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CUARTA PARTE LA CRITICA LITERARIA DESPUÉS DEL MODERNISMO I La influencia del Modernismo se prolongó en Colombia hasta muy entrado el siglo XX. Todavía el grupo de escritores que comienza su carrera a mediados de los años veinte mantiene, en lo fundamental, viva esa herencia. "La última onda del movimiento modernista", afirma Rafael Maya, "no acaba en los centenaristas, sino en la generación que sucedió a ésta, o sean Los Nuevos". Umaña Bernal "recoge en sus sonetos juveniles el último rasgo de la elegancia parnasiana"; León de Greiff "reitera la canción lunática dejules Laforgue"; el mismo Maya, en su primer libro, "saluda, por última vez, a su Grecia de estampa satinada"1. Cuando Jorge Zalamea pretende resumir las objeciones de sus coetáneos en contra de la generación anterior, la del Centenario, más que esbozar una crítica del Modernismo, lo que señala es más bien su traición al programa modernista: un falso romanticismo y cierta despreocupación provinciana por los problemas del mundo contemporáneo eran los dos grandes defectos de sus predecesores, algo que no podría haberse imputado a Silva o a Sanín Cano. El ambiente literario en el que aparece la poesía de un León de Greiff estaba aún dominado por amaneramientos y exageraciones de baja estirpe romántica y apenas recibía tímidos sacudones de liberación modernista2. El autor de Tergiversaciones parece destinado a llenar esos vacíos dentro de la estética modernista, en lugar de presentarse como revolucionario, heraldo de las vanguardias. Zalamea ve en la poesía de León de Greiff, ante todo, el cumplimiento de la vieja alianza simbolista entre música y poesía. El "elemento musical", afirma, realiza su efecto primero en el lector creando esa "indeterminación que lo deja en disponibilidad para todas las insinua- ciones, excitaciones y abusos del sonido, al margen de toda idea, a hurto de la conciencia"3. Es verdad que los versos de De Greiff van más allá, según el crítico, y actúan también sobre el intelecto, "imponiendo todo un orden 1. RAFAEL MAYA, LOS orígenes del Modernismo en Colombia, pág. 146. 2. JORGE ZALAMEA, "Prólogo a las Obras completas de León de Greiff", en Literatura, política y arte, pág. 751. 3. Ibid., pág. 752. 170 LA CRÍTICA LITERARIA deliberado de imágenes y de ideas". Pero lo que importa aquí es destacar el principio de continuidad estética que va desde la poética simbolista hasta llegar al grupo de Los Nuevos. El mismo De Greiff, en una de sus Prosas de Gaspar, define la poesía en términos perfectamente compartibles para cualquier esteta finisecular; "La poesía —yo creo— es lo que no se cuenta sino a seres cimeros, lo que no exhiben a las almas reptantes las almas nobles; la poesía va de fastigio a fastigio; es lo que "no se dice', que apenas se sugiere, en fórmulas abstractas y herméticas y arcanas e ilógicas para los oídos de esas gentes que hande leernos a nosotros los poetas. A leernos o a no leernos, pero en todo caso a no entendernos"4. Una revista como Panida (1915), inmediato antecedente de Los Nuevos, no parece muy alejada, en los gustos y sensibilidad de sus colaboradores (León de Greiff, Ricardo Rendón, Fernando González, entre ellos), de las líneas ya demarcadas por las publicaciones modernistas de fin de siglo. Los espacios más amplios y significativos son ocupados por nombres como los de Mallarmé, Poe, Anatole France, Verlaine, Gourmont, Osear Wilde, Peter Altenberg, Francis Jammes, Rubén Darío, Silva, Valencia, Rodó). Pocos años más tarde, la revista Voces (1917-1920) de Barranquilla regis- traba ya el paso de las vanguardias. Y al lado de los viejos maestros de finales de siglo, desfilan algunos de los más recientes escritores europeos: Apollinaire, Léon-Paul-Fargue, Réverdy, Max Jacob. José Umaña Bernal hizo su profesión de fe modernista a través de adhesiones a ciertas figuras: Silva, Castillo, Baudelaire, Barres. De este último escribe: "nos intoxicaba con el examen espiritual y el culto del yo. Y todavía estamos convalecientes". Agrega que la lección insuperable del maestro francés fue la del silencio y el aislamiento desdeñoso: "ante la algazara de los bárbaros, aislarnos en la soledad y en el silencio. El silencio es la forma más noble del desdén"5. Incluso una admiración como la que profesó por Rilke tuvo para él cierto valor de puente entre la sensibilidad esteticista y decadente del siglo XIX y lo más actual, o lo más universal, de la poesía del presente siglo. 4. I.EÓN DEGREIFF, Obras completa*, tomo II, Bogotá, Procultura, pág, 221, 5. JÓSE UMAÑA BERNAL, Carnets, pág, 212. DESPUÉS DEL MODERNISMO 171 II Las críticas al Modernismo en este período vinieron de distintos frentes y por motivos más o menos encontrados. Rafael Maya considera que toda la anarquía moral y estética del arte de la postguerra tiene su raíz en el Modernismo. "El futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, todas las escuelas de vanguardia que aparecieron después de la guerra, entre los años de 1914 y 1920, estaban virtualmente contenidas en el Modernismo"6. En su lista de cargos incluye, naturalmente, los ya proverbiales: escuela formalista y ornamental, el Modernismo prescinde, según él, de las verdades esenciales del pensamiento para sustituirlas por hermosas superficies. En contraste con la tradición clásica, cuyo fundamento es la integración del hombre y la sociedad, el Modernismo trajo consigo una concepción individualista y anárquica de la vida, que culminará, agravada, en las nuevas corrientes del siglo XX. Desde Ritos de Guillermo Valencia hasta la obra de los llamados Nuevos", se cumple, según Maya, un proceso rectilíneo y "fatal" hacia una concepción estética, decorativa y suntuosa del arte"7. Una escuela de fraseólogos y estilistas" cuya inquietud se reduce a "burilar" la frase, a esmaltar" el período, a "policromar" el discurso, a "cincelar" el verso, a enjoyar" la página. Más que de estilo, dice Maya, se trata de retórica. Pero en todo caso, la opinión del crítico se presenta enfáticamente adversa a la influencia del Modernismo, pues con éste se consagra la disociación entre estilo e idea, causa directa de "la decadencia de las letras nacionales en estos últimos tiempos"8. Desde la otra orilla, mientras tanto, Luis Tejada entona un réquiem, según él definitivo, por la poesía de Rubén Darío, al tiempo que niega la actualidad y el valor de su influencia en la lírica de los años veinte. "La esencia poética que pudo haber en ella no alcanza a influenciar a las generaciones avancistas de hoy; y en realidad, no existió allí nada esencial y eterno que se convirtiera en germen fecundo para el porvenir; la lírica actual, bajo influencias más activas y más recientes, va por otros caminos y persigue otros objetivos"9. En 1924, Tejada se encuentra en pleno fervor 6. RAFAEL MAYA, Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana, pág. 108. 7. Ibid.. pág, 122. 8. Ibid., pág. 125. 9 Luis TEJADA, Gotas de tinta, pág, 164, 172 LA CRÍTICA LITERARIA antimodernista: "ya es tiempo de torcerle el cuello a la música", escribe10. Su proclama va en contra de toda la estética que había impuesto el Moder- nismo: contra el vocabulario poético, contra las palabras y los metros musicales, contra el tono cantado que, según él, vuelve los versos ramplo- nes y mediocres y hace pensar con pavor en "recitaciones escolares" y "veladas literarias". La lírica colombiana está retrasada, en su opinión, cincuenta años, pues desconoce la agitación poética que viene produciéndo- se en el resto del mundo por mantenerse aferrada a las gastadas fórmulas con que se hacían los poemas en tiempos de Verlaine y de Darío. En el momento de presentar al público un poeta verdaderamente "nuevo" como Luis Vidales, está seguro de que sus versos no habrán de gustar todavía a ese lector "rutinizado en el viejo sonsonete parnasiano". Los modernistas son culpables de que la masa lectora confunda aún la belleza poética con la sonoridad vacuay con los adjetivos decorativos escalonados arquitectónica- mente en el verso "como se escalonan baldosines de colores"11. El Modernismo se convirtió, pues, en blanco favorito para los francotira- dores de todos ios costados. Unos lo condenaron como culpable de haber iniciado la labor de demolición de venerables tradiciones; otros, por ser él mismo ya tradición e impedir el avance de las corrientes literarias "progre- sistas "12 10. Ibid., pig. 283. 