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GASTON CASTELLA PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE FRIBURGO HISTORIA DE LOS PAPAS TOMO 11 DESDE LA REFORMA CATÓLICA HASTA LEÓN XIII TRADUCCIÓN DEL FRANCtS POR VICTORIO PERAL DOMÍNGUEZ, Pbro. 1 /i '1 ESP ASA-CALPE, S. A. MADRID 1970 Para más artículos y libros visite: wwwtradicatolica.comPara más artículos y libros visite: www.tradicatolica.com Título de la obra original: HISTOIRE DES PAPES publicada en idioma francés por Stauffacher-Verlag A. G. o ,\' ' ES PROPIEDAD Obra original: © Stauffacher-Verlag A. G., 1966 Versión española: © Espasa-Calpe, S. A., 1970 Printed in Spain Depósito legal: M. 10.369-1970 11,11 Nihil obstat. D. VICENTE SERRANO Madrid, 10 de diciembre de 1969 Imprímase. DR. RICAIU)O BLANCO Vicario ~neral a fll ,t eó o a Talleres tipográficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A. Ríos Rosas, 26. Madrid ro i CAPíTULO J LA REFORMA _CATÓLICA PAPEL DE ESPA~A La Iglesia Católica daría la prueba de su inagotable vitalidad. Bajo la di- rección de su jerarquía legítima realizó la reforma que necesitaba y se regeneró por sus propios medios. Su obra capital fue el Concilio General de Tremo (1545-1563). La fundación de diversas órdenes religiosas, especialmente la Compañía de Jesús, la reforma del clero por instigación de San Carlos Bo- rromeo, la política enérgica del Papa San Pío V, un nuevo impulso dado a la piedad por Santa Teresa de Jesús, un desarrollo extraordinario de las remotas misiones prepararon, secundaron y continuaron la obra del magno concilio reformador. La gran idea que animó la reforma católica fue la del cuerpo místico de Cristo, fuente antigua y siempre viva del cristianismo. Era familiar a los espa· ñoles que se pondrían a la cabeza de la civilización occidental. El Occidente los había apoyado, así como a los portugueses, bajo la dirección de los Papas en la época de las Cruzadas, para sacudir el yugo del Islam. Lograron su ob- jetivo a fines del siglo anterior, y ahora pagaban su deuda de reconocimiento al Occidente abriendo un mundo nuevo a la civilización cristiana. España y Portugal habían quebrantado el poderío marítimo y político de los árabes y afirmado su existencia nacional al mismo tiempo que su adhesión indefectible a la fe católica; catolicismo y nacionalidad no eran más que una sola cosa para ellos. A España, enriquecida con los tesoros de América, le estaba reservado de- volver a la Iglesia su antigua fuerza para luchar contra el protestantismo y asegurar su triunfo renovando los hombres por la antigua fe en pro de la cual había derramado su sangre durante siglos. El genio español se identificaba con el catolicismo. San Ignacio de Loyola y Santa Teresa eran españoles, y sus obras espirituales constituirían la más profunda refutación contra los innova- 7 dores religiosos. A diferencia de un Erasmo, más dispuesto a la crítica amarga de los abusos que pronto para colaborar en la reforma positiva de la Iglesia, los teólogos y místicos españoles trabajarían en transformar a los hombres alzándolos por encima de su condición humana mediante una lucha incesante contra sí mismos. Llevaron a la lucha por las almas idéntico espíritu guerrero que a la Reconquista (1) de su patria, análoga invencible energía que la de los conquistadores (2) que le dieron el Nuevo Mundo. Gracias a los teólogos es- pañoles, en gran parte, se reunió el Concilio de Trento, que realizó la reforma de la Iglesia «en la cabeza y en los miembros», que reclamaba desde hacía más de doscientos años la Cristiandad. Fue lenta y difícil. Los males eran inveterados; los intereses temporales del Papado se oponían las más de las veces a la obra de renovación; el Emperador seguía pretendiendo gobernar la Iglesia y los españoles Italia; y la autoridad y dignidad morales de algunos Papas no estuvieron: a la altura de su buena vo- luntad. Pero no por ello dejó de llevarse a cabo la reforma, porque los refor- madores se adelantaron, estrictamente :fieles al principio tradicional en cuya virtud los hombres han de ser transformadospor la religión y no la religión por, los _hombr~s. PONTIFICADO DE PAULO 111 (1534-1549) •• ' 1 • ·, 1 fl La situacién de la Iglesia y dél mundo ~conio ya vimos- estaba muy agi- tada cuando Clemente VII bajó al sepulcro: El 11 dé octuhre·de 1534 sereunié elconclave que 'le designaría: sucesor. Contaba con treinta y'cinco Cardenales, de los cuales mio solo, Alejandro Farnesio, aún debía su promoción a Alejan- dro VI, y otro, Mateo Lang, a Julio II. Los demás recibieron la púrpura de los dos Papas M~dicis, León X· y Clemente VII.- Estaban· divididos en: partidos: español, italiano, francés e imperial; a: un grupito se le consideraba neutral. Por confesión de un purpurado imperial, sólo· era posible 'una personalidad neutral en aquellas circunstancias. Esta previsión quedó justificada: en la mañana del 13 ·de· octubre fue elegido Papa Alejandro Famesio, quien tomó el nombre de Paulo 111. · · · · · Pertenecía a una antigua: familia ~éono~ida por su adhesión a _ la causa ponríficia=-; de los Estados de IaTglesla, de origen lombardo, según unos; francés, según otros; cuyas posesiones se extendían por la región volcánica, célebre por sus viñedos, de Viterbo y Orvieto; al suroeste del mar de Tosc~na. En diferentes ocasiones el difunto Papa le había designado como a su más digno sucesor y~ por dos veces ya, en los conclaves de los que salieron León X y Adrian:o VI, había reunido muchos votos. De sesenta y siete años de edad, deli- cado de salud, el nuevo electo no tuvo un pasado irreprochable: había 'tenido (1) En español en el texto. (N. del T.) (2) Ihíd. )l 8 Enrique VIII, Rey de Inglaterra (1491-1547). Retrato ,1,, .l u nn l loll>1·i 11 .- 1 .1 .,,,·11. Galería Nacional. Ro111a ll 1 tl 1 ,J 11 S) 1 if varios hijos ilegítimos antes de ser ordenado sacerdote en 1519. Pero se había reformado y enmendado, su piedad era sincera y ahora su digna actitud le valía ser considerado como · Papa en el que se convenía en fundar grandes esperanzas. Su elección fue acogida favorablemente en Roma así como en toda la Cristiandad. La prudencia y dominio de sí mismo, la reserva atenta y su lentitud calculada, la voluntad y energía eran las cualidades sobresalientes que dominaban su talante violento. Sabía escuchar y aceptar el consejo de sus íntimos; su política, aunque con la impronta de las tradiciones del Rena- cimiento, levantaría a la Iglesia de la postración en que la dejara Clemente VII. Sin ser un Papa reformador en el sentido pleno de la palabra -su corte con- servó el espíritu mundano del Renacimiento-, no· por ello dejó de favorecer y preparar la reforma católica. Su Pontificado puede considerarse como feliz transición haciaun nuevo y decisivo período de la historia del Papado, Ticiano, el gran pintor véneto, digno de ser colocado al lado de Leonardo de Vinci, Miguel Angel y Rafael, nos dejó tres retratos incomparables de Paulo III qué revelan' el .. alma ardiente que animaba un cuerpo·.· de frágil apariencia. •• •• ••• 1 ·' ••• LA OUESTióN [!EL CONCILIÓ {l) Paulo III; alin simple Cardenal,' no' había dejado de mostrarse ,f~vorab1e a la convocatoria del concilio,' y desde el principio de· su -Ptiñtifi~ado se 1tesolvió a tomar una decísíén sin esperar más. Se había roto a: 1á sazón la Úriidád·;, dé la Iglesia; se trataba de restaurarla, tarea 'difícfl, pero lóá'cci'ntempórárieds habían seguido creyendo en la posibilidad· ·de una recoiiciliifoión. Patilcf'III abrió el Sacro Colegio a Prelados "de fuste, · cohv~:ncidos como :él i de' la Óiieéesí'- dad de una acción pronta y enérgica/Entre· esta élite, 'en 'fa qué figu~liban Pedro Cataffa, el veneciano Gaspar Contarinl, adversario decidido 'de los: ah-ri- sos de la Curia; Rodolfo Pio de Carpí, Reginaldo Pole, Juan ·Moróne;'Obispó de Médena; Juan de Bellay, Obispó· de. París; Santiago Sadolet;: Jerónimo Aleandro y tantos otros, el Papaescogió una comisión encargada de la reforma de la Iglesia, que publicó su informe en Roma en 1538. Al mismo tiempo, desde 1535, enviaba a Alemania al Nuncio Vergerio para tratar con el Emperador y los Príncipes luteranos de la convocación de 1m concilio general al que serían invitados los protestantes. Vergerío, que se había entrevistado con Lutero en Wittemberg, triunfó, al parecer, en su misión, y por una bula de 1536 el Papa convocó el concilio en Mantua para Pentecostés del año siguiente. Los jefes del protestantismo se I'eunieron en Esmalcalda, en febrero de 1537 para' deliberar sobre el particular. A instancias de Lutero resolvieron no ir a· Maritua y aceptar solamente mi , concilio en territorio alemán: los «artículos de· Esmalcalda» fueron como un segundo símbolo Iute- (1) Trataremos aquí la cuestión en conjunto, desde la apertura hasta la clausura del Con- cilio de Trento, y volveremos a hablar en el capítulo siguiente sobre la política de los Papas. 