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ESTUDIOS SOBRE EL EVANGELIO DE JUAN DIOS EN ACCIÓN TOMO 1 REV. SAMUEL SOTO E Estudios Sobre el Evangelio de Juan —Dios en Acción— Tomo 1 © 2012 por Rev. Samuel Soto E Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser usada o reproducida por cualquier medio gráfico, electrónico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de recuperación de almacenamiento de información sin el permiso del autor excepto en el caso de citas breves consagrados en los artículos críticos y revisiones. A menos que se indique de otra manera, las referencias Bíblicas incluidas en este libro corresponden a la versión Reina-Valera Revisada de 1960, © Sociedades Bíblicas Unidas. El paisaje de la carátula fue diseñado por Oliver Taylor y publicado por Fotolia, Banco de Imágenes, vectores y videos. Impreso en los Estados Unidos de América Clasifíquese: Estudios Bíblicos- Crecimiento Espiritual Rev. Soto ha sido Pastor, Iniciador de Iglesias, evangelista, Productor de Programas Radiales Este estudio está dedicado a Stellita, mi esposa, la mujer que Dios puso en mi camino para ser mi compañera y ayuda idónea en mi ministerio como Pastor y Evangelista. La tarea que el Señor puso en mis manos, se realizó con su dedicación y ayuda. ¡Al Señor la gloria! ÍNDICE PREFACIO CAPÍTULO 1 INTRODUCCIÓN AL EVANGELIO DE JUAN CAPÍTULO 2 LA DEIDAD DEL SEÑOR JESUCRISTO 2. La Eternidad del Verbo 3. El Verbo era con Dios 4. Y el Verbo era Dios 5. La Encarnación del Verbo 6. Conclusión CAPÍTULO 3 EL TESTIMONIO DE JUAN EL BAUTISTA 1. Juan el Apóstol Presenta a Juan el Bautista 2. Juan el Bautista Presenta al Señor Jesucristo. 3. Último Testimonio de Juan el Bautista CAPÍTULO 4 QUIÉN ES UN HIJO DE DIOS 1. “Los que le Recibieron” 2. “Los que Creen en Su Nombre” CAPÍTULO 5 EL NUEVO NACIMIENTO 1. La Enseñanza del Nuevo Nacimiento 2. La Necesidad del Nuevo Nacimiento 3. Las Evidencias del Nuevo Nacimiento CAPÍTULO 6 EL AMOR DE DIOS 1. De Tal Manera Amó Dios al Mundo 2. De Tal Manera Nos Amó que Dio a Su Hijo Unigénito. 3. La Vida Eterna se Encuentra en el Señor Jesucristo. CAPÍTULO 7 SEÑALES QUE HIZO JESÚS Convertir el Agua en Vino 1. Petición de María y Respuesta del Señor Jesús. 2. El Señor Jesús Convierte el Agua en Vino. 3. Propósito de esta Señal Jesús Sana al Hijo de un Noble 1. Debemos Creer la Palabra de Dios 2. Obedecer a Dios. El Paralítico de Betesda 1. Escena en que se Desarrolla esta Señal 2. La Identidad del Señor Jesucristo La Multiplicación de los Panes y los Peces 1. Lugar y Tiempo en que se Hizo esta Señal 2. Propósito de esta Señal Jesús Anda Sobre el Mar 1. Dificultades de los Discípulos en el Mar 2. La Oportuna Llegada del Salvador El Ciego de Nacimiento 1. Introducción 2. La Pregunta de los que le Conocían 3. La Pregunta de los Fariseos 4. La Ceguera Espiritual 5. Conclusión La Resurrección de Lázaro 1. Su Omnisciencia 2. El Señor Jesús Tenía un Programa 3. Jesús Resucita a Lázaro CAPÍTULO 8 EL SEÑOR JESUCRISTO DESTRUYENDO BARRERAS 1. Jesucristo Destruyendo Barreras 2. Jesucristo Presenta la Enseñanza del Agua Viva. 3. Jesucristo Presenta La Verdad 4. Jesucristo Presenta la Verdadera Adoración. 5. Conclusión ACERCA DEL AUTOR BIBLIOGRAFÍA PREFACIO Este pequeño libro que tiene en sus manos, tal vez le parezca un tanto diferente en su estilo de todos los demás estudios de la Biblia que usted ha leído. Los estudios aquí presentados, son, en parte, resúmenes de sermones del programa “ABRIENDO LA BIBLIA” que se transmitieron, por dieciséis años, a través de Radio Tras-Mundial y otras estaciones radiales para todo el Continente de América Latina. El material incluido es una herramienta más para ayudar a creyentes estudiosos de la Biblia y a maestros de Escuela Bíblica para el crecimiento de la vida espiritual de sus alumnos y el enriquecimiento de sus clases. También son útiles para difundir las enseñanzas de Palabra de Dios, en el trabajo de evangelismo personal; en el cumplimiento de la Gran Comisión dada por el Señor Jesucristo antes de su ascensión a la diestra de Su Padre en los cielos. El mensaje del Evangelio no puede cambiar, pero sí podemos utilizar nuevos métodos de presentación, para alcanzar las nuevas generaciones. Rev. Samuel Soto E Capítulo 1 Introducción al Evangelio De Juan Juan, el escritor de este Evangelio, fue hijo de Zebedeo y uno de los Doce Apóstoles. Junto a su hermano Jacobo y a Pedro, perteneció al grupo más íntimo de los discípulos del Señor Jesús. Juan fue a quien nuestro Señor Jesucristo, desde la cruz, le encomendó el cuidado de su madre María. Además escribió las tres Epístolas que llevan su nombre y el Apocalipsis. El Evangelio según San Juan, llamado por algunos escritores el Cuarto Evangelio, es distinto en su estilo y contenido a los otros tres Evangelios: Mateo, Marcos y Lucas, llamados sinópticos. Mateo escribe su Evangelio para el pueblo judío. Su propósito es convencer a los judíos que Jesús de Nazaret es el Mesías de Israel, el Rey de los judíos. Por tanto, Mateo comienza su Evangelio presentando una larga genealogía de la descendencia de Jesús desde David y termina con la familia de José (Mateo 1:1-16). Marcos escribe su Evangelio para los romanos. Por tanto, omite toda genealogía, puesto que para los romanos carecía de valor. Ellos sólo tenían un rey, el César (Marcos 1:1-11). Lucas, como buen historiador, escribe su Evangelio para poner en orden las cosas que ya se habían escrito. Su propósito