11, Ibid., pág. 1 59. Por la misma época, el ultraísmo emprendía contra el "rubenianis- mo" una batalla con argumentos muy parecidos a ios de Tejada. Un joven poeta argentino, Jorge Luis Borges, atareado en la explicación de la "novísima estética" ultraísta, considera indispensable despejar primero el camino, removiendo el obstáculo modernista, aún vigen- te en los procedimientos literarios y en el gusto del público. "El rubenianismo se halla a las once y tres cuartos de su vida, con las pruebas terminadas para esqueleto", escribe el incipiente poeta vanguardista. "La belleza rubeniana es ya una cosa madurada y colmada, semejante a la belleza de un lienzo antiguo, cumplida y eficaz en la limitación de sus métodos y en nuestra aquiescencia al dejarnos herir por sus previstos recursos; pero, por eso mismo, es una cosa acabada, concluida, anonadada. Ya sabemos que manejando palabras crepusculares, apuntaciones de colores y evocaciones versallescas o helénicas, se logran determinados efectos, y es porfía desatinada e inútil seguir haciendo eternamente la prueba" (Jorge Luis Borges, "Ultraísmo", en Osear Collazos, Los vanguardismos en América Latina, Barcelona, Península, 1977, págs. 133-134), 12. Rafael Gutiérrez Girardot considera que en Colombia la vanguardia no surgió por influencia de los movimientos europeos sino "como el desarrollo dialéctico del modernismo literario y de la modernización social" {Manualde Historia de Colombia, tomo III, pág. 490). José María Valverde es de la misma opinión, extendida a toda ia literatura de América Latina: "también cabría defender que ia introducción del vanguardismo a la europea no significó nada esencialmente nuevo para la poesía hispanoamericana, porque el sentido Luis TEJADA 173 III Una actitud de simpatía activa por lo nuevo, por la agitada vida contem- poránea y sus expresiones artísticas más sorprendentes: era esto lo que faltaba en Colombia, según LUIS TEJADA. Y era eso, quizá, lo que mejor lo definía a él mismo como cronista. Tejada se distinguió por su voluntad de ser nuevo, de romper con el pasado y abrirle paso a un porvenir que él miraba con los ojos del comunista utópico. De ahí ese tono de optimismo, sin nostalgia ninguna. El mundo está en conmoción, pero es maravilloso y va hacia adelante. Lo peor que puede hacer un poeta o un crítico es encerrarse en los moldes del pasado y defenderlos en nombre de posturas aristocratizantes. La elegancia moder- nista, el buen gusto que se aparta de la vida vulgar, de las menudas cosas cotidianas, no sólo es estéril sino imbécil, según Tejada. Para él, la poesía ya no se hace con sensaciones ni con voluptuosidades formales sino con ¡deas. Lo más revolucionario y excepcional que trae la obra poética de un Luis Vidales, por ejemplo, es el humor. Éste consiste "en la comparación de ideas, confrontándolas entre sí o asociándolas a pequeñas cosas de manera que determinen un contraste trascendental, que al encerrarlas dentro de un leve marco vulgar, nos den sin embargo una sensación de infinito; así, al tocar las menudas cosas cotidianas, el poeta no pierde su situación eminente, su punto de vista universal y esencial"13. Muy consecuente con el cuño jacobino de su marxismo, Tejada no ve en las avanzadas de la literatura de su tiempo una crítica del racionalismo sino, por el contrario, un triunfo de la razón. Lo nuevo para él, la vanguardia artística, consistía en una especie de alianza entre futurismo y revolución social. Su "Canción de la bala", sus elogios poéticos, en prosa, al automóvil y a la locomotora, sus himnos a Lenin, a la clase obrera, todo ello hace parte de una utopía artística política en la que se dan cita, algo paradójica, la experimental de la imageny de la exploración estética ya estaba presente en Lugones, López Velarde, Eguren" (Historia de la literatura universal, tomo IV, Planeta, pág. 224). Borges mismo, reparando la injuria del manifiesto ultraísta contra el Modernismo, declaró después que en las metáforas de Lugones ya estaba contenida toda la "novísima estética" 13. Luis TEJADA, op. cit., pág. 1 59. De Luis Carlos López, en cambio, afirma que no es un humorista, pues le falta, precisamente, esa "noción esencial y radical de los hombres y del mundo". López, según Tejada, es frivolo y superficial, un "fotógrafo cómico" que nova más allá del aspecto externo de la vida municipal y de ésta no ve sino lo ostensiblemente grotesco (pág. 175). 174 LA CRÍTICA LITERARIA apoteosis de las máquinas y de la tecnología moderna y la apoteosis de los vagabundos, de los desechos de esa misma civilización industrial que tanto lo seduce. La conciliación final está, desde luego, en la revolución social y la futura sociedad sin clases. En su artículo sobre Lenin, al final del Libro de crónicas, dice: "a su palabra ardiente, rica en ideas dinámicas, le debo mi fe y mi esperanza, la grandeza íntima de mi vida, mi adquisición de un motivo puro de lucha, mi razón de ser y de obrar, la visión fuerte y optimista que tengo del porvenir, mi convicción sincera de que el mundo puede llegar a ser realmente más amable y más justo y de que el hombre adquirirá sobre la tierra una actitud de ennoblecida dignidad humana"14. Y más adelante subraya otro aspecto, decisivo para su ejercicio de la crítica: "por él he podido llegar a sentir la entrañable y^emocionante poesía del pueblo bajo". Del marxismo adquirió la sensibilidad para percibir "los gérmenes fecun- dos de belleza y de fuerza" que se esconden en ese "oscuro légamo espiri- tual" de las clases oprimidas. Envilecidas por la opresión y la ignorancia, conservan sin embargo "un principio divino de rebelión" y en ellas reside la posibilidad de "purificación" de la humanidad, esto es, de "convertir la vida dura y vil en una actividad de libre y consciente ejercicio". Este principio de utopía, tan fervientemente sostenido por Tejada hasta eí final de su vida y que llegó a convertirse en una profesión de fe ("creo en la capacidad de perfección del pueblo", "creo en la nueva humanidad espléndida", "creo en que mis hijos verán y gozarán un sol más justo y una tierra más benévola"), venía unido curiosamente a una búsqueda de recon- ciliación no con la naturaleza sino con la civilización moderna. Y aquí reside el cariz vanguardista, futurista, de su estética15. "A pesar de todo lo que se dice en favor de la sabiduría de la naturaleza, yo no creo que la naturaleza sea capaz de crear obras ¡guales en belleza y perfección a las que salen a veces de la mano del hombre", escribe Tejada en el párrafo inicial de su himno a la locomotora. Descontando io que obviamente le corresponde a la ironía en el tono del artículo, hay que aceptar que el autor se coloca en plan de crítico, abiertamente en contra de ciertas tradiciones románticas, para él aún vigentes en la literatura de lengua castellana. Cuando escribe: "la 14, Ihtd., pág. 363. 15. Pero por otra parte lo liga, de alguna manera, con la tradición liberal radical del siglo XIX, igualmente caracterizada por esperanzas de redención social y de desarrollo técnico industrial. Sólo que Tejada ya no esperaba ni lo uno ni lo otro del capitalismo sino del comunismo. Su modelo seguía siendo Lenin: "socialismo más electrificación". Luis TEJADA 175 locomotora es la síntesis de la fuerza suprema y de la alada ligereza. Poderosa y tierna, va por los campos veloz como la mariposa, pero aplasta como el formidable alud", no sólo está recurriendo al símil inesperado y a los enlaces sorprendentesde la vanguardia, sino que está parodiando el lenguaje con que la tradición lírica acostumbraba hablar de la belleza natural, para distanciarse irónicamente de ella y subrayar el viraje hacia una poesía del objeto tecnológico. "A este dulce monstruo —sigue diciendo— no le fue concebido el torbellino del sexo, pero es falaz, cruel y testarudo como una bella mujer"16. En el regocijo con los imprevisibles encuentros de palabras, imposibles dentro de la realidad cotidiana, y en el tono de desenfado se identifica su parentesco con ultraístas y creacionistas de todo el continente. Al igual que aquéllos, era amigo de proclamas y declaraciones de princi- pios. Aunque careció de comparsa y sólo encontró eco en Luis Vidales. Pero eso no le impidió dar rienda suelta a su gusto por los manifiestos, herencia doble, que provenía tanto del lado marxista como de la vanguardia. Célebre fue su salida contra los versos bien hechos. La efigie de Guillermo Valencia presidía el acto de rebelión en contra de la belleza perfecta. La poesía, como la mujer, para ser verdaderamente bella debe ser "un poco inarmoniosa" y "con algo levemente raro y sorprendente en su belleza ". Tejada pretendía, como los "estridentistas" en Méjico, como los ultraístas argentinos y los futuristas en todas partes, demoler las convenciones formales, tanto en el arte como en la vida social. La imaginación moderna, ya "un tanto desequi- librada", no acepta modelos impecables como las estatuas griegas que se ven en los museos y que "ya nos tienen fatigados de corrección y de frialdad". Derrocar dioses y destruir altares fue una de las ocupaciones predilectas de la época. Tejada lo hace con Darío, con Valencia, con Marco Fidel Suárez, con el culto a los clásicos, con los sonetos y los alejandrinos, con la solemnidad de los mármoles antiguos y la música de las pavanas modernistas. "¡Dios me guarde de los versos perfectos! —escribe—. Quiero los versos un poco descoyuntados, pero vivos y que vengan formados de palabras, no exóticas, sino simplemente imprevistas; que envuelvan al mismo tiempo una idea o una imagen no nueva, sino que apenas nos deje un poco atónitos, un poco sorprendidos, porque no la esperábamos allí, porque no adivinábamos que la estrofa ¡ba a concluir de esa manera, tan 16. Luis TEJADA, op. ctr, pág. 277. 176 LA CRÍTICA LITERARIA natural sin embargo, pero tan poco acostumbrada. No importa que todo eso no esté sujeto a las estrictas reglas métricas y no importa que el vocablo no sea demasiado elevado, demasiado poético. ¡Hay versos malos que son tan bellos!"17. Tejada habría podido suscribir la afirmación de Rafael Maya según la cual "el primer verso descoyuntado indicaba que algo se había roto, igual- mente, en la conciencia humana"18. Pero lo habría interpretado y sentido al revés. Maya lamenta el desequilibrio espiritual que se anuncia tras la quiebra del ritmo silábico y el "tiempo sin escrúpulos, sin piedad y sin belleza" que presagian las rupturas del arte nuevo. Tejada ve con preocupa- ción que en Colombia no suceda nada de eso que su contemporáneo tanto teme. Por "falta de inquietud" y por "incapacidad mental", la juventud colombiana sigue rindiendo culto a los viejos ídolos: la gramática y los dogmas católicos. "No puede eliminar la gramática una generación que no tiene ¡deas nuevas, ni experimenta sensaciones nuevas "A En las épocas de revolución, asegura Tejada, la gramática salta hecha pedazos, al tiempo con las otras instituciones sociales. Ideas y experiencias inéditas siempre de- mandan combinaciones inéditas de palabras, formas nuevas de expresión. Así sucedió en Rusia, en 1917, según el crítico. Alejandro Block, Essenin, Andrei Biely, Mayakovski, los grandes" poetas de la revolución, traen consigo una lengua rejuvenecida y purificada, de la que "se han eliminado totalmente la ortografía clásica y la gramática de la época zarista"20. José Umaña Bernal, años después de escritas las crónicas de Tejada, y pasada la efervescencia de las vanguardias, escribía en una nota sobre André Bretón: "relataba el absurdo con palabras claras (...); demostró que se puede hacer la revolución con sintaxis y la rebelión con ortografía. Lo contrario es camino de topos, círculos de infusorios; infrapoesía, infranove- la, ¡nfrateatro; subliteratura"21. Y Jorge Zalamea, a propósito de! grupo español que se inicia literariamente entre 1920 y 1925: "la generación más joven (...) descubre con alegre pasmo, bajo los híspidos y yertos laureles de la Academia, las aguas vivas de la Edad de Oro. Ellas le servirán para 17. Ihtd., pág. 283. 