9 .r, o e 11 ll al )l 1/ a: u na la e rano, pero el Emperador no perdía la esperanza. Al no estar de acuerdo el Rey de Francia sobre la elección de la ciudad y al poner condiciones inacep- tables el Duque de Mantua, en 1538 el Papa escogió Vicenza como lugar de reunión. La reapertura de las hostilidades entre Francisco I y Carlos V le obligó una vez más a aplazar el concilio, pues consideraba necesario el acuerdo entre ambos Soberanos para garantizar su éxito. Paulo III no se desanimó y, a instancias del Emperador, reanudó las ne- gociaciones con los protestantes. Carlos V, que deseaba ante todo llegar a un acuerdo para disponer de la totalidad de las fuerzas alemanas, miraba el asunto desde un punto de vista exclusivamente político. Por su parte, el Papa envió a Alemania al legado Contarini, dispuesto a todas las conce- siones posibles. Las negociaciones se celebraron en Haguenau, luego en W orms (1540) y, finalmente, en Ratisbona (1541). Contarini no desesperaba de hallar una base de entendimiento gracias a las divergencias que separaban a las diversas confesiones protestantes. Cediendo en muchos puntos, logró se acep- tase, al menos durante algún tiempo y merced a una redacción bastante di- fusa, diversos artículos relativos al libre albedrío, al pecado original, a la justificación. Pero chocó con una oposición irreductible por parte de Calvino sobre la transustanciación y el primado del Papa. Pronto se dio cuenta Pau- lo ID de que las concesiones del legado colmaban la medida. Carlos V, en cambio, firmó las conclusiones de la Dieta, el lnterim de Ratisbona (1541), según el cual deberían atenerse a esos artículos hasta que un concilio nacional o general o una nueva Dieta hubiesen tomado una decisión definitiva. Llegó incluso a autorizar a los Príncipes protestantes a que reformasen o supri- miesen los conventos situados en sus territorios. Lutero rechazó el lnterim, lo cual benefició a los católicos, libres así de un arreglo que no les satisfacía. Entonces el Papa volvió al proyecto del concilio universal y, por una bula del 22 de mayo de 1542, le convocó en la ciudad de Trento para el 1 de no- viembre del mismo año. Esta ciudad, situada junto al Adigio, en el Tirol italiano, la gobernaba un Príncipe-Obispo de acuerdo con el Rey Fernando, hermano del Emperador, en calidad de Conde del Tirol. Era fácilmente acce- sible a italianos, alemanes y franceses y podía pasar por territorio alemán en razón de la jurisdicción de Fernando. Pero la guerra entre las Casas de Francia y Austria y la mala voluntad de ambos Príncipes, de la que el Papa tenía razón para quejarse, retrasaron una vez más la inauguración del conci- lio. En septiembre de 1544, por fin, tras la paz de Crespy, el Emperador, libre respecto a Francia e inquieto por los progresos de la Liga de Esmal- calda, volvió a su primitiva idea y ya no se opuso a los deseos del Papa. Francisco I, si bien de mala gana, dio también su consentimiento. El Concilio de Trento se convocó, pues, de nuevo por la bula Laetore Jerusalem del 19 de noviembre de 1544 para inaugurarse el 15 de mayo. 10 PRIMERAS SESIONES EN TRENTO (1545-1547) Jiubo más aplazamientos. Carlos V, obsesionado con la idea de llevar a 1 P rotestantes al concilio o, por lo menos, de inducirlos a reconocer su auto- os ' idad, hizo que su hermano Fernando los invitase. Sus jefes declinaron la ;nvitación y, para justificar su negativa, Lutero escribió un libelo --Contra el Papado fundado en Roma por el diablo--, de una grosería tan nausea- bunda, que algunos contemporáneos creyeron que se había vuelto loco. Fue d último escrito de Lutero, quien murió al año siguiente. Melanchton intentó demostrar que el Papa no tenía derecho a convocar los concilios, que el de Trento no era un concilio general, por estar excluidos de él los seglares, y que, por otra parte, no se podía esperar nada bueno de los Obispos reunidos en .él «porque entendían tan poco de la doctrina de Cristo como los burros que les servían de montura». Pese a estas amabilidades, el Emperador hizo nuevas tentativas en W orms y en Ratisbona, lo que ofrecía el inconveniente de igno- rar la autoridad de la asamblea de Trento, mas resultaron infructuosas. Luego le llegó el turno de no asistencia al Rey de Francia, por sentirse ofendido a ,causa de las dilaciones del Emperador. Después de nuevas negociaciones, se inauguró el concilio, por fin, el 13 de diciembre de 1545, en presencia de cuatro Cardenales, cuatro Arzobispo~ veintidós Obispos, cinco Generales de órdenes religiosas, tres Abades y treinta y cinco teólogos. Paulo III había ordenado seguir adelante, fuese cual fuese el número de los asistentes, y que se iniciasen las tareas. No fue personal- mente a presidir el concilio, y sus dos sucesores le imitarían. Pero escogió como legados, para que actuasen en su lugar, a los Cardenales Juan Ma- ria del Monte, futuro Julio III; Marcelo Cervini, futuro Marcelo II; y Re- ginaldo Pole, desterrado de Inglaterra, su patria, por su independencia. La Teología escolástica estaba representada por los hombres más eminentes de todas las órdenes: la Compañía de Jesús por Salmerón, uno de los primeros compañeros de San Ignacio; Claudio le Jay, procurador del Arzobispo de Augsburgo; Laínez, futuro General de los jesuitas; los dominicos por Do- mingo Soto, su Vicario general; Melchor Cano, Profesor de la Universidad de Alcalá; Ambrosio Catarino, tan piadoso como sabio; los franciscanos por Luis Carvajal, Andrés Vega, Profesor de la Universidad de Salamanca; Ber- nardino de Asti, General de los· capuchinos; Cornelio Musso, Obispo de Bitonto. La primera medida de los Padres consistió en fijar el orden de sus tareas. Carlos V, siempre preocupado por unir a sus súbditos disidentes, deseaba se comenzase por las cuestiones de reforma, propias para agradarles, evitando las cuestiones dogmáticas que podían irritarlos. El Papa, por el contrario, deseaba que se definiesen primero los dogmas antes de pasar a las cuestiones 11 1.1 n 1 J¡ o e l1 3., )) IJ a a i~ , 1 ,e. a de reforma. Los Padres escogieron un término medio, decidiendo que se dis- cutirían paralelamente ambos órdenes de cuestiones, de suerte que se pudiese dictar en cada sesión un decreto doctrinal y otro disciplinario. Primero se estudiarían las materias por congregaciones (comisiones) particulares de ca- nonistas y teólogos, luego por congregaciones generales de Obispos, quienes redactarían los decretos votados, no por naciones, como en el Concilio de Constanza, sino individualmente; y, por último, sancionarían y promulgarían los decretos en sesiones solemnes; las definiciones de los dogmas se efectuarían por unanimidad. Sólo los delegados · del Papa tendrían derecho a llevar la iniciativa y a presidir las sesiones. Los Generales de órdenes religiosas y los Abades de monasterios poseerían voto deliberativo, pero no sus procuradores. Como se tomaron estos acuerdosen las tres primeras sesiones, la cuarta, inau- gurada el 8 de abril de 1546, abordó los grandes debates dogmáticos . Pese a la advertencia del Emperador, el concilio la emprendió con la hase del protestantismo fijando las fuentes de la Revelación y las reglas interpre- tativas de las Escrituras, proclamando la autoridad de la Tradición. En las sesiones V, VI y VII se · expuso, tras acalorados debates -que' ~dispusieron una vez más al Emperador-e- la 'doctrina sobre él pecado original, la justifi- cación, - los sacramentos en general y· Ios del · bautismo y confirmación· en particular. Decretos de reforma, publicados paralelamente; reglamentaron- la enseñanza de la Teología y de la predicación, impusieron Ia' residencia a los eclesiásticos, prohihieron la pluralidad de beneficios incompatibles 'y regula- ron la visita de las iglesias, así como otros puntos disciplinarios. · . TRASLADO DEL CONCILIO A BOLONIA -(1547) :UJ n ~¡ n :e lill Le, Así se llegó al 3 de marzo dé 1547, cuandó eurgierenvnuevas dificultades entre el Papa y el Emperador. Paulo III inquieto, corrrazón, por las preten- siones de Carlos V, que, al parecer, quería dirigir solo al clero alemán, pen- saha en trasladar el concilio a una ciudad italiana. La épidem'ia que apareció repentinamente en Trento en la primavera de 1547 le hrind6 lit: oportunidad; El concilio, invitado a ir a Bolonia, consintió en su-gran.mayoría. El Empe- rador, que creía perder la ocasión de atraer a sus súbditos \lisidentes, intimó la orden a los Obispos españoles e imperiales para que permaneciesen en Trento. Puso en juego toda su influencia para impedir se· publicasen nuevos decretos en Bolonia, donde se había inaugurado la sesión VIII. La victoria de Carlos V en Mühlherg sobre los Príncipes protestantes (24 de abril) au- mentó su influencia y el Papa, para contentarle, le ofreció trasladar el concilio a Ferrara, cuyo Duque era vasallo del Imperio para la ciudad de Módena. El Emperador se obstinó en que se reintegrase el concilio a Trente, se volvió amenazador y, el 15 de mayo de 1548, otorgó a los protestantes el Ínterim de Augsburgo, en el que mediante su autoridad privada zanjaba las cuestio- 12 es dogmáticéls autor'izando la. comunión bajo las dos especies y Ia abolición :el celib.ato eclesiástico. E'ste acto sólo 'aumentó el desord~il;"Y el Papa, esti- Jllando con los Padr~s que'. no había ,de su~ord~arse fa solución de los asuntos religiqsos a las co~1d~m1c1ones de la. polírica, dio orden al legado Del Monte para disolver el concilio el .17 de septíemhre de. l549. REANUDACióN DEL CONCILIO EN TRENTO (1551). . . . SUSP~NS!ÓZV DE 15.52 A 1562 . Pau,lo HI falleció dos meses ~á~ .tarde, el 10 de ~ovieµihre de 1549, y el conqfave, setenta y dos días después, le, dio como . sucesor al Cardenal Del Monte, quien tomé el nombre de Ji,li,o ,111 el 8 de febrero de 1550 .. No es- taba atado ni al Imperio .ni a Francia, y muy pronto inició negociaciones con Carlos,V y. Enrique II~ sucesor ~e Francisco I, muertoen 1547, quienes se mostraron .favorables .al . pr,oyecto de llevar el concilio a. Trento. Carlos V hizo una nueva .tentativa élIJ,t,eJ~s protestantes enIa Dieta de Augshurgo (ju- lio de 1550) par;i invit¡irles a reconocer el concilfo, Éstos exigieron que se adm{tiese 'en ef.~~:t1cilio !:l sus teólogos .con ,voto deliberativo, ,Era evidente que ningún cpi:i:c~l~o atraería a .Ios di~identes .a la unidad, .Carlos Y se resignó, , aunque. fo.~istió e11: .que el, c_oIJ,c,ilt? · se ceteJtrase en Tren to;. Julio, III le. convocó para, el, Lde m~yc:,¡,d~:,~5~,t .. .. .. .. .,,,; .. . .. .. . . . . . . .Los .Padree ~e ,haAí¡in reuni,do cuando ,el ~ey- dt'l Francia, a ,punto de iniciar Ia Iueha contra el Papa r'Y:-~l ]~lllpe,raclo:,;;a, propósito del auc_ad.p cl{l Parma, se opuso al~ elección: ilf '.frento,. ~:11rique,}I notificó su protesta por medio ele J aoques A,my9t,, ,Ab~d, de .l;Jell°'~¡ui.e, célebre traductor de Plutarco; : Juego prohibió ª' los o~~SJ?,08 f:rru,ices,es ir. ·ª, Tren to y llamó a los .que_ se encontraban .allí. El Papa, nmy .afeetado ,,por .. tal m,edid,a,. temió que. ,el Rey Crisríanísímo quis~ese p:i,:<>VO<:ar' un .