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La filosofía de Aristóteles 
Filósofo griego, discípulo de Platón y preceptor de Alejandro Magno. Aristóteles criticó la teoría de las 
ideas de Platón, crítica que consiste en negar que la esencia de las cosas exista separada de las cosas 
mismas. 
No obstante, Aristóteles defendió que conocer algo implica conocer su esencia, permaneciendo así, fiel al 
rasgo fundamental de la herencia socrática y platónica: la ciencia trata de lo universal, es una búsqueda de 
la esencia común y no de los objetos particulares, aunque para conocer los universales, según Aristóteles, 
hay que partir de la experiencia. 
1.- La física y metafísica aristotélica. (Naturaleza, hylemorfismo y teleologismo). 
Para Aristóteles, la verdadera realidad, la sustancia, no son las ideas en otro mundo, sino los individuos 
concretos, los seres que captamos, en primer lugar, a través de los sentidos. 
Toda sustancia, todo individuo, tiene dos elementos constituyentes: la materia (hyle) y la forma (morphé). 
Tal compuesto indisoluble de materia y forma integra la sustancia natural. Esta teoría se conoce como 
hilemorfismo. Así pues, lo real es una unidad que solo se puede descomponer en el pensamiento y cuyos 
dos elementos nunca se presentan en la realidad separados uno de otro. 
No obstante, hay una clara prioridad de la forma sobre la materia: la forma es la esencia del individuo, lo 
que hace que un ser sea lo que es y no otra cosa. Mientras que la materia es pasiva, se limita a recibir la 
forma, la forma es activa, actualiza la materia, la perfecciona. 
Aristóteles también llama a la forma “naturaleza” (physis); es decir, lo que determina las actividades 
específicas y propias de algo, el principio interno del movimiento y del reposo. Así, a la naturaleza de la 
semilla (su forma) le corresponden ciertas actividades cuyo fin es llegar a ser árbol. 
La naturaleza de cada ser tiende, pues, a alcanzar la perfección que le es propia; por tanto, en los seres 
naturales hay una finalidad interna que los orienta y dirige. Entonces, podemos decir que el modelo 
aristotélico de la naturaleza, basado en la biología, es un modelo teleológico. 
El alma y el cuerpo. 
 
Cuerpo y alma constituyen una única sustancia y están entre sí en la misma relación que la materia y la 
forma. El alma es la forma del cuerpo, el principio de la actividad del ser vivo. La doctrina aristotélica 
supone la negación de la inmortalidad del alma humana, ya que alma y cuerpo son inseparables. 
 
Frente a la teoría de las tres almas de Platón, Aristóteles defiende la unidad del alma, por lo que esta no se 
localiza en una parte especial del cuerpo. El alma tiene una función nutritiva, una función sensitiva y una 
función pensante. El alma vegetal posee solo la primera, el alma animal también tiene la segunda y en el 
alma humana se dan las tres. 
La teoría del conocimiento en Aristóteles. De los sentidos al entendimiento. 
Aristóteles estaba ocupado, como también lo estaba Platón, en el problema del conocimiento de la 
realidad. Uno de los problemas del conocimiento de la realidad es que el mundo empírico se caracteriza 
por el cambio y la destrucción. Como ya había defendido Parménides, la realidad no podía estar sometida a 
cambio. Por tanto, Platón negó que el mundo empírico tuviera realidad, era un mundo de sombras, una 
imagen incompleta del mundo real. Aunque las sombras e imágenes existen, no son reales. Igual que 
existen imágenes y sombras, el mundo empírico, según Platón, existe, pero carece de realidad. 
Aristóteles ataca el problema de modo diferente y llega a otra conclusión. Aristóteles es un maestro en el 
análisis filosófico. Tenía probablemente la mente analítica más clara de los filósofos griegos. No comienza 
sus análisis negando que el mundo empírico tenga realidad, sino que examina el concepto de cambio o, 
más bien, intenta descubrir el esquema conceptual necesario para nuestra comprensión del cambio. 
Una condición para comprender el cambio es el uso del concepto de sujeto. No tendría sentido hablar del 
cambio si no hubiera ninguna respuesta a la pregunta de qué es lo que está cambiando. Cuando Juan 
cambia de ser niño a ser adulto y las hojas del árbol cambian de verdes a ser amarillas, la persona y las 
hojas del árbol se llaman sujetos del cambio. 
Un cambio ha de ser cambio de algo a algo diferente. Juan cambia de niño a no ser niño. En general se 
puede decir que un cambio implica que una propiedad p cambia a la propiedad no p. El concepto de sujeto 
del cambio permanece constante durante el proceso del cambio. Juan sigue siendo Juan incluso después 
de haberse convertido en hombre. En todo proceso de cambio siempre debe haber algo que permanezca 
incambiado. Que esto sea así no es algo que se haya aprendido por la experiencia. 
Aristóteles llama sustancia a las cosas o a los objetos tales como hojas u hombres. En los procesos del 
cambio descritos, las sustancias (es decir, Juan y la hoja) son los sustratos del cambio. 
Supongamos que tengo una cazuela llena de agua. Caliento el agua. El sujeto del cambio es el agua. Sigue 
siendo la misma cazuela de agua. Ahora supongamos que el agua en la cazuela no sólo hierve, sino que se 
evapora por completo. En este proceso de cambio el agua no es el sustrato del cambio, ya que 
sencillamente ha desaparecido, se ha evaporado. En este caso ¿cuál es el sustrato del cambio? La 
respuesta es que el vapor que proviene del agua debe contener las mismas moléculas que el agua. 
La afirmación de que en cada proceso de cambio debe haber un sustrato, es una verdad conceptual. Que 
sea así se sigue del hecho de que si no hubiera nada que hubiera permanecido incambiado durante el 
proceso del cambio ya no se podría hablar del proceso del cambio. En lugar de esto se diría que algo había 
desaparecido, y que algo nuevo había sido creado o había venido a la existencia. Pero al decir esto nos 
encontramos con el problema de Parménides, esto es, el problema de comprender cómo se puede crear 
algo de la nada. 
Parménides, al utilizar los conceptos de ser y de no-ser, había deducido la unicidad e inmovilidad del ser, 
pero Aristóteles añade otro sentido del no-ser: la potencia. Así, ni una piedra ni una semilla son un árbol, 
pero la semilla puede llegar a serlo. 
Lo que no es pero puede llegar a ser se denomina “ser en potencia” (la semilla es un árbol en potencia). 
Por tanto, en todo ser podemos distinguir lo que ese ser ya es (el “ser en acto”) y lo que puede ser (la 
potencia). Por ejemplo, un alumno de la Facultad de Medicina es un estudiante en acto, y un médico, en 
potencia. 
Los conceptos de potencia y de acto constituyen la explicación última del cambio o movimiento. Aristóteles 
define el movimiento como el paso o tránsito de la potencia al acto, y lo clasifica de la manera siguiente: 
1.- Cambio sustancial: a.- Generación (se origina una sustancia nueva). b.- Corrupción (se destruye). 
2.- Cambio accidental: a.- Cuantitativo (aumento o disminución). b.- Cualitativo (se altera la cualidad). c.- 
Local (desplazamiento). 
 
