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INTELIGENCIA ARTIFICIAL / ARTÍCULOS
Cuando la inteligencia
artificial es quien habla
POR JUAN DE LA CRUZ BERLANGA
Es frecuente que tecnologías basadas en inteligencia
artificial lleven a cabo procesos comunicativos en
empresas y administraciones públicas. Entendemos
este proceso desde algunas de las teorías de la
comunicación, con el consiguiente impacto
organizativo.
 
No se puede imaginar una organización empresarial sin comunicación. El
sociólogo alemán Niklas Luhmann situaba a la comunicación como la base
de los sistemas organizativos, como son las organizaciones empresariales.
Ciertamente una empresa no se entiende sin sus procesos comunicativos.
Procesos que van desde el marketing y la comunicación institucional, a los
procedimientos para organizar la producción entre los departamentos, las
reuniones con clientes, las normativas internas, los flujos económicos
externos e internos de la organización o las conversaciones, profesionales o
no, entre compañeros.
En los últimos años las tecnologías de procesamiento del lenguaje natural,
un tipo de inteligencia artificial, están demostrando cada vez mayores
capacidades generando impacto en los medios de comunicación y en la
sociedad. El ejemplo más reciente de ello es ChatGPT, basado en el modelo
de procesamiento de lenguaje natural GPT-3o Whisper. Ambos sistemas
desarrollados por OpenAI. La primera permite mantener conversaciones con
una inteligencia artificial con un alto grado de semejanza a la que se podría
mantener con un humano. La segunda está especializada en el
reconocimiento del lenguaje, siendo capaz de transcribir con gran precisión
conversaciones en diferentes idiomas.
Estas nuevas tecnologías tienen ya un impacto en la organización
empresarial. En una fase anterior a la de la revolución que está suponiendo
esta nueva era de oro de la inteligencia artificial, ya observamos la
proliferación de los sistemas de IVR, Interactive Voice Response por sus
siglas en inglés, con los cuáles es habitual interactuar a la hora de tratar de
ser atendido por los centros de atención telefónica de las compañías. Pero
otros muchos de los procesos comunicativos propios de las organizaciones
empresariales están siendo automatizados con las nuevas tecnologías de
procesamiento del lenguaje natural.
Un ejemplo de lo anterior pude experimentarlo mientras buscaba en Internet
un crédito al consumo para comprar un coche. Al poco de realizar la
búsqueda recibí un correo electrónico de un banco ofertándome un crédito.
Al ignorarlo por su elevado tipo de interés recibí otro correo, poco después y
de la misma entidad, ofertándome otro crédito con mejores condiciones.
Yendo al enlace que me proponía terminé los detalles y un contrato con
vinculación legal. Todo ello sin intervención humana por parte del banco,
pero en todo ese proceso, incluyendo la firma del contrato, se está
produciendo un acuerdo, una cooperación en el sentido de Grice, entre banco
y yo.
Muchos de los procesos
comunicativos propios de las
organizaciones empresariales
están siendo automatizados con
las nuevas tecnologías de
procesamiento del lenguaje
natural
La automatización de procesos a la hora de comunicar dentro de una
organización es otro ejemplo de ello. Una herramienta que tenga capacidad
para comunicar a dos departamentos entre sí con un mensaje ante un
determinado suceso. O cuando una plataforma de big data obtiene una
conclusión sobre un conjunto de datos y posibilita a un área una
comunicación gráfica de los mismos a la dirección de la organización. En el
pasado estos últimos necesitaban plantillas mucho más numerosas para
poder abordar conclusiones sobre datos similares y realizar una actividad de
ordenación y presentación de resultados. Esa parte de su actividad
comunicativa queda realizada por la plataforma de big data y su capacidad
de poder detectar patrones, extraer conclusiones o aprender de casos
pasados.
Hay que tener en cuenta que lo primero que se automatizó mediante las
nuevas tecnologías de inteligencia artificial fue el propio trabajo de los
programadores. Antes de la posibilidad del uso de redes neuronales
profundas y otros algoritmos respaldados por las nuevas capacidades de
cómputo, era necesario un número elevado de desarrolladores de código que
llevasen a cabo los llamados sistemas expertos, muchas veces a base de
sentencias lógicas elementales del tipo «IF…THEN».
