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La educación que tenemos, la educación que queremos (III)

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La educación que tenemos, la educación que queremos (III)
La forma más sencilla de lograr reunir y depurar ideas sería comenzar por aquellos que sufren la peor parte de esta crisis: Los estudiantes. 
Cualquiera que sea su nivel – primaria, secundaria, universitarios, incluso inicial si están tan desesperados – nunca habrá nadie mejor que los principales y más directos agraviados para saber lo que quieren y lo que necesita las más urgentes atenciones de quien sea con la autoridad de ayudar.
Todos hemos pensado, una que otra vez, en las cosas que desearíamos que mejorasen en nuestras escuelas mientras asistíamos a clases. 
La mayoría de las cosas en la lista podrían considerarse más bien banales, pero siempre hay un destello de intuición que nos permite ver más allá de las prioridades propias de cada edad y descubrir un problema real que los encargados de la escuela ignoran o escogen ignorar al no poder hacer nada. 
Siempre podemos aprender de los éxitos de los demás, tomar lo que se ajustaría a la realidad del país y fundirlo en una iniciativa nueva.
Por ejemplo, el modelo educativo de Corea del Sur se caracteriza por ser muy estricto y riguroso, pero está cargado de connotaciones sociales como el énfasis en orientarlos para crecer en comunidad y aprender a desarrollar apropiadamente sus relaciones interpersonales. Existe presión familiar y de la misma sociedad surcoreana pues allá se considera que el éxito no es una cuestión de talento, sino de trabajo duro.
En Finlandia la educación sigue un régimen fijo, pero también – de cierta forma – flexible, que propone un aprendizaje basado en la experiencia y busca fomentar los talentos e intereses particulares de cada alumno. Si sus materias con mayor peso son aquellas para las que existe una afinidad previa, se reduce la posibilidad de problemas en el aprendizaje.
Japón es considerado uno de los países líderes del mundo actual no solo por su vanguardia tecnológica, sino porque su fuerte inversión en educación garantiza el repoblamiento de las filas de científicos y académicos. Además, la mayoría de los estudiantes japoneses reciben tutorías personalizadas complementarias fuera del horario escolar.
El sistema educativo del Reino Unido siempre se ha enfocado principalmente en buscar la innovación investigativa y la adopción de nuevas tecnologías. Su status en las evaluaciones internacionales siempre ha reflejado el interés en la educación.
En Rusia, al igual que en Perú, la educación es libre y disponible para todos pero se enfoca en la formación emocional/social de los estudiantes, buscando que estos adaptarse a la vida en la sociedad y sean capaces de tomar decisiones asertivas.
En Estonia se brinda a los estudiantes la posibilidad de profundizar en los temas de su interés durante sus últimos años de la secundaria. Además, existen numerosos institutos educativos vocacionales.
Al comparar los sistemas educativos más exitosos del mundo con los métodos peruanos – que honestamente tienen más hoyos que una coladera – podemos ver con exactitud cuan atrasados estamos y de cuan poco espacio para maniobrar disponemos.
Si desarrollar un currículo educativo para sacar el Perú adelante nos resulta tan cansado, siempre podemos extraer las ideas más adaptables a nuestro medio de todos esos países donde la educación es prioridad.
Podríamos aplicar el interés en las relaciones interpersonales de Corea del Sur. Definitivamente necesitamos el interés de inversión japonés. Los siempre informados docentes de Singapur serían un excelente modelo para los profesores peruanos…
No es cuestión de crear un Frankenstein, pero tampoco podemos dejar que el miedo a probar nuevas cosas nos mantenga presos de la mediocridad para siempre. 
La crisis educativa peruana se declaró propiamente en 2003 pero el desastre en sí fue muy previsible: Llevaba gestándose desde dos décadas atrás. 
Ahora ya no es momento de buscar culpables, de volverse hacia cada autoridad en materia educativa y señalarla como instigador/a del deplorable estatus educativo del Perú. Todos siempre somos tan rápidos al criticar… 
¿Cuántos de nosotros de hecho nos hemos molestado en tratar de trazar soluciones viables a los problemas por los que demandamos soluciones? 
Si en serio nos indigna tanto la burocracia… ¿Cuáles fueron nuestras iniciativas fundamentadas para contrarrestarla? 
El cambio no será sencillo, pero nunca nada verdaderamente necesario lo ha sido. 
Debemos mantener en mente que, a diferencia de las grandes potencias, el Perú es un país que respeta y mantiene su multiculturalidad. 
Borrarla sería arrancar una parte esencial de las que componen nuestras propias concepciones sociales. 
Por lo tanto, cualquier método que empecemos en un intento por replantear los sistemas educativos vigentes en el país debe considerar la fragilidad y la profunda presencia de las relaciones entre las zonas aisladas y la urbe capitalina. 
Nos complementamos más de lo que las mentes altaneras y prejuiciosas podrían querer admitir, pero no hay ninguna vergüenza en ello, ni tampoco ningún derecho de culpar a “esos indígenas ignorantes” de los por retrasar el avance educativo estudiantes citadinos.
El proceso de cambios o reformas que necesitamos tan desesperadamente ya cuenta con numerosos partidarios, cada vez más avocados a hallar una solución que beneficie – o cuando menos no perjudique – a ningún estudiante peruano pues todos estamos bajo la protección del mismo Estado y representamos el futuro de la misma nación. 
Nuestros logros definirán el rumbo del país y el curso que tomen nuestros futuros descubrimientos podría contener entre ellos la respuesta para la que pronto se cumplirán tres décadas de búsqueda. 
Eso nadie lo sabe. 
Solo queda seguir adelante, continuar planeando, debatiendo y diseñando patrones educativos. 
Alguien, en alguna ciudad, provincia, o lejano caserío hallará lo que necesitamos... Le dará su segunda oportunidad al Perú.

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