18. RAFAEL MAYA, Obra crítica, u, pág. 328. 19. Luis TEJADA, op. cit., pág. 323. 20. Ídem. 21. JOSÉ UMAÑA BERNAL, op. dt., pág. 226, JORGE ZALAMEA 177 limpiar a la poesía de las escorias metálicas del Dadaísmo y el Ultraísmo"22. Sin embargo, Zalamea aclara que se trata de una génesis particular que separa el destino de la poesía española con respecto a las preocupaciones y la crisis histórica de que fue víctima el resto de la literatura europea. La guerra de 1914 y la miseria de la subsiguiente época de paz impusieron a la juventud, como un imperativo moral, la destrucción de los cimientos culturales que sostenían un mundo tan abominable, según el autor. La forma tan "arbitraria" y "anárquica" de la poesía ultraísta, creacionista y dadaísta encuentra su explicación en la pesadilla bélica de esos años. Para Tejada, en cambio, esa encrucijada histórica no es privativa de los países que vivieron la guerra, pues ésta no es más que la horrible manifestación de una crisis más profunda, de la que participan igualmente las naciones de Hispanoamérica: la caída espectacular del viejo mundo capitalista, una fiesta de la que nadie debería ser excluido, pues las cuestiones vitales como ésa ya se han vuelto comunes a toda la humanidad23. Luis Tejada fue un cronista y un crítico que supo "aunar en su arte la función estética con la política y social", en palabras de Jorge Zalamea24. Él y Ricardo Rendón fueron en eso, según el mismo Zalamea, "una perma- nente lección y un ejemplo vivo" para Los Nuevos, En los escritos de Tejada no se hace distinción entre crítica literaria y crítica social. Todo es crítica social, crítica de la cultura, bajo las apariencias del comentario ligero y de circunstancias. Nada tiene que ver con la tradición académica de un Gómez Restrepo, como tampoco guarda relación con el ensayo de más ambicioso diseño a la manera de Carlos Arturo Torres. El texto característico de Tejada es breve y poético, sin raigambre erudita, basado exclusivamente en la observación y la reflexión personal. Todo merece su curiosidad al mismo nivel, la obra y el gesto, el artista y el transeúnte, los hábitos políticos y la mendicidad. No desprecia nada, excepto la arrogancia del poder y el anquilosamiento opresivo de las tradiciones. La literatura cuenta para él sólo en cuanto fenómeno social y expresión del hombre en la historia viva. En cuanto forma a partir de normas y leyes le fue ajena. 22. JORGE ZALAMEA, op. cit., pág. 243. 23. Luis TEJADA, op. dt., pág. 182. 24. JORGE ZALAMEA, op. cit., pág. 593. 178 LA CRÍTICA LITERARIA IV "El llamado arte de la postguerra, del que todavía vivimos, lleva en sí todos los estigmas de esa conciencia despedazada, que sobrevivió al horror de las trincheras. Es desvertebrado y anárquico, como corresponde a inteli- gencias que vieron romperse, súbitamente, nociones que estructuraban hasta entonces la conciencia social, y que parecían invulnerables; es jovial y deportivo, pero con esa falsa y tétrica alegría de las mascaradas o de la turbia embriaguez, que suelen ser disfraces de la amargura o del fracaso; es generalmente deforme y grotesco, porque suele buscar la realidad de la vida en lo monstruoso de la enfermedad o de la locura, circunstancias muy lógicas ya que sus fuentes de inspiración no son ni la reflexión metafísica, ni el espectáculo del universo, ni los anhelossobrenaturales del alma, sino la tenebrosa subconciencia y los sótanos de la personalidad, donde se amonto- nan los instintos y perversiones del hombre no redimido por los poderes del espíritu; es transitorio, ostentoso y banal, porque su radical rompimien- to con el pasado acorta su proyección sobre el porvenir, y porque tiene que sustituir por los caprichos del éxito momentáneo —revolviendo mucho los vocablos de 'nuevo' y de 'moderno'—, las leyes de severa constancia y de videncia sin echoses connaturales a la î V^ HS ln rlá^ico"25. Estas naUEras de Rafael Maya deben leerse como la cara opuesta de las que Tejada escribiera sobre el mismo tema. Maya enfrenta siempre los problemas desde la perspectiva del clasicismo, que es como decir, dentro de su escala de valores, que lo efímero ha de evaluarse forzosamente según el patrón de lo estable y definitivo. Por clasicismo se entiende, para él, ante todo un orden: en las ideas, el orden discursivo y lógico; en las formas, la disposición simétrica y armoniosa de las partes, la claridad y la concordancia26. Estas son normas eternas del arte, no sujetas al devenir de tendencias y escuelas literarias. Cuando Maya afirma que las fuentes de inspiración de la van- guardia se encuentran en "los sótanos de la personalidad", esto es, en "la tenebrosa subconciencia", eso significa, ni más ni menos, una descalifica- ción. Es toda una época histórica la que queda sepultada por un juicio crítico basado en verdades eternas. Época de extravío y de desquiciamiento la llama el aT ror. Puede que el arte de vanguardia sea expresión de una 25. KAFAELMAYA, Consideraciones..., págs. 109-110. 26. Ibid., pág. 12. JORGE ZALAMEA 179 angustia auténtica. Pero "la angustia no es de por sí una categoría estética ". Lo es sólo cuando se proyecta al infinito y se convierte en "congoja religiosa"27. El arte de vanguardia carece de esa dimensión, esencial dentro de los parámetros estéticos de Maya: no es reflexión metafísica, no expresa los anhelos sobrenaturales del alma. Maya se muestra en esto un digno sucesor de Miguel Antonio Caro y de Antonio Gómez Restrepo, en una línea de pensamiento que persevera hasta hoy en la literatura colombiana. El hombre que ha de ser expresado por el arte es "el redimido por los poderes del espíritu", no el sujeto inconsciente de los instintos y de las perversiones. En Colombia, la generación que cronológicamente corresponde a los movimientos de vanguardia, la de Los Nuevos, no experimentó una in- fluencia decisiva de aquéllos y más bien permaneció fiel a ciertas tendencias del siglo XIX, como el Simbolismo y el Parnasianismo. Al evaluar la significación histórico-literaria de sus contemporáneos, Maya saca por conclusión que si bien intentaron una renovación literaria, no lo lograron, y ni siquiera los más audaces se apartaron demasiado de la tradición. Lo que sí cambió radicalmente en esa década de los veinte fue la estructura social y económica del país. Maya define ese cambio con dos rótulos: se pasó de "la república literaria" a la "república financiera". Los ministros poetas y los presidentes humanistas quedaron fuera de órbita para dar paso a los protagonistas de la cultura técnica e industrial, cuyo avance significó la ruina del humanismo, en opinión del autor. Un vuelco histórico para el cual la nación no estaba preparada. Al tiempo con los millones de la indemniza- ción de Panamá, con el crecimiento de las ciudades y de las clases media y proletaria, vino la agitación en campos y fábricas. La educación tomó un rumbo nuevo y se orientó hacia el estudio de las ciencias económicas y sociales. Para Maya, todo esto implicaba un desquiciamiento en las bases de la cultura cristiana, por obra del materialismo económico, del mercantilis- mo utilitario y del positivismo filosófico28. 27, Ibid., pág. 110. 28. RAFAEL MAYA, De perfil y de frente, pág. 86. 180 LA CRÍTICA LITERARIA V Ei diagnóstico de JORGE ZALAMEA sobre la época que les tocó vivir a Los Nuevos en sus inicios difiere bastante del de Maya. "La paz y la cultura están hoy ligadas a la resolución del problema económico", escribe29. Para Zalamea, los problemas fundamentales de la cultura, más que de orden ideal, son de índole social y derivan de cuestiones como la tenencia de la tierra, el capital y la explotación del trabajador. Para transformar estas categorías económicas en categorías de cultura basta, según el autor, "ama- drinarles" un concepto moral. Zalamea lo formula de esta manera; "un pueblo económicamente enfermo no puede producir cultura; si ya la tenía, la pierde; si carecía de ella, jamás estuvo tan lejos de alcanzarla. La cultura de los pueblos, óiganlo bien los de la generación del Centenario, no se hace con doctrinas filosóficas mejor o peor traducidas del alemán ni con pri- mores literarios mejor o peor adaptados del francés; la cultura se hace independizando económicamente al hombre, haciéndole responsable de su vida y propiedad, dándole ocasión de que gobierne su cosa propia"30. Hay un supuesto bastante claro en la exposición de Zalamea: todos los j„n„„„;i;k,:™ . , u j ; „ : „ „ * „ „ „ — -:„ „., „ .A„ . , - . \*„„„ u c s c ^ u i u u u u í y n U n u i m i e n t O S q u e p i c s e u c i a su g c n c u i c i u i i y cjut p a i a iy±ay a se debían ai alejamiento de ios principios humanistas y cristianos, no son otra cosa en el fondo sino las consecuencias de un capitalismo ya desvencija- do, viejo orden caduco en los países más desarrollados, productor de miseria y fealdad moral en los menos avanzados. Zalamea considera que a ese orden de cosas, o a ese caos, hay que declararle la guerra en Colombia, pero no con las armas de la revolución sino con reformas liberales profun- das. Declara explícitamente que no desea ser tomado por un partidario de la revolución social ni por defensor de la lucha de clases. Pero se atreve a profetizar, en 1933, un futuro azaroso y desventurado para los hijos y nietos de los hombres de su edad, si el problema social no se resuelve pronta y radicalmente. Las culpas por casi todos esos problemas se cargan en la cuenta de la generación anterior, la del Centenario. Fueron los dirigentes políticos y culturales de ese período los que perpetuaron el señorío en la posesión de la tierra, al acoger la tradición de la España borbónica en lugar de optar por 29. JORGE ZAI AMFA, op. cit., pág. 50. 