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FILOSOFIA_PARA_NO_FILOSOFOS

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Gabriel J. Zanotti 
 
 
 
 
 
 
 
FILOSOFÍA PARA NO FILÓSOFOS * 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Filosofía para no filósofos (Ed. de Belgrano, Buenos Aires, 1987). 
 
 
 
* Libro escrito en 1987. 
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A Patricia A. 
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 “Quiero saber de Dios y el hombre. ¿Nada más? Nada absolutamente”. 
 San Agustín 
 
 
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CONTENIDO ANALITICO 
 
 
CAPITULO 1: La filosofía. 
Qué es la filosofía. La filosofía y el hombre. Sus temas centrales. La filosofía y las 
ciencias. La utilidad de la filosofía. El compromiso del filósofo. Filosofía y religión. 
 
CAPITULO 2: Dios 
Dios y la vida humana. El planteo racional del tema. El punto de partida. El 
“existir” en las cosas. La causa del “existir”. Dios y su “concepción”. Su perfección y eternidad. La 
creación. Algunas objeciones. Dios y el sentido último de las cosas. 
 
CAPITULO 3: El hombre. 
La esencia del hombre. La inteligencia y su relación con lo corpóreo. La libertad. 
Los condicionamientos. El hombre como dueño de su destino. Qué es ser persona. La moral. La 
objetividad de la moral. El fin último y 'Dios. Las normas de la ética. Los derechos del hombre. La 
dignidad del hombre. El amor. El amor a Dios. El fin Y los medios. Dios y el hombre. Dios y la 
libertad. Dios y el mal. Dios y la tolerancia. El trabajo y la familia. . 
 
CAPITULO 4: El conocimiento. 
De dónde comenzamos. El conocimiento y sus problemas. Las posiciones. El 
escepticismo. El relativismo. Nuestra posición. Las facultades. La inteligencia y los sentidos. El 
realismo. La intencionalidad. Kant. La verdad. La intuición. La intuición y la metafísica. Las 
ciencias positivas. La seguridad de las ciencias positivas. La limitación del conocimiento. Hume. La 
razón y la fe. La fe natural. Su razonabilidad. La fe religiosa. Su diferencia con lo irracional. 
 
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PREFACIO 
 
Una de las dificultades más habituales de la filosofía es su imagen para los no filósofos. La 
filosofía, tan profunda y esencialmente humana, es, sin embargo, considerada frecuentemente como 
una serie de reflexiones totalmente aparte de los problemas cotidianos de la vida del hombre, 
presentadas además en un lenguaje complejo e inabordable. Las consideraciones filosóficas que 
presento en este libro tienen, por consiguiente, la intención de presentar lo esencial de habituales 
cuestiones filosóficas en el lenguaje más sencillo y accesible que he podido encontrar -en una 
tensión permanente con la exactitud de la idea que quiero expresar- y, lo que es más difícil, poder 
mostrar la necesaria relación que tiene la filosofía para con lo más profundo de nuestra vida como 
seres humanos. 
Por supuesto, lo anterior no implica desmerecer, de ningún modo, la necesaria complejidad 
que encierra un estudio profundo de la filosofía en cuanto a sus problemas, terminología e historia, 
y también en cuanto a una posición asumida y defendida en la solución de un determinado 
problema. Toda disciplina seriamente estudiada tiene su rigor y complejidad. En mi caso, varias 
veces he encarado determinados estudios con ese rigor cuando ha sido necesario. Pero eso no 
significa que no sean necesarios trabajos de divulgación filosófica, para acercar nuestra disciplina a 
aquellos que la sienten totalmente alejada de sus vidas, y para despertar alguna vocación escondida 
que todavía no ha tenido la oportunidad de encontrarse a sí misma. 
Antes de concluir, quisiera decir algo a mis colegas. Primero, que no les será complejo 
descubrir cuál ha sido mi formación filosófica, si leen estas páginas, aunque tal vez no acierten en la 
terminología que utilicen para “designarme”. Y segundo, que espero, en los años venideros, ir 
conformando el conjunto de meditaciones filosóficas donde se trate detenidamente lo que aquí 
explicamos en forma introductoria. 
Comencemos pues nuestra visita al mundo de la filosofía, con la esperanza de facilitar el 
acceso de todos los hombres a la búsqueda honesta de la verdad. 
 
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CAPITULO l. LA FILOSOFIA 
 
 
 
Si queremos introducimos en la filosofía, debemos comenzar tratando de caracterizarla de 
algún modo. En realidad, lo que haremos será dar una primera mirada, una primera “conversación”, 
como cuando se conoce por primera vez a una persona. García Morente, un excelente filósofo, dice 
-citando a Bergson- que tratar de conocer perfectamente qué es la filosofía antes de ponemos a 
filosofar es como pretender conocer bien una ciudad por el solo hecho de haberla visto 
“panorámicamente”, desde un avión, antes de haber caminado por sus callejuelas. Sin embargo, ese 
primer vistazo es una forma de conocer la ciudad, aunque muy limitadamente. Pues bien, eso es lo 
que trataremos de hacer ahora: tener una primerísima visión, aunque muy limitada, de lo que es la 
filosofía en sí misma, para después comenzar a recorrer sus principales cuestiones. 
 
 
Qué es la filosofía. 
¿Qué es la filosofía? Una de las formas más habituales de responder esa pregunta ha sido lo 
que los manuales de filosofía llaman “definición etimológica”, esto es, una referencia al origen del 
término “filosofía”. Y así es que se dice que viene de dos palabras del griego antiguo: “sofía”, que 
significa sabiduría, y “fileo”, verbo que significa amar. Entonces parece que la filosofía es el “amor 
a la sabiduría”, lo cual, traducido a nuestro lenguaje coloquial, podría expresarse diciendo que el 
filósofo es el que tuvo un filo con Sofía y se casó con ella para siempre. Pero la primera dificultad 
surge cuando advertimos que también pueden amar a la sabiduría personas que habitualmente no 
son llamadas “filósofos”. Por ejemplo, lo que generalmente tenemos en la mente cuando decimos 
“un científico”: un señor de guardapolvo blanco, metido en un laboratorio como los de las películas, 
rodeado de tubitos, microscopios y pizarrones llenos de fórmulas matemáticas. ¿Acaso no ama 
también él a la sabiduría? Yo me atrevería a contestar que sí, salvo que con la palabra “sabiduría” 
nos estemos refiriendo a algo muy especial, que sólo estudiaría la filosofía. 
Para sortear esta primera dificultad que nos presenta la etimología del término, tratemos de 
ver en qué se diferencia la filosofía de las demás disciplinas o “materias” de estudio. Supongamos 
que lo único que existiera en el mundo fuera un auto. Entonces, todo el saber humano se dividiría en 
los diversos “enfoques” según los cuales puedes estudiar un auto: algunos estudiarían el sistema de 
frenos, otros el motor, otro el encendido, etc. Todos estudiarían el auto, pero cada uno desde un 
“enfoque” distinto. Pues bien, lo que tratan de hacer los hombres con sus estudios es conocer “las 
cosas”. Y hay muchas cosas para estudiar, y cada una, a su vez, desde un “enfoque” distinto. 
Entonces: ¿cuál es ese peculiar enfoque de la filosofía? 
Ese enfoque es el mismo que el de un chico de cuatro o cinco años que se pasa todo el día 
preguntando “por qué”. Habrás escuchado alguna vez hablar de “la edad de los “por qué”. Pues 
bien, la filosofía es simplemente eso, transformado en un método de estudio de las cosas. La 
filosofía es preguntarse permanentemente el por qué de las cosas. Pero no es preguntar sólo una vez. 
Sino que es seguir preguntando por qué hasta que se llega a una respuesta tal que ya no es necesario 
seguir preguntando por qué. En ese sentido podemos decir que la filosofía es el estudio de los 
“últimos” o “primeros” porqués. “Últimos”, porque son lo último a lo que se llega en tu estudio, y 
“primeros” porque al llegar a ellos descubres que son como la “base” de todo. Eso es lo que se 
quiere decir cuando se afirma que la filosofía estudia las últimas causas o primeros principios de 
todas las cosas. Esto es, esas cuestiones que habitualmente no nos preguntamos, o damos por 
“supuestas” (ya sabidas o conocidas). Realicemos una sencilla operación: 
Tomemos un lápiz en nuestras manos y digamos “esto es un lápiz”. Analicemos las cuestiones que 
se esconden tras esa sencilla afirmación.Primero, estamos suponiendo que ese lápiz existe. ¿Qué 
quiere decir que “existe”? Podríamos decir: quiere decir que “está ahí”, en tu mano, entre tus dedos. 
¿Y qué quiere decir “estar ahí”? (¿Ves cómo seguimos preguntando, como un chico preguntón?). 
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Segundo: ¿por qué existe? Digamos que porque alguien o algunos lo hicieron. Y los que hicieron el 
lápiz, ¿por qué existen, a su vez? Y así sucesivamente. Tercero. Estás suponiendo que puedes 
conocer o saber que ese lápiz está entre tus dedos. Pero entonces: ¿qué es conocer? Y a su vez: 
¿estás seguro de que puedes conocer el lápiz tal cual es? ¿Sí? ¿Por qué? 
 
 
La filosofía y el hombre 
Muy probablemente, en este momento te gustaría tenerme delante y decirme: ¡basta! Si eso 
es la filosofía, ¡me voy! Bueno, calma, calma, que no te estoy pidiendo que te pases todo el día 
pensando en esas cosas. Por otra parte, me podrás decir que todo lo referente al lápiz no te importa, 
excepto que escriba cuando lo necesites, lo cual sería obviamente comprensible. Pero creo que las 
cosas cambiarían si enfocas tu vida con el enfoque de la filosofía. ¿Nunca te has preguntado por el 
origen último de tu existencia? ¿O por tu destino final? ¿Hay algo más allá de la muerte? ¿Qué 
quiere decir que seas un “ser humano”? ¿O no eres más que un mono evolucionado? ¿Y por qué 
debes hacer lo que se supone que debes hacer? Ahora ya no se trata de un lápiz; se trata de ti mismo. 
Mira, hace unos años yo creía que jamás me interesaría la mecánica de los automóviles. Pero desde 
que uso un pequeño autito que de vez en cuando recalienta, y eso me ha pasado en plena ruta, 
entonces comenzó a interesarme algo la mecánica. Nunca seré un experto en radiadores, pero algo, 
aunque sea muy poco, entiendo de ellos, porque vi su relación con un problema concreto de mi 
vida. Pues bien: de igual modo, si ves que el enfoque filosófico tiene ya no algo sino bastante que 
ver con lo más profundo de tu vida, entonces comenzarás a verlo con más familiaridad. Y si sus 
planteos no son fáciles o divertidos, será porque lo más profundo e importante de tu vida reclama 
seriedad. Los problemas de la filosofía no son sólo los problemas del filósofo, sino también los 
problemas del hombre: de ti, de mí y de todos. El filósofo dedica a ellos una especial dedicación, 
pero esa es toda la diferencia. Por eso dice otro filósofo, M. F. Sciacca: “. . . La filosofía, por tanto, 
lejos de estar separada de la vida, como un castillo de fórmulas abstractas y de palabras extrañas, 
como un fútil juego de conceptos o recorrido inútil de soluciones contradictorias. . . compromete 
hasta las raíces de nuestra vida espiritual y tiene como objeto de investigación lo que de más serio, 
de verdaderamente serio (que da espanto y gozo a un mismo tiempo), hay en nuestra existencia de 
hombre”. . 
 
