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217 ISSN: 2011-9771, Albertus Magnus, Vol. 4, N.º 2, julio-diciembre de 2012, pp. 217-232 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El santuario, lugar de la “experiencia” 
con Dios 
 
P. Iván Fernando Mejía Correa, O. P.* 
 
 
 
 
 
 
 
Resumen 
en el presente artículo busco exponer cómo el santuario es un lugar privilegiado para 
la experiencia con Dios. Así se palpa a lo largo de la historia de la salvación y, en su 
relevancia y pertinencia como espacio sagrado, como sitio de peregrinación, como 
lugar de celebración, como referente de fe y como centinela de la esperanza. 
Palabras clave: Santuario, salvación, celebración, fe, oración. 
 
 
 
 
El santuario en la historia de la salvación 
 
el Antiguo Testamento muestra la importancia que tuvieron los santuarios 
para los patriarcas. Los patriarcas, como dice R. de Vaux, “restablecen los 
santuarios en los lugares que han significado algo para ellos” (1964, p. 382). 
 
 
 
* Licenciado canónico en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, 
Itepal. Docente de Teología de la Universidad Santo Tomás. Correo electrónico: ivanfernando27@ 
gmail.com 
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es así como los erigidos en Siquem, Betel, Mambre, Bersabé (pp. 382-387), en 
principio, se convierten en lugares de culto; sin embargo, algunos posterior- 
mente son vistos como contrarios a la misma fe de Israel (p. 388). Además 
de estos santuarios, aparecen otros pequeños como Guigal, Siló, Mispa de 
Benjamín, Gabaón (pp. 398-406), por no decir otros que también revistieron 
importancia para Israel. 
Sin embargo, el esplendor del santuario se observa en el templo de Je- 
rusalén, idea pensada primero por David, pero llevada a cabo por su hijo 
Salomón. este templo va a adquirir una gran importancia. La tradición deu- 
teronomista va a elaborar una teología del significado del templo y va a de- 
sarrollarla a partir de este. es así que muestra el templo como la morada de 
Dios (427). Al respecto, hay algunos salmos que muestran el acontecimiento 
(Sal 27; 42; 76; 84; etc.) (427). Por eso el mismo De Vaux afirma: “el templo, 
la santa morada, seguirá formando el centro de la piedad judía” (428). Tam- 
bién el deuteronomista va a manejar la idea de la elección representada en el 
templo (428). es más, “el Deuteronomio pone de relieve la elección del lugar 
que yahvé escogió entre todas las tribus para establecer en él su nombre y 
hacerlo habitar en él” (428). Por otra parte, Pikaza muestra que 
el templo asume los principios de la teología israelita y puede pre- 
sentarse como sacramento de la alianza: aquí renuevan y mantienen 
los hombres su pacto con yahvé; aquí expresa yahvé la hondura sor- 
prendente de su misericordia, el perdón que brota de su pacto (2007, 
p. 1012). 
 
