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TEORÍAS DE LA VIOLENCIA DE PAREJA 1 Teorías de la Violencia de Pareja: Análisis de la literatura y recomendaciones para la evaluación y la intervención Nicolás Duarte Almonacid Universidad Nacional de Colombia 13 de enero de 2020 Nota Trabajo Final de Maestría, Director: Carmen Elvira Navia, Maestría en Psicología, Línea de Profundización en Psicología Clínica. La correspondencia relacionada con este documento deberá ser enviada a: nduartea@unal.edu.co mailto:nduartea@unal.edu.co Teorías sobre la violencia de pareja 2 Resumen Una alta prevalencia de violencia interpersonal surge en el interior de las relaciones de pareja, escenario que se presenta constantemente en el ambiente psicoterapéutico, por lo que es de gran importancia la consolidación de intervenciones pertinentes y eficaces. Sin embargo, el estudio de esta problemática se basa en múltiples perspectivas teóricas que definen corrientes distintas que pueden ser contradictorias y difícilmente integradas, complicando su comprensión e intervención. El presente trabajo buscó realizar una revisión crítica de las principales teorías sobre la Violencia de Pareja (VP) para este propósito se revisó literatura presente en bases de datos como Ebsco, Redalyc, ScienceDirect, PubMed, entre otras. Como principal resultado se identificaron cuatro tendencias generales en la literatura teórica sobre el tema: 1) la escisión víctima-victimario, 2) la mono-causalidad, 3) las propuestas integradoras, y 4) las perspectivas dinámicas o bidireccionales de la VP. Esta revisión también permitió, como segundo resultado, abstraer recomendaciones para el manejo psicoterapéutico del fenómeno. : en primer lugar, hacer una revisión crítica de las principales teorías sobre VP a la luz de las dificultades de conceptualización del fenómeno y, en segundo lugar, brindar recomendaciones generales basadas en la teoría para la evaluación y la intervención de la VP en el contexto clínico. Palabras clave: “violencia de pareja”, “tendencias teóricas”, “revisión teórica”. Abstract A high prevalence of interpersonal violence arises within the relationship between couples, a scenario that is constantly presented in the psychotherapeutic environment, so it is of great importance to consolidate relevant and effective interventions. However, the study of this problem is based on multiple theoretical perspectives that define different currents that can be contradictory and hardly integrated, complicating the phenomenon understanding and intervention. In the present work, a critical review of the main theories about Intimate Partner Violence (IPV) was carried out through the use of database sources such as Ebsco, Redalyc, ScienceDirect, PubMed, among others. As a main result, four general trends in Theoretical literature on the subject were identified: 1) victim-offender excision, 2) mono-causality, 3) integrative proposals, and 4) dynamic or bidirectional perspectives. This review also allowed, as a second result, to abstract recommendations for the psychotherapeutic management of the phenomenon. Keywords: “Intimate Partner Violence”, “theoretical trends”, “theoretical review”. Teorías sobre la violencia de pareja 3 Teorías de la Violencia de Pareja: Análisis de la literatura y recomendaciones para la evaluación y la intervención El sistema de pareja es uno de los subsistemas que hacen parte del sistema familiar, y está compuesto por la unión de dos personas que usualmente no pertenecen al mismo sistema familiar, que, por lo general, mantienen un lazo de afecto y comparten intimidad (Labrador, 2015). A partir de la formación de este vínculo, los individuos pueden suplir necesidades relacionadas con su supervivencia, como el cuidado y la reproducción, y también contribuir a su bienestar y desarrollo (Oliva & Villa, 2014). Por estos motivos, el establecimiento y la formación de vínculos puede ser considerada como una de las motivaciones básicas de la especie humana, siendo la formación de relaciones de pareja un aspecto fundamental por medio del cual esto es posible. Se puede interpretar como evidencia que nueve de cada diez personas que se separan nuevamente forman relaciones de pareja y, la mayoría de ellas, de cohabitación (Labrador, 2015). Al interior de este subsistema se pueden desarrollar dinámicas de crisis y conflicto que dificultan la relación entre los miembros, lo que puede llevar a rupturas, disoluciones o al deterioro en su bienestar, constituyendo una fuente importante de estrés (Labrador, 2015). La violencia es uno de los fenómenos que pueden afectar negativamente estos sistemas relacionales, e incluso afectar de manera severa la integridad física de los individuos involucrados (Vargas, 2017; Muñoz & Echeburúa, 2016). Los datos que respaldan estas afirmaciones muestranque la violencia en el ámbito de pareja es una problemática que afecta principalmente a las mujeres: para la OMS (2017), en la población mundial por lo menos 1 de cada 3 mujeres que han estado en una relación de pareja ha experimentado algún tipo de Teorías sobre la violencia de pareja 4 violencia, y el 38% de las muertes de mujeres en el mundo se consideran resultado de violencia en el contexto de esta relación. La Violencia de Pareja (VP) es una de las manifestaciones de la Violencia Intrafamiliar, y es definida por la OMS (2017) como un “comportamiento de la pareja afectiva o expareja que causa daño físico, sexual o psicológico, que incluye la agresión física, la coacción sexual, el maltrato psicológico y comportamientos de control”. A esto se le agrega que la VP es un fenómeno universal, que abarca todas las esferas sociales y afecta a personas de todas las edades y ambos sexos (Vargas, 2017; Ali, 2016; Pérez 2002). Debido a su alta prevalencia en los diversos contextos sociales (INMLCF, 2018; Otero & Ibarra, 2017), y a su impacto severo en la salud física y psicológica de quienes la viven, así como a la alta tasa de mortalidad femenina (OMS, 2017; INMLCF, 2018) y masculina (Espinoza-Gómez, et al., 2010; Devries, et al., 2013) que se asocia a ella, se observa una necesidad de los profesionales de la salud, incluido el psicólogo clínico, de entender la Violencia de Pareja y contar con herramientas adecuadas para evaluar e intervenir. Actualmente, existe controversia frente a diversas posiciones que plantean que la VP es usualmente perpetrada por hombres hacia mujeres (Labrador, 2015; INMLCF, 2015; OMS, 2017), mientras otros afirman que los índices de perpetración son similares o incluso mayores en mujeres (Archer, 2000; Straus, 2006; Pornari, Dixon, & Humphreys, 2013; Walker, et al., 2019), lo que pone en evidencia que los resultados de los estudios sobre la prevalencia, manifestación y naturaleza de la VP son variados, e incluso contradictorios. Esta situación puede deberse a que se han venido utilizando muestras poblacionales provenientes de contextos socioculturales y económicos diferentes, así como metodologías de investigación Teorías sobre la violencia de pareja 5 y constructos teóricos distintos (Pérez, 2002; Burelomova, Gulina & Tikhomandritskaya, 2018). El fenómeno de la VP ha sido estudiado ampliamente en países anglosajones y europeos y, de manera secundaria, en países latinoamericanos. Una de las principales dificultades que se presentan en Latinoamérica es que en datos específicamente sobre la violencia hacia la mujer, solo se reportan del 15% al 26% de los casos de VP (Arredondo-Provecho et al., 2012),. De igual forma, los datos que presentan victimización de la población masculina no son representativos y pueden estar influenciados por una cultura machista en la que no es aceptable que un hombre se identifique como “víctima” y exprese que ha sido objeto de violencia por partede su pareja para buscar ayuda (Straus, 2011; Otero & Ibarra, 2012; Pornari, Dixon, & Humphreys, 2013). La baja frecuencia de reportes está asociada a múltiples factores, pero ha sido identificado que las mujeres frecuentemente ocultan o minimizan la violencia, y usualmente sólo solicitan ayuda cuando ésta representa un riesgo para que se den lesiones severas o muerte de ellas o de sus hijos (Vargas, 2017). Frente a los casos de hombres que han recibido maltrato por parte de sus parejas, éstos son reportados aún en menor medida. Se ha identificado que esta situación puede estar relacionada con que la violencia que reciben los hombres es diferente a la que reciben las mujeres, en la medida en que la severidad del daño físico parece ser menor (Langhinrichsen- Rohling, 2005). De igual forma, los sistemas que intervienen y reciben denuncias están diseñados para la población femenina (casas refugio, estaciones de policía, hospitales), lo que puede generar sesgo sobre la magnitud y naturaleza real del fenómeno en hombres (Pérez 2002). De igual forma, algunos hombres incluso reportan haber experimentado Teorías sobre la violencia de pareja 6 minimización, indiferencia e incluso abuso, al buscar ayuda de los servicios institucionales de apoyo (Walker, et al., 2019). En Colombia, de acuerdo con estadísticas del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses - INMLCF (2019), durante el 2018 se reportaron 49.669 casos de Violencia de Pareja, de los cuales el 86.08% corresponde a violencia contra la mujer. En estas estadísticas se identificó que la VP fue más prevalente en adultos jóvenes entre los 20 y los 29 años (43.3%), y en personas con educación secundaria básica (45.94%), siendo reconocida la VP como una problemática importante que afecta el desarrollo de las personas al interior del hogar, específicamente a la mujer. Actualmente, desde la legislatura colombiana, se plantean una serie de instrumentos