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Historia de los Papas 2

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GASTON CASTELLA 
PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE FRIBURGO 
HISTORIA DE LOS PAPAS 
TOMO 11 
DESDE LA REFORMA CATÓLICA 
HASTA LEÓN XIII 
TRADUCCIÓN DEL FRANCtS 
POR 
VICTORIO PERAL DOMÍNGUEZ, Pbro. 
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ESP ASA-CALPE, S. A. 
MADRID 
1970 
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Título de la obra original: 
HISTOIRE DES PAPES 
publicada en idioma francés por Stauffacher-Verlag A. G. 
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ES PROPIEDAD 
Obra original: © Stauffacher-Verlag A. G., 1966 
Versión española: © Espasa-Calpe, S. A., 1970 
Printed in Spain 
Depósito legal: M. 10.369-1970 
11,11 
Nihil obstat. 
D. VICENTE SERRANO 
Madrid, 10 de diciembre de 1969 
Imprímase. 
DR. RICAIU)O BLANCO 
Vicario ~neral 
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Talleres tipográficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A. Ríos Rosas, 26. Madrid 
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CAPíTULO J 
LA REFORMA _CATÓLICA 
PAPEL DE ESPA~A 
La Iglesia Católica daría la prueba de su inagotable vitalidad. Bajo la di- 
rección de su jerarquía legítima realizó la reforma que necesitaba y se regeneró 
por sus propios medios. Su obra capital fue el Concilio General de Tremo 
(1545-1563). La fundación de diversas órdenes religiosas, especialmente la 
Compañía de Jesús, la reforma del clero por instigación de San Carlos Bo- 
rromeo, la política enérgica del Papa San Pío V, un nuevo impulso dado a la 
piedad por Santa Teresa de Jesús, un desarrollo extraordinario de las remotas 
misiones prepararon, secundaron y continuaron la obra del magno concilio 
reformador. 
La gran idea que animó la reforma católica fue la del cuerpo místico de 
Cristo, fuente antigua y siempre viva del cristianismo. Era familiar a los espa· 
ñoles que se pondrían a la cabeza de la civilización occidental. El Occidente 
los había apoyado, así como a los portugueses, bajo la dirección de los Papas 
en la época de las Cruzadas, para sacudir el yugo del Islam. Lograron su ob- 
jetivo a fines del siglo anterior, y ahora pagaban su deuda de reconocimiento 
al Occidente abriendo un mundo nuevo a la civilización cristiana. España y 
Portugal habían quebrantado el poderío marítimo y político de los árabes y 
afirmado su existencia nacional al mismo tiempo que su adhesión indefectible 
a la fe católica; catolicismo y nacionalidad no eran más que una sola cosa 
para ellos. 
A España, enriquecida con los tesoros de América, le estaba reservado de- 
volver a la Iglesia su antigua fuerza para luchar contra el protestantismo y 
asegurar su triunfo renovando los hombres por la antigua fe en pro de la cual 
había derramado su sangre durante siglos. El genio español se identificaba con 
el catolicismo. San Ignacio de Loyola y Santa Teresa eran españoles, y sus 
obras espirituales constituirían la más profunda refutación contra los innova- 
7 
dores religiosos. A diferencia de un Erasmo, más dispuesto a la crítica amarga 
de los abusos que pronto para colaborar en la reforma positiva de la Iglesia, 
los teólogos y místicos españoles trabajarían en transformar a los hombres 
alzándolos por encima de su condición humana mediante una lucha incesante 
contra sí mismos. Llevaron a la lucha por las almas idéntico espíritu guerrero 
que a la Reconquista (1) de su patria, análoga invencible energía que la de 
los conquistadores (2) que le dieron el Nuevo Mundo. Gracias a los teólogos es- 
pañoles, en gran parte, se reunió el Concilio de Trento, que realizó la reforma 
de la Iglesia «en la cabeza y en los miembros», que reclamaba desde hacía 
más de doscientos años la Cristiandad. 
Fue lenta y difícil. Los males eran inveterados; los intereses temporales del 
Papado se oponían las más de las veces a la obra de renovación; el Emperador 
seguía pretendiendo gobernar la Iglesia y los españoles Italia; y la autoridad y 
dignidad morales de algunos Papas no estuvieron: a la altura de su buena vo- 
luntad. Pero no por ello dejó de llevarse a cabo la reforma, porque los refor- 
madores se adelantaron, estrictamente :fieles al principio tradicional en cuya 
virtud los hombres han de ser transformadospor la religión y no la religión 
por, los _hombr~s. 
PONTIFICADO DE PAULO 111 (1534-1549) 
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La situacién de la Iglesia y dél mundo ~conio ya vimos- estaba muy agi- 
tada cuando Clemente VII bajó al sepulcro: El 11 dé octuhre·de 1534 sereunié 
elconclave que 'le designaría: sucesor. Contaba con treinta y'cinco Cardenales, de 
los cuales mio solo, Alejandro Farnesio, aún debía su promoción a Alejan- 
dro VI, y otro, Mateo Lang, a Julio II. Los demás recibieron la púrpura de los 
dos Papas M~dicis, León X· y Clemente VII.- Estaban· divididos en: partidos: 
español, italiano, francés e imperial; a: un grupito se le consideraba neutral. 
Por confesión de un purpurado imperial, sólo· era posible 'una personalidad 
neutral en aquellas circunstancias. Esta previsión quedó justificada: en la 
mañana del 13 ·de· octubre fue elegido Papa Alejandro Famesio, quien tomó 
el nombre de Paulo 111. · · · · · 
Pertenecía a una antigua: familia ~éono~ida por su adhesión a _ la causa 
ponríficia=-; de los Estados de IaTglesla, de origen lombardo, según unos; 
francés, según otros; cuyas posesiones se extendían por la región volcánica, 
célebre por sus viñedos, de Viterbo y Orvieto; al suroeste del mar de Tosc~na. 
En diferentes ocasiones el difunto Papa le había designado como a su más 
digno sucesor y~ por dos veces ya, en los conclaves de los que salieron León X y 
Adrian:o VI, había reunido muchos votos. De sesenta y siete años de edad, deli- 
cado de salud, el nuevo electo no tuvo un pasado irreprochable: había 'tenido 
(1) En español en el texto. (N. del T.) 
(2) Ihíd. 
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Enrique VIII, Rey de Inglaterra (1491-1547). Retrato ,1,, .l u nn l loll>1·i 11 .- 1 .1 .,,,·11. 
Galería Nacional. Ro111a 
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varios hijos ilegítimos antes de ser ordenado sacerdote en 1519. Pero se había 
reformado y enmendado, su piedad era sincera y ahora su digna actitud le 
valía ser considerado como · Papa en el que se convenía en fundar grandes 
esperanzas. Su elección fue acogida favorablemente en Roma así como en toda 
la Cristiandad. La prudencia y dominio de sí mismo, la reserva atenta y su 
lentitud calculada, la voluntad y energía eran las cualidades sobresalientes que 
dominaban su talante violento. Sabía escuchar y aceptar el consejo de sus 
íntimos; su política, aunque con la impronta de las tradiciones del Rena- 
cimiento, levantaría a la Iglesia de la postración en que la dejara Clemente VII. 
Sin ser un Papa reformador en el sentido pleno de la palabra -su corte con- 
servó el espíritu mundano del Renacimiento-, no· por ello dejó de favorecer 
y preparar la reforma católica. Su Pontificado puede considerarse como feliz 
transición haciaun nuevo y decisivo período de la historia del Papado, Ticiano, 
el gran pintor véneto, digno de ser colocado al lado de Leonardo de Vinci, 
Miguel Angel y Rafael, nos dejó tres retratos incomparables de Paulo III qué 
revelan' el .. alma ardiente que animaba un cuerpo·.· de frágil apariencia. 
•• •• ••• 1 ·' ••• 
LA OUESTióN [!EL CONCILIÓ {l) 
Paulo III; alin simple Cardenal,' no' había dejado de mostrarse ,f~vorab1e a 
la convocatoria del concilio,' y desde el principio de· su -Ptiñtifi~ado se 1tesolvió 
a tomar una decísíén sin esperar más. Se había roto a: 1á sazón la Úriidád·;, dé 
la Iglesia; se trataba de restaurarla, tarea 'difícfl, pero lóá'cci'ntempórárieds 
habían seguido creyendo en la posibilidad· ·de una recoiiciliifoión. Patilcf'III 
abrió el Sacro Colegio a Prelados "de fuste, · cohv~:ncidos como :él i de' la Óiieéesí'- 
dad de una acción pronta y enérgica/Entre· esta élite, 'en 'fa qué figu~liban 
Pedro Cataffa, el veneciano Gaspar Contarinl, adversario decidido 'de los: ah-ri- 
sos de la Curia; Rodolfo Pio de Carpí, Reginaldo Pole, Juan ·Moróne;'Obispó 
de Médena; Juan de Bellay, Obispó· de. París; Santiago Sadolet;: Jerónimo 
Aleandro y tantos otros, el Papaescogió una comisión encargada de la reforma 
de la Iglesia, que publicó su informe en Roma en 1538. 
Al mismo tiempo, desde 1535, enviaba a Alemania al Nuncio Vergerio para 
tratar con el Emperador y los Príncipes luteranos de la convocación de 1m 
concilio general al que serían invitados los protestantes. Vergerío, que se había 
entrevistado con Lutero en Wittemberg, triunfó, al parecer, en su misión, y 
por una bula de 1536 el Papa convocó el concilio en Mantua para Pentecostés 
del año siguiente. Los jefes del protestantismo se I'eunieron en Esmalcalda, 
en febrero de 1537 para' deliberar sobre el particular. A instancias de Lutero 
resolvieron no ir a· Maritua y aceptar solamente mi , concilio en territorio 
alemán: los «artículos de· Esmalcalda» fueron como un segundo símbolo Iute- 
(1) Trataremos aquí la cuestión en conjunto, desde la apertura hasta la clausura del Con- 
cilio de Trento, y volveremos a hablar en el capítulo siguiente sobre la política de los Papas. 
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rano, pero el Emperador no perdía la esperanza. Al no estar de acuerdo 
el Rey de Francia sobre la elección de la ciudad y al poner condiciones inacep- 
tables el Duque de Mantua, en 1538 el Papa escogió Vicenza como lugar de 
reunión. La reapertura de las hostilidades entre Francisco I y Carlos V le 
obligó una vez más a aplazar el concilio, pues consideraba necesario el acuerdo 
entre ambos Soberanos para garantizar su éxito. 
