseria del "abandono" (Mt 27, 46). Este es el aspecto pro-
pio en la economía de la redención de la distinción de las perso-
nas en la santa Trinidad, que por otra parte están perfectamente 
(midas en la identidad de una misma naturaleza y de un amor in-, 
Imito» '5. La entrega del Espíritu expresa el destierro del Hijo en obe-
diencia a la entrega del Padre y por consiguiente la salvación que 
se lia hecho posible a los que están lejos en la compañía del Cru-
nücado. Entonces, en la hora de la cruz, el Espíritu mismo hace 
historia: historia en Dios, ya que entregado al Padre hace posible 
l.i alteridad del Hijo respecto a él en su solidaridad con los peca-
dores, aunque dentro de la comunión expresada por la obediencia 
sacrificial del Crucificado; e historia nuestra, ya que de este modo 
luce al Hijo cercano a nosotros, permitiendo a los que están lejos 
abrirse en el destierro el camino con el Hijo hacia la patria de la co-
munión trinitaria de pascua. 
Historia del Hijo, del Padre y del Espíritu, la cruz es historia 
trinitaria de Dios; esta visión «hace confluir en una misma pers-
pectiva el sacrificio eucarístico, la cruz del Calvario y el corazón 
ile Dios uno y trino»16. «La teología de la entrega no admite otro 
armazón que el trinitario» 17; «lo que tradicionalmente era llama-
do "expiación vicaria" debe comprenderse, transformarse y exal-
tarse como acontecimiento trinitario» 18. La figura trinitaria se\ 
»l rece en la cruz en la unidad del Hijo que se entrega, del Padre 
que lo entrega, del Espíritu entregado por el Hijo y acogido por 
el Padre: «Interpretando la cruz como acontecimiento de Dios, 
eómo suceso entre Jesús y su Dios y Padre, uno se ve obligado a 
hablar trinitariamente del Hijo, del Padre y del Espíritu. La doc-
trina trinitaria no es ya, en tal caso, una especulación excesiva e 
inútil sobre Dios, sino que representa sencillamente el resumen de 
la historia de la pasión de Cristo en su importancia para la liber-
tad escatológica de la fe y de la vida de la naturaleza oprimida... 
l'.l contenido de la doctrina de la Trinidad es la cruz real de Cris-
to. La forma del Crucificado es la Trinidad» 19. Así pues, la cruz 
15. Commissione Teológica Internazionale (CTI), Alcune questioni riguardanti 
U tristologia: La Civiltá Cattolica 131 (1980) n. 3129, IV D. 8. 
16. J. Moltmann, Trinidad y reino de Dios, o.c., 45. 
17. H. U. von Balthasar, Mysterium paschale, o.c, 212. 
18. CTI, Alcune questioni..., o.c. IV C. 3, 5. 
19. J. Moltmann, El Dios crucificado, o.c, 348; cf. también 340 y E. Jüngel, 
Dios como misterio del mundo, o.c, 438 ss: «en el concepto del Dios trino» la fe 
jicnsa y profesa la historia de la cruz del Señor. 
42 La Trinidad en la historia 
dice que la Trinidad hace suyo el destierro del mundo sometido 
al pecado, para que este destierro entre el día de pascua en la pa-
tria de la comunión trinitaria. La cruz es historia nuestra porque 
es historia trinitaria de Dios; no proclama la blasfemia de una 
muerte de Dios, que deje lugar á la vida del hombre prisionero de 
su autosuficiencia 20, sino la buena nueva de la muerte en Dios, 
para que el hombre viva de la vida del Dios inmortal, en la parti-
cipación en la comunión trinitaria, que se hace posible gracias a 
esa muerte. En la cruz la «patria» entra en el destierro, para que 
el destierro entre en la «patria»: ¡en ella se nos ofrece la clave de 
la historia! «La concreta "historia de Dios" en la muerte de Jesús 
en la cruz sobre el Gólgota contiene en sí todas las profundidades 
y abismos de la historia humana, pudiendo, por ende, ser inter-
pretada como la historia de la historia. Toda historia humana, por 
muy determinada que esté por la culpa y la muerte, está asumida 
en esta "historia de Dios", o sea, en la Trinidad, integrándose en 
el futuro de la "historia de Dios"» 21. De este modo la cruz remi-
te a la pascua: la hora del hiato remite a la de la reconciliación, el 
imperio de la muerte al triunfo de la vida. La alteridad del Padre 
respecto al Hijo en el viernes santo, que se consuma en la entrega 
dolorosa del Espíritu, su «descender a los infiernos» en la solida-
ridad con todos los que han estado, están y estarán allí prisione-
ros del pecado y de la muerte, se orienta en la unidad del misterio 
pascual hacia la reconciliación del Hijo con el Padre que se reali-
zó el «tercer día», mediante el don que el Padre hace del Espíritu 
al Hijo y en él y por él a los hombres lejanos, reconciliados de 
esta manera: «En Cristo Jesús vosotros, que otro tiempo estabais 
lejos, os habéis hecho cercanos gracias a su sangre. El es nuestra 
paz... Por medio de él podemos presentarnos al Padre en un solo 
Espíritu» (Ef 2, 13s. 18). A la lejanía de la cruz le sigue la comu-
nión de la resurrección: ¡y esto en Dios y para el mundo! «Sólo 
si se comienza por reconocerle al hecho su dimensión trinitaria, 
puede luego hablarse como conviene del "por nosotros" y "por 
el mundo". En la oposición de los quereres del Padre y del Hijo 
así como en el abandono del Hijo en la cruz, se hace patente por 
un lado la suprema oposición "económica" entre las personas di-
vinas; pero, por otro, a quien piense a fondo, le resultará evidente 
que esa misma oposición es la manifestación última de toda la ac-
20. ¿No está la limitación más seria de la llamada «teología atea» o «teología 
de la muerte de Dios» en la carencia absoluta de pensamiento trinitario? El tema 
de la «muerte de Dios» puede ser cristianamente entendido sólo de forma trinita-
ria como «muerte de Dios»: cf. E. Jüngel, ibid., 280 s. 