que buscan contrarrestar y responder al fenómeno de la violencia conyugal, específicamente dirigida hacia la mujer, coincidiendo con la agenda que busca reivindicar los derechos de la mujer y disminuir la violencia de la que históricamente ha sido objeto. Existen la ley 294 de 1996, reformada por la Ley 575 de 2000 (Congreso de Colombia, 2000), y la ley 1257 de 2008 (Congreso de Colombia, 2008), que establecen el tratamiento integral de las diferentes modalidades de violencia que puede sufrir la mujer en el contexto conyugal, buscando proteger el cumplimiento de los derechos humanos y asegurar que el Estado cumpla un rol activo en contrarrestar todo tipo de violencia hacia ella por medio del desarrollo de políticas públicas que prevengan, sancionen y eliminen la violencia (Lemaitre, 2002; McCue, 2008). Sin embargo, los profesionales que atienden la población afectada muchas veces no cuentan con herramientas adecuadas para evaluar, intervenir y prevenir los casos de VP, con el riesgo Teorías sobre la violencia de pareja 7 de generar revictimización y consolidar una idea errada sobre esta problemática (Otero & Ibarra, 2017; Lagdon, Armour, & Stringer, 2014). Frente a su conceptualización y explicación, se encuentra que la Violencia de Pareja es un fenómeno complejo influenciado por variables de naturaleza política y sociocultural que anteceden a lo psicológico. Esta complejidad se expresa en una gran diversidad de teorías que soportan perspectivas de intervención enfocadas en aspectos particulares de la VP y que han tenido una gran dificultad para lograr ser integrados (Kelly & Johnson, 2008), lo que ha llevado a que se den intervenciones focalizadas que no tienen en cuenta la complejidad del fenómeno (Ibaceta, 2011). En consecuencia, se ha mantenido una visión uniforme, tipificada y mono-causal de la VP, que permea las perspectivas institucionales, y a partir de la cual se entiende la violencia de pareja como unidireccional, causada mayormente por el hombre, y motivada por un deseo de subyugación hacia la mujer (Lagdon, Armour & Stringer, 2014), lo que contribuye a que se continúe atendiendo problemáticas puntuales en las que no sólo se invisibiliza la complejidad del fenómeno, sino que también se aumenta el riesgo de realizar intervenciones inoportunas e inadecuadas y de perpetuar el estigma que limita la búsqueda de ayuda (Muñoz & Echeburúa, 2016; Burelomova, Gulina & Tikhomandritskaya, 2018; Straus, 2011). Adicionalmente, sobresalen como dificultades en la literatura sobre el tema el uso indiscriminado de terminología (p. ej. equiparación de “violencia contra la mujer” con “violencia doméstica” y “violencia conyugal”, así como de “maltrato” con “violencia” y “abuso”) (Ali, 2016; Follingstad & Rogers, 2014), el uso en los trabajos empíricos de Teorías sobre la violencia de pareja 8 muestras no significativas y segmentadas de acuerdo con el género (Lagdon, Armour & Stringer, 2014; Follingstad, 2009), y una gran multiplicidad de enfoques y teorías explicativas del fenómeno, mayormente desconectadas y carentes de puentes interdisciplinarios o epistemológicos, así como una presencia de teorías difícilmente traducibles a estrategias de intervención clínica (Burelomova et al., 2018; Kelly, 2011). Ante este panorama, existe una necesidad de tener información sistematizada que permita orientar la comprensión y posterior intervención del psicólogo clínico sobre la VP. Por lo tanto, el presente trabajo busca dos objetivos fundamentales: en primer lugar, hacer una revisión crítica de las principales teorías sobre VP a la luz de las dificultades de conceptualización del fenómeno y, en segundo lugar, brindar recomendaciones generales basadas en la teoría para la evaluación y la intervención de la VP en el contexto clínico. Método Estrategia de búsqueda La revisión se llevó a cabo en bases de datos nacionales e internacionales como EBSCO, Redalyc, Science Direct, PubMed, Google Scholar, Elsevier y Research Gate, utilizando palabras clave como “teorías de…”, “modelos de” y “conceptualización de…”: “violencia doméstica”, “violencia conyugal”, “violencia de pareja”, “maltrato conyugal”, “domestic violence” e “intimate partner violence”. Criterio de selección Para el desarrollo de los objetivos propuestos se realizó una revisión de literatura en inglés y español a partir del año de 1990 hasta el 2019. Sin embargo, fue necesario ampliar el criterio Teorías sobre la violencia de pareja 9 de búsqueda desde 1985, dado que en la literatura revisada se identificó citación de fuentes de este año relevantes para el objeto de estudio. Fuentes de información La búsqueda en las bases de datos mencionadas, arrojó resultados provenientes de diferentes tipos de fuentes de información, privilegiándose fuentes secundarias y terciarias para la revisión teórica, que lograron relacionarse con la revisión de fuentes primarias. Como fuentes secundarias y terciarias se identifican artículos de revisión y libros, y como fuentes primarias los metaanálisis, estudios sobre factores específicos asociados a la VP y artículos sobre propuestas de intervención. Procedimiento En primer lugar, se organizó la literatura según su campo disciplinar. En segundo lugar, se identificaron las teorías sobre Violencia de Pareja más referenciadas en las fuentes primarias, secundarias y terciarias consultadas. Finalmente, las teorías identificadas fueron organizadas cualitativamente con base en la identificación de tendencias generales en la literatura teórica y empírica sobre el tema, de esta forma se logró realizar una revisión descriptiva que permitió analizar en conjunto las teorías revisadas. En el Anexo A se presenta la matriz de las fuentes bibliográficas revisadas con su respectiva clasificación según las tendencias identificadas (ver Anexo A). Resultados Tendencias en la literaturateórica sobre Violencia de Pareja Teorías sobre la violencia de pareja 10 A partir de la revisión de la literatura de la VP, realizada con la metodología descrita previamente, se identificó una serie de tendencias que han influenciado la forma como se explica el fenómeno. Estas tendencias son: la escisión entre víctima y victimario, la mono- causalidad, la integración teórica y la visión de la VP como fenómeno dinámico e interaccional. Estas tendencias serán desarrolladas a continuación, presentando en cada una sus principales referentes teóricos. Escisión víctima-victimario. La principal tendencia en la literatura es la visión escindida en términos de los polos víctima-victimario o víctima-perpetrador (McCue, 2008; Capaldi, Knoble, Shortt, & Kim, 2012; Pornari, Dixon, & Humphreys, 2013; Bazargan-Hejazi, et al., 2014;), que ha influido en el desarrollo de la mayoría de los conceptos, teorías, estudios empíricos, herramientas de evaluación, programas de tratamiento e, incluso, políticas públicas. El efecto directo que ha tenido esta tendencia es reforzar la visión de que la VP es un fenómeno unidireccional, que tiene unas manifestaciones de violencia típicas, principalmente de tipo físico y generalmente perpetrado por hombres, lo que ha invisibilizado la manera como la población femenina ejerce VP y los efectos que esta tiene en la población masculina (Cameranesi, 2016; Straus, 2011). Esta tendencia es aún vigente, incluso cuando existe soporte empírico de que la VP es también un fenómeno bidireccional (Langhinrichsen- Rohling, 2005; Archer, 2000;). Un ejemplo de esta tendencia se puede encontrar en los ejercicios de perfilación, que surgieron a partir de la experiencia clínica de diversos autores en el trabajo con agresores y sus familias. Los modelos de perfilación, que pueden entenderse como ejercicios descriptivos Teorías sobre la violencia de pareja 11 de clasificación de la víctima y el victimario, buscaban realizar una organización de los patrones y características de dichos individuos por medio del uso de métodos empírico- deductivos y de instrumentos que medían aspectos psicopatológicos y de personalidad (Cavanaugh & Gelles, 2005; Barría & Macchiavello, 2012; Cameranesi, 2016), con el objetivo de realizar evaluaciones más adecuadas que permitieran generar estrategias de intervención pertinentes para la población (Muñoz & Echeburúa, 2016). A nivel general, en la revisión de literatura se encuentra que existe un mayor desarrollo de perfiles centrados en el perpetrador y basados en cinco aspectos esenciales: la gravedad de la violencia (severidad o frecuencia), la manera como se ejecuta la violencia según su tipología (Física, psicológica o sexual), la generalidad del uso de la violencia (hacia la familia y/o hacia otras personas) y la identificación de características del individuo (sociodemográficas, psicopatológicas, de personalidad) (Cavanaugh y Gelles, 2005; Barría & Macchiavello, 2012; Holtzworth-Munroe, et al., 2003). Dentro de los perfiles del perpetrador, existen diversas clasificaciones que pueden ser organizadas en tres niveles de riesgo: bajo, moderado y alto. Estos niveles se definen según la frecuencia y severidad de las acciones violentas, y la presencia de psicopatología y comportamientos delictivos (Barría & Macchiavello, 2012). A continuación, se presenta la Tabla 1, en la que se realiza una breve descripción de diferentes propuestas de clasificación del perpetrador, que pueden ser de utilidad para el psicólogo clínico en la identificación del riesgo de violencia en casos concretos. Tabla 1 Tipologías de hombres maltratadores según nivel de riesgo para sus parejas. Tabla elaborada a partir de Barría & Macchiavello, 2012. Autores Niveles de riesgo Teorías sobre la violencia de pareja 12 Riesgo bajo Riesgo moderado Riesgo alto Holztworth- Munroe y Stuart (1994); Dutton & Golant (1997) Violentos solo con su familia (FO) o Maltratadores Básicos: Presentan una violencia que se expresa casi exclusivamente en entornos familiares y rara vez tienen problemas delictivos. La violencia tiende a ser física y menos severa. Hay menor probabilidad de abuso psicológico o sexual. No hay asociación directa con alguna psicopatología, o trastorno de personalidad y hay un bajo nivel de abuso de alcohol. La experiencia emocional tiene una intensidad moderada de ira y pueden sentir culpa. Disfóricos/Borderlin e (DB) o Maltratador Hipercontrolador: La violencia puede ser expresada en entornos externos a los familiares, lo que puede implicar acciones delictivas de baja y moderada gravedad. Hay asociación directa con trastornos de personalidad del cluster B, limítrofe, o del cluster A, esquizoide, con posible presencia de depresión y niveles moderados de abuso de alcohol. La experiencia emocional tiene una intensidad alta de ira y culpa. Violentos en general (GVA) o Psicopáticos: La violencia puede ser expresada en entornos externos a los familiares, lo que puede implicar acciones delictivas de moderada y alta gravedad. Hay asociación directa con el trastorno de personalidad del cluster B, antisocial, y con consumo de abuso de alcohol. La experiencia emocional tiene una intensidad alta de ira y usualmente no hay presencia sentimientos de culpa. Jacobson y Cogttman (1998) Basada en un enfoque fisiológico, a partir de la medición de la activación fisiológica, monitoreando maltratadores en entornos de baja y alta estimulación, (ausencia o No identificado Tipo II “Pitbull”: Violencia exacerbada y directa, con dificultades para la regulación emocional. Ante una vivencia emocional de frustración recurre a la violencia. El monitoreo fisiológico en momentos de conflicto evidenció que presenta una Tipo II “Cobra”: Violencia sutil, pero altamente peligrosa, usualmente tiene tendencias a controlar y manipular a su pareja, por medio patrones de abuso psicológico. El monitoreo fisiológico ante Teorías sobre la violencia de pareja 13 presencia de conflictos). activación fisiológica de gran intensidad, lo que puede generar comportamientos de descontrol y angustia. Puede presentar una psicopatología afectiva como la depresión o la ansiedad, y un profundo temor al abandono debido que se expresa en una dependencia a la pareja que agrede momentos de conflicto demostró que, a pesar de una apariencia de descontrol ante estados emocionales incontrolables, no hay una activación fisiológica exacerbada, manteniéndose en control y calma. Tiene una tendencia alta a desarrollar comportamiento s motivados por sentimientos de venganza, que pueden generar un gran perjuicio. Cavanaugh & Gelles (2005) Agresores de bajo riesgo: Presentan una menor prevalencia de rasgos psicopatológicos. Agresores de riesgo moderado: Presentan una prevalencia moderada de rasgos psicopatológicos, con niveles moderados de violencia. Cuentan con habilidades moderadas y bajas de regulación emocional, que facilitan el manejo de emociones de ira. Agresores de alto riesgo: Presentan altos niveles de psicopatología y violencia, con historial de haber estado en contacto con entornos violentos (familiares o comunitarios), en donde se presenció o experimentó abuso y maltrato. Teorías sobre la violencia de pareja 14 A nivel general, los resultados de los ejercicios de perfilación esbozaron una noción del perpetrador caracterizada por altos niveles de impulsividad, conductas de riesgo, alta conflictividad consigo mismo y la regulación de sus emociones, particularmente de la ira (Rode,& Marganski, 2014; Lagdon, Armour, & Stringer, 2014). Por otro lado, se ha definido que cuentan con recursos de afrontamiento deficientes (pobres habilidades de comunicación y solución de problemas), y presentan hábitos que refuerzan estas dificultades (p. ej. consumo o abuso de SPA y alcohol) (Capaldi, Knoble, Shortt, & Kim, 2012; Laskey, Bates, & Taylor, 2019). El resultado de estos dos elementos dificulta el afrontamiento de situaciones de conflicto, ya que al contar con un repertorio precario de recursos, se favorece el desarrollo de comportamientos agresivos o abusivos (Echeburúa, Amor & Corral, 2009; Lagdon, Armour, & Stringer, 2014). Por su parte, la perfilación sobre la víctima no tuvo un desarrollo similar a la del perpetrador, siendo secundaria al concepto de “batterer”. Esta se basó en el estudio de la violencia hacia la mujer desarrollado durante la década de 1980 por Walker (2016), quien acuñó el término de mujer maltratada (battered woman), buscando identificar en las mujeres rasgos de personalidad predisponentes para el establecimiento y mantenimiento de relaciones de pareja violentas. Como producto de este análisis, se identificaron el masoquismo, la dependencia, la pobre autoimagen y la baja autoestima como rasgos centrales de la personalidad de las mujeres víctimas, hipotetizando que permanecían en relaciones violentas para satisfacer deseos de autocastigo, o que se sacrificaban a sí mismas para beneficiarse indirectamente, obteniendo ganancias secundarias (Walker, 2016). Sin embargo, estos hallazgos han sido revisados y ampliamente criticados por la perspectiva sociocultural Teorías sobre la violencia de pareja 15 feminista (St Vil, Sabri, Nwokolo, Alexander & Campbell, 2017), debido a que desplazan la responsabilidad de la violencia del perpetrador a la víctima. Asimismo, otra de las críticas a los perfiles de víctimas es que no se puede establecer una causalidad lineal entre la victimización y los rasgos de personalidad identificados, siendo posible una relación inversa: que sea la experiencia de victimización la que lleve al desarrollo de rasgos, por ejemplo, de masoquismo y dependencia en las mujeres víctimas. Al respecto, la Teoría de la Indefensión Aprendida de Seligman permitió entender el estado de desempoderamiento, baja autoestima e indefensión severa observado en estas mujeres como una consecuencia de la vivencia crónica de violencia, asociada a las creencias de ausencia de control frente a las situaciones violentas y de futilidad de las acciones orientadas al cambio (Walker, 2016; St Vil et al., 2017), elementos que contribuyen a que las mujeres permanezcan en la relación violenta y que ponen en entredicho la hipótesis del masoquismo como motivo principal para dicha permanencia, esto sin tener en cuenta los muchos otros factores sociales, económicos y culturales que pueden mediar esta decisión, o el hecho de que el proceso de ruptura puede representar un peligro mayor para las mujeres y sus seres queridos (Kelly, 2011). A nivel general, uno de los puntos fuertes de las propuestas de perfilación presentadas anteriormente es su utilidad para el desarrollo de herramientas de evaluación e intervención, pues tienen en cuenta el establecimiento de estrategias de seguridad que limiten los alcances de la violencia, especialmente en el caso de los perfiles de perpetradores, ayudando a prevenir desenlaces severos o fatales. Sin embargo, su limitación principal es su naturaleza descriptiva, que brinda pocas explicaciones sobre las causas del fenómeno. Por ello, es Teorías sobre la violencia de pareja 16 frecuente que autores posteriores, como Dutton & Golant (1997), retomen alguna tipología y la amplíen añadiendo factores explicativos. Es importante resaltar que la escisión víctima-victimario no se observa únicamente en las propuestas de perfilación, sino que constituye una tendencia transversal en la literatura de VP, probablemente generada a partir del esfuerzo por especializar el conocimiento sobre el tema (Straus, 2011). Como se ha mencionado, esta tendencia genera una visión unidireccional de la violencia, a partir de la cual se terminan negando o invisibilizando las posibles contribuciones de ambos miembros de la pareja en el desarrollo y en el mantenimiento de la dinámica violenta, reduciendo a una visión individual un fenómeno que, por su definición, pertenece a dos miembros. Como tendencia transversal, la escisión víctima-victimario será observada en diversas teorías a lo largo del presente trabajo. Teorías monocausales. Una segunda tendencia en la literatura es el desarrollo de teorías monocausales para explicar la VP. Éstas surgen de diversas perspectivas disciplinares, como la biología, la sociología y la psicología, y tienden a centrarse en explicaciones sobre el comportamiento del perpetrador. Aunque las teorías monocausales resultan útiles para explicar factores específicos asociados a la VP (p. ej. altos niveles de testosterona, desde una perspectiva biológica), tienen como limitación principal reducir la complejidad de la problemática, evidenciar una baja replicabilidad en sus estudios empíricos y ser fácilmente contradichas en sus hipótesis (Burelomova, Gulina & Tikhomandritskaya, 2018; Kelly, 2011). No obstante, por su importancia para la comprensión teórica del fenómeno y el desarrollo de estrategias de intervención, se presenta a continuación la explicación de la VP desde la teoría del aprendizaje social, la teoría de la pérdida de control y la teoría sociocultural feminista. Teorías sobre la violencia de pareja 17 En primer lugar, la Teoría del Aprendizaje Social plantea que la violencia es una conducta aprendida de forma vicaria a través de experiencias vividas en edades tempranas en contextos de intercambio social como la familia, la escuela o el barrio (Cui, Durtschi, Donnellan, Lorenz, & Conger, 2010; Dutton, Van Ginkel, & Starzomski, 1995). Aunque esta hipótesis se ve soportada por estudios que señalan que haber sido testigo de violencia en entornos familiares durante la infancia tiene mayor relación con el desarrollo de VP en la adultez (Ciccetti & Valentino, 