• cisma; .E] ]ley.Je. ;tranqajlizó .: y trató, 4e explicar s_u, acti- tud .declar1111do,que Francia, al estar «limpia de herejía», no necesitaba.con- cilio,.: La v~rdaá era .qtie P~isaha .en '111iarse· contra el Emperador c,io:.i l~~ Prín- cipes 'protestantes de Ale~a,~~ r~é~, .«iue, perseguía. a .SUS corr~ligiona,rios_._e:n su reino- y que, al procurar entorpecer el concilio, estaba seguro de agra- darles. Se celebró la alianza en 1552 por el tratado de Chambord-Friedwald, cuya cláusula esencial estaba, redactada . en estos téi-m;ill()s: «Se ha conside- rado justo que el Rey de Francia tome posesión lo antes posible de las ciu- 'dades que desde sie:mpr.e pertenecieron al, Imperio, l:\up.que fa lengua alemana no _se,bable, es decir; .Toul enLorena, Metz y Verdun.» Pese a la defección 'francesa, -el concilio .siguié su curso. La .sesión- XII_I del 11 de ,feJnero de 1551 promulgó. un decreto de reforma sobre la juris- dicción de los' Obispos ·Y del Papa y un decreto · dogmático sobre el sacramento .de l!l..::eucaristia, Se reservó la cuestión de, la comunión bajo las dos-espe- cíes, .,puta: algunos Príncipes protestantes, habiendo cambiado de. opinión, . 1.3 pidieron que se oyese a sus teólogos sobre dicho punto. Se les invitó a que se personasen en Trento el 25 de enero de 1552. Mientras se esperaba su lle- gada, el 25 de noviembre de 1551, la sesión XIV promulgó decretos sobre los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción y un decreto sobre la promoción a las órdenes sagradas y colación de beneficios. El 25 de enero de 1552 no se presentaron los protestantes. Se les envió otro salvoconducto y se aplazó el concilio hasta el 19 · de marzo. Cierto nú- mero de sus delegados, cediendo a instancias del Emperador, terminaron por presentarse. Carlos V tuvo que reconocer su decepción al ver las muchas exigencias que traían a Trento. Efectivamente, pedían nada menos que se pusiesen en tela de juicio otra vez . la mayoría de los- decretos promulgados, que el Papa no presidiese el concilio ni por sí ni por sus delegados, y las deci- siones se tomasen únicamente conforme a la interpretación racional de la Biblia. Las conversaciones proseguían cuando estalló la guerra entre los Prín- cipes protestantes y el Emperador, abandonado por su mejor General: Mau- ricio de Sajonia. Al dirigirse las tropas de esté último hacia Trento, los padres se separaron declarando suspendido el concilio durante dos años. Diversos acontecimientos retrasarían diez años su reanudación: la incon- sistente política de Julio 111, luego su muerte el 23 de marzo de 1555; el breve Pontificado de su sucesor Marcelo 11 (Marcelo Cervini) que sólo reinó vein- tidós días, y el advenimiento de Paulo IV (Juan Pedro Caraffa). Este Pontí- fice, que reinó de 1555 a 1559, cometió la imprudencia de indisponerse con los españoles; de aquí resultó una guerra y, restablecida la paz, el Papa se ocupó preferentemente de reformar la corte pontificia. Los progresos políticos de los protestantes y, en consecuencia, las concesiones exigidas en favor suyo por el Emperador y el Rey de Francia retrasaron más la reapertura del con- cilio. Los Príncipes ya no hablaban más que de concilios nacionales, de con· ferencias particulares -se preparaba en Francia la de Poissy- o entendían el concilio universal en el sentido protestante de la palabra. Estaba reser- vado a Pío IV (1559-1565), secundado eficazmente por su legado Morone y por su sobrino, el joven Cardenal Carlos Borromeo, yerdadero inspirador del Papa, llevar a buen término la reforma católica. al REANUDACióN Y FIN DEL CONCILIO Pío IV publicó el 29 de noviembre de 1560 una bula convocatoria del concilio. Tras negociaciones con el Emperador Femando 1, sucesor de Car- los V -muerto en 1558-, elRey de España Felipe II y Catalina de Médicis, Regente de Francia, el concilio se reanudó en Trento el 18 de enero de 1562 con la sesión XVII. En Francia comenzarían las guerras de religión, que du- raron veinte años, y el reino ayer hostil al concilio ahora contaba con él para salir de la crisis religiosa en que se debatía y desgastaba la autoridad real. Se 14 d seaba normalizar las relaciones entre el clero y la Santa Sede, lo mismo .e e con el Imperio, España y los Países Bajos. Ahora el concilio interesaba qutodas las naciones, pero si esto era una coyuntura favorable, con todo pre- \giaba posibles conflictos entre las potencias. 8 Una vez restablecido el acuerdo entre Francia y España sobre la cuestión de saber si el concilio era la continuación del precedente, pudieron entregarse a la tarea. Dos importantes sesiones -la XIX y la XXII- puntualizaron la doctrina sobre la comunión bajo las dos especies y el sacrificio de la misa y, en el orden disciplinario, la organización de las parroquias, disposiciones tes- tamentarias y otras cuestiones. La sesión XXIII fijada para el 12 de noviem- bre de 1562 se ocuparía del sacramento del orden. Pero la cuestión de la institución de los Obispos y de la superioridad de los concilios generales so- bre el Papa provocó tan vivas discusiones, que hubo de esperarse hasta el mes de julio de 1563 para tratar del sacramento del orden y diversos puntos de reforma; otro decreto instituyó los seminarios para la formación del clero. La sesión XXIV publicó decretos sobre el sacramento del matrimonio. Un mes más tarde, a principios de diciembre, se trató desde el punto de vista de la fe, del purgatorio e indulgencias, y desde el punto de vista de la re- forma, de la disciplina de los monasterios. Era la sesión XXV y última. El 4 de diciembre de 1563, el legado Morone pudo declarar clausurado el concilio en presencia de doscientos cincuenta y cinco Padres. El Papa Pío IV confirmó las actas por la bula Benedictus Deus del 26 de enero de 1564 y mandó redactar el mismo año una profesión de fe -pro/ essio fidei tridentina- que deben jurar los Obispos y los Profeso res antes de desempeñar sus cargos. Así terminaba el concilio que, con dos interrupciones, había durado dieciocho años y, en expresión del historiador protestante Leo- poldo Ranke, «agitado por tantas tempestades terminaba en la ~oncordia universal». De esta breve exposición de los trabajos del concilio recordaremos que los decretos de Trento deben dividirse en dos categorías diferentes: unos, lla- mados con frecuencia cánones, miran al dogma; otros, decretos de re/ orma ( decreta de reformatione) establecen normas de disciplina. Corresponden, pues, al doble objetivo que se propuso el concilio: extirpar las herejías y reformar las costumbres. Se imponían a la obediencia de toda la Cristiandad, ya que el concilio ecuménico tenía competencia universal, pero no con la misma sanción. Los cánones relativos al dogma, parte inmutable de la religión, comprometían la fe y siempre comportaban como sanción el anatema: quien se negase a someterse a ellos dejaba de ser católico y se hacía hereje. Los decretos relativos a la disciplina, variable según los tiempos y lugares, rara vez eran sancionados con el anatema; a quien se negase a aceptarlos, se le podía considerar como temerario, rebelde e incluso cismático, pero no se convertía por ese mero hecho en hereje. Esta distinción es capital desde el punto de vista histórico cuando se quiere apreciar la actitud de ciertos Estados 15 I ll l. 1, a a1 ü . l ,e ,· a e a 1 ·e ID'I L..e,.: católicos ante el concilio, respecto a lo . que se llama la· aceptación de los decretos del Concilio de T~ento (1 ). Por el Jado 4e -Ios Príncipes y Estados protestantes no había, evidente- mente, ninguna probabilidad de éxito. No habrían podido aceptar los decre- tos del concilio sin. convertirse de nuevo en católicos .. En cuanto a los Estados y Príncipes católicos, su, actitud fue diversa. El Papa pidió a todos aceptar los decretos, es decir, d¡¡;tles el 'carácter de Ieyes del Estado, lo cual era conforme al Derecho público de la época. Sin poder entrar aquí· en detalles, nos limi- taremos a recordar que, si unos como Venecia, los principales Estados de Italia, Polonia, . Portugal, · Ios .Estados católicos alemanes los aceptaron sin restricciones, otros hicieron distinciones. En España el Rey Felipe Il, campeón de. Ia ortodoxia, · Ios . promulgó, manteniendo «las preeminencias de la Coro- na» y, _como en Francia, se distinguió a veces entre .Ios cánones de fe y los decretos de reforma. Se vio. reaparecer la oposición entre el clero y los juristas del Réy; Sin duda; el galicanismo no había pronunciado su última palabra, y veremos .máa adelante cómo la Santa. Sede tuvo que afirmar enérgicamente sus .. derechos y 11upo mantenerles en su integridad frente a una monarquía cada ve~ más .ahsoluta, En, conjunto, y .a:-me~ida que la doctrina 'se afianzaba, ,el clerq llevó la~ de glQl~r en su sumisión a Roma. : .De todos los. concilios ecuménicos el. de Trento fue el que tuvo fas más transcendentales consecuencias. Al dilucidar y definir .Ios dogmas discutidos, estreché: 111._¡µnió,;i. deJps:católicos y concentré sus energías. De vaquí resultó, .en _ la mayoría deIoe •· paÍ!\es de Europa, una .verdadera reforma . católica que no íue, en, modo alguno, una Contrarréf orm(J,¡ como algunos se complacen en Ilamarla, . síno W( verdadero renacimiento . eclesiástico, que se manifesté en diversas formas. con l¡i Cl'.~ación de nuevas :u;istituoio.µe~ destinadas a mantener .la «l.isqipJ,ina establecida, la rege11e;r11,,ción 4~ antiguas : Ordenes .religioeas, la fundación de órdenes nuevas y una considerable expansión de las. misiones .extranjeras.' ., .. : t. . , , ·· . La .