Sin embargo, no hay que desconocer corrientes que encuentran una 
cierta tendencia desfavorable al culto en el templo (De Vaux, 1964, p. 431). 
Pero en general, los profetas, los hombres de una experiencia de Dios, vie- 
ron el templo con buena actitud. Al respecto, comenta Congar: “numerosos 
estudios han subrayado la relación positiva y frecuentemente muy explícita 
de los profetas con el templo” (1964, pp. 71-72). 
Como es ya sabido, el Antiguo Testamento prepara el advenimiento de 
Jesús de Nazaret. en esa medida, Sayés dice lo siguiente: “toda la revelación 
de Dios en el A.T. no era más que una palabra provisional, dirigida al mo- 
mento cumbre en el que Dios mismo nos hablará, no ya por los profetas, sino 
por medio de su propio Hijo” (1995, p. 53). 
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en consecuencia, el Antiguo Testamento estaba encaminado a preparar 
la venida de Jesús de Nazaret, por eso las instituciones tenían un carácter 
provisional y pedagógico que orientaban al pueblo a esperar al Mesías. Sin 
embargo, Jesús de Nazaret se inserta en un contexto de tradiciones, donde se 
demuestra que es un judío piadoso y en esa medida se “encuentran pasajes 
que revelan un profundo respeto por el templo y por todo lo que él represen- 
ta” (Ramos, 2001, p. 1236), pero también el autor mencionado hace notar que 
Jesús también es un crítico frente al templo, por eso dice lo siguiente: “Jesús 
pronuncia rotundas afirmaciones de la caducidad del templo” (p. 1236). 
Pero es que el problema no es el templo como templo, sino como dice 
Gnilka: “no es el templo en sí lo que es indigno sino la manera en que las 
personas se relacionan con Dios en el templo” (1993, p. 340). en efecto, el 
problema no son las instituciones, sino la actitud del hombre frente a ellas y a 
Dios. Muchos de los que iban al templo estaban muy lejos del verdadero 
Dios, aunque cumplían con los preceptos de la ley, su corazón era duro y sin 
misericordia, cosa que desdice del verdadero culto que se le debe rendir a 
Dios. 
Aunque Jesús es un judío piadoso como lo demuestran varios pasajes 
(Jn 2,16; 2,14; 5,14; 7,28; 10,23; 18,20), Él quiere manifestar con un gesto pro- 
fético que, con su advenimiento, ha llegado un nuevo régimen. en conse- 
cuencia, dice Congar: 
en verdad, Jesús ha transferido a su persona el privilegio, largo tiempo 
detentado por el Templo, de ser el lugar en que se podrá encontrar la 
presencia y la salvación de Dios, el punto desde el cual se comunica 
toda santidad (1964, p. 160). 
 
es así que Jesús con su actitud, como lo dice Alonso Ramos, 
no quiere purificar el templo para hacerlo interior y universal; no lo 
reforma con el fin de mejorar el sistema desde dentro. El sistema ha 
terminado y ya no vale. Por eso lo que Jesús quiere indicar es la llegada 
del reino: en medio del templo, con la autoridad que ha recibido, sin 
rendir cuentas a nadie, ofrece a todos la señal de la venida de ese reino, 
el fin de las antiguas estructuras (2001, p. 1249). 
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Así, la primera comunidad se distancia del culto del templo. es que “la 
primitiva comunidad cristiana pensaba que la revelación de Jesús había sig- 
nificado el final del viejo templo y se planteaba la pregunta sobre el nuevo 
espacio para la presencia de Dios, el lugar del culto escatológico” (Ramos, 
2001, p. 1237). Sin embargo, como aduce Pikaza, “algunos cristianos siguie- 
ron acudiendo al templo de Jerusalén, pues creían que Jesús no había venido a 
destruirlo, sino a culminarlo” (2007, p. 1018). 
Sin embargo, los primeros cristianos van a comprender que “el verda- 
dero templo de Dios son los cristianos [cf. 1Cor 3,16-17; 2Cor 6,16] y de un 
modo especial la Iglesia […] Más aún, el verdadero templo de Dios es Jesús” 
(Ramos, 2007, p. 1018). Por eso, para el cristiano, el verdadero culto se le da a 
la persona de Cristo. Él es el que muestra la cara de Dios; conocerlo a Él es 
conocer al Padre. y es en la Iglesia donde el misterio de Cristo se hace pre- 
sente; es en la reunión de los bautizados donde se rinde el verdadero culto 
y, por lo tanto, ya no se necesitan lugares, sino una adoración que se da en 
espíritu y verdad (Jn 4,21-24)1. 
Si los primeros cristianos se encontraron en una situación apremiante, 
después del edicto de Milán cambiaron las cosas para ellos. Esto significó que 
si antes celebran los misterios de Cristo en casas, con el edicto pasaron a 
lugares públicos y a las primeras basílicas. De ahí que, como dicen Ibáñez y 
Garrido, 
aunque en el siglo II ya existían lugares específicos de culto, a partir 
del edicto de Milán (313) se multiplicaron rápidamente, siguiendo un 
modelo arquitectónico: el de la basílica latina, nombre con el que los 
romanos designaban una gran sala o edificio, público o privado pero 
noble (1997, p. 101). 
 