es presentar a los judíos y gentiles, el Evangelio de manera más fácil de entender (Lucas 1:1-4). Juan escribe su Evangelio con una visión universal, es decir para todo el mundo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Según la historia, el Evangelio de Juan se escribe por los años 85-95 DC, siendo el apóstol Juan obispo de la Iglesia de Éfeso. El Evangelio de Juan es el último de los cuatro Evangelios en escribirse. Para muchos eruditos y estudiosos de la Biblia, el Evangelio de Juan es el libro más valioso del Nuevo Testamento por la manera como impacta el corazón del lector que lo estudia y lo medita en la esperanza de oír la voz de Dios hablando a su corazón. Muchos cristianos dan testimonio que el Evangelio según San Juan es su libro favorito del Nuevo Testamento, porque al leerlo les hace sentir más cerca de Dios y les ayuda a entender que sólo en el Señor Jesucristo tenemos vida eterna. El Evangelio de Juan es diferente, en varios aspectos, a los otros tres Evangelios llamados Sinópticos. Juan, en su Evangelio, enfatiza primordialmente la deidad del Señor Jesucristo. Por tanto, no incluye la genealogía de Jesús, y comienza con la frase: “En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Los tres Evangelios apellidados Los Evangelios Sinópticos, ya estaban en circulación cuando Juan escribe su Evangelio. Juan omite en su Evangelio muchos relatos que los escritores de los Evangelios Sinópticos incluyen. A la vez, Juan agrega muchos otros detalles en la vida y ministerio del Señor Jesucristo que los Evangelios Sinópticos omiten. Por ejemplo: Juan omite en su Evangelio las genealogías, y no dice nada con relación al linaje de Jesús. Juan no relata el nacimiento de Jesús, ni la tentación del Señor, ni los cuarenta días que pasó en oración y ayuno en el monte, antes de comenzar su ministerio público. Juan no escribe respecto al bautismo que el Señor recibió por medio de Juan el Bautista en el río Jordán. Tampoco relata ni una sola de las parábolas pronunciadas por el Señor mientras enseñaba al pueblo de Israel, ni menciona el acto de la ascensión del Señor. Juan los omite, no porque no sean verdades importantesy parte de las enseñanzas que el Señor dio a los Apóstoles, como palabra inspirada por el Espíritu Santo. Juan no los menciona, porque él está narrando lo que los Evangelios Sinópticos no incluyeron. Pero el evangelista Juan narra en su Evangelio una serie de eventos en la vida y ministerio del Señor Jesucristo que los otros evangelistas omiten. Juan es el único de los evangelistas que narra en su Evangelio la Divinidad de Jesús. El primer milagro hecho por el Señor Jesucristo en las bodas de Caná de Galilea, donde convirtió el agua en vino. Juan es el único que narra la entrevista de Nicodemo, el príncipe de los sacerdotes, con el Señor Jesucristo y el diálogo que sostuvieron acerca de la doctrina del Nuevo Nacimiento. Juan es el único que narra el diálogo de Jesús con la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob. La visita de Jesús a Betania y la resurrección de Lázaro. Estos son algunas de las diferencias más notables entre el Evangelio de Juan y los Evangelios Sinópticos. Juan, como uno de los apóstoles del Señor, conocía bien la vida y los hechos del Señor Jesucristo. Lo que omite al escribir su Evangelio, no lo hace por falta de información o conocimiento, sino porque tiene un propósito bien claro y definido al escribir su Evangelio, como lo dice en Juan 20: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro—El Evangelio de Juan— Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.” (Juan 20:30-31, énfasis añadido). Otra particularidad del Evangelio de Juan es la forma como presenta los hechos del Señor Jesús en su ministerio. Dios en acción para darse a conocer a los hombres. Como las sanidades que hacía Jesús en los enfermos que venían a Él. La liberación de los que estaban poseídos de demonios. La multiplicación de los panes y los peces para dar de comer a las multitudes que le seguían. Para Juan, no eran simplemente milagros, sino señales para que las multitudes que le seguían, viendo estas señales creyeran que verdaderamente Jesús era el Hijo de Dios, el Mesías de Israel y creyeran en Él. Es así que, cuando Juan nos relata el primer milagro en las bodas de Caná de Galilea, dice: “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Juan 2:11, énfasis añadido). Dicho de manera más clara: El milagro de convertir el agua en vino, en las bodas de Caná de Galilea, no fue hecho con el propósito de suplir el vino que faltaba en la fiesta, ni para sentar el precedente que en las bodas se debe tomar vino, sino para que las gentes vieran una manifestación del poder de Dios, al transformar el agua en vino. El Cuarto Evangelio muestra que Jesús no es solamente el Hijo del Hombre, sino también el Unigénito Hijo de Dios. Su persona, sus enseñanzas, su obra redentora, todo ello ha servido para revelar a Dios al mundo, y su gran amor para con la humanidad que anda en tinieblas a causa de su pecado. Calvino también afirma que el Evangelio de Juan es <la llave que abre la puerta a la comprensión de los otros tres Evangelios> Si los primeros tres Evangelios relatan qué es lo que Jesús hizo, Juan revela ante todo lo que Jesús es. El Unigénito Hijo de Dios. Por tanto, el cuarto Evangelio presenta muchas pruebas de Su divinidad. El Evangelio de Juan es un tratado teológico que ha de sustentar la fe de la iglesia en los momentos