~dad M~dia· h;ibía_..seguidp sin desviarse notablemente .la línea de su evolución -lógic11. No fueIntermmpida, menos todavía destruida por la revo- Jució~ -:rel!giosa del. siglo xvr. 'Continué coJJ10 un gran río. que recibe .. afluentes, .sin . perder µ¡tda del caudal originario más. remoto. El Concilio de Trento si- ,gµe .la qescenclencia natural y Iegítima i:de. Ios concilíos • que .. le . precedieron, :Los ~eóJogo!! predominantes en él habían nacido, y fueron formados antes de fa :R{'lfqriqa protestante. Estaban perfectamente -imbuidos de: la Edad Media, sin ~er ajenosa! movimiento .de su época. No quisieron cambiar la religión .en lo m11,s mínimo; _no hubo religión hueva, tridentína .. EtConcilio de Trento _n,o hizo más que codificar dogmas desde hacía: 'mucho tiempo fijados y, sobre todo, realizó. una reforma disciplinaria. Más. exactamente: generalizó una reforma ya iniciada e~ va):'ios lugares Y. casi concluida en algunos •. No hubo , ,· \(-1) :· Según Émile Chénon en' Histoire _générale :de Lavisse y Rambaud, t. V, págs; 14 y sigs. San Ignacio de Loyola, fundador de la Orden de los Jesuitas (1491-1556). Escultura en madera de J. M. Montañés, siglo XVI. Iglesia de la Universidad. Sevilla 11 ,11 1 t ] 1 11 A ll ~~~J.~-- :_,.·: ~: :""' -. .. Lugar de la sesron del Concilio de Trento (1545-1563), interrumpido dos veces, trasladado otra a Bolonia. Según un grabado italiano Una de las últimas sesiones del Concilio de Trento en 1563. Grabado de la época 1a :1 Julio III (1550-1555) Paulo IV (1555-1559) Paulo III (1534-1549) Marcelo 11 (1555) Pío IV (1559-1565) Medallas de los Papas, de la colección vaticana a e 1 e' 11 u ~1 '11111 1 Julio III ~~ 1 :1~11 1 rno'IIII 1 (1550-1555). Estatua ele bronce ele su sepulcro por V. Dan ti (1555), en Perusa ruptura entre la Edad Media y· la época del concilio. Tampoco la hubo en la onstante línea de la histoda del catolicismo, sino un derrumbamiento lateral e consecuencia de una pavorosa tempestad, pero en definitiva periférica, ale- jada del centro propiamente dicho de la Cristiandad. ESPAÑA YLA REFORMA CATóLICA Tal vez no se haya considerado suficientemente que, mientras la fe tradi- cional cristiana perdía terreno en Europa, lograba inmensas conquistas en regiones nuevas y se hacía así más católica, es decir, más universal: ambos términos son sinónimos. Estas conquistas comenzaron · antes de la revolución religiosa; implicaban una vitalidad que hasta para poner en duda la preten- dida decadencia radical del medievo, si bien indican una desviación de los centros de actividad e influencia en la Iglesia que invita al historiador a mo- dificar su concepción habitual sobre la Europa del siglo XVI y el curso de la Historia. Efectivamente, sería inexacto imaginar que Alemania, que ocupó un lugar tan grande en Europa .a consecuencia de diversas circunstancias, relativa- mente recientes, siempre estuvo históricamente en el centro de la Europa cristiana y, en todo tiempo, fue uno de los países rectores del movimiento europeo; En el siglo XVI Alemania carece de esta posición e importancia. Con Carlos V, Rey de España antes de ser Emperador, estuvo casi a punto de ser una dependencia española. La gran nación europea, en ese momento, no era Alemania, dividida e impotente, que un siglo después, cuando la guerra de los Treinta Años, será casi aniquilada por las consecuencias de la revolución religiosa que había engendrado. La gran nación europea es España, a la que hemos de asociar Portugal. En la Península Ibérica continuó imperturbablemente el medievo en todos los terrenos: el medievo de las Cruzadas, de la Teología, de las órdenes reli- giosas, de la investigación intelectual, de las grandes aspiraciones y de las grandes aventuras, los sueños gigantescos y las empresas heroicas, la actividad misionera de la Iglesia. Y se incurre en un error de perspectiva al colocar la Sajonia de los electores, en la que estalló la revolución religiosa, en el centro de la Iglesia, cuando estaba en la periferia, así como la fecha de naci- miento del protestantismo anterior al nacimiento de los tiempos modernos, siendo más tardía. El Emperador, que en alguna medida carecía ya de poder efectivo en· Alemania, obtenía todo su poder real de sus territorios heredita- rios. En tiempos de Lutero eran España y los territorios dependientes: los ricos Países Bajos, el Franco Condado, el reino de N ápoles, el Milanesado, Austria y el Nuevo Mundo, que inauguraba sus destinos. Como español se sentía y hablaba en la Dieta de W orms, tras oír a Lutero, cuando se negó a doblegar ante el fraile sajón rebelde la fe, la teología y la gloria de España, su país de origen. La España de Carlos V, pese a las debilidades del HISTORIA DE LOS PAPAS, T. II. -2 17 Emperador, en lucha con las dificultades de su política alemana, dio la Com, pañía de Jesús y los sabios teólogos del Concilio de Trento y los actores de la reforma católica efectuada, en última instancia, conforme a la tradición me- dieval, nunca interrumpida, pero revivificada en la ardiente península (1). · EL RENACIMIENTO DE LA IGLESIA: OBRAS Y HOMBRES 1,. SI 1 e En su visión de conjunto, una de las más notables que se hayan dado sobre el régimen católico después del Concilio de Tren to, Ranke escribió: «Cuando una potencia imprime un movimiento al mundo y esta potencia personifica en sí misma por excelencia el principio de ese movimiento, toma forzosa- mente una parte tan activa en todos los negocios del siglo, se implica en sus relaciones tan animadas e íntimas con todas las fuerzas de los otros pueblos, que su propia historia se convierte en cierto sentido en la historia · univer- sal de la época. Ésta fue la misión a la que se llamó al Papado después del Concilio de Trento. Sacudido en su .constitución interna, sin embargo, supo mantenerse y renovarse ... Roma apareció de nuevo como una potencia conquistadora, forjó proyectos de propagación, inició la ejecución de vastas empresas semejantes a las que bajaban de lo alto de las Siete Colinas en la Antigüedad y en el medievo» (2). Si sólo mirásemos las cosas por fuera, la situación de la Iglesia al otro día del Concilio de Trento se presentaba extremadamente crítica. El protestan- tismo, sin duda bajo diferentes formas -lo que sería su debilidad-, había conquistado gran parte de Europa, y más adelante veremos a costa de cuántas luchas reconquistó el catolicismo regiones que creyera perdidas. Pero Ranke sigue afirmando con su lealtad habitual: «Los Papas habían logrado en el con- cilio aumentar su autoridad, que otros se habían propuesto disminuir, y obtener una influencia más extensa sobre las iglesias nacionales. Fuerte por sí mismo, poderoso por la autoridad moral de sus partidarios, por la comunidad y uni- dad de creencia que los unía a todos, el Papado podía pasar de la defensiva a que se había visto obligado a resignarse a una ofensiva activa y enérgica.» Se había sentido animado a ello por la situación interna del protestan- tismo que, pese a sus triunfos externos, se desintegraba por la acción de sectas contrarias y, con frecuencia, violentamente enemigas. La autoridad de los. Príncipes no tardaría en volverse favorable a la Iglesia Católica. Alemania (1) Estas conclusiones se deducen de la obra del gran historiador, que fue nuestro maestro, Gustavo Schnürer, cuya traducción francesa: L'Église et la civilisation au moyen age, hemos efectuado y hemos citado con frecuencia en nuestra obra. Un historiador francés, M. L. Cristiani, sacó de ella un notable articulo aparecido en el Ami du Clergé (Langres, número del 12 de febrero de 1931) en el que da cuenta del excelente estudio del profesor W. Oehl, de la Universidad de Fríburgo, aparecido en la Schonere Zukunjt, el 21 de diciem- bre de 1930 y el 1 de enero de 1931. Estas páginas se han inspirado en él. (2) Histoire de la papauté pendant les 16e et l7e siecles, t. 11, págs. 130 y aigs. 18 del Sur y Austria serían reconquistadas para la fe romana, mientras la vitalidad de · ésta se manifestaba al mismo tiempo en Francia, en Inglaterra incluso, los Países Bajos y en Suiza. Estaba reservado a Pío V, a Gregorio XIII, a ;:to V, a Urbano VIII presidir la contraofensiva católica, designada impro- iamente con la palabra abreviada de Contrarreforma, .que fue la reconquista ~e gran parte del terreno perdido y de su reorganización según las normas stablecidas en el Concilio de Trento. e Pero antes de servirse de las circunstancias políticas, de provocarlas o de fomentar su desarrollo, la Iglesia, aceptando la ayuda de los poderes seculares, sin dejar de mantenerlos dentro de los límites de su competencia, organizó dos grandes instituciones para defender a sus fieles: la Inquisición y el indice. y a vimos en el primer volumen de esta obra cómo fue inducida la Iglesia a organizar la búsqueda (inquisitio) y castigo de los herejes. En 1184 Lucio 111 había organizado la inquisición episcopal; Inocencio 111, en 1198, la inquisi- ción legatina confiada a los cistercienses; en el transcurso de los siglos, Papas como Sixto IV e Inocencio VIII habían precisado las normas del proceso y la tarea de los inquisidores. El 21 de julio de 1542, Paulo 111, por la bula Licet ab initio, centralizó los diversos tribunales particulares de inquisición episcopal y monástica y estableció un tribunal supremo de inquisición para toda la Iglesia: la 1 nquisición Romana. Su competencia se extendía a todos, Obispos y Cardenales, así como a los simples fieles, y bajo el Pontificado de Paulo IV se vio a los Cardenales Mo- rone y Pole comparecer ante este tribunal, pese a sus brillantes servicios. Pío V fijó en ocho el número de los Cardenales inquisidores, a quienes confirió poderes muy amplios. Sixto V, por su Constitución Inmensa aeterni Dei -22 de enero de 1587- reorganizó la Curia Romana, fijó hasta setenta el número de los Cardenales, instituyó quince congregaciones de Cardenales, entre las que distribuyó todos los asuntos del gobierno eclesiástico, e hizo de la congregaciónuniversal de la Inquisición, el Santo Oficio, la primera de ellas. Entendería en las causas relativas a la fe, desde la herejía hasta el abuso de los sacramentos, y su jurisdicción se extendía a todos los países de religión católica. El procedimiento del tribunal de la Inquisición Romana se distinguía de la encuesta ordinaria: 1.0, en que los hechos invocados por la acusación se comunicarían al acusado, aunque omitiendo los nombres de los deponentes; ~m~m~~~~~~~~la~~e~~~ acusado, en vez del juramento ordinario, la abjuración de la herejía; 3.0, en que la encuesta por causa de herejía acarreaba las más graves penas, en particular, la degradación y entrega al Poder secular: 4.0, en que podía emplearse (1) el tormento, prohibido en los tribunales eclesiásticos ordinarios. Así, la Iglesia, olvidando sus tradiciones de tolerancia original, copiaba de la legislación civil usos que denotaban la barbarie de otras épocas. En el (1) Mourret, Histoire de l'Église, t. V, pág. 512. 