Ética y política. 
 
La ética aristotélica. Felicidad y virtud. 
 
En su ética, Aristóteles parte de que el fin último de todos los seres humanos es la felicidad; el problema es 
concretar en qué consiste esta. Si atendemos a la naturaleza, observamos que la felicidad radica en el 
ejercicio de la actividad propia de cada ser. 
 
En el caso del ser humano, la actividad intelectual es la que corresponde más adecuadamente a su 
naturaleza. Pero el ser humano también tiene necesidades físicas y sociales; por tanto, la felicidad 
consistirá en unir sabiamente el pensamiento, la virtud y los bienes exteriores. 
 
Aristóteles distingue dos tipos de virtudes en el ser humano: 
 
1.- Las virtudes dianoéticas o intelectuales perfeccionan el conocimiento. Entre ellas, tiene especial 
importancia la prudencia, mediante la que determinamos qué es lo correcto y adecuado en el ámbito 
práctico de la conducta. 
2.- Las virtudes éticaso morales perfeccionan el carácter, el modo de ser y de comportarse. 
 
Aristóteles define la virtud moral como el hábito de elegir un término medio tal como lo haría un hombre 
prudente. Así pues, la virtud ni se tiene por naturaleza ni es consecuencia exclusiva de la enseñanza o del 
conocimiento, ya que se adquiere por el ejercicio y el hábito. Además, las virtudes constituyen un término 
medio razonable entre dos posiciones extremas, excesiva la una y defectuosa la otra (el valor sería, así, el 
punto medio entre la temeridad y la cobardía). 
La política en Aristóteles. El hombre como animal político. 
En Aristóteles, ética y política se identifican, son dos aspectos de un mismo conocimiento práctico que se 
ocupa del bien humano y que se rige por la prudencia. Esta identificación se basa en la naturaleza social del 
ser humano: solo en sociedad el ser humano puede alcanzar su bien, el fin que le es propio, una vida digna 
y feliz. Este es el fin del Estado: facilitar a los ciudadanos el logro de una vida satisfactoria. 
En su Política, Aristóteles afirma que la naturaleza humana es social, lo cual significa, de acuerdo con su 
concepción teleológica, que el ser humano tiende por naturaleza a la vida en comunidad. De hecho, en 
primer lugar, los seres humanos fundaron la familia; después, la aldea, y, por último, el Estado (polis), que 
es la forma más perfecta de comunidad, ya es autárquica; esto es, autónoma y autosuficiente. 
La familia y la aldea surgen para asegurar la vida de los ciudadanos y lograr que satisfagan sus necesidades 
básicas, pero solo en el Estado el hombre puede alcanzar su perfección y vivir una vida plenamente 
humana, dado que en él se cubren las necesidades que, aunque no son de carácter material, es preciso 
satisfacer para que el hombre sea feliz. La prioridad del Estado sobre la familia y la aldea se basa, pues, en 
que solo en él pueden alcanzarse el bien y la justicia. 
Debemos tener en cuenta que, para Aristóteles, el Estado no es un fin en sí mismo. Aristóteles no defiende 
un totalitarismo político: el fin del Estado es la felicidad y la perfección moral de los ciudadanos. 
Frente a la utopía platónica de la República, Aristóteles hizo una clasificación de los distintos regímenes 
políticos que podían darse en la práctica. Atendiendo al número de ciudadanos que gobiernan distinguió la 
monarquía (gobierno de uno), la aristocracia (gobierno de unos pocos) y la democracia (gobierno de todos 
los ciudadanos). 
Cualquiera de estas formas puede considerarse correcta si el poder se ejerce de forma justa; es decir, si los 
gobernantes buscan el bien común y no su propio provecho. Pero cada una tiene su forma degenerada: la 
tiranía, la oligarquía y la demagogia. Estas son tres formas injustas de gobierno, pues quienes tienen el 
poder solo buscan su propio beneficio.

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