Parece, por tanto, que estamos ya inmersos en un proceso en que la
comunicación de las organizaciones humanas no la realizan ya
exclusivamente colectivos o individuos humanos, sino que la comunicación
de los departamentos de análisis, los agentes bancarios o las atenciones al
cliente cada vez están sustituidas, en mayor o menor medida, por sistemas
de inteligencia artificial. Esto tiene un impacto evidente sobre el empleo y la
forma en la que trabajamos, pero para comprender con mayor profundidad
este impacto conviene entender mejor de que hablamos cuando nos
referimos a comunicación.
Al respecto de esta pregunta, John Searle1 desarrolló, junto a su maestro
John Langshaw Austin, la Teoría de los Actos de Habla. Mediante esta teoría
postularon que hablar, lejos de ser algo vinculado a lo ficticio o directamente
virtual como solemos categorizar a todo lo que sucede en el medio de
comunicación que es Internet, equivale a actuar sobre el mundo. Cuando
hablamos llevamos a cabo una acción que tiene consecuencias, ya sean esta
en la forma de enunciar un determinado hecho (actos locutivos), establecer
un compromiso legal (actos ilocutivos) o amenazar o sorprender a nuestro
interlocutor (actos perlocutivos).
John Searle es también conocido por el experimento mental de la habitación
china mediante el cual trataba de refutar que superar el Test de Turing no
significa necesariamente que una máquina tuviese consciencia. Porque para
Searle, comunicar (que para él implica actuar) no significa únicamente
mandar mensajes, sino también que existe un estado consciente, una
intencionalidad en términos de filosofía de la mente, en el emisor del
mensaje. Searle trataba de mostrar con este ejemplo que se puede tener una
interlocución capaz sin que exista consciencia en la habitación china, pues
esta no se encuentra ni en quién escribe los caracteres sin saber qué hace, ni
en los manuales de instrucciones, ni en la combinación de ambos.
Pero entonces, ¿está comunicando una organización empresarial cuando
establece un compromiso legal a través del ejemplo del crédito que hemos
visto anteriormente? Si la comunicación la realiza un ser humano es ese el
caso, ¿pero no lo es si la realiza una máquina? ¿Tiene menos validez el
contrato por ello?
La solución a esta pregunta la encontramos en el propio Searle por medio del
concepto de «intencionalidad colectiva». La intencionalidad colectiva se
produce en grupos de personas cuyos miembros son conscientes de estar
trabajando conjuntamente de manera coordinada y distribuida. Son estas
organizaciones las poseedoras de esta intencionalidad, respaldada por las
mentes de cada uno de los stakeholders de las mismas involucradas en la
acción, o, para este caso concreto, en el acto de habla. Hablaríamos en este
https://telos.fundaciontelefonica.com/cuando-la-inteligencia-artificial-es-quien-habla/#nota-1
caso de actos de habla colectivos, realizados por una organización. Un buen
ejemplo es la redacción de una ley o una norma por parte de un órgano
colegiado.
Sin embargo ¿cómo entra en este esquema la inteligencia artificial? Entra
como canal de comunicación, como una herramienta del colectivo humano
depositario de esta intencionalidad y que hace uso de ella. La inteligencia
artificial per se carece de esta intencionalidad, al menos la basada en la
tecnología que poseemos hasta la fecha, pero sí tiene la capacidad de enviar
mensajes alineados con la intencionalidad comunicativa de la organización
que la respalda, que en caso de no ser así no podríamos hablar de
comunicación.
El valor de nuestras mentes
radicará en la intencionalidad
¿Qué implicaciones tiene esto tanto enel concepto de lo humano como en lo
profesional? Por un lado que el empleo del lenguaje, al igual que en su día el
cálculo numérico, el ajedrez, la percepción de los sentimientos del otro o la
creatividad artística está dejando de ser patrimonio exclusivo de lo que
considerábamos “lo humano”. Pero hoy en día, y no es previsible que esto
cambie en mucho tiempo, la intencionalidad, que es el estado consciente en
que se orienta nuestra mente hacia el mundo, no parece recreable por
medios técnicos, por lo que seguiremos siendo por mucho tiempo
imprescindibles para una auténtica comunicación… aunque sea canalizada
por inteligencia artificial.
Por supuesto, pensando en el empleo del presente y del futuro, serán
necesarios profesionales que desarrollen, integren, mantengan y entrenen en
sus funciones de habla a la inteligencia artificial. Pero en lo relativo a la
comunicación, la parte esencial de toda organización humana, el valor de
nuestras mentes radicará en la intencionalidad. Es decir, hacia donde y en
qué contexto queremos orientar las acciones de nuestra comunicación. Del
mensaje y del cómo se encargará la inteligencia artificial con la que, al
menos en el plano organizativo, ya estamos hibridados.