19 n ' l o El L\ l ,;11 I, a a l~l if 11 i' 11 1 e n 1!1 siglo IX, por el contrario, el Papa San Nicolás I había. escrito: «La confesión de un hombre acusado de un crimen debe ser libre. Es una injusticia some- terle al tormento, que sólo engendra una confesión Ioreada e incluso obliga a un desgraciado inocente a declararse culpable. Ninguna ley divina ni humana puede justificar semejante práctica.» Mas para . comprender este recrudeci- miento de rigor y de crueldad, hay que remontarse a la época que la provocó. Se habían exacerbado los odios religiosos y políticos en la lucha que duraría mucho tiempo todavía; las costumbres y el Derecho contemporáneo admitían el recurso al brazo secular, tan contrario a nuestras ideas modernas, y la noción, de tolerancia, a la que nos aferramos tan fuertemente, era a la sazón ajena a los protestantes tanto como a los católicos, pues los dos bandos se creían en posesión de la verdad. El ejemplo de la Inquisición española tampoco dejó de ejercer influencia. Instituida por Fernando e Isabel -1481- para unificar el país, cuya Reconquista aún no estaba terminada, al atraer a la. Iglesia o expulsar de ella a moros y judíos, se había propuesto, antes_ de la Reforma, buscar y castigar a los pseudoconversos procedentes ya del Islam (moriscos), ya del judaísmo (marranos). Reorganizada a finales del reinado de Carlos V, utilizada sin descanso por Felipe II, su hijo, adquirió una triste celebridad por el excesivo rigor de sus procesos y la crueldad de sus suplicios. «Ver- daderamente tenemos corazones de verdugos», escribía en 1522 el generoso Luis Vives, el humanista español que protestaba como cristiano contra los suplicios infligidos a los brujos. Era exacto, y hace estremecer el relato de las ejecuciones así como de las atrocidades perpetradas por ambos bandos en el transcurso de las luchas religiosas. Para comprender mediante un símil el empleo de tales medios, hemos de considerar que la creencia religiosa lograba entonces, si no la unanimidad absoluta, al menos la unanimidad moral compro· bada en la sociedad europea de ayer frente a las ideas inspiradoras de las instituciones fundamentales como la familia y la patria. La Iglesia y el Estado, en el siglo XVI, ya fuesen católicos o protestantes, al perseguir a los disidentes e inconformistas, querían asegurar el triunfo de una fe que respondía por completo a la conciencia colectiva de la nación y representaba la base pri- mordial de la civilización. La Iglesia se preocupaba al mismo tiempo. por condenar los libros heré- ticos. Lo había hecho desde sus orígenes, y la invención de la imprenta hizo más difícil su tarea. Alejandro VI redactó la célebre constitución Intet multiplices del 1 de junio de 1501, que León X hizo extensiva a toda. 12 Iglesia. Bajo el Pontificado de Paulo III apareció -1543~ el primer In. dice. Paulo IV mandó publicar en 1559 la primera lista oficial de Iibror prohibidos. El Concilio de Trento, el 26 de febrero de 1562, instituyó uns comisión encargada de confeccionar un catálogo de libros prohibidos y pre parar la redacción de las normas generales relativas al índice; Pío 1' publicó dicho informe . en 1564. Siete años más tarde Pío V instituyó un. congregación del Índice, cuyas normas estuvieron vigentes hasta fa- consti tución Officiorum de León XIII -fecha del 22 de, enero de.1897-,-,- que, la 20 ., l o ,s LS il ,l ,a )• IS lr .¡. é- w er la n- os na re- [V na rti- las . tó' a las. necesidades de la época contemporánea. Un crítico literario adap , 8 del siglo XIX, Francisco Sarcey, quien nada tenía de un defensor fran~:tado de la Iglesia, decía del Índice: «¡Ésos son hombres que poseen acre onjunto de creencias y están encargados de defenderlas! A los que com- un ten la misma fe les dicen: "¡Cuidado! Las ideas de este libro son peli- par s· apartaos de ellas. ¿Qué hay más conforme con el buen sentido y la grosa, ón?"» (I). · . raz Frente a los libros canónicos, el concilio había escogido como versión ficial de la Biblia la Vulgata, traducción latina de San Jerónimo, consagrada 0 la Iglesia por una práctica secular, prescribiendo se hiciese una edición en mpletamente correcta. Sixto V, fundador de la Imprenta Vaticana, la esta- ~~eció en 1590; una segunda edición corregida por Belarmino, célebre Car- denal y jesuita, apareció en 1592; una tercera y cuarta en 1593 y 1598. El concilio había ordenado también la revisión del Misal y del Breviario, había mandado se redactase un Catecismo universal y mandó a todos los deseosos de publicar libros relativos a las cosas santas que pidiesen el lmprimatur al ordiuario diocesano. El Catecismo Romano, llamado impropiamente «cate- cismo del Concilio de Trento», lo prepararon, bajo la vigilancia de San Carlos Borromeo, cuatro teólogos eminentes y fue publicado por Pío V, en 1566. El mismo Papa publicó la primera edición expurgada del Breviario en 1568 y del Misal Romano en 1570. En 1582 Gregorio XIII publicó una edición del Código del Derecho canónico (Corpus iuris canonici}, cuya revisión había ordenado Pío V desde 1566. También se debe al mismo Pontífice el estable- cimiento de colegios de jesuitas en Francia, Alemania, Suiza, Hungría, la ampliación del Colegio Germánico, en Roma, fundado por Julio III en 1552, la reorganización del Colegio Romano, llamado desde entonces Universidad Gregoriana, y la re/ arma del calendario juliano. Para corregir el error exis- tente entre el año civil y el astronómico decidió, por la bula del 13 de febrero de 1582 (24 de febrero del nuevo estilo), que el día siguiente al 4 de octubre de ese año sería el 15 de octubre. Esta reforma, conforme a las exigencias científicas, no fue aceptada en un principio por los pro- testantes, enemigos del Papado, y su uso se generalizó solamente en el siglo XVIII. Pero la obra más positiva y más eficaz de reforma sería la que se exten- dería al clero secular, a las órdenes religiosas y a todo el pueblo fiel. Sólo sería letra muerta si no se hubiera encarnado en hombres que, al mostrarla viva en sí mismos, la difundirían con su actividad personal y con su santidad la harían amable. El mayor de ellos fue San Carlos Borromeo, sobrino de Pío IV, nombrado por éste Cardenal y Arzobispo de Milán a los veintidós años. Perfecto hombre de mundo, que no desdeñaba la sociedad culta e ilus- trada de la capital lombarda, Carlos Borromeo se impuso a todos por su virtud y sabiduría. Inspiró todas las grandes empresas de su tío, pero su O) Citado por Mourret, o. c., t. V, pág. 151, nota 4. 21 li! ~I ll n ,e genio organizador, su clarividencia y su energía se revelaron en la inspiración' capital de los Seminarios diocesanos. Fue en una de sus últimas sesiones cuando el Concilio de Trento dictó su célebre decreto sobre los Seminarios diocesanos, que remediaba un triste estado de cosas. Los jóvenes destinados al estado eclesiástico se habíanfor- mado otrora en las escuelas episcopales, luego en las monásticas, que habían suplantado a las primeras, después en los colegios e internados fundados junto a las Universidades de las grandes ciudades. Aquéllos degeneraron también, y se diferenciaban poco de los pensionados en que vivían los estu- diantes de Derecho o Medicina. Por otra parte, los mejores de estos colegios eran inaccesibles a la masa de los jóvenes destinados al ministerio parroquial, quienes eran formados a la buena de Dios en las mismas rectorales. Su edu- cación e instrucción eran muy defectuosas, y las vocaciones se decidían con harta frecuencia según los caprichos de los padres y bienhechores o eran inspiradas por el interés o la ambición. Estos desórdenes habían provocado un estado de ignorancia y corrupción del que los más acreditados testigos han dejado dolorosos cuadros. La reforma tridentina iniciada por San Carlos Borromeo se generalizó rápidamente por todos los países católicos; tuvo como feliz resultado la for- mación de un clero instruido y piadoso que contribuyó, en gran medida, a la restauración católica. Dos amigos íntimos de San Carlos Botromeo traba- jaron en la misma obra de renovación religiosa aplicando los decretos del Concilio de Trento: el venerable Bartolomé de los Mártires, Obispo de Braga, en Portugal, y San Felipe Neri, fundador de la Congregación del Oratorio, el asceta romano tan duro para sí mismo y tan amable para los demás. Pero quien coordenó tantos esfuerzos individuales es un Papa que fue, al mismo tiempo, un Santo: Pío V. La historia externa de la Iglesia le debe -como veremos- grandes cosas; la interna se asocia a las manifestaciones de Su Santidad en el plano de las grandezas imperecederas. Su devoción por la Santísima Virgen es su característica más conmovedora. Como San Bernardo, la venera con un culto filial; quiere que todos los fieles la invoquen, y des- pués de la batalla de Lepanto, en 1571, se la