Logo Studenta

VicenteLuisMoraLiteraturaInteligenciaArtificial

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

d o m i n g o , 2 3 d e a b r i l d e 2 0 2 3 
Literatura e inteligencia artificial 
 Literatura e inteligencia artificial. 
Cuánto vale nuestro lenguaje entrenado 
 Vicente Luis Mora 
Conferencia en el Centro Andaluz de las Letras, Málaga, 21/04/2023 
 
Internet es la nueva propietaria de los textos y los 
autores, entendidos como obras de arte, son su 
combustible. 
Hernán Vanoli (2019, p. 22) 
1 
 
Esta charla debería tratar sobre los múltiples cambios 
que la tecnología ha provocado en la literatura en la 
actualidad, recordando que la llegada de los 
instrumentos de escritura en la antigüedad, o de la 
imprenta en el siglo XV, fueron también hechos 
tecnológicos de gran relieve en sus respectivas épocas. 
Luego se citarían algunos ejemplos de grandes clásicos 
que dieron cabida a la técnica en sus obras, de Franz 
Kafka a Samuel Beckett, o que diseñaron sus propias 
herramientas de escritura, como la máquina de papel 
continuo de Juan Benet o el rollo de télex 
mecanografiado de Jack Kerouac. Seguiríamos después 
comentando la creciente dimensión “textovisual” de la 
literatura, luego recogeríamos la influencia de los 
formatos informáticos y su ciberretórica, de ahí nos 
moveríamos a la literatura exclusivamente digital y 
acabaríamos en La escritura a la intemperie (2021), es 
decir, en el inmenso corpus de escrituras, a medio 
camino entre la literatura y el amateurismo expresivo, 
que llena el mundo digital de prácticas escriturarias que 
redimensionan lo que antes era campo literario. Aquí 
felicitaríamos a Salvador Gutiérrez Solís por sus hábiles 
cuentos semanales presentados como hilos de tuits en 
Twitter (@gutisolis), donde consigue sin dificultad diez 
millones de impresiones, que aseguran un número 
millonario de lecturas; o alabaríamos la capacidad de 
convocatoria de Alberto Chimal para poner a escribir a 
miles de personas; o la sana pulsión crítica de Ariana 
Harwicz en Twitter; o el ingenio de los estados de José 
Luis Zárate o Juan Varo en Facebook, o las 
performances de la poeta Rocío Cerón, que comparte a 
veces en su cuenta de Instagram. 
 Este era mi plan original: un panorama abierto y positivo, con 
alguna puntualización crítica, porque la función de la crítica literaria es 
poner en crisis, valorar, sopesar. Pero he variado de planes, porque un 
fenómeno del que todos han oído hablar hasta la saciedad en los últimos 
meses me fuerza a postergar todas esas sugestivas posibilidades de 
discusión y a centrarme en una sola rama de la tecnología y su posible 
influencia en la literatura. Esa que hoy llamamos inteligencia artificial o 
IA. 
 
2 
Contamos con numerosos testimonios literarios de la inteligencia 
mecánica. Uno de los más hermosos es la máquina de Elena de La 
ciudad ausente de Ricardo Piglia. Según la novela, esa máquina ha sido 
construida para conservar la memoria de Elena de Obieta, la esposa 
tempranamente fallecida en 1920 del escritor Macedonio Fernández, 
pero también atesora varios subtextos literarios, constituyendo una “una 
increíble máquina macedonio-puigueano-benjaminiana” de narrar, 
según la descripción de Claudia Kozak (2008). La máquina, que habla 
en voz alta dentro de un Museo, conserva lo mejor de Elena y de la 
cultura literaria occidental, y de hecho el hermoso parlamento final es, a 
su vez, un homenaje al término del Ulysses de James Joyce, puesto que 
Elena está recordando, además de a sí misma, al personaje de Molly 
Bloom que cierra con su monólogo el Ulysses. Les leo un fragmento del 
cierre: 
 