Sus temas centrales. 
Así planteadas las cosas, la filosofía tratará los primeros principios de aquellas cuestiones 
más fundamentales para tu vida; no aquellas cosas que necesitamos saber cuando, por ejemplo, 
tenemos que cambiar la rueda de un auto, sino esos problemas en los cuales alguna vez habrás 
pensado, en otras oportunidades, tal vez cuando contemplabas con calma una puesta de sol, o tal 
vez cuando te preguntabas el porqué de un dolor aparentemente inexplicable. Dios, el hombre, el 
bien y el mal, la libertad. . . He allí los temas que surgen con la fuerza de un océano en momentos 
muy especiales de nuestra existencia. Pero al tratar esos temas, la filosofía contempla, como ya diji-
mos, dos cuestiones que le son muy propias: el ser y el conocer. Porque Dios y el hombre, por 
ejemplo, pueden ser encarados desde puntos de vista no filosóficos, pero el ser y el conocer, en 
cuanto tales, son propios de la filosofía. Pero, ¿qué es eso del “ser y el conocer”? Para ver con cierta 
claridad esta cuestión, debemos darnos cuenta de cuántas veces, en nuestra vida diaria, utilizamos 
esos dos. . . Bueno, por ahora digamos esas dos cosas. Juan dice, por ejemplo: soy médico. Tres 
años atrás, Juan decía: yo puedo ser médico. Como vemos, el verbo “ser” es utilizado en el primer 
caso por Juan para unir dos elementos: “yo” y “médico”. La filosofía se pregunta: ¿qué reflexiones 
podemos hacer de ese “ser” como tal? Por ejemplo, vemos que no es lo mismo el primer caso que el 
segundo: una cosa se ha querido decir con ser y otra con poder ser. ¿Qué diferencia hay entre ser y 
poder ser? Podemos decir que en el primer caso Juan está en acto de ser médico, y en el segundo 
caso, Juan está en potencia de ser médico. Con lo cual hemos visto lo que es “ser en acto” y “ser en 
potencia”, que son aspectos que competen al ser en cuanto tal. Pues bien: todas estas reflexiones 
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sobre el “ser” (otros prefieren decir “la existencia”) son habitualmente llamadas metafísica o 
también ontología. A su vez, observemos que muchas veces utilizamos el verbo conocer. (Recuerda 
el ejemplo del lápiz). “¿Lo conocés a Juan?”, es una forma de preguntar muy frecuente en nuestro 
lenguaje habitual. A veces, para conocimientos más “elaborados”, utilizamos la palabra “saber”: se 
supone que el médico sabe anatomía (se supone, ¿no?). Pero la filosofía, preguntona y traviesa, 
pregunta: ¿qué “conocemos” del conocer? ¿Qué es conocer? ¿Podemos conocer? ¿Con qué 
conocemos? Estos interrogantes son típicos de la filosofía, y la diversidad de las respuestas explican 
la multiplicidad de posiciones filosóficas que hay al respecto. Esta parte de la filosofía es 
denominada habitualmente gnoseología o, más simplemente, teoría del conocimiento. Por ahora, lo 
importante es que la metafísica y la teoría del conocimiento forman “el tronco” esencial de toda 
teoría filosófica, y que ambas se encuentran íntimamente relacionadas. 
 
La filosofía y las ciencias 
 Pasemos ahora a ver algunos temas que nos que nos quedaron pendientes. Por ejemplo, la 
filosofía y las “ciencias”. Algo hemos dicho de pasada sobre este tema. ¿Es la filosofía una 
ciencia? Bueno, en mi opinión todo depende de lo que entendamos por ciencia. Podemos entender 
por “ciencia” lo que hacen aquellos que llamamos científicos, y al comenzar este capítulo habíamos 
visto qué imagen tenemos habitualmente del científico: el señor de guardapolvo blanco, en un 
laboratorio como los de las películas, rodeado de tubitos, microscopios y pizarrones llenos de 
fórmulas matemáticas. (Habitualmente, además, en las películas el científico tiene una hija que será 
salvada de los villanos por un valiente detective; o es un genio loco que destruirá al mundo; o está 
por vender una peligrosa fórmula a una potencia extranjera, pero, obviamente, nada de eso tiene que 
ver con la ciencia en cuanto tal.) Esta imagen de la ciencia está muy difundida y muchos científicos 
y filósofos se refieren a este tipo de conocimiento (llamado, también, “ciencia experimental”) 
cuando dicen “la ciencia”. Por supuesto, si eso es la ciencia, la filosofía no es una ciencia, sino otro 
tipo de conocimiento. Ante esto, las actitudes han sido habitualmente dos: la filosofía no es ciencia 
y por lo tanto la filosofía no me importa nada, o la filosofía no es ciencia y no me importa que no lo 
sea y hago filosofía igual. 
Ahora bien, las cosas cambian si por “ciencia” o “conocimiento científico” entendemos no 
sólo lo del señor con los tubitos y microscopios, sino algo más amplio, que no sea sólo eso, aunque 
lo incluya. Esto no es fácil de determinar, pero trataremos de hacerlo. De manera muy general, 
diremos que todo conocimiento que trate de circunscribirse a un tema muy especial, con un cierto 
orden en el estudio que se está realizando, con una terminología más o menos precisa y con un 
cierto método en el referido estudio, puede ser llamado “científico”. Si bien, una vez definidas así 
las cosas, quedan dos problemas: cómo definir con cierta precisión qué significa “tema especial”, 
“orden”, “método”, y “terminología precisa”. Pero este problema, con un poco de esfuerzo, puede 
resolverse. El otro problema esque algunos filósofos no admiten circunscribir su estudio a esas 
características, porque, afirman, sería limitar, particularizar, algo íntimamente general como el 
“ser”. Como vemos, la cosa tiene sus vueltas, y, personalmente, opino que todo conocimiento 
ordenado y sistemático -incluso el estudio del “ser”- puede ser llamado, de manera muy general, 
“ciencia”, si bien habrá que distinguir después diversos tipos de ciencia. En ese sentido, la filosofía 
puede ser considerada una ciencia. 
 
La utilidad de la filosofía 
 Otro tema pendiente es el de la utilidad de la de la filosofía. Muchas veces se afirma, en 
efecto, que la filosofía “no sirve para nada”. Tal vez mi respuesta te asombre, pero, en cierto modo, 
es así. Tratemos de ver, pues, en qué sentido la filosofía es “inútil” y en qué sentido no lo es. 
Volvamos por un momento a nuestro señor de los tubitos y las fórmulas matemáticas en el 
pizarrón. Supongamos que nuestro amigo científico ha descubierto una nueva ley química sobre el 
modo de combinación entre tales y cuales elementos, y entonces nos dice, entusiasmado: “¡miren lo 
que descubrí!”, y nos explica contentísimo la nueva ley química que descubrió. Pero ahora 
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supongamos que nosotros, no tan entusiasmados como él, le preguntamos: ¿y eso para qué te sirve? 
Y entonces puede ser que nuestro científico se nos quede mirando, medio extrañado, y finalmente 
nos conteste: “no sé, pero es fascinante, ¿no?”. 
Esa respuesta del científico nos muestra lo que vamos a denominar actitud contemplativa 
ante la realidad. El científico está contento porque está viendo cómo son las cosas, 
independientemente de la utilidad concreta que ese conocimiento pueda proporcionar. Tal vez esa 
nueva fórmula química sirve para hacer un nuevo remedio o un detergente, o lo que fuere, pero 
como vemos, no es eso lo que entusiasma tanto a nuestro amigo de los tubitos. Su gozo deriva del 
hecho de que ha visto cómo son las cosas, independientemente de para qué son. (El filósofo, más 
que el “cómo”, se preguntará qué son las cosas y por qué son.) Esa actitud contemplativa es 
intrínseca a lo que llamamos conocimiento especulativo, que nada tiene que ver con lo que 
habitualmente pensamos cuando decimos “especular”, sino que en este caso es sinónimo de ver o 
contemplar (de aquí que se llame espectadores a quienes contemplan un acontecimiento). El 
conocimiento especulativo es distinto del conocimiento práctico, que contesta a la pregunta cómo se 
hace algo, y que por lo tanto está contestando también a la pregunta para qué sirve. Sin embargo, el 
conocimiento práctico requiere aunque sea un mínimo de conocimiento especulativo, pues para 
saber cómo se hace algo hay que tener un mínimo conocimiento de qué son las cosas con las cuales 
se está trabajando (como el carpintero, que tiene un conocimiento práctico sobre cómo hacer 
muchas cosas con madera, y tiene un mínimo conocimiento, aunque sea, sobre qué es la madera y 
sus principales características y propiedades, aunque sin llegar a saber necesariamente la composi-
ción química de la madera). Ahora bien: la filosofía es máximamente especulativa, y por eso, si 
reservamos la palabra “útil” para el conocimiento práctico, entonces vemos en qué sentido la 
filosofía no es “útil”: porque su misión no es hacer cosas (fabricar elementos), sino contemplar 
todas las cosas en sí mismas, desde el punto de vista de sus primeros principios (los últimos 
“porqués). O sea que la filosofía busca la verdad por la verdad misma; no busca la verdad por 
aquello que podamos hacer con la verdad. Y quisiera acotar aquí que la relación del filósofo con la 
verdad (con las primeras verdades, que son las que él busca) es una relación amorosa: el filósofo 
está enamorado de la verdad; ella es su eterna novia; y es una novia en cierto sentido misteriosa, 
subyugante, y difícil de alcanzar. Pero el filósofo, si es tal, le es fiel: sólo ella es objeto de sus 
desvelos; y la seguirá buscando siempre por más inconvenientes que ello implique; y cuando capte 
algo de su dulzura, la sostendrá siempre, por más problemas que ello le cause. Si el filósofo miente, 
habrá sido infiel. Pero en este mundo, aunque el filósofo ame la verdad para siempre, su amada 
parece a veces querer dejarlo; y el filósofo intuye que el casamiento definitivo no es de este mundo. 
Ahora bien: podemos también utilizar los términos “utilidad” y “hacer” en un sentido más 
amplio, y advertir, entonces, que contemplar la verdad es también un “hacer” muy especial, y que 
ese “contemplar la verdad” sirve para. . .¡Pues para ser feliz! Nada más ni nada menos que para eso. 
Ese es el peculiar “servir para” de la filosofía: como habíamos dicho, ayudarte en la búsqueda de las 
verdades más fundamentales de tu propia existencia, lo cual, a veces, no es fácil, ni sencillo ni 
agradable, pero sí necesariamente relacionado con tu plenitud como ser humano. Y con esa 
plenitud, te aseguro, está relacionada tu felicidad, aunque hasta ahora no hemos filosofado sobre la 
felicidad. 
Por otra parte, la filosofía tiene una especie de constante presencia invisible en toda nuestra 
cultura (como el cristal del anteojo, a través del cual se están mirando las cosas). Detrás de toda 
organización política hay una determinada filosofía política, detrás de la cual hay una determinada 
filosofía. Detrás de toda técnica hay una determinada filosofía de las ciencias, detrás de la cual hay 
una determinada teoría del conocimiento, detrás de la cual hay toda una filosofía integral. Detrás de 
toda ética hay también una filosofía. Lo cual significa que la filosofía está presente cuando 
enciendes tu televisor, cuando votas a un candidato en las elecciones o cuando consideras que debes 
ayudar a un amigo. Y comenzarás a filosofar apenas te preguntes el porqué de todo eso; de todas 
esas cosas que vivimos diariamente sin preguntárnoslas. 
 