2006; Roberts, Gilman, Fitzmaurice, Decker & Koenen, 2011; McTavish, MacGregor, Wathen, MacMillan, 2016), que haber experimentado otras formas de violencia como maltrato, disciplina coercitiva (Linder & Collins, 2006) o matoneo (Foshee, et al., 2014), esta teoría no logra predecir del todo que un hombre o una mujer que presenciaron VP durante su infancia la desarrollen en sus relaciones de pareja adultas. Un ejemplo de ello es que, en el caso de los hombres, solo el 30% de quienes fueron testigos de violencia de pareja desarrollan comportamientos de perpetración de la misma, lo que lleva a preguntarse por cuáles otros factores pueden estar relacionados con este fenómeno (Cui, et, al, 2010; McTavish, et al., 2016). De igual manera, la teoría de pérdida del control propone que el comportamiento violento de los maltratadores se da como resultado de una dificultad para manejar emociones de enojo y frustración (McCue, 2008; Echeburúa, Amor, & Corral, 2009; Jacobson y Cogttman; 1998). Esta teoría ha sido respaldada por investigaciones en las que se logran establecer vínculos entre comportamiento violento y abuso de alcohol, siendo éste último un factor que contribuye a la desinhibición y el desarrollo de comportamientos de impulsividad (Bancroft, 2002; Burelomova, Gulina & Tikhomandritskaya, 2018). Teorías sobre la violencia de pareja 18 Aunque puede que mucha de la violencia de pareja esté mediada por esta falla en la regulación emocional del perpetrador, este factor no permite explicarla del todo, ya que existe evidencia en la que se observa que, sin importar lo enojado que se encuentre, el perpetrador logra regular sus emociones en otros contextos y con otras personas(oficiales de policía o jefes de trabajo) (Holtzworth-Munroe & Meehan, 2004), lo que puede indicar, por un lado, que la violencia hacia la pareja no se da por una falla generalizada en la regulación emocional del perpetrador sino por características específicas de ésta en el contexto de la relación de pareja, o por factores diferentes a la regulación emocional (Echeburúa, Amor, & Corral, 2009). En este sentido, en muchos casos de VP se observa que el perpetrador lleva a cabo comportamientos violentos exclusivamente en contextos privados o de manera tal que no quede evidencia, controlando de manera cautelosa la forma de infligir daño, lo que da cuenta de una racionalidad en las acciones violentas, en la que se toman decisiones calculadas, incluso cuando se dice que se está “fuera de control” (Cavanaugh & Gelles, 2005). De hecho, en estudios con agresores se ha evidenciado una relación directamente proporcional entre la capacidad de regulación emocional y la frecuencia/severidad de los comportamientos violentos (Ali, 2016; Jacobson y Cogttman; 1998).Aunque esta última situación parece responder más a un perpetrador con perfil psicopático (Jacobson y Cogttman; 1998), las anteriores observaciones permiten concluir que, si bien la pérdida de control por déficit en la capacidad de regulación emocional del perpetrador puede ser una de las causas de la VP, ésta no da cuenta de todas las manifestaciones de ella y, por lo tanto, deben existir más factores asociados al fenómeno, siendo la personalidad de los miembros de la pareja uno de ellos. Teorías sobre la violencia de pareja 19 Por otra parte, desde la perspectiva sociocultural representada en el movimiento feminista de segunda ola de los 60s y 70s, se señaló que las estructuras sociales que mantienen y perpetúan la distribución desigual del poder social se presentan también en los hogares en las relaciones entre hombres y mujeres (Bernstein, 2011; Kelly & Johnson, 2008). Así, la VP fue identificada ya no como un problema asociado a rasgos de personalidad del individuo sino de naturaleza social, fundamentado en el uso del poder y el control, y sostenido por creencias culturales sobre los roles de género; la noción de feminidad como dócil, sumisa, vulnerable, hiper-emocional, dependiente, pudorosa y sexualmente reservada; y la de masculinidad como autoritaria, invulnerable, fuerte, competitiva, valiente, autosuficiente, sexualmente imponente y emocionalmente cerrada (Schrock & Schwale, 2009; Browne, 2012). En este contexto, al interior de una cultura patriarcal, la violencia se legitima como una estrategia válida para ejercer poder y control, principalmente del hombre hacia la mujer (Schrock & Schwale, 2009). De esta forma, el poder se centra en la capacidad para imponerse sobre otro, dando paso a dinámicas de escalamiento de la agresión, que culminan con el sometimiento (Browne, 2012). Así, la VP no busca destruir o eliminar al otro, sino dominarlo y controlarlo (Dempsey, 2006; Giraldo, 2006). En la actualidad, estas asociaciones entre la cultura patriarcal, la dominación sobre la mujer y la legitimidad de la violencia, se han venido transformando, sobre todo en culturas anglosajonas (Otero & Ibarra, 2017). Esto se ha hecho notorio al encontrar un aparato legal y jurídico que garantiza los derechos del individuo, sea este hombre o mujer, lo que refuerza que no sea socialmente aceptada de manera explícita la relación de subordinación del hombre Teorías sobre la violencia de pareja 20 sobre la mujer, a diferencia de lo que sucede en las culturas latinoamericanas (Dempsey, 2006; Browne, 2012). Sin embargo, en la idea de masculinidad se mantiene sutilmente dicho sistema de creencias, entendiéndose que ante la insatisfacción de las expectativas que ésta conlleva, los hombres pueden reaccionar con violencia, que posteriormente es negada o minimizada, o que adopta vías más sutiles y sofisticadas, como la inequidad laboral, económica, académica, etc. (Otero & Ibarra, 2017; Barría y Macchiavello, 2012). En las culturas latinoamericanas, por su parte, la violencia del hombre puede ser validada abiertamente ante la falta de subordinación, rebeldía o “incompetencia” de la mujer (Cavanaugh y Gelles, 2005). Ahora bien, frente a la noción de poder y control en las relaciones de pareja, es importante plantear que, desde las teorías sociales del poder, todas las relaciones humanas involucran dinámicas de persuasión e influencia, pero su naturaleza coercitiva depende del contexto (Dempsey, 2006; Bernstein, 2011). Esto puede ejemplificarse en las frases, “si sales con tus amigos, te golpeo” y “si no me dejas salir con mis amigos, terminamos”, en donde ambas implican intercambios coercitivos, pero la segunda es socialmente aceptable (Dutton, & Goodman, 2005). Teniendo en cuenta estos aspectos socioculturales, que complejizan y hacen de la VP un fenómeno más sofisticado, han surgido propuestas como la de la Rueda de Poder y Control (Power and Control Wheel) (Pence, & McMahon, 2008), que describe las diversas estrategias coercitivas utilizadas por el perpetrador para reforzar el uso de la violencia física o sexual y, así, mantener el control sobre su pareja. Dichas estrategias son: la intimidación, el abuso emocional, el aislamiento, la negación/minimización/culpabilización, la Teorías sobre la violencia de pareja 21 instrumentalización de los hijos, el uso del privilegio masculino, de la violencia económica, la coerción y las amenazas (Dutton & Corvo, 2007). A pesar de lo inclusivo frente a motivaciones y estrategias violentas, este modelo excluye algunos aspectos fundamentales que se presentan en gran cantidad de casos de VP, como las dificultades para manejar conflictos y regular emociones, contempladas en la teoría de pérdida de control previamente presentada (Pence, & McMahon, 2008). De igual forma, si bien no todas las agresiones en los casos de VP implican fallas en la regulación emocional de la ira, tampoco todas hacen parte de estrategias para mantener el poder y el control, por lo que el campo de estudio sobre las motivaciones y factores asociados a la VP continúa en desarrollo. Por último, la perspectiva sociocultural se enfoca en la VP desde la teoría feminista, lo que puede, en teoría, excluir estrategias de poder y control y formas específicas de perpetración ejercidas por mujeres (Dutton, & Goodman, 2005; Dutton & corvo, 2007). Como se observó en las teorías del Aprendizaje Social, de la Pérdida de Control y del enfoque Sociocultural, cada una presenta explicaciones monocausales de la VP, centradas en un único factor, teniendo dificultades para explicar la VP de manera global, lo que plantea la importancia de desarrollar explicaciones que integren las diversas propuestas teóricas y ofrezcan un marco tanto amplio como detallado para entender e intervenir el fenómeno. Perspectivas integradoras. En esta línea, sobresalen en la literatura los ejercicios de análisis clínico desde perspectivas psicopatológicas como ejercicios integrativos que contemplan las propuestas de perfilación y otras teorías de la VP, como la Pérdida de Control y la Transmisión Intergeneracional de la Violencia (Lagdon, Armour, & Stringer, 2014). Uno de ellos es el de Dutton & Golant (1997), que se centra en la comprensión de las acciones violentas del Teorías sobre la violencia de pareja 22 perpetrador con rasgos de personalidad Límite. Este modelo ha sido respaldado por estudios más actuales (Rode & Marganski, 2014). Desde esta perspectiva, el perpetrador es visto como un individuo que, a partir de experiencias tempranas de pérdida y abandono, desarrolla un self frágil, permeado por sentimientos de inferioridad, e implementa la agresividad como estrategia compensatoria (Dutton, 1994). Esto, sumado a la exposición a un entorno en el que es común el uso de laviolencia interpersonal, principalmente hacia las mujeres, y se mantienen estereotipos de género en los que el hombre se desconecta y rechaza su experiencia emocional, lo que dificulta el desarrollo de un