Paulo III no se desanimó y, a instancias del Emperador, reanudó las ne- 
gociaciones con los protestantes. Carlos V, que deseaba ante todo llegar a 
un acuerdo para disponer de la totalidad de las fuerzas alemanas, miraba 
el asunto desde un punto de vista exclusivamente político. Por su parte, 
el Papa envió a Alemania al legado Contarini, dispuesto a todas las conce- 
siones posibles. Las negociaciones se celebraron en Haguenau, luego en W orms 
(1540) y, finalmente, en Ratisbona (1541). Contarini no desesperaba de hallar 
una base de entendimiento gracias a las divergencias que separaban a las 
diversas confesiones protestantes. Cediendo en muchos puntos, logró se acep- 
tase, al menos durante algún tiempo y merced a una redacción bastante di- 
fusa, diversos artículos relativos al libre albedrío, al pecado original, a la 
justificación. Pero chocó con una oposición irreductible por parte de Calvino 
sobre la transustanciación y el primado del Papa. Pronto se dio cuenta Pau- 
lo ID de que las concesiones del legado colmaban la medida. Carlos V, en 
cambio, firmó las conclusiones de la Dieta, el lnterim de Ratisbona (1541), 
según el cual deberían atenerse a esos artículos hasta que un concilio nacional 
o general o una nueva Dieta hubiesen tomado una decisión definitiva. Llegó 
incluso a autorizar a los Príncipes protestantes a que reformasen o supri- 
miesen los conventos situados en sus territorios. Lutero rechazó el lnterim, 
lo cual benefició a los católicos, libres así de un arreglo que no les satisfacía. 
Entonces el Papa volvió al proyecto del concilio universal y, por una bula 
del 22 de mayo de 1542, le convocó en la ciudad de Trento para el 1 de no- 
viembre del mismo año. Esta ciudad, situada junto al Adigio, en el Tirol 
italiano, la gobernaba un Príncipe-Obispo de acuerdo con el Rey Fernando, 
hermano del Emperador, en calidad de Conde del Tirol. Era fácilmente acce- 
sible a italianos, alemanes y franceses y podía pasar por territorio alemán 
en razón de la jurisdicción de Fernando. Pero la guerra entre las Casas de 
Francia y Austria y la mala voluntad de ambos Príncipes, de la que el Papa 
tenía razón para quejarse, retrasaron una vez más la inauguración del conci- 
lio. En septiembre de 1544, por fin, tras la paz de Crespy, el Emperador, 
libre respecto a Francia e inquieto por los progresos de la Liga de Esmal- 
calda, volvió a su primitiva idea y ya no se opuso a los deseos del Papa. 
Francisco I, si bien de mala gana, dio también su consentimiento. El Concilio 
de Trento se convocó, pues, de nuevo por la bula Laetore Jerusalem del 19 de 
noviembre de 1544 para inaugurarse el 15 de mayo. 
10 
PRIMERAS SESIONES EN TRENTO (1545-1547) 
Jiubo más aplazamientos. Carlos V, obsesionado con la idea de llevar a 
1 P
rotestantes al concilio o, por lo menos, de inducirlos a reconocer su auto- os ' 
idad, hizo que su hermano Fernando los invitase. Sus jefes declinaron la 
;nvitación y, para justificar su negativa, Lutero escribió un libelo --Contra 
el Papado fundado en Roma por el diablo--, de una grosería tan nausea- 
bunda, que algunos contemporáneos creyeron que se había vuelto loco. Fue 
d último escrito de Lutero, quien murió al año siguiente. Melanchton intentó 
demostrar que el Papa no tenía derecho a convocar los concilios, que el de 
Trento no era un concilio general, por estar excluidos de él los seglares, y que, 
por otra parte, no se podía esperar nada bueno de los Obispos reunidos en 
.él «porque entendían tan poco de la doctrina de Cristo como los burros que 
les servían de montura». Pese a estas amabilidades, el Emperador hizo nuevas 
tentativas en W orms y en Ratisbona, lo que ofrecía el inconveniente de igno- 
rar la autoridad de la asamblea de Trento, mas resultaron infructuosas. Luego 
le llegó el turno de no asistencia al Rey de Francia, por sentirse ofendido a 
,causa de las dilaciones del Emperador. 
Después de nuevas negociaciones, se inauguró el concilio, por fin, el 13 de 
diciembre de 1545, en presencia de cuatro Cardenales, cuatro Arzobispo~ 
veintidós Obispos, cinco Generales de órdenes religiosas, tres Abades y treinta 
y cinco teólogos. Paulo III había ordenado seguir adelante, fuese cual fuese 
el número de los asistentes, y que se iniciasen las tareas. No fue personal- 
mente a presidir el concilio, y sus dos sucesores le imitarían. Pero escogió 
como legados, para que actuasen en su lugar, a los Cardenales Juan Ma- 
ria del Monte, futuro Julio III; Marcelo Cervini, futuro Marcelo II; y Re- 
ginaldo Pole, desterrado de Inglaterra, su patria, por su independencia. 
La Teología escolástica estaba representada por los hombres más eminentes 
de todas las órdenes: la Compañía de Jesús por Salmerón, uno de los primeros 
compañeros de San Ignacio; Claudio le Jay, procurador del Arzobispo de 
Augsburgo; Laínez, futuro General de los jesuitas; los dominicos por Do- 
mingo Soto, su Vicario general; Melchor Cano, Profesor de la Universidad 
de Alcalá; Ambrosio Catarino, tan piadoso como sabio; los franciscanos por 
Luis Carvajal, Andrés Vega, Profesor de la Universidad de Salamanca; Ber- 
nardino de Asti, General de los· capuchinos; Cornelio Musso, Obispo de 
Bitonto. 
La primera medida de los Padres consistió en fijar el orden de sus tareas. 
Carlos V, siempre preocupado por unir a sus súbditos disidentes, deseaba se 
comenzase por las cuestiones de reforma, propias para agradarles, evitando 
las cuestiones dogmáticas que podían irritarlos. El Papa, por el contrario, 
deseaba que se definiesen primero los dogmas antes de pasar a las cuestiones 
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de reforma. Los Padres escogieron un término medio, decidiendo que se dis- 
cutirían paralelamente ambos órdenes de cuestiones, de suerte que se pudiese 
dictar en cada sesión un decreto doctrinal y otro disciplinario. Primero se 
estudiarían las materias por congregaciones (comisiones) particulares de ca- 
nonistas y teólogos, luego por congregaciones generales de Obispos, quienes 
redactarían los decretos votados, no por naciones, como en el Concilio de 
Constanza, sino individualmente; y, por último, sancionarían y promulgarían 
los decretos en sesiones solemnes; las definiciones de los dogmas se efectuarían 
por unanimidad. Sólo los delegados · del Papa tendrían derecho a llevar la 
iniciativa y a presidir las sesiones. Los Generales de órdenes religiosas y los 
Abades de monasterios poseerían voto deliberativo, pero no sus procuradores. 
Como se tomaron estos acuerdosen las tres primeras sesiones, la cuarta, inau- 
gurada el 8 de abril de 1546, abordó los grandes debates dogmáticos . 
Pese a la advertencia del Emperador, el concilio la emprendió con la hase 
del protestantismo fijando las fuentes de la Revelación y las reglas interpre- 
tativas de las Escrituras, proclamando la autoridad de la Tradición. En las 
sesiones V, VI y VII se · expuso, tras acalorados debates -que' ~dispusieron 
una vez más al Emperador-e- la 'doctrina sobre él pecado original, la justifi- 
cación, - los sacramentos en general y· Ios del · bautismo y confirmación· en 
particular. Decretos de reforma, publicados paralelamente; reglamentaron- la 
enseñanza de la Teología y de la predicación, impusieron Ia' residencia a los 
eclesiásticos, prohihieron la pluralidad de beneficios incompatibles 'y regula- 
ron la visita de las iglesias, así como otros puntos disciplinarios. · 
. TRASLADO DEL CONCILIO A BOLONIA -(1547) 
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Así se llegó al 3 de marzo dé 1547, cuandó eurgierenvnuevas dificultades 
entre el Papa y el Emperador. Paulo III inquieto, corrrazón, por las preten- 
siones de Carlos V, que, al parecer, quería dirigir solo al clero alemán, pen- 
saha en trasladar el concilio a una ciudad italiana. La épidem'ia que apareció 
repentinamente en Trento en la primavera de 1547 le hrind6 lit: oportunidad; 
El concilio, invitado a ir a Bolonia, consintió en su-gran.mayoría. El Empe- 
rador, que creía perder la ocasión de atraer a sus súbditos \lisidentes, intimó 
la orden a los Obispos españoles e imperiales para que permaneciesen en 
Trento. Puso en juego toda su influencia para impedir se· publicasen nuevos 
decretos en Bolonia, donde se había inaugurado la sesión VIII. La victoria 
de Carlos V en Mühlherg sobre los Príncipes protestantes (24 de abril) au- 
mentó su influencia y el Papa, para contentarle, le ofreció trasladar el concilio 
a Ferrara, cuyo Duque era vasallo del Imperio para la ciudad de Módena. El 
Emperador se obstinó en que se reintegrase el concilio a Trente, se volvió 
amenazador y, el 15 de mayo de 1548, otorgó a los protestantes el Ínterim 
de Augsburgo, en el que mediante su autoridad privada zanjaba las cuestio- 
12 
es dogmáticéls autor'izando la. comunión bajo las dos especies y Ia abolición 
:el celib.ato eclesiástico. E'ste acto sólo 'aumentó el desord~il;"Y el Papa, esti- 
Jllando con los Padr~s que'. no había ,de su~ord~arse fa solución de los asuntos 
religiqsos a las co~1d~m1c1ones de la. polírica, dio orden al legado Del Monte 
para disolver el concilio el .17 de septíemhre de. l549. 
REANUDACióN DEL CONCILIO EN TRENTO (1551). 
. . . SUSP~NS!ÓZV DE 15.52 A 1562 . 
Pau,lo HI falleció dos meses ~á~ .tarde, el 10 de ~ovieµihre de 1549, y el 
conqfave, setenta y dos días después, le, dio como . sucesor al Cardenal Del 
Monte, quien tomé el nombre de Ji,li,o ,111 el 8 de febrero de 1550 .. No es- 
taba atado ni al Imperio .ni a Francia, y muy pronto inició negociaciones 
con Carlos,V y. Enrique II~ sucesor ~e Francisco I, muertoen 1547, quienes 
se mostraron .favorables .al . pr,oyecto de llevar el concilio a. Trento. Carlos V 
hizo una nueva .tentativa élIJ,t,eJ~s protestantes enIa Dieta de Augshurgo (ju- 
lio de 1550) par;i invit¡irles a reconocer el concilfo, Éstos exigieron que se 
adm{tiese 'en ef.~~:t1cilio !:l sus teólogos .con ,voto deliberativo, ,Era evidente 
que ningún cpi:i:c~l~o atraería a .Ios di~identes .a la unidad, .Carlos Y se resignó, 
, aunque. fo.~istió e11: .que el, c_oIJ,c,ilt? · se ceteJtrase en Tren to;. Julio, III le. convocó 
para, el, Lde m~yc:,¡,d~:,~5~,t .. .. .. .. .,,,; .. . .. .. . . . . . 
