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La	Larga	y	Peligrosa	Agonía	de	los
Medios	de	Comunicación
	
Por
	
Xavier	Dalmau
	
	
	
	
	
	
Que	los	medios	de	comunicación	tradicionales	-prensa	y	 televisión-	están
muriendo	lentamente	con	la	aparición	de	internet	es	un	hecho.	Internet	es	una
revolución	de	gran	magnitud	y,	 como	sucede	con	 todas	 las	 revoluciones,	 las
personas	 que	 la	 están	 viviendo	 apenas	 son	 conscientes	 de	 ella,	 ni	 de	 sus
consecuencias	 a	 medio	 y	 largo	 plazo.	 Hasta	 ahí	 todo	 normal,	 pues	 igual
sucedió,	 por	 ejemplo,	 cuando	 la	 aparición	 de	 los	 teléfonos	móviles	 terminó
con	 las	 cabinas	 telefónicas	 que	 poblaban	 las	 ciudades;	 o	 el	 automóvil,	 que
supuso	el	fin	de	las	diligencias	y	postas.
Pero	los	medios	de	comunicación	tradicionales,	ante	el	horizonte	cierto	de
su	 desaparición,	 previsiblemente	 en	 los	 diez	 próximos	 años,	 suponen	 un
peligro	en	su	agonía	del	que	carecían	todos	esos	casos	antes	señalados.
Ya	hace	unos	años	que	 intentaron	evitar	 la	quiebra	 llevando	su	negocio	a
internet,	pero	sus	costos	estructurales	les	impiden	ser	viables	en	la	red	ya	que
no	 están	 diseñados	 para	 este	 nuevo	medio.	Mientras,	 de	 forma	 creciente,	 la
inexorable	 bajada	 de	 ventas	 y	 de	 audiencias	 seguía	 hundiendo	 sus	 ingresos
habituales,	 los	 cuales	 eran	 ampliamente	 superados	 por	 sus	 costos.	 Esto	 les
conduce,	inevitablemente,	a	la	desaparición.
Pero	 la	 razón	 por	 la	 que	 hoy	 suponen	 un	 peligro	 en	 este	 trance,	 y
posiblemente	aún	mayor	en	los	próximos	años,	es	por	tratarse	de	un	sector	que
ha	estado	habituado	a	dirigir	y	manipular	 la	opinión	pública	durante	 los	dos
últimos	 siglos,	 habiendo	 adquirido	 un	 poder	 real	 enorme	 que	 escapaba	 a
cualquier	tipo	de	control	de	los	ciudadanos.	Los	privilegiados	que	controlaban
ese	poder	-por	su	calidad	de	propietarios	de	los	medios-,	han	sido	apenas	unos
cientos	de	personas	en	todo	el	mundo,	y	realmente	sólo	para	ellos	ha	existido
la	libertad	de	prensa.	Esos	propietarios,	desde	las	páginas	de	sus	periódicos	o
pantallas	 de	 los	 televisores,	 elevaban	 o	 hundían	 a	 personas	 privadas	 o
públicas,	o	ideas	que	no	les	gustaban,	de	acuerdo	a	sus	caprichos	e	intereses.
Se	sentían,	y	con	cierta	razón,	todopoderosos.
La	 historia	 del	 periodismo	 está	 plagada	 de	 manipulaciones,	 medias
verdades	 y	 mentiras	 absolutas;	 incluso	 los	 medios	 han	 estado	 detrás	 de
múltiples	 guerras	 y	 grandes	 desgracias,	 pues	 éstas	 siempre	 han	 sido	 muy
positivas	para	sus	 índices	de	audiencias,	y	por	 tanto	para	sus	negocios.	Unas
veces	han	ocultado	adrede	características	y	actos	indeseables	de	responsables
públicos,	y	otras	veces	los	han	inventado	o	exagerados	en	contra	de	otros	que,
por	la	razón	que	fuese,	no	les	convenía.
Pero	ahora	todos	los	medios	de	comunicación	son	conscientes	de	que	eso
ha	cambiado	en	los	últimos	tiempos.	Internet	ha	terminado	con	su	monopolio
y	esto	les	frustra	profundamente.
Piense	por	un	momento,	estimado	lector,	cuantas	personas	conoce	que	hoy
día	compren	un	periódico.	No	creo	que	sean	muchas.	Entonces	¿esta	realidad
global	 no	 hace	 que	 sea	 aconsejable	 preguntarse	 de	 qué	 están	 viviendo	 esos
medios?	El	motivo	por	el	que	es	interesante	hallar	la	respuesta	a	esta	pregunta
es	porque,	obviamente,	estarán	actuando	de	acuerdo	a	los	intereses	de	la	mano
que	los	alimenta,	y	el	público	debiera	conocerla	para	poder	juzgar	la	veracidad
de	 las	 noticias	 que	 publican,	 y	 cuáles	 son	 los	 intereses	 que	 dirigen	 sus
publicaciones.