sentido de responsabilidad y agencia, que se expresa en estrategias de proyección de la culpa en otros (Dutton & Golant, 1997; Dutton, & Starzomski, 1993). Para una personalidad Límite, la fragilidad del self se expresa en una desintegración de sus necesidades emocionales, que son resentidas y rechazadas por el propio individuo, por lo que estas no logran ser reconocidas y expresadas. Esto genera lo que se denomina estancamiento disfórico, similar a la fase de acumulación de tensión en la teoría del Ciclo de la Violencia (Walker, 2016), en la que no se expresa la vivencia emocional, principalmente caracterizada por frustración e ira. Posterior a esto, el individuo experimenta miedo ante la posibilidad de necesitar al otro y ser abandonado, por lo que actúa con violencia para ejercer control sobre el otro y disminuir la posibilidad de experimentar ese sufrimiento. En este segundo momento, al evitar una herida narcisista, también se libera la tensión acumulada durante la primera fase del ciclo, de modo que se experimenta una “pérdida de control” (Dutton & Golant, 1997; Dutton, & Starzomski, 1993). Teorías sobre la violencia de pareja 23 Por último, después de las acciones violentas, que suelen generar rechazo explícito o sutil por parte de la pareja, el sujeto se enfrenta de nuevo a sentimientos de miedo y ansiedad ante la experiencia de soledad y la posibilidad de abandono. Ante ello, puede recurrir a comportamientos autodestructivos y de riesgo, buscando evitar sentir el vacío generado por la ausencia (física o emocional) de su pareja (Dutton, & Starzomski, 1993). Esta violencia ya no es dirigida a la pareja, sino a sí mismo y, frente a la pareja, se tiende a mostrar arrepentimiento y se promete que la violencia no volverá a ocurrir, dándose en este momento la fase de reconciliación o “luna de miel” del Ciclo de la Violencia. Debido al rechazo y al no reconocimiento de sus necesidades, seguido del temor al establecimiento de un vínculo íntimo de confianza, el ciclo vuelve a iniciar con la fase de acumulación de tensión (Dutton & Golant, 1997). Este análisis puede complementarse con estudios posteriores que plantean que, en general, los perpetradores, tienden a tener dificultades para integrar información a su estructura del self, buscando, por el contrario, modificar la situación externa, el otro y el entorno. Lo que sugiere que, ante la fragilidad del self, este busca cerrarse y sobreponerse, agrediendo y menospreciando a la pareja, restándole valor frente al perpetrador y calmando de manera temporal lo que Dutton & Golant (1997) denominan la herida narcisista. Estas estrategias contrastan con una necesidad excesiva de aprobación social, de búsqueda de admiración y reconocimiento como personas excepcionalmente decentes, honestas y correctas. De esta manera, el control coercitivo y la dominación, son estrategias que se convierten en patrones consistentes para calmar la fragilidad de su self (Rode, & Marganski, 2014; Dutton, Van Ginkel, & Starzomski; 1995). Teorías sobre la violencia de pareja 24 Desde una perspectiva psicológica, basada en estudios de caso e intentos de integración teórica como el presentado son valiosos y escasos en la literatura de VP. Sin embargo, modelos centrados en la psicopatología pueden llevar a patologizar erróneamente el fenómeno y contribuir a mantener el estigma sobre este, reforzando la creencia, contraria a la evidencia, de que la VP ocurre de manera marginal y no es propia de personas “normales” (Wileman & Wileman, 1995). No obstante, la perspectiva psicopatológica resulta útil e importante debido a que se identifica como uno de los factores de riesgo y protección asociados a la VP, e impacta en la construcción de programas de intervención dirigidos a trabajar otras problemáticas que pueden presentarse de manera conjunta con la VP . Desde otra perspectiva, otra teoría dentro de la tendencia de integración en la literatura de VP parte del enfoque ecológico, que inicialmente fue propuesto por Bronfenbrenner en 1987. Este plantea que la comprensión de los fenómenos humanos no puede ser reducida a aspectos individuales, sino que éstos deben ser comprendidos en relación con su contexto, que se encuentra en constante cambio y se considera como una ecología conformada por múltiples sistemas o niveles, que interactúan constantemente entre sí para influir en el desarrollo de los fenómenos humanos (Bronfenbrenner, 1987; Stith et al., 2004). Los niveles del sistema se presentarán según el grado de influencia que tiene un sistema sobre otros, de mayor a menor, estos son: macrosistema, exosistema, mesosistema y microsistema. Debido a su gran versatilidad y flexibilidad, esta teoría puede ser útil para el abordaje de la VP, ya que plantea que ésta ocurre en un ambiente ecológico específico y está determinada en mayor o menor medida por múltiples factores que hacen parte del contexto en el que se sitúa. Teorías sobre la violencia de pareja 25 Un modelo ecológico específico para el estudio de la VP es el desarrollado por Dutton (1995), y posteriormente profundizado por Stith et al. (2004), en el que a los sub-sistemas de Bronfenbrenner se le añade un nivel ontogenético. Este modelo será implementado como formato para presentar de manera general, los diversos factores de riesgo asociados a la VP (Cameranesi, 2016; Bazargan-Hejazi, et al., 2014; Pornari, Dixon, & Humphreys, 2013; Capaldi, Knoble, Shortt, & Kim, 2012), que pueden resultar útiles para la evaluación de la problemática por parte del clínico. Los cuatro niveles que componen el entorno donde se presenta la VP son: el macrosistema, que describe los factores culturales, el sistema de creencias y la organización legal que precede al individuo; el exosistema, que hace referencia a las estructuras sociales formales e informales y el contexto socioeconómico del individuo, como su entorno laboral, redes sociales, instituciones legales y comunitarias que conectan al individuo y a su familia con los factores del macrosistema; el microsistema, que incluye los factores relacionados con el entorno inmediato donde ocurre el fenómeno de VP, aquí se incluyen las dinámicas de la relación de pareja y de la familia, como el estilo de comunicación interpersonal y de resolución de conflictos; y el nivel ontogenético, que se centra en las variables y la historia de desarrollo personal que trae el individuo a la relación actual, y que influencian la respuesta de éste ante los factores presentes en el microsistema y el exosistema, estos comportamientos son: el historial de aprendizaje, el consumo de SPA, la presencia de psicopatología, las actitudes y creencias del individuo, así como la historia de violencia que experimentó en su familia de origen u otros contextos. Lo anterior, sugiere que existe una interacción constante entre los factores presentes en los distintos niveles, pudiendo ello favorecer o no la consolidación de una dinámica de VP (Smith, Penn, Ward, & Tritt, 2004). Teorías sobre la violencia de pareja 26 Teniendo en cuenta que no constituye un objetivo del presente trabajo hacer una revisión exhaustiva de la perspectiva de factores de riesgo (Bazargan-Hejazi, et al., 2014), se presentan los más relevantes en la Tabla 2, a continuación. Figura 1. Factores de riesgo desde una perspectiva ecológica (Elbaoración propia a partir de Cameranesi, 2016; Bazargan-Hejazi, et al., 2014; Pornari, Dixon, & Humphreys, 2013; Capaldi, Knoble, Shortt, & Kim, 2012; Stith et al., 2004). ONTOGENÉTICO MICROSISTEMA EXOSISTEMA MACROSISTEMA Teorías sobre la violencia de pareja 27 A diferencia delos modelos teóricos presentados con anterioridad, la fortaleza del modelo ecológico radica en la integración de múltiples factores asociados a la Violencia de Pareja identificados por teorías previas, que organiza con base en niveles de influencia. No obstante, una limitación de este es su amplitud, en la medida en que puede quedar fuera de la competencia y capacidad del psicólogo clínico evaluar e intervenir en profundidad tantos factores. Asimismo, una crítica más directa es la referente a los alcances del modelo, entendiéndose que ayuda a organizar la información de los distintos niveles, pero sin ofrecer una explicación puntual de cómo interactúan los factores entre sí para configurar la dinámica de VP. Así, desde una perspectiva clínica, el modelo ecológico de factores de riesgo puede ayudar a identificar los elementos probablemente asociados a la dinámica de VP presentes en un caso determinado y, desde una mirada teórica, puede ser un mapa para integrar de manera sistematizada y coherente los hallazgos de las otras teorías. Como se observa en la Teoría Ecológica aplicada a la VP y la propuesta clínica de Dutton & Golant (1997) previamente presentada, se han desarrollado en la literatura de VP teorías y modelos integradores que buscan tener en cuenta múltiples perspectivas y factores que pueden influir en el desarrollo de la VP, lo que señala que esta problemática no puede ser abordada desde una sola óptica. Una mirada integrativa requiere suficiente flexibilidad para contemplar elementos relacionados de manera directa e indirecta, y capacidad de articulación de manera coherente. Aunque se observa un avance en esta dirección, se siguen encontrando dificultades para lograr una integración que no privilegie aspectos o perspectivas particulares, como el Teorías sobre la violencia de pareja 28 énfasis en la psicopatología en el caso de la propuesta de Dutton & Golant (1997). De igual forma difícilmente se han logrado integrar diferentes disciplinas que faciliten un diálogo conjunto, que no estén limitados por una compilación de factores de riesgo o características específicas. Frente a esto, es