30. Ibid., pág. 44. JORGE ZALAMEA 181 una solución más justa como la de subdividir la tierra y hacer propietarios independientes a cada uno de sus moradores. Ellos fomentaron, contra el espíritu de emancipación americano, una casta señorial que se da el lujo de vivir de espaldas al resto de los colombianos. El acta de acusación de Zalamea incluye otros aspectos, como el de haber entregado el país en manos del capital extranjero. Sin embargo, importa destacar aquí las consecuencias de tal situación social y económica en el campo de la cultura. Según Zalamea, la generación del Centenario prefirió ofrecer al pueblo "un banquete de cultura que lo resarciese del pan cotidiano que esa misma generación le negara"31. En vez de soluciones verdaderas a problemas reales, en el país floreció una cultura "centenarista", señorial y falsa, "revoltillo de conocimientos y de benevolencia ", "chaparrón" de sensiblería y "patriotería". La república letrada, cuya pérdida tanto lamentó Rafael Maya, no le valió a Zalamea sino una mueca de despedida, en un burlesco cuadro donde se la describe como "un jardín meticuloso poblado de poetas, oradores, filósofos, pedagogos y magistrados que, a cada encuentro, se saludaban con los adjetivos más lapidarios y las ocurrencias más galanas"32, Pero detrás de esa vida idílica, de esa "vaga academia" que se mantenía en perpetuos juegos florales en los que todo eran "justas oratorias", "lágrimas de amor", "protestas de nobleza y desinterés", se ocultaba un cínico despre- cio por el pueblo ignorante que venía a enturbiar la serena contemplaciónnarcisista. Zalamea enfatiza en esa cultura "señorial" un ingrediente racis- ta, casi de idolatría por la raza "superblanca" y la civilización anglosajona. Traicionaron "el espíritu de la raza latina", según él, en su afán de "cruce" con razas "superiores" y de ayuntamientos purificadores. El papel histórico de la generación de Los Nuevos, sostiene Zalamea, debía consistir, ante todo, en el desarrollo de una actitud crítica frente a su pasado inmediato. Oponerse a la cultura de la simulación y del exhibicionis- mo, a la dictadura de los falsos valores, a la sensiblería de los poetas y a la blandura de la crítica. Llevar a la política, lo mismo que a la literatura, "normas duras" y "contenidos verídicamente humanos", "voluntad de orden, de verdad y de conciencia". Pero el autor percibe con preocupación que sus coetáneos van desertando de esa misión y tienden a identificarse con sus antecesores. El programa político de Zalamea puede interpretarse, 31. Ibid., pig. 40, 32. Ibid., pág. 37. 182 LA CRITICA LITERARIA a su vez, como un programa de rescate e identificación de la cultura nacional. El punto básico es su insistencia en que Colombia sólo puede llegar a ser un país de hombres libres a condición de que la estructura de la propiedad territorial garantice a cada ciudadano su independencia econó- mica. El segundo punto sería asumir el legado hispánico, y latino en general, como uno de los soportes de nuestra identidad. Pero existe al mismo tiempo en la obra de Zalamea una aspiración de universalidad que se expresa no solamente en sus maravillosas traducciones de Saint-John Perse, sino en un cosmopolitismo aún más abarcador: el que recibe forma y sustancia en su libro La poesía ignorada y olvidada. Allí se declara que "no existen pueblos subdesarrollados en poesía", pues ésta es un patrimonio inalienable de toda la especie humana33. Por otra parte, y en equilibrio con el punto anterior, Zalamea estima urgente la tarea de modernizar la estructura económica del país y la mentalidad de sus habitantes, A este último respecto pronunció en 1936, siendo secretario del Ministe- rio de Educación, una conferencia donde sostiene que la universidad debe ser reformada de manera que pueda tomar parte activa en la solución de los problemas sociales y económicos de la nación. Un país cuyo territorio no ha sido explorado ni explotado en su totalidad; cuyas riquezas esperan la tecnología adecuada para convertirse en beneficio rea!; una economía desorganizada y una democracia que apenas sobrevive, agobiada por castas anacrónicas y privilegios injustos; todo eso demanda respuestas modernas, sustentadas en la ciencia y la investigación. Aunque Zalamea insiste en que la universidad ideal es aquélla que armonice lo científico con lo humanísti- co, en lugar de oponerlos. La universidad que tiene en mente en ese momento de reformas no es "una fábrica de profesionales aptos únicamen- te para solucionar la materialidad de la vida"34. El país no puede darse el lujo de levantar una universidad nueva sólo para solucionar los problemas de una minoría. Zalamea afirma que no son los divulgadores de "ciencia VV JORGEZAEAMEA, La poesía ignorada y olvidada, Bogotá, Procultura, 1988, pág. 7 VI. (ORGI ZALAMEA, Literatura, política y arle, pág. 622. El movimiento de reforma universitaria que se inició en Córdoba en 1918 mantuvo también, según José Luis Romero, una idea de universidad no exclusivamente definida por el objetivo utilitario de producir profesionales para el mercado. Formar inteligencias libres de servidumbres y formular nuevos principios éticos frente a las exigencias de la realidad social fueron objetivos aún más importantes {Situaciones e ideologías en Latinoamérica. Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1086. pág 190). JORGE ZALAMEA 183 extranjera" los que van a dar respuesta a las demandas de modernización del país, si no aprenden a "adaptarla al hecho colombiano", es decir, a convertirla en instrumento apto para interpretar y modificar nuestras específicas condiciones reales. La república conservadora ignoró, según él, cómo remediar a una nación que desconocía y optó por recubrir los problemas reales con "gelatina retórica"; "todo fue entonces para nosotros expresión retórica y análisis gramatical. La legislación se trataba en sus propias andaderas de elocuencia; la ignorancia de la geografía humana y del hecho económico se disimulaba con acicalamientos de clásico, o intempe- rancias de romántico; la incapacidad administrativa se disfrazaba de sufi- ciencia humanística o de heroísmo verbal; la administración de justicia se avergonzaba tras caretas de cesarismo unas veces, de demagógica otras; el problema social se reducía a proclamas de fuerza o a soflamas de sensible- ría; la ausencia de una cultura original y auténtica procuraba compensarse con los desenfrenos de una imaginación provincianamente enferma de literatura, y el alma toda nacional iba tambaleante de un lado a otro, consolándose con ios falsos clásicos, suspirando con los románticos iracun- dos o pasmándose boba, ante los nuevos tenientes que traían para la indefensión colombiana el bálsamo milagroso destilado en tierras ultrama- rinas por los Barres y los Daudet y los Maurras"35. Zalamea subraya que la auténtica cultura no puede provenir sino del conocimiento exacto de las cosas y de la capacidad consecuente para manejarlas y transformarlas. El hombre culto, afirma, es "aquél que logra poner en paz la realidad del universo con las aspiraciones de su espíritu"36. Igual que Luis Tejada, Jorge Zalamea pone en la ciencia moderna y en la cultura laica sus esperanzas de un país nuevo, más equilibrado y más justo. Pero Tejada carecía de nostalgias, no así Zalamea quien retiene cienos ideales ligados a la cultura clásica y a la tradición española. Incluso en el estilo, Tejada era ya un moderno, mientras Zalamea se muestra, paradóji- camente, como el crítico más encarnizado de la retórica y el más retórico de los escritores de su época. Espectáculos de malabarismo verbal pueden considerarse esos textos en los que el autor despliega el más ampuloso y oratorio de los tonos para combatir "la retórica tumefacta que ampollaba la 35. JORGE ZALAMEA, op. cit., págs. 614-615, 36. Ibid.. pág. 618. 184 LA CRÍTICA LITERARIA carne temblorosa de la patria"37. Heroicamente atacaba a un enemigo en cuyas filas él mismo militaba, sin que ello implicase la más mínima intención autocrítica. En obras como El gran Burundún-Burundá ha muer- to. Zalamea se propuso, como reto formal, la búsqueda de una "nueva fórmula retórica" destinada, según él, a restablecer el contacto, perdido en la casi totalidad de la literatura contemporánea, entre el escritor y el pueblo. Daba por supuesto, sin duda, la existencia de un gusto popular formado en la plaza pública según los patrones de la oratoria política y lo reivindicaba como base para un tono y un estilo literarios capaces de reintegrar a la literatura un público masivo. La literatura moderna se expresa en una forma que no llega al pueblo o en la que éste no se reconoce, opina Zalamea. La hibridez formal de El gran Burundún-Burundá —a la vez sátira, relato y poema— permitiría, según él, una entonación grata a los oídos de las masas, pues está más cerca a la declamación que al texto para la lectura silenciosa. Una literatura para oyentes, no para lectores, es la fórmula novedosa de Zalamea, como respuesta a la necesidad de integrar un público mayoritariamente analfabeta. En carta a Germán Arciniegas, fechada en julio 15 de 1952, confiesa que sólo la experiencia futura podrá confirmar o negar su presunción, cuarenta anos uespues, ia experiencia parece uauerse encauzado no hacia el auditorio aglomerado en ia plaza sino al oyente de la grabación fonográfica. En todo caso, tal fórmula estilística no fue privativa de El gran Burundún-Burundá. El autor la utilizó igualmente en sus textos ensayísticos, con resultados más bien negativos38. "Paraél la poesía es cosa viva, inseparable de la voz humana", escribió de García Lorca en su "Viaje por la literatura de España"39. Ésa parece una clave de su concepción poética. Al comienzo de El sueño de las escalinatas dice también: "¡Ah! He repudiado el libro. He abolido los libros. Sólo quiero ahora la palabra viva". La generación española del veintisiete, y en especial Lorca, le proporcionó algunos modelos de nueva retórica, pro- ducto de la confluencia de dos ríos "fecundantes", según él: la poesía cul- ta de la Edad de Oro y la poesía popular. En García Lorca encontró el "espíritu nuevo" injertado en el "viejo tronco" de la tradición. La obra del 37. Ibid., pág. 615, ,,/. z.s uf tenerse en cuenta, sin Cüiuargo, < iiie tamia¡en ¡os artice de los libros fueron escritos para leerse en voz alta por los micrófonos de la Radio Nacional. 