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pe el exterior, como documenta el mismo concordato), se empeña en promover aquel consenso de una parte de los gobernados que el Estado explícitamente reconoce no poder obtener con medios propios; he aquí en qué consiste la capitulación del Estado, por qué de hecho acepta la tutela de una soberanía exterior, a la que reco noce prácticamente su superioridad. La misma palabra "concor dato" es sintomática ... Los artículos publicados en los Nuovi Studi sobre el Concor dato son de lo más interesantes y se prestan fácilmente a la refu tación. (Recordar el "tratado" firmado por la república democrá tica georgiana luego de la derrota del general Denikin.) Pero en el mundo moderno ¿,qué significa prácticamente la situación creada en un Estado por las estipulaciones concordatarias? Significa reconocer públicam<Snte a una casta de ciudadanos del mismo Estado detmminados privilegios políticos. La forma no es ya la medieval, pero la sustancia es idéntica. En el desarrollo de la historia moderna, esa casta había visto atacado y destruido un monopolio de función social que explicaba y justificaba su existen cia, el monopolio de la cultura y de la educación. El concordato reconoce nuevamente este monopolio, aunque sea atenuado y con trolado, por cuanto asegum a dicha casta posiciones y condiciones preliminares que con sus solas fuerzas, con la intrínseca adhesión de su concepción del mundo a la realidad, no podría mantcm•r. Se comprende entonces la lucha sorda y sórdida de los intelec tuales laicos y laicistas contra los intelectuales de casta por salvar su autonomía y su función. Pero es innegable su intrínseca capi tulación y su distanciamiento del Estado. El carácter ético de Ull Estado concreto, de un deternlinado Estado, es definido por su legislación efectiva y no por las polémicas de los francotiradore" de la cultura. Si éstos afirman "el Estado somos nosotros", afirman sólo que el llamado Estado unitario es únicamente "apodado así", ya que de hecho existe en su seno una escisión muy grave, tanto más ·grave cuanto la afirman implícitamente los legisladores y gobernantes al decir que el Estado es, al mismo tiempo, el de las leyes escritas y aplicadas y el de las conciencias que íntimamente no reconocen aquellas leyes como eficientes y buscan sórdidamente vaciarlas (o al menos limitarlas en su aplicación) de contenido ético. Se trata de un maquiavelismo de pequeños politiqueros; de allí que los filósofos del idealismo actual, especialmente los de la 236 j 1 ! ¡ sección de papagayos amaestrados de los Nuovi Studi, puedan ser ronsiderados las más ilustres víctimas del maquiavelismo. Es útil estudiar la división del traba-jo que se trata de establecer entre la msta y los intelectuales laicos; a la primera es cedida la formación intelectual y moral de los más jóvenes (escuelas elementales y medias), a los segundos el.desarrollo ulterior dCJ joven en la Uni versidad. Pero la escuela universitaria no está sometida al mismo régimen de monopolio que impera en la, enseñanza media y ele mental. Existe la Universidad del Sagrado Corazón y podrán ser organizadas otras universidades católicas equiparadas en todo a las <!Statales. Las consecuencias son obvias: la escuela elemental y medía es la escuela popular y de la pequeña burguesía, estratos so· cíales monopolizados educativamente por la casta, ya que la mayo ría de sus elementos no llegan a la Universidad, vale decir, no conocerán la educación moderna en su fase superior crítico-histó rica, sino únicamente la educación dogmática. La universidad es la escuela de la clase (y del personal) diri· gente, es el mecanismo a través del cual se produce la selección de los individuos de las otras clases para ser incorporados al personal gubernativo, administrativo, dirigente. Pero con la existencia en paridad de condiciones de universidades católicas, la formación de este personal no será ya unitaria y homogénea. La casta, en las universidades propias, realizará una concentración de cultura laico religiosa como no se veía desde hace muchos decenios y se encon· trará de hecho en condiciones mucho mejores que la concentra· ción laico-estatal. En efecto, no es comparable ni lejanamente la eficiencia de la Iglesia, que como un solo bloque sostiene a su propia universidad, con la eficiencia organizativa de la cultura lai ca. Si el Estado (aun en el sentido más vasto de sociedad civil) no se expresa en una organización cultural según un plan centra lizado y no puede tampoco lograrlo, porque su legislación en mate ria religiosa es lo que es y su carácter equívoco no puede dejar de favorecer a la Iglesia dada su estructura maciza y el peso relativo y absoluto que de ella se deriva, y si los títulos de los dos tipos de universidades son equiparados, es evidente que se tenderá a que las Universidades católicas se conviertan en el mecanismo selectivo de Jos elementos más capaces e inteligentes de las clases inferiores que es preciso incorporar al personal dirigente. Favorecerán esta tendenda' el hecho de no existir discontinui dad educativa entre las escuelas medias y la