de pruebas, en todo lugar y en todos los tiempos. Es con este pensamiento en mente que debemos acercarnos al estudio del Evangelio de Juan. Capítulo 2 La Deidad del Señor Jesucristo Esta es la presentación que hace el Apóstol Juan de la persona del Señor Jesucristo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1-5). El “Verbo” es el nombre con el cual se identifica a la persona de nuestro Señor Jesucristo, antes de su encarnación. “Verbo” en griego es “Logos”, que significa “palabra viva”. Esta designación del “Logos de Dios” ó “Verbo de Dios” se usa en referencia al Señor Jesucristo. Revela Su existencia eterna; Su deidad esencial; Su personalidad propia. Como Logos, el Señor Jesucristo es la expresión de la mente de Dios con respecto al hombre. Juan comienza su evangelio diciendo: “En el principio era el Verbo” (Juan 1:1). En el versículo 14 nos dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14a). “Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? Pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:30-35). En Primera de Juan también leemos: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Juan 1:1). Cuando en la Biblia se nos habla del “VERBO de Dios”, se nos está hablando del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Jesucristo, como el Verbo de Dios, es la expresión de Dios. Es Dios, vestido de humanidad, para darse a conocer entre los hombres. Por esta razón las señales y los hechos del Señor Jesucristo, que Juan narra en su Evangelio, tienen como único fin que los hombres vean y entiendan que son señales que Dios hace para que al verlas crean que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Mesías prometido a la nación de Israel. Por ejemplo: ¿Quién puede cambiar o alterar las leyes de la naturaleza? Sólo el Creador. Convertir el agua en vino, no es obra del hombre, sino obra de Dios. ¿Quién puede sanar un enfermo a la distancia, sin saber siquiera la enfermedad que padece? Sólo Dios puede hacer estas obras. ¿Quién puede alimentar, con cinco panes y dos peces, más de cinco mil personas? Sólo Dios. ¿Quién puede levantar a un muerto y devolverle la vida después de estar cuatro días en la tumba? Sólo Dios puede hacer obras como estas. Si el Señor Jesucristo hizo estas señales, es evidente que Él es Dios. 2. La Eternidad del Verbo Juan comienza su evangelio afirmando la eternidad del Verbo cuando dice: “En el principio era el Verbo”. Dicho de otra manera, en el principio ya existía el Verbo, el Señor Jesucristo. Aunque «principio» no puede ser separado de su relación con el tiempo, se afirma que cuando el tiempo empezó, el Verbo ya existía con Dios, y era Dios. Aquí se afirma la eternidad del Verbo y cuando se afirma la eternidad del Verbo, se está afirmando la eternidad del Señor Jesucristo. El Señor Jesucristo, como el Verbo de Dios, es coeterno con el Padre. Esto quiere decir que existe desde antes que el mundo fuese, por tanto, es partícipe en el acto de la creación del mundo. “Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:2-3). Juan afirma que Jesús era una persona existente antes de su encarnación. Esta declaración concuerda con las palabras dichas por el Señor Jesucristo cuando en su oración intercesora dijo: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Jesús, como el Verbo de Dios, no fue creado por el Padre, mucho menos tuvo su origen en la encarnación en las entrañas de María. Él existía desde la misma eternidad con el Padre. Por eso podemos confiar en Él, pues Él no es solamente Hombre, Él es Dios hecho Hombre.Por tanto, Su Palabra es fiel y verdadera, en la cual podemos confiar. Los griegos creían que habían dos clases de mundos: El mundo real y el mundo de las sombras. El planeta tierra era el mundo de las sombras. La morada de los dioses era el cielo, era el mundo donde todas las cosas eran reales y eternas. Los griegos creían en la existencia del “Logos” de Dios, que para ellos era la “Palabra” la “Razón”. Cuando estudiaban la creación y veían el orden y cómo todo se rige por leyes, lo que hoy llamamos la ciencia de la física, para el pensador griego todo era creado por el “Logos” de Dios. Es así como Juan introduce su Evangelio, afirmando la eternidad del Verbo de Dios. Esta enseñanza tiene sus primeros destellos en la literatura del Antiguo Testamento. “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada; No había aún hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo. Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo” (Proverbios 8:22-30). El profeta Isaías, en su profecía, nos presenta al “Verbo de Dios” de la siguiente manera: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombre; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrá límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:6-7). Cuando los griegos se preguntaban, qué es lo que hace al hombre un ser pensante, y con voluntad propia, su respuesta era: “Esta es la obra del Logos de Dios”. De ahí la frase famosa de Platón: <Pienso, luego existo>. Juan se sirve de este pensamiento para decirle a los griegos y con ellos a toda la humanidad, que el “Logos de Dios”, había venido a este mundo en la persona de Jesús de Nazaret. La Iglesia tuvo sus comienzos dentro del judaísmo. Al principio todos sus miembros eran judíos. Treinta años después de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo, alrededor del año 60 DC, el cristianismo había viajado por Asia Menor y Grecia y había llegado a Roma. Por este mismo tiempo debía haber en la Iglesia cien mil griegos por cada judío cristiano. Las ideas judías eran extrañas para los griegos. Aquí estaba el problema — ¿cómo presentar el cristianismo al mundo griego?