En	 idéntica	 situación	 están	 las	 cadenas	 de	 televisiones	 tradicionales.
Tienen	muy	escasas	audiencias.	Hoy	lo	normal	es	que	si	a	alguien	le	interesa
una	noticia	no	espere	a	ningún	 telediario	o	periódico.	Sencillamente,	 con	un
clic,	 puede	 encontrar	 la	 respuesta	 en	 internet	 y,	 por	 cierto,	 localizará	 mil
versiones	de	la	misma.
Los	 medios	 tradicionales	 llevan	 tiempo	 intentando	 desprestigiar	 este
sistema	de	búsqueda	de	información	argumentando	que	en	internet	no	existen
filtros.	 Tienen	 razón,	 pero	 en	 el	 pasado	 la	 existencia	 de	 estos	 filtros	 no	 ha
significado	 ninguna	 garantía	 de	 veracidad	 para	 el	 ciudadano,	 ya	 que	 se
empleaban	 para	 publicar	 sólo	 aquello	 que	 fuese	 de	 interés	 para	 cada	medio
concreto,	y	no,	precisamente,	por	razones	éticas.	Y,	efectivamente,	en	internet
se	 publican	 sin	 filtros	 verdades	 y	 mentiras,	 pero	 con	 el	 mismo	 escaso
porcentaje	de	autenticidad	que	en	periódicos	y	 televisiones.	En	definitiva,	 la
existencia	de	filtros	no	es	ninguna	garantía	de	veracidad.
Es	 obvio	 que	 esta	 situación	 supone	 la	 ruina	 económica	 de	 los	 medios
tradicionales,	 los	 cuales	 están	 intentando	 subsistir	 con	 ayudas	 directas	 e
indirectas	de	los	gobiernos;	con	créditos	bancarios	que	no	suelen	devolver	en
muchas	ocasiones	a	cambio	de	“buena	prensa”	para	el	que	se	 los	concede,	y
con	 un	 porcentaje	 decreciente	 en	 la	 tarta	 publicitaria,	 que	 no	 les	 da	 para
sobrevivir.
Pero	 a	 nivel	 de	 imagen	 interna	 y	 externa	 lo	 que	 más	 alarma	 a	 los
propietarios	 de	 los	 medios	 de	 comunicación,	 y	 a	 los	 periodistas	 como
profesionales,	 es	 la	 pérdida	 de	 influencia	 que	 sufren	 como	 consecuencia	 de
esas	 escasas	 audiencias.	 Son	 perfectamente	 conscientes	 de	 que	 sin	 la
capacidad	 de	 influir	 en	 la	 sociedad	 se	 convierten	 en	 predicadores	 en	 el
desierto,	o	en	escritores	de	palabras	que	no	son	leídas.	Es	decir,	en	nada.
Vayamos	 a	 un	 reciente	 ejemplo	 de	 esto,	 aunque	 existen	 cientos	 de	 ellos.
Las	 últimas	 elecciones	 americanas	 supusieron	 una	 demostración	más	 de	 esa
pérdida	 de	 poder	 de	 los	 grandes	 medios	 tradicionales.	 Las	 ganó	 un	 señor
grosero	 como	 Trump,	 a	 pesar	 de	 tener	 en	 contra	 a	 todos	 los	 grandes	 de	 la
comunicación	americana:	New	York	Times,	Washington	Post,	y	a	las	mayores
cadenas	 de	 televisión.	 Empleó	 la	 táctica	 de	 prescindir	 de	 todos	 ellos,
desarrollando	la	mayor	parte	de	su	campaña	en	 internet	a	 través	de	 las	redes
sociales.	Al	hacer	esto	eliminó	como	intermediarios	a	esos	medios	y	se	pudo
comunicar	directamente	con	 los	votantes.	En	cambio,	 su	oponente,	 la	 señora
Clinton,	contó	con	todo	el	apoyo	de	esos	grandes	medios	de	comunicación	y
aun	así	perdió.
Dichos	medios	 recibieron	 la	derrota	 con	 tanta	 frustración	como	 la	propia
señora	Clinton,	ya	que	era	la	confirmación	de	su	irrelevancia.	De	hecho,	nos
recuerdan	 mucho	 a	 la	 patética	 figura	 del	 aristócrata	 arruinado	 que	 niega	 la
evidencia	de	su	ruina,	aunque	la	gente	ha	dejado	ya	de	creer	en	sus	blasones	y
viejas	batallas.