Sé que me abandonaron aquí, sorda ciega y medio inmortal, si solo 
pudiera morir o verlo una vez más o volverme verdaderamente 
loca, a veces me imagino que va a volver y a veces me imagino que 
voy a poder sacarlo de mí, dejar de ser esta memoria ajena, 
interminable, construyo el recuerdo, pero nada más. Estoy llena de 
historias, no puedo parar, las patrullas controlan la ciudad y los 
locales de la 9 de Julio están abandonados, hay que salir, cruzar 
encontrar a Grete Müller que mira las fotos ampliadas de las 
figuras grabadas en el caparazón de las tortugas, las formas están 
ahí, las formas de la vida, las he visto y ahora salen de mí, extraigo 
los acontecimientos de la memoria viva, la luz de lo real titila, débil, 
soy la cantora, la que canta, estoy en la arena, cerca de la bahía, en 
el filo del agua puedo aún recordar las viejas voces perdidas, estoy 
sola al sol, nadie se acerca, nadie viene, pero voy a seguir, enfrente 
está el y desierto, el sol calcina las piedras, me arrastro a veces, 
pero voy a seguir, hasta el borde del agua, sí. (2019, p. 167) 
 
 Si nos conmueve este fragmento al llegar al final de la novela es 
porque es profundamente humano. Tras la máquina sentimos a la Elena 
de Obieta real, y también al personaje de Elena, a cuya memoria está 
dedicada la máquina parlante, así como al resto de personajes de La 
ciudad ausente y, por último, al propio Ricardo Piglia. Capas y capas de 
humanidades reales y de textos escritos por personas de carne y hueso 
acumulan su emotividad en esa página. Lo mecánico actúa como un 
espejo de contraste, pues imaginar esa máquina en medio de un Museo, 
abandonada, emitiendo un discurso tan vibrante, intensifica la emoción, 
en vez de apagarla. Como diría Greene, es El factor humano lo esencial 
en cualquier cacharrería que aparezca en una obra literaria; sin ese 
temblor no hay nada. 
 La irrupción brutal de la última versión de Chat GPT como 
tecnología de inteligencia artificial nos ha regalado en los últimos meses 
miles de testimonios de texto caracterizados por dos elementos 
esenciales: su sorprendente corrección gramatical… y su carencia de 
cualquier temblor, no solo emocional, sino también estético. Porque, 
como dije alguna vez, a la hora de escribir lo correcto es lo escolar, lo 
infantil, lo pautado, lo que te enseñan en el colegio. El programa escribe 
como lo hacíamos quienes cursábamos el bachillerato de los planes 
antiguos (no puedo hablar de los bachilleres actuales, porque no sé cómo 
redactan). El sistema comete multitud de errores semánticos, es fácil de 
engañar y manipular (las redes se han llenado de ejemplos), ofrece datos 
equivocados, se inventa fechas y títulos de libros y ha generado notables 
escándalos al atribuir falsos delitos de acoso sexual a un profesor o 
revelarse sus problemas de seguridad. No es el único caso polémico de 
IA. 
 De hecho, en lo que respecta al contenido, la hipercorrección 
anodina de Chat GPT está dando lugar, en un país más crítico que el 
nuestro, Francia, a la acuñación de una interesante expresión: cuando 
alguien da un discurso en público sin sustancia ni interés, repetitivo y 
como calcado de un modelo, se dice que “parece escrito por Chat GPT”. 
 