. .Los .Padree ~e ,haAí¡in reuni,do cuando ,el ~ey- dt'l Francia, a ,punto de iniciar 
Ia Iueha contra el Papa r'Y:-~l ]~lllpe,raclo:,;;a, propósito del auc_ad.p cl{l Parma, se 
opuso al~ elección: ilf '.frento,. ~:11rique,}I notificó su protesta por medio ele 
J aoques A,my9t,, ,Ab~d, de .l;Jell°'~¡ui.e, célebre traductor de Plutarco; : Juego 
prohibió ª' los o~~SJ?,08 f:rru,ices,es ir. ·ª, Tren to y llamó a los .que_ se encontraban 
.allí. El Papa, nmy .afeetado ,,por .. tal m,edid,a,. temió que. ,el Rey Crisríanísímo 
quis~ese p:i,:<>VO<:ar' un .• cisma; .E] ]ley.Je. ;tranqajlizó .: y trató, 4e explicar s_u, acti- 
tud .declar1111do,que Francia, al estar «limpia de herejía», no necesitaba.con- 
cilio,.: La v~rdaá era .qtie P~isaha .en '111iarse· contra el Emperador c,io:.i l~~ Prín- 
cipes 'protestantes de Ale~a,~~ r~é~, .«iue, perseguía. a .SUS corr~ligiona,rios_._e:n 
su reino- y que, al procurar entorpecer el concilio, estaba seguro de agra- 
darles. Se celebró la alianza en 1552 por el tratado de Chambord-Friedwald, 
cuya cláusula esencial estaba, redactada . en estos téi-m;ill()s: «Se ha conside- 
rado justo que el Rey de Francia tome posesión lo antes posible de las ciu- 
'dades que desde sie:mpr.e pertenecieron al, Imperio, l:\up.que fa lengua alemana 
no _se,bable, es decir; .Toul enLorena, Metz y Verdun.» 
Pese a la defección 'francesa, -el concilio .siguié su curso. La .sesión- XII_I 
del 11 de ,feJnero de 1551 promulgó. un decreto de reforma sobre la juris- 
dicción de los' Obispos ·Y del Papa y un decreto · dogmático sobre el sacramento 
.de l!l..::eucaristia, Se reservó la cuestión de, la comunión bajo las dos-espe- 
cíes, .,puta: algunos Príncipes protestantes, habiendo cambiado de. opinión, 
. 1.3 
pidieron que se oyese a sus teólogos sobre dicho punto. Se les invitó a que 
se personasen en Trento el 25 de enero de 1552. Mientras se esperaba su lle- 
gada, el 25 de noviembre de 1551, la sesión XIV promulgó decretos sobre los 
sacramentos de la penitencia y de la extremaunción y un decreto sobre la 
promoción a las órdenes sagradas y colación de beneficios. 
El 25 de enero de 1552 no se presentaron los protestantes. Se les envió 
otro salvoconducto y se aplazó el concilio hasta el 19 · de marzo. Cierto nú- 
mero de sus delegados, cediendo a instancias del Emperador, terminaron 
por presentarse. Carlos V tuvo que reconocer su decepción al ver las muchas 
exigencias que traían a Trento. Efectivamente, pedían nada menos que se 
pusiesen en tela de juicio otra vez . la mayoría de los- decretos promulgados, 
que el Papa no presidiese el concilio ni por sí ni por sus delegados, y las deci- 
siones se tomasen únicamente conforme a la interpretación racional de la 
Biblia. Las conversaciones proseguían cuando estalló la guerra entre los Prín- 
cipes protestantes y el Emperador, abandonado por su mejor General: Mau- 
ricio de Sajonia. Al dirigirse las tropas de esté último hacia Trento, los padres 
se separaron declarando suspendido el concilio durante dos años. 
Diversos acontecimientos retrasarían diez años su reanudación: la incon- 
sistente política de Julio 111, luego su muerte el 23 de marzo de 1555; el breve 
Pontificado de su sucesor Marcelo 11 (Marcelo Cervini) que sólo reinó vein- 
tidós días, y el advenimiento de Paulo IV (Juan Pedro Caraffa). Este Pontí- 
fice, que reinó de 1555 a 1559, cometió la imprudencia de indisponerse con 
los españoles; de aquí resultó una guerra y, restablecida la paz, el Papa se 
ocupó preferentemente de reformar la corte pontificia. Los progresos políticos 
de los protestantes y, en consecuencia, las concesiones exigidas en favor suyo 
por el Emperador y el Rey de Francia retrasaron más la reapertura del con- 
cilio. Los Príncipes ya no hablaban más que de concilios nacionales, de con· 
ferencias particulares -se preparaba en Francia la de Poissy- o entendían 
el concilio universal en el sentido protestante de la palabra. Estaba reser- 
vado a Pío IV (1559-1565), secundado eficazmente por su legado Morone y 
por su sobrino, el joven Cardenal Carlos Borromeo, yerdadero inspirador del 
Papa, llevar a buen término la reforma católica. 
al 
REANUDACióN Y FIN DEL CONCILIO 
Pío IV publicó el 29 de noviembre de 1560 una bula convocatoria del 
concilio. Tras negociaciones con el Emperador Femando 1, sucesor de Car- 
los V -muerto en 1558-, elRey de España Felipe II y Catalina de Médicis, 
Regente de Francia, el concilio se reanudó en Trento el 18 de enero de 1562 
con la sesión XVII. En Francia comenzarían las guerras de religión, que du- 
raron veinte años, y el reino ayer hostil al concilio ahora contaba con él para 
salir de la crisis religiosa en que se debatía y desgastaba la autoridad real. Se 
14 
d seaba normalizar las relaciones entre el clero y la Santa Sede, lo mismo 
.e e con el Imperio, España y los Países Bajos. Ahora el concilio interesaba 
qutodas las naciones, pero si esto era una coyuntura favorable, con todo pre- 
\giaba posibles conflictos entre las potencias. 
8 Una vez restablecido el acuerdo entre Francia y España sobre la cuestión 
de saber si el concilio era la continuación del precedente, pudieron entregarse 
a la tarea. Dos importantes sesiones -la XIX y la XXII- puntualizaron la 
doctrina sobre la comunión bajo las dos especies y el sacrificio de la misa y, 
en el orden disciplinario, la organización de las parroquias, disposiciones tes- 
tamentarias y otras cuestiones. La sesión XXIII fijada para el 12 de noviem- 
bre de 1562 se ocuparía del sacramento del orden. Pero la cuestión de la 
institución de los Obispos y de la superioridad de los concilios generales so- 
bre el Papa provocó tan vivas discusiones, que hubo de esperarse hasta el 
mes de julio de 1563 para tratar del sacramento del orden y diversos puntos 
de reforma; otro decreto instituyó los seminarios para la formación del clero. 
La sesión XXIV publicó decretos sobre el sacramento del matrimonio. Un 
mes más tarde, a principios de diciembre, se trató desde el punto de vista 
de la fe, del purgatorio e indulgencias, y desde el punto de vista de la re- 
forma, de la disciplina de los monasterios. Era la sesión XXV y última. El 
4 de diciembre de 1563, el legado Morone pudo declarar clausurado el concilio 
en presencia de doscientos cincuenta y cinco Padres. 
El Papa Pío IV confirmó las actas por la bula Benedictus Deus del 26 de 
enero de 1564 y mandó redactar el mismo año una profesión de fe -pro/ essio 
fidei tridentina- que deben jurar los Obispos y los Profeso res antes de 
desempeñar sus cargos. Así terminaba el concilio que, con dos interrupciones, 
había durado dieciocho años y, en expresión del historiador protestante Leo- 
poldo Ranke, «agitado por tantas tempestades terminaba en la ~oncordia 
universal». 
De esta breve exposición de los trabajos del concilio recordaremos que 
los decretos de Trento deben dividirse en dos categorías diferentes: unos, lla- 
mados con frecuencia cánones, miran al dogma; otros, decretos de re/ orma 
( decreta de reformatione) establecen normas de disciplina. Corresponden, pues, 
al doble objetivo que se propuso el concilio: extirpar las herejías y reformar 
las costumbres. Se imponían a la obediencia de toda la Cristiandad, ya que 
el concilio ecuménico tenía competencia universal, pero no con la misma 
sanción. Los cánones relativos al dogma, parte inmutable de la religión, 
comprometían la fe y siempre comportaban como sanción el anatema: quien 
se negase a someterse a ellos dejaba de ser católico y se hacía hereje. Los 
decretos relativos a la disciplina, variable según los tiempos y lugares, rara 
vez eran sancionados con el anatema; a quien se negase a aceptarlos, se le 
podía considerar como temerario, rebelde e incluso cismático, pero no se 
convertía por ese mero hecho en hereje. Esta distinción es capital desde el 
punto de vista histórico cuando se quiere apreciar la actitud de ciertos Estados 
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católicos ante el concilio, respecto a lo . que se llama la· aceptación de los 
decretos del Concilio de T~ento (1 ). 
Por el Jado 4e -Ios Príncipes y Estados protestantes no había, evidente- 
mente, ninguna probabilidad de éxito. No habrían podido aceptar los decre- 
tos del concilio sin. convertirse de nuevo en católicos .. En cuanto a los Estados 
y Príncipes católicos, su, actitud fue diversa. El Papa pidió a todos aceptar los 
decretos, es decir, d¡¡;tles el 'carácter de Ieyes del Estado, lo cual era conforme 
al Derecho público de la época. Sin poder entrar aquí· en detalles, nos limi- 
taremos a recordar que, si unos como Venecia, los principales Estados de 
Italia, Polonia, . Portugal, · Ios .Estados católicos alemanes los aceptaron sin 
restricciones, otros hicieron distinciones. En España el Rey Felipe Il, campeón 
de. Ia ortodoxia, · Ios . promulgó, manteniendo «las preeminencias de la Coro- 
na» y, _como en Francia, se distinguió a veces entre .Ios cánones de fe y los 
decretos de reforma. Se vio. reaparecer la oposición entre el clero y los juristas 
del Réy; Sin duda; el galicanismo no había pronunciado su última palabra, y 
veremos .máa adelante cómo la Santa. Sede tuvo que afirmar enérgicamente 
sus .. derechos y 11upo mantenerles en su integridad frente a una monarquía 
cada ve~ más .ahsoluta, En, conjunto, y .a:-me~ida que la doctrina 'se afianzaba, 
,el clerq llevó la~ de glQl~r en su sumisión a Roma. 
