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1 ALGUNAS ENSEÑANZAS DE IGNACIO DE ANTIOQUÍA* Sergio Zañartu, s.j. Es bueno, por no decir necesario, para nuestro crecimiento en la fe, para nuestra vida cristiana, oir de vez en cuando la palabra inspiradora de los Padres de la Iglesia.1 Hace poco el Papa Juan Pablo II nos decía: “La Iglesia vive todavía hoy con la vida recibida de esos Padres; y hoy sigue edificándose todavía sobre estructuras formadas por esos constructores, entre los goces y penas de su caminar y de su trabajo cotidiano. “Fueron, por tanto, sus Padres y lo siguen siendo siempre; porque ellos constituyen, en efecto, una estructura estable de la Iglesia y cumplen una función peren- ne en pro de la Iglesia, a lo largo de todos los siglos. De ahí que todo anuncio del Evangelio y magisterio sucesivo debe adecuarse a su anuncio y magisterio si quiere ser auténtico; todo carisma y todo ministerio debe fluir de la fuente vital de su paternidad; y, por último, toda piedra nueva, añadida al edificio santo que aumenta y se amplifica cada día (cf. Ef 2,21), debe colocarse en las estructuras que ellos construyeron y enlazarse y soldarse con esas estructuras". (Carta Apostólica “Patres Ecclesiae", 1, en L’Osservatore Romano del 27 de Enero de 1980). Ignacio de Antioquía se destaca entre los Padres de la Iglesia por su gran proximidad a los Apóstoles. Muere mártir bajo el emperador Trajano (98-117). Es, por tanto, testigo privilegiado del final de la era apostólica. Es obispo de Antioquía, Iglesia muy importante en esa época. Ahí fue donde los discípulos de Jesús recibieron el nombre de "cristianos" '(Hch 11,26). Ignacio, condenado a muerte, es llevado a Roma para ser ejecutado en el tormento. Custodia al prisionero un pelotón de 10 soldados. Se detienen en Esmirna y posteriormente en Troas. Ignacio aprovecha para enviar siete breves cartas desde esas ciudades. Son los únicos escritos que tenemos de él. En esas cartas se muestra un hombre apasionado por Cristo, que anhela intensamente el martirio. Está muy preocupado por su Iglesia de Antioquía que ha que- dado sin pastor. Sobre todo quiere defender a las Iglesias contra los asaltos disgregadores del cisma y herejía. Hace una cerrada defensa de la vida que poseen los cristianos en su unión a Cristo. La defensa consiste principalmente, además de la afirmación de la verdad ortodoxa respecto a Cristo, en agruparse en torno a la Jerarquía y someterse a ella, y en concurrir a la única reunión cultual. Y esto lo hace dentro de un vigoroso esquema teológico, muy vitalmente unificado, mostrando una gran riqueza, por ejemplo, en eclesiología. No pretendo en este artículo hacer una exposición científica2 sino sólo comunicar * Este artículo fue publicado en Mensaje (Santiago de Chile) 31(1982)401-404. 1 Se suele llamar Padre de la Iglesia, en sentido estricto, al escritor eclesiástico, antiguo (hasta el siglo VII en Occidente), notable por su ortodoxia y santidad, reconocido por la Iglesia como un testigo autorizado de su propia doctrina de fe. 2 Para una exposición más científica, véase S ZANARTU, El concepto de 'zoe' en Ignacio de Antioquía (Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas Madrid, I, 7; Teología 1,4), Madrid 1977; IDEM, Les concepts de vie et de mort chez Ignace d'Antioche, Vigiliae Christianae 33 (1979) 324-341; IDEM, Aproximaciones a la cristología de Ignacio de Antioquía, Teología y Vida 21 (1980) 115-127; IDEM, Apro- ximaciones a la eclesiología de Ignacio de Antioquía (en prensa) En este artículo sigo el texto griego de K Bihlmeyer. 2 algunos aspectos y algunos textos que nos pueden ayudar a ser mejores cristianos en las circunstancias actuales. UNIDAD CARNAL Y ESPIRITUAL Las Iglesias de Asia Menor, a las que Ignacio escribe, están bajo el peligro del cisma y herejía. En algunos sitios hay grupos que se reúnen aparte, que obran sin el consentimiento del obispo. Ellos se apartan de la unidad de la Iglesia y, por lo tanto, carecen del pan de Dios, de la vida. Los herejes niegan la realidad de la carne de Cristo y, en consecuencia, la verdad de su pasión y resurrección. Niegan, por lo mismo, nuestra vida, que es justamente Jesucristo muerto y resucitado.3 Porque nosotros somos frutos de su pasión (cf. p.e. T 11,2; Esm 1,2). Algunos añaden a lo anterior un vivir a la manera judía, lo que