Así, después de la legalización del cristianismo por parte del Imperio, 
los cristianos celebraron en lugares, que no eran el templo, y por eso dicen 
Ibáñezy Garrido: “así lo entendieron ya los primeros cristianos y así lo si- 
guieron comprendiendo y realizando las generaciones cristianas posteriores, 
 
 
 
1 Jesús le anuncia a la mujer que en el futuro la adoración no está ligada a lugares, sino a 
una persona, a él mismo, el nuevo templo de Dios; y será un culto en espíritu y verdad, algo que 
proviene del corazón movido por Dios y que revelará en acciones concretas de vida (Jn 4,21-24). 
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las cuales sembraron de iglesias y de otros monumentos cultuales todas las 
épocas y geografías” (1997, p. 101). 
Ahora bien, los primeros cristianos utilizaron el arte y los símbolos para 
expresar las realidades cristianas. Por eso las imágenes y las mismas iglesias, 
con sus construcciones en piedra, representaban y explicaban los misterios 
de Cristo. Así, todos los elementos del templo adquirieron significados para 
expresar la realidad de Cristo. 
 
 
El santuario como espacio sagrado 
 
Dios se manifiesta en la historia a través de acontecimientos, circunstancias, 
personas y, en últimas, a través de una serie de signos. Los santuarios, dice 
el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, “no es 
solo una obra humana, sino también un signo visible de la presencia del Dios 
invisible” (1999, p. 42). 
José Aldazábal, al respecto, anota: “un santuario, que siempre de alguna 
manera es signo de la presencia de Dios en nuestro mundo, tanto si es un lu- 
gar mariano o de un santo, debe conducir claramente a Cristo” (2002, p. 376). 
en esa medida, los santuarios recuerdan a los hombres, muy especialmente, 
la presencia de Dios en su historia. Los santuarios tienen también el encargo 
de hacer memoria de la existencia de Dios, por eso “el santuario es ante todo 
lugar de la memoria de la acción poderosa de Dios en la historia, que ha 
dado origen al pueblo de la alianza y a la fe de cada uno de los creyentes” 
(Pontificio Consejo para la Pastoral…, 1999, p. 11). 
Dios en su infinita misericordia no deja de comunicarse a los hombres. 
La lógica de Dios es salir de sí para comunicarse a los hombres empleando 
todas las formas y, en este caso, empleando signos visibles. De ahí que “el 
santuario recuerda la iniciativa de Dios y ayuda al peregrino a acogerla con 
sentimientos de asombro, gratitud y compromiso” (Pontificio Consejo para 
la Pastoral…, 1999, p. 44). Por eso, los santuarios, de una u otra manera, 
estimulan la conciencia de los peregrinos de la presencia de Dios y tienen 
como objetivo decirles a los hombres que Dios los está esperando y sale a 
su encuentro así pues, “los santuarios deben ser lugares de encuentro entre 
Dios y la humanidad, deben facilitar que el encuentro entre el hombre y Dios 
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se realice desde la escucha y el silencio radical que son ambos” (Parellada, 
2007, p. 20). 
Además, los santuarios tienen una función pedagógica en la vivencia 
de la fe de los peregrinos y de las personas que se acercan allí: “el santuario 
ayuda a descubrir a Cristo Templo nuevo de la humanidad reconciliada con 
Dios” (Pontificio Consejo para la Pastoral…, 1999, p. 44). En estos lugares, 
muchos peregrinos pueden experimentar la presencia de Dios; allí es donde 
Dios habla, ya mediante el silencio, ya mediante el lenguaje de su pueblo, 
pero siempre a través de manifestaciones que dicen más que las palabras 
