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LA RAÍZ DE LA NOVELA.
APUNTES SOBRE LA NOVELA GRIEGA
Mtra. Asmara Gay
Si hay un género literario difícil de definir ese es la novela. El cuento, a pesar de las propuestas novedosas de muchos autores, no deja de tener ciertos elementos en común que lo hacen trascender frente a los otros relatos: tensión, intensidad, brevedad, economía de palabras, de acciones, un clímax preparatorio del nocaut con el que el autor pretende “golpear” al lector. Por su parte, frente a las diversas consideraciones estéticas de las que podemos partir para delimitar a la poesía, son dos los juicios, vagos si se quiere, pero que nos ayudan a comprender un paradigma por medio del cual situarla: a) está sujeta a reglas rítmico-métricas (o a la ruptura de ellas), y b) es el máximo intento de belleza a través de las palabras de cualquier género literario (o su punto de quiebre). Con respecto de la novela, su límite no es tan claro. Dice Helena Beristáin en su Diccionario de retórica y poética que la novela es un: “Relato extenso, narrado, generalmente en prosa, que da cuenta de una cadena de acciones cuya naturaleza en buena medida es la de la ficción (inclusive cuando el narrador autor afirma lo contrario) y cuya intención dominante consiste en producir una experiencia artística, estética”[footnoteRef:1] (1998: 363); pero tal aproximación a la novela es imprecisa porque en ella caben desde la poesía épica hasta algunos cuentos. Generalmente, la noción más clara con que se recupera a la novela es la de “relato extenso” y en ello sigue teniendo dificultades cuando nos topamos con “cuentos largos” o “novelas cortas”. Un maestro del género, Henry James, sugería, en “El arte de la novela”, una definición más amplia y otorgaba el mayor valor a la impresión personal y directa de la vida, condicionada a la libertad para sentir y expresarse. Bajo los anteojos de James, podemos observar entonces por qué tanto novela es En búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust, como El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Cervantes o Dafnis y Cloe, de Longo. Hay en ellas, en términos de estructura, una libertad desbocada en el decir y cómo decir a través de la narración. Bajtín coincide con James al tratar de establecer su tipología histórica de la novela en Estética de la creación verbal: [1: Las cursivas son del original.] 
	
Necesidad de un análisis histórico para el estudio del género de la novela (no un análisis estadístico formal o normativo). La heterogeneidad del género de la novela. Un intento de clasificación histórica de sus variedades. Clasificación según el principio de estructuración de la imagen del héroe: novela de vagabundeo, novelas de puesta a prueba, novela biográfica (autobiográfica), novela de educación. Ni una sola variedad concreta puede sostener el principio puro, sino que se caracteriza por la predominancia de uno u otro principio de representación del protagonista. Puesto que todos los elementos se determinan mutuamente, el principio de representación del héroe se relaciona con cierto tipo de argumento, con una concepción del mundo, con una determinada composición de la novela (2001: 200).
Desde sus orígenes, la novela ha asistido al preámbulo de la libertad composicional. Hay quien añade (Bowra, 2005: 193) que este tipo de relatos se escribían para gente “ineducada, que no entendía de caracterización de personajes ni de verosimilitud de las acciones. Están llenas de bandidos, milagrosas escapatorias, separaciones forzosas y encuentros inesperados. Las intrigas son excesivamente complicadas; el estilo posee escasos encantos”. Sin embargo, esta manera de apreciar la novela antigua es parcial, pues a diferencia de los otros géneros no contamos con alguna sistematización de aquella época que nos revele sus fines artísticos y no poseemos todas las novelas que se escribieron en aquella época, sino sólo algunas obras completas, pocos resúmenes y dieciséis fragmentos. Sabemos que tenía una gran aceptación popular, sobre todo en época romana —como lo comenta Julia Mendoza en la Introducción a los Fragmentos novelescos (1972)— por el hallazgo de mosaicos con motivos y personajes de estas novelas en villas, y que la producción novelesca fue amplia[footnoteRef:2]. [2: Esto a pesar de contar actualmente con sólo cinco obras completas (Quéreas y Calírroe, de Caritón de Afrodisias, Antea y Habrócomes, de Jenofonte, Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio, Dafnis y Cloe, de Longo, y Teágenes y Caridea, de Heliodoro), algunos resúmenes (Las maravillas de más allá de Tule, de Antonio Diógenes, las Babilónicas, de Jámblico y Las metamorfosis, de Lucio de Patras) y diversos fragmentos en papiros (Nino y Semíramis, Las maravillas de más allá de Tule, de Antonio Diógenes, Quíone, Herpilis, Metíoco y Parténope, Calígone, Fenicíacas, de Loliano, Yolao, Sueño, La crecida del Nilo, ¡Encontrado!, Antía, Descripción de poderes mágicos, Dionisio, Sesóncosis, Olenio, Final en armonía, Un bandido astuto).