invocará con el título de Virgen de las Victorias, luego Virgen del Rosario. Vive como un fraile, llevando bajo los ornamentos pontificios el hábito de los dominicos. Proclama a Santo Tomás de Aquino Doctor de la Iglesia; gusta de conversar con Santos: Carlos Borromeo, Felipe Neri. La Iglesia colocó a Pío V en los altares; en 1712 fue canonizado por Clemente XI, siendo el último Papa a quien se otorgó el honor supremo. La Iglesia -dirá Massillon en el siglo siguiente- no necesita grandes nombres, sino grandes virtudes, y grandes virtudes serán al mismo tiempo grandes nombres. Como la Edad Media, la época siguiente al Concilio de Tren to presenció la obra de otros Santos: Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús; Teresa de Avila, reformadora de las carmelitas y su auxi- liar, Juan de la Cruz, reformador de los carmelitas. Y a se trate de una nueva 22 O den, como los jesuitas, o de reforma de órdenes antiguas, del Carmelo o d r [os benedictinos, trinitarios, premonstratenses, o camaldulenses, somascos, be rJllanos de San Juan de Dios, o las ursulinas, por doquier y siempre los p:pas, desde Paulo 111 a Sixto V, sancionan y protegen las piadosas inicia- ·yas que traen a la Iglesia la ayuda de energías nuevas o remozadas que se- t~darán la obra reformadora de la Sede Apostólica. e Si es exagerado afirmar que «la Iglesia, benedictina en el Medievo, se onv-ierte en jesuita a partir del Renacimiento», no deja de ser verdad que ~a Compañía de Jesús estaba llamada a desempeñar un papel sin igual. Cuando Paulo 111, el 27 . de septiembre de 1540, mediante la constitución Regiminis militantis ecclesiae, autorizaba a San Ignacio de Loyola y a sus compañeros a formar su sociedad, no podía sospechar la grandeza de la obra que realizar~án. Los Ejer?icios espiritu~les de ~an lg~acio _reno_varon la vida cristiana, así como su metodo de ensenanza dio un increíble impulso a los colegios que fundaron en todos los países, del mismo modo sus misiones de Asia y América abrieron nuevos continentes al catolicismo. Sólo el nombre de San Pedro Canisio, cuyos restos mortales descansan en tierra helvética, en Friburgo, significa la reconquista para la Iglesia Romana, o el afianzamiento de la fe tradicional, de centenares de miles de almas en Alemania y Suiza. La restauración de los estudios teológicos inspirados por Santo Tomás de Aquino, el incomparable Doctor de la Edad Media, fue otra consecuencia del Concilio de Trento. Debemos limitarnos aquí a recordar los nombres de Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Roberto Belarmino; Melchor Cano, Guillermo de Estio, Juan Maldonado, y a mencionar la cuestión del tomismo y del molinismo que se prestó a tantas controversias (1). En la misma época surgen en las naciones católicas obras literarias y ar- tísticas de inspiración religiosa muy pura, como la Jerusalén libertada de Tasso, en Italia; Los lusiadas, de Camóens en Portugal, y el teatro de Lope de Vega, en España. En pintura, la escuela bolonesa fundada por los Carra- che, los cuadros de Dominiquino, Guido Reni, Guercino demuestran una evo- lución semejante. Las iglesias de estilo jesuítico o Barroco -insistiremos en el término, que caracteriza toda una civilización- surgieron en la segunda mitad del siglo: la de Gesu en Roma comenzada por Vignola en 1568 es el prototipo más notable. En música, Palestrina es el renovador de la polifonía religiosa y la comisión pontificia encargada por Pío IV de estudiar los medios de sacar de su marasmo al canto gregoriano aceptó sus proyectos. ¿ Quién no ha escuchado su Misa del Papa Marcelo, cuyo éxito superó las esperanzas del compositor, humilde y noble artista cuya fe vivificó el genio? Esta floración de los estudios, de la filosofía, de las letras y de las artes procedía de la sola y única preocupación de la Iglesia en esta época: ¿ Cómo (1) Libros de consulta: Vol. III de L'Église et la civilisation au moyen age, de G. Schnü- rer, Y el volumen siguiente, no traducido todavía al francés: Katolische Kirche und Kultur in der Barockzeit, Paderborn, 1937. 23 1¡1 ,¡ [I 1! asimilaría el catolicismo al Renacimiento y qué debería rechazar y aceptar?' Hemos visto que el movimiento que partió del Concilio de Trento no era, en realidad, una Contrarreforma, una simple reacción, sino una obra positiva de reconstrucción, y la expresión Reforma católica es la exacta. ¿ Cómo se adaptó· la Iglesia a los nuevos tiempos manteniendo intactas la fe, la doctrina, la tradición y la autoridad? La actitud frente al Renacimiento era más compli- cada que la actitud frente a la Reforma (1). Frente al primero; la Iglesia estaba obligada a examinar, no una herejía, sino un espíritu amaneciente, una distinta concepción de la vida, un mundo nuevo. ¿ Qué elementos convenía aceptar y cuáles eliminar? Había un grave peligro para el cristianismo en el Renacimiento -tanto para el protestantismo como para el catolicismo, si bien el primero tenía más dificultades en superarlo-: el despertar del paganismo, el naturalismo, esa embriaguez humanista de los sentidos y de la razón a la vez. No se. podía ignorar, en cambio, que el Renacimiento había dado un impulso completamente nuevo a las artes, las letras, las ciencias. y había traído un nuevo estilo, nuevas formas, nuevos métodos, nueva concepción del Estado opuesta al estilo gótico -sinónimo de bárbaro para los contemporáneos de León X y Paulo 111-, a las formas medievales, a los métodos escolásticos. La Iglesia rechaza el Renacimiento naturalista y pagano, pero acepta la estética nueva, el espíritu científico, la erudición, la filología, el humanismo. «Consiente en transformar la apologética y la enseñanza, reconoce la modifi- cación profunda experimentada por el mismo sentimiento religioso.» Reco- noce implícitamente lo que hay de común entre el Renacimiento, la. Reforma protestante y la Reforma católica. Sitúa al . hombre ante Dios con toda la naturaleza, cuyo centro es él, a sus pies, y por ello de esta preocupación cen-tral -el destino humano- derivarán nuevas concepciones de la ciencia, del arte y del Estado propias del período siguiente al Concilio de Trento. Este arte, esta concepción del Estado, esta civilización completa recibieron el nombre de Barroco, expresión que adquirió derecho de ciudadanía en el vocabulario histórico. ¿ Qué quiere decir? La palabra -como se sabe- tuvo durante mucho tiempo un sentido restringido y peyorativo: lo extravagante hasta lo ridículo. El término, según los mejores etimólogos, procedería de una palabra mnemotécnica empleada por los escolásticos para designar una forma de silogismo: baroco. Lo raro de la palabra habría impresionado las mentes y dado origen en español a barrueco, en portugués a barroco, que los joyeros aplicaban a las perlas de formas irregulares. Los historiadores del arte, espe· cialmente los franceses, aunque reconozcan en el Barroco una época y un e&- tilo, lo consideraron durante mucho tiempo como decadente. En Alemania, Italia, España, Suiza había prevalecido otra concepción, que se impuso, y ve en el barroquismo toda una época y todo un mundo. Escribe un crítico de arte (1) Sobre esta cuestión véase el estudio de G. de Reynold: «Concepción católica del Es- tado en la época de la Contrarreforma y del Barroco», aparecido en la 3.ª edición de La démocratie et la Suisse, Bienne, 1934. Es la introducción al libro de Osear Eberlé: Barock in der Schweiz, Einsiedeln, Benziger editores, 1930. 24 Paul Ill ,Vi:H-lci-1-91. Retrato de Tiziano Ve,·ellio t l l amado f'i Ticiauo i • siµ:los XY-~\J. Galería Nacional de 1.apodi111011tc·'. !'iápolc-·s 1 ] 11 • francés, J ean Cassou: «Es la forma de arte que, nacida del final del Renaci- iento y en particular de Miguel Ángel, se extendió por Europa y duró dos =glos, hasta la ép?ca ~oderna ... El barroquismo, i~spirado en el espíritu ro- n1ano, sigue a los Jesuitas en sus cruzadas y se convierte en el arte de la Con- trarreforma por excelencia» (1). «En adelante -escribe Reynold-, el Barroco_ rotula uno de esos grandes JDOillentos en que el catolicismo se levanta, renueva, expande; en que renovó la Teología, su pensamiento, moral y mística, su inspiración artística y literaria; en que· renovó al cristianismo, al Estado cristiano; en una palabra, se adaptó a nuevos tiempos.» Hacia la mitad del siglo siguiente, el clasicismo -sólo se da clasicismo íntegro y completo en la Francia del siglo XVII- éerá una reac- ción contra el Barroco y una puesta a punto de éste. Los elementos disgrega- dores de la civilización del Barroco y del clasicismo -jansenismo, raciona- ]isJDO del siglo XVIII (aufklarung, las Iucesj-c- entrarán en juego a SU vez y será el fin del antiguo régimen. Antes de verlos actuar, volvamos ahora a la historia del Papado, luego de ser otra vez consciente de sus derechos y debe- res, lo cual fue la Reforma católica. (1) Consúltese el hermoso libro de Émile Maler, L'art religieux aprés le concile de Trente, 2 volúmenes, París, 1932. 