: .De todos los. concilios ecuménicos el. de Trento fue el que tuvo fas más 
transcendentales consecuencias. Al dilucidar y definir .Ios dogmas discutidos, 
estreché: 111._¡µnió,;i. deJps:católicos y concentré sus energías. De vaquí resultó, 
.en _ la mayoría deIoe •· paÍ!\es de Europa, una .verdadera reforma . católica que 
no íue, en, modo alguno, una Contrarréf orm(J,¡ como algunos se complacen en 
Ilamarla, . síno W( verdadero renacimiento . eclesiástico, que se manifesté en 
diversas formas. con l¡i Cl'.~ación de nuevas :u;istituoio.µe~ destinadas a mantener 
.la «l.isqipJ,ina establecida, la rege11e;r11,,ción 4~ antiguas : Ordenes .religioeas, la 
fundación de órdenes nuevas y una considerable expansión de las. misiones 
.extranjeras.' ., .. : t. . , , 
·· . La .~dad M~dia· h;ibía_..seguidp sin desviarse notablemente .la línea de su 
evolución -lógic11. No fueIntermmpida, menos todavía destruida por la revo- 
Jució~ -:rel!giosa del. siglo xvr. 'Continué coJJ10 un gran río. que recibe .. afluentes, 
.sin . perder µ¡tda del caudal originario más. remoto. El Concilio de Trento si- 
,gµe .la qescenclencia natural y Iegítima i:de. Ios concilíos • que .. le . precedieron, 
:Los ~eóJogo!! predominantes en él habían nacido, y fueron formados antes de 
fa :R{'lfqriqa protestante. Estaban perfectamente -imbuidos de: la Edad Media, 
sin ~er ajenosa! movimiento .de su época. No quisieron cambiar la religión 
.en lo m11,s mínimo; _no hubo religión hueva, tridentína .. EtConcilio de Trento 
_n,o hizo más que codificar dogmas desde hacía: 'mucho tiempo fijados y, sobre 
todo, realizó. una reforma disciplinaria. Más. exactamente: generalizó una 
reforma ya iniciada e~ va):'ios lugares Y. casi concluida en algunos •. No hubo 
, ,· \(-1) :· Según Émile Chénon en' Histoire _générale :de Lavisse y Rambaud, t. V, págs; 14 y sigs. 
San Ignacio de Loyola, fundador de la Orden de los Jesuitas (1491-1556). Escultura en madera 
de J. M. Montañés, siglo XVI. Iglesia de la Universidad. Sevilla 
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~~~J.~-- :_,.·: ~: :""' -. .. 
Lugar de la sesron del Concilio de Trento (1545-1563), interrumpido dos veces, 
trasladado otra a Bolonia. Según un grabado italiano 
Una de las últimas sesiones del Concilio de Trento en 1563. Grabado de la época 
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:1 
Julio III (1550-1555) 
Paulo IV (1555-1559) 
Paulo III (1534-1549) 
Marcelo 11 (1555) 
Pío IV (1559-1565) 
Medallas de los Papas, de la colección vaticana 
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Julio III 
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(1550-1555). Estatua ele bronce ele su sepulcro por V. Dan ti (1555), en Perusa 
ruptura entre la Edad Media y· la época del concilio. Tampoco la hubo en la 
onstante línea de la histoda del catolicismo, sino un derrumbamiento lateral 
e consecuencia de una pavorosa tempestad, pero en definitiva periférica, ale- 
jada del centro propiamente dicho de la Cristiandad. 
ESPAÑA YLA REFORMA CATóLICA 
Tal vez no se haya considerado suficientemente que, mientras la fe tradi- 
cional cristiana perdía terreno en Europa, lograba inmensas conquistas en 
regiones nuevas y se hacía así más católica, es decir, más universal: ambos 
términos son sinónimos. Estas conquistas comenzaron · antes de la revolución 
religiosa; implicaban una vitalidad que hasta para poner en duda la preten- 
dida decadencia radical del medievo, si bien indican una desviación de los 
centros de actividad e influencia en la Iglesia que invita al historiador a mo- 
dificar su concepción habitual sobre la Europa del siglo XVI y el curso de la 
Historia. 
Efectivamente, sería inexacto imaginar que Alemania, que ocupó un lugar 
tan grande en Europa .a consecuencia de diversas circunstancias, relativa- 
mente recientes, siempre estuvo históricamente en el centro de la Europa 
cristiana y, en todo tiempo, fue uno de los países rectores del movimiento 
europeo; En el siglo XVI Alemania carece de esta posición e importancia. Con 
Carlos V, Rey de España antes de ser Emperador, estuvo casi a punto de ser 
una dependencia española. La gran nación europea, en ese momento, no era 
Alemania, dividida e impotente, que un siglo después, cuando la guerra de 
los Treinta Años, será casi aniquilada por las consecuencias de la revolución 
religiosa que había engendrado. 
La gran nación europea es España, a la que hemos de asociar Portugal. 
En la Península Ibérica continuó imperturbablemente el medievo en todos 
los terrenos: el medievo de las Cruzadas, de la Teología, de las órdenes reli- 
giosas, de la investigación intelectual, de las grandes aspiraciones y de las 
grandes aventuras, los sueños gigantescos y las empresas heroicas, la actividad 
misionera de la Iglesia. Y se incurre en un error de perspectiva al colocar 
la Sajonia de los electores, en la que estalló la revolución religiosa, en el 
centro de la Iglesia, cuando estaba en la periferia, así como la fecha de naci- 
miento del protestantismo anterior al nacimiento de los tiempos modernos, 
siendo más tardía. El Emperador, que en alguna medida carecía ya de poder 
efectivo en· Alemania, obtenía todo su poder real de sus territorios heredita- 
rios. En tiempos de Lutero eran España y los territorios dependientes: los 
ricos Países Bajos, el Franco Condado, el reino de N ápoles, el Milanesado, 
Austria y el Nuevo Mundo, que inauguraba sus destinos. Como español se 
sentía y hablaba en la Dieta de W orms, tras oír a Lutero, cuando se negó 
a doblegar ante el fraile sajón rebelde la fe, la teología y la gloria de 
España, su país de origen. La España de Carlos V, pese a las debilidades del 
HISTORIA DE LOS PAPAS, T. II. -2 17 
Emperador, en lucha con las dificultades de su política alemana, dio la Com, 
pañía de Jesús y los sabios teólogos del Concilio de Trento y los actores de la 
reforma católica efectuada, en última instancia, conforme a la tradición me- 
dieval, nunca interrumpida, pero revivificada en la ardiente península (1). 
· EL RENACIMIENTO DE LA IGLESIA: OBRAS Y HOMBRES 
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En su visión de conjunto, una de las más notables que se hayan dado sobre 
el régimen católico después del Concilio de Tren to, Ranke escribió: «Cuando 
una potencia imprime un movimiento al mundo y esta potencia personifica 
en sí misma por excelencia el principio de ese movimiento, toma forzosa- 
mente una parte tan activa en todos los negocios del siglo, se implica en sus 
relaciones tan animadas e íntimas con todas las fuerzas de los otros pueblos, 
que su propia historia se convierte en cierto sentido en la historia · univer- 
sal de la época. Ésta fue la misión a la que se llamó al Papado después 
del Concilio de Trento. Sacudido en su .constitución interna, sin embargo, 
supo mantenerse y renovarse ... Roma apareció de nuevo como una potencia 
conquistadora, forjó proyectos de propagación, inició la ejecución de vastas 
empresas semejantes a las que bajaban de lo alto de las Siete Colinas en la 
Antigüedad y en el medievo» (2). 
Si sólo mirásemos las cosas por fuera, la situación de la Iglesia al otro día 
del Concilio de Trento se presentaba extremadamente crítica. El protestan- 
tismo, sin duda bajo diferentes formas -lo que sería su debilidad-, había 
conquistado gran parte de Europa, y más adelante veremos a costa de cuántas 
luchas reconquistó el catolicismo regiones que creyera perdidas. Pero Ranke 
sigue afirmando con su lealtad habitual: «Los Papas habían logrado en el con- 
cilio aumentar su autoridad, que otros se habían propuesto disminuir, y obtener 
una influencia más extensa sobre las iglesias nacionales. Fuerte por sí mismo, 
poderoso por la autoridad moral de sus partidarios, por la comunidad y uni- 
dad de creencia que los unía a todos, el Papado podía pasar de la defensiva 
a que se había visto obligado a resignarse a una ofensiva activa y enérgica.» 
Se había sentido animado a ello por la situación interna del protestan- 
tismo que, pese a sus triunfos externos, se desintegraba por la acción de sectas 
contrarias y, con frecuencia, violentamente enemigas. La autoridad de los. 
Príncipes no tardaría en volverse favorable a la Iglesia Católica. Alemania 
(1) Estas conclusiones se deducen de la obra del gran historiador, que fue nuestro 
maestro, Gustavo Schnürer, cuya traducción francesa: L'Église et la civilisation au moyen 
age, hemos efectuado y hemos citado con frecuencia en nuestra obra. Un historiador francés, 
M. L. Cristiani, sacó de ella un notable articulo aparecido en el Ami du Clergé (Langres, 
número del 12 de febrero de 1931) en el que da cuenta del excelente estudio del profesor 
W. Oehl, de la Universidad de Fríburgo, aparecido en la Schonere Zukunjt, el 21 de diciem- 
bre de 1930 y el 1 de enero de 1931. Estas páginas se han inspirado en él. 
(2) Histoire de la papauté pendant les 16e et l7e siecles, t. 11, págs. 130 y aigs. 
18 
del Sur y Austria serían reconquistadas para la fe romana, mientras la vitalidad 
de · ésta se manifestaba al mismo tiempo en Francia, en Inglaterra incluso, 
los Países Bajos y en Suiza. Estaba reservado a Pío V, a Gregorio XIII, a 
;:to V, a Urbano VIII presidir la contraofensiva católica, designada impro- 
iamente con la palabra abreviada de Contrarreforma, .que fue la reconquista 
~e gran parte del terreno perdido y de su reorganización según las normas 
stablecidas en el Concilio de Trento. 
e Pero antes de servirse de las circunstancias políticas, de provocarlas o de 
fomentar su desarrollo, la Iglesia, aceptando la ayuda de los poderes seculares, 
sin dejar de mantenerlos dentro de los límites de su competencia, organizó 
dos grandes instituciones para defender a sus fieles: la Inquisición y el indice. 
y a vimos en el primer volumen de esta obra cómo fue inducida la Iglesia a 
organizar la búsqueda (inquisitio) y castigo de los herejes. En 1184 Lucio 111 
había organizado la inquisición episcopal; Inocencio 111, en 1198, la inquisi- 
ción legatina confiada a los cistercienses; en el transcurso de los siglos, Papas 
como Sixto IV e Inocencio VIII habían precisado las normas del proceso y la 
tarea de los inquisidores. El 21 de julio de 1542, Paulo 111, por la bula Licet ab 
initio, centralizó los diversos tribunales particulares de inquisición episcopal y 
monástica y estableció un tribunal supremo de inquisición para toda la Iglesia: 
la 1 nquisición Romana. 