Ante	 esta	 situación	 agónica	 están	 intentando	 retrasar	 lo	 inevitable	 de
múltiples	formas.	Una	de	ellas,	por	ejemplo,	es	pidiendo	y	consiguiendo	que	el
parlamento	europeo	publique	una	ley	extraordinariamente	castrante	para	el	uso
de	internet	en	Europa,	en	beneficio	de	ellos	y	perjuicio	de	los	ciudadanos,	que
pronto	entrará	en	vigor.	Los	medios	del	viejo	continente	han	contado	para	este
logro	 con	 cada	 partido	 político	 que	 le	 es	 afín,	 a	 cambio	 de	 promesas	 de
apoyos,	 más	 o	 menos,	 inconfesables.	 Es	 evidente	 que	 estas	 acciones	 solo
conseguirán	retrasar	la	definitiva	extinción.	Nada	más.	Pero	es	previsible	que
durante	 el	 camino	 hacia	 el	 cementerio	 aún	 puedan	 hacer	 mucho	 daño	 a	 la
sociedad,	como	ya	lo	están	haciendo.
Lamentablemente,	 en	 esta	 estrategia	 de	 búsqueda	 desesperada	 de	 la
supervivencia	se	lanzan	a	campañas	peligrosas,	entre	las	que	ha	estado	-y	aún
sigue	estando	cuando	escribo	este	artículo-,	el	 tratamiento	que	han	dado	a	 la
pandemia	del	coronavirus.
Comencemos	por	el	principio.	Es	evidente	que,	con	respecto	a	este	 tema,
había	desde	hace	meses	muchas	preguntas	relevantes	que	cualquier	observador
de	 la	 realidad	 se	 estaba	 haciendo,	 porque	 le	 llegan	 muchas	 informaciones
confusas	o	contradictorias,	inclusive	desde	instituciones	científicas,	a	través	de
los	 medios	 de	 comunicación.	 Así	 que,	 parece	 esencial	 intentar	 hallar
informaciónfiable	para	encontrar	 las	respuestas	a,	por	ejemplo,	¿por	qué	los	
países	que	menos	han	confinado	a	sus	ciudadanos,	como	Alemania,	Austria,	
Portugal	o	Grecia	tienen	menos	fallecidos	que	aquellos	que	decidieron	
encerrarlos	en	sus	casas	varios	meses?	O	a	¿cómo	se	contagia	el	Covid-19?		
¿Las	mascarillas	sirven	de	algo?		¿Cada	positivo	de	los	test	significa	un	
infectado	 más	 por	 el	 Covid?		¿A	quién	beneficia	esta	crisis,	además	de	a	
muchas	multinacionales	farmacéuticas?	
Estas	preguntas	se	la	hacen	millones	de	ciudadanos	en	todo	el	mundo,	que
no	 entienden	 bien	 la	 falta	 de	 coherencia	 existente	 entre	 lo	 que	 oyen	 en	 los
noticiarios,	 lo	 que	 les	 ordenan	 hacer,	 y	 los	 datos	 de	 resultados	 de
fallecimientos	por	países.	Por	ello	es	esencial	buscar	respuestas.
La	 historia	 informativa	 de	 esta	 crisis	 se	 ha	 desarrollado	 de	 la	 siguiente
forma.	En	 cuanto	 aparecieron	 las	 primeras	 noticias	 que	provenían	de	China,
algunos	medios,	no	muchos,	comenzaron	a	tratar	el	tema.	Rápidamente,	y	con
cierto	 asombro,	 comprobaron	 que	 la	 gente	 se	 interesaba	 por	 la	 noticia.
Comprendieron	que	podría	 ser	una	 fuente	para	 aumentar	 su	público,	 así	 que
comenzaron	a	ampliar	la	información	sobre	ello.
Poco	después,	viendo	el	éxito	que	obtenían,	se	fueron	sumando	el	resto	de
medios	de	comunicación	en	todo	el	mundo,	pudiendo	comprobar	que	mientras
más	dramáticas	fuesen	las	informaciones,	y	más	catastróficas	las	predicciones,
mayores	audiencias	alcanzaban.
Velozmente,	 salvo	 honrosas	 excepciones,	 se	 lanzaron	 todos	 a	 una	 orgia
desinformativa	 -en	 forma	 de	 campaña	 mundial-,	 impulsando	 el	 terror
alrededor	 de	 la	 pandemia.	 El	 éxito	 era	 previsible.	 El	 miedo	 causa	 ansiedad
entre	 los	 ciudadanos,	 y	 estos	 se	 encadenan	 a	 periódicos	 e	 informativos	 de
televisión	y	radio	en	ávida	búsqueda	de	noticias.
Encontraron	su	Dorado,	y,	 sin	el	más	mínimo	escrúpulo	ni	 interés	por	 la
verdad,	 lo	 explotaron	 -y	 continúan	 haciéndolo-,	 ignorando	 o	 ridiculizando
cualquier	dato	o	información	que	no	esté	en	la	línea	del	terror.