25 111 ti\\ CAPITULO 11 EL PAPADO Y LOS ESTADOS, DE PAULO 111 A PÍO V: 1534-1566 PAPAS Y PRiNCIPES i: a ~I ,, [l ,, e 1 n ,e :J n11 ni .d 111111 111¡ Jnl\CIU \11;1111 La reforma de la Iglesia no absorbió toda la actividad de los Papas en la -época del Concilio de Trento. Sea cual fuere la grandeza de su obra de defen- ,sa y restauración, de Paulo III a Sixto V, la política exterior y la administra- ción del Estado pontificio les obligaron a dedicar la más vigilante atención. Y a vimos que la misma Reforma había experimentado las repercusiones de los .acontecimientos políticos. Para completar el cuadro de esta época es necesario -que consideremos ahora las relaciones del Papado con las diferentes potencias. La lucha entre el Imperio y la Monarquía francesa no había terminado, -eomo tampoco la del Emperador contra los Príncipes protestantes alemanes; 1a preponderancia española se asentaría con el advenimiento de Felipe II y .abrumaría con un peso cada vez mayor a Italia. El Papa, Monarca italiano al :mismo tiempo que Jefe de la Iglesia, se veía implicado por la fuerza de las -eosas en las competencias y rivalidades por el equilibrio . europeo. Al mismo ·tiempo y en diversas circunstancias, en las que se confundían los intereses -de la religión con los de la política, los Papas fueron inducidos a intervenir -en los asuntos internos de los Estados en los que se enfrentaban las fuerzas -católioas y protestantes. No sólo las cuestiones religiosas dominan la historia europea hacia la mitad -del siglo XVI, sino que los pueblos, como los Príncipes, siguen aferrados a la -doctrina de la unidad de la fe. Toda transacción, que aquí o allá deja subsistir dos creencias frente a frente, aparece como simple tregua. Con raras excep- -eiones, todos admiten que el problema religioso, el de la salvación de las .almas, debe resolverse por la fuerza. En una Europa dividida, en la que Roma se veía obligada a una táctica de -conservación y de reconquista, la necesidad de vivir exigía los medios de h 26 a l• l• l. ,s o s. y al as lO es ir as 1d la :ir p· as , ~ a La creación de las nunciaturas permanentes respondió a tal necesidad, PolítIC · d I d" I · ifi · L · · f 1 . do el campo e a 1p omacia pont era. os jesurtas ueron sus agentes abrien p · ibl I ·1 · · , . fatigables. ero era 1mpos1 e que en as sun es negocraciones en que ,nas 1D as santas se mezclaron con las que no eran, lo absoluto no fuese, con las cos ranza del éxito, sacrificado a veces a lo relativo. «Extraño claroscuro de la es::auración católica», se ha dicho (1), que da singular relieve, inasequible la r:entemente para los ojos modernos, a la fisionomía de ciertos Papas. frecLa obra capital de Paulo III (1534-1549) fue -como vimos- la reunión 0 l Concilio de Trento. El mérito de su Pontificado estribó en realizar un 0 ~, cil acuerdo con el Emperador sin romper con Francia. El Papa Farnesio, d 1 espíritu humanista, . renunció a la política militante de sus predecesores, e esforzó por desempeñar un papel de mediador entre Carlos V y Francisco I, ~:teniendo, de acuerdo con el primero y con la República de Venecia, la ame- naza de los turcos a Europa. Unas veces se acercó a Carlos V y otras se inclinó hacia Francia, Venecia y los suizos. Sin duda, una estrecha colaboración entre el Papa y el Emperador hubiera sido indispensable para contener los progresos del protestantismo en Alema- nia. Pero el Emperador, convencido, con el ejemplo de sus predecesores me- dievales, de que era el Jefe de la Cristiandad, no podía admitir que el Papa permaneciese neutral en la lucha que enfrentaba a los Habsburgos con los Valois y que simpatizase más con los segundos. Por su parte, el Pontífice no podía decidirse a permitir que el Emperador adquiriese en Italia una prepon- derancia que habría puesto en peligro la independencia de los Estados de la Iglesia. Paulo III no pensaba, por lo mismo, en un entendimiento estrecho con Francisco I, aliado de los turcos -enemigos irreconciliables del nombre cristiano-, que transigía con los Príncipes protestantes alemanes. La actitud del Emperador en los asuntos religiosos de Alemania, en los que pretendía legislar a su antojo, y, por otra parte, el nepotismo del Papa, solícito en hacer progresar los negocios de su familia, complicaban, a cual más, la situación. Pau- lo 111, en efecto, dio Camerino a uno de sus sobrinos; Novara, Parma y Plasen- cia a su hijo Pierluigi, individuo depravado, e incluso pensaba al mismo tiem- po en la investidura del Milanesado para Octavio, esposo de una hija natural del Emperador. La paz de Crespy, cerca de Laon, firmada el 18 de septiembre de 1544 entre Francisco I y Carlos V, obtenida gracias a las operaciones de los turcos en Hungría, no dejó por ello de confirmar la pérdida del Artois y Flandes para el Rey de Francia, si bien logró un acercamiento momentáneo entre ambos Soberanos. Eltratado no desvió a Francisco I de su política de entendimiento con el Sultán y con los Príncipes protestantes rebeldes al Emperador, aunque permitiese a este último preparar contra ellos una acción decisiva. Con dicho fin procuró la alianza con el Papa. En la Dieta de W orms, en el mes de mayo ile la 0) J. Bernhart, Le Vatican, trone du monde (ya citado), pág. 309. 27 i) Lj u d 1 e, a ) de 1545, reveló sus proyectos al Cardenal legado Alejandro Farnesio. Una alianza entre el Papa y el Emperador fue el fruto de' estas negociaciones. La Santa Sede se comprometía a facilitar tropas y dinero a condición de que se empleasen exclusivamente contra la Liga de Esmalcalda, y el Emperador prometió no concertar acuerdos con los protestantes sin ponerse previamente de acuerdo con Roma. Una disputa del Papa con sus sobrinos retrasó la ofensiva imperial, que se efectuó en 1547, terminando -como se sabe- con la brillante victoria de Carlos V en Mühlberg el 24 de abril de 1547. El asesinato de Pierluigi Far, nesio en septiembre de 1547 y la tentativa del Papa de reconquistar Parma y Plasencia perturbaron las relaciones entre el Pontífice y el Jefe del Imperio. Al año siguiente, el interim de Augsburgo -del que hablamos en el capítulo precedente- las enconó más . todavía. Fue el miedo a un cisma provocado por el Emperador lo que impidió al Papa llevar más lejos su resistencia al intrusismo religioso del Soberano. Lejos de congratularse de ello, aquél con- tinuó su oposición a la política de familia de los Farnesios. Los asuntos de Alemania y de Italia no fueron los únicos que le causaron graves preocupaciones; también le inquietaron el cisma inglés y el peligro turco. Algunos meses antes del advenimiento de Paulo III, la ruptura de Ingla- terra con Roma era -como es sabido- un hecho consumado. Al año siguiente, en 1535, la ejecución del Cardenal Fisher y del Canciller Tomás Moro, a quien la Iglesia venera con el título de Santo, produjeron una profunda impresión, y nadie como el Sumo Pontífice podía sentirse más afectado (1). Antes de morir, los dos mártires apelaron a Dios y a la Iglesia sobre el juicio inicuo de En- rique VIII. El Papa oyó su petición. Escribió a varios Príncipes que tenía el propósito de lanzar el entredicho sobre el Rey de Inglaterra y eximir a sus súbditos del juramento de fidelidad. Razones políticas impidieron una vez más a los Soberanos prometer al Papa su obediencia. El Rey Cristianísimo, Francisco I, que tenía empeño en su alianza con Inglaterra, no quiso romper con el Rey cismático. El Emperador, que se jactaba de ser siempre el protector de la Iglesia, tuvo miedo de que, al pronunciarse contra Enrique VIII, se re- forzase la alianza anglofrancesa; el Rey Fernando adoptó la misma actitud que su hermano Carlos. El Papa hizo una segunda tentativa. En 1537 · encargó a Reginald Pole primo de Enrique VIII, a quien había nombrado Cardenal, de legaciones ante (1) Tomás Moro, modelo cabal de humanista cristiano y de gentleman inglés, conservé hasta el último momento el humor imperturbable que siempre unía a su piedad de cristiane y a su gravedad de magistrado. Al moverse el cadalso, dijo al oficial que le acompañaba «Por favor, ayúdeme a subir; para bajar, me las arreglaré yo solo.» Luego se hincó d, hinojos y rezó el Miserere, su oración preferida, y él mismo colocó la cabeza en el tajo Sobre Tomás Moro, léase Daniel Sargent: Thomas More, Colee. «Les Iles», París, Desolé de Brouwer, editor. 28 a !. é r e e e r• a ), .o o 11 l· ,n ·o e, :n y r, n- el 118 ez .o, er or ·e- 1d le, rte ·vó no ,a: de jo. lée . V y Francisco I para deliberar sobre los medios de traer de nuevo a Carl_os e VIII a la obediencia de Roma. El Rey de Inglaterra vio en ello la Enniu de una conspiración contra los intereses británicos y mandó ejecutar prue ª adre de Pole y a dos familiares suyos. Se había colmado la medida. ª 1;~e octubre de 1538, en una alocución consistorial, Paulo III recordó los El, es de Enrique VIII y el 27 de diciembre fulminó la excomunión y el crun:;;ho, aunque no se publicó la bula. Tras la muerte de Enrique VIII, el entr esperaba, con razón, qué Inglaterra volviese al seno de la Iglesia, mas pap:to quedaría decepcionado. Eduardo VI, hijo y sucesor de Enrique VIII, pro avó las leyes dadas contra los católicos; aparecieron tendencias más radi- agres en· la Iglesia anglicana. Adoptó en 1549 el Libro de la oración común (~ook o/ c~mmon prayer), que fue y siguió siendo el símbolo oficial de la ueva doctrma. n La lucha contra el peligro turco no dejó de absorber la atención del Papa F arnesio. Lo que la hacía más grave que nunca era el antagonismo entre los más grandes Príncipes cristianos: el Emperador y el Rey de Francia, así como la alianza de éste con el Sultán en 1536. Tal alianza de Francisco I -Rey Cristianísimo, Hijo mayor de la Iglesia- con los musulmanes, enemigos secu- lares de la Cristiandad, escandalizaba a Europa, y con razón. El mismo Fran- cisco I se avergonzaba de · ello y se esforzaba por ocultarlo. Dichá alianza con- tribuyó, por lo demás, seguramente ~ la salvación de Francia, amenazada por la tenaza de los Estados de Carlos V. Es, asimismo, un hecho muy significativo de la historia del siglo XVI: Aunque esta época estuvo dominada por las preocu- paciones religiosas, la alianza turca demuestra que ciertos espíritus comen- zaban a separar la política de. la religión, De Francia, que ayer llevó la inicia- tiva de las Cruzadas, fue de donde vino el primer ejemplo de indiferencia reli- giosa en materia de política. exterior. El Rey francés, firme defensor de la ortodoxia en sus Estados, fue quien introdujo a los turcos -considerados, con justicia, enemigos · comunes dé , Europa-e- en las combinaciones del equilibrio europeo. Paulo III apoyó, mediante subsidios y el. envío de algunas naves, la expe- dición de Carlos V contra Keiredin (Barbarroja), renegado