— En su tradición religiosa, los griegos sólo tenían dos cosas en común con el pensamiento judío: Primero: La creencia en dos mundos. El mundo en el cual vivimos y el mundo del más allá, en el cual viven para siempre las cosas reales y eternas. Segundo: El concepto de un Dios Creador, un Dios sabio que gobierna el universo. Para los judíos ese Dios es Jehová el Dios de Israel. Para los griegos era el “Logos”. En griego la palabra “Logos” significa palabra o razón. Para los griegos, el universo era un universo de orden, regido por leyes inviolables. Cuando a los griegos se les preguntaba, ¿Quién había establecido las leyes de la física? La respuesta era: El “Logos de Dios”. El problema para los pensadores griegos era, cómo pasar del mundo de las sombras, al mundo de la luz. Juan está contestando esa interesante pregunta. Esa es la obra del “Verbo” de Dios, decir a los hombres que viven en el mundo de sombras, cómo llegar al mundo de la luz, al reino de Dios. “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ninguna tinieblas en él” (1 Juan 1:5). “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Lo que el apóstol Juan ha hecho es, presentar al Mesías de Israel como el “Logos”, para establecer el puente entre dos culturas que corrían paralelas: la de los judíos y la de los griegos. Establecido el puente, el apóstol Juan presenta la solución al problema existente: ¿Cómo pasar del mundo de las sombras, al mundo real donde las cosas eternas permanecen para siempre? Esta es la respuesta del apóstol: El Verbo, el Logos, es el camino. Él es la verdad y en Él se halla la vida, pero no la vida que se vive en el mundo de las sombras, sino la vida que se vive en el mundo real, la vida eterna. El Verbo, el Logos, vino del mundo real, el cielo, para establecer ese puente del mundo de las sombras, al mundo de la luz, las moradas eternas. Es así como Juan, en el mismo principio de su Evangelio, afirma la eternidad del “Verbo”, cuando dice: “Todas las cosas por Él fueron hechas…” (Juan 1:3) El Logos, para los griegos; el Verbo, para los judíos; para nosotros, el Señor Jesucristo. Lo que Juan está afirmando es que, el Verbo de Dios, no es una de las criaturas creadas por Dios el Creador del Universo. Él existía antes de la creación. Juan está hablando de la preexistencia de Cristo. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). 3. El Verbo era con Dios En Juan 1:1, el Apóstol afirma la personalidad del Verbo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. En este texto del Evangelio, Juan no sólo nos afirma la eternidad del Verbo, sino su Personalidad, pues nos dice: “El Verbo era con Dios”. Aquí la preposición ‘con’ es muy significativa porque indica comunión y compañerismo, y esto demuestra la armonía que existe entre el Padre y el Hijo, el Verbo. La preposición ‘con’ sólo se usa cuando nos referimos a personas que están juntas. Por ejemplo, decimos: Juan estaba con Pedro; lo que indica que Juan no estaba solo, Pedro le acompañaba. Si el Verbo estaba con Dios, antes de todas las cosas creadas, entonces el Verbo es eterno. Es Divino y es Eterno igual que Dios el Padre. Ahora comprendemos con mayor claridad el plural en el hablar de Dios que hallamos en varios textos de la Biblia. Como por ejemplo: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). ¿Con quién habla Dios en el momento de la creación del hombre? Es evidente que Dios habla con el Verbo, pues el Verbo existía con el Padre desde la eternidad. Este plural lo encontramos también cuando dice: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:22a). En Génesis 11:67, aparece nuevamente el plural cuando Dios dice: “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua”. Así queda claramente demostrado no sólo la eternidad del Verbo, sino su Personalidad. El Señor Jesucristo confirmó con sus propias enseñanzas esta verdad, cuando hablando a la multitud dice: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoció al Hijo, sino el Padre, ni el Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). Hay dos maneras como el Señor Jesucristo reveló a Dios entre los hombres: Primero: Cuando Felipe dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras (Juan 14:8-10). Segundo: El Señor Jesucristo reveló a Dios a través de sus obras o señales. Hablando a los judíos les dice: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque nome creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:37-38). Por tanto, la única diferencia que hay entre el Padre y el Hijo es, que el Hijo se sujeta al Padre, pero en eternidad y divinidad son iguales. Por eso, el Señor Jesucristo dijo a los judíos: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). 