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El compromiso del filósofo 
 Y podemos pasar entonces a otro tema, muy relacionado con el anterior: la filosofía es 
esencialmente comprometedora. Lo cual significa dos cosas: primero, que el filósofo ha hecho una 
ceremonia de compromiso con su novia, la verdad; si bien eso también debe hacerlo el no - filósofo. 
Pero lo segundo es más exclusivo del filósofo, pues se deriva de la especial naturaleza de las 
verdades que busca. Y esto es que las primeras verdades del filósofo son especialmente 
comprometedoras, en cuanto que el filósofo se juega lo más profundo de su vida con sólo preguntar 
por esas verdades, y mucho más al contestar. ¿Será la misma la vida del filósofo que ha llegado a la 
conclusión de que Dios es el destino final del hombre, que la vida del filósofo que está convencido 
de que todo concluye con la muerte? Yo creo que no. Por supuesto, si ambos viven en una misma 
cultura, puede ser que ambos tengan costumbres y hábitos culturales similares (muy probablemente, 
ambos te darán la mano al saludar, tendrán una cuenta bancaria, comerán con cubiertos y discutirán 
de política), pero eso no implica que su vida, en la intimidad de lo más profundo de su existencia, 
sea la misma. 
 
Filosofía y religión. 
Queda por último una cuestión que quizás ya te habrás planteado. Es el problema de la rela-
ción de la filosofía con la religión. En efecto, tal vez estés pensando que esos interrogantes cuyas 
respuestas son tan fundamentales para la vida del hombre han sido planteados y respondidos por las 
diversas religiones. Y tienes razón. La filosofía comparte con las religiones cuestionamientos e 
inquietudes similares. Pero hay una diferencia esencial en el modo de preguntar y de responder. En 
los planteos religiosos, hay una entidad absolutamente superior al hombre, que revela al hombre (en 
este caso, el término “revelar” es clave) las verdades fundamentales de su existencia, las cuales son 
aceptadas por el hombre merced a la autoridad que éste otorga a la entidad superior que revela (esto 
es, que muestra al hombre esas verdades). Todo esto plantea el delicado problemade las relaciones 
entre razón y fe, pero a este tema lo trataremos en detalle más adelante. Por ahora, baste observar 
que el modo de llegar a la verdad es en la filosofía distinto (lo cual no quiere decir -y esto es muy 
importante- que sea incompatible con el modo religioso). En la filosofía tratamos de llegar a la 
verdad por medio de la autoridad de nuestra razón, y no por medio de una autoridad sobrehumana 
que revela la verdad. Te vuelvo a reiterar que ambas cosas no son incompatibles, porque puede 
suceder que la razón te diga: hasta aquí llego yo; a partir de aquí, es razonable dejar paso a otro 
modo de conocimiento. Por supuesto, el problema es justamente hasta dónde llega la razón, y en 
eso los filósofos han tenido muchas diferencias de opinión. Yo creo que el modo de resolverlo es 
diciendo: ¡averigüémoslo! Y la mejor forma de averiguarlo es probando el “hasta dónde”. En ese 
sentido, el filósofo trata de hacer con la razón lo que hacemos con un trapo mojado si queremos 
secarlo: lo retorcemos y lo damos vuelta fuertemente hasta que sale la última gota de agua. Pues 
bien: nosotros vamos a exprimir a nuestra razón hasta que salga de ella la última gota de verdad. 
Pero, dado que una cosa así lleva toda una vida, lo que haremos ahora será un intento, sobre qué 
cosas puede decimos nuestra razón acerca de los problemas fundamentales de nuestra existencia. 
Por lo tanto, a prepararse, y ajustarse los cinturones de seguridad, porque partimos. Hasta ahora sólo 
hemos visitado un poco la nave; ahora comenzamos nuestro viaje. O, para seguir con la analogía del 
principio, ahora comenzamos a recorrer las callejuelas de la filosofía. Y te aseguro que no es mi 
intención que te quedes a vivir en mi ciudad; me conformaré con que veamos juntos un poquito de 
ellas y que después la visites de vez en cuando. Pero, quién sabe, ¡por ahí terminamos siendo 
vecinos! Aunque eso es una decisión importante: quienes vienen a vivir en la ciudad de la filosofía, 
es muy raro que después la abandonen. 
Y no son bajos sus precios. 
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CAPITULO 2. DIOS 
 
 
 
Si la filosofía se ocupa de las cuestiones más importantes de la existencia humana, no es 
raro que nos ocupemos entonces de Dios. Pero no puedo comenzar sin antes decirte que hay algo 
que me frena en este momento. Comenzar a hablar de Dios, presentado así, como un capítulo de un 
pequeño libro, me parece casi una irreverencia. Algunos opinan que, ante el tema de Dios, la actitud 
más justa sería el silencio total; lo cual, como veremos después, tiene su sentido. Pero, si la razón 
humana es obra de Dios, no creo que sea injusto utilizarla para ver qué nos puede decir sobre El. 
 
Dios y la vida humana 
 Ante todo, advirtamos que el problema de Dios no es algo que surge siempre, en todos los 
problemas de nuestra vida, sino que surge en momentos especiales. Habrás tenido quizás 
experiencia de esto. Discúlpame si te parezco un poco fúnebre, pero la muerte es un hecho que nos 
plantea el tema de nuestro destino final, en relación a lo cual se plantea Dios. ¿Qué sentido tiene 
todo? ¿Por qué estamos en este mundo? Los filósofos “existencialistas” dicen que estamos 
“arrojados a la existencia”, lo cual significa que aquí estamos, existiendo, pero nadie nos preguntó 
si queríamos nacer. Y tienen razón. Al parecer, hemos sido “arrojados a la vida”, y a una vida que, 
además, sabemos que va a terminar alguna vez. Y nos preguntamos: ¿por qué? ¿Tiene todo esto 
algún sentido, o es todo una enorme casualidad? Es natural para el hombre hacerse estas preguntas, 
pues es natural al hombre buscar la explicación última de su vida; el sentido de su existencia. Una 
vez recibí una carta donde se me decía textualmente: “ . . . Es terrible no encontrarle un sentido a 
esta vida. No encontrarle sentido al sufrimiento, a las angustias. Vos tenés tus explicaciones en la 
religión. Yo no las encuentro en ningún lado”. He allí, magníficamente expresado, el problema más 
importante de la vida del hombre. Y la filosofía inquiere: ¿seguro que no hay respuestas? ¿Seguro 
que no se las puede encontrar en ningún lado? Y para todo esto, te imaginarás que el tema de la 
existencia de un Primer Principio que sea a la vez nuestro destino final es básico. Dios o no Dios: he 
allí la opción fundamental de la vida humana y del filosofar. Si existe Dios, todo adquiere su 
sentido; si no existe, todo es un absurdo. Te diré lo que dijo un filósofo sobre el hombre, una vez 
que había llegado a la conclusión de que Dios no existía: el hombre es “una chispa entre dos nadas”. 
¡Fíjate qué bien expresado! Si no hay Dios, no hay principio, no hay final, sino sólo algo en el 
medio, tan fugaz como un chispazo, que no sabe ni de dónde vino ni tampoco si terminará en algún 
lado. 
Tal vez te encuentres alguna vez con alguien que te diga que todo eso no le importa. Que no 
le importa ni su propia muerte ni la de los demás. Debo decirte al respecto que considero dudoso 
que haya alguien a quien verdaderamente eso no le importe. Pero es cierto que a veces es 
manifestada expresamente esa falta de preocupación por la cuestión. Alguien me dijo una vez (no es 
un ejemplo, es en serio): “yo sé cuál es mi destino final: que me coman los gusanos”. Bueno, yo 
siempre he intentado investigar racionalmente si hay otra perspectiva de la cuestión. ¿Lo hacemos 
juntos? Tratemos pues de ver qué es lo que nuestra razón puede decimos sobre el origen último de 
todas las cosas. Tratemos de ver qué podemos decir de Dios. 
 