 Sin embargo, desde el principio se ha especulado con posibles 
aplicaciones literarias de este producto. Y aquí entono el mea culpa, 
pues en una charla impartida por videoconferencia en el marco del ciclo 
“Remanentes” de la Cátedra Max Aub de la UNAM de México, en 
noviembre 2021, expuse un poema creado por GPT-3, instigado por 
Duncan Anderson (2021), sobre el Covid-19 como ejemplo de prácticas 
de escritura no creativas (uncreative writings, un terreno de 
experimentación literaria desarrollado con especial denuedo en los 
últimos años). Ese mismo año había publicado en Mecánica (2021) el 
“Procedimiento del Gran Voc”, un poema creado con traductores 
automáticos, a partir de un poema surrealista de André Breton. Pero 
ambos fueron ejemplos puntuales, ubicados en el marco de dinámicas 
experimentales, como también lo hace Jorge Carrión en su reciente 
libro Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la 
inteligencia artificial (2023), donde lleva a cabo una compleja 
reescritura de Los campos magnéticos (1920) de Breton y Philippe 
Soupault, con la ayuda de los ingenieros e informáticos del Taller 
Estampa. 
https://www.clarin.com/viste/profesor-derecho-denuncio-chatgpt-acuso-falsamente-abuso-sexual_0_uvNnM9E0Zd.htmlhttps://www.enter.co/empresas/seguridad/un-error-de-chatgpt-expuso-las-conversaciones-de-los-usuarios-con-el-chatbot/
https://www.lavoz.com.ar/tecnologia/una-inteligencia-artificial-de-decisiones-eticas-termina-aconsejando-no-respetar-la-ley/
 Lo que me preocupa es la naturalidad con que se está aceptando el 
uso de Chat GPT en general, y los recientes planteamientos sobre su 
incorporación “natural” a la experiencia literaria, como un recurso, 
herramienta o ayuda. A ello contribuye el “entusiasmo” (Remedios 
Zafra) con que a veces actuamos en el campo digital. He visto en redes a 
numerosas personas del mundo de la escritura compartir capturas de 
imagen de sus conversaciones con Chat GPT, y toda curiosidad es sana. 
Pero, superado el umbral de las probaturas e inquietudes, me gustaría 
compartir algunas perplejidades que me suscita el hecho de que se 
acepte el posible uso del chat sin haberse planteado algunas cuestiones 
previas. 
 La primera, que no me parece baladí, sería esta: ¿al servicio de 
quién nos ponemos cuando lo utilizamos como escritores? 
 La segunda, ligada y complementaria, es, ¿quién ayuda a quién 
cuando una persona creativa utiliza Chat GPT? 
La tercera es tan peliaguda que simplemente la apunto, para que 
cada cual (se) la responda: ¿para qué queremos ser escritores? 
2 
La inteligencia artificial sí puede cambiar cosas en la práctica de este 
oficio, pero usarla quizá suponga rechazar la idea de la literatura 
como oficio. Para mí y para muchos de quienes estamos aquí escribir es 
un oficio porque “recuerda” a un trabajo, porque tiene todo lo malo que 
un trabajo tiene, pero casi nada de lo bueno; para empezar, rara vez se 
obtiene un estipendio o un sueldo por escribir. Ello impide denominarlo 
trabajo, a menos que seas un superventas y se te recompense bien cada 
línea escrita. Pero un escritor real no publica todo lo que escribe. Una 
escritora de verdad rompe, rechaza, guarda bocetos de libros, a veces 
libros terminados, en su cajón. Toda esa escritura se ha realizado por 
puro oficio, dentro una visión que hoy diríamos “romántica” de la 
escritura, pero que se remonta a la Antigüedad, donde el resultado de lo 
dictado por la musa era una especie de comunicación con los dioses, un 
chat celeste que permitía a los vates grecolatinos o persas saber qué 
pensaban las divinidades, sin imaginar que esas divinidades residían en 
su interior. Algo que, si nos paramos a pensarlo, es tanto o más 
milagroso. 
 Escribir supone tomarse muchas molestias; elaborar notas, leer, 
documentarse, abocetar líneas de tiempo narrativo, pergeñar los 
personajes en fichas con sus ideas, manías y características, diseñar 
posibles líneas argumentales, montar la trama novelesca, preguntarse 
continuamente a través de la técnica del “y si”: y si quito esta parte, y si 
este personaje se vuelve zombi, y si el alcalde fuera transexual, y si el mar 
tuviera color negro, y si alguien se vuelve loco leyendo libros y sale al 
mundo a caballo a desfazer entuertos. Esa entrega de estar uno 
disponible durante años para una novela, sin saber siquiera si va a 
publicarse, o no, solo es posible si se carece de una visión instrumental y 
economicista de la escritura; es una tensión constante y obsesiva pero 
que no garantiza alimento ni sostén, en un tiempo donde cada 
movimiento parece precisar de una inmediata conversión en dinero. Por 
tanto, es necesario poseer un temple especial para considerarse 
novelista, ensayista o poeta: pone en escena a una persona que desprecia 
el tiempo. En la era de la máxima angustia por la rentabilidad 
cronológica, quien escribe es alguien a quien no le importa perder meses 