39. La vida maravillosa de los libros, México, Ed. Isla, 1945, págs. 68-118. JORGE ZALAMEA 185 andaluz no deja lugar a la oposición entre lo clásico y lo moderno, entre la poesía popular y la poesía culta. Exactamente lo mismo afirma de Rafael Alberti. Más diciente aun acerca de las convicciones literarias de Zalamea es lo que escribe sobre Gerardo Diego: fue "rescatado del creacionismo para rendir reverencia a la tradición clásica y honrarla con (sus) obras". De los jóvenes poetas españoles que optaron por el surrealismo y desecharon las dos fuentes antes mencionadas, Zalamea declara que "desdeñaron la mejor parte, la más sustanciosa y difícil, por quedarse con aquélla que mejor se prestaba para la simulación"40. Sólo Alberti y García Lorca lograron extraer del surrealismo algo valioso en fuerza y belleza, según opina Zalamea. Pues la poesía surrealista "cuando no brota de un genio auténtico, es un embele- co". En la literatura colombiana, la mejor impugnación a la cultura señorial e inauténtica propiciada por la generación del Centenario es la obra de Tomás Carrasquilla, en concepto del críticojorge Zalamea. "El humorismo de Carrasquilla le ha hecho preferir al pueblo. La alegría popular expresada en refranes, explayada en anécdotas, alimentada de fábulas y leyendas, recoge toda su obra como un viento malicioso que orea las almas y las restituye a su ser natural"41. Una literatura que llega hasta las raíces de la mitología popular y la historia de la raza, para contraponer a otra de índole "vanílocua" y sin verdad humana. Con las novelas y cuentos de Carrasquilla, únicamente María, La vorágine y Cuatro años a bordo de mí mismo le parecen dignas de figurar como productos genuinos de la cultura literaria colombiana. Sobre la novela de Silva, De sobremesa, escribió en 1926 una reseña bastante escéptica con respecto al valor universal de la obra. Y su crítica apunta, precisamente, a la ausencia de "medio real", debido al esteticismo finisecular de cuyo fondo sale un personaje que no mira a la realidad externa. Lamenta que sobre José Fernández no caiga esa ducha de agua fría que es la mirada irónica (algo que Silva tantas veces derrochó en sus versos de "Gotas amargas") para contrarrestar los excesos de artificiali- dad que estropean al personaje42. Un buen poema es, para Zalamea, el pequeño o gran escenario de una acción. Este principio se pone en el centro de su juicio crítico sobre la poesía 40. Ibid, pág. 102. 41. Literatura, política y arte, págs. 697-698. 42. "Una novela de J. A. Silva", en Poesía y prosa d e j . A. S., Bogotá, Colcultura, págs. 428-432. 186 LA CRÍTICA LITERARIA de Luis Carlos López y de León de Greiff. Con tal criterio ordenó una antología del primero, bajo el título de Comedia tropical, ensamblando los elementos dispersos de una representación teatral que se desarrolla en los versos del poeta cartagenero. En León de Greiff subraya un valor universal que no deriva de su técnica formal sino del universo que surge en sus poemas con realidad propia: un conjunto identif ¡cable de personajes, pobla- ciones, climas, costumbres, goces y tragedias. En 1940 escribió, en la Revista de las Indias41, un artículo sobre "Piedra y cielo", grupo de poetas inmediatamente posterior a "Los Nuevos" y que habían iniciado su existencia literaria hacia 1935. Zalamea acoge esta nueva poesía con un entusiasmo comprensible si se tiene en cuenta que vio en ella una prolongación del "renacimiento" poético español representado en la generación del veintisiete. Al contrario de su coetáneo Juan Lozano y Lozano que encontraba en los piedracielistas sólo "galimatías de confusión palabrera", Zalamea destaca en ellos la recuperación "neoclásica" de las convenciones formales del verso, reacción benéfica frente al "libertinaje dadaísta, futurista, etc.". Lamenta que hayan desdeñado la otra lección de los maestros españoles: el recurso a las fuentes populares de la tradición poética. Opina que "Presagio de amor" de Arturo Camacho Ramírez y "La ciudad sumergida" de Jorge Rojas son "poemas que ya sólo abusivamente podrían excluirse de ninguna antología colombiana". La poesía hispano- americana venía dándole la espalda a España desde el Modernismo, según Zalamea. Los modelos franceses predominaron en la elección de los temas y de las formas, no sólo en los modernistas sino también en los más recientes seguidores de las vanguardias: estridentistas, creacionistas, ul- traístas. Para Zalamea resulta de vital significación, estética y cultural, que un grupo de jóvenes colombianos resuelva no servir más como "caja de resonancia a la poesía francesa e italiana" y recuperar los nexos espirituales con España. "Estos poetas, como sus hermanos mayores de España, creye- ron que para renovar la poesía castellana no era indecente ni tonto volver a las fuentes inexhaustas de Garcilaso y Góngora, de Soto de Rojas y Calde- rón, de Lope y Boscán, de Bécquer y Juan Ramón Jiménez, y que, para contrarrestar la anarquía del versolibrismo y rescatar la belleza cautiva en los rechinantes cepos de estridentistas y futuristas, no era errado camino 43, "Notas sobre Piedra y Cielo", en Revista de las Indias, selección de textos (feb.-abr. de 1940), págs. 457-464. DESPUÉS DEL MODERNISMO 187 restaurar el imperio, tan dulce como tiránico, de las eternas normas poéticas"44. Curiosamente, por los mismos días, Lozano y Lozano descubría en los piedracielistas una mezcla confusa de neogongorismo español, prerrafaelismo inglés y simbolismo francés. Lejos de emparentados con los clásicos españoles, censura sus versos por "ininteligibles y frecuentemente grotescos", "mero sonido de palabras", "disertación de un ebrio o de un alienado", en especial el "Presagio de amor" que tan alto elogio mereció de Zalamea. Los exime, eso sí, del catálogo de los vanguardistas, pues no llegaron a escribir la "prosa idiota, con aire de subversiva" que es propia de aquellos "bárbaros de la lírica"45. En 1966, al responder una encuesta de la revista Letras Nacionales46, Zalamea realiza un último balance, bastante desfavorable, de la literatura colombiana. Habla del "subdesarrollo de la nueva poesía colombiana" y del "período de devaluación" en que se encuentra el nivel cultural del país. Los escritores colombianos le parecen en general "inferiores a la temática nacional". Destaca los nombres de García Márquez, Rojas Herazo, Mejía Vallejo, Caballero Calderón y Alberto Sierra, como novelistas de auténtico valor, que trascienden los límites nacionales, aunque los estima inferiores a Cortázar, Carpentíer, Sábato, Rulfo, Fuentes, Vargas Llosa, e incluso a Jorge Icaza. El nadaísmo no le merece sino un juicio despectivo: es una "capilla" que en nada ha contribuido al desarrollo de nuestra literatura. Y le opone la obra juvenil de Luis Vidales quien, "sin imitar a Bretón" y "sin alharacas ni alcantarillas", llegó más lejos en alcances revolucionarios. Con los críticos literarios se muestra también implacable. Absorbidos por el poder oficial o neutralizados por las relaciones públicas de las empresas privadas, han terminado como"funcionarios de una censura clandestina encargados de rechazar todo lo que pueda oler a inconformismo". Incluso Hernando Téllez aparece mencionado como ejemplo de quienes han dimi- tido de la misión natural que corresponde al crítico en cuanto analista, orientador y propulsor de la cultura, para aceptar la tarea de estimular las 44. Revista de tas Indias, pág. 462. 45. JUAN LOZANO Y LOZANO, "Los poetas de Piedra y Cielo", en Ensayistas colombianos del siglo XX, págs. 109-123. Originalmente publicado en el Suplemento literario de El Tiempo, en feb. de 1940. 46. Letras Nacionales, No. 9, julio-agosto de 1966, incluido en Literatura, política y arte. págs, 811-816. 188 LA CRÍTICA LITERARIA buenas maneras y las buenas ¡deas en beneficio del sistema47. Sobre el tema de la crítica publicó en 1964 un artículo que amerita detenido examen y una confrontación con las posiciones de Téllez, de Maya e, incluso, de Jorge Gaitán Duran48. VI "Ninguno de Los Nuevos se ocupó seriamente de Tierra de promisión o La vorágine en vida de Rivera", afirma Eduardo Neale-Silva49. Y cita a Felipe Lleras Camargo, director de la revista Los Nuevos, quien aludió) a la novela de Rivera, sin mencionarla, en un reportaje de 1926; allí declaraba su "repugnancia invencible por lo que ha dado en llamarse género vernácu- lo, en el que los tipos populares y los aspectos de una naturaleza lujuriosa le dan un tinte de tropicalismo de gusto dudoso". Jorge Zalamea, en un artículo del mismo año, afirma que "suprimiendo los libros de Valencia y Silva quedaría suprimido el momento actual de la literatura colombiana"50. En Rivera veía únicamente la inmersión del hombre en la naturaleza, con muy escasa proyección intelectual. La vorágine, publicada en 1924, vino a poner a prueba una crítica literaria acostumbrada, casi exclusivamente, a hablar de poesía lírica. Eduardo Castillo la reseñó en diciembre de ese mismo año y sentenció que el prosador era en Rivera inferior al poeta. "Sólo cuando describe, cuando evoca paisajes o cosas de la naturaleza, Rivera torna a ser el admirable artista visual para quien el mundo es una fiesta deslumbrante de luces y colores"51. En cuanto a la narración propiamente dicha, Castillo opinó que por su "halo rojo de crimen y de sangre", estaba predestinada al éxito entre los lectores de folletín, pues habría de excitar su curiosidad por razones ajenas al arte. La reacción del novelista frente a tales críticas, según el 47. JORGE ZALAMEA, Literatura, política y arte. pág. 812. 