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La educación que tenemos, la educación que queremos (II)

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La educación que tenemos, la educación que queremos (II)
Algo que muchos comentan – sean padres, alumnos o ciudadanos de a pie – es que no se puede esperar mucho de profesores desactualizados. 
Los mejores profesionales son aquellos que se mantienen en la vanguardia de todos los aspectos relativos a su campo de especialización: ¿Cómo implementar un nuevo estudio en materia educativa?, ¿Sería factible tratar un nuevo método educativo en nuestro país?, ¿El uso de un nuevo recurso tecnológico facilitaría el estudio de los alumnos? 
Esa clase de preguntas deberían estar siempre en la mente de todo docente comprometido y emprendedor, alguien que no se conforma con los estándares con que se recibió y lo educaron, sino que siempre busca nuevas formas de mejorar la experiencia educativa de sus estudiantes.
Pero, a pesar de que culpar de la situación a los docentes podría parecer lo más natural, eso no es nada justo. Después de todo: ¿Cómo podemos exigir un desempeño impecable si el 80% de docentes del país malabares entre dos y tres sitios de enseñanza en paralelo porque sus sueldos no cubren sus gastos?, ¿Cuándo sus peticiones de apoyo a las entidades responsables son desestimadas o nunca oídas?, ¿Cuándo rige entre los propios peruanos un absurdo prejuicio generalizado contra las carreras en educación?
Todos lo hemos oído alguna vez: Que para ser maestro no se necesita ser especialmente inteligente, dotado o sobresaliente. Estereotipo que – irónicamente – no hemos hecho nada más que propagar: La carrera de educación – en cualquier nivel – es una de las que requieren menor puntaje en los exámenes de admisión universitario cuando debería ser una de las más reñidas y selectivas. Ese – en apariencia inocuo – mal augurio solo es el primero de muchos. 
Partiendo de esa triste realidad, todos los involucrados en el sistema educativo que no trabajan en aulas directamente se sienten con derecho a adjudicar cada pequeño contratiempo al maestro encargado, acusaciones de incompetencia son arrojadas y una carrera entera, años de preparación, pueden verse comprometidos en un instante: ¿Cómo podemos exigir la mejor calidad educativa disponible cuando aquellos encargados de formar a las siguientes generaciones tuvieron una valla tan baja que pasar?, ¿Dónde está el arduo y minucioso proceso selectivo que se encargaría de encaminar solo a aquellos que combinen aptitud con vocación? 
La poca valoración a la carrera de educación es otro factor de peso en el constante deterioro del sistema educativo peruano. Nosotros, que alguna vez fuimos beneficiarios de esta particular iniciativa de nuestro gobierno por brindarnos una educación gratuita y accesible a “todos”, somos ahora los críticos y verdugos presentes en cada traspié, listos para continuar minando la cada vez menos estable creíble defensa de este sistema.
Aun con todos los problemas previamente expuestos – y hay muchos, muchos más – simplemente migrar a la educación privada no resolverá la situación. De hecho, puede que ni siquiera la mejore: Las escuelas privadas de Perú fueron calificadas como mediocres en su mayoría, con unas pocas notables excepciones que emplean sistemas extranjeros de enseñanza que abarcan desde las materias hasta el ambiente en que se desenvolverán y/o interactuarán los alumnos. 
Las universidades enfrentan este escrutinio en una medida mucho menor debido a que el obstáculo más conocido para acceder a una de ellas suele ser el precio, cosa que los interesados pueden descartar desde mucho antes, buscando algo que se adapte mejor a sus ingresos si definitivamente desean mantenerse fuera de una universidad pública. 
Otro punto importante al elegir una universidad privada suele ser el estereotipo de que sus alumnos están ahí por haber pagado y no por haber superado ninguna clase de prueba de admisión que pueda ser considerada remotamente desafiante. A pesar de esto, sin embargo, más y más universidades privadas siguen apareciendo por todo el país.
Otro punto a mejorar en este sistema educativo sería la disposición de los maestros: Que no sean solo transmisores de conocimientos calificados, sino que como complemento de esa labor básica se involucren un poco más con sus alumnos; es decir, que entre sus funciones ese encuentre la de orientadores familiares pues hoy en día los problemas de casa son arrastrados al campo académico, perjudicando de manera significativa su aprendizaje. Así como también los docentes podrían reprogramar sus horarios para tener más horas de enseñanza, pero no tendría sentido agregar cantidad sin calidad, es por ello que ambas deberían avanzar complementándose. 