o años de su vida a cambio de la mera escritura, que renuncia a su ocio 
por el oficio literario. 
 Pero también hay personas que escriben y que carecen de ese 
temple; voces que no tienen esa dedicación, ni esa visión de la escritura 
como oficio. Algunas son escritores amateurs y otras, no nos engañemos, 
son escritores más o menos profesionales, algunos de ellos muy 
conocidos. Les guía una parte de afición y otra parte, legítima, radicada 
en una visión instrumental y economicista del hecho literario. 
Seguramente es a estos últimos escritores, a los que llamaremos 
“profesionalizados” —porque profesionales somos todos quienes hemos 
publicado algún libro en editoriales de distribución nacional—, a quienes 
la inteligencia artificial puede servirles de mucho. Como he explicado 
antes, la literatura, especialmente la escritura de novelas, tiene un gran 
componente de esfuerzo técnico, imaginativo, documental, compositivo 
y componedor, dubitativo, organizativo, contemplador de variantes. 
Esos esfuerzos suelen tener lugar sobre todo en las primeras fases de 
ideación y planeamiento de una novela, cuando la historia está en 
penumbra por no haberse decantado aún la línea de fuerza; cuando el 
libro, como diría Borges, es todavía un jardín de senderos que se 
bifurcan. Por lo que vemos acerca del uso de Chat GPT y tecnologías 
similares, es justo ahí donde la inteligencia artificial puede ser utilizada 
como forma de abreviar esos quebraderos de cabeza y de ofrecer 
posibilidades y recursos al escritor en ciernes. 
Nunca he sido una persona cerrada al uso de las tecnologías en la 
escritura; creo que precisamente por ese motivo se me ha invitado a dar 
esta charla, y por eso no voy a decir que buscar ayuda en estos programas 
sea ilegítimo, o que suponga una actitud desorientada respecto a la 
literatura. Pero me gustaría hacer algunas consideraciones, para 
favorecer la reflexión, porque creo que lo que distingue a la literatura 
sobre otros oficios es precisamente su eterna autocrítica y el constante 
repensado de sus procedimientos y de sus parámetros de actuación, algo 
inequívocamente sano en cualquier esfuerzo intelectual. 
 En primer lugar, hay que dejar constancia de que el tipo de ayuda 
proporcionado por estos sistemas de inteligencia artificial nada tiene 
que ver con la ayuda meramente técnica que podemos obtener de un 
procesador de textos como el Word, o de la posibilidad de maquetar los 
textos o incluir imágenes en ellos, o con la libertad de hacerlos circular 
en internet. Todas estas son tecnologías diríamos 
canalizadoras, vehiculantes, conformadoras o transportadoras de los 
textos, pero no creadoras de los mismos. 
 En segundo lugar, y desde una perspectiva más profunda, hay que 
pensar que estos sistemas, como Chat GPT, son el resultado del trabajo 
a partir de innumerables bases de datos compuestas por textos tomados 
de internet y de otras fuentes, lo cual significa que han sido entrenadas 
por los textos de cualquiera, quizá por nuestros propios textos, sin 
haberlo sabido, sin habernos pedido consentimiento, sin habernos 
compensado económicamente por ello, robándonos la autoría y 
disimulándola mediante estrategias de parafraseo. Son el producto de 
un latrocinio empresarial, de un robo a gran escala, que no solo no es 
penalizado, sino que es premiado por millones de usuarios, que con sus 
innumerables preguntas y consultas no hacen más que afinar el sistema 
y perfeccionarlo. Gratis y sin compensación, por supuesto. Cuando 
pensamos en Chat GPT como una “herramienta”, ya estamos haciéndole 
el juego, ya hemos cedido parte del terreno; yo siempre pienso en su 
página como una empresa, pues eso es lo que es: es el principal producto 
de la lucrativa empresa Open AI. Según la Wikipedia española, Open AI 
es una organización sin ánimo de lucro, pero ese dato es falso. Nació de 
ese modo, pero en 2019 pasó a ser una empresa y a principios de 2023 
Microsoft hizo una millonaria inversión en ella. Hoy tiene 375 
trabajadores y se prevé que a finales de año obtenga unos beneficios de 
200 millones de dólares. Aquí es donde creo que deberíamos reflexionar 
las personas que nos movemos en el ámbito de la literatura, quizá 
podríamos llevar a cabo una meditación, no se asusten, de tipo ético. Y 
hacernos,al menos, dos preguntas. La primera: ¿quiero ser “ayudado” 
por una empresa cuyo producto estrella se ha creado utilizando sin 
permiso textos de millones de personas, quizá nuestros propios textos? 
La segunda: cuando recibo ayuda de este producto, o de otros similares, 
para crear, ¿qué idea sobre la creación tengo? 
Esta última es más compleja de lo que parece y voy a intentar 
explicarla con más detalle. Las redes “neuronales” de deep learning (una 
variante avanzada del machine learning) o aprendizaje profundo lo que 