El planteo racional del tema 
 Tal vez estás pensando que ahora plantearemos el tema exponiendo una serie de “pruebas 
de la existencia de Dios”. No, no procederemos de ese modo, y no porque yo no considere razona-
bles a las pruebas de la existencia de Dios, sino porque ese modo de plantear las cosas produce 
rechazo en quien esté convencido de que no puede demostrarse racionalmente que Dios existe. Y no 
es mi intención discutir, sino filosofar juntos. El planteo es: si el tema de Dios es importante, 
veamos qué nos puede decir nuestra razón. . 
Hay cosas que no necesitan demostrarse. Demostrar es distinto a mostrar. Aquellas cosas 
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que no necesitan demostrarse son llamadas habitualmente “evidentes por sí mismas”, y lo que 
podemos hacer racionalmente sobre ellas es mostrarlas. Los filósofos discuten sobre qué cosas son 
evidentes por sí mismas. Hay filósofos que dicen que nada es evidente, y, podríamos preguntarles si 
es evidente que nada es evidente. En fin, para no entrar ahora en esta discusión, te mostraré uno de 
los ejemplos de “evidencia” más generalmente aceptados. Se trata del principio de no contradicción. 
Supongamos que alguien dice que a nadie hace bien fumar, pero luego dice que a él sí le hace bien. 
Probablemente le diríamos: “¡Usted se está contradiciendo! ¿No dice usted que fumar a nadie hace 
bien? ¿Por qué entonces a usted sí le hace bien?” En este caso hemos aplicado el principio de no 
contradicción: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Por ejemplo, un auto 
no puede ser rojo y no rojo a la vez: o es rojo, o no lo es. Pero puede ser rojo por fuera y no - rojo 
por dentro, y por eso hemos agregado “en el mismo sentido”. 
Ahora bien: hay pocas cosas que sean evidentes por sí mismas. Y, justamente, las cosas que 
más nos importan no lo son. La existencia de un Principio Supremo, por ejemplo. Yo no creo que 
sea evidente por sí mismo, como lo es el principio de no - contradicción. Espero que concuerdes 
conmigo. 
 
El punto de partida 
En este momento nos encontramos como si tuviéramos que llegar a un primer piso y no 
contásemos ni con una escalera ni con un ascensor. Pero entonces, si necesitáramos imperiosamente 
llegar a ese primer piso, buscaríamos a nuestro alrededor algo o varias cosas que pudiéramos apilar 
de algún modo para utilizarlas como escalera. Bueno, tal vez mi solución es algo torpe, pero al 
menos estarás de acuerdo conmigo, en que el espíritu de la solución que propongo es partir de lo 
queya tenemos para llegar a lo que todavía no tenemos. 
Y en este caso, ¿qué es lo que ya tenemos? Tal vez mi respuesta te resulte extraña: las cosas. 
¿Qué cosas? ¡Pues las cosas, simplemente! Las cosas que están ahí, delante de nosotros. Las 
páginas de este libro, la silla donde estás sentado (no leas este libro caminando o te darás un golpe); 
los árboles, las plantas, los animales. . . Todo. Incluso algo muy importante: tú mismo. Porque, al 
menos, estás seguro de que existes, ¿o no? No lo dudes ni por un momento, porque no podrías 
siquiera dudar si no existieras. Aquí tenemos algo que es evidente por sí mismo: tu propia 
existencia, y, además, la existencia de las cosas que te rodean. 
Ahora tratemos de buscar en las cosas algo en común. Vamos a suponer tres cosas: este libro 
existe; esta silla existe; tú existes. ¿Tienen algo en común? Sí: las tres “existen”. Pero: ¿existen las 
tres del mismo modo? Quiero decir: ¿son lo mismo? No. Una existe como libro, la otra como silla, y 
la otra (tú) como persona. Lo cual significa que las tres tienen modos de ser distintos. Mira qué 
interesante: estamos aquí en un típico modo de enfocar las cosas que la filosofía llama metafísica 
(¿recuerdas?). Hemos descubierto que en todas las cosas que existen hay un ser, es decir, aquello 
por lo cual las cosas existen, y un modo de ser, esto es, un modo de existir distinto en cada cosa. En 
este contexto estamos utilizando el término “ser” como “existir”: decir que “esta cosa es” significa 
“esta cosa existe”. 
Hemos encontrado también una caracterización común para lo que queremos decir cuando 
decimos “cosa”: una cosa es aquello que existe. Algunos filósofos usan una palabra más precisa, 
pero no tan usual: “ente”. O sea que es ente todo aquello que “está existiendo”. No dejemos de 
destacar, nuevamente que las cosas que están a nuestro alrededor, existiendo, tienen una existencia 
“contraída”, pues, como vimos, existen en una forma o en otra (no es lo mismo existir siendo silla 
que existir siendo persona). Podríamos decir que la “existencia” (el ser) es como el agua, y las cosas 
que existen, como las botellas que tienen agua: todas tienen agua, pero algunas tienen más y otras 
menos, y de una forma y de otra, según el tamaño y forma de la botella. De igual modo, todas las 
cosas que existen “tienen” existencia (ser), pero de una forma o de otra, o en grados diversos, según 
lo que la cosa sea (según que sea un gato, un perro, una persona, etc.). 
 
 13 
El “existir” en las cosas 
Ahora viene algo un poquito más complicado. Como ves, estamos tratando de filosofar juntos 
sobre la base de lo que se nos presenta a nuestro alrededor, y ahora tenemos que pensar un poco 
más sobre todo esto. 
Hemos visto que las cosas que existen tienen dos elementos, Íntimamente unidos, pero distintos: su 
existencia y su modo de existencia, (su ser y su modo de ser). Ahora bien: fijémonos en el detalle de 
que del “modo de ser” de una cosa podemos afirmar determinadas características que no pueden no 
estar en la cosa. Supongamos que vamos a un arroyo y vemos un pato. Una cosa que existe, cuyo 
modo de existir (modo de ser) es existir siendo pato. Y lo interesante es que del “ser pato” (o existir 
como pato) se desprenden varias cosas; por ejemplo, que es un vertebrado, o, más específicamente, 
nadar y hacer “cuá - cuá”. Podemos decir esas cosas del pato por el solo hecho de ser pato. O sea, 
cada cosa tiene un conjunto de características que, en cierto modo, la definen. Mediante esas 
características distinguimos a una cosa de otra. Es todo aquello que caracterice y/o se desprenda del 
“modo de ser” de algo. Necesariamente, si algo es pato, no puede no tener las características que 
tienen todos los patos. Pero entonces volvamos a nuestro pato del arroyo. Como vimos, podemos 
decir de él varias cosas por el solo hecho de que es un pato. Pero veamos ahora qué sucede con el 
existir del pato. El pato está existiendo. Pero ahora supongamos que nuestro pato se muere. Lo cual 
significa que deja de existir. Entonces podemos llegar a la conclusión de que por ser pato no 
necesariamente tenía que existir, porque ser pato le aseguraba tener las características que tienen 
todos los patos, pero no le aseguraba existir siempre. O sea que su modo de existir (el ser pato) no le 
aseguraba necesariamente existir (ser). “Necesariamente” nos indica, como hemos visto, algo que 
es de una manera muy firme, muy especial. Por ejemplo, si yo defino un pizarrón como algo en lo 
cual se escribe con una tiza, entonces el hecho de que en el pizarrón se pueda escribir con una tiza 
es una característica necesaria del pizarrón, esto es, una característica que no puede no estar en el 
pizarrón. Pero que el pizarrón sea negro o verde es algo que no hace a su esencia; o sea que un 
pizarrón no tiene que ser, por ejemplo, verde, para ser un pizarrón (puede ser negro). Entonces 
decimos que el verde no es una propiedad necesaria del pizarrón, lo cual es lo mismo que decir que 
es no - necesaria, que es lo mismo que decir que es “contingente”. Toda característica que puede 
estar en algo, tanto como puede no estar, decimos que es contingente (como ves, lo contrario a lo 
necesario). Un ser humano puede tener piel de co1or blanca o negra, y será ser humano en ambos 
casos, y entonces decimos que el color de la piel es algo contingente al ser humano (esto es lo que 
el racismo no entiende). Pero volvamos a nuestro pato, que lo habíamos dejado medio muerto por 
ahí. Lo que estábamos tratando de decir es que, dado que su modo de ser (el ser pato) no le 
aseguraba necesariamente el existir (de lo contrario, jamás podría morirse), entonces decimos que el 
existir le es al pato como el verde al pizarrón. O sea que el modo de existir no implica necesaria-
mente el existir. Yeso pasa con todas las cosas a nuestro alrededor. De todas las cosas podemos 
decir muchas características necesarias (al explicar lo que son), pero de ninguna podemos decir que 
necesariamente tiene que existir. Pero entonces, si del modo de existir no se deriva necesariamente 
el existir, ¿de dónde sale que una cosa exista? Este es un caso similar al siguiente: supongamos que 
nos subimos a un auto y nos preguntamos de dónde sale que el auto tenga ruedas. Aparte de poder 
contestar que se las pusieron en la fábrica, tampoco contestaríamos mal si decimos: ¡pues del hecho 
de que sea un auto! Pero si el auto es rojo, y nos preguntamos de dónde sale que sea rojo (por qué 
es rojo) ya no podríamos contestar lo mismo. Por ser auto no tiene que ser rojo. El ser rojo ha salido 
de algún lado (algo ha causado que sea rojo) pero no ha salido del hecho de ser auto. La razón de 
ser rojo no está en ser auto. Entonces volvamos a nuestra pregunta. ¿De dónde sale que una cosa 
exista? ¿Por qué una cosa existe, cuando hemos visto que no puede tener su razón de existir en su 
modo de existir? Pues, si, como vimos, el modo de existir de algo (el ser esto o aquello) no implica 
necesariamente existir (ser) entonces toda cosa no tiene en sí misma su razón de existir, sino que su 
existir tiene que haber venido de algún otro lado. Volviendo a nuestro ejemplo: el pato tiene en sí la 
razón (la explicación) de porqué hace cuá-cuá, pero no tiene en sí mismo la razón de estar 
existiendo, mientras existe. Aunque sea un pato o lo que fuere, puede no existir. Todo esto nos lleva 
 14 
a la conclusión de que las cosas, que tienen esta diferencia entre el modo de existir y el existir, son 
“causadas”. Estamos denominando “causa” a aquello por lo cual algo existe. La causa es aquello 
que responde a la pregunta “por qué esta cosa existe” (y vimos que no podemos encontrar la 
respuesta en el modo de existir de la cosa). O sea que las cosas tienen su existir “prestado” y no 
“propio”. ¿Te acuerdas del ejemplo del agua? Bueno, todo esto es parecido a las cosas húmedas, 
que tienen agua, pero no son agua. Aquí sucede lo mismo. Las cosas que existen tienen existencia 
(el existir; el ser) pero esa existencia (eseexistir) no les pertenece propiamente. . 
 