48. JORGE: ZALAMEA, "Consideraciones sobre la filantropía y la crítica literaria ", Boletín bibliográfico y cultural, vol. 7, No. I I. 49. EDUARDO NEAI.E-SILVA, "Minucias y chilindrinas", en La vorágine, textos críticos, Bogotá, Alianza Editorial Colombiana, 1987. Compilación de Monserrat Ordóñez. 50. JORGE ZALAMEA, "La literatura colombiana contemporánea", Lecturas dominicales, agosto 22 de 1926, citado por Neale-Silva, en op. cit. 51. EDUARDO CASTILLO, La vorágine", Revista Cromos, No. 345, vol. XIX, die. 13 de 1924, Bogotá, recogido en La vorágine, textos críticos. DESPUÉS DEL MODERNISMO 189 testimonio de Miguel Rash Isla, fue bien interesante. Descalificó de entrada al "afrancesado" Castillo, con sus gustos de esteta decadente, para com- prender una obra americana, llena de fuerza épica y de vida tropical; "Tú te has pasado la vida extasiado ante las aguas refinadas del Sena. Al verte ahora ante un río de los nuestros, incivilizado y rebelde, te has sentido sorprendido e insatisfecho, lo cual es más que comprensible"52. En una entrevista de 1926, Rivera llama la atención sobre el hecho cierto de que en la Colombia de entonces la prosa no recibía la misma acogida fervorosa que se dispensaba a los versos. En la nómina de los literatos nacionales, observaba, no aparecen los grandes narradores, los creadores de personajes con vida y pasiones propias. Las facultades del novelista son menos comunes, entre los colombianos, que las del lírico, pues para de- sarrollarlas no bastan, según él, los estudios de humanidades ni el bachille- rato clásico, que son las fábricas naturales de versificadores en el país. Las dos primeras reseñas de La vorágine, firmadas por Luis Eduardo Nie- to Caballero y por Guillermo Manrique Terán, fueron bastante elogiosas. El primero la considera "uno de los libros definitivos del trópico", "obra llena de sol y de pujanza donde la bestia humana muestra algunos de sus peores instintos". El segundo anota en ella "algo de voluptuosidad primitiva y dañina para el lector", e inicia la serie de los que prefieren al autor de los sonetos por considerarlo artista más puro que el narrador, opinión que comparten, entre otros, Antonio Gómez Restrepo, Eduardo Castillo y Luis Trigueros. Gómez Restrepo, quien profesaba una estética de la idealidad, no dejó de advertir los contrastes entre "la alta poesía" de Tierras de promisión y "la crudeza realista" de algunos pasajes de La vorágine. Pero, en conjunto, su juicio es favorable. La vorágine, dice, es "obra de arte puro" y a la vez documento humano y sociológico. Podría pensarse que el crítico ha abandonado momentáneamente algunos de sus presupuestos dogmáticos para poder abordar la novela en cuanto género literario que elabora materiales directamente tomados de la realidad inmediata. Gómez Restrepo elogia, sin reticencias, el arte de Rivera para transmitir "una sensación casi física de las cosas" y para describir "el empuje de las fuerzas colectivas en movimiento", virtudes que lo emparientan con Zola53. 52. La vorágine, textos críticos, pág. 93. 53. ANTONIO GÓMEZ RESTREPO, "La vorágine", El Tiempo, enero 18 de 1925. En La vorágine, textos críticos, págs. 45-47. 190 LA CRÍTICA LITERARIA En cuanto a Luis Trigueros, su artículo provocó una polémica de amplia resonancia en el medio literario de la época. Publicado en 1926, en El Espectador, sus dos entregas sucesivas obtuvieron respuesta airada de José Eustasio Rivera. El crítico, célebre por aquel entonces, hoy olvidado, comenzó por desaprobar lo que él llama las "fabulaciones" de la obra (Rivera discute el término por inapropiado; asegura que significa "conver- sación", no "acción ficticia""; Trigueros se refería, obviamente, a la armazón narrativa). "Las fabulaciones de Rivera, hay que reconocerlo, carecen de método, de orden, de ilación: Ea vorágine, pongo por caso, es un caos de sucesos aterrantes, una maraña de escenas inconexas, un confuso laberinto en que los personajes entran y salen, surgen y desaparecen sin motivos precisos ni causas justificativas. Faltan en ellos, por otra parte, el sentido de la lógica y trabazón espiritual"54. Le niega a la obra, por lo mismo, el carácter de novela. Es, según el crítico, demasiado "lánguida de acción", "flaca de argumento" y "horra de análisis anímico", para merecer tal categoría. Elogia, en cambio, las descripciones de la naturaleza, mérito eminentemente poético. Alejarse un poco de los "asuntos zoológicos", recomienda el crítico al novelista fallido, y penetrar más profundamente en " i „ „ k l — „ „ „ j „ i„ , ; • .. i „ „ f i ;„ , . „_ J „ ] ,Ar , " ios picjuicuicis u c ia cui ic icnci t i y lus cuiiiiiCLU» uc i cuiaz-un . La réplica del indignado escritor mide, con relativa fidelidad, la tempera- tura ambiente en que se daban las relaciones de la crítica con los autores del momento. Aunque, desde luego, no todos salieron a defender su obra lanza en ristre, como Rivera. "Cualquiera que, en bien o en mal, hable de mi producción literaria, conquista mi agradecimiento porque me libra del olvido. Cualquiera que atente contra mi obra escrita, juzgándola de mala fe, con criterio tacaño y espíritu hostil, es Ubre de hacer lo que hace, porque la ¡mprenta le entrega al público las ideas del escritor y a éste no le es dable escoger sus jueces. Pero cualquiera que, como yo, aspire a combatir la crítica indocta, que siembra en ia opinión ajena conceptos erróneos y iecastra al autor la conciencia de su propio valer, exagerándole méritos y deméritos, no debe vacilar ante el contendor ni ceñirse la estorbosa máscara de la modestia cuando llega la hora de saltar al palenque"55. Y la "estorbosa máscara de la modestia" cae fácilmente en el caso de Rivera. En su propia loa escribe: "yo creo haber realizado una hazaña en las descripciones", 54. La vorágine, textos críticos, pág. 49. 55. Ibid., pág. 70. DESPUÉS DEL MODERNISMO 191 "tanta acción palpita en mi obra y tanta verdad caracteriza a sus actores, que el lector, a las pocas líneas, pasa a ser testigo de cada episodio y no cesa en el ansia de presenciarlos hasta hacerse mártir de la emoción final. ¿Quién podrá distinguir, sin equivocarse, lo real de lo ficticio en mi novela?"56. A la acusación de desorden y falta de ilación y método, Rivera responde con un singular argumento: no se trata de un defecto de construcción narrativa si- no de una necesidad impuesta por el tema. La concepción artística, la acción, los episodios, el estilo, todo en La vorágine refleja el ambiente que se describe en ella, todo guarda "un parecido genésico" con la Naturaleza circundante que es, según el autor, "personaje invisible que actúa en la novela como agente genitor e impulsor"57. Ni el medio natural en el que se desarrolla la acción, ni los personajes a los que la naturaleza ha contagiado su violencia y su crueldad, podrían admitir exigencias de mesura y de orden, como tampoco sutilezas ni análisis psicológicos. "¿Piensas que las gentes que viven en aquellos desiertos tienen almas semejantes a las que tú conoces, chiquitas, pacatas, catalogables? (...) ¿He escrito acaso una novela ciudadana en un ambiente de salón?"58. Con tal convicción acerca del valor casi absoluto de su obra, mal podría el autor aceptar el más mínimo reparo. Sus expresiones para con la crítica resultan en extremo dicientes: "crítica filibustera,... que aplaude sin razo- nes y censura sin discernimiento", "falsos juicios, apreciaciones equivoca- das, conceptos erróneos, dueños hoy de la opinión nacional porque nadie tiene el valor de extirparlos a tiempo"59. Rivera, al parecer, presuponía la posibilidad de un juicio crítico verdadero, por encima de toda discusión y sospecha. Y sólo de ése esperaba la redención crítica de la literatura colombiana. Mientras tanto, se atenía a los elogios y salía a combatir las censuras, con el propósito de "extirparlas". De sobra conocida y divulgada fue la animadversión mutua que se profesaron Rivera y Tomás Carrasqui- lla. A oídos del primero llegó algún eco de la opinión desfavorable emitida por el escritor antioqueño con respecto a Ea vorágine. Rivera, en palabras recogidas por Rash Isla, replicó de inmediato con un juicio demoledor contra la obra de Carrasquilla: "son centones indigestos confeccionados con 56. Ibid., pág. 68. 57. Ibid., pág. 66. 58. Ibid.. pág. 67. 59. Ibid., pág. 74. 