hacen es buscar leyes generales en los corpus o bases de datos textuales, 
eliminando singularidades únicas o exóticas, en aras de unos parámetros 
útiles para ser entendidos y utilizados en cualquier contexto (como me 
apuntó Francisco Ruiz Noguera tras la charla, funciona como un lecho 
de Procusto, mutilando las extremidades que sobresalen). Es decir, que 
propenden a conformar un sistema lingüístico que garantice que, si le 
preguntamos al chat por el sentido de la esperanza, nos responda más o 
menos que la esperanza es el “estado de ánimo que surge cuando se 
presenta como alcanzable lo que se desea”, que es la primera acepción 
que le da el Diccionario de la Lengua Española, sin que podamos 
aguardar que el chat nos diga que “la esperanza es una cosa con plumas” 
(“Hope is the thing with feathers”), que es la definición de la poeta Emily 
Dickinson. De la misma forma, es impensable que el chat entienda como 
viable que un “formidable de la tierra bostezo” haga referencia a una 
gruta en una montaña, como lo usa Góngora en el Polifemo. Esos usos 
“desviados” de la lengua no son del interés del programa, que está 
diseñado para borrarlos, para homogeneizar y encontrar una especie de 
esperanto operativo, comprensible y práctico, instrumental. Lo que 
hacen los programas de inteligencia artificial, al crear esta gigantesca 
sopa boba de lenguaje, tan correcto gramaticalmente como 
intelectualmente insustancial, es decir que ningún texto vale nada, que 
los textos solo cuentan en cuanto bolsas de lenguaje, que las obras no 
tienen individualidad ni valía, que no debe existir personalidad en las 
páginas, que todo da igual. Al mezclar todos los textos, Chat GPT los 
iguala, desvelando que para él no importan (pero su producto sí que vale, 
por eso la versión premiun de Chat GPT es de pago). Javier Moreno, en 
su ensayo El hombre transparente. Cómo el ‘mundo real’ acabó 
convertido en Big Data (2022, p. 167) recordaba el personaje de Edgar, 
un sistema de IA de la novela Exégesis (2008), de Astro Teller, que 
“tiene problemas […] para entender a Shakespeare, para diferenciar una 
tragedia de una comedia”. En otras palabras: nuestro lenguaje 
entrenado literariamente no sirve de nada, es intercambiable, es lo 
mismo un poema de Dickinson que una discusión sobre carpintería en 
Twitter; pero lo que ellos hacen, su producto, eso sí que vale, porque 
cuesta dinero. 
Como escritores, como pensadores, como personas con sentido 
crítico, ¿eso no nos dice nada? ¿No salta ninguna alarma? ¿Nos 
quejamos de las comisiones de los bancos, o de lo que suben el aceite o 
la cerveza, minorando nuestra capacidad adquisitiva, pero nos da igual 
que nuestras creaciones se devalúen al infinito? ¿Nos solidarizamos con 
los agricultores, a quienes se les paga cada vez menos por sus 
imprescindibles materias primas, pero damos cancha y regalamos 
literalmente nuestros textos, nuestra materia prima? ¿Pedimos ayuda 
creativa a una empresa que le ha quitado todo valor a nuestras 
creaciones? ¿Por qué tenemos que colaborar con nuestros enterradores? 
¿Por qué dejarles entrar en una casa, la de nuestra creación, que no 
estiman en absoluto y que solo valoran en cuanto lenguaje 
entrenado del que pueden extraer aún más entrenamiento para sus 
algoritmos? ¿Por qué no puede haber un espacio al margen de lo 
empresarial, libre de hiperproductividad, por qué producir por producir 
y escribir por escribir? Si nadie nos obliga —de momento— a utilizar la 
IA, ¿por qué nos obligamos nosotros mismos a utilizarla? ¿Por qué 
forzarnos a escribir igual, sobre una plantilla, en vez de hacerlo a nuestro 
aire y en nuestro estilo? En su reciente Teoría del arte y cultura 
digital (2023), Juan Martín Prada escribe: “cabe esperar de las prácticas 
artísticas, siempre problematizadoras de los modos de producción 
de diferencia, una llamada de atención sobre las limitaciones de los 
modelos sobre los que tienen lugar los procesos de deep learning, en los 
que la singularidad se ve siempre sometida al cálculo de 
la norma media” (p. 74). Y la buena literatura, como expliqué en mi 
ensayo de 2006, se forma a base de Singularidades, nunca a partir de 
homogeneidad deslavazada. 
Y todavía voy más allá. Esa homogeneización lingüística, esa 
ultracorrección sintáctica, ese adocenamiento con el que estas redes de 
inteligencia artificial han sido entrenadas, pueden tener nefastos efectos 
creativos. Las ideas que sugieren, por lo que he podido comprobar y leer, 
son también adocenadas y previsibles, precisamente porque esa 
previsibilidad es lo que se buscaba al crearlas. El chat no miente, da lo 
que se le pide: un texto común sobre cualquier cosa. Veamos un ejemplo; 
le pedí un argumento de novela basado en la idea “chico conoce chica”, 
esquema con el que, según decía Camilo José Cela, se puede escribir La 
cartuja de Parma (1839) de Stendhal. Este es el resultado: 
 