	
La	táctica	que	están	empleando	para	conseguirlo	es	la	siguiente.	Ciento	
cincuenta	médicos	se	reúnen	en	cualquier	lugar	del	mundo,	o	cualquier	
institución	más	o	menos	relacionada	con	la	sanidad.	Lanzan	una	hipótesis	
dramática,	y	los	medios		amplifican	la	noticia	 haciéndose	 eco	 de	 ello
inmediatamente.	 Si	 además,	 como	 sucede	 muchas	 veces,	 se	 consulta	 esa
hipótesis	a	la	OMS,	esta,	que	como	es	natural	intenta	tener	cierta	prudencia	y
no	cogerse	 las	manos,	 lo	que	contesta	es	que	es	una	posibilidad	pero	que	no
está	debidamente	acreditada.
Esto	lo	puede	ver	usted,	por	ejemplo,	en	cómo	están	explicando	los	medios
la	 posibilidad	 del	 contagio	 por	 aire	 de	 este	 virus.	Dicen	 lo	 del	 grupo	 de	 los
ciento	 cincuenta,	 pero	 no	 publican	 que	 la	OMS	matiza	 que	 no	 está	 probado
científicamente.
También	ha	sucedido	lo	mismo		con	la	información	sobre	el	uso	de	las	
mascarillas.		Veamos	que	dice	al	respecto	la	OMS.	En	su	documento	de	seis	de	
abril	pasado,	y	ratificado	posteriormente	en	otro	de	julio,	sólo	considera	
obligatorio	el	uso	de	mascarillas	para	los	médicos,	cuidadores	y	pacientes	
confirmados,	ya	que	el	contagio	no	se	produce	por	vía	aérea,	solo	por	tos	y	
estornudos	como	antes	señalé.	También	lo	aconseja	cuando,	en	espacios	
grandes	y	cerrados,	las	personas	no	pueden	estar	distanciadas	 a	 menos	 de	 un
metro	y	medio	entre	ellas.
Es	 más,	 sobre	 la	 implantación	 del	 uso	 de	 las	 mascarillas	 de	 forma
generalizada,	en	el	mismo	documento	de	siete	de	julio,	advierte	de	los	posibles
efectos	 perjudiciales:	 autocontaminación,	 proliferación	 de	 microorganismos,
neumonías	 e	 infecciones	 de	 vías	 respiratorias,	 entre	 otras	 posibles
consecuencias	negativas.
Pero	si	otros	ciento	cincuenta	médicos,	biólogos	y	científicos	se	reúnen	y
explican	justo	lo	contrario	de	las	hipótesis	anteriores,	simplemente	los	medios
no	la	publican.	Y	si	miles	de	personas	se	manifiestan	porque	no	quieren	que
ataquen	 su	 libertad	 y	 economía	 con	 los	 confinamientos,	 que	 además	 no
parecen	haber	aportado	nada	positivo	sanitariamente,	los	intentan	desprestigiar
calificándolos	de	extrema	derecha,	fascistas,	etc.	O	si	el	político	de	una	ciudad
o	región	declara	medidas	espectaculares	con	calificaciones	como	Zonas	Rojas
y	amenaza	con	nuevos	cierres,	le	dan	cobertura	a	nivel	de	titulares.	Si	en	otras
ciudades,	 regiones	 o	 países	 importantes	 no	 se	 registra	 prácticamente	 ningún
caso,	viviendo	los	ciudadanos	con	normalidad,	no	se	publica	nada.
Parece	 razonable	 sospechar	 que	 esto	 es	 táctica,	 porque	 se	 selecciona
cuidadosamente	 lo	 que	 se	 publica	 y	 lo	 que	 no,	 pero	 siempre	 en	 el	 mismo
sentido	de	ahondar	en	el	 terror.	De	hecho,	como	resultado	de	esta	estrategia,
los	datos	indican	que	han	multiplicado	casi	por	tres	sus	audiencias	globales.	Si
la	gente	no	sale	a	la	calle,	ni	puede	viajar,	tiene	que	consumir	televisión.
Los	 medios	 de	 comunicación	 intentan	 vivir	 del	 estrés	 que	 ellos	 mismos
provocan	a	los	que	les	siguen,	convirtiendo	a	estos	seguidores,	como	resultado
de	dicho	estrés,	en	yonquis	de	los	noticiarios.
En	 cualquier	 caso,	 es	 una	 verdad	 evidente	 que	 ningún	 medio	 de
comunicación	busca	 la	Verdad.	 Sólo	 busca	 crear	 espectáculo	 para	 conseguir
audiencias,	 despreciando	 hechos	 relevantes	 si	 no	 les	 convienen,	 y	 sólo
publicando	las	opiniones	y	datos	que	le	sean	útiles	para	intentar	influir	sobre	la
sociedad	a	través	de	la	manipulación	de	la	opinión	pública,	en	la	que	siempre
han	basado	su	poder.