Su competencia se extendía a todos, Obispos y Cardenales, así como a los 
simples fieles, y bajo el Pontificado de Paulo IV se vio a los Cardenales Mo- 
rone y Pole comparecer ante este tribunal, pese a sus brillantes servicios. 
Pío V fijó en ocho el número de los Cardenales inquisidores, a quienes 
confirió poderes muy amplios. Sixto V, por su Constitución Inmensa aeterni 
Dei -22 de enero de 1587- reorganizó la Curia Romana, fijó hasta setenta 
el número de los Cardenales, instituyó quince congregaciones de Cardenales, 
entre las que distribuyó todos los asuntos del gobierno eclesiástico, e hizo 
de la congregaciónuniversal de la Inquisición, el Santo Oficio, la primera 
de ellas. Entendería en las causas relativas a la fe, desde la herejía hasta el 
abuso de los sacramentos, y su jurisdicción se extendía a todos los países 
de religión católica. 
El procedimiento del tribunal de la Inquisición Romana se distinguía de 
la encuesta ordinaria: 1.0, en que los hechos invocados por la acusación 
se comunicarían al acusado, aunque omitiendo los nombres de los deponentes; 
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acusado, en vez del juramento ordinario, la abjuración de la herejía; 3.0, en 
que la encuesta por causa de herejía acarreaba las más graves penas, en 
particular, la degradación y entrega al Poder secular: 4.0, en que podía 
emplearse (1) el tormento, prohibido en los tribunales eclesiásticos ordinarios. 
Así, la Iglesia, olvidando sus tradiciones de tolerancia original, copiaba 
de la legislación civil usos que denotaban la barbarie de otras épocas. En el 
(1) Mourret, Histoire de l'Église, t. V, pág. 512. 
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siglo IX, por el contrario, el Papa San Nicolás I había. escrito: «La confesión 
de un hombre acusado de un crimen debe ser libre. Es una injusticia some- 
terle al tormento, que sólo engendra una confesión Ioreada e incluso obliga a 
un desgraciado inocente a declararse culpable. Ninguna ley divina ni humana 
puede justificar semejante práctica.» Mas para . comprender este recrudeci- 
miento de rigor y de crueldad, hay que remontarse a la época que la provocó. 
Se habían exacerbado los odios religiosos y políticos en la lucha que duraría 
mucho tiempo todavía; las costumbres y el Derecho contemporáneo admitían el 
recurso al brazo secular, tan contrario a nuestras ideas modernas, y la noción, 
de tolerancia, a la que nos aferramos tan fuertemente, era a la sazón ajena a 
los protestantes tanto como a los católicos, pues los dos bandos se creían en 
posesión de la verdad. El ejemplo de la Inquisición española tampoco dejó 
de ejercer influencia. Instituida por Fernando e Isabel -1481- para unificar 
el país, cuya Reconquista aún no estaba terminada, al atraer a la. Iglesia o 
expulsar de ella a moros y judíos, se había propuesto, antes_ de la Reforma, 
buscar y castigar a los pseudoconversos procedentes ya del Islam (moriscos), 
ya del judaísmo (marranos). Reorganizada a finales del reinado de Carlos V, 
utilizada sin descanso por Felipe II, su hijo, adquirió una triste celebridad 
por el excesivo rigor de sus procesos y la crueldad de sus suplicios. «Ver- 
daderamente tenemos corazones de verdugos», escribía en 1522 el generoso 
Luis Vives, el humanista español que protestaba como cristiano contra los 
suplicios infligidos a los brujos. Era exacto, y hace estremecer el relato de las 
ejecuciones así como de las atrocidades perpetradas por ambos bandos en el 
transcurso de las luchas religiosas. Para comprender mediante un símil el 
empleo de tales medios, hemos de considerar que la creencia religiosa lograba 
entonces, si no la unanimidad absoluta, al menos la unanimidad moral compro· 
bada en la sociedad europea de ayer frente a las ideas inspiradoras de las 
instituciones fundamentales como la familia y la patria. La Iglesia y el Estado, 
en el siglo XVI, ya fuesen católicos o protestantes, al perseguir a los disidentes 
e inconformistas, querían asegurar el triunfo de una fe que respondía por 
completo a la conciencia colectiva de la nación y representaba la base pri- 
mordial de la civilización. 
La Iglesia se preocupaba al mismo tiempo. por condenar los libros heré- 
ticos. Lo había hecho desde sus orígenes, y la invención de la imprenta hizo 
más difícil su tarea. Alejandro VI redactó la célebre constitución Intet 
multiplices del 1 de junio de 1501, que León X hizo extensiva a toda. 12 
Iglesia. Bajo el Pontificado de Paulo III apareció -1543~ el primer In. 
dice. Paulo IV mandó publicar en 1559 la primera lista oficial de Iibror 
prohibidos. El Concilio de Trento, el 26 de febrero de 1562, instituyó uns 
comisión encargada de confeccionar un catálogo de libros prohibidos y pre 
parar la redacción de las normas generales relativas al índice; Pío 1' 
publicó dicho informe . en 1564. Siete años más tarde Pío V instituyó un. 
congregación del Índice, cuyas normas estuvieron vigentes hasta fa- consti 
tución Officiorum de León XIII -fecha del 22 de, enero de.1897-,-,- que, la 
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. tó' a las. necesidades de la época contemporánea. Un crítico literario 
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del siglo XIX, Francisco Sarcey, quien nada tenía de un defensor 
fran~:tado de la Iglesia, decía del Índice: «¡Ésos son hombres que poseen 
acre onjunto de creencias y están encargados de defenderlas! A los que com- 
un ten la misma fe les dicen: "¡Cuidado! Las ideas de este libro son peli- 
par s· apartaos de ellas. ¿Qué hay más conforme con el buen sentido y la grosa, 
ón?"» (I). · . 
raz Frente a los libros canónicos, el concilio había escogido como versión 
ficial de la Biblia la Vulgata, traducción latina de San Jerónimo, consagrada 
0 
la Iglesia por una práctica secular, prescribiendo se hiciese una edición 
en mpletamente correcta. Sixto V, fundador de la Imprenta Vaticana, la esta- 
~~eció en 1590; una segunda edición corregida por Belarmino, célebre Car- 
denal y jesuita, apareció en 1592; una tercera y cuarta en 1593 y 1598. El 
concilio había ordenado también la revisión del Misal y del Breviario, había 
mandado se redactase un Catecismo universal y mandó a todos los deseosos 
de publicar libros relativos a las cosas santas que pidiesen el lmprimatur al 
ordiuario diocesano. El Catecismo Romano, llamado impropiamente «cate- 
cismo del Concilio de Trento», lo prepararon, bajo la vigilancia de San Carlos 
Borromeo, cuatro teólogos eminentes y fue publicado por Pío V, en 1566. 
El mismo Papa publicó la primera edición expurgada del Breviario en 1568 
y del Misal Romano en 1570. En 1582 Gregorio XIII publicó una edición 
del Código del Derecho canónico (Corpus iuris canonici}, cuya revisión había 
ordenado Pío V desde 1566. También se debe al mismo Pontífice el estable- 
cimiento de colegios de jesuitas en Francia, Alemania, Suiza, Hungría, la 
ampliación del Colegio Germánico, en Roma, fundado por Julio III en 1552, 
la reorganización del Colegio Romano, llamado desde entonces Universidad 
Gregoriana, y la re/ arma del calendario juliano. Para corregir el error exis- 
tente entre el año civil y el astronómico decidió, por la bula del 13 de 
febrero de 1582 (24 de febrero del nuevo estilo), que el día siguiente al 
4 de octubre de ese año sería el 15 de octubre. Esta reforma, conforme 
a las exigencias científicas, no fue aceptada en un principio por los pro- 
testantes, enemigos del Papado, y su uso se generalizó solamente en el 
siglo XVIII. 
Pero la obra más positiva y más eficaz de reforma sería la que se exten- 
dería al clero secular, a las órdenes religiosas y a todo el pueblo fiel. Sólo sería 
letra muerta si no se hubiera encarnado en hombres que, al mostrarla viva 
en sí mismos, la difundirían con su actividad personal y con su santidad la 
harían amable. El mayor de ellos fue San Carlos Borromeo, sobrino de 
Pío IV, nombrado por éste Cardenal y Arzobispo de Milán a los veintidós 
años. Perfecto hombre de mundo, que no desdeñaba la sociedad culta e ilus- 
trada de la capital lombarda, Carlos Borromeo se impuso a todos por su 
virtud y sabiduría. Inspiró todas las grandes empresas de su tío, pero su 
O) Citado por Mourret, o. c., t. V, pág. 151, nota 4. 
21 
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genio organizador, su clarividencia y su energía se revelaron en la inspiración' 
capital de los Seminarios diocesanos. 
Fue en una de sus últimas sesiones cuando el Concilio de Trento dictó 
su célebre decreto sobre los Seminarios diocesanos, que remediaba un triste 
estado de cosas. Los jóvenes destinados al estado eclesiástico se habíanfor- 
mado otrora en las escuelas episcopales, luego en las monásticas, que habían 
suplantado a las primeras, después en los colegios e internados fundados 
junto a las Universidades de las grandes ciudades. Aquéllos degeneraron 
también, y se diferenciaban poco de los pensionados en que vivían los estu- 
diantes de Derecho o Medicina. Por otra parte, los mejores de estos colegios 
eran inaccesibles a la masa de los jóvenes destinados al ministerio parroquial, 
quienes eran formados a la buena de Dios en las mismas rectorales. Su edu- 
cación e instrucción eran muy defectuosas, y las vocaciones se decidían con 
harta frecuencia según los caprichos de los padres y bienhechores o eran 
inspiradas por el interés o la ambición. Estos desórdenes habían provocado 
un estado de ignorancia y corrupción del que los más acreditados testigos 
han dejado dolorosos cuadros. 