cristiano que había hecho de Argel y de Túnez guaridas de piratas que asolaban el Mediterráneo. Las flotas del Emperador y del Papa bombardearon los puertos turcos de África del Norte, consiguiendo libertar a millares de cristianos en la Goleta y Túnez. Pero la potencia otomana apenas si quedó debilitada. Cuando los asuntos del Milanesado y de Saboya atizaron de nuevo en 1536 la guerra entre Fran- cisco I y Ca:rlos V, el primero concertó con Solimán la alianza cuya transcen- dencia acabamos de señalar. Los turcos desembarcaron en Otranto y amena- zaron seriamente las posesiones venecianas. Para contrarrestar el peligro, el Papa logró concertar en 1538 una alianza con Carlos V, el Rey Fernando y Venecia. No consiguió atraer a Francia, y tuvo que contentarse con negociar 29 \1 1) 1 [J 1 1111 ,'111 un armisticio entre el Emperador y el Rey Cristianísimo. Paulo III proyectaba dar un golpe decisivo al enemigo de la Cristiandad y luego proceder al reparto del Imperio otomano. Sus planes quedaron desbaratados por la derrota <{U€ los turcos infligieron a la flota cristiana en Prevesa, en el mar Jónico, en sep. tiembre de 1538. La Media Luna conservaba el dominio del Mediterráneo y progresaba todavía en los Balcanes, en los que redujo al vasallaje a loe principados de Moldavia y Valaquia. Venecia, anteponiendo una vez máe sus intereses a la defensa de Occidente, concertó un acuerdo con el turco, Solimán prosiguió en repetidas ocasiones sus campañas contra Hungría como aliado del Rey de Francia; las escuadras del Papa y del Emperador sólo inten. taron algunos ataques por sorpresa; todas las tentativas de formar una coal], ción contra el Sultán fracasaron por falta de entendimiento entre los Príncipe¡ cristianos. En política, Paulo III no conoció, en definitiva, el éxito. Las violenta¡ disputas que tuvo con su familia aceleraron su fin como unánimemente con, fiesan los contemporáneos. Cayó enfermo a principios del mes de noviembre de1549 y expiró el 10 de noviembre _tras haber recibido el día anterior ·el Santo Viático. Él mismo había declarado al morir su defecto capital: el nepotismo, y en sus últimos momentos repitió las palabras del salmista: «Mi pecado está siempre delante de mí. Sería irreprensible si no me hubiera do, minado.» Su sepulcro, obra imponente de Guglielmo della Porta, se levanta en la basílica de San Pedro. El Papa Farnesio había tomado parte importante en la reconstrucción de la célebre iglesia, el más hermoso ornato de la Roma Eterna. Humanista y mecenas, él fue quien aprobó los planes de Miguel Ángel creador de la obra incomparable que es la cúpula gigantesca de San Pedro. cuya estructura exterior, así como la interior, es pura maravilla. También a Paulo III le debemos otra obra maestra del mismo genio: el Juicio Final en la Capilla Sixtina. A Clemente VII se le ocurrió la idea. Pero a Paulo III haJ que atribuirle el mérito de haber llevado a cabo el fresco, de un poder dra. mático nunca superado, y que concluyó la obra monumental de la pintura ita, liana del Renacimiento. Por orden de la Congregación encargada de cumplir las decisiones del Con, cilio de Trento se retocaron desnudos que los mismos admiradores considera, ron impropios. Se tomó la decisión tres días después de la muerte de Miguel Ángel, el 21 de febrero de 1564, bajo el Pontificado de Pío IV, en cumplimien to del decreto promulgado en la última sesión conciliar contra las pintura! que ofendiesen las costumbres, impropias en las iglesias. Se hicieron otroi retoques bajo el Pontificado de Sixto V, y los últimos en el siglo XVIII baje Clemente XIII. «Pese a todo -escribe Pastor-, el fresco se impone al espec· tador, le cautiva con su magia y le sumerge con su encanto en el poderosc pensamiento del artista. La primera impresión de este cuadro de sesenta pier de alto por treinta de ancho, en el que Miguel Ángel desplegó con increíhle audacia su pensamiento titánico, desconcierta sin duda; luego, paulatinamen 30 ~a to 11e P· y os ás :o. 110 ,n. u. es as ll• re ·e) el v.li lo. la en 11a el, :o, a en 11y ·a- ,a- n- ·a· 1el n- as os jo ~C· so .es ,le -n- 1 jo se acostumbra y logra comprender» (1). Miguel Ángel lloró con te, ,e ;a pérdida de Paulo 111, su máximo protector: «Sólo me hizo bien, y raz?n otivos para esperar más todavía de él.» ten•ª rn JULIO 111 (1550-1555) Cerca de tres meses transcurrieron antes de que el Papa Farnesio tuviese ucesor. El 8 de febrero de 1550 el conclave le designó en la persona del :;° ~enal Juan María del Monte, que tomó el nombre de Julio III en recuerdo d arJulio II, su bienhechor. La elección se había demorado por el antagonismo e rre Francia y el Imperio, que enfrentaba violentamente a los partidos en ef conclave. El Cardenal Del Monte debió en última instancia su elección a ~ alianza del partido francés con los amigos de Farnesio. Gran señor indolente ª amigo de . fiestas, el nuevo Pontífice había rehuido hasta entonces tomar ~a resolución, pero sus simpatías eran para Francia. Carlos V no tenía, por tanto, ningún motivo para felicitarse por la elección de Julio 111, quien se opuso en un principio a trasladar el concilio de Bolonia a Trento, como pedía el Emperador. Los partidarios de la reforma de la Iglesia tampoco podían regocijarse. Julio 111 tenía las costumbres de un prelado renacentista, y ni siquiera cambió como Papa. Vivía alegremente en su hermosa villa fuera de la Puerta del Pueblo, la villa di Papa Giulio, sazonando sus festines con frases muy libres e interesándose por la suerte de un joven exhibidor de monos del que hizo su favorito y, después de su consagración, Cardenal. Pero si su con- ducta privada dejaba mucho que desear, no por ello carecía de la conciencia tan clara de sus deberes de Pontífice. Por eso consintió en seguida en reunir otra vez en Trento el concilio, que siguió su curso, como ya vimos. No se podría hacer al Papa responsable de los enfados del Rey de Francia contra la asamblea ecuménica, que se explican por el antagonismo entre Enrique 11 y Carlos V. Al negar el Emperador su consentimiento a la cesión de Parma por Julio 111 a los Farnesios, resultó una pequeña contienda en la que el Papa y el Emperador hicieron causa común. Al faltarles el dinero a ambos aliados, amenazar el Rey de Francia con reunir un concilio nacional y devastar Octavio Famesio parte de los Estados pontificios, Parma y Castro siguieron en poder de Octavio. Este revés no hizo desistir al Pontífice de su obra de reforma. Prueba de ello fueron la bula del 21 de julio de 1550, por la que confirmó a la Compañía de Jesús en sus privilegios, y la del 31 de agosto de 1552, que fundó el Colegio Germánico en Roma. Conocidos son los eminentes servicios que prestaría esta institución al catolicismo en Alemania. Si en ese momento no se hallaba en muy buena posición, en cambio los acontecimientos de Inglaterra se prestaban a reavivar la esperanza de la Santa U) Pastor, o. c., t. XII, pág. 410. 31 1 ,.¡r11 11 il 1 ~ .. ¡¡ 11 Sede. Tras un recrudecimiento de las persecuciones contra los católicos ~n , reinado de Eduardo VI y durante la regencia del Conde de W arwick, el. adv, nimiento de la Reina María en 1553 fue para los perseguidos la ocasión de lllJ alegría imperturbable. Maria, nacida del matrimonio de Enrique VIII. eo Catalina de Aragón, era una fervorosa católica que consideró deber suyo hac, volver otra vez a Inglaterra al seno de la Iglesia Romana. La solemne reconc liación ocurrió en W estminster el 30 de noviembre de 1554. Pero el matt monio de Maria con el hijo del Emperador, Felipe II, y la cruel represió por parte de la Reina contra sus enemigos protestantes le enajenaron el fav1 del pueblo inglés. Éste había consentido en volver a los ritos católicos, pero n quería oír hablar de la supremacía del Papa. «La Sanguinaria María» -coni fue calificada por sus adversarios-e- prosiguió su rigor pese a los consejos ¿ moderación que le prodigaban Carlos V y el Cardenal Pole, quien llegó ser, en el intervalo, Arzobispo de Canterbury. La sinceridad de su fe, su altu, de miras y la rectitud de su carácter no salvaron la memoria de la Reina Mari quien no comprendió ni las dificultades de su tiempo ni la psicología de 1 pueblo. Murió en 1558 y tuvo por sucesora a Isabel, hija de Enrique VIII y é Ana Bolena, campeona del anglicanismo con la misma tenaz energía qt Felipe II lo fue del catolicismo. El Papa Julio III había precedido a María al sepulcro tres años antes. F lleció el 23 de marzo de 1555, tras haber defraudado las esperanzas de. los qt le habían llamado al cargo supremo de Pastor de la Iglesia. MARCELO II (1555) El Cardenal Marcelo Cervini le sucedió el 9 de abril de 1555. Su elecció hizo renacer las más nobles esperanzas. Estaban justificadas, pues Marcelo I que había ocupado importantes cargos bajo Paulo III y en el Concilio e Trento, donde fue uno de los presidentes, tenía un pasado irreprochable y L más .exeelentes cualidades del espíritu. Al subir al Trono tuvo empeño en di a conocer al punto su decisión de mantenerse al margen de las luchas polític: y procurar la paz entre los Príncipes cristianos. «Aparecía a los ojos de tod: -escribe Ranke-- como el alma de esta reforma de la Iglesia de la que otn sólo eran los voceros.» Mas la muerte le arrebató prematuramente el 1 e mayo, después de tres semanas de Pontificado, en el momento en que prep raba una memoria sobre la reforma de la Iglesia. Su muerte consternó a s1 ·Íntimos, y los romanos le aplicaron los versos que escribiera Virgilio en Eneldo; I, 869-870, sobre otro Marcelo, sobrino y heredero de Augusto, desap recido a los dieciocho años: Ostendent terris hunc tantum fata, ne que ultra Esse sinent, (Sólo el destino le revelará a la Tierra y no le permitirá nada. más.) 32 lll¡ll s Sesión del Concilio de Tren to (1545-1563). Cuadro de la época de
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