4. Y el Verbo era Dios Finalmente nos dice el apóstol Juan: “Y el Verbo era Dios”. Aquí se afirma la Divinidad del Señor Jesucristo, como el Verbo de Dios. Lo que el Apóstol Juan está enseñándonos es que el Verbo no solamente es eterno. El Verbo es también una persona. Además, la persona del Verbo es Divina. El libro de Apocalipsis dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8). Alfa, es la primera letra del alfabeto griego y Omega es la última. Principio y fin de todo lo que se ha dicho y lo que se pudiera decir acerca del Verbo de Dios. Cuando los judíos dijeron al Señor Jesucristo: “Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis” (Juan 10:24-25). Pablo, escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, en la epístola a los Colosenses dice: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Esta enseñanza del apóstol tiene un propósito definido. Corregir las enseñanzas erróneas del gnosticismo. El gnosticismo enseñaba que Dios no podía ser el Creador del universo. Para los gnósticos la materia era mala, por tanto, el universo era creado de algo que era malo por naturaleza. Decían los gnósticos: Dios es bueno y santo, por tanto lo bueno y lo santo no pudo entrar en contacto con la materia que es mala. Por tanto, Dios no puede ser el Creador del universo. Juan afirma que el Logos, el Verbo de Dios, es el Creador del universo. Para demostrar que la materia no es mala, Juan señala que Dios, en la persona del Verbo, se encarnó, se vistió de humanidad, en las entrañas de María, para habitar entre los hombres y revelarnos los misterios del reino de Dios. 5. La Encarnación del Verbo “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Ahora, Juan nos presenta la encarnación del Verbo. Pero Juan no nos relata cómo fue que el Verbo se vistió de humanidad para que naciera Dios hecho Hombre en el pesebre de Belén; por tanto, vamos nosotros a usar el relato que nos presenta el Evangelio según San Mateo. “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:18-23). El Verbo, que es divino igual que el Padre, por amor al pecador, dejó su gloria por un momento y vino y se vistió de humanidad en las entrañas de María virgen, no por obra de varón, sino por obra y gracia del Espíritu Santo. Es así como el Verbo se hizo Hombre y nació en el pesebre de Belén. El escritor de la Epístola a los Hebreos nos señala la razón por la cual Cristo, como el Verbo de Dios, en obediencia al plan redentor de Dios el Padre, y en demostración de su gran amor por la humanidad perdida, por un momento en la cronología del tiempo, se despojó de su gloria y se vistió de humanidad en las entrañas de María, no por obra de varón, sino por obra y gracia del Espíritu Santo, para nacer como el Dios hecho Hombre. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15). 6. Conclusión ¿Qué es lo que el Apóstol Juan acaba de enseñarnos? 1) El Verbo goza de eternidad igual con el Padre. 2) El Verbo participó en la creación del universo. Eso fue lo que leímos en Proverbios, capítulo ocho. 3) El Verbo es la segunda persona de la Trinidad. 4) El Verbo, quien es Divino igual que el Padre, por amor al pecador, dejó Su gloria por un momento y vino y se vistió de humanidad en las entrañas de María virgen y nació en el pesebre de Belén. 5) Habitó entre los hombres. 6) Nos reveló el Evangelio del reino de Dios. 7) Luego fue a la cruz y murió como el Cordero de Dios, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que reciba el perdón de sus pecados y el regalo de Dios, la vida eterna. 8) “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:17-18). Capítulo 3 El Testimonio de Juan el Bautista Juan el Bautista era hijo del sacerdote Zacarías, y conocía bien el ritual de cada una de las festividades que se celebraban en el templo y de manera especial la Pascua, donde se sacrificaba el cordero Pascual. Juan el Bautista era nazareo desde el vientre de su madre, y había venido a este mundo con una misión específica revelar la venida del Mesías de Israel. Todo pueblo cautivo espera con ansiedad la llegada de su libertador. En los días cuando Juan el Bautista prorrumpió en el desierto predicando el bautismo de arrepentimiento, los judíos estaban bajo el dominio de los romanos, y su esperanza era la llegada de su Mesías Rey. Por tanto, cuando los príncipes del pueblo de Israel oyeron que Juan el Bautista estaba llamando a la nación de Israel al arrepentimiento y que las gentes venían por millares para oírle y bautizarse, enviaron mensajeros para que le preguntasen ¿Tú quién eres? Pensaban los príncipes del pueblo si acaso Juan el Bautista sería el Mesías de Israel. “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto. Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando” (Juan 1:19-28). 1. Juan el Apóstol Presenta a Juan el Bautista El apóstol Juan nos presenta a Juan el Bautista de la siguiente manera: “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Enel mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” (Juan 1:6-10). Juan el Bautista era el enviado de Dios al pueblo de Israel para preparar el camino al Señor Jesucristo para su ministerio y a su vez lo presentara al pueblo como el Mesías de Israel. El cuarto Evangelio otorga a Juan el Bautista una posición muy superior a la que el mismo Juan se arrogaba. 