importante que se sigan desarrollando modelos que no solo organicen información de diferentes fuentes y corrientes teóricas, sino que también profundicen y permitan explicar el fenómeno. Violencia de pareja como fenómeno interaccional. Como se ha mencionado previamente, una de las tendencias más claras en el estudio de la VP es la polarización o escisión víctima-victimario, que lleva a una identificación entre el acto violento y el victimario, como si este último fuera el único elemento que debe ser analizado para comprender el fenómeno. Ante las dificultades que plantea esta tendencia, surgen de manera importante teorías a partir de las cuales se empieza a delinear la VP como un fenómeno dinámico, en el que se da un reconocimiento de los dos individuos involucrados y se identifica que la violencia en este contexto también puede ser de naturaleza bidireccional. Ejemplos claros de esta tendencia son la Teoría del Ciclo de la Violencia, la propuesta de Violencia Situacional de Johnson (1995, 2006, 2008, 2011) y las dinámicas violentas de las relaciones simétricas y complementarias enunciadas por Perroni & Nanni (1997), que se presentan a continuación. En primer lugar, la Teoría del Ciclo de la Violencia, desarrollada en la teoría de La Mujer Maltratada de Walker (2016) previamente presentada, plantea que la violencia en la relación de pareja ocurre en forma de ciclos repetitivos y predecibles, compuestos por una fase de acumulación de tensión, una de maltrato agudo, una de reconciliación y un periodo Teorías sobre la violencia de pareja 29 de calma, tal como fue descrito en el modelo integrativo de Dutton y Golant (1995). Aunque esta teoría enfatiza las acciones del perpetrador, constituye una primera aproximación a la VP como un fenómeno dinámico, reconociendo también las acciones y reacciones de la víctima, así como algunos de sus esquemas cognitivos probablemente asociados. Así, Walker (2016) plantea que mientras el hombre inhibe su expresión emocional en la fase de Acumulación de Tensión, la víctima siente miedo e intranquilidad, lo que la lleva a tratar de complacer al maltratador y de apaciguarlo, minimizando y justificando su conducta, acciones que tienen el efecto de atenuar temporalmente el malestar de éste hasta que se produce la liberación de tensión en forma de acto violento, que le genera miedo y dolor a la víctima, inmovilizándola. Posteriormente, en la fase de Reconciliación o “Luna de Miel”, la víctima recibe consuelo y cuidado mediante las acciones de reparación del maltratador, que inicialmente le generan confusión a la víctima, pero que la regulan y suelen ir acompañadas de proyección de la culpa, que la víctima acepta, cuestionando sus propias acciones y, nuevamente, justificando o minimizando el comportamiento del maltratador. Por último, en el periodo de calma, el perpetrador actúa como si el abuso no hubiera ocurrido y cumple algunas de las promesas establecidas durante la fase de reconciliación, acciones que contribuyen a que la víctima crea que el abuso no volverá a ocurrir y la relación se mantenga. A pesar de que la Teoría del Ciclo de la Violencia tiene un alcance únicamente descriptivo, a diferencia de sus predecesoras, establece la VP como un fenómeno dinámico en el que las acciones de un miembro afectan y retroalimentan las respuestas del otro, consolidando un patrón cíclico autoperpetuador (Lagdon, Armour, & Stringer, 2014), lo que resulta importante y útil en el ámbito clínico al identificar fases Teorías sobre la violencia de pareja 30 y momentos en la interacción de la pareja más o menos estables que permiten predecir el comportamiento de los miembros y los posibles desenlaces, así no se presenten manifestaciones explícitas de agresión en el momento. Esta fortaleza ha contribuido a que la teoría sea ampliamente implementada a nivel mundial en programas de intervención institucionales que incluyen componentes de psicoeducación con las víctimas (Laun, 2015). Debido a su relación con la Teoría de la Mujer Maltratada, críticas a esta teoría se basan en la interpretación de la víctima como un agente pasivo e, incluso, causante de la violencia. Desde una perspectiva empírica, diversos estudios han encontrado que la VP no se da necesariamente por una acumulación de tensión, sino que puede darse de manera impredecible e, incluso, en algunos casos ni siquiera se identifica un periodo de reconciliación (Bancroft, 2002; McCue, 2008), lo cual pone en duda la postulada estabilidad del ciclo descrito. En este sentido, al describir la VP como un fenómeno que ocurre siempre de la misma manera, no se tienen en cuenta otras formas de violencia que pueden dinamizar la relación de pareja y modificar el ciclo de violencia (Laskey, Bates, & Taylor, 2019). Por otra parte, en el marco de la tendencia bidireccional de la literatura sobre VP existe otra teoría que no se enfoca únicamente en el maltratador, en la naturaleza de la violencia (física, psicológica o sexual) o en su severidad, sino que distingue dos tipos principales de dinámicas de pareja violentas y sus principales motivaciones asociadas. Esta fue desarrollada por Johnson (1995, 2006, 2008, 2011) desde una perspectiva sociológica e introduce el factor de “poder” como una de las estrategias empleadas para ejercer control coercitivo sobre la pareja, elemento que no había sido tenido en cuenta en teorías previas y Teorías sobre la violencia de pareja 31 que fue capitalizado por las teorías socioculturales asociadas al feminismo. Esto permite identificar dos tipos de violencia de pareja: el terrorismo íntimo y la violencia situacional, en las que la primera se fundamenta en el uso de estrategias de control coercitivoy la segunda, no (Johnson, 1995). Por su relevancia para el campo de la VP, esta tipología se desarrollará brevemente en los siguientes párrafos. En primer lugar, el terrorismo íntimo hace referencia a un patrón relacional estable y repetitivo en el que se utiliza la violencia de manera sistemática y unidireccional para intimidar, controlar y someter al otro miembro de la pareja (Johnson, 1995, 2008). El miembro de la pareja que ejerce la violencia mantiene una actitud vigilante ante alguna señal que amenace con alterar la relación jerárquica establecida (p. ej. con incumplimiento de expectativas, normas o posibilidad de ruptura de la relación), aumentando la intensidad de la violencia y llegando incluso al asesinato (Johnson, 2011; Cavanagh & Gelles, 2005). Sin embargo, el uso de la violencia física puede presentarse de manera relativamente baja en frecuencia e intensidad, caracterizándose por mantener patrones de abuso psicológico y sexual (Muñoz & Echeburúa, 2016; Hines & Douglas, 2017). Este tipo de violencia está asociada principalmente a una motivación coercitiva, que puede ser comprendida desde la hipótesis de poder y control asociada al género (Johnson, 2006). En la literatura se ha logrado identificar que en los casos de terrorismo íntimo el momento en el cual se produce una exacerbación de la violencia es después de la terminación de la relación, cuando el agresor puede planear de manera cuidadosa un plan de venganza que involucra infligir un daño severo o, incluso, causar la muerte de su pareja (Medina, 2002; Muñoz & Echeburúa, 2016). Teorías sobre la violencia de pareja 32 Como parte de la dinámica del terrorismo íntimo, se han logrado identificar tres tipos de fenómeno violento: el terrorismo íntimo familiar, la resistencia violenta y el control violento mutuo (Johnson, 2008). El primero, el terrorismo íntimo familiar se da cuando los actos de violencia y control coercitivo no son ejercidos sólo por el compañero sentimental, sino también por sus familiares, como la suegra o la madre de la persona que recibe violencia. El segundo, la resistencia violenta, hace referencia a las respuestas agresivas provenientes de la pareja que recibe violencia y que buscan contrarrestar la coerción y el control de parte del otro. Este patrón se da en defensa propia y es de naturaleza reactiva, pudiendo surgir de manera inmediata ante la primera percepción de amenaza de coerción o después de haber recibido violencia de manera reiterada, y ocurrir solo una vez o varias veces en el curso de una relación (Johnson, 2006/2008). Después de haberse comportado con violencia, algunas personas pueden comprender que responder con violencia puede ser ineficaz e, incluso, más peligroso al empeorar el intento coercitivo del otro. Esto es soportado por evidencia que indica que las personas que se defienden contra los ataques de sus parejas tienen el doble de probabilidades de sufrir lesiones físicas severas en comparación con las que no lo hacen (Medina, 2002).Por su parte, el control violento mutuo hace referencia a un patrón relacional de violencia bidireccional, donde se da una “lucha” por ejercer el control y el poder sobre el otro, y ambos miembros de la pareja utilizan estrategias coercitivas, muy similares a las del terrorismo íntimo. Esta pauta incrementa la severidad y el riesgo de asesinato, especialmente para las mujeres (Laskey, Bates, & Taylor, 2019; Medina, 2002). En la literatura se ha identificado que ambos sexos pueden ejercer violencia para dominar y controlar a su pareja, sin embargo, al basarse en una noción de desequilibrio de Teorías sobre la violencia de pareja 33 poder, estos modelos han sido vinculados con la perspectiva sociocultural feminista, asociándose a los esquemas de género (Johnson, 2008). Desde esta perspectiva, se sugiere que el hombre tiende a ejercer terrorismo íntimo, la mujer resistencia violenta, y ambos sexos el control violento mutuo, privilegiando el inicio de este patrón a partir de la acción del hombre (Muñoz & Echeburúa; 