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	Aunque el auge de la novela antigua se da entre los siglos II y III de nuestra era, su nacimiento, dice Gilbert Murray en Historia de la literatura griega antigua, se encuentra entre los siglos II al I a. de C., evidenciando una “extraña mezcla de decadencia y novedad”, muy semejante a la época en que surge, cuando la estructura de la ciudad-estado decae y sus límites geográficos, debido a la conquista romana, se pierden. Es posible que estas raíces histórico políticas aunadas a la comunicación comercial de los viajeros griegos hayan originado una nueva narración en donde la libertad composicional era importante frente a un mundo nuevo que se estaba gestando, como menciona la Dra. Lourdes Rojas en su artículo “Utopía y fantasía en la novela griega antigua”, presentado en el III Coloquio Internacional de Estudios Clásicos en México, “hay un estrecho nexo entre la literatura y la sociedad que la produce y a la que se dirige”, pues en él se muestran las costumbres, los sueños, las demandas, los anhelos e incluso la necesidad de encontrar nuevas formas de expresión (este período marca también el declive del drama).
	A decir de un estudioso de este género, Carlos García Gual, la novela más antigua de la que tenemos noticia es Nino y Semíramis, fechada hacia el s. II a.C, le sigue Quéreas y Calírroe, de Caritón de Afrodisia, del siglo I a.C. o I d.C., las Efesíacas (Antea y Habrócomes), de Jenofonte de Éfeso, hacia el 100 d.C, Las babilónicas de Jámblico, a mediados del siglo II d.C, El asno o las metamorfosis, de Lucio de Patras (resumido en Luciano y ampliado por Apuleyo), s. II d.C, y después se encuentran una serie de fragmentos descubiertos en papiros en Egipto, la mayoría del s. II d.C: Megamedes y Quíone, muy cercana al estilo de Caritón, Herpilis, Metíoco y Parténope, Calígone, Antea, Fenicíacas de Loliano, Sesoncosis; además de las completas: Dafnis y Cloe, de Longo, s. II d.C., Etiópicas, de Heliodoro, s. III d.C e Historia de Apolonio, rey de Tiro, s. V o VI.
	Generalmente, cuando se habla de estas novelas se las refiere como “novelas de amor y aventuras”, quedando confinadas a un estrecho pasillo que no siempre es exacto. Muchas de ellas, ciertamente, tienen como tema el amor, sobre todo el amor casto, en donde los personajes, dos jóvenes enamorados, sufren pruebas y aventuras que los alejan hasta que vuelven a encontrarse. Los jóvenes en estas novelas se llaman de diversas formas: Quéreas y Calírroe, Antía y Habrócomes, Dafnis y Cloe, Leucipa y Clitofonte o Teágenes y Claricea. La estructura de estas novelas parece ser la misma, sobre todo porque las pruebas por las que deben pasar los protagonistas es semejante: huida de los amantes, viaje a un país lejano, naufragio, ataque de bandidos o piratas, secuestro de la protagonista, muerte de algún personaje, intervención de los ejércitos, rivalidad amorosa de otro personaje. La castidad generalmente está reservada a la mujer, pues en el caso de los varones ésta admite licencias como ocurre en Leucipa y Clitofonte o en el mismo Dafnis y Cloe. A diferencia del héroe clásicogriego, éste ya no responde al código de honor de la comunidad, sino a la fidelidad del amor, que le impone cumplir acciones que respondan a la coherencia de su sentimiento amoroso.