 
 
Si le pides un argumento novelesco, la IA te da obviedades, 
esquemas de género romántico, mimbres de novela 
comercial, mainstream, ideas de primero de taller literario, 
absolutamente inocuas. En consecuencia, no hay que tener miedo de lo 
que se les pueda ocurrir a las redes de IA, porque incluso si fueran 
diseñadas para escribir algo “raro”, “distinto” y diferente de lo que existe, 
lo que producirían sería esquemas discursivos parecidos a los de la mala 
escritura experimental; ese tipo de galimatías ilegibles que confunde la 
novedad literaria con la novelería. 
Nuestro lenguaje entrenado de escritores no solo es el fruto de una 
interiorización psicológica del discurso escrito, es vástago de una 
decantación durante décadas de ideas propias, lecturas, 
contaminaciones ideológicas diluidas y destiladas, reflexiones sobre el 
propio oficio y sobre el propio estilo, decisiones conscientes guiadas por 
apetitos estéticos, pulsiones psíquicas que se dejan aflorar y se 
conforman y reconforman en el folio en blanco. También tiene que ver 
con la “consciencia de la mortalidad”, como apunta agudamente Javier 
Moreno (2022, p. 247), de la que carecen las máquinas y los sistemas. 
Las máquinas, que conectan con todo, no pueden conectar con nuestra 
ansiedad de supervivencia en los textos. Si no sienten ni comprenden 
afectivamente lo que hacemos, ¿para qué pedirles ayuda, para qué 
cederles la iniciativa? Si nos paramos a pensarlo, ¿tan desesperados 
estamos los escritores que aceptamos cualquier recomendación, sin 
pararnos a pensar que esa misma idea puede ser ofrecida a la siguiente 
persona que la solicite en Teruel, Kazajistán o Ciudad del Cabo? ¿No nos 
preocupa que dentro de unos años todas las novelas sean parecidas o, en 
algún caso, iguales? Es cierto que la literatura, desde el principio de los 
tiempos, se ha alimentado de más literatura, pero las lecturas que 
influían a las mentes escritoras habían sido escogidas por estas con 
cuidado: eran bien digeridas, eran sopesadas, pensadas y procesadas, y 
siempre se esperaba un cierto giro creativo a partir de los modelos 
tomados, un plus de destreza o exceso de sprezzatura, un salto eficaz y 
personal sobre las historias leídas o desde los textos clásicos. Pero usar 
Chat GPT o productos similares implica partir de malas ideas, de 
esquemas narrativos anodinos, mil veces vistos y leídos. Es como 
escribir con planilla de caligrafía infantil: está bien cuando tienes 7 años, 
pero queda un poco raro cuando tienes 27, y no digamos 57 o 70. Utilizar 
este producto empresarial, ¿no suponeaceptar tus limitaciones? A lo 
mejor, si necesitas un programa para escribir, es porque no eres un 
escritor de verdad. En tal caso, ¿para qué hacerlo? ¿Por dinero? No lo 
creo, hay profesiones más rentables con menos esfuerzo. Y, si lo que te 
mueve a escribir es buscar prestigio, ¿crees que esas ideas mecánicas, 
escolares y adocenadas van a ayudarte a crear un libro que te aporte 
prestigio intelectual? Lo que producirán será justo el efecto contrario: lo 
que dirán de ti es que, como novelista, eres tan deficiente que necesitas 
ayuda de otros, de todos, de la sopa boba de la textualidad diluida por 
una empresa. Usar estos programas para competir con escritores de 
verdad, ¿no es una especie de dopaje cutre para paliar la falta de talento? 
Subamos el monte Tourmalet de la escritura a pelo, si es que podemos, 
a solas con nuestro propio esfuerzo, gozando de cada pedalada, sudando 
en cada curva. Allí, en la cima, esperan las escritoras, los poetas, 
dramaturgos y ensayistas de todas las eras que encontraron dentro de sí, 
en su imaginación, todos los recursos que necesitaban. 
 