192 LA CRÍTICA LITERARIA desperdicios de Pereda y sudor de muía antioqueña"60. Es Eduardo Neale- Silva, documentado biógrafo de Rivera, quien relata que el mismo novelista fue reuniendo los artículos que aparecían en la prensa sobre su libro y los publicó después, omitiendo los conceptos adversos61. El quisquilloso poeta nunca fue indiferente a la crítica. Sabía que, buena o mala, jugaba un papel decisivo en la difusión de su obra. En 1929, Rafael Maya fue el encargado de pronunciar el elogio fúnebre de Rivera. Veintiséis años más tarde, en otro discurso conmemorativo, se mostró igualmente laudatorio, en parte quizá por exigencias del género y de las circunstancias, pero ante todo por su personal adhesión a una "obra de vasto aliento americano, con personajes vinculados a su medio físico por algo más que situaciones motivadas para facilitar el desarrollo y movimien- to de la obra, y con cierto sentido dramático, derivado de problemas esen- cialmente humanos, planteados frente a ese medio ambiente "62. Maya consideraba que, antes de La vorágine, la novela en Latinoamérica había sido en su mayor parte tributaria de Europa. Hernando Téllez pensaba lo mismo y ponía como ejemplo la novela De sobremesa de Silva, "débil testigo del snobismo literario en estas zonas del mundo"63. Según él, romanticismo y naturalismo no representaron para la novela latinoameri- cana del siglo XIX y también, en parte, del XX, sino "un transplante indiscriminado y beato" de formas y temas de la novela europea. Personajes y ambientes como los que se describen en De sobremesa se sitúan a tal distancia de la auténtica realidad de estas comarcas, que vienen a represen- tar más b'ien una antítesis de la vida y la sicología americanas. Pero Téllez señala a Tomás Carrasquilla y no a Rivera como iniciador del descubrimien- to novelístico de América. En las novelas y cuentos del antioqueño comien- za a superarse la etapa de imitación al tiempo que se afirma la tarea del escritor como interprete ue su reaiiuau sociai. î a soueruia autenticiuau ue la obra de Carrasquilla consiste en la conexión de su genio con el medio social propio: "Carrasquilla prefiere confundirse, identificarse con ese medio. Sus arrieros, sus tahúres, sus carreteros, sus mendigos, sus mineros, 60. MIGUEL RASH ISLA, "Tomás Carrasquilla y La vorágine" EA Espectador dominical, julio 7 de 1949. Citado por Neale-Silva, op. cit., pág. 94. 61. EDUARDO NEALE-SILVA, op. dt., pág. 97. 62. RAFAEL MAYA, De perfil y de frente, pág. 89. 63. HERNANDO 1 EI.I.EZ, Límites de la novela , Textos no recogidos en libro, tomo 1, pág. 378. DESPUÉS DEL MODERNISMO 193 sus mujeres y sus maravillosas criaturas infantiles, hasta su Dios inconfun- dible y su diablo incomparable, son carne de la carne y huesos de los huesos de nuestro pueblo"64. A la novela americana, dice Téllez, le corresponde descubrir e interpretar los conflictos y contradicciones del hombre america- no, en su propia atmósfera geográfica y social. "Traducir una porción de realidades específicas" es la única manera de ser "honestamente origina- les". Las mejores novelas latinoamericanas de nuestra época, escribe Té- llez en 1951, son las que responden a preguntas como: ¿qué somos? ¿Por qué somos lo que somos? Y las respuestas parecen apuntar siempre hacia la selva y la llanura, la soledad y la lejanía. O hacia condiciones sociales y políticas que aun no encuentran su estabilidad y sus jerarquías. Los procesos sicológicos que muestra son elementales y las cuestiones metafísicas no le pertenecen todavía, pues más que los problemas del ser en sí le atañen los de la existencia como relación y batalla ante el medio físico y social. La versión del hombre que se sigue de la novela americana es así "tan natural", "tan brutal", como la que aparece en La vorágine. Sometido a fuerzas elementales y con la sensación de que su destino humano es sólo una versión de la fatalidad natural, el personaje novelístico no puede sino carecer de refinamientos y sutilezas analíticas que son la clave de la novela europea. En los años cuarenta, Tomás Vargas Osorio se pronunciaba a favor de una "novela bárbara": "hay que dejar de escribir relatos desmayados y descoloridos y lanzarse resueltamente en la vena ancha y turbulenta de la vida americana para escribir nuestra novela, nuestra novela bárbara"65. La vorágine, Don Segundo Sombra, Doña Bárbara, son las obras mencionadas como modelos del género. Relatos en los que se sitúa al hombre en conflicto con la naturaleza exterior y con la suya propia. No ha sonado aún la hora para la novela de tesis social o de costumbres en la literatura colombiana, según Vargas Osorio. "Por mucho tiempo la novela colombiana no podrá conocer otro ámbito, ni otro conflicto, que los anteriores. Es el nuestro un mundo elemental en que las fuerzas no han encontrado todavía su caz, su cauce, su lecho. Elementales la flor y el alma". Por eso la novela de América no podría ser proustiana, "morosa, de lentos matices, de internas y musica- 64. Ibid., pág.379. 65. TOMÁS VARGAS OSORIO, "La novela colombiana en lo que va corrido del siglo actual". Obra de T. V. O., tomo ll, pág. 221. 194 LA CRÍTICA LITERARIA les modulaciones", como tampoco huxleiana, "cerebral", "fina" y "sutil". Tiene que ser necesariamente una novela de "conflicto cósmico", en la que entren en juego fuerzas primordiales, caóticas y confusas, sentimientos y pasiones todavía no domados por la cultura. "No hay que olvidar que el hombre americano se encuentra en su primer día". Y es por ello, precisa- mente, por lo que aboga por una novela "bárbara". Pocos años más tarde, Hernando Téllez ya advertía signos de agotamien- to en los temas de la selva y el llano, del hombre primitivo y su aventura en un medio físico incivilizado. En América Latina se ha producido para entonces, según Téllez, el fenómeno de la.concentración de masas humanas en las ciudades. Los novelistas están en mora de interpretar estas nuevas condiciones sociales, convirtiéndolas en material literario. Hay una necesi- dad, no satisfecha todavía, de otro tipo de novela, que "refleje la nueva realidad". Es la novela urbana, "la novela en la cual el hombre aparezca enfrentado consigo mismo, con su propio misterio, en un medio que no sea precisamente el de la selva o de los lugares donde la soledad y la lejanía son las condiciones principales del relato"66. El hombre americano empezaba a perder su "perfil diferendador" por obra del desarrollo burgués, y su destino se integraba en el del hombre "universal" de las ciudades modernas, sin peculiaridades exóticas ni atractivos "salvajes". La naturaleza, por su parte, entraba al fondo de metáforas utilizadas por las compañías de turismo para estimular sus ventas. Un proceso, sin embargo, que apenas se iniciaba en Latinoamérica. Las condiciones económicas del trabajo literario no eran todavía ideales para un género que requiere la profesionalización del escritor, una industria editorial fuerte y un grado de modernización de la vida social que induzca al novelista a conquistar esos nuevos escenarios, esos nuevos signos sociales y psicológicos bajo los cuales comienza a existir ~I U ~ « ^ U - ~ u.**.— ~ „ ~ , • „ ci i iuinuic inspaiicíaiiiciicaiiu. VII En las décadas del veinte al cincuenta parece existir un cierto acuerdo en Colombia acerca de la inexistencia, o al menos intrascendencia, de la crítica literaria nacional, aunque se difiere ampliamente a la hora de asignar 66, Hl RNANDoTlI.l EZ, "La novela en Latinoamérica ", Literatura, pág. 78, DESPUÉS DEL MODERNISMO 195 causas al fenómeno. Las explicacines varían desde la ausencia de educación humanística, según Sanín Cano, hasta la inmadurez de un medio social estrecho que no acepta reparos a la comodidad de su autoimagen, según Hernando Téllez. La crítica después del Modernismo se volvió más nove- lesca que doctrinaria, según Rafael Maya. Una vez desposeída de sus bases de certidumbre, de su fundamento en principios filosóficos, la crítica deriva hacia el capricho personal, la impresión y el gusto subjetivos. Los cargos contra la crítica se multiplican, pero son pocos los que se tranquilizan con Sanín Cano afirmando que los críticos no son necesarios. A mediados de siglo, Jorge Zalamea advierte síntomas de agonía y próxima desaparición de la crítica literaria en Colombia. Pero en su interpretación no se subraya el atraso económico y social del país, como lo hace Téllez, sino al contrario: Colombia ha entrado en el mismo proceso que caracteriza a los países capitalistas de Occidente, en los cuales la crítica se ve subsumida en el juego de intereses del Estado y de las grandes empresas. Los críticos son neutrali- zados en su función auténtica de disentir e impugnar los falsos valores y a cambio van siendo absorbidos por instituciones "filantrópicas" que los convierten en "funcionarios" del sistema. Para Rafael Maya, los problemas de la crítica son básicamente doctrina- rios. Para Sanín Cano, pedagógicos. Para Téllez y para Zalamea, son sociales. Téllez los ve anclados en el subdesarrollo, Zalamea en el desarrollo capitalista. Maya intenta religar otra vez la crítica a un sistema de verdades "sólidas", trascendentes, que le den piso más allá de las veleidades del momento histórico. Sanín Cano quisiera verla asentada en un humanismo terreno, de amplitud universal. Según Téllez, no puede haber crítica en un país donde todo el mundo se conoce y donde, por consiguiente, todo elogio o toda censura repercuten sobre la cadena de las relaciones sociales de salón, afectando vínculos de amistad o suscitando sentimientos meramente privados como la envidia o el resentimiento. El efecto de la crítica queda "como en familia", según él. No trasciende al plano de una institución literaria con sus leyes propias, sus categorías y valores, sus jerarquías y tradiciones. Pues tal institución no existe en Colombia. Hay literatura colombiana sólo en el sentido de que aparecen obras literarias que se superponen cronológicamente, según el orden de su publicación. Pero no hay crítica que las ponga en relación, las ordene y jerarquice, porque no hay condiciones sociales para ello. El ámbito intelectual es aún estrecho, provinciano, familiar. No existen ni 196 LA CRÍTICA LITERARIA tradición cultural, ni estabilización social y económica del literato, ni complejidad social suficiente para la difusión de la cultura. Las capas medias urbanas, consumidoras de libros, significan poco en términos cuantitativos y cualitativos, dentro del contexto total de la población. Hay todavía normas sociales, convenciones que entran de inmediato en conflicto con la actitud crítica y presionan sobre quien ejerce el oficio,-hasta sofocarlo. Normas de sociedad, como por ejemplo: que es de mal gusto abundar en reparos y de elegante observancia abundar en elogios. Quien transgreda tal norma, difícilmente encontrará dónde publicar sus escritos. Téllez describe la situación social en que debe operar el crítico