Muchos	 responsables	 políticos,	 inicialmente,	 se	 vieron	 también,	 como	 el
resto	de	 la	población,	 sorprendidos	y	arrastrado	por	el	 tsunami	de	 terror	que
los	medios	habían	desatado.
Esta	 desdichada	 situación	 que	 se	 creó	 con	 políticos	 ignorantes,	 mal
asesorados	 y	 muy	 presionados	 por	 los	 medios	 de	 comunicación,	 es	 lo	 que
explica	el	por	qué	se	ha	reaccionado	como	se	ha	hecho	ante	el	coronavirus	en
muchos	lugares	del	mundo.	Ningún	político	de	ningún	país	ha	querido	que	le
pudiesen	acusar	de	ser	responsable	de	asesinato	por	no	haber	tomado	medidas;	
por	ello	muchos		han	ido	tomando	decisiones,	no	siempre	adecuadas	y		con	
escasa	base	científica,	arrastrados	por	el	huracán	mediático.	
Es	 más,	 se	 han	 producido	 -y	 siguen	 produciendo-,	 casos	 de	 honestos
responsables	 políticos	 que	 han	 querido	 llevar	 las	 aguas	 a	 los	 cauces
razonables,	intentado	explicar	lo	que	realmente	sucede,	y	muchos	medios,	por
temor	a	la	perdida	de	audiencias,	se	han	lanzado	contra	ellos	criticándolos,	y
publicando,	 para	 contrarrestar,	 la	 última	 sandez	 expresada	 por	 cualquier
vocero	en	búsqueda	de	notoriedad.
Sólo	algunos	políticos	han	visto	en	esta	crisis	una	oportunidad	de	destacar
y	salir	del	anonimato,	y	por	eso	alguno	ha	iniciado	una	especie	de	carrera	para
ver	quién	 toma	 las	medidas	más	excéntricas	y	disparatadas	que	 les	ayuden	a
aparecer	 en	 los	 medios.	 Medidas	 siempre	 revestidas	 de	 aparentes	 razones
humanitarias,	mientras	 arruinan	 a	 los	 ciudadanos.	 Pero	 las	 consecuencias	 de
tales	 medidas	 dejan	 mucho	 que	 desear,	 ya	 que	 suelen	 ser	 menores	 los
beneficios	que	aportan	que	los	perjuicios	que	ocasionan;	los	cuales,	en	muchas
ocasiones,	 emergen	 en	 forma	 de	 miseria,	 lo	 que	 también	 produce
enfermedades.
La	 filosofía	 que	 la	 ilustración	 estableció	 fue	 aquella	 de	 “No	 aceptes	 la
verdad	que	 te	ofrecen.	Encuéntrala	por	 ti	mismo”.	Así	que	 en	 aplicación	de
esta	 filosofía	me	 dediqué	 a	 buscar	 información,	 cosa	 habitual	 en	mis	 largos
años	de	investigación	en	campos	semejantes,	con	el	fin	de	intentar	entender	lo
que	 estaba	 sucediendo	y	que	el	 propio	 sentido	 común,	 y	 la	 observación,	me
llevaba	a	cuestionar.
Encontré	 la	 fuente	 principal	 de	 información	 leyendo	 a	 fondo	 las
publicaciones	que	la	Organización	Mundial	de	la	Salud	(OMS)	ha	hecho	con
respecto	 a	 esta	 pandemia.	 Usted	 tambiénlas	 puede	 encontrar	 publicadas	 en
internet,	y	tendrá	ocasión	de	comprobar	que	muchos	medios	de	comunicación
sólo	 han	 publicado	 aquellas	 partes	 de	 esos	 documentos	 que	 les	 permiten
alentar	el	miedo,	obviando	lo	demás.
La	 OMS	 confirma	 que	 los	 asintomáticos	 no	 contagian,	 ni	 tampoco	 se
trasmite	 durante	 el	 periodo	 de	 incubación.	 Sólo	 los	 que	 presentan	 síntomas
pueden	contagiar;	pero	estos	suponen	un	porcentaje	muy	bajo.
Por	otro	lado,	conviene	saber	que	dar	positivo	en	estas	pruebas	no	quiere
decir	que	la	persona	esté	infectada,	ni	siquiera	que	se	encuentre	incubando	el
COVID-19.	La	razón	de	ello	está	en	la	naturaleza	de	los	propios	test.