La causa del existir 
 Todo lo cual nos lleva a esta conclusión fundamental: las cosas tienen su razón de existir 
(su causa) en otra cosa. No en ellas mismas. Si volvemos a nuestro ejemplo, el pato tiene la causa 
de su existencia en otra cosa, no en él mismo. Claro me dirás: en el caso del pato, como todo ser 
viviente, decimos que nació porque sus progenitores, de igual especie, le transmitieron la vida. Y 
así comenzaríamos a remontamos para atrás. Pero entonces: ¿hasta dónde llegamos? Cada cosa 
depende de otra para su existencia, y así sucesivamente... Entonces tenemos, en este caso, que cada 
cosa se comporta con respecto a la otra como un eslabón de una cadena. Pero, como hemos visto, es 
una cadena de cosas que tienen el existir, y es como si fueran “transmitiéndoselo”. Por lo tanto, es 
lo mismo que una cadena de cosas mojadas, que tienen agua pero no son agua. Pero sería 
inconcebible que esas cosas mojadas estuvieran mojadas si no existiera el agua en sí misma (el 
agua). De igual modo, sería inconcebible una cadena de cosas que tienen el existir sin el existir 
mismo. Ese “existir en sí mismo” (el ser en sí mismo) es pues la primera causa, que explica el 
existir de todas las cosas que existen. (O sea, que tienen existencia). Pero, dado que entonces no 
podemos seguir remontándonos para atrás, esta primera causa no tiene una diferencia entre su modo 
de existir y su existir, porque en ese caso deberíamos buscar nuevamente otra causa de su existir, y 
ya no sería la primera, y aquí llegamos a algo asombroso. Esta primera causa ya no es, como todas 
las demás cosas, un modo de existir determinado (¿te acuerdas?: existir como libro, como silla, 
como ser humano...), sino que es... ¡El existir como tal! El ejemplo del agua nos ayudará 
nuevamente: una cosa mojada no es agua, sino que tiene agua. Pues bien, la primera causa no tiene 
el existir (ser), sino que es existir (ser). Y así, es lo único a lo cual le pertenece necesariamente y 
propiamente ser. Y a esta primera causa de la existencia de todas las cosas la llamamos Dios. 
 
Dios y su “concepción” 
 Si todo esto te resulta medio “inconcebible”, no te preocupes. Quiere decir que entendiste 
bien. Por eso te dije que esto es sencillamente asombroso. Pues todo lo que pensamos, lo pensamos 
de un modo o de otro. Nuestra mente parece siempre querer “circunscribir” o “embotellar” todo 
(recuerda el ejemplo de las botellas). Y aquí nos encontramos con algo cuyo modo de ser es que no 
es de un modo o de otro; que no es esto o aquello, sino que es el mismo ser. Y la prueba de que 
nuestra mente no puede evitar embotellar y clasificar todo es que ya lo hemos etiquetado: “Primera 
Causa”. ¡Cuánto sentido tiene, pues, decir que ante Dios la actitud más digna es el silencio! Porque 
entonces, si se nos pregunta” ¿qué es Dios?, deberíamos contestar: Dios es nada… de lo que 
habitualmente es. Fíjate qué curioso lo que nos está diciendo nuestra razón: Dios es algo tan grande, 
tan ilimitado, tan inconcebible, tan impresionante. . . Que más que poder decir lo que es, podemos 
decir lo que no es: no es ninguna de las cosas de este mundo. Y de ahí surge lo único que podemos 
decir propiamente de El: que (es) el ser como tal. (Puse “es” entre paréntesis porque la razón me 
advierte que prácticamente nos estamos quedando sin recursos idiomáticos para hablar de Dios, 
porque los idiomas y lenguajes están habitualmente concebidos para cosas de este mundo). 
 
Su perfección y eternidad 
 De todos modos, a pesar de las dificultades de y eternidad lenguaje, vamos a ver qué es lo que 
la razón puede seguir diciéndonos de Dios. Recordemos que en todas las cosas de las que hemos 
partido en nuestro análisis veíamos una “composición” de dos elementos íntimamente unidos: el ser 
 15 
y el modo de ser. Pero hemos visto que en Dios, su modo de ser es su mismo ser. Es el ser en sí 
mismo. Por eso, no hay en Dios ninguna composición, sino que su modo de ser y su ser son lo 
mismo. Por eso podemos decir que Dios es absolutamente simple, en cuanto “no -compuesto”. Por 
eso encontramos también la unidad más perfecta. Y por la misma razón decimos que Dios es 
absolutamente inmutable, esto es, no puede recibir “cambios” de ningún tipo; las demás cosas, por 
el solo hecho de que el existir no les pertenece propiamente (¿recuerdas?) pueden ser o no ser (exis-
tir o no existir), además de poder tener muchos otros cambios y variaciones. Pero Dios no puede 
recibir nada que “pueda ser”, nada que le agregue algo, porque, en ese caso, algo le faltaría, y en 
ese caso, eso que se le agrega se le agregaría como una “parte” o algo que antes no tenía, y entonces 
Dios sería compuesto, y ya vimos que es absolutamente simple. Por eso Dios es absolutamente 
perfecto, esto es, no puede recibir algo que le falte. Y por todas estas razones vemos que no es 
difícil ver porqué Dios es eterno: pues, como hemos visto, el existir le pertenece propiamente (las 
otras cosas lo tienen prestado) y entonces no puede no haber existido alguna vez, y no puede dejar 
de existir. 
 
La creación. 
 Bien, ¡esto sí que es “exprimir” a nuestra razón! Estamos apretando el acelerador al 
máximo. Sobre todo, porque nuestra razón está acostumbrada a trabajar con las cosas de este 
mundo, y, como hemos visto, Dios no entra precisamente en los cánones habituales. Pero hagamos 
otro esfuerzo y pensemos en lo siguiente. Dado que Dios nos da nuestro existir, que tenemos 
“prestado” (nosotros y todas las cosas), podemos decir que este “dar el existir” (dar el ser) es lo que 
propiamente caracteriza el acto de creación. Como ves, este tema (la creación) no es sólo religioso, 
sino que de este modo lo podemos encarar filosóficamente. Dios es causa primera del existir de 
todas las cosas porque permanentemente está dando el existir. Esto no es tan difícil, pues no es más 
que aplicar algo muy sencillo: si algo es prestado, es “dado” por alguien. Pero fíjate que no estoy 
diciendo que Dios “creó”, como un carpintero que hizo un mueble, y después lo dejó por ahí y se 
olvidó de él. No es el mismo caso, pues el acto de creación es continuo. ¿Recuerdas las cosas 
húmedas o mojadas? Pues bien, permanentemente tienen que “estar mojándose”, o de lo contrario 
se secan. Y en este caso es lo mismo, pues recordemos que nosotros tenemos existencia (existir), así 
como las cosas mojadas tienen agua. Por eso Dios está permanentemente sosteniendo a las cosas en 
la existencia. Y retengamos el término “sosteniendo”, porque es muy gráfico. En efecto (y 
resumiendo un poco todo), si podemos no existir, ¿por qué existimos? Y hemos visto que podemos 
decir: porque existe, el existir (el ser) en sí mismo (Dios). La imagen podría ser, por lo tanto, esta: 
estamos colgados sobre la nada (la no existencia) por medio de una soga que nos sostiene: Dios. Y 
ese “sostenimiento” es permanente (mientras las cosas existen). ¿No es esto impresionante? ¿No te 
sientes ahora más “aferrado” a Dios que de costumbre? 
No pensemos, además, que Dios, al crear, se saca un poco de El mismo (de su existir) y lo 
coloca en nosotros y las demás cosas. Porque en ese caso, no habría ninguna diferencia esencial 
entre las cosas y Dios, pues nuestro existir sería el mismo que el de Dios. Pero ya hemos visto que 
hay una diferencia esencial entre las cosas y Dios, porque en las cosas (que no son Dios) el modo de 
ser es distinto al ser, y en Dios son lo mismo. O sea que Dios crea las cosas, pero éstas no se 
confunden con El, ni El con las cosas. ¿De dónde ha sacado entonces Dios las cosas? Ya vimos que 
no de él mismo. Entonces, ¿las sacó de otra cosa, como un carpintero saca sus muebles de la 
madera? Pero si es así, esa otra cosa también tiene que haber sido creada por Dios (porque esa otra 
cosa, como vimos, no puede ser Dios, y entonces tiene que ser distinta de Dios, y si es distinta tiene 
ser y modo de ser distintos, y entonces tiene el ser prestado y es creada), y entonces elproblema se 
repite: de dónde sacó Dios esa otra supuesta cosa. Entonces, si Dios no saca las cosas de sí mismo, 
ni de otra cosa, las crea... ¡de la nada! Sí, ya sé que esto es asombroso, pero, ¿qué otra alternativa 
queda? Todos nosotros, al hacer cosas, siempre las hacemos de algo y con algo (como el carpintero, 
que utiliza la madera, o el escultor, que utiliza el mármol, etc.). Pero eso es transformar cosas que 
ya existen. Pero, como vemos, “dar el existir” (crear) es distinto a transformar. Dios, al crear, no 
 16 
utiliza ninguna materia preexistente. (Y ya vimos por qué: si fuera así, a esa materia también la 
tendría que haber creado, y así sucesivamente). Por eso la creación de Dios es de la nada. 
¿Increíble, no? Y lo más increíble es que todo esto son conclusiones lógicas a partir de lo que 
significa “dar el ser”. Y es obvio que estemos mudos, boquiabiertos, frente a lo que la razón nos 
dice. Pero creo que la pobre razón, propiamente hablando, ya no da para más. 
 