universidad católica, 237 mientras que tal discontinuidad existe en la universidad laico-esta· tal y el hecho de que la Iglesia, en toda su estructura, está prepa rada pura este trabajo de elaboración y selección desde abajo. La Iglesia, desde este punto de vista, es un organismo perfectamente democrático (en sentido paternalista). El hijo de un campesino o de un artesano, si es inteligente y capaz y si es lo bastante dúctil como para dejarse asimilar por la estructura eclesiástica y para sentir el particular espíritu de cuerpo y de conservación y la vali dez de los intereses presentes y futuros, puede, teóricamente, con· vertirse en cardenal o en papa. Si en la alta jerarquía eclesiástica el origen democrático es menos frecuente de lo que podría ser, esto ocurre por razones complejas, en las que sólo parcialmente' gravita la presión de las grandes familias aristocráticas católicas o la razón de Estado (internacional). Una razón muy poderosa es la siguien te: muchos seminarios están bastante mal preparados y no pueden educar completamente al hombre de pueblo inteligente, mientras que el joven aristocrático desde su mismo ambiente familiar recibe sin esfuerzo de aprendizaje una serie de aptitudes y de cualidades que son de primer orden para la carrera eclesiástica, tales como la tranquila seguridad de la propia dignidad y autoridad y el arte de tratar y gobernar a los demús. Un motivo de debilidad de la fglesia en el pasado consistía en que la religión otorgaba escasa posibilidad de carrera fuera de la eclesiástica; el propio clero estaba deteriorado cualitativa mente por las "escasas vocaciones" o por las vocaciones que se daban únicamente entre los elementos intelectualmente subalter nos, Esta crisis era ya muy visible antes de la guerra; era un aspec to de la crisis general de las carreras a renta fija con planteles len tos y pesados, vale decir de la inquietuJ social del intelectual subal terno abstracto (maestros, docentes medios, curas, etc.) en la que obmba la competencia de las pmfesiones ligadas al desarrollo de la industria y de la organización privada capitalista en general (periodismo, por ejemplo, que absorbe muchos educadores, <:>te.). Había comenzado ya la invasión de las escuelas normales y de las universidades por parte de las mujeres y con ellas de los sacerdo tes, a los cuales la curia (luego de la ley Credaro) no podía prohi bir que se procurasen un título público que les permitiese concu rrir también a los empleos del Estado y aumentar así la "finanza" individual. Muchos de estos curas, apenas obtenido el título pú blico, abandonaron la Iglesia (durante la guerra, por las movili- 238 zaciones y el contacto con ambientes de vida menos sofocantes y estrechos que los eclesiásticos, este fenómeno adquirió cierta am plitud). La organización eclesiástica sufríapor consiguiente una crisis constitucional que pudo ser fatal para su poder, si el Estado hu biese mantenido íntegra su posición de laicismo, aun sin necesidad de una lucha activa, En la lucha entre las formas de vida, la Iglesia tendía a perecer automáticamente, por agotamiento propio. El Es tado salvó a la Iglesia. Las condiciones económicas del clero fueron mejoradas mien tras el nivel de vida general, especialmente el de las capas medhs, em:;:>coraba. El mejoramiento ha sido tal que la• "vocaciones" se han multiplicado maravillosamente, impresionando al propio pontifice, que las explicaba por la nueva situación económica. La base de la elección de los elementos idóneos para el clericato ha sido am pliada, permitiendo así mayor rigor y exigencia cultural. Pero la carrera eclesiástica, a pesar de ser el fundamento más sólido de la potencia vaticana, no agota sus posibilidades. La nueva estructura escolar permite la introducción en el personal dirigente laico de células católicas compuestas por elementos que deben su posición solnmente a la Iglesia, y que se irán reforzando cada vez más. Hay que pensar que la infiltración clerical en la estructura del Estado aumentará progresivamente ya qu<' la Iglesia es imbatible en ei arte de seleccionar a los individuos y de tenerlos permancntem!'ntc ligados a ella. Contmlando los liceos y las demás escuelas medias, a tm,,és de sus fiduciarios, la Iglesia seguirá, con la tenacidad que k es característica, a los jóvenes de las clases pobr<:>s y les ayudará a continuar sus estudios en las universidades católicas. Becas de estudio subvencionadas por los internados organizados con la má xima economía, junto a las universidades, permitirán esta acción. La Iglesia. <:>n su etapa actual, con el impulso dado por el pon tífice a la Acción Católica, no puede limitarse sólo a producir cu· ras; desea penetrar en el Estado (recordar la teoría del gobierno indir<:>cto elaborada por Bcllarmino) y por eso necesita laicos, ne cesita una concentradón de cultura católica representada por lai cos. ll1uehas personalidades pueden transformarse en auxiliares de la Iglesia, más valiosos como profesores de la Universidad, como altos funcionarios de la administración, que como cardenales u obispos. 23(}
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