La reforma tridentina iniciada por San Carlos Borromeo se generalizó 
rápidamente por todos los países católicos; tuvo como feliz resultado la for- 
mación de un clero instruido y piadoso que contribuyó, en gran medida, a 
la restauración católica. Dos amigos íntimos de San Carlos Botromeo traba- 
jaron en la misma obra de renovación religiosa aplicando los decretos del 
Concilio de Trento: el venerable Bartolomé de los Mártires, Obispo de Braga, 
en Portugal, y San Felipe Neri, fundador de la Congregación del Oratorio, 
el asceta romano tan duro para sí mismo y tan amable para los demás. Pero 
quien coordenó tantos esfuerzos individuales es un Papa que fue, al mismo 
tiempo, un Santo: Pío V. La historia externa de la Iglesia le debe -como 
veremos- grandes cosas; la interna se asocia a las manifestaciones de Su 
Santidad en el plano de las grandezas imperecederas. Su devoción por la 
Santísima Virgen es su característica más conmovedora. Como San Bernardo, 
la venera con un culto filial; quiere que todos los fieles la invoquen, y des- 
pués de la batalla de Lepanto, en 1571, se la invocará con el título de Virgen 
de las Victorias, luego Virgen del Rosario. Vive como un fraile, llevando 
bajo los ornamentos pontificios el hábito de los dominicos. Proclama a Santo 
Tomás de Aquino Doctor de la Iglesia; gusta de conversar con Santos: Carlos 
Borromeo, Felipe Neri. La Iglesia colocó a Pío V en los altares; en 1712 fue 
canonizado por Clemente XI, siendo el último Papa a quien se otorgó el 
honor supremo. 
La Iglesia -dirá Massillon en el siglo siguiente- no necesita grandes 
nombres, sino grandes virtudes, y grandes virtudes serán al mismo tiempo 
grandes nombres. Como la Edad Media, la época siguiente al Concilio de 
Tren to presenció la obra de otros Santos: Ignacio de Loyola, fundador de la 
Compañía de Jesús; Teresa de Avila, reformadora de las carmelitas y su auxi- 
liar, Juan de la Cruz, reformador de los carmelitas. Y a se trate de una nueva 
22 
O den, como los jesuitas, o de reforma de órdenes antiguas, del Carmelo o 
d r [os benedictinos, trinitarios, premonstratenses, o camaldulenses, somascos, 
be rJllanos de San Juan de Dios, o las ursulinas, por doquier y siempre los 
p:pas, desde Paulo 111 a Sixto V, sancionan y protegen las piadosas inicia- 
·yas que traen a la Iglesia la ayuda de energías nuevas o remozadas que se- 
t~darán la obra reformadora de la Sede Apostólica. 
e Si es exagerado afirmar que «la Iglesia, benedictina en el Medievo, se 
onv-ierte en jesuita a partir del Renacimiento», no deja de ser verdad que 
~a Compañía de Jesús estaba llamada a desempeñar un papel sin igual. 
Cuando Paulo 111, el 27 . de septiembre de 1540, mediante la constitución 
Regiminis militantis ecclesiae, autorizaba a San Ignacio de Loyola y a sus 
compañeros a formar su sociedad, no podía sospechar la grandeza de la obra 
que realizar~án. Los Ejer?icios espiritu~les de ~an lg~acio _reno_varon la vida 
cristiana, así como su metodo de ensenanza dio un increíble impulso a los 
colegios que fundaron en todos los países, del mismo modo sus misiones de 
Asia y América abrieron nuevos continentes al catolicismo. Sólo el nombre 
de San Pedro Canisio, cuyos restos mortales descansan en tierra helvética, en 
Friburgo, significa la reconquista para la Iglesia Romana, o el afianzamiento 
de la fe tradicional, de centenares de miles de almas en Alemania y Suiza. 
La restauración de los estudios teológicos inspirados por Santo Tomás de 
Aquino, el incomparable Doctor de la Edad Media, fue otra consecuencia 
del Concilio de Trento. Debemos limitarnos aquí a recordar los nombres de 
Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Roberto Belarmino; Melchor Cano, 
Guillermo de Estio, Juan Maldonado, y a mencionar la cuestión del tomismo 
y del molinismo que se prestó a tantas controversias (1). 
En la misma época surgen en las naciones católicas obras literarias y ar- 
tísticas de inspiración religiosa muy pura, como la Jerusalén libertada de 
Tasso, en Italia; Los lusiadas, de Camóens en Portugal, y el teatro de Lope 
de Vega, en España. En pintura, la escuela bolonesa fundada por los Carra- 
che, los cuadros de Dominiquino, Guido Reni, Guercino demuestran una evo- 
lución semejante. Las iglesias de estilo jesuítico o Barroco -insistiremos en 
el término, que caracteriza toda una civilización- surgieron en la segunda 
mitad del siglo: la de Gesu en Roma comenzada por Vignola en 1568 es el 
prototipo más notable. En música, Palestrina es el renovador de la polifonía 
religiosa y la comisión pontificia encargada por Pío IV de estudiar los medios 
de sacar de su marasmo al canto gregoriano aceptó sus proyectos. ¿ Quién 
no ha escuchado su Misa del Papa Marcelo, cuyo éxito superó las esperanzas 
del compositor, humilde y noble artista cuya fe vivificó el genio? 
Esta floración de los estudios, de la filosofía, de las letras y de las artes 
procedía de la sola y única preocupación de la Iglesia en esta época: ¿ Cómo 
(1) Libros de consulta: Vol. III de L'Église et la civilisation au moyen age, de G. Schnü- 
rer, Y el volumen siguiente, no traducido todavía al francés: Katolische Kirche und Kultur 
in der Barockzeit, Paderborn, 1937. 
23 
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asimilaría el catolicismo al Renacimiento y qué debería rechazar y aceptar?' 
Hemos visto que el movimiento que partió del Concilio de Trento no era, en 
realidad, una Contrarreforma, una simple reacción, sino una obra positiva de 
reconstrucción, y la expresión Reforma católica es la exacta. ¿ Cómo se adaptó· 
la Iglesia a los nuevos tiempos manteniendo intactas la fe, la doctrina, la 
tradición y la autoridad? La actitud frente al Renacimiento era más compli- 
cada que la actitud frente a la Reforma (1). Frente al primero; la Iglesia 
estaba obligada a examinar, no una herejía, sino un espíritu amaneciente, una 
distinta concepción de la vida, un mundo nuevo. ¿ Qué elementos convenía 
aceptar y cuáles eliminar? Había un grave peligro para el cristianismo en el 
Renacimiento -tanto para el protestantismo como para el catolicismo, si bien 
el primero tenía más dificultades en superarlo-: el despertar del paganismo, 
el naturalismo, esa embriaguez humanista de los sentidos y de la razón a la 
vez. No se. podía ignorar, en cambio, que el Renacimiento había dado un 
impulso completamente nuevo a las artes, las letras, las ciencias. y había traído 
un nuevo estilo, nuevas formas, nuevos métodos, nueva concepción del Estado 
opuesta al estilo gótico -sinónimo de bárbaro para los contemporáneos de 
León X y Paulo 111-, a las formas medievales, a los métodos escolásticos. 
La Iglesia rechaza el Renacimiento naturalista y pagano, pero acepta la 
estética nueva, el espíritu científico, la erudición, la filología, el humanismo. 
«Consiente en transformar la apologética y la enseñanza, reconoce la modifi- 
cación profunda experimentada por el mismo sentimiento religioso.» Reco- 
noce implícitamente lo que hay de común entre el Renacimiento, la. Reforma 
protestante y la Reforma católica. Sitúa al . hombre ante Dios con toda la 
naturaleza, cuyo centro es él, a sus pies, y por ello de esta preocupación cen-tral -el destino humano- derivarán nuevas concepciones de la ciencia, del 
arte y del Estado propias del período siguiente al Concilio de Trento. 
Este arte, esta concepción del Estado, esta civilización completa recibieron 
el nombre de Barroco, expresión que adquirió derecho de ciudadanía en el 
vocabulario histórico. ¿ Qué quiere decir? La palabra -como se sabe- tuvo 
durante mucho tiempo un sentido restringido y peyorativo: lo extravagante 
hasta lo ridículo. El término, según los mejores etimólogos, procedería de una 
palabra mnemotécnica empleada por los escolásticos para designar una forma 
de silogismo: baroco. Lo raro de la palabra habría impresionado las mentes 
y dado origen en español a barrueco, en portugués a barroco, que los joyeros 
aplicaban a las perlas de formas irregulares. Los historiadores del arte, espe· 
cialmente los franceses, aunque reconozcan en el Barroco una época y un e&- 
tilo, lo consideraron durante mucho tiempo como decadente. En Alemania, 
Italia, España, Suiza había prevalecido otra concepción, que se impuso, y ve 
en el barroquismo toda una época y todo un mundo. Escribe un crítico de arte 
(1) Sobre esta cuestión véase el estudio de G. de Reynold: «Concepción católica del Es- 
tado en la época de la Contrarreforma y del Barroco», aparecido en la 3.ª edición de La 
démocratie et la Suisse, Bienne, 1934. Es la introducción al libro de Osear Eberlé: Barock 
in der Schweiz, Einsiedeln, Benziger editores, 1930. 
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Paul Ill ,Vi:H-lci-1-91. Retrato de Tiziano Ve,·ellio t l l amado f'i Ticiauo i • siµ:los XY-~\J. 
Galería Nacional de 1.apodi111011tc·'. !'iápolc-·s 
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francés, J ean Cassou: «Es la forma de arte que, nacida del final del Renaci- 
iento y en particular de Miguel Ángel, se extendió por Europa y duró dos 
=glos, hasta la ép?ca ~oderna ... El barroquismo, i~spirado en el espíritu ro- 
n1ano, sigue a los Jesuitas en sus cruzadas y se convierte en el arte de la Con- 
trarreforma por excelencia» (1). 
«En adelante -escribe Reynold-, el Barroco_ rotula uno de esos grandes 
JDOillentos en que el catolicismo se levanta, renueva, expande; en que renovó 
la Teología, su pensamiento, moral y mística, su inspiración artística y literaria; 
en que· renovó al cristianismo, al Estado cristiano; en una palabra, se adaptó 
a nuevos tiempos.» Hacia la mitad del siglo siguiente, el clasicismo -sólo se 
da clasicismo íntegro y completo en la Francia del siglo XVII- éerá una reac- 
ción contra el Barroco y una puesta a punto de éste. Los elementos disgrega- 
dores de la civilización del Barroco y del clasicismo -jansenismo, raciona- 
]isJDO del siglo XVIII (aufklarung, las Iucesj-c- entrarán en juego a SU vez y 
será el fin del antiguo régimen. Antes de verlos actuar, volvamos ahora a la 
historia del Papado, luego de ser otra vez consciente de sus derechos y debe- 
res, lo cual fue la Reforma católica. 
(1) Consúltese el hermoso libro de Émile Maler, L'art religieux aprés le concile de 
Trente, 2 volúmenes, París, 1932. 
25 
111 
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CAPITULO 11 
EL PAPADO Y LOS ESTADOS, DE PAULO 111 
A PÍO V: 1534-1566 
PAPAS Y PRiNCIPES 
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La reforma de la Iglesia no absorbió toda la actividad de los Papas en la 
-época del Concilio de Trento. Sea cual fuere la grandeza de su obra de defen- 
,sa y restauración, de Paulo III a Sixto V, la política exterior y la administra- 
ción del Estado pontificio les obligaron a dedicar la más vigilante atención. 