equivale a reconocer no haber recibido la gracia, a no aceptar la novedad de Cristo. Están envueltos en heterodoxias y fábulas antiguas e inútiles. Nuestro autor describe a estos elementos, que tratan de infiltrarse en las comunidades, como fieras en forma humana. Son perros rabiosos, lobos; son portadores de un cadáver, estelas funerarias y tumbas de muertos. No solamente mueren ellos, sino que amenazan mortalmente a los demás. Por eso hay que evitarlos. Ignacio, como hombre hecho para la unión (F 8, 1), combate la división como origen de todos los males (Esm 7,2). Al hacer hincapié en la carne de Cristo4, insiste en la unión de la carne y el espíritu (cf. M 1,2; Esm 3,2; 12,2). Frente a las mordeduras de los herejes, "hay un solo médico, carnal y espiritual, creado e increado, Dios venido en carne, en muerte vida verdadera, y de María y de Dios, primero pasible y luego impasible, Jesucristo nuestro Señor" (E 7,2; cf. P 3,2). Después de su resurrección, Cristo comió con sus discípulos y bebió con ellos, como carnal, estando, sin embargo, espiritualmente unido con su Padre (Esm 3,3). Si Cristo es carnal y espiritual, la Iglesia también es carnal y espiritual. Ella es el templo del Padre en construcción, cuyas piedras (los cristianos) son levantadas mediante la máquina de la cruz usando como cuerda al Espíritu Santo (E 9, 1). La Iglesia es la plantación del Padre (T 11,1; F 3,1), el cuerpo de Cristo (Esm 1,2; cf. E 4,2; T 11,2)5; es bendecida y elegida desde todos los siglos. Pero, a la vez, es la Iglesia de la Jerarquía (sin ella no se puede hablar de Iglesia [T 3, 1]), de la reunión comunitaria, con múltiples lazos de caridad. También del obispo Policarpo, Ignacio afirma que es carnal y espiritual (P 2,2; cf. P 1,2). Por supuesto que la vida cristiana es igualmente carnal y espiritual. Esta unión de carne y espíritu, que subtiende todo el pensamiento ignaciano, se expresa jerárquicamente. Los Efesios están íntimamente unidos a su obispo, como la Iglesia a Cristo y como Cristo al Padre. Así todo es sinfónico en la unidad (E 5, 1). 3 Los heterodoxos, que aparentan ser cristianos dignos de confianza, no se preocupan de los más desamparados, como la viuda, el huérfano, el prisionero, el hambriento (Esm 6,2). 4 Por ejemplo, en T 9,1s: "Jesucristo, el de la familia de David, el de María, que verdaderamente nació, comió y bebió, verdaderamente fue perseguido bajo Poncio Pilato, verdaderamente fue crucificado y murió, a la vista de los seres celestiales, terrestres y de debajo de la tierra, que verdaderamente resucitó de entre los muertos, resucitándolo su Padre". 5 "El Señor recibió la unción sobre su cabeza (unción para la pasión) para insuflar a la Iglesia la incorrupción" (E 17,1). 3 Dicho de otra forma, la unión de la comunidad conforma un coro (los presbíteros están unidos al obispo como las cuerdas con la cítara) y en esa unidad de fe y amor es cantado Jesucristo o se canta al Padre por medio de Cristo. Y el Padre oye y reconoce a los cristianos, que son miembros de su Hijo (E 4,1s.). Dios y Cristo aparecen como fundando la unidad de su Iglesia (cf.p.e. M7,1s.). Dios es la unión y la promete, cuando es formado, por la pasión, el cuerpo cuya cabeza es Cristo (T 11,2), La unidad no sólo es algo propio de la Iglesia local, sino también de la Iglesia universal ("católica"), cuyo "obispo" es Cristo (cf. Esm 8,2). La Iglesia universal es la comunión de todas las Iglesias, hasta los confines del mundo, que están en el pensar y sentir de Cristo,como Cristo es el pensar y sentir del Padre (E 3,2). En esa comunión, la Iglesia los Romanos preside en el amor (R inscr.).6 La unidad no sólo es algo presente, sino que abarca toda "historia de salvación". Los patriarcas, los profetas, los apóstoles, la Iglesia, entran por la única puerta del Padre, Jesucristo, hacia la unidad de Dios (F 9,1). No hay nada más importa que la unión (P 1,2). La paz aniquila toda guerra celeste y terrestre (E 13,2). Lo más fundamental es la unión de la Iglesia con Jesús y el Padre (M 1,2). Este es el gran misterio unitario que pregona Ignacio, en el que nos injertamos mediante la unión de unos con otros y la sujeción al obispo, lo que es reflejo de la relación de Cristo con el Padre. "Someteos al obispo y a los demás, como Jesucristo, según la carne, al Padre, y como los Apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, para que la unión sea carnal y espiritual” (M 13,2; cf. E 5,3). SOMETERSE AL OBISPO EN TODO Someterse al obispo es la clave práctica de este misterio de unidad de carne y espíritu. El testimonio de Ignacio sobre el obispo, precioso para su época, es extraordinariamente tajante. También habla nuestro autor de sujeción al presbiterio y a los diáconos, pero se centra en el obispo, "Esforzaos en hacerlo todo en una concordia divina, presidiendo el obispo en lugar de Dios, y los presbíteros en lugar del sanedrín de los apóstoles, y los diáconos, muy queridos para mí, a quienes está confiado el servicio de Jesucristo" (M 6, 1). Que la comunidad esté donde está su obispo (Esm 8,2; cf. F 2,1), "Porque cuantos son de Dios y de Jesucristo, éstos están con el obispo" (F 3,2). Ignacio repite incansablemente que no se haga nada sin el obispo, sin su consentimiento (p.e.: M 7, 1; T 2,2; F 7,2; Esm 8,1; P 4, 1). "El actúa a espaldas del obispo, sirve al diablo" (Esm 9,1; cf. T 7,2). "Lo que el obispo aprueba, eso es agradable también a Dios, para que todo lo que hagáis sea firme y valedero" (Esm 8,2). Por eso conviene que los que se casan lo hagan con anuencia del obispo, para que el matrimonio sea según el Señor y no según la concupiscencia (P 5,2).7 ¿Por qué todo esto? El obispo es imagen del Padre (T 3, 1), preside en lugar de él (M 6,1), siendo el Padre el obispo de todos (M 3,1). Y el que obedece con hipocresía, no engaña al obispo visible sino al invisible (M 3,2). En fa misma línea, Onésimo es llamado "obispo en carne" de los Efesios (E 1,3), porque es reflejo y manifestación de 6 Es una preeminencia en lo fundamental del cristianismo, lo que no por eso deja de concretarse en obras exteriores. 7 Por supuesto que ni el bautismo ni la Eucaristía se pueden hacer sin el obispo. En el caso de la Eucaristía, Ignacio dice: sin el obispo o su encargado (Esm8,1s). 4 Dios el Padre, obispo invisible. Por eso al obispo hay que darle toda veneración y recibirlo como al mismo dueño casa, quien lo envía a su propia administración (E 6, 1). Otro motivo que quisiera destacar aquí es el de la imitación de Cristo, dentro de la unidad de Dios. Debemos someternos al obispo, como Cristo, según la carne, se sometió al Padre (M 13,2; cf. M 7,1s.). "Todos seguid al obispo, como Jesucristo al Padre" (Esm 8,1). Es cierto que el obispo puede ser una persona callada, joven, que no tenga la plenitud del conocimiento de lo invisible (cf. P 2,2; 1,3), que no sea muy diligente (cf. P 3,2; 1,2). Respecto a lo primero, el silencio del obispo es reflejo del silencio de Dios, en el que se han realizado grandes misterios (E 19, 1). El obispo, "callando, puede más que los que hablan vanidades" (F 1,1). Finalmente, el obispo es el que preside la reunión comunitaria. VIDA COMUNITARIA Y EUCARISTÍA Ignacio promueve una intensa vida comunitaria, reuniones más frecuentes (E 13,1; P 4,2). "Fatigaos juntos los unos con los otros, con-luchad, con-corred, con-sufrid, con-dormid, con-levantaos, como administradores de Dios y asesores y servidores" (P 6,1). Que no se haga lo que privadamente parezca razonable, sino que se concurra a la reunión: "una sola oración, una sola súplica, una sola mente, una sola esperanza en el amor, en la alegría irreprochable: esto es Jesucristo, mejor que el cual nada existe" (M 7,1). Sólo ahí, sólo en la unidad, está el pan de Dios (cf. E 5,2s.)8, la vida. En la comunidad cristiana existe una unión intensa en la fe y el amor (M 1,2). La fe y el amor totalizan la vida (cf. p.e. E 14,1; 9,1; Esm 6, 1).9 El amor se manifiesta en formas múltiples. Entre ellas destaco la cálida acogida a Ignacio (varias comunidades envían delegados a saludarlo y reconfortarlo), y las delegaciones a congratularse con la Iglesia de Antioquía por la paz alcanzada. El centro de la reunión es la Eucaristía: carne del Salvador muerta por nuestros pecados y resucitada (Esm 7,1); "único pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir sino vivir en Jesucristo para siempre" (E 20,2). La Eucaristía es carne y sangre de Cristo para unión entre los cristianos y con Cristo (cf. p.e. F 4). Es decir, la Eucaristía, verdadero sacrificio, es presencia vivificadora y unificadora de la pasión de Cristo, es alimento de vida. Ella se realiza en un contexto de unidad, presidiendo el obispo. Una atmósfera cultual, un tanto atemporal, empapa a la comunidad ignaciana. Ahí la Iglesia, en torno al obispo, centrada en Cristo, en concordia de fe y amor, un poco de espaldas al mundo, como coro cantando al Padre por medio de Jesucristo, se encuentra en plenitud, alcanza su máxima densidad. Ignacio llega a expresar su anhelo de martirio en términos tomados de su vivencia eucarística: "quiero el pan de Dios, lo que es la carne de Jesucristo, el de la simiente de David; y quiero, como bebida, su sangre, que es amor incorruptible" (R 7,3).10 8 La reunión frecuente destruye los poderes de Satanás en la concordia de la fe (E 13,1). 