Algunas objeciones 
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que muchas veces te dirán que no se 
puede demostrar que Dios existe, porque el universo puede ser eterno. Pero, como vimos, eso no 
hace al fondo de la cuestión. Por supuesto que el universo puede ser eterno. La fe religiosa nos 
puede decir que ha sido creado en el tiempo (más correcto sería decir “con el tiempo”), pero 
racionalmente es posible que el universo haya siempre existido. El fondo de la cuestión es, como 
hemos visto, que las cosas del universo (y éste en su conjunto) tienen una diferencia entre el modo 
de ser y el ser, y allí está la clave de la cuestión: en que el ser es “prestado”, pues no se deriva del 
modo de ser. y eso nada tiene que ver con el tiempo, pues una cosa puede tener su existir prestado 
desde siempre, o desde un determinado momento, y eso no interesa; lo que interesa es que es 
prestado. 
Otros tal vez te digan que el universo es todo lo que existe, y qué Dios es parte de todo lo 
que existe, y si Dios creó al universo, Dios se creó a sí mismo, lo cual es contradictorio con la 
creación, pues sólo son creadas las cosas que no son Dios. Pero: por supuesto que sólo son creadas 
las cosas que no son Dios; Dios es increado pues nadie le da el existir, pues el existir le pertenece 
propiamente, y lo que es propio no se recibe prestado. Pero decir “el universo es todo lo que existe” 
es totalmente impreciso: nosotros no hemos partido de “todo lo que existe”, sino de las cosas que 
tenemos a nuestro alrededor, a partir de las cuales vimos que tienen una diferencia entre ser y modo 
de ser, y de allí nos remontamos a Dios (el ser en sí mismo). “Crear el universo” no es crear todo lo 
que existe, por lo tanto, sino que es crear lo contingente (las cosas que pueden o no existir). 
 
Dios y el sentido último de las cosas 
A partir de aquí, si no nos hemos equivocado, los interrogantes del principio pueden 
comenzar a contestarse. No totalmente, por ahora, pero las cosas van adquiriendo su sentido. Ahora 
hay un por qué de todas las cosas. El mundo no es una enorme casualidad. Y hay una esperanza 
para nosotros. Nosotros, los seres humanos, que entre nuestras características definitorias tenemos 
la de poder preguntamos por nuestro destino final. Pues hemos sido creados por Dios. Cada uno de 
nosotros. Y entonces, ¿para qué nos creó Dios? ¿Es compatible con la absoluta perfección de Dios 
que nos haya creado para el mal, para la infelicidad? Digamos que es razonable contestar que no es 
compatible. 
Por lo tanto, Dios es motivo de esperanza. Una perfección inmensamente infinita es el origen 
de nuestra existencia... ¿Por qué no también el destino final de nuestra existencia? Pero a todo esto 
trataremos de dilucidarlo en el capítulo siguiente. Por ahora, no olvidemos esa expresión de esa 
carta que te había comentado al principio: “. . . Es terrible no encontrarle un sentido a esta vida. . .”. 
Sí, es terrible. Pero en el sólo reconocimiento de que es terrible encontramos nuestra absoluta 
necesidad de encontrar el sentido último de las cosas. Y en nuestras limitaciones, que se manifiestan 
en esos momentos de angustia, encontramos la importantísima verdad de que precisamente por 
nuestras limitaciones somos incapaces de habernos dado (a nosotros mismos) la existencia. Lo cual 
es el punto de partida para llegar a Dios. Así como sólo podemos llegar a la verdad una vez que 
tomamos conciencia de nuestra ignorancia (como decía Sócrates), de igual modo el hombre sólo 
puede llegar a Aquel a quien el existir le pertenece propiamente (Dios) cuando advierte que su 
propia existencia (su existir; su ser; su acto de ser) no le pertenece. Así, de nuestra angustia puede 
surgir nuestra esperanza. Hay una esperanza para tu vida. Cuando contemples un atardecer en 
medio de las montañas, piensa que algo infinitamente más bello te ha creado, para que llegues a El. 
 17 
CAPITULO 3. EL HOMBRE 
 
 
 
Dijimos en el capítulo anterior que todas las cosas (excepto Dios) tienen un ser y un modo de 
ser que se distinguen realmente, aunque ambos aspectos, Íntimamente unidos, conforman una sola 
cosa. También, en el capítulo anterior, hablamos mucho sobre nuestro ser (nuestro existir), pero no 
tanto sobre nuestro modo de ser. Esto es, el existir como hombres (modo de ser). Entonces, este será 
el tema de este capítulo: ¿qué es aquello por lo cual, específicamente, nos distinguimos de las 
demás cosas? Esta última pregunta es importante, porque establece el enfoque típicamente 
filosófico que daremos a este tema. Pues el estudio del hombre puede ser enfocado desde muchos 
aspectos. Y el aspecto específicamente filosófico de esta cuestión es preguntamos por la esencia 
última del ser humano, esto es, aquello por lo cual decimos que alguien es un ser humano y no un 
árbol. 
 
La esencia del hombre 
Buscaremos entonces las características definitorias de nuestra existencia. Ya vimos que la 
tenemos prestada en cuanto a existencia, pero eso no nos distingue específicamente de las demás 
cosas, pues las demás cosas también tienen su existencia prestada (contingente). Ahora no nos 
ocuparemos, pues, de las cosas prestadas, sino de aquello que nos pertenece propiamente, es decir, 
de aquellas características que tenemos por el solo hecho de ser seres humanos. 
“Pero eso no es tan complicado”, me dirás. Porque tal vez te estés acordando del tema de la 
famosa “inteligencia”. Además, es muy conocida la definición del hombre que viene desde 
Aristóteles: “animal racional”. La inteligencia; el razonamiento; la razón, la famosa razón que 
estamos exprimiendo, es lo que más razonablemente se nos aparece cuando tratamos de ver qué nos 
distingue de las demás cosas. 
Yo no te voy a decir que esto no es así. Pero el problema es que las cosas no son tan 
sencillas, por cuanto hay que especificar qué entendemos por “inteligencia”. Además, siempre surge 
esta cuestión: ¿y no tienen inteligencia, también, algunos animales? También aquí debemos 
recordar contestaciones habituales: “no, los animales tienen instinto”. Lo que ocurre es que, a 
veces, ¡flor de instinto!, ¿no? 
Para que veamos mejor esta dificultad, te contaré algo muy interesante. A principios de este 
siglo este tema estaba muy candente, y por todos lados se hacían experimentos con la conducta de 
los animales. Uno de los más famosos consistió en poner a un gorila, que se llamaba Sultán, en un 
lugar donde había una banana colgando a una altura donde el gorila no la pudiera alcanzar. Más o 
menos alejado de la banana había un cajón suficientemente alto como para que quien se subiera en 
él alcanzara la banana. Ya te lo puedes imaginar a nuestro pobre Sultán dando vueltas y saltos para 
tratar de alcanzarla. Pero, en un determinado momento, Sultán se queda quieto y mira a su 
alrededor. Y después de un pequeño lapso, al parecer sin 'dudar, toma el cajón, lo pone debajo de la 
banana, se sube en él y lo alcanza. Ha logrado su objetivo. 
Los científicos dicen que eso es una conducta inteligente;esto es, resolver un problema, al 
encontrar cuáles son los medios adecuados para llegar a un determinado fin. Definida así, es muy 
difícil negar que, sobre la base de experiencias como la descripta, algunos animales parecen tener y 
presentar conductas que revelan algún tipo de inteligencia práctica, esto es, resuelven un problema 
buscando el medio adecuado para llegar al fin (por eso es “práctica”, porque lo que se resuelve es 
algo que hay que hacer). Pero, ¿es sólo eso la inteligencia? O ¿se reduce a eso la inteligencia del 
hombre? Algunos opinan que sí. No porque lo único que podamos hacer sea alcanzar una banana, 
sino porque nuestra inteligencia sería en nosotros sólo lo necesario para resolver --como cualquier 
otro animal- el problema de la supervivencia, para lo cual el hombre ha ideado las diversas técnicas 
(desde una hoguera, el arco y la flecha hasta un proyectil supersónico y un acondicionador de aire) 
que le permiten sobrevivir y defenderse de las otras especies. 
 18 
Podríamos decir que es cierto que la inteligencia significa eso. Pero, nuevamente, ¿sólo eso? 
Y hacemos esta pregunta recordando que en el primer capítulo habíamos distinguido entre 
conocimiento práctico y conocimiento contemplativo (especulativo). Habíamos visto que, para 
hacer algo, hay que tener un conocimiento aunque sea mínimo sobre qué son los elementos con los 
cuales trabajamos. Y vimos también que ese conocimiento sobre lo que las cosas son no es sólo 
para fabricar o hacer cosas, sino también para ver cómo son las cosas en sí mismas. Y esto es lo que 
llamábamos actitud contemplativa de la realidad. A lo que estamos apuntando, pues, es que lo que 
propiamente caracteriza a la inteligencia en el ser humano es esa actitud, de la cual deriva su 
enorme capacidad práctica. Esto es, podríamos definir a la inteligencia como la capacidad de captar 
el ser y el modo de ser de las cosas. Permanentemente, nuestra mente se caracteriza por estar 
abierta a la realidad, a lo que las cosas son; a su existencia y modo de existencia. Esto se 
manifiesta en el ser humano desde pequeño, cuando comienza a preguntar “¿qué es esto?” (su modo 
de ser), y “¿por qué?” (su causa). Incluso, el mismo término “inteligencia” nos indica eso: viene del 
latín “intus” (dentro) y “legit” (lee), o sea, leer dentro (de la cosa; ver lo que es); de allí el latín 
“intelligere”, que es inteligir o entender, que es el acto propio de la inteligencia, como ver es el acto 
propio de la vista. O sea: así como la vista “ve”, y “ver” es “captar la luz” (o el color), de igual 
modo, la inteligencia “entiende”, y “entender” es “captar la realidad”, que implica captar la 
existencia y el modo de existir de las cosas. Incluso -y esto es muy importante la inteligencia puede 
captar el modo de ser en sí mismo de algo. ¿Qué quiere decir esto? Pues si decimos, por ejemplo, 
“este pato existe” (volvemos a nuestro pato del arroyo), entonces captamos a una cosa que existe 
como pato (su modo de ser). Pero entonces podemos incluso abstraer ese modo de ser en sí mismo, 
lo cual significa que podemos no sólo considerar a este pato, sino al modo de ser pato solamente, 
esto es, lo que específicamente distingue al modo de ser pato de otro modo de ser. Lo cual es la 
esencia del pato o “pateidad” (habitualmente los modos de ser en sí mismo terminan en “eidad” o 
“idad”; de allí “humanidad”, por ejemplo). Y lo importante es que el modo de ser pato en sí mismo, 
o aquello por lo cual algo es pato y no es perro, considerado en sí mismo no está solo en este pato 
(nuestro pato del arroyo), sino en todos los patos. 
Lo cual significa que la inteligencia del hombre, al captar el modo de ser en sí mismo de las 
cosas, va más allá de lo concreto. O sea: la inteligencia no sólo capta a este pato en particular, sino 
también a la “pateidad” en sí misma. Lo más curioso de esto es que los modos de ser en sí mismos 
no se pueden dibujar ni fotografiar. Por ejemplo, puedes dibujar un determinado triángulo, pero no 
puedes dibujar a la “triangularidad”, esto es, aquello por lo cual llamas triángulo al triángulo que 
dibujaste. Inténtalo, y verás que no puedes. Siempre la concretarás en un determinado triángulo, al 
cual lo llamarás tal porque se adecua a la “triangularidad”. Pero los modos de ser (modos de existir) 
siempre existen, en la realidad, en una cosa concreta que está existiendo. 
Todo esto no significa que la inteligencia pueda conocer totalmente, completamente, 
exhaustivamente, los modos de ser (de existir) de las cosas. Sino que significa que se conoce algo o 
parte de ese modo de ser; a veces más, a veces menos; en general, lo suficiente como para no 
confundir una cosa con otra. O sea que la inteligencia se encuentra generalmente a mitad de camino 
entre conocer nada de las cosas y conocerlo todo. En realidad, sólo podemos conocer 
completamente aquellas cosas que, en alguna u otra forma, hacemos. Por ejemplo, si alguien es un 
experto mecánico, puede llegar a comprender perfectamente los hasta mínimos detalles de 
funcionamiento de un automóvil'; pero un médico jamás podrá estar en la misma situación con 
respecto a su paciente. Pues hemos inventado el automóvil, pero no nos hemos inventado a nosotros 
mismos, como tampoco a ninguna de las cosas naturales que nos rodean, que siempre guardarán 
secretos por revelar. 
Y una última característica de la inteligencia humana, muy importante, es que es capaz de 
volver sobre sí misma y entenderse a sí misma. ¿Qué significa esto? Pues supongamos que estás 
mirando algo a través de un largavista. Puedes mirar muchas cosas con el largavista, excepto el 
largavista. Esto es: el largavista no puede verse a sí mismo; no puede ser su propio objeto. O sea: si 
miras por el largavista aparecerán muchas cosas, excepto el largavista que estás utilizando. (Esto 
 19 
pasa también con los sentidos, que utilizan órganos corporales: el ojo no puede verse a sí mismo; 
una zona de la piel no puede tocarse a sí misma). Pero en cambio la inteligencia, cuyo acto propio 
es “entender”, puede entenderse a sí misma. Lo hemos estado haciendo: dijimos que la inteligencia 
es la capacidad de captar el ser y el modo de ser de las cosas: eso significa que también estamos 
captando con la inteligencia lo que ella es: su modo de ser es captar el ser y el modo de ser de las 
cosas. Lo cual implica que la inteligencia se está “viendo” a sí misma (cosa que no puede hacer el 
largavista ni nada que sea esencialmente corpóreo). Esto es lo que muchos filósofos llaman re-
flexión. Además, por esta reflexión captamos nuestra propia existencia, y por eso decimos “yo 
existo” (¿recuerdas?, esto lo habíamos dado antes como un ejemplo de una evidencia). Y es 
evidente porque cuando dices “yo entiendo que...”, es obvio que estás existiendo, porque no podrías 
entender ni hacer ninguna otra cosa si no existieras -por eso se dice que todo hacer supone un ser 
previo-. (Un gran filósofo, Renato Descartes, decía que esto es tan evidente, que en el sólo hecho de 
dudar nos damos cuenta de que existimos, porque no podríamos dudar si no existiéramos; y otro 
gran filósofo, que además fue un santo, San Agustín, decía que en el solo hecho de equivocamos 
nos damos cuenta de que existimos, por el mismo motivo: no podríamos equivocarnos si no 
existiéramos). 
 