Y a vimos que la misma Reforma había experimentado las repercusiones de los 
.acontecimientos políticos. Para completar el cuadro de esta época es necesario 
-que consideremos ahora las relaciones del Papado con las diferentes potencias. 
La lucha entre el Imperio y la Monarquía francesa no había terminado, 
-eomo tampoco la del Emperador contra los Príncipes protestantes alemanes; 
1a preponderancia española se asentaría con el advenimiento de Felipe II y 
.abrumaría con un peso cada vez mayor a Italia. El Papa, Monarca italiano al 
:mismo tiempo que Jefe de la Iglesia, se veía implicado por la fuerza de las 
-eosas en las competencias y rivalidades por el equilibrio . europeo. Al mismo 
·tiempo y en diversas circunstancias, en las que se confundían los intereses 
-de la religión con los de la política, los Papas fueron inducidos a intervenir 
-en los asuntos internos de los Estados en los que se enfrentaban las fuerzas 
-católioas y protestantes. 
No sólo las cuestiones religiosas dominan la historia europea hacia la mitad 
-del siglo XVI, sino que los pueblos, como los Príncipes, siguen aferrados a la 
-doctrina de la unidad de la fe. Toda transacción, que aquí o allá deja subsistir 
dos creencias frente a frente, aparece como simple tregua. Con raras excep- 
-eiones, todos admiten que el problema religioso, el de la salvación de las 
.almas, debe resolverse por la fuerza. 
En una Europa dividida, en la que Roma se veía obligada a una táctica de 
-conservación y de reconquista, la necesidad de vivir exigía los medios de h 
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abrien p · ibl I ·1 · · , . fatigables. ero era 1mpos1 e que en as sun es negocraciones en que 
,nas 1D as santas se mezclaron con las que no eran, lo absoluto no fuese, con 
las cos ranza del éxito, sacrificado a veces a lo relativo. «Extraño claroscuro de 
la es::auración católica», se ha dicho (1), que da singular relieve, inasequible 
la r:entemente para los ojos modernos, a la fisionomía de ciertos Papas. 
frecLa obra capital de Paulo III (1534-1549) fue -como vimos- la reunión 
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l Concilio de Trento. El mérito de su Pontificado estribó en realizar un 
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~, cil acuerdo con el Emperador sin romper con Francia. El Papa Farnesio, 
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espíritu humanista, . renunció a la política militante de sus predecesores, 
e esforzó por desempeñar un papel de mediador entre Carlos V y Francisco I, 
~:teniendo, de acuerdo con el primero y con la República de Venecia, la ame- 
naza de los turcos a Europa. Unas veces se acercó a Carlos V y otras se inclinó 
hacia Francia, Venecia y los suizos. 
Sin duda, una estrecha colaboración entre el Papa y el Emperador hubiera 
sido indispensable para contener los progresos del protestantismo en Alema- 
nia. Pero el Emperador, convencido, con el ejemplo de sus predecesores me- 
dievales, de que era el Jefe de la Cristiandad, no podía admitir que el Papa 
permaneciese neutral en la lucha que enfrentaba a los Habsburgos con los 
Valois y que simpatizase más con los segundos. Por su parte, el Pontífice no 
podía decidirse a permitir que el Emperador adquiriese en Italia una prepon- 
derancia que habría puesto en peligro la independencia de los Estados de la 
Iglesia. Paulo III no pensaba, por lo mismo, en un entendimiento estrecho 
con Francisco I, aliado de los turcos -enemigos irreconciliables del nombre 
cristiano-, que transigía con los Príncipes protestantes alemanes. La actitud 
del Emperador en los asuntos religiosos de Alemania, en los que pretendía 
legislar a su antojo, y, por otra parte, el nepotismo del Papa, solícito en hacer 
progresar los negocios de su familia, complicaban, a cual más, la situación. Pau- 
lo 111, en efecto, dio Camerino a uno de sus sobrinos; Novara, Parma y Plasen- 
cia a su hijo Pierluigi, individuo depravado, e incluso pensaba al mismo tiem- 
po en la investidura del Milanesado para Octavio, esposo de una hija natural 
del Emperador. 
La paz de Crespy, cerca de Laon, firmada el 18 de septiembre de 1544 entre 
Francisco I y Carlos V, obtenida gracias a las operaciones de los turcos en 
Hungría, no dejó por ello de confirmar la pérdida del Artois y Flandes para 
el Rey de Francia, si bien logró un acercamiento momentáneo entre ambos 
Soberanos. Eltratado no desvió a Francisco I de su política de entendimiento 
con el Sultán y con los Príncipes protestantes rebeldes al Emperador, aunque 
permitiese a este último preparar contra ellos una acción decisiva. Con dicho 
fin procuró la alianza con el Papa. En la Dieta de W orms, en el mes de mayo 
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la 0) J. Bernhart, Le Vatican, trone du monde (ya citado), pág. 309. 
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de 1545, reveló sus proyectos al Cardenal legado Alejandro Farnesio. Una 
alianza entre el Papa y el Emperador fue el fruto de' estas negociaciones. 
La Santa Sede se comprometía a facilitar tropas y dinero a condición de que 
se empleasen exclusivamente contra la Liga de Esmalcalda, y el Emperador 
prometió no concertar acuerdos con los protestantes sin ponerse previamente 
de acuerdo con Roma. 
Una disputa del Papa con sus sobrinos retrasó la ofensiva imperial, que 
se efectuó en 1547, terminando -como se sabe- con la brillante victoria de 
Carlos V en Mühlberg el 24 de abril de 1547. El asesinato de Pierluigi Far, 
nesio en septiembre de 1547 y la tentativa del Papa de reconquistar Parma 
y Plasencia perturbaron las relaciones entre el Pontífice y el Jefe del Imperio. 
Al año siguiente, el interim de Augsburgo -del que hablamos en el capítulo 
precedente- las enconó más . todavía. Fue el miedo a un cisma provocado 
por el Emperador lo que impidió al Papa llevar más lejos su resistencia al 
intrusismo religioso del Soberano. Lejos de congratularse de ello, aquél con- 
tinuó su oposición a la política de familia de los Farnesios. 
Los asuntos de Alemania y de Italia no fueron los únicos que le causaron 
graves preocupaciones; también le inquietaron el cisma inglés y el peligro 
turco. 
Algunos meses antes del advenimiento de Paulo III, la ruptura de Ingla- 
terra con Roma era -como es sabido- un hecho consumado. Al año siguiente, 
en 1535, la ejecución del Cardenal Fisher y del Canciller Tomás Moro, a quien 
la Iglesia venera con el título de Santo, produjeron una profunda impresión, y 
nadie como el Sumo Pontífice podía sentirse más afectado (1). Antes de morir, 
los dos mártires apelaron a Dios y a la Iglesia sobre el juicio inicuo de En- 
rique VIII. El Papa oyó su petición. Escribió a varios Príncipes que tenía el 
propósito de lanzar el entredicho sobre el Rey de Inglaterra y eximir a sus 
súbditos del juramento de fidelidad. Razones políticas impidieron una vez 
más a los Soberanos prometer al Papa su obediencia. El Rey Cristianísimo, 
Francisco I, que tenía empeño en su alianza con Inglaterra, no quiso romper 
con el Rey cismático. El Emperador, que se jactaba de ser siempre el protector 
de la Iglesia, tuvo miedo de que, al pronunciarse contra Enrique VIII, se re- 
forzase la alianza anglofrancesa; el Rey Fernando adoptó la misma actitud 
que su hermano Carlos. 
El Papa hizo una segunda tentativa. En 1537 · encargó a Reginald Pole 
primo de Enrique VIII, a quien había nombrado Cardenal, de legaciones ante 
(1) Tomás Moro, modelo cabal de humanista cristiano y de gentleman inglés, conservé 
hasta el último momento el humor imperturbable que siempre unía a su piedad de cristiane 
y a su gravedad de magistrado. Al moverse el cadalso, dijo al oficial que le acompañaba 
«Por favor, ayúdeme a subir; para bajar, me las arreglaré yo solo.» Luego se hincó d, 
hinojos y rezó el Miserere, su oración preferida, y él mismo colocó la cabeza en el tajo 
Sobre Tomás Moro, léase Daniel Sargent: Thomas More, Colee. «Les Iles», París, Desolé 
de Brouwer, editor. 
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. V y Francisco I para deliberar sobre los medios de traer de nuevo a 
Carl_os e VIII a la obediencia de Roma. El Rey de Inglaterra vio en ello la 
Enniu de una conspiración contra los intereses británicos y mandó ejecutar 
prue ª adre de Pole y a dos familiares suyos. Se había colmado la medida. 
ª 1;~e octubre de 1538, en una alocución consistorial, Paulo III recordó los 
El, es de Enrique VIII y el 27 de diciembre fulminó la excomunión y el 
crun:;;ho, aunque no se publicó la bula. Tras la muerte de Enrique VIII, el 
entr esperaba, con razón, qué Inglaterra volviese al seno de la Iglesia, mas 
pap:to quedaría decepcionado. Eduardo VI, hijo y sucesor de Enrique VIII, 
pro avó las leyes dadas contra los católicos; aparecieron tendencias más radi- 
agres en· la Iglesia anglicana. Adoptó en 1549 el Libro de la oración común 
(~ook o/ c~mmon prayer), que fue y siguió siendo el símbolo oficial de la 
ueva doctrma. 
n La lucha contra el peligro turco no dejó de absorber la atención del Papa 
F arnesio. Lo que la hacía más grave que nunca era el antagonismo entre los 
más grandes Príncipes cristianos: el Emperador y el Rey de Francia, así 
como la alianza de éste con el Sultán en 1536. Tal alianza de Francisco I -Rey 
Cristianísimo, Hijo mayor de la Iglesia- con los musulmanes, enemigos secu- 
lares de la Cristiandad, escandalizaba a Europa, y con razón. El mismo Fran- 
cisco I se avergonzaba de · ello y se esforzaba por ocultarlo. Dichá alianza con- 
tribuyó, por lo demás, seguramente ~ la salvación de Francia, amenazada por 
la tenaza de los Estados de Carlos V. Es, asimismo, un hecho muy significativo 
de la historia del siglo XVI: Aunque esta época estuvo dominada por las preocu- 
paciones religiosas, la alianza turca demuestra que ciertos espíritus comen- 
zaban a separar la política de. la religión, De Francia, que ayer llevó la inicia- 
tiva de las Cruzadas, fue de donde vino el primer ejemplo de indiferencia reli- 
giosa en materia de política. exterior. El Rey francés, firme defensor de la 
ortodoxia en sus Estados, fue quien introdujo a los turcos -considerados, con 
justicia, enemigos · comunes dé , Europa-e- en las combinaciones del equilibrio 
europeo. 