9 Después de destacar la superioridad del evangelio respecto a los profetas del Antiguo Testamento, exclama "todo es a la vez bueno, si creéis con amor" (F 9,2). 10 En T 8, 1, Ignacio exhorta a rehacerse en la fe, que es la carne del Señor, y en el amor, que es la sangre de Jesucristo. 5 MARTIRIO Y SEGUIMIENTO DE CRISTO Ignacio desea ardientemente ser mártir. Vivencia su martirio como una gran gracia de Dios (cf. p.e. R 1,2; Esm 11,1). Esto, unido a un fuerte sentimiento de indignidad, contribuye a sus temores de perder esta ocasión. A veces expresa su anhelo de martirio en un lenguaje violento, incluso chocante. Suplica a los Romanos que no se lo impidan mediante intercesiones. Quiere "ser ofrecido en sacrificio a Dios, mientras todavía está el altar preparado, para que, formando un coro en el amor, cantéis al Padre en Jesucristo, porque Dios tuvo por digno al obispo de Siria de ser 'encontrado' en el poniente, habiéndolo hecho venir del levante". "Bueno es (como el sol) morir al mundo, hacia Dios, para surgir hacia El" (R 2,2). "Permitidme ser comida de las fieras, mediante las cuales es posible alcanzar a Dios". "Soy trigo de Dios y soy molido mediante los dientes de las fieras para ser encontrado pan puro de Cristo" (R 4,1; cf. R 4,2). La razón de fondo de este anhelo de Ignacio es encontrarse con Cristo. Ya vimos cómo expresaba su deseo de martirio en lenguaje eucarístico. "Es mejor para mí morir hacia Jesucristo que reinar en los confines de la tierra". "A Aquél busco que murió por nosotros, a Aquél quiero que resucitó por nosotros" (R 6, 1). "Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios" (R 6,3). "Entonces seré verdaderamente discípulo de Jesucristo" (R 4,2; cf. E 1,2; R 5,3). Ignacio lo soporta todo para padecer juntamente con Cristo, quien, llegado a ser hombre perfecto, lo fortalece (Esm 4,2). Por su unión y asimilación a la pasión de Cristo (verdad salvífica muy destacada y actualizada por Ignacio), el martirio es plenitudde vida.11 Compara su martirio a un parto y nacimiento (R 6,1). Es recibir la luz pura (R 6,2). Es la liberación (R 4,3). Entonces será hombre (R 6,2). Y así como la pasión de Cristo es vida para el cristiano, así también Ignacio ofrece su martirio como "rescate” por otros (p.e.: E 21 ,1; Esm 10, 2; P 2,3; 6, 1 ). CONCLUSIÓN He destacado sólo algunas luces de la enseñanza ignaciana para nosotros. Pero también hay sombras. Enumeraré algunas de éstas. Ignacio alude poco a la creación. Nada dice específicamente del trabajo temporal del cristiano. Su pensamiento, centrado en el presente (y en el futuro inmediato de su martirio) es un tanto atemporal. La Iglesia que Ignacio nos describe, centrada como está en la vida (que es Cristo) y en el culto, no demuestra tener un espíritu misionero. Es una Iglesia fuertemente jerárquica. El cristocentrismo ignaciano no deja relevancia al papel del Espíritu. El enfoque de su martirio tiene un cierto dejo individualista y refleja un ansia excesiva por desaparecer del mundo visible. Pero no juzguemos a Ignacio anacrónicamente. Los tiempos han cambiado. Recojamos, eso sí, lo valioso de su testimonio. Ignacio, enamorado del martirio, para asimilarse a la pasión de su Dios, plenitud de vida, predica una gran unidad de carne y espíritu ante las tendencias disociadoras de su época, insistiendo en el obispo (visibilización del Padre) y en la Eucaristía.12 11 A todos los cristianos nos dice Ignacio que si no elegimos libremente morir hacia la pasión de Cristo, su vivir no está en nosotros (M 5,2). 12 En mi libro, arriba señalado, se sostiene que "Cristo nuestro vivir" sería el tema central del pensamiento ignaciano.
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