2. Juan el Bautista Presenta al Señor Jesucristo. Juan el Bautista presenta al Señor Jesucristo de la siguiente manera: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:35-36). Cuando Juan el Bautista presenta al Señor Jesucristo al pueblo de Israel en las orillas del Río Jordán; no lo presenta como el Hijo de Dios, tampoco como el Mesías de Israel, ni el Rey de los judíos; sino como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). El Cordero de Dios era un término bien conocido por el pueblo de Israel, que corre como un hilo carmesí a través de toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos… Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” (Génesis 22:1-4; 6-8). Isaac es un prototipo del Señor Jesucristo, quien es el verdadero Cordero de Dios, y quien consumó el sacrificio en el Monte Calvario, cuando muere como Cordero de Dios para expiar el pecado del mundo. Cuando Dios llamó al profeta Moisés para que fuera a Egipto a sacar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, Jehová habló a Moisés diciendo: “Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia… Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer… Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová” (Éxodo 12:3, 6-7, 11). El cordero que iban a sacrificar en el día de la Pascua, era un prototipo de Cristo; por tanto, el cordero tenía que ser sin defecto, y la sangre del cordero, los israelitas debían ponerla en el dintel de las puertas como señal que ahí vivía una familia de Israel; entonces el ángel no tocaría ninguno de los primogénitos del pueblo de Israel. “Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto… Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir. Guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre” (Éxodo 12:13; 23-24). Este rito debía celebrarse todos los años en la celebración de la Pascua, como recordatorio que la sangre del cordero Pascual, había librado de la muerte a todos los primogénitos del pueblo de Israel, la noche cuando el ángel de Jehová hirió a los primogénitos de Egipto. En el año 758 AC, el profeta Isaías profetiza los sufrimientos y la muerte de Cristo como el Cordero de Dios en la cruz del Calvario, cuando dijo: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7, énfasis añadido). Leamos la presentación que Juan el Bautista hizo al ver a Jesús: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29, énfasis añadido). Juan el Bautista rinde tributo al Señor Jesucristo cuando lo presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para Juan el Bautista, todos los corderos que habían sido sacrificados en el templo, no eran más que prototipos del Señor Jesucristo, el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. “Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, éste es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. El Salvador del mundo. (Juan 1:31-34). El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia de Corinto dice: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). Cristo, como el verdadero Cordero de Dios, ofreció el único sacrificio acepto en la presencia de Dios el Padre para la remisión de los pecados del mundo. Por tanto, el Señor Jesucristo se ha constituido en el único mediador entre Dios y los hombres. El apóstol Pedro, escribiendo a la iglesia en su primera epístola dice: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20). La semejanza que se establece entre el Cordero pascual y el Señor Jesucristo como el verdadero Cordero de Dios, son bien interesantes. Sin embargo, no debemos perder de vista el punto principal en el cual debemos poner fija nuestra mirada y hacer descansar nuestra fe. El carácter sacrificial de la muerte de Cristo, como el verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. En el Monte Calvario, el Señor Jesucristo venció a Satanás, le despojó de todos sus poderes y le sentenció a eterna condenación en el lago de fuego. En la mañana de la resurrección el Señor Jesucristo venció la muerte, sacando la vida a la inmortalidad por la victoria de la resurrección. Porque el Señor Jesucristo venció la muerte, todos los que hemos puesto nuestra fe en Él y le hemos aceptado como nuestro único y suficiente Salvador, tenemos victoria sobre la muerte. La muerte de Cristo, como el Cordero de Dios, es el fundamentode nuestra salvación. “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:5-7). Sobre la muerte de Cristo, como el Cordero de Dios, se establece el nuevo pacto. “El Pacto de la Gracia”, bajo el cual el pecador es justificado por la fe en el Señor Jesucristo. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). En el libro de Apocalipsis se nos presenta al Cordero en su gloria. “Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:6-13). 3. Último Testimonio de Juan el Bautista Juan el Bautista, antes de ser encarcelado, continuó su ministerio predicando el bautizando de arrepentimiento, mientras el Señor Jesús comenzó Su ministerio público. En Juan capítulo tres leemos: “Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba. Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados. Porque Juan no había sido aún encarcelado... Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dijo: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:22-30). Nos encontramos con Juan el Bautista, como el profeta más grande. Sin embargo, vemos su humildad, su honestidad al guardar su lugar y aunque sus discípulos estaban celosos que el Señor Jesús bautizara y creciera el número de seguidores, mientras que los de Juan disminuían, él les recordó su testimonio anterior y ocupó el lugar que le correspondía cuando dice: “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:29-30). Capítulo 4 Quién es un Hijo de Dios El Apóstol Juan en repetidas ocasiones, en su Evangelio, nos da sólo pinceladas sobre temas de importancia, pero no lo expone con lujo de detalles. He aquí uno de ellos: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre., ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:9-13). La luz verdadera, a que se refiere nuestro texto, es el Señor Jesucristo. En la primera Epístola de Juan también se nos dice: “Dios es luz” (1 Juan 1:5). Por