2016). Haber estado expuesto a terrorismo íntimo puede tener graves efectos en la salud física de las víctimas, como lesiones graves que incapaciten, deformen permanentemente e incluso causen la muerte. Se resalta, no obstante, que estos son casos excepcionales dentro de la gran cantidad de casos reportados (Medina, 2002; Echeburúa, et. al, 1997). Los efectos que tienen mayor severidad son los asociados a la violencia psicológica debido a su naturaleza abusiva, que tiende a presentarse de manera estable e impredecible, sutil pero intrusiva, a lo largo de la relación íntima (Laskey, Bates, & Taylor, 2019; Arriaga & Schkeryantz, 2015). Los efectos psicológicos de este tipo de violencia impactan de manera generalizada, afectando la percepción del mundo y del sí mismo, y generando dificultades para adaptarse y responder a las situaciones cotidianas. En las víctimas de este tipo de violencia se han detectado índices altos de trastornos de ansiedad, estrés postraumático, depresión y abuso de SPA (Muñoz & Echeburúa; 2016; Cavanagh & Gelles, 2005) y, por su naturaleza interpersonal, el terrorismo íntimo puede asociarse también con la configuración de Trauma Complejo (Herman, 2015). A diferencia del terrorismo íntimo, la violencia situacional es un patrón bidireccional o unidireccional de agresión que no está mediada por motivaciones de coerción o de establecimiento de relaciones de dominancia y sumisión. Es el tipo más común de VP y puede Teorías sobre la violencia de pareja 34 ser perpetrado independientemente del sexo, orientación sexual o edad (Bazargan-Hejazi, et al., 2014). Surge de manera episódica o reactiva ante situaciones críticas que generan conflicto al interior de la pareja y que luego se transforman en violencia. Además, se considera que este tipo de violencia es catalizada por habilidades de comunicación precarias, estrategias inadecuadas para afrontar problemas y dificultades para regular emociones (Johnson, 2008). El riesgo de lesiones y afectaciones disminuye después de la ruptura de la relación de pareja, aunque en algunos casos puede mantenerse y aumentar después de la separación (Johnson 2008; Laskey, Bates, & Taylor, 2019) Según la naturaleza de las situaciones críticas, se han logrado identificar dos manifestaciones de Violencia Situacional: la violencia asociada a los conflictos de pareja y una violencia situacional asociada a la gestión de la ruptura de pareja (Johnson, 2008). La primera, violencia asociada a los conflictos de pareja, ocurre debido a la dificultad para manejar situaciones de crisis y conflicto. Durante las discusiones pueden incluirse problemas secundarios que se expresan en forma de gritos, insultos, acusaciones, quejas y críticas mutuas, que aumentan la percepción de insatisfacción en la relación, generando aún más conflicto que puede desembocar en violencia (Barría y Macchiavello, 2012). La violencia entonces es, en estos casos, una estrategia de la pareja para suplir las carencias y fallas en los procesos de comunicación, resolución de problemas y regulación emocional. Por su parte, la violencia situacional asociada a la gestión de la ruptura de pareja ocurre en parejas que están en proceso de separación y normalmente no tienen antecedentes de violencia. Los episodios violentos se desencadenan en respuesta a una inadecuada elaboración de la experiencia emocional vinculada a la pérdida (ira, incredulidad, culpa, Teorías sobre la violencia de pareja 35 fracaso, angustia, confusión y tristeza,), y del proceso de ajuste ante los cambios que se presentan debido a ésta (Muñoz & Echeburúa, 2016). Este tipo de violencia tiende a ser de carácter unidireccional y tiene una intensidad equiparable al nivel de desajuste personal, intenso dolor y malestar emocional del integrante de la pareja que no halogrado elaborar la ruptura de la relación quien, motivado por sentimientos de venganza, puede dañar al otro, a sus pertenencias físicas, su familia, mascota, o a su nueva pareja, si esta existe. Esta dinámica puede ser potenciada por estructuras de personalidad que faciliten el desarrollo de distorsiones cognitivas, atribuciones sobre la intencionalidad de los demás y actitudes hostiles, como la paranoide, narcisista o límite (Johnson, 2011). Además, esta dinámica violenta puede presentarse en cualquier momento, aunque suele ser más común al principio de la ruptura o ante algún cambio en la vida de la expareja (p. ej. nueva relación, solicitud de custodia de los hijos, éxito del otro) (Johnson, 2006). Su principal efecto en la persona victimizada es la desestabilización psicológica por medio de la vivencia de estrés y ansiedad exacerbados. De su lado, la persona que perpetra la agresión suele desarrollar sentimientos de odio y rencor, distorsionando y desestimando de manera generalizada los aspectos positivos de la relación (Johnson, 2008). Sobre este modelo clasificatorio es importante mencionar que la teoría de Johnson (1995, 2006, 2008, 2011) ha tenido implicaciones importantes en el campo terapéutico, permitiendo, por ejemplo, la toma de decisiones frente a incluir o no a ambos miembros de la pareja para trabajo conjunto en relación con el nivel de riesgo de violencia que presentan, algo no recomendado para los casos de terrorismo íntimo. De igual forma, este ha sido utilizado como un puente entre teorizaciones provenientes de otros enfoques disciplinares. Teorías sobre la violencia de pareja 36 Adicional a la propuesta de Walker (2016) y Johnson (1995, 2006, 2008, 2011), como fuente teórica importante para la conceptualización de la Violencia de Pareja como un fenómeno dinámico sobresale la perspectiva sistémica. Desde este enfoque, los primeros planteamientos se enfocaron en examinar las variables relacionales presentes en parejas violentas y no-violentas, comprendiendo la manera como la VP se mantiene por medio de roles, relaciones y mecanismos de retroalimentación que regulan el sistema conyugal o de pareja. De esta forma, se analizan las acciones violentas y acciones que las preceden, como elementos que pueden aumentar (p. ej: responder con violencia, etc.) o disminuir (llamar a la policía) la probabilidad de que el comportamiento vuelva a ocurrir (Rogers, Castleton & Lloyd, 1996). Un efecto de esto fue que se trabajó en disminuir la vulnerabilidad de las mujeres ante la VP al plantear que ellas podían asumir un rol activo ante ésta (Wileman and Wileman, 1995). Esto también permitió darle visibilidad a aspectos de la pareja asociados a la violencia relacional, como la rigidez, las pautas de comunicación y el manejo de conflictos (Rogers, Castleton and Lloyd, 1996). De esta forma, se planteó que al interior de las relaciones de pareja podían coexistir la violencia y el afecto, y que algunas características relacionales pueden mediar la manera como se interpreta la violencia (Giraldo, 2013). Específicamente, se identificó que la insatisfacción marital se vincula con la VP al generar patrones comunicacionales y respuestas motivadas por la ira, hostilidad, defensividad y pobre capacidad para la resolución de conflictos (Rogers, Castleton and Lloyd, 1996). Desde el enfoque sistémico, la VP puede ser comprendida como una forma de interacción comunicativa (Watzlawick, Beavin, & Jackson, 1985; Echeverri & Giraldo, 2018) que se desarrolla en un contexto relacional del cual no puede desligarse, y del que cada Teorías sobre la violencia de pareja 37 miembro de la pareja es un agente activo, que contribuye con sus acciones al establecimiento de patrones y hábitos que configuran el funcionamiento de la relación (Sánchez & Valencia, 2012). De igual forma, se resalta que la VP es un fenómeno intergeneracional, lo que encuentra eco en la teoría de aprendizaje social, agregando que, además de consolidar una dinámica de relación que naturaliza el uso de la violencia, ésta también orienta los procesos de socialización, marcando pautas y secuencias que anteceden y preceden la violencia (Sánchez & Valencia, 2012). En el abordaje de la VP, Perrone y Nannini (1997) proponen realizar un cambio de terminología en el uso de los conceptos de víctima y victimario, reemplazándolos por el de participantes, lo que resalta el rol activo propio de la comprensión de la violencia como un fenómeno interaccional que tiende a ser circular (Sánchez & Valencia, 2012). El uso del término participante también implica una noción de responsabilidad, que no debe ser confundida con la responsabilidad legal, asumiendo que todo individuo adulto y autónomo es garante de su propia seguridad (Wileman and Wileman, 1995; Ibaceta, 2011). Inspirados en la teoría de la comunicación humana de Watzlawick, Beavin, & Jackson (1985), Perrone & Nannini (1997) definen dos estructuras relacionales que condicionan el funcionamiento de la relación y que pueden determinar la manera como se desarrolla la VP. Éstas son la relación simétrica y la relación complementaria. En primer lugar, las relaciones simétricas se caracterizan porque no hay jerarquías, sino que cada participante busca establecer y mantener relaciones igualitarias de poder y estatus, tendiendo a comportarse con reciprocidad. Por su parte, en las relaciones complementarias hay jerarquías fijas y diferencias de estatus, los participantes se comportan en compensación, es Teorías sobre la violencia de pareja 38 decir, uno en rol de dominación y el otro en rol de sumisión (Giraldo, 2013; Echeverri & Giraldo, 2018). En la teoría, estos tipos de relación pueden ser entendidos como los dos extremos de un continuo, proponiéndose que cada pareja basa su estilo de interacción mayoritariamente en uno u otro en determinados momentos. De esta manera, las dificultades asociadas a la VP son el resultado de adoptar, de