El	 diagnostico	 de	 esta	 infección	 es	 bastante	 fiable	 cuando	 en	 la	 misma
persona	coinciden	los	síntomas	de	fiebre,	tos,	dificultad	de	respiración,	presión
en	el	pecho…	con	un	resultado	positivo	en	el	test.	Pero,	la	realidad	es	que	la
mayor	parte	de	test	se	los	están	haciendo	gente	sin	síntomas.	Unos	guiados	por
el	miedo,	y	otros	porque	han	estado	en	contacto	con	alguien	que	dio	positivo	y,
a	 su	vez,	 se	 lo	hace	por	 si	 acaso.	Así	que	en	aplicación	del	principio	de	 los
contactos	 estrechos,	 todos	 se	 van	 a	 casa	 durante	 catorce	 días,	 estando	 la
mayoría	perfectamente	sanos.
Debemos	aclarar	algo	 importante	con	 respecto	a	 los	 test.	Aunque	existen
varias	clases	el	que	más	se	emplea	es	el	conocido	como	PCR	(siglas	en	inglés
de	 “Reacción	 en	Cadena	 de	 la	 Polimerasa”)	 pues	 los	 demás	 son	 aún	menos
precisos.	Este	actúa	rastreando	la	presencia	de	material	genético	de	virus	en	la
persona,	 pero	 no	 es	 capaz	 de	 detectar	 el	 genoma	 completo,	 pues	 tardarían
semanas	 en	 obtener	 los	 resultados.	 Es	 por	 ello	 que	 lo	 que	 detecta	 puede
corresponder	 a	 restos	 de	 cualquier	 otro	 virus,	 ya	 que	 no	 es	 posible	 la
identificación	completa	de	un	virus	específico.	Por	esta	razón,	como	afirman
los	 propios	 laboratorios,	 los	 positivos	 de	 los	 test	 en	 ningún	 caso	 significan
infección	 por	 coronavirus.	 De	 hecho,	 solo	 alrededor	 del	 16%	 desarrolla
posteriormente	 la	 infección.	 Y	 esto,	 de	 tan	 crucial	 importancia,	 no	 suelen
publicarlo	 los	 medios	 de	 comunicación,	 e	 incluso	 se	 han	 lanzado	 como
posesos	contra	algún	responsable	político	que	lo	ha	intentado	explicar.
En	 cualquier	 caso,	 es	 bueno	 saber	 que	 cuando	 los	 gobiernos	 hablan	 de
nuevos	 brotes	 se	 están	 refiriendo	 a	 estos	 positivos	 de	 los	 test,	 los	 cuales,
evidentemente,	 aumentan	 según	 el	 número	 de	 test	 que	 se	 realizan	 también
aumentan.
Los	ciudadanos,	en	su	natural	desconocimiento	pues	no	son	especialistas,
creen	que	todos	esos	positivos	que	les	comunican	diariamente	corresponden	a
personas	infectadas	por	COVID	-19,	lo	que	es	absolutamente	falso.	Como	dije
antes,	solo	el	16%	de	ellos	terminan	desarrollando	la	infección.	Los	demás	no.
Con	 respecto	 al	 confinamiento	 de	 la	 población	 la	 OMS	 indica	 que	 esta
medida	 se	 debería	 usar,	 esencialmente,	 con	 las	 personas	 que	 presentan
síntomas.	 Evidentemente,	 no	 con	 la	 población	 sana.	 Y	 por	 las	 razones
explicadas	antes,	tampoco	con	los	que	dan	positivo	en	los	test,	pues	el	84%	de
ellos	no	tienen	la	infección.
El	 encierro	 generalizado	 de	 poblaciones	 ha	 sido	 poco	 afortunado.	 De
hecho,	es	la	razón	por	lo	que	aumentó	tanto	la	mortandad	en	aquellos	países	o
regiones	que	confinó	a	todos	sus	ciudadanos	largo	tiempo,	pues,	para	lograrlo,
los	gobiernos	se	vieron	obligados	a	impulsar	más	aún	el	pánico	que	ya	habían
creado	 los	 medios,	 como	 recurso	 para	 que	 la	 población	 aceptara	 el
confinamiento.
En	 la	 práctica,	 lo	 que	 ha	 supuesto	 esta	medida,	 es	 que	 a	 los	 que	 tenían
síntomas	se	les	enviaba	a	su	domicilio	casi	como	única	terapia,	e	igual	medida
se	tomó	con	las	personas	vulnerables.	Es	sabido,	por	ejemplo,	que	en	muchas
residencias	de	ancianos	de	algunos	países	–fundamentalmente	Italia,	España	y
Perú-	 jamás	 apareció	 un	 solo	médico,	 con	 consecuencias	muy	 negativas.	 A
esta	población,	que	era	 la	que	 realmente	necesitaba	atención	sanitaria,	 se	 les
dejó	 sin	 la	 misma	 en	 muchas	 ocasiones	 porque	 los	 profesionales	 sanitarios
estaban	colapsados	en	los	centros	de	salud,	atendiendo	a	personas	que,	debido
al	 pánico	 creado,	 creían	 estar	 infectadas	 cuando	 en	 realidad	 no	 presentaban
ningún	síntoma	real	ni	riesgo	especial	por	vulnerabilidad.