(Centre de Pastoral Litúrgica, 1995, p. 101). 
es por esto que “la Iglesia, ‘madre y maestra’, ha reconocido en él una 
presencia sobrenatural y lleva allí a sus hijos para regenerar y fortalecer 
su fe, para afianzar y animar su caridad, para encontrar esta buena nueva 
que ha cambiado su vida” (Centre de Pastoral Litúrgica, 1995, p. 101). Los 
santuarios, entonces en vez de entorpecer la labor misionera y de evangeli- 
zación de la Iglesia, se convierten en lugares privilegiados para percibir la 
presencia de Dios, que ayude a los peregrinos a profundizar los sentidos de 
fe. Por eso “el santuario es el lugar del espíritu, porque es el lugar en el cual 
la fidelidad de Dios llega a los hombres y los transforma” (Consejo Episcopal 
Latinoamericano, 2008, p. 320). 
Por otro lado, el hombre es un animal comunitario. Necesita de una 
comunidad para realizarse como persona, manifestando sus sentimientos, 
ideas y compartiendo la propia vida. En esa medida Coreth afirma: “una 
comunidad descansa en las relaciones personales de la mutua afirmación 
y respeto, amistad y amor, de la vinculación espiritual personal en una co- 
munidad de vida y de sentimientos” (Coreth, 1980, p. 227). en efecto, los 
hombres necesitan de la comunidad para realizar su personalidad y todas 
las facetas de la vida, incluyendo la dimensión religiosa que es constitutiva 
del ser humano. 
La mayoría de los hombres necesitan espacios y tiempos para celebrar 
“algo”; este algo en muchos casos es la festividad religiosa. es allí donde los 
hombres en comunidad se reúnen para celebrar. La celebración hace parte 
de la vida de todos los hombres, en las celebraciones manifiestan sus con- 
vicciones más profundas. Por eso “celebrar implica siempre una referencia 
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a un acontecimiento que provoca un recuerdo o un sentido común” (López, 
1996, p. 74). 
Se celebra un acontecimiento que ha marcado la vida. Las experiencias 
religiosas han marcado la vida de muchos hombres y mujeres. De hecho, 
la celebración de los sacramentos en el ámbito cristiano expresa las etapas 
de la vida. Por ejemplo, el bautismo no solo expresa la regeneración de los 
hombres por parte de la fuerza de Cristo, sino que marca el nacimiento de 
una vida humana; la confirmación marca otra etapa de vida de los hombres 
y mujeres, y así si analizamos cada sacramento, también nos muestran, no 
solo la dimensión religiosa, sino una nueva etapa de vida. 
Pues bien, los santuarios son lugares donde los hombres y mujeres ma- 
nifiestan su fe en comunidad. Así dice el Pontificio Consejo para la Pastoral 
de los emigrantes e Itinerantes: “los santuarios son como los hitos que orien- 
tan el caminar de los hijos de Dios sobre la tierra, y promoviendo la expe- 
riencia de convocación, encuentro y construcción de la comunidad eclesial” 
(Juan Pablo II, 1999, p. 6). 
Los peregrinos que concurren a estos sitios son personas en su gran 
mayoría de fe que quieren expresar sus manifestaciones religiosas en co- 
munidad. Al respecto, dice el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emi- 
grantes e Itinerantes: 
cada vez que la comunidad de los creyentes se reúne en el santuario, lo 
hace para recordar a sí misma otro santuario: la ciudad futura, la mo- 
rada de Dios que queremos comenzar a construir ya en este mundo y 
que no podemos dejar de desear, llenos de esperanza y conscientes de 
nuestros límites, comprometidos a preparar lo más posible la llegada 
del Reino (1999, p. 67). 
 