La inteligencia y su relación con lo corpóreo 
Ahora viene algo muy interesante. Todas estas características de la inteligencia humana que 
estamos analizando, ¿son explicables por un proceso corpóreo, de tipo físico-químico o electrónico? 
Este es un tema que ha preocupado a muchos filósofos, y tiene graves consecuencias. Porque si esta 
capacidad definitoria del hombre, la inteligencia, es sólo materia, entonces no habría ninguna 
conclusión lógica que nos indicara que no todo termina con la muerte. Con lo cual estamos 
nuevamente rodeando el tema de nuestro destino final. Por lo tanto debemos ahora afilar nuestra 
razón, porque entramos en zona tormentosa. 
En mi opinión, hay varias cosas que nosindican que la inteligencia no utiliza un órgano 
corpóreo para realizar su tarea específica, que es “entender”. En primer lugar, porque si así fuera, no 
podría “reflexionar”: como habíamos dicho, volver sobre sí misma y captarse a sí misma. Lo cual 
implica captar la existencia de quien está entendiendo. Ninguno de los sentidos corpóreos pueden 
captarse a sí mismos: el ojo no puede verse, ni el tacto tocarse, ni el olfato olerse; esto es, siempre 
captan otra cosa, no a ellos mismos (el ojo de Juan puede ver el ojo de Pedro, pero si Juan mira no 
verá su propio ojo -recuerda el ejemplo del largavista-. Por supuesto, puede verse mediante un 
espejo, pero en ese caso es como si mirara su propia foto, lo cual es también otra cosa). Vemos pues 
que la capacidad del hombre de tener conciencia de sí mismo y decir “soy” (o “existo”) es algo que 
difícilmente pueda reducirse a algo sólo corpóreo. ¿Puede una moderna computadora decir, por sí y 
ante sí,”soy” (“existo”) y, de ese modo, tomar conciencia de sí misma? Yo creo que no. Por 
supuesto, la puedes programar para que después, cuando hagas “correr” el programa, aparezca la 
palabra “soy” en la pantalla. Por eso te subrayé “por sí y ante sí”, es decir, espontáneamente. 
Y este “soy”, tan sencillito, pero que aparece como algo imposible para una 
supercomputadora, nos señala otras cosas. Por ejemplo, su simplicidad. No sólo porque sea simple, 
para un ser humano, pensar “soy”, sino también por su no-divisibilidad. O sea, no lo puedes 
“cortar”, ni medir. Todo lo corpóreo se puede medir. Y también puede dividirse en partes más 
pequeñas, aunque no siempre se tengan los instrumentos para ello. Pero, ¿cuánto mide el “soy”? 
Sencillamente, nada. ¡Lo cual no implica que no exista, si justamente al decir “soy” estás diciendo 
que existes! Pero, ¿cuántas partes tiene “soy”? (Y por supuesto, no nos estamos refiriendo a la 
palabra, así que no es cuestión de decir “s”, “o”, etc.). ¿Se puede ser por la mitad? No. Existes o no 
existes, pero no tiene sentido decir que existes un poquito. 
Esto nos está indicando que el objeto de la inteligencia humana (el ser y el modo de ser de 
las cosas) es algo que no puede reducirse a cosas corpóreas. Los cuerpos existen, pero eso no 
implica que necesariamente sólo lo corpóreo puede existir. Ya vimos en el capítulo anterior que 
nuestra razón puede no sólo suponer la posibilidad de la existencia de Dios, sino también 
 20 
demostrarla. Pero entonces, si nuestro intelecto fuese sólo una cosa material y corpórea, no podría 
captar sino cosas materiales y corpóreas, dado que nada puede hacer cosas que estén más allá de su 
propia naturaleza (al menos, ninguna cosa puede hacer eso por sí misma). O sea que sería igual que 
nuestros sentidos, que sólo captan cosas materiales y corpóreas (que siempre se pueden medir y 
dividir -al menos, esa es una de las características más firmes y evidentes del mundo material, si 
bien no conocemos totalmente su modo de ser-). Pero si esto fuera así, entonces nuestra inteligencia 
no podría ni siquiera concebir la posibilidad de la existencia de cosas no corpóreas. Pero no sólo 
nuestra inteligencia sí puede hacer eso, sino que también puede ocuparse de Dios, que no es 
corpóreo, además de poder volver sobre sí, como hemos visto, y captar los modos de ser en sí 
mismos de las cosas (recuerda el ejemplo de la triangularidad) que no son reducibles a imágenes 
corpóreas (recuerda que no podías dibujar la triangularidad). Por todo esto, creo que es razonable 
afirmar que la inteligencia no puede explicarse por un solo proceso corpóreo (como los cinco 
sentidos, que tienen un órgano corporal). 
Por lo tanto, hay en el hombre una dimensión no reducible a lo material, que es lo que 
muchos filósofos llaman espiritualidad, que lo abre a una existencia más allá de la muerte. Pero, me 
dirás, aquí hay algo raro. No somos espíritus “puros” o “solitos”, me dirás. Y tienes razón. Tenemos 
un cuerpo. Un cuerpo que, podríamos decir, forma parte esencial de nuestra existencia. Pero en este 
tema los filósofos han tenido muy diversas opiniones. Muchos opinan que el hombre es 
esencialmente su espíritu, y que el cuerpo es otra cosa, totalmente distinta, que el hombre maneja 
como un automóvil. El espíritu estaría “dentro” del cuerpo, como el conductor “dentro” del 
automóvil. Pero, la verdad, yo nunca me atrevería a sostener tal cosa; no sé si estarás de acuerdo 
conmigo. Hay muchas cosas que nos indican una unidad muy profunda entre nuestra parte espiritual 
con la corpórea, hasta tal punto que podríamos decir que son dos elementos de una sola cosa, que es 
el hombre en su totalidad. La inteligencia no es reducible a lo material, pero eso no implica que no 
use de algún modo (y use no quiere decir “ser”) al cuerpo, pues si alguien sufre un daño cerebral 
serio, sus funciones psíquicas sufren un grave daño funcional. Los médicos y psiquiatras, cada vez 
más, hablan de las enfermedades y problemas “psicosomáticos”, lo que significa que problemas al 
parecer sólo corpóreos causan daños psíquicos y problemas al parecer sólo psíquicos influyen en lo 
corpóreo y pueden ser causa de enfermedades somáticas. El hombre se muestra pues como uno, con 
su espíritu y su cuerpo. Pero, si esto es así, ¿cómo explicarlo? Y si el espíritu es hasta tal punto uno 
con su cuerpo, ¿cómo sostener que podemos seguir existiendo más allá de la muerte? 
Bien, no es este un problema sencillo de resolver, pero te daré la respuesta que hasta ahora me ha 
parecido más razonable. Viene del viejo Aristóteles. El asunto es más o menos así: supongamos que 
tenemos cuatro piedritas, y las colocamos en el suelo de forma -tal que cada una de ellas represente 
cada uno de los vértices de un cuadrado imaginario. Esto es, las colocamos en forma de cuadrado. 
Observemos que allí tenemos dos elementos: las piedritas (el elemento material) y la forma de 
cuadrado (el elemento formal). La forma tiene la función de organizar y disponer en un 
determinado orden a los elementos materiales. Las cosas fabricadas por el hombre siempre tienen 
este esquema: una Serie de elementos materiales unidos y ensamblados en una forma determinada, 
forma que habitualmente permite cumplir una determinada función. Fíjate en cualquier cosa que 
tengas a tu alrededor, (una silla, un televisor, o lo que fuere) y verás que tiene ese esquema. Pero 
esto también lo observamos en la naturaleza y, sobre todo, en esas cosas tan especiales que 
llamamos seres vivos. Para no ir muy lejos, vayamos a lo que los biólogos llaman la unidad mínima 
de la vida, la famosa “célula”, y veremos ese esquema (incluso, la biología nos enseña la existencia 
de animales unicelulares, que tienen una sola célula, como los paramecios). En una célula hay una 
gran cantidad de elementos materiales: hidratos de carbono, proteínas, lípidos, agua, etc., etc. En sí 
mismos, apilados uno sobre otro, no formarían una célula, de igual modo que si desensamblas y 
desarmas tu televisor y pones todas las piezas en una bolsa, colocadas según vayan cayendo, esas 
piezas ya no forman un televisor. Pero volvamos a la célula. Esos elementos materiales, que están 
en la célula, están ordenados en una determinada forma. Esa “forma” es lo que nos permite hablar 
de una cierta unidad (decimos que hay “una” célula) y además cumple una función: mantener la 
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vida de la célula (O, como dirían los biólogos, sus funciones metabólicas). Inclusive muchos de 
esos elementos materiales van cambiando, a lo largo del tiempo, por los sucesivos intercambios de 
la célula con el medio en el que se encuentra: si en el lugar “x” de la célula hay un determinado 
hidrato de carbono, es muy posible que después de un tiempo, en ese mismo lugar haya otro hidrato 
de carbono, cumpliendo una función idéntica que el anterior. Como ves, en la célula hay una 
determinada estructura que en cierto modo trasciende (esto es, es distinta) a los elementos 
materiales que está ordenando. O sea: la estructura (la forma) no es lo mismo que loselementos 
materiales, sino que es aquello por lo cual éstos se ordenan, y en función de lo cual cumplen una 
determinada función, como siguiendo un “programa” similar al de una computadora (entre 
paréntesis: ¿pudo la célula haberse programado a sí misma? -relacionar con el capítulo dos-). A su 
vez, células de iguales características se ensamblan formando tejidos, los cuales a su vez se 
ensamblan y ordenan formando órganos, sistemas y aparatos (como el sistema nervioso, o el aparato 
respiratorio), todo lo cual se ordena a su vez en una forma última que conforma un organismo 
viviente. Ese organismo tendrá pues un principio organizativo último (su forma “principal”) del 
cual “emergerán” o derivarán sus otras capacidades. Por ejemplo, la capacidad de subirse a un árbol 
y comer bananas estará “programada” por la “forma principal” (el principio organizativo último) 
del mono. Si aplicamos este mismo esquema al ser humano, deberemos concluir que todas nuestras 
capacidades, incluso la inteligencia, derivan de nuestro principio organizativo último como 
organismos humanos. Pero habíamos visto que la capacidad intelectual no depende de lo material 
para su existencia. Por lo tanto, tampoco el principio último del cual deriva, pues lo no-material no 
puede apoyarse y sostenerse, para su existencia, en lo material (pues ninguna cosa da lo que esa 
cosa no tiene, y por eso una cosa solamente material y corpórea no puede dar u originar lo 
intrínsecamente inmaterial; es lo mismo que si me pidieras un millón de dólares: no te los puedo dar 
porque no los tengo - ¡en serio!-). Entonces, es cierto que nuestro principio organizativo último y 
nuestra capacidad intelectual están más allá de lo corpóreo y material, pero eso no impide que 
puedan organizar y estructurar al cuerpo humano, pues hemos visto que las estructuras en cuanto 
tales son distintas de los elementos materiales que ordenan. Por lo tanto, podemos concluir que la 
relación y unión entre el espíritu y el cuerpo del hombre es que nuestro espíritu cumple la función 
de principio organizativo último de nuestro cuerpo, lo cual no implica que su existencia dependa de 
esa función. Todo lo cual explicaría la íntima relación que se observa entre nuestras funciones 
psíquicas y corpóreas. Resumiendo, todo cuerpo tiene una forma que lo organiza y unifica, y la 
forma de nuestro cuerpo es espiritual. Por eso se dice que el espíritu del hombre es un espíritu 
“encarnado”. 
Por supuesto que todo esto es para seguirlo pensando, pero hasta el momento esto es lo que 
me parece más razonable. Este tema sirve como ejemplo sobre cómo la filosofía y las ciencias 
experimentales (en este caso la biología, la física) pueden y deben ayudarse mutuamente. Pero lo 
importante de todo esto es la afirmación del elemento fundante del hombre, su espíritu, y que ese 
espíritu lo abre a una existencia más allá de la muerte corpórea. 
Pero con todo esto no estamos terminando nuestra indagación sobre el hombre. Al contrario, 
apenas hemos comenzado. Porque de este elemento fundante del hombre surgen otras 
características muy importantes sobre las cuales debemos filosofar un poco. 
 