 
Libros citados 
 
Anderson, Duncan, "When AI Writes Poetry", Humanise, 13/01/2021. 
Carrión, Jorge y Equipo Estampa, Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la 
inteligencia artificial. Buenos Aires: Caja Negra, 2023. 
Kozak, Claudia, “Poéticas mediológicas en la literatura argentina del siglo XX. 
Posiciones/Variaciones/Tensiones.” En Ficciones de los medios en la periferia. Técnicas de 
comunicación en la literatura hispanoamericana moderna, editado por Wolfram Nitsch/Matei 
Chihaia/Alejandra Torres, 339–356. Köln: Universitäts und Stadtbibliothek Köln, 2008. 
Martín Prada, Juan, Teoría del arte y cultura digital. Madrid: Akal, 2023. 
Mora, Vicente Luis, Mecánica. Madrid: Hiperión, 2021. 
Mora, Vicente Luis, La escritura a la intemperie. Metamorfosis de la experiencia literaria y la 
lectura en la era digital. León: Universidad de León, 2021. 
Moreno, Javier, El hombre transparente. Cómo el ‘mundo real’ acabó convertido en Big Data. 
Madrid: Akal, 2022. 
Piglia, Ricardo, La ciudad ausente. Anagrama: Barcelona, 2019. 
Vanoli, Hernán, El amor por la literatura en tiempos de algoritmos. Buenos Aires: Siglo XXI, 2019. 
Zafra, Remedios, El entusiasmo. Barcelona: Anagra 
 
https://humanise.ai/blog/ai-writes-poetry/
	domingo, 23 de abril de 2023
	Literatura e inteligencia artificial