 
El santuario como sitio de peregrinación 
 
Por ser el santuario un lugar privilegiado para la experiencia con Dios, este 
se convierte para el hombre y la comunidad en un sitio de acogida y para la 
misión y la evangelización. 
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De acogida 
 
Hoy es sabido que en la experiencia de muchas personas se encuentra un 
vacío existencial. el hombre contemporáneo que está situado en la época del 
consumismo y del mercado, a pesar de esto, sufre un vacío existencial. en 
palabras de Felicísimo Martínez, “la sociedad del bienestar está mucho más 
preocupada por proporcionar placer a sus habitantes que por proporcionar- 
les sentido” (2009, p. 10). 
De esta manera, para varios peregrinos los santuarios son lugares de 
acogida, que brindan sentidoa la vida de muchas personas. Al respecto, 
nos dice Marco A. Ordenes: “la acogida de Dios se vive como un encuentro 
provocado y sostenido por el amor” (2009, p. 203). Los santuarios proporcio- 
nan esa posibilidad que parte de una acogida amorosa de Dios, que sale al 
encuentro del hombre herido y desfigurado por los golpes de la vida. 
en efecto, a estos sitios se acercan toda clase de personas con diferen- tes 
circunstancias de vida, en algunos casos situaciones difíciles. Por eso, 
siguiendo la lógica del evangelio podemos descubrir que los santuarios son 
lugares explícitos, de visitantes, muchos de ellos turistas y desconocidos y, 
otro tanto, hombres y mujeres que, aunque se acercan a ellos, han estado 
alejados de la fe, aunque siguen siendo hermanos y hermanas que la Iglesia 
acoge en la casa del Padre (Parellada, 2007, p. 12). 
La acogida no es solamente el acto de recibir a alguien, sino que implica 
escucha, diálogo, espacio para la reflexión. Por eso comenta Ordenes: 
la persona, al verse acogida por Dios, se vuelve hacia Él en la totalidad 
de sus sueños y temores, de sus inquietudes y proyectos, en la totali- 
dad de sus éxitos y fracasos, descubriendo que Dios que se ha mani- 
festado en su historia, y que revela la plenitud de su querer salvífico en 
Cristo (2009, p. 203). 
 
Las expresiones religiosas y de corte popular son una manera para el 
peregrino de expresar gratitud en estos lugares. Para muchas personas, los 
elementos de piedad popular son modos de expresar esa acogida que expe- 
rimentan por parte de Dios y sus santos. Dios, en muchos casos, se vale de 
estas experiencias sensibles, hace que los hombres se sientan acogidos. 
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es cierto que el creyente está llamado a crecer en la fe, pero también es 
cierto que en muchas ocasiones Dios se vale de gestos sencillos para que los 
hombres se abran a Él y depositen en Él su interior. 
 
 
 
De misión y de evangelización 
 
La naturaleza de la Iglesia es ser misionera; la razón de ser de ella es procla- 
mar el reino de Jesucristo. Desde los comienzos, la Iglesia ha proclamado la 
Palabra de Dios que se hace realidad en Cristo. Por eso muy acertadamente 
nos dice Bombonatto: “la Iglesia es totalmente misionera y la misión está en 
el centro de la vida de la Iglesia, comunidad de los discípulos misioneros de 
Jesús” (2009, p. 10). 
La Conferencia de Aparecida reflexiona en torno al discipulado y la ac- 
titud misionera para que nuestros pueblos latinoamericanos tengan vida en 
abundancia. Por eso, la Conferencia en uno de sus apartes afirma: 
La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo 
de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en vir- 
tud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de 
Jesucristo (2007, p. 11). 
 