tanto, Jesucristo es la luz verdadera, pues El es Dios. El Señor Jesucristo afirma: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Juan continúa diciéndonos que “el mundo por Él fue hecho; y en el mundo estaba, pero el mundo no le conoció”. El Apóstol dice que el Verbo, “a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. ¿Cuál era la misión del Verbo? Primero: Revelar a Dios entre los hombres como el Dios de amor. Segundo: Consumar la redención del mundo muriendo como el Cordero de Dios en la cruz del Calvario. El Señor Jesucristo, como el Mesías de Israel, vino y reveló a Dios a través de sus obras. Luego, consumó la redención muriendo como el Cordero de Dios sobre la cruz del Calvario; pero el pueblo judío no le recibió como su Mesías. Cuando Pilatos preguntó a la multitud: ¿Qué haré pues con Jesús, el Rey de los judíos? La respuesta fue: crucifícale, crucifícale. Esta es la más rotunda negación que el pueblo judío pudo hacer rechazando al Señor Jesucristo, su Mesías Rey. Pero no todos los judíos, ni toda la humanidad de su día lo rechazaron. Juan dice en el verso 12: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12, énfasis añadido).s El Apóstol Juan, en la palabra «todos», está incluyendo a judíos y gentiles. ¿Quién es un hijo de Dios? Esta enseñanza tan fundamental en la teología cristiana, tal parece en el día de hoy, no es muy clara en la mente de muchos que dicen ser cristianos. He recibido muchas cartas de los radioyentes del programa Abriendo la Biblia, que me dicen: Pastor Soto, qué bonitas son todas las cosas que usted enseña en su programa, ¿Pero no es verdad que todos los seres humanos somos hijos de Dios? Aunque la frase suena muy bonita al oído, no es la verdad. La Biblia nos dice que Dios creó al hombre del polvo de la tierra, y luego creó a la mujer. Al ser el hombre y la mujer creación de Dios nos coloca en el plano de criaturas de Dios, y no de hijos de Dios. No hemos sido engendrados por Dios. Hemos sido creados por Él. Entre los nacidos de mujer, sólo uno, el Señor Jesucristo nació siendo Hijo de Dios, por cuanto Él fue engendrado en las entrañas de María virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo. Tú y yo nacimos en la condición de simples criaturas de Dios y no en la condición de hijos de Dios, pues las criaturas engendran criaturas. Tanto judíos como gentiles. Algunos creen que a través del bautismo nos hacemos hijos de Dios. El bautismo es una ordenanza del Señor Jesucristo por medio de la cual se introduce, a los que creen en él, a su cuerpo que es la iglesia. A la iglesia no le ha sido conferido poder para cambiar a las criaturas en hijos de Dios. El Señor estableció la iglesia y le dio autoridad y poder para proclamar al mundo que Jesucristo es el Señor a la gloria de Dios el Padre. Que Él es el único camino que conduce a la presencia del Padre. Que Él es el camino, la verdad y la vida; y que nadie podrá entrar en el reino de los cielos sino a través de la fe en el Señor Jesucristo. El único que puede cambiar una criatura en un hijo de Dios, es Dios mismo a través del nuevo nacimiento. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cualesno son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:11-13, énfasis añadido). Observemos con cuidado cuál es la enseñanza de la Palabra de Dios. Para llegar a ser hechos hijos de Dios, hay dos condiciones establecidas en el verso 12. 1. “Los que le Recibieron” Recibir al Señor Jesucristo es la primera condición. ¿Recibirle dónde y cuándo? ¿Se estará refiriendo este texto, a aquellas personas que, durante el ministerio terrenal de nuestro Señor Jesucristo, le recibieron en sus hogares o en su ciudad? Evidentemente que no. El texto bíblico se está refiriendo a una experiencia espiritual que tiene que sucederse en la vida de todo hombre o mujer que oye el mensaje del Evangelio, abre su corazón y recibe al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador. El apóstol Juan nos está hablando de recibir, por un acto de fe, al Señor Jesucristo en el corazón como Señor de la vida y Salvador del alma. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). El apóstol Pablo escribiendo su epístola a los cristianos de la iglesia en Éfeso, les habla de esta experiencia cuando dice: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efesios 3:17a). Pablo confirma esta enseñanza cuando, escribiendo su epístola a los Gálatas dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Cuando Jesucristo es una realidad viviente en el corazón del hombre, éste ha nacido de nuevo. Al nacer de nuevo, nace en la familia de Dios. La gran mayoría de las personas a las cuales les hablamos del Evangelio, casi siempre nos responden: <Yo creo en Dios y en Jesucristo>. La Biblia nos dice que los demonios también creen en la existencia de Dios y en la existencia del Señor Jesucristo y tiemblan (Santiago 2:19), pero eso no les garantiza salvación. No se debe confundir un simple asentimiento intelectual de un hecho espiritual, como lo es el nuevo nacimiento. Como dice la Escritura: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17. Esto aplica a judíos y gentiles. Abarca a todas las razas que pueblan la tierra. 2. “Los que Creen en Su Nombre” La segunda condición es creer en el nombre del Señor Jesucristo esto implica aceptarle por lo que Él es. El Hijo de Dios y el Salvador del mundo. El Redentor de la humanidad y por lo tanto, el único Salvador. Es aceptar el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario en nuestro lugar, Él pagó el precio de la redención del ser humano. Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, porque sólo a través de los méritos del sacrificio que Él consumó en la cruz del Calvario, el pecador puede ser justificado en la presencia de Dios. Él es el único camino por el cual podemos llegar al reino de los cielos. Sólo en Él podemos encontrar la vida y la vida eterna. Creer en Cristo es creer todo este conjunto de verdades que están escritas en la Palabra de Dios. Cuando creemos este conjunto de verdades bíblicas y abrimos nuestro corazón y aceptamos al Señor Jesucristo como el Señor de nuestra vida y Salvador de nuestra alma, entonces hemos creído en Él. Nuestro texto nos dice: “Que a todos”, sin distingo de raza, posición o color, a todos “los que le recibieron” en su corazón, a esos les fue dada “potestad de ser hechos hijos de Dios”. Concluimos pues, que todo hombre o mujer, que al oír el mensaje del Evangelio, cree en el Señor Jesucristo y le recibe en su corazón como el Señor de su vida y Salvador de su alma, a ese le es otorgado por Dios el Padre, la potestad de ser hecho hijo de Dios. En el momento que el Señor Jesucristo viene al corazón del pecador que ha creído en Él y le ha recibido como su Salvador, Él obra el nuevo nacimiento. Es en ese momento cuando nacemos en la familia de Dios. Ahora somos hijos de Dios por adopción, herederos del reino de nuestro Padre y coherederos juntamente con el Señor Jesucristo. Esta enseñanza la confirma el apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos cuando dice: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:12-14). Al nacer de nuevo, Dios nos imparte de su naturaleza divina, como claramente nos enseña el apóstol Pedro en su segunda epístola: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:3-4). Resumimos: Nacemos y vivimos como criaturas de Dios. El día en que creemos en Cristo y le aceptamos como el Señor de nuestra vida y el Salvador de nuestra alma, en ese mismo momento se sucede el nuevo nacimiento. Ahora, en la condición de nuevas criaturas, somos hijos de Dios. Dios es nuestro Padre celestial y nosotros sus hijos adoptivos; y como hijos adoptivos somos herederos de su reino y coherederos juntamente con nuestro Señor Jesucristo. Rechazar la invitación a aceptar al Señor Jesucristo como Señor y Salvador, es la más rotunda negación de la fe que decimos profesar en Él. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). Nota importante: Antes de continuar al próximo capítulo del libro, debemos indicar que en el capítulo dos de Juan, encontramos dos episodios muy importantes. Primero: Las bodas en Caná de Galilea. Esta primera señal que el Señor Jesús hizo, la estudiaremos en el capítulo 7, donde están agrupadas todas las señales presentadas por el Apóstol Juan en su Evangelio. Segundo: La primera purificación del templo. Este segundo episodio lo encontramos en Juan 2:13-16 “Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:13-16). Esta es la primera pascua a la que Jesús asistió después de su bautismo. El Señor Jesucristo se encuentra en el templo en Jerusalén. Él quería celebrar la pascua como era su costumbre y esta era la primera ocasión en que se presentaba en público después de su bautismo. En el patio de los gentiles, los sacerdotes habían establecido el sitio para el cambio de moneda con la que se podía dar ofrendas para el templo, y donde se traían los animales para sacrificar en holocausto. Si todo funcionara dentro de lo normal, el Señor Jesús no hubiera tenido que usar un azote de cuerdas para sacar de la “Casa de Su Padre” a los mercadores, cambistas, bueyes y ovejas. El Señor Jesús los echó fuera y les enseñó que la Casa de Su Padre era casa de oración y no una plaza de mercado. Debemos tener mucho cuidado con lo que hacemos en la casa del Señor. Además, cada creyente en el Señor Jesucristo y redimido por Su sangre, se constituye el templo del Espíritu Santo. ¿Son nuestras acciones, pensamientos y sentimientos una plaza de mercado? Ó ¿realmente funcionamos como el templo del Espíritu Santo? Recordemos que el Señor prefiere la obediencia a Él, que los sacrificios sin sentido, o por interés. Capítulo 5 El Nuevo Nacimiento El capítulo tres delEvangelio de Juan, comienza narrándonos la visita de Nicodemo, un príncipe entre los judíos para hablar con el Señor Jesús. Nicodemo, era un maestro de la ley de Moisés, un principal entre los judíos, pertenecía a la secta de los fariseos. Por la historia sabemos que era el presidente del Concilio de los sacerdotes en Jerusalén. Los fariseos se creían ser los hombres perfectos de la nación de Israel. Para los judíos, la Ley que el profeta Moisés había recibido de Jehová Dios en el monte Sinaí, era la cosa más sagrada del mundo. A la nación de Israel no les era permitido agregar, ni quitar ni una palabra de los diez mandamientos, de la ley y sus estatutos escritos en los primeros cinco libros de la Biblia, que se conocen con el nombre de “El Pentateuco”, pues era la revelación de Dios en toda su esencia. El nombre “fariseo” era una distinción que significaba “separados” para toda la vida, para observar cada enseñanza de la Ley. Nicodemo pertenecía a la secta de los fariseos, los que creían que todo lo que hacían agradaba a Dios. El relato nos dice que Nicodemo vino a Jesús de noche. Se han hecho muchos comentarios señalando posibles razones por las cuales Nicodemo vino de noche