Hoy	es	una	evidencia	que	los	países	que	mejores	resultados	han	obtenido,
desde	el	punto	de	vista	de	la	salud,	son	aquellos	que	concentraron	sus	recursos
sanitarios,	exclusivamente,	en	atender	rápidamente	al	que	presentaba	síntomas
y	 a	 la	 población	 más	 vulnerable,	 y	 no	 los	 dedicó	 a	 cuidar	 de	 la	 histeria
colectiva	 de	 gente	 asustada.	 Y	 solo	 añadieron	 a	 esto	 la	 limitación	 de	 las
grandes	 concentraciones	 de	 personas,	 en	 cuyo	 caso	 sí	 exigen	 el	 uso	 de	 las
mascarillas.	 Los	 países	 que	 pusieron	 en	 marcha	 esta	 fórmula	 de	 gestión
sanitaria	 han	 tenido	 un	 número	 de	 defunciones	 prácticamente	 similar	 a
cualquier	gripe	normal,	y	a	veces	inferior.
Sin	 querer	 extenderme	más,	 pues	 todos	 podemos	 buscar	 y	 encontrar	 los
datos	que	demuestran	lo	que	aquí	expongo,	veamos,	como	ejemplo,	el	caso	de
Alemania,	que	solo	encerró	durante	dos	semanas	a	sus	ciudadanos,	y	rectificó
inmediatamente	 esta	 estrategia	 al	 comprender	 su	 falta	 de	 utilidad	 sanitaria.
Con	 la	gripe	del	2017	y	18,	 fallecieron	25.100	personas	en	este	país.	Con	el
coronavirus,	 hasta	 agosto	 del	 2020,	 9.266.	 Y	 con	 resultados	 similares,	 e
incluso	 mejores,	 puede	 encontrar	 múltiples	 ejemplos	 en	 otros	 países	 como
Austria,	 Grecia,	 Portugal,	 varios	 países	 asiáticos,	 etc.	 De	 estas	 experiencias
deberíamos	aprender	los	demás.
Lamentablemente,	muchos	medios	no	están	publicando	o	explicando	a	los
ciudadanos	estos	datos	tan	relevantes.
¿Debemos	suponer	que	 la	explicación	a	este	comportamiento	puede	estar
en	que	la	publicación	de	dichos	datos	eliminaría	terror	a	la	situación,	y	saben
que	 sin	 miedos	 pierden	 audiencia?	 Pudiera	 ser,	 porque	 esa	 pérdida	 de
audiencia	 sí	 que	 supone	 un	 auténtico	 escenario	 de	 pánico	 para	 los	 propios
medios.
Aunque,	 a	 lo	mejor,	 la	 explicación	 también	 pudiera	 encontrarse	 en	 estas
palabras	de	Napoleón:	“Nunca	atribuyas	a	 la	malicia	 lo	que	adecuadamente
se	puede	explicar	con	la	incompetencia”.
Sea	 como	 fuere,	 parece	 indudable	 que	 la	 conocida	 como	 “era	 de	 la
información”	 es	 una	 de	 las	 etapas	 en	 la	 historia	 del	 hombre	 donde	 este	 ha
dejado	de	pensar,	para	solo	oír.
Confieso	que	no	soy	muy	optimista	con	respecto	a	que	tengan	intención	de
rectificar,	 pues	 todos	 los	 indicios	 parecen	 señalar	 que	 pretenden	 seguir
aprovechando	 esta	 crisis,	 hasta	 que	 tengan	 o	 inventen	 otra	 para	 sustituirla.
Esperemos	 que,	 cuanto	 antes,	 tengamos	 la	 vacuna	 para	 poner	 fin	 a	 este
huracán,	pues	ha	sido	creado,	en	buena	parte,	de	manera	artificial.
En	 resumen,	 la	 táctica	que	están	empleando	 los	medios	de	comunicación
consiste,	 básicamente,	 en	 publicar	 cualquier	 noticia	 negativa	 sobre	 esta
pandemia,	y	no	publicar	ninguna	positiva	o	esperanzadora.	Con	ello	consiguen
producir	miedo,	y	más	miedo,	atando	al	ciudadano	a	los	medios.	Y	en	ciertos
países,	 sobre	 todo	 en	 Italia,	 España,	 Bélgica	 y	 Perú,	 esta	 táctica	 está
respaldada	 con	 la	 complicidad	 de	 unos	 gobernantes	 que,	 revestidos	 de
ignorancia,	 intentar	 hacer	 olvidar	 sus	 responsabilidades	 criminales	 por	 no
haber	tomado	medidas	preventivas	a	tiempo,	cuando	ya	conocían	la	crisis	que
se	 aproximaba.	 Es	 por	 esta	 razón	 que,	 ahora,	 persisten	 en	 tomar	 medidas
excéntricas	 y	 poco	 eficaces	 para	 intentar	 parecer	 que	 están	 cuidando	 de	 un
pueblo	cansado	y	desconcertado.	Ello	ha	supuesto	que	estos	países	tengan	más
muertos	por	cada	cien	mil	habitantes	que	los	demás,	y	mayor	ruina	económica.