¿Pero qué significa ser discípulo y misionero? El discipulado parte de 
una experiencia íntima con Jesucristo, sin esta experiencia no se puede ser 
discípulo. el discípulo es el que escucha la palabra del maestro y luego desde 
su corazón brota el mensaje evangélico del cual ha sido testigo (Mc 3,14). La 
misión, así, brota de esa vivencia con el misterio de Cristo, de ahí que los 
discípulos tengan esa experiencia concreta con Cristo. esa vivencia implica 
el seguimiento de Jesús, 
en el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bien- 
aventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y 
obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor 
humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la 
misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida” (V 
Conferencia General del episcopado…, 2007, n. 139). 
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Los santuarios se constituyen lugares de evangelización. en esa medida, 
como dice enric Parellada, “los santuarios aparecen como sitios privilegia- 
dos de renovación de la fe y de la vida por todos los que desean reavivar el 
encuentro con el Señor” (2007, p. 6). Por su parte, Néstor Tomás Auza agre- 
ga: “el santuario es un lugar privilegiado para la liturgia, el culto, el proceso 
evangelizador y la espiritualidad” (1994, p. 290). La evangelización en los 
santuarios debe buscar tres cometidos, según enric Parellada: 
por un lado, la pastoral ejercida en los santuarios debe llevar a la con- 
versión en el Señor; de otro lado, todas las personas que lleguen a los 
santuarios deben sentirse reconocidas en su dignidad, respetando la 
situación de cada una y por último, hacer ver que las imágenes que se 
veneran de María o de algunos santos o del mismo Señor, les ayudan 
en el camino de encuentro con Cristo (2007, p. 6). 
 
 
El santuario como lugar de celebración 
 
el santuario no solamente es un lugar privilegiado para la experiencia con 
Dios, sino un lugar para celebrar dicha experiencia: desde la proclamación 
y escucha de la Palabra, desde la recepción de los sacramentos de la vida y 
de la fe, y como lugar que, por su estética y belleza, invita a la celebración. 
Los santuarios son lugares privilegiados donde se escucha y se celebra la 
Palabra de Dios. Como dice el documento del Pontificio Consejo para la Pas- 
toral de los emigrantes e Itinerantes, “el santuario es, por excelencia, el lugar 
de la Palabra de Dios, en la que el espíritu llama a la fe y suscita la comunión 
de los fieles” (1999, p. 25). 
es sabido que nuestra fe se fundamenta en la Palabra de Dios. Por teo- 
logía fundamental sabemos que Dios se revela por medio de la Palabra. esta 
Palabra, como dice el prólogo de san Juan, se hace carne. es así como el Dios 
de los cristianos se revela a través del lenguaje, es decir, la Palabra. en Apa- 
recida se propone que uno de los lugares por excelencia del encuentro con 
Cristo se da a través de la Sagrada escritura, leída en la Iglesia (V Conferen- 
cia General del episcopado…, 2007, n. 247). 
Por eso los santuarios, siguiendo las indicaciones del Vaticano II, deben 
procurar “también que el ministerio de la palabra, esto es, la predicación 
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pastoral, la catequesis y toda la instrucción cristiana, en que es preciso que 
ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se 
vigoriza santamente de la misma palabra de la escritura” (Concilio Vaticano 
II, Dei Verbum, n. 24). 
Los santuarios son lugares donde se acercan muchos peregrinos, unos 
más formados que otros; en esa medida, los santuarios deben cuidar la pre- 
dicación de la Palabra de Dios, que en último término es la expresión del 
misterio de Cristo. 
Una adecuada exposición del misterio de Cristo hará que cada vez los 
peregrinos asimilen verdaderamente los contenidos de los misterios cristia- 
nos. Por eso estos lugares deben privilegiar la inteligencia de la Palabra de 
Dios. Para el Sínodo de los Obispos del 2008, “las sagradas escrituras son el 
‘testimonio’ en forma escrita de la Palabra divina, son el memorial canónico, 
histórico y literario que atestigua el evento de la Revelación creadora y sal- 
vadora” (24 de octubre de 2008). 
en efecto, los santuarios deben exponer la lógica de la revelación cristia- 
na, mostrando que en el centro de dicha revelación está Cristo, quien tiene 
como cometido salvar al hombre de la realidad del pecado que permea todas 
las dimensiones humanas. 
Además de ello, la Palabra tiene como cometido hacer memoria del ac- 
tuar de Dios en la historia humana. Por eso la Palabra de principio a fin debe 
impregnar la celebración de la liturgia. en el santuario, entonces, se hace 
memoria de Dios y especialmente del kerigma. Por eso, como dice Bruno 
Forte, “en la liturgia sigue hablando el espíritu que inspiró las escrituras; la 
liturgiaes tradición misma en su más alto grado de poder y de solemnidad” 
(1990, p. 175). 
Por eso todos los símbolos y las manifestaciones de los santuarios tienen 
como finalidad ambientar “los espacios y los tiempos litúrgicos ‘que’ pue- 
den ser una buena escuela para el aprendizaje de crear un espacio de silen- 
cio en el corazón, que nos permita escuchar a Dios y escuchar a los demás” 
(Parellada, 2007, p. 19). el verdadero cuidado de la predicación de la Palabra 
de Dios ayuda a purificar los elementos, expresiones y manifestaciones de 
la piedad popular. La palabra de Dios ayuda a purificar las manifestaciones 
populares de elementos supersticiosos. en esa medida, nadie desconoce los 
elementos valiosos de la piedad popular. Por eso, como dice Aparecida, 
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no podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un 
modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el prima- 
do de la acción del espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios. 
en la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de la 
trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una 
verdadera experiencia de amor teologal (V Conferencia General del 
episcopado…, 2007, n. 263). 
 