manera extrema y fija, alguno de los dos tipos de relación, que generan dos formas distintas de manifestación de la violencia: el estilo de relación simétrico desarrolla violencia-agresión, mientras que el complementario desarrolla violencia-castigo o violencia castigo con simetría latente (Perrone y Nannini, 1997). En la violencia-agresión, la agresión es bidireccional y se observa en forma de conflictos en los que los intercambios comunicativos con el otro son percibidos como desafiantes, aumentando la rivalidad y el enfrentamiento entre los participantes de la díada, lo que facilita el escalamiento del conflicto. En parejas con este tipo de relación suele haber consciencia sobre el conflicto debido a que no hay anulación (desconfirmación) del otro, a pesar de que no se acepten (rechazo) sus mensajes o se descalifiquen (Echeverri & Giraldo, 2018; Watzlawick, 2000). Así, la violencia en parejas con este estilo relacional está mediada por dificultades para mantener el diálogo y acordar límites, debido a que cada participante compite rechazando o descalificando al otro. Este contrapunteo continúa hasta que se da una exacerbación de la agresión, catalizada por tendencias impulsivas y sentimientos de impotencia e irritabilidad, que eventualmente cesa. En este punto ocurre una pausa complementaria, que funciona como una tregua temporal y que antecede a nuevas interacciones de agresión (Ibaceta, 2011). Teorías sobre la violencia de pareja 39 Durante la pausa complementaria se presentan tres etapas: primero, reconocimiento del acto violento mediado por un sentimiento de culpa; segundo, realización de actos que buscan reparar el daño realizado; tercero, periodo de tiempo donde no se presentan conflictos y se mantiene la relación simétrica (Perrone y Nannini, 1997). En estas parejas, la dificultad para contrarrestar el conflicto suele estar mediada por habilidadesde comunicación y regulación emocional insuficientes (Ibaceta, 2011). Por otra parte, en la violencia-castigo, debido a que los participantes ocupan posiciones complementarias, las agresiones tienden a ser unidireccionales y los conflictos están vinculados al mantenimiento de una relación de sumisión y dominancia (Perrone y Nannini, 1997). De manera similar al terrorismo íntimo de Johnson (1995, 2006, 2008, 2011), este tipo de agresión plantea que un participante utiliza los intercambios violentos para imponer sus exigencias, peticiones o deseos frente al otro, quien responde inhibiéndose y cediendo como estrategia de supervivencia para aplacar la violencia. Esta dinámica se fortalece y rigidiza con cada intercambio entre los participantes, reforzando la idea de diferenciación en la distribución de poder (Perrone y Nannini, 1997). En parejas con este tipo de interacciones no suele haber consciencia de la dinámica violenta porque se entiende como parte de la relación, esto implica que un participante es anulado por medio del uso predominante de intercambios de desconfirmación, que pueden también ir acompañados por acciones de rechazo y descalificación (Watzlawick, Beavin, & Jackson, 1985; Perrone y Nannini, 1997). La violencia-castigo está caracterizada por sentimientos de miedo y culpa que, ante las diferencias jerárquicas, impulsan el desarrollo de acciones defensivas de agresión e inhibición. La persona en posición de sumisión puede dirigir su agresión inhibida contra sí mismo por medio de la autocrítica y auto- Teorías sobre la violencia de pareja 40 descalificación, generando un mayor deterioro en su autoestima e identidad, mientras que el participante en posición de dominancia no experimenta culpa porque usa la desconfirmación del otro, pero es consciente de que socialmente el comportamiento es rechazado, lo que motiva a que esta violencia se dé en entornos privados (Perrone y Nannini, 1997). En este estilo relacional la agresión puede presentarse de manera severa, dejando secuelas físicas y psicológicas profundas, culminando incluso en la muerte de alguno de los participantes (Ibaceta, 2011). Finalmente, la violencia-castigo con simetría latente es una variación de la violencia- castigo, y se presenta cuando la relación complementaria se desarticula por un cambio en la distribución jerárquica. El participante que se encuentra en la posición de sumisión expresa desacuerdo y se opone al poder del dominante, lo que puede aumentar la intensidad de la violencia debido a que el participante en posición de dominancia busca mantener la desigualdad. Sin embargo, si se logra transformar la distribución de poder, ambos participantes establecen una relación simétrica y la interacción violenta se transforma en violencia-agresión. Esto puede ser interpretado como un desbalance en la tipología de relación, donde el participante que es sometido en la relación complementaria internamente espera establecer una relación simétrica (Perrone y Nannini, 1997; Ibaceta, 2011). Este modelo plantea que la interacción violenta surge como una estrategia de la pareja para mantener una estructura relacional y preservar la unión. En el caso de la violencia- agresión, se pueden consolidar acuerdos implícitos y rígidos sobre la relación, que surgen de la necesidad de mantener una relación simétrica según ideales de equidad, y que terminan funcionando de forma paradójica para generar violencia (Echeverri & Giraldo, 2018; Perrone y Nannini, 1997). Los participantes no se oponen a las pautas violentas, posiblemente por los Teorías sobre la violencia de pareja 41 beneficios secundarios que obtiene el sistema o la baja autoestima que tienen (Mureta & Orozco, 2015). Estas se consolidan a partir de las experiencias y modelos de interacción en las familias de origen, por eso se habla que este es un fenómeno intergeneracional, que tiende a ocurrir de manera rígida, siguiendo patrones que tienden a repetirse (Sánchez & Valencia, 2012). Los acuerdos implícitos no son identificados conscientemente por los participantes, pero una intervención que se enfoque en señalarlos y cambiarlos puede contribuir a que pierdan su rigidez y se reduzcan los intercambios violentos (Mureta & Orozco, 2015; Echeverri & Giraldo, 2018). Como se mencionó, asumir estructuras relacionales rígidas o extremas contribuye al desarrollo de interacciones violentas, por eso cuando en una relación simétrica se percibe un cambio de poder, los participantes entran en una dinámica de violencia-agresión como forma de reequilibrio para evitar el cambio hacia una relación complementaria (Echeverri & Giraldo, 2018; Perrone y Nannini, 1997). De acuerdo con la revisión sobre las propuestas teóricos presentes en la literatura, se puede asociar la violencia-agresión con la violencia situacional debido a que en ambas se plantea una distribución simétrica del poder. Por otro lado, la violencia-castigo puede estar asociada al terrorismo íntimo, donde existe una distribución asimétrica del poder y la violencia tiende a ser dirigida al participante físicamente más débil, que históricamente ha sido asociado con la mujer (Ibaceta, 2011). Por ello, se considera que una intervención exclusivamente psicoterapéutica puede ser contemplada para la violencia-agresión, pero no para la violencia-castigo debido al alto riesgo de asesinato y victimización severa asociado a la última. Teorías sobre la violencia de pareja 42 Las anteriores conceptualizaciones ratifican que la VP no es un fenómeno que se presenta de manera estable e indiscriminada, por el contrario, es interactivo y se manifiesta de manera distinta, adaptándose a las estructuras que definen la relación. Desde esta perspectiva las estructuras relacionales llevan a manifestaciones de la VP cualitativamente distintas, pero ambos responden a conflictos que se presentan en la distribución del poder, presentándose de manera sutil (relación simétrica) o explícita (relación complementaria). Las tres teorías presentadas en el apartado sugieren que la VP está dinamizada por diferentes factores relacionales, siendo un recurso que utilizan los miembros para mantener la relación de pareja. De modo que las conceptualizaciones de la VP como un fenómeno causado por un solo miembro o por efecto de un factor biológico o un rasgo psicológico específico constituyen una lectura reduccionista sobre la violencia, que desde las perspectivas de la violencia de pareja como fenómeno dinámico puede entenderse como parte de las pautas relacionales de la pareja. De esta manera, la Teoría del Ciclo de la Violencia y las propuestas de Johnson (1995, 2006, 2008, 2011) y Perrone & Nannini (1997) anteriormente presentadas constituyen avances importantes en la literatura teórica sobre el tema, llevando a nuevos modos de conceptualización del fenómeno, que resultan más útiles al clínico a la hora de evaluar e intervenir, ya que permiten abordar comportamientos y patrones de interacción específicos de ambos miembros de la pareja. Recomendaciones para la evaluación y la selección del tipo de intervención de la Violencia de Pareja Las diversas propuestas teóricas presentadas hasta el momento tienen implicaciones en la intervención, en primer lugar, al orientar las variables que serán tenidas en cuenta, Teorías sobre la violencia de pareja 43 siendo estas de tipo orgánico, psicopatológico, de habilidades interpersonales, patrones de interacción relacional, esquemas cognitivos, dinámicas de poder y control, e inequidades de género en la distribución de roles. En segundo lugar, las distintas teorías establecen diferencias sobre las causas de la violencia, siendo éstas a nivel individual, relacional o sociocultural, lo que influenciará el contexto de la intervención. El mayor reto para el desarrollo de programas de intervención clínica es precisamente