Artículos
Inteligencia artificial, comunicación, arte y ciencia
Publicado por fundacionbelen
 
La inteligencia artifi cial o IA ha
evolucionado de manera exponencial en los últimos meses, revolucionando ámbitos
de la producción humana asociadas a sus capacidades superiores como la creación
artística, la comunicación o la propia producción en el conocimiento científico. En un
artículo publicado en la última revista Telos por Manuel Gertruix y José Luis
Rubio-Tamayo trazan un buen mapa, con intensidad e interés, sobre la situación actual
de la inteligencia artificial. Hacemos un breve resumen e indicamos el enlace para seguir
leyendo.
Es curioso que cuando nos referimos, en el imaginario colectivo, a la idea de la
inteligencia artificial o IA, nos imaginamos una especie de máquina “capaz de hacerlo
todo” y que sabe responder a cualquier pregunta que podamos plantearle.
https://laterapiadelarte.com/category/articulos/
https://laterapiadelarte.com/author/fundacionbelen/
https://telos.fundaciontelefonica.com/inteligencia-artificial-comunicacion-arte-y-ciencia/
https://telos.fundaciontelefonica.com/inteligencia-artificial-comunicacion-arte-y-ciencia/
Entender el término «inteligencia artificial» (IA) es sumamente complejo, ya que sus
rasgos y sus capacidades van evolucionando en cuestión de periodos de tiempo cada
vez más cortos.
Vayamos por partes. Las actuales IAs -y decimos actuales porque sabemos que las
transformaciones tecnológicas son excesivamente rápidas – hacen funciones
relativamente específicas y están diseñadas de un modo orientado a la especialización,
cuyos resultados redimensionan el campo de la intervención humana.
Sabemos muy poco de cómo funcionan realmente las IAs
El problema, es que en la web hay desinformación, noticias falsas, propaganda y, por
supuesto, también información valiosa y veraz, opiniones y visiones personales y,
además, sobre cualquier tema que nos podamos imaginar. ChatGPT aprende de toda
esta información, pero toda esa información no es sinónima per se de conocimiento, por
las razones que acabamos de exponer.
Ocurre lo mismo con inteligencias artificiales como MidJourney o Wombo Art, por poner
solamente dos ejemplos de IAs en el campo de la generación de imágenes a través de
texto insertado. Estas inteligencias artificiales son capaces de generar imágenes a partir
de ideas, nociones y conceptos.
La cuestión es que, por una parte, genera imágenes nuevas a partir de conceptos o
imaginarios que se encuentran en nuestra memoria colectiva y que se plasma a partir
de una especie de algoritmo de predominancia y probabilidades en base a un concepto
determinado o una combinación de conceptos a través de capas de información. El
aprendizaje de esa serie de conceptos asociados a la imagen es fundamental para la
evolución de esa tecnología.
La IA, sin duda, va a ayudarnos a realizar hallazgos sin precedentes en diferentes
campos de la ciencia, incluso en ámbitos como las humanidades. Seguramente nos
ofrezca aportaciones de gran valor en campos como la arqueología y la lingüística,
incluyendo las lenguas ya extintas.
También está claro que la IA va a ser fundamental para encontrar nuevos fármacos,
empleos de fuentes de energía o incluso métodos de análisis en diferentes y diversos
campos de estudio. Está facilitando la producción de contenido en diferentes áreas, si
bien las particularidades de las soluciones en cada área específica deben de ser
analizadas y estudiadas.
La cuestión es qué funciones le asignamos a la inteligencia artificial y qué límites le
ponemos para que sea una tecnología al servicio del conjunto de la humanidad. No
sabemos si una hipotética IA fuerte puede llegar a tener potenciales intenciones
autodestructivas o altruistas porque sabemos muy poco de cómo funcionan realmente
las IAs. Y esto es porque realmente no sabemos demasiado, todavía, de cómo funciona
nuestra propia inteligencia.
De lo que no cabe duda es de que hemos llegado a un punto de inflexión tecnológico, un
estado de presingularidad en el que cualquier desarrollo tecnológico potencial que
podamos imaginar es inevitable de facto y que la implementación de este es una
cuestión de tiempo y evolución.