La libertad. 
Una de estas cuestiones es la famosa LIBERTAD, de la cual tantas veces hablamos en nuestras 
conversaciones cotidianas. Muchas veces usamos esta palabra para referimos a la “ausencia de 
trabas” o la libertad de algo. Por ejemplo, una persona que no está en una cárcel diría que es libre, 
esto es, libre de estar en una cárcel, y que en ese sentido tiene ausencia de trabas: o sea, las que 
tendría en una cárcel. Pero no es este el sentido de la palabra libertad el que en este momento me 
interesa razonar contigo. No porque no sea importante, sino porque tal vez hay algo más importante 
aún. En efecto, el problema es si el hombre es libre en su interior, esto es, si tiene libertad interna, 
que es llamada libre albedrío por los filósofos. Lo cual implica que vamos a indagar si el hombre es 
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libre aunque esté rodeado de cuatro paredes en la celda de la cárcel más estricta. Vamos a averiguar 
si el hombre es libre internamente, independientemente de las trabas externas, de tipo violento, que 
se le puedan poner alrededor. 
Me dirás, tal vez, que esto no es tanto problema, pues podemos experimentar en nosotros 
mismos nuestra propia libertad. O tal vez pienses lo contrario. Esto depende de nuestras 
experiencias vitales. Pero hagamos una sencilla prueba. Haz cualquier cosa que “quieras” hacer: 
mira para un costado, o levanta el brazo. En estos casos, podemos “sentir” nuestra propia libertad. 
Pero es aquí cuando muchos filósofos han pensado que, en efecto, en esos momentos “creemos” 
que somos libres, pero en realidad eso es una ilusión. Oscuras fuerzas, no plenamente concientes 
para nosotros, nos dominarían. Incluso habrás podido experimentar alguna vez que tu voluntad 
“fallaba” ante determinadas circunstancias. Entonces: ¿es el hombre intrínsecamente libre, como el 
pez es algo que intrínsecamente tiene la capacidad de nadar? ¿Podemos demostrar que el hombre 
tiene libertad interior, independientemente de lo que “sintamos” al respecto? 
Como siempre, trataré de reflexionar contigo lo que me parece más razonable. 
Ante todo, tratemos de ver si hay algo frente a lo cual no somos libres. Se puede pensar en 
muchas cosas, pero todas van a ser muy discutibles. Pero yo creo que hay una que es muy difícil de 
discutir. ¿Cuál es? Pues la felicidad. Todos queremos la felicidad. ¿Y en qué consiste? ¡Ah!, ese es 
otro problema. Muy importante, pero es otro. Por ahora, lo que me interesa que pensemos es que 
ante el deseo de ser felices, no somos libres. Tendemos natural y necesariamente a la felicidad como 
las plantas tienden al sol. Siempre que estoy hablando de este tema frente a un grupo de personas, 
hago la siguiente prueba: digo “levante la mano el que no quiera ser feliz”, y a renglón seguido pido 
que no se hagan bromas. Y nunca alguien me ha levantado la mano. Todos queremos ser felices. Sin 
saber bien, tal vez, qué buscamos detrás de ese término “felicidad”, pero sabiendo que queremos ser 
felices, y que no podemos no querer ser felices. En ese “no poder no querer” ser felices, radica el 
hecho de que no seamos “libres” frente a la felicidad. 
Pero en esto no estamos solos. Todos los seres vivientes tienen una tendencia o un 
movimiento intrínseco hacia aquello que naturalmente los satisface, esto es, hacia aquello que es 
conveniente para ellos según su propia naturaleza. Esto es el apetito natural, que lo definimos, pues, 
como la tendencia al bien. Las partes verdes de las plantas tienden al sol, las tortugas marinas 
tienden hacia el agua, algunas aves tienden a comerse las tortugas marinas cuando, apenas nacidas, 
están yendo al agua; etc. Y así toda la naturaleza sigue un “programa” impresionantemente 
complejo y ordenado. Y ahora veremos por qué este tema se relaciona con la cuestión de la in-
teligencia: porque, en nuestro caso, nuestro apetito natural se llama apetito racional, esto es, un 
apetito que tiende al bien conocida por la inteligencia. Y esto es lo que llamamos voluntad. 
Mediante la voluntad, que es nuestra específica capacidad de apetición, deseamos las cosas, pero no 
las podríamos desear si nuestra inteligencia no las detectara como buenas para nosotros. No estés 
pensando que me estoy refiriendo en este caso a un bien necesariamente moral. Al tema de la moral 
nos introduciremos después. En este caso estamos llamando bueno a todo aquello que la 
inteligencia nos presenta como conveniente para nosotros (“conveniente” en cuanto nos permite 
llegar a un fin). Por eso, un error de la inteligencia producirá que nos perjudiquemos (en cuanto no 
alcanzaremos el fin). Volvemos a reiterar -esto es muy importante- que dejamos el tema del bien 
moral para más adelante, si bien lo que estamos diciendo ahora se relaciona con el planteo ético. 
Y ahora pensemos en algo muy importante. ¿Recuerdas cuando decíamos que nuestra inteligencia 
puede concebir la

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