Paulo III apoyó, mediante subsidios y el. envío de algunas naves, la expe- 
dición de Carlos V contra Keiredin (Barbarroja), renegado cristiano que había 
hecho de Argel y de Túnez guaridas de piratas que asolaban el Mediterráneo. 
Las flotas del Emperador y del Papa bombardearon los puertos turcos de 
África del Norte, consiguiendo libertar a millares de cristianos en la Goleta 
y Túnez. 
Pero la potencia otomana apenas si quedó debilitada. Cuando los asuntos 
del Milanesado y de Saboya atizaron de nuevo en 1536 la guerra entre Fran- 
cisco I y Ca:rlos V, el primero concertó con Solimán la alianza cuya transcen- 
dencia acabamos de señalar. Los turcos desembarcaron en Otranto y amena- 
zaron seriamente las posesiones venecianas. Para contrarrestar el peligro, el 
Papa logró concertar en 1538 una alianza con Carlos V, el Rey Fernando y 
Venecia. No consiguió atraer a Francia, y tuvo que contentarse con negociar 
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un armisticio entre el Emperador y el Rey Cristianísimo. Paulo III proyectaba 
dar un golpe decisivo al enemigo de la Cristiandad y luego proceder al reparto 
del Imperio otomano. Sus planes quedaron desbaratados por la derrota <{U€ 
los turcos infligieron a la flota cristiana en Prevesa, en el mar Jónico, en sep. 
tiembre de 1538. La Media Luna conservaba el dominio del Mediterráneo y 
progresaba todavía en los Balcanes, en los que redujo al vasallaje a loe 
principados de Moldavia y Valaquia. Venecia, anteponiendo una vez máe 
sus intereses a la defensa de Occidente, concertó un acuerdo con el turco, 
Solimán prosiguió en repetidas ocasiones sus campañas contra Hungría como 
aliado del Rey de Francia; las escuadras del Papa y del Emperador sólo inten. 
taron algunos ataques por sorpresa; todas las tentativas de formar una coal], 
ción contra el Sultán fracasaron por falta de entendimiento entre los Príncipe¡ 
cristianos. 
En política, Paulo III no conoció, en definitiva, el éxito. Las violenta¡ 
disputas que tuvo con su familia aceleraron su fin como unánimemente con, 
fiesan los contemporáneos. Cayó enfermo a principios del mes de noviembre 
de1549 y expiró el 10 de noviembre _tras haber recibido el día anterior ·el 
Santo Viático. Él mismo había declarado al morir su defecto capital: el 
nepotismo, y en sus últimos momentos repitió las palabras del salmista: «Mi 
pecado está siempre delante de mí. Sería irreprensible si no me hubiera do, 
minado.» 
Su sepulcro, obra imponente de Guglielmo della Porta, se levanta en la 
basílica de San Pedro. El Papa Farnesio había tomado parte importante en 
la reconstrucción de la célebre iglesia, el más hermoso ornato de la Roma 
Eterna. Humanista y mecenas, él fue quien aprobó los planes de Miguel Ángel 
creador de la obra incomparable que es la cúpula gigantesca de San Pedro. 
cuya estructura exterior, así como la interior, es pura maravilla. También a 
Paulo III le debemos otra obra maestra del mismo genio: el Juicio Final en 
la Capilla Sixtina. A Clemente VII se le ocurrió la idea. Pero a Paulo III haJ 
que atribuirle el mérito de haber llevado a cabo el fresco, de un poder dra. 
mático nunca superado, y que concluyó la obra monumental de la pintura ita, 
liana del Renacimiento. 
Por orden de la Congregación encargada de cumplir las decisiones del Con, 
cilio de Trento se retocaron desnudos que los mismos admiradores considera, 
ron impropios. Se tomó la decisión tres días después de la muerte de Miguel 
Ángel, el 21 de febrero de 1564, bajo el Pontificado de Pío IV, en cumplimien 
to del decreto promulgado en la última sesión conciliar contra las pintura! 
que ofendiesen las costumbres, impropias en las iglesias. Se hicieron otroi 
retoques bajo el Pontificado de Sixto V, y los últimos en el siglo XVIII baje 
Clemente XIII. «Pese a todo -escribe Pastor-, el fresco se impone al espec· 
tador, le cautiva con su magia y le sumerge con su encanto en el poderosc 
pensamiento del artista. La primera impresión de este cuadro de sesenta pier 
de alto por treinta de ancho, en el que Miguel Ángel desplegó con increíhle 
audacia su pensamiento titánico, desconcierta sin duda; luego, paulatinamen 
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jo se acostumbra y logra comprender» (1). Miguel Ángel lloró con 
te, ,e ;a pérdida de Paulo 111, su máximo protector: «Sólo me hizo bien, y 
raz?n otivos para esperar más todavía de él.» 
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JULIO 111 (1550-1555) 
Cerca de tres meses transcurrieron antes de que el Papa Farnesio tuviese 
ucesor. El 8 de febrero de 1550 el conclave le designó en la persona del 
:;° ~enal Juan María del Monte, que tomó el nombre de Julio III en recuerdo 
d arJulio II, su bienhechor. La elección se había demorado por el antagonismo 
e rre Francia y el Imperio, que enfrentaba violentamente a los partidos en 
ef conclave. El Cardenal Del Monte debió en última instancia su elección a 
~ alianza del partido francés con los amigos de Farnesio. Gran señor indolente 
ª amigo de . fiestas, el nuevo Pontífice había rehuido hasta entonces tomar 
~a resolución, pero sus simpatías eran para Francia. Carlos V no tenía, por 
tanto, ningún motivo para felicitarse por la elección de Julio 111, quien se 
opuso en un principio a trasladar el concilio de Bolonia a Trento, como pedía 
el Emperador. Los partidarios de la reforma de la Iglesia tampoco podían 
regocijarse. Julio 111 tenía las costumbres de un prelado renacentista, y ni 
siquiera cambió como Papa. Vivía alegremente en su hermosa villa fuera de 
la Puerta del Pueblo, la villa di Papa Giulio, sazonando sus festines con frases 
muy libres e interesándose por la suerte de un joven exhibidor de monos del 
que hizo su favorito y, después de su consagración, Cardenal. Pero si su con- 
ducta privada dejaba mucho que desear, no por ello carecía de la conciencia 
tan clara de sus deberes de Pontífice. Por eso consintió en seguida en reunir 
otra vez en Trento el concilio, que siguió su curso, como ya vimos. No se 
podría hacer al Papa responsable de los enfados del Rey de Francia contra 
la asamblea ecuménica, que se explican por el antagonismo entre Enrique 11 
y Carlos V. Al negar el Emperador su consentimiento a la cesión de Parma 
por Julio 111 a los Farnesios, resultó una pequeña contienda en la que el Papa 
y el Emperador hicieron causa común. Al faltarles el dinero a ambos aliados, 
amenazar el Rey de Francia con reunir un concilio nacional y devastar 
Octavio Famesio parte de los Estados pontificios, Parma y Castro siguieron en 
poder de Octavio. 
Este revés no hizo desistir al Pontífice de su obra de reforma. Prueba de 
ello fueron la bula del 21 de julio de 1550, por la que confirmó a la Compañía 
de Jesús en sus privilegios, y la del 31 de agosto de 1552, que fundó el Colegio 
Germánico en Roma. Conocidos son los eminentes servicios que prestaría esta 
institución al catolicismo en Alemania. 
Si en ese momento no se hallaba en muy buena posición, en cambio los 
acontecimientos de Inglaterra se prestaban a reavivar la esperanza de la Santa 
U) Pastor, o. c., t. XII, pág. 410. 
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Sede. Tras un recrudecimiento de las persecuciones contra los católicos ~n , 
reinado de Eduardo VI y durante la regencia del Conde de W arwick, el. adv, 
nimiento de la Reina María en 1553 fue para los perseguidos la ocasión de lllJ 
alegría imperturbable. Maria, nacida del matrimonio de Enrique VIII. eo 
Catalina de Aragón, era una fervorosa católica que consideró deber suyo hac, 
volver otra vez a Inglaterra al seno de la Iglesia Romana. La solemne reconc 
liación ocurrió en W estminster el 30 de noviembre de 1554. Pero el matt 
monio de Maria con el hijo del Emperador, Felipe II, y la cruel represió 
por parte de la Reina contra sus enemigos protestantes le enajenaron el fav1 
del pueblo inglés. Éste había consentido en volver a los ritos católicos, pero n 
quería oír hablar de la supremacía del Papa. «La Sanguinaria María» -coni 
fue calificada por sus adversarios-e- prosiguió su rigor pese a los consejos ¿ 
moderación que le prodigaban Carlos V y el Cardenal Pole, quien llegó 
ser, en el intervalo, Arzobispo de Canterbury. La sinceridad de su fe, su altu, 
de miras y la rectitud de su carácter no salvaron la memoria de la Reina Mari 
quien no comprendió ni las dificultades de su tiempo ni la psicología de 1 
pueblo. Murió en 1558 y tuvo por sucesora a Isabel, hija de Enrique VIII y é 
Ana Bolena, campeona del anglicanismo con la misma tenaz energía qt 
Felipe II lo fue del catolicismo. 
El Papa Julio III había precedido a María al sepulcro tres años antes. F 
lleció el 23 de marzo de 1555, tras haber defraudado las esperanzas de. los qt 
le habían llamado al cargo supremo de Pastor de la Iglesia. 
MARCELO II (1555) 
El Cardenal Marcelo Cervini le sucedió el 9 de abril de 1555. Su elecció 
hizo renacer las más nobles esperanzas. Estaban justificadas, pues Marcelo I 
que había ocupado importantes cargos bajo Paulo III y en el Concilio e 
Trento, donde fue uno de los presidentes, tenía un pasado irreprochable y L 
más .exeelentes cualidades del espíritu. Al subir al Trono tuvo empeño en di 
a conocer al punto su decisión de mantenerse al margen de las luchas polític: 
y procurar la paz entre los Príncipes cristianos. «Aparecía a los ojos de tod: 
-escribe Ranke-- como el alma de esta reforma de la Iglesia de la que otn 
sólo eran los voceros.» Mas la muerte le arrebató prematuramente el 1 e 
mayo, después de tres semanas de Pontificado, en el momento en que prep 
raba una memoria sobre la reforma de la Iglesia. Su muerte consternó a s1 
·Íntimos, y los romanos le aplicaron los versos que escribiera Virgilio en 
Eneldo; I, 869-870, sobre otro Marcelo, sobrino y heredero de Augusto, desap 
recido a los dieciocho años: 
Ostendent terris hunc tantum fata, ne que ultra 
Esse sinent, 
(Sólo el destino le revelará a la Tierra y no le permitirá nada. más.) 
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Sesión del Concilio de Tren to (1545-1563). Cuadro de la época de

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