 
La IA va a evolucionar de una manera que todavía no nos podemos imaginar
Con respecto a la producción artística estamos por ver, en los próximos meses y años,
cuales van a ser las repercusiones en la medida en que se están desarrollando IAs para
casi todos los campos de generación de contenidos previamente identificados con la
producción artística.
Tal vez el factor y la función humana se encuentre en la capacidad de desarrollar
experiencias con estas nuevas herramientas, de componer un mashup de piezas
artísticas en parte generadas por IAs en la medida en que la concepción del conjunto de
la experiencia (un videojuego, una experiencia en realidad virtual, un concierto
transmedia) va a suponer gran parte de las funciones de la persona.
 
Al fin y al cabo, en el contexto actual, una IA es un sistema en el que
introducimos inputs y nos da una serie de outputs potencialmente infinitos, lo que en el
proceso creativo y de desarrollo puede, en ocasiones, llegar a ser un problema.
 
Por otro lado, para concluir, no lo sabemos, pero tal vez esta idea de cómo la IA puede
afectar a la producción artística en diferentes ámbitos nos pueda, además de tratar de
crear arte disruptivo o con nuevos estilos, ayudar a recuperar valor de aquello elaborado
por el ser humano con métodos analógicos o artesanales. Vivir la experiencia ya que el
objeto pierde, tal vez, valor simbólico. Puede ser que, al fin y al cabo, lo más
reconfortante sea ir a un concierto de rock en un bar pequeño o ir a una exposición de
arte y donde la experiencia de vivir un evento cultural con más gente todavía no ha sido
sustituida por nada. O tal vez no sea así y la IA encuentre la fórmula para que tengamos
una simulación de experiencias todavía mejores. Todavía no lo ha hecho, pero no lo
descartemos.
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Poéticas del algoritmo
POR LARO DEL RÍO
La popularización de las inteligencias artificiales ha
avivado un complejo debate ético y estético: ¿puede
un algoritmo ser poeta? Ante una situación sin
precedentes en la historia de la cultura, hemos de
reflexionar sobre qué significa «ser autor» hoy.
Our machines are disturbingly lively, and we ourselves frighteningly inert.
Donna Haraway, «A Cyborg Manifesto»
El monstruo de Frankenstein y la tecnofobia
La máquina siempre ha generado miedo entre nosotros, los humanos1. En la
literatura y el cine de ciencia ficción –que de primeras podrían parecer un
canto a la creatividad del inventor o un intento feliz por aventurar cómo será
el futuro– hemos tendido a narrar, de mil y una maneras distintas, esa
desconfianza hacia lo mecánico y digital.
Un buenejemplo lo encontramos en la que muchos consideran la primera
novela de ciencia ficción. El doctor Frankenstein es presentado desde el
subtítulo del libro como un moderno Prometeo, esto es, un ladrón que juega a
robarles a los dioses y termina siendo castigado. De ahí que el resultado de
su experimento no salga como esperaba: crea un monstruo deforme,
https://telos.fundaciontelefonica.com/poeticas-del-algoritmo/#nota-1
imperfecto, asesino, que desata el terror allá donde va. Y el doctor queda
condenado a perseguirlo de por vida, con el único objetivo de enmendar su
error.
Desde entonces, la tecnología ha aparecido en las ficciones como un
enemigo en potencia. Será María en Metrópolis, el sabueso mecánico
en Farenheit 451, HAL en 2001, la ciudad de las máquinas en Matrix, la
ginoide rebelada en Ex Machina. Y hoy todavía más: desde el primer tercio
del siglo XX estamos viviendo el auge de las distopías, que amplían la
historia de nuestra sociedad hacia comunidades podridas, corruptas,
autoritarias.
Los progresos científicos del presente son fuente de ficciones especulativas
desencantadas. El género scifi nos recuerda que el futuro en realidad está
naciendo en este mismo ahora. Terminator, aún inexistente, nos vigila desde
los años que están por venir.
Si la IA nos gobernara
En Membrana, Jorge Carrión (2021) presenta un mundo organizado por
máquinas todavía más poderosas que el monstruo de Frankenstein o
Terminator. Redes rizomáticas, algoritmos autoconscientes, circuitos,
resistencias y transistores interconectados que forman una enorme mente
digital que todo lo sabe y que todo lo domina. Aunque la propuesta de
Carrión es un poco menos agorera que aquellas ficciones.