Los santuarios son lugares donde Dios dispensa su gracia por medio de 
los sacramentos. el derecho canónico comenta: 
en los santuarios se debe proporcionar abundantemente a los fieles los 
medios de salvación, predicando con diligencia la palabra de Dios y 
fomentando con esmero la vida litúrgica principalmente mediante la 
celebración de la eucaristía y de la penitencia, y practicando también 
otras formas aprobadas de piedad popular (Código de Derecho Canó- 
nico, n. 1234, parágrafo 1). 
 
La celebración de los sacramentos en los santuarios es la actualización 
de la gracia de Cristo. en efecto, “los sacramentos revelan el amor de Dios, 
son expresión de ese amor, al tiempo constituyen un don salvífico a favor de 
los hombres” (Lasanta, 1999, p. 58). 
Sin lugar a dudas, los santuarios en su gran mayoría se encuentran en 
lugares bellos, y en sus expresiones artísticas son majestuosos. La belleza 
acompaña a estos lugares, siempre ha cautivado a los hombres, y en ella el 
hombre se regocija. No sin razón la belleza es un punto de encuentro entre 
el hombre y la trascendencia. en ese orden de ideas, Jesús Casas Otero co- 
menta: “La mayoría de las civilizaciones, excepto las de tipo positivista, han 
vinculado la búsqueda de la belleza al ansia de trascendencia, de perfección 
y de eternidad” (2003, p. 3). 
La contemplación de la belleza puede llevar a una experiencia trascen- 
dental del hombre. en efecto, los santuarios, por ser lugares bellos en su gran 
mayoría, invitan a los peregrinos a contemplar las obras de arte ya sea en 
imágenes o reliquias. Así, como dice Casas Otero: “la experiencia estética se 
convierte así en vía quaedam ad Deum, y la teología puede descubrir en ella 
otra cara de la experiencia religiosa” (2003, p. 60). 
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Además, hoy más que nunca se debe apelar a otras formas de evan- 
gelizar. La nuestra es una cultura de la imagen. en esa medida, el arte y 
la belleza de las formas se convierten en formas óptimas para el proceso 
evangelizador. Hoy entonces se debe valorar la estética como lugar epifáni- 
co de Dios. Al respecto, Aurelio Fernández, citando a M. Pochet, dice: “Me 
pregunto si la belleza no es el camino por excelencia para encontrar a Dios” 
(2009, p. 51). 
 