en Colombia con una metáfora: la presión atmosférica en estas latitudes impide la normal respiración de la crítica. Pues estamos aún en un estadio mágico y senti- mental, en tanto que el oficio crítico es una empresa de la razón67. Menos de diez años separan el diagnóstico de Téllez de esta afirmación enunciada por Jorge Gaitán Duran: "Nunca habíamos tenido tan grande oportunidad de operar eficazmente sobre nuestro país. Tendremos además en los años que se avecinan la tremenda responsabilidad de evitar que la concentración dramática en el aumento de la producción nos convenza —consciente o inconscientemente— de que ia producción es un fin y no un medio apenas para que el hombre colombiano se vuelva un hombre cabal. Porque nuestro oficio es comprender o intentar comprender el encadena- miento de la historia, deberemos explicar sin reposo y afrontar la tragedia de las sociedades capitalistas de nuestro siglo"68. No se ha extinguido el lamento de Téllez por el rezago aldeano de un país que no admite el papel crítico del intelectual, cuando comienzan a escucharse las primeras adver- tencias sobre las tareas modernas del escritor colombiano en el contexto de un país capitalista en pleno crecimiento. Con Gaitán Duran, el plantea- miento acerca de la crítica y sus problemas ha sufrido un viraje radical. Ahora se trata de revisar y comprender la función del intelectual en una sociedad dominada por técnicos, científicos y gerentes. Ya no se trata de una atmósfera asfixiante por la presión de la estrechez pueblerina sino, al contrario, de una sociedad que por momentos parece demasiado compleja en su estructura y amenaza con escapar a la comprensión del literato. Éste se ve forzado a completar su formación en la lectura de filósofos, sociólo- 67 H E R N A N D O TÉLLEZ, "Ei compromiso de la crítica", Literatura, págs. 55-70. 68. JORGE: GAITÁN D U R A N , La revolución invisible, 1959. Incluido en Obra literaria de J. G. D., pág. 378. DESPUÉS DEL MODERNISMO 197gos, economistas, historiadores y psicólogos. "El país", dice, "se ha engaña- do sobre la formación de los escritores que más o menos tienen mi edad. Pertenezco a una generación marcada con más hondura por Marx, Freud y Sartre que por Proust, Joyce o Faulkner"69. Si Gaitán Duran, un hombre de letras cuya pasión era la poesía, emprende una faena intelectual como La revolución invisible, ambiciosa interpretación de la crisis y el desarrollo de Colombia a mediados del siglo XX en la que el tratamiento racional y analítico de las cuestiones políticas se efectúa en estricta dependencia de las cuestiones económicas y en donde la cultura no se percibe como un reino aislado y abstracto, ello se debe a que en su autor se anuncia un nuevo tipo de literato moderno: aquél para quien la experiencia literaria no es ajena a la experiencia de la actualidad viva y concreta. Esto implica que para Gaitán Duran la reforma agraria y la literatura de Borges son intereses que comprometen por igual su actividad de comprensión. Frente al humanista que vive y habla de abstracciones, de ideales pasados y de modelos anacróni- cos, el humanismo que se esboza en el programa de Gaitán y de la revista Mito constituye una paradoja, según su expresión: se impone la búsqueda de "lo universal concreto", insertando el hecho económico o técnico o científico en la complejidad de la vida política, social y cultural y mostrando la incesante influencia de la estructura económica en la ideológica y a la inversa70. Frente al esteticismo del pasado inmediato, al aislamiento de un Eduardo Castillo o al desdén aristocrático de un Valencia, Gaitán hace de la pasión por el arte un aspecto de la pasión por la historia: el arte del presente y el pensamiento de esta época forman parte de un proyecto vital que abarca "la reforma del mundo"71. Por los mismos años en que se escribía lo anterior, un poeta de la estirpe de Silva y de Castillo miraba con menos optimismo las tareas de la crítica en Colombia. José Umaña Bernal no sólo comparte los términos en que Hernan- do Téllez describe las dificultades, o imposibilidades, del oficio crítico en el país de mediados del siglo XX, sino que concluye a la manera del esteticismo finisecular decimonónico: hay que rehuir la opinión pública, que es una opinión espontánea e irreflexiva, de hombres hechos aprisa. El arte es obra 69. Ibid., pág. 318, 70. Ibid., pág. 378. 71. Ibid., pág. 318, 198 LA CRITICA LITERARIA de la paciencia y del silencio, producto del hombre orgulloso y aislado. Si para Gaitán Duran resulta imperativo ser actual, la consigna de Umaña es de signo opuesto: "tener el valor de ser inactuai"72. La poesía ha entrado a formar parte de un mundo tan privado, tan íntimo, que la crítica no puede ser sino impertinencia. Pues los críticos poseen función propia sólo en las sociedades y las épocas de diálogo. Y en Colombia se vive una etapa de monólogo. La probidad del intelectual, su responsabilidad, consisten, para Umaña Bernal, en el pudor y la independencia personal: no rendirse a la conveniencia social, no ceder ante las presiones externas, ser impopular. Más que la crítica, lo que importa para el auténtico escritor es la autocrítica. En "Consideraciones sobre la filantropía y la crítica literaria", Jorge Zalamea señala que la búsqueda de "todos los medios de comunicación directa con el público" es punto estratégico dentro de un programa cultural de resistencia contra "la burocratización de la inteligencia", mal que aqueja a la crítica literaria y que se encuentra en la base de su actual ineficacia. Zalamea pone sobre la balanza dos factores: por un lado, el artista aisla- do en un lenguaje cada vez más distante de la vida y de los intereses del público; por el otro, un sistema social en el que la crítica, y la actividad intelectual en general, van adaptándose al lenguaje de las relaciones públicas y de las técnicas publicitarias. Las consecuencias de tal proceso van desde la desorientación espiritual de las masas y la inflación artificial de falsos o transitorios valores hasta el desaliento y la esterilización de los auténticos creadores de arte y cultura. La tendencia que busca imponerse en Colombia, igual que en los Estados Unidos, consiste en subordinar la inteligencia a los intereses de grupos dominantes, sobornando a los artistas, a los literatos, a los críticos, para que vendan su saber y claudiquen de su misión a cambio de un precio que se tasa en la bolsa de los valores especulativos de la inteli- gencia. A esa tendencia hay que oponerse, según Zalamea, reforzando ia contraria: la unidad de los sectores populares con los grupos de intelectua- les no absorbidos por el sistema y dispuestos a proveer orientación política y contenido cultural a las reivindicaciones de los inconformes73. 72. JOSÉ UMAÑA BERNAL, "Divagaciones sobre la crítica". Carnets, pág. 62. 73. "Amigo de adornarse a sí mismo, víctima de la contradicción del burgués que deseaba pasarse al marxismo, pero que tal vez por formación liberal no se decidía", afirmó de Zalamea un concurrente al coloquio con el que se le rindió homenaje postumo en el Instituto Colombo Soviético, en 1969- Helena Araújo, quien transcribe las palabras anteriores, opina que la militancia de Zalamea no podía ser sino "poética". Su idealismo, su orgullo de DESPUÉS DEL MODERNISMO 199 "No le debo favores a nadie; no dependo de ningún partido, de ninguna secta; no acepto jefes, ni Index de ninguna clase; no pueden asediarme económicamente, no pueden aniquilarme éticamente, no pueden impedir- me que escriba, ni mucho menos que piense; leo lo que quiero, estudio, observo e intento con obstinación comprender ciertos temas culturales, ciertos panoramas políticos y sociales, ciertas pasiones humanas. No soy un inconforme profesional: creo apenas que la fuerza de una posición no proviene del desprecio, ni siquiera del talento o de una adhesión ideológica, sino de la independencia y de la conciencia"74. Con estas declaraciones cerraba Gaitán Duran, en 1959, sus "Notas preliminares" a La revolución invisible. Un compromiso ético, no partidista, y una identidad asumida de intelectual burgués lo apartaban de las demandas hechas por Zalamea a los intelectuales de su época. La actitud crítica no podía, para él, claudicar frente a ningún dogmatismo, ya fuese católico o marxista. "Soy un intelec- tual y no un feligrés", proclamó en alguna ocasión75. Y de Sartre aprendió que la misión del intelectual no es predicar verdades eternas sino reflexio- nar sobre su momento histórico y aplicar esas reflexiones a los problemas vivos de la realidad inmediata. La literatura fue sólo uno de los objetos de su consideración crítica y, en conjunto, quizá el menos frecuentado. Ejerció eventualmente como crítico de cine, como crítico de la política, como crítica de la cultura, pero no como crítico literario profesional, figura de la cual estuvieron más cerca Hernando Téllez y Rafael Maya. Este último destacó en algún momento la necesidad de recurrir a instru- mentos más precisos para el análisis crítico de la literatura. Los percibió ya en acción por obra de los "maestros de la ciencia estilística": Dámaso Alonso, Amado Alonso, Carlos Bousoño. "Cambiar el ángulo de enfoque", afirmó, contribuiría a desplazar el énfasis desde la identidad subjetiva, predominante en la raigambre crítica, a la identidad del objeto literario en cuanto tal76. Él, por su parte, nunca lo intentó. La tradición colombiana, dice el mismo Maya, se ha orientado en la crítica por los caminos de la curiosidad dispersa en múltiples ensayos, suscitados por las cuestiones palpitantes de cada época. Y en esto, sigue siendo Baldomcro Sanín Cano el maestro aristócrata, su formación burguesa, entraban en abierta contradicción con el engranaje partidista. (H. Araújo, "Jorge Zalamea", Revista Eco, No. 161, mayo de 1974). 74. JORGE GAITÁN D U R A N , op. at . , pág. 319. 75. Ibid, pág. 387. 76. RAFAEL MAYA, Letras