La máquina es una extensión de
nuestra biología
Membrana especula: ¿qué sucedería con nosotros en ese mundo?, ¿qué
sucedería con la humanidad? Desde luego, las máquinas tendrían un poder
absoluto sobre nuestra supervivencia. Como de alguna manera lo tienen
ahora: imaginen el colapso causado por un apagón tecnológico (o no lo
imaginen y vean uno de los temores más habituales en tiempos recientes
plasmados en series como L’effondrement o Apagón).
Pero, además, las máquinas también tendrían un poder casi absoluto sobre
nuestra identidad. ¿Qué es lo que nos hace humanos? En Membrana, la IA
narradora es capaz de reconfigurar el discurso que nos define: relata otra
historia de Occidente, describe a mujeres y hombres desde una lógica
distinta a la del Homo Sapiens, reinventa nuestros museos, libros de texto y
recuerdos a través de una óptica alternativa. Estas instituciones, que en
tiempo pasado fueron mitologías de nuestra especie, terminan por
resquebrajarse ante la perspectiva otra.
El miedo a la máquina, por tanto, no es totalmente irracional. Un colapso
económico, energético, industrial… pondría en riesgo la vida de millones de
personas y, en ese sentido, es normal que nos resulte poco deseable. Pero
no está tan claro que un «colapso cultural» pudiera provocar un efecto
negativo análogo.
La identidad humana, más que humana
Tampoco se puede afirmar que las creaciones tecnológicas no tengan su
lado perverso en el ámbito de la cultura. Generan dependencia, permiten
usos malévolos. Ahora bien, en lo que tiene que ver con la configuración de
la identidad humana, terreno siempre móvil, siempre inestable, no está
probado que lo digital conlleve pobreza.
El poshumanismo de Membrana sugiere que, en ciertos contextos, el dominio
de la máquina no tendría por qué ser tan malo como los tecnófobos nos han
hecho creer. Solo sería una etapa más, incluso podría decirse que una etapa
lógica de nuestro desarrollo: somos nosotros los que, de alguna manera,
hemos llegado hasta ahí y hemos creado nuestro futuro «no-humano».
Inventar nueva tecnología es una habilidad fundada en la genética, en la
evolución de la especie. Desde ese punto de vista, la máquina es una
extensión de nuestra biología.
Así, si bien la tendencia general en la cultura de Occidente es temer a la
máquina, hay que admitir que, en el campo de lo estético, ceder el poder a la
tecnología no nos aboca obligatoriamente al desastre. De hecho, en el arte lo
natural es el cambio. Y las IA (nos) ofrecen una nueva revolución del
paradigma. La novela de Carrión viene a recordar que adoptar nuevas
perspectivas de vez en cuando puede ayudarnos a entender nuestra realidad
(también, paradójicamente, nuestra identidad) un poco mejor.
Arte autónomo vs. código binario
Existen, sin embargo, muchos prejuicios que todavía minusvaloran la ficción
de autoría digital. Un argumento esgrimido habitualmente para
desprestigiarla, quizá el más consagrado en nuestra tradición, señala que
una máquina nunca podrá producir una obra plenamente autónoma. Este
razonamiento se fundamenta en el dogma de que lo estético no puede tener
otra función que su esteticidad. La obra ha de provenir de una mente genial2,
en el sentido romántico del término, una mente distinta y única, y deberá ser
independiente del sistema establecido. Solo el gran artista encuentra un
lenguaje propio para describir el mundo. Esto quiere decir que no es posible
crear arte mediante el reciclaje, el plagio o el remake. No entra dentro de
nuestros ideales que un epígono pueda estar a la altura del maestro.
Si aceptamos esta óptica, las inteligencias artificiales serán el último
eslabón de la cadena: el elemento más alejado de la originalidad estética, al
lado de otros poco valorados como la copia, la reproducción, el facsímil o el
duplicado. Porque las IA están preconfiguradas. Responden a unas normas
impuestas de antemano, a un código pre-escrito. Y, por tanto, son el epítome
de lo anticreativo.
Pero, si nos detenemos a pensar en obras concretas, pronto nos daremos
cuenta de que no existe ninguna verdaderamente autónoma, aislada de la
realidad, sin componentes intertextuales más o menos explícitos. El Quijote
recoge crítica literaria, a veces muy áspera, en contra de algunos libros de
renombre (y cita títulos), al mismo tiempo que satiriza los comportamientos
picarescos de la España del XVII. Se basa en la realidad y en los textos que le
preceden para construir su propia ficción. Y, pese a todo, nadie diría que el
Quijote sea una mala obra de arte. Ni que Cervantes sea un mal autor3.