 
El santuario como referente de fe 
 
el santuario como lugar de celebración de la experiencia de Dios es también 
un referente de fe para el hombre y la comunidad, puesto que privilegia 
su vida de oración y su devoción. el hombre, desde lo más profundo de su 
corazón, está llamado a responderle a ese Dios que se ha manifestado en su 
historia particular, y lo hace por medio de la oración. La oración es vitalidad 
para adquirir la verdadera experiencia de Dios. en ese sentido, comenta B. 
Häring: “sin oración el hombre no llega a la verdad ni descubre su nombre. 
Somos llamados por la palabra creadora de Dios, y esta palabra es una invi- 
tación a vivir conscientes en su palabra” (1991, p. 1391). 
Por medio de la oración el hombre se comunica con Dios, le expone sus 
problemas y dificultades. El Diccionario teológico del catecismo de la Iglesia 
nos dice que la oración es “elevación del espíritu a Dios en la adoración, la 
alabanza, la acción de gracias, la intercesión y súplica, en virtud de la fe, la 
esperanza y la caridad” (Martínez F., 2004, p. 404). Con la experiencia de la 
oración, el hombre adquiere conciencia de la presencia de Dios en su vida. 
Sabe que no está solo y que Dios siempre lo asistirá. en esa medida, comen- 
ta B. Häring que “en la oración específicamente cristiana se manifiesta una 
gran conciencia de la iniciativa divina” (1991, p. 1394). 
La verdadera oración es dejar hacer la voluntad del Padre en el corazón 
humano. entonces la oración capacita al hombre para hacer dicha voluntad. 
La oración transforma la mirada del hombre en una mirada de fe. Así, para 
un hombre de oración todo adquiere una diferente tonalidad. en efecto, to- 
das las cosas, las creaturas, la misma creación y los acontecimientos de la 
vida se miran desde la óptica de la fe. Por eso, “para el hombre de oración 
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todas las cosas llevan la marca de la iniciativa divina e invitan a la alabanza, 
a la gratitud y a la adoración. Dios habla mediante las realidades creadas” 
(Häring, 1991, p. 1394). 
Fuera de la oración litúrgica, la Iglesia ha considerado que también hay 
otras formas de oración que se traducen en muchos casos como oraciones 
privadas o devociones. en la mentalidad del Concilio Vaticano II, “la par- 
ticipación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual” (Concilio 
Vaticano II, Sacrasantum Concilium, n. 12). 
Por el contrario, las devociones y los ejercicios piadosos complementan 
la vida de oración del cristiano. Al respecto, comenta el Concilio: “se reco- 
miendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con 
tal que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia, en particular 
se hacen por mandato de la Sede Apostólica” (n. 13). Las devociones, en 
muchos casos, nos muestran dimensiones de Jesús, de la Virgen y de los 
santos; estas pueden favorecer la comprensión del misterio cristiano “y si 
se celebran con espíritu adecuado, se encuentra la riqueza de la oración” 
(Häring, 1991, p. 1405). 
Los santuarios son lugares donde se manifiesta la piedad popular. Es 
lugar donde el peregrino, mediante los ejercicios piadosos como la recita- 
ción del rosario, la meditación del viacrucis o la recitación de las novenas, 
muestra su amor, reverencia y adoración hacia Dios, a María y a los santos. 
La piedad popular puede ser un elemento evangelizador y catequizador 
(Solórzano, 2009, p. 319). en efecto, las expresiones de religiosidad popular 
pueden ayudar a comprender los misterios de fe. Muchos de los peregrinos 
no conocen a fondo los misterios cristianos. De ahí la importancia de que en 
los santuarios se mantenga una catequesis permanente de los actos devocio- 
nales para evitar supersticiones. Al respecto, comenta Solórzano: 
podemos afirmar que la piedad popular es todo un medio de cateque- 
sis, presente en el pueblo, en sus diversas manifestaciones, celebracio- 
nes, ritos, imágenes, cultura, música, canto y fiestas, elementos que en 
sí mismos son pedagógicos y mistagógicos, pues llegan a la mente y el 
corazón de todos los creyentes, y de alguna manera los conducen a la 
fe (2009, p. 322). 
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Así, los santuarios, a través de las devociones, pueden enseñar los mis- 
terios de la fe y hacerles entender a los peregrinos que esa expresión de fe 
debe ser punto de partida para dar testimonio de la vivencia cristiana, a 
partir de una praxis comprometida con el prójimo. Lo que se expresa con la 
mente y el corazón, mediante las devociones, se debe manifestar en una vida 
de compromiso cristiano. 
 
 
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