21. J. Moltmann, El Dios crucificado..., o.c, 349. 
La historia trinitaria de pascua 43 
ción unitaria de Dios, cuya lógica interna se pone nuevamente de 
manifiesto en la unidad inseparable de muerte en cruz y resurrec-
ción» 22. La muerte en Dios por el mundo del viernes santo pasa 
el día de pascua a ser vida en Dios del mundo: precisamente por-
que no es la muerte del pecado, sino la muerte en el amor, es la 
muerte de la muerte, que no desgarra sino que reconcilia, que no \ 
niega la unidad divina sino que la afirma de modo supremo en sí 
y por el mundo. La unidad en la fuerte alteridad de los dos mo- ' 
mentos está por otra parte densamente recogida en las fórmulas 
pascuales, que confiesan Señor y Cristo a aquel Jesús que fue hu-
millado en la vergüenza de la cruz: «Dios ha constituido Señor y 
Cristo a aquel Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Hech 2, 36; 
cf. también 10, 36; 1 Cor 12, 3; 2 Cor 4, 5; 1 Jn 2, 22; etc.). Estas 
fórmulas, de origen catequético (cf. 1 Cor 15, 3-8; Le 24, 34; Rom 
1, 3-5) o litúrgico (cf. Flp 2, 6-11; Ef 5, 14; 1 Tim 3, 16), que na-
rran las dos etapas de la historia pascual —la humillación y la exal-
tación— como propias de un único sujeto, muestran la identidad 
en la alteridad del Crucificado y del Resucitado, de la cruz y de 
la resurrección, como acontecimientos de la única historia trinita-
ria de Dios. Si en la cruz el Hijo entrega el Espíritu al Padre en-
trando en el abismo deTabandono por parte de Dios, en la resu-
rreíciorTeT Padre da elEspíritu al Hijo, asumiendo en él y con él 
al mundo en la infinita comunión divina: uno es el Dios trinitario^ 
que actúa en la cruz y en la resurrección, una es la historia trini-^ 
taria de Dios, uno el designio de salvación que se realiza en los: 
dos momentos. «En su misterio pascual Jesús nos ofrece la ima-
gen perfecta de la vida trinitaria» 23. La alteridad y la comunión 
de los tres resplandecen con toda su plenitud en los acontecimien-
tos de la cruz y de la resurrección; la tragedia del pecado y el gozo 
de la reconciliación están allí presentes en la historia trinitaria de 
separación y de comunión por amor al mundo. La cruz y la re-
surrección son historia nuestra, porque son historia trinitaria de 
Dios. La confesión de la Trinidad en la unidad del misterio se ofre-
ce entonces como el otro nombre del acontecimiento pascual de 
muerte y de vida en Dios y, por consiguiente, como el otro nom-
bre de nuestra salvación. 
22. H. U. von Balthasar, Mysterium paschale, o.c, 279. 
23. G. Lafont, Peut-on connaitre Dieu en Jésus-Christ?, París 1969, 261. 
3 
La relectura trinitaria de la historia 
a partir de pascua 
La experiencia pascual marcó tan profundamente la vida de los 
hombres de los orígenes cristianos que no pudieron menos de re-
leer bajo su luz el pasado, el presente y el futuro de la historia. 
La memoria se hizo memonapascual; la conciencia del presente, 
conciencia pascual; la espera_ael_futuro, esperanzT de_p_a£cua. Y 
como lá~expIicTtación del acontecimiento fontal de la muerte y re-
surrección del Señor es la confesión trinitaria, puede decirse que 
la memorh^Ja^Qncienciay la esperanza; deja Iglesia naciente son 
con todajgropiedad una memoria, una conciencia y una esperanza 
trinitarias. La relectura pascual de la historia que se nos ha atesti-
guado en el nuevo testamento no es en realidad más que una re-
lectura trinitaria de los acontecimientos pasados, del presente de 
las comunidades y del futuro que se acerca. De la experiencia tri-
nitaria de la salvación se pasa entonces a la inteligencia trinitaria '. 
de los orígenes, del «tiempo intermedio» y de la meta del camino ' 
del

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