	
Con	motivo	de	esta	investigación	he	tenido	la	oportunidadde	reunirme	con
importantes	 periodistas	 europeos.	 La	 mayor	 parte	 de	 ellos	 se	 manifiesta	 en
privado	avergonzado	de	como	se	está	 tratando	desde	 los	medios	 la	crisis	del
coronavirus.	 Pero	 argumentan	 que	 también	 ellos,	 como	 cualquier	 otro
ciudadano,	tienen	que	pagar	sus	hipotecas.
Para	concluir	es	bueno	recordar,	de	forma	muy	sintética,	los	antecedentes
de	los	medios	de	comunicación,	pues	es	relevante	para	entender	mejor	lo	que
en	este	artículo	se	explica.
El	 primer	 periódico	 de	 la	 historia	 del	 hombre	 lo	 fundó	 Julio	 César.	 Lo
llamó	Acta	Diurna	y	lo	ofrecía	gratis	al	pueblo	de	Roma.	Lo	creó	con	el	fin	de
manipular	la	opinión	pública	a	su	favor	y	en	contra	del	Senado	romano	que	le
era	adverso,	y	que	gozaba	de	un	inmenso	prestigio	desde	siglos	atrás.	Es	decir,
desde	su	nacimiento	los	medios	ya	han	estado	ligados	al	deseo	de	controlar	y
manipular	 dicha	 opinión	 pública.	 Tuvo	 mucho	 éxito.	 En	 cuanto	 comenzó	 a
publicar	los	debates	que	en	el	Senado	se	producían	se	pusieron	de	manifiesto
las	 vergüenzas	 de	 esa	 institución,	 las	 cuales	 quedaron	 expuestas	 a	 los
ciudadanos	 de	 Roma.		Estos,	 al	 poder	 leer	 las	 luchas	 internas	 entre	 los
senadores,	comenzaron	a	comprender	que	no	eran	tan	altas	las	razones	por	las
que	esa	institución	tomaba	las	decisiones	políticas,	como	ingenuamente	habían
supuesto	 hasta	 entonces.	 El	 Senado	 Romano	 jamás	 volvió	 a	 recuperar	 su
antiguo	prestigio.
Después	 hay	 que	 avanzar	 prácticamente	 hasta	 el	 siglo	 XVI	 para	 ver
emerger	 medios	 de	 comunicación	 de	 cierta	 importancia,	 ya	 que,	 desde	 la
desaparición	del	Imperio	Romano,	en	el	siglo	V,	ese	mundo	se	hundió	en	un
desastre	 sólo	 comparable	 a	 las	 eventuales	 consecuencias	 de	 un	 cataclismo
nuclear,	pues	se	evaporó	todo	el	progreso	social,	individual	y	técnico	que	hasta
entonces	se	había	logrado.
Pero	sería	en	los	siglos	XIX	y	XX,	al	generalizarse	su	consumo,	cuando	los
medios	de	comunicación	 se	convirtieron	en	un	poder	de	primer	nivel	por	 su
capacidad	de	influir	sobre	la	opinión	pública.
Una	 rápida	 mirada	 a	 la	 historia	 nos	 permite	 ver	 que	 esos	 dos	 siglos,
precisamente,	han	sido	los	de	mayor	violencia	en	forma	de	guerras	desde	que
el	 ser	 humano	 habita	 este	 hermoso	 planeta.	 Cabría	 preguntarse	 si	 esto	 es
responsabilidad	directa	de	esos	medios.	Probablemente	no	en	exclusiva,	pero
lo	que	si	demuestran	esas	circunstancias	es	que,	en	el	mejor	de	los	casos,	no
han	aportado	a	la	humanidad	nada	positivo.
Así	 que,	 como	 el	 origen	 de	 dichos	 medios	 está	 en	 la	 Roma	 clásica,	 no
estaría	mal	que	cuanto	antes	pudiéramos	escribir	Requiescat	 in	Pace	 (R.I.P.)
en	sus	lápidas,	para	evitar	que	la	siguiente	campaña	que	se	les	ocurra,	con	el
objetivo	de	aumentar	lectores	y	audiencias,	sea	impulsar	alguna	guerra	con	la
misma	falta	de	escrúpulos	con	la	que	han	actuado,	y	siguen	actuando,	en	esta
pandemia.
	
Xavier	Dalmau			
Agosto	2020

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