Del mismo modo, ayudaría establecer procedimientos que permitan evaluar a nuestros docentes para tener una noción de sus fortalezas y debilidades, pues lo que hace falta en un aula es un profesor lleno de energía que motive a sus alumnos a fijarse metas y desarrollar su creatividad para fomentar en ellos las ganas de mejorar día a día.
Haciendo un recuentro rápido de la calidad de la educación que tuvimos en años anteriores, podría decirse que el declive educativo comenzó a sentirse con particular fuerza en los 80’s: La inversión en el sector fue prácticamente nula y personal no calificado – o aún no del todo – ocupó plazas de profesores y auxiliares de educación.
En los 90’s no hubo avances sino retrocesos: Se enfatizó particularmente en las infraestructuras y demás aspectos de la construcción de los edificios para las escuelas, dejando de lado la selectividad que debería regir el proceso de aplicación laboral que debería darse en cualquier trabajo, no solo en carreras de educación. 
Es en esas décadas donde debemos buscar los orígenes de los estereotipos que empañan la reputación de los maestros: Sí hubo generaciones enteras de docentes que se graduaron sin las adecuadas cualificaciones para ejercer como tales, eso es imposible negarlo. 
Pero tampoco es razón suficiente para desestimar la importancia de aquellos que se encargan de moldear nuestras mentes, mucho menos para despreciar su vocación.
Las zonas geográficas son un factor que muchos sienten estrechamente relacionado con la problemática de los malos profesores: Se asume que mientras más pobre o alejada la zona más incompetente el docente, menos capaz de forjar estudiantes provechosos en la urbe, donde se aspira a lograr carreras de mayor prestigio que las que los habitantes de áreas más modestas se sienten adecuados a buscar.
Las campañas políticas con frecuencia toman este ángulo, acercándose a estudiantes de zonas rurales o marginales y prometiendo ayuda para mejorar su situación. Con la misma frecuencia, apenas y se ven las sombras de estas promesas mientras haya una cámara de TV presente.
En cuanto al área rural, cada zona es diferente y se rige según su propia idiosincrasia, por simple que pueda resultarnos. Así como la metrópolis puede transmitir un sentimiento de aculturación debido a la “modernidad”, debemos considerar que cada comunidad y provincia tiene su propia historia individual, con sus propias costumbres y englobarlas a todas bajo la idea de “serrano” es tanto racista como ineficiente.
La discriminación de género es un problema serio en toda el área de la sierra en general, pues sus tradiciones básicas dictan que las mujeres deberían dedicarse exclusivamente a las labores del hogar, la chacra, los ganados y prepararse para el matrimonio. Una mujer con acceso a una educación significativa, cuya prioridad sea estudiar, es vista con cierto nivel de desconfianza pero se permite debido a las nociones de obligación y ley. 
Sin embargo, aun en el siglo XXI existen casos donde las hijas se ven privadas de recibir esta educación gratuita que ofrece el Estado, o donde pese a que ellas desean estudiar no asisten para no comprometer la imagen de su familia – si su padre o madre ya le negó el permiso explícitamente – o simplemente porque no tiene el respaldo necesario.
La influencia de la familia es otro factor influyente que tomarse en consideración, pues el hogar es la primera escuela. Un ambiente de apoyoy constante motivación – a pesar de quizá no entender del todo los temas en que hace énfasis la educación actual – generará alumnos con una ética de trabajo superior a la media, rebosantes de curiosidad e iniciativa. En cambio, un entorno conflictivo puede distraer la atención del estudiante – en el mejor de los casos – u obligarlo a abandonar su educación – en el peor.
Esos son algunos de los problemas más representativos, por los cuales nuestro sistema y calidad educativa están como están actualmente. 
Es fácil quejarse y culpar al Ministerio de Educación y a todo el Estado, pero nadie dice que el plan que salvará al Perú de la ruina educativa debe venir de un erudito o un experto en educación: Cualquiera con la preocupación y el interés puede resultar siendo quien descubra la forma de encarrilar las cosas. Alguien que deduzca un patrón de desarrollo sostenible, porque es más que evidente que urgen reformas radicales que generen soluciones para poder – de alguna manera – frenar esta situación en la que nos encontramos antes de que el daño se vuelva irreversible. 
Para transformar la educación, deber emprenderse transformaciones en la economía, reorientar los presupuestos del ministerio de educación, es decir se debe dar un presupuesto a este sector no tan ajustado, pero para evitar malos manejos debe ser fiscalizada para que este dinero sea solo utilizado en el sector educativo.

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