	Ante estas novelas, Carlos García Gual, en una serie de conferencias que impartió en la Fundación Juan March denominada “La novela histórica de griegos y romanos” calificó diversas novelas, comprendidas algunas dentro de la clasificación de “amor y aventuras”, como novelas históricas:
 Entiendo por novela histórica aquellas ficciones en prosa que pretenden recrear episodios y personajes del mundo antiguo, ya sea insertando en un marco histórico una peripecia aventurera, con figuras desconocidas o marginales de la historia auténtica, o bien aquellas obras que tratan de manera personal y novelesca de alguna gran figura histórica. Es decir, en uno y otro caso, se trata de relatos de ficción que, por un lado, recurren a la evocación histórica y, por otro, se oponen a la historia como escueta narración factual y empírica basada en datos y testimonios puntuales (Cursos universitarios: 33).
	Dentro de esta categoría, podemos ubicar a Nino y Semíramis, la historia del rey de Nínive y su favorita, así como a Quéreas y Calírroe, de Caritón de Afrodisias, en ésta se relatan las peripecias de amantes peregrinos, con grandes descripciones de amores, peligros y viajes por vastos escenarios. También en este tipo de novelas subsiste la biografía novelada, como la de Alejandro o Apolonio, en donde se nos presentan las peripecias de un personaje ejemplar y mitificado.	
Al lado de éstas, hay otras novelas griegas a las que se les refiere como “utópicas” que, a decir de la Dra. Lourdes Rojas en el artículo mencionado, pueden inscribirse en lo que ahora denominamos “ciencia ficción”, pues “intervienen en ellas seres fabulosos en un ambiente semi-mágico”, a este tipo pertenecen Las aventuras más allá de Tule de Antonio Diógenes o la utopía de Jámblico que desembocarán en la Historia verdadera de Luciano de Samósata, una parodia de aquéllas en donde el mismo autor refiere: 
Concluí por no reprocharles mucho por todas las mentiras que encontré al leerlos, viendo que eso es algo ya habitual incluso en los que prometen filosofar. Pero me extraña en ellos lo de que hubieran pensado que pasaría inadvertido que no escribían la verdad. Por lo que también yo, empeñándome por vanagloria en dejar algo a los venideros, para no ser el único desheredado en contar mentiras, puesto que nada verdadero tenía que referir –porque nada digno de mención me había ocurrido- me he dedicado a la ficción de modo mucho más descarado que los demás. Aunque en una sola cosa seré veraz: en decir que miento (1991: 2).
	Frente a esta caracterización a partir del tema tratado, podemos concluir que las novelas griegas se rigen por lo que menciona Luciano de Samósata en su Historia verdadera: no quiero ser el único desheredado en contar mentiras. Dentro de las mismas novelas históricas, estas mentiras se hacen evidentes al ocurrirles a los personajes hechos extraordinarios, sin que intervenga ninguna duda por parte de los personajes sobre la falsedad de estos hechos. Es decir, lo falso toma dentro de estas obras un carácter de “verdad” irrefutable, como cuando Cloe es salvada por Pan.
 	Así, a pesar de la tipificación de las novelas, me parece que en ellas corre una libertad creativa que les permite recuperar argumentos y plantearlos de nuevas maneras; hacer un cruce de tipos novelescos: romance histórico, biografía novelada, utopía cuasi romántica; recoger personajes de la vida cotidiana y mostrarlos como héroes o héroes como personajes de la vida cotidiana. Cada novela es una apuesta de su autor en la cual el mayor valor es, como diría Henry James, la impresión personal y directa de la vida, una libertad para sentir y expresarse a través del arte literario, ese cruce en donde convergen la técnica, la imaginación y la vida.
Bibliografía
Bajtín, M. M. (2005). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI Editores.
Beristaín, H. (1998). Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa.
Bowra, C. M. (2005). Historia de la literatura griega. México: FCE.
García Gual, C. (1972). Los orígenes de la novela. Madrid: Itsmo.
James, H. (2001). El arte de la novela y otros ensayos. México: Ediciones Coyoacán.
Murray, G. (1897). Historia de la literatura griega antigua. 
Mendoza, Julia (trad., y notas) (1972). Fragmentos novelescos. Madrid: Gredos.
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