No queda otra que aceptar que no hay obra que se erija sobre la nada, con
independencia de su realidad más cercana, según los gustos y las claves
literarias de su época. Humanistas y filósofos como Boris Groys (2005) han
expuesto con acierto cómo la innovación solo es posible desde la tradición.
El argumento de la autonomía del arte se estrella contra el empirismo de la
lectura y deja el camino abierto a la estética maquinal.
El paradigma ciborg y la importancia del efecto
https://telos.fundaciontelefonica.com/poeticas-del-algoritmo/#nota-2
https://telos.fundaciontelefonica.com/poeticas-del-algoritmo/#nota-3
Es desde estas premisas, ni demasiado entusiastas ni demasiado
derrotistas, como creo que deben observarse las inteligencias artificiales en
lo que respecta a la creación estética. Porque, en realidad, la obra de arte
solo funciona en relación con lo establecido: renovando una forma literaria
fosilizada, mezclando géneros, formas y temas preexistentes, buscando las
cosquillas a prejuicios asumidos como certezas… Y todos estos «datos»
pueden ser alimento de una IA literata en potencia.
El concepto de obra tendrá que
renovarse o morir
No nos queda otra que abrazar la idea de que la tecnología se ha ganado su
hueco en el Parnaso. Y eso está bien: no hemos de tenerle miedo a la
máquina que teclea versos; no debería preocuparnos que la cultura mute, que
nuestra identidad se deforme o que el canon artístico se desmorone (una vez
más). Otra cosa será que esta situación nos obligue a repensar muchas
rutinas, instituciones y valores. La palabra autor no podrá ser ya la misma.
Las asignaturas de primaria y secundaria deberán virar hacia otros
contenidos. El concepto de obra tendrá que renovarse o morir. Pero siempre
hay que dejar algo atrás para continuaren movimiento.
Las inteligencias artificiales no van a poder encontrar la fórmula mágica de
la literatura. Más que nada porque no existe tal fórmula. Cada obra tiene sus
propios códigos y resuelve un diálogo con sus lectores desde términos
particulares. Pero de ahí no se deduce que una inteligencia artificial sea
incapaz de componer eso que llamamos «una gran novela» o «un buen
poema», entre muchas novelas y poemas fallidos.
Los escritores humanos seguirán escribiendo. A su lado estarán las
escritoras máquinas. Y, por supuesto, lxs escritorxs cíborgs, una simbiosis
inevitable y de lo más interesante, que sin duda dará que hablar.
Tal vez, por fin, esté llegando el día en que la literatura pasará de ser valorada
principalmente por quién la hizo (o cuándo, cómo, por qué) y entrará a
considerarse su efecto sobre los lectores. Pues, por mucho que los libros de
texto de las escuelas todavía estén organizados como una lista de nombres
propios, ¿quién duda, en el fondo, de que lo más importante de la literatura
no ha sido siempre lo que nos han hecho sentir y pensar? Las IA, con sus
muchas trabas (éticas, creativas, políticas…), pueden ser la mecha que ponga
fin al paradigma biografista y memorístico en pos de un paradigma receptivo
e interpretativo. Our machines are disturbingly lively, y eso es una gran
oportunidad para la estética.
Notas
 1Es imposible ahondar aquí en los debates que las distintas ramas del
poshumanismo han puesto sobre la mesa al diluir las fronteras entre lo real y
lo virtual, lo humano y lo no-humano, lo geológico y lo biológico.
Recomendamos a ese respecto la lectura, por citar un libro canónico, Lo
Posthumano (Braidotti, 2015). Ahora nos interesa no tanto problematizar
oposiciones ontológicas (las daremos por buenas en favor de la brevedad y
la comprensibilidad del texto), sino hablar del poder creativo como gesto de
agencia ambigua (humano y no-humano).
 2Cabe recordar que genio proviene, etimológicamente, de genius, una
especie de daimón o dios menor. Aparece de nuevo la relación clásica entre
dios y creador, que ya vimos con Frankenstein.
 3Solo podemos señalar en nota al pie, pero nos parece imprescindible, la
semejanza latente entre el funcionamiento del complejo cerebro humano y el
de las todavía no tan sofisticadas IA. Ambos cuentan con una estructura
base (neuronal, de código) que consume y traduce cantidades ingentes de
datos, hasta el punto de producir reacciones tan complejas de recorrer en su
camino inverso (por qué hace lo que hace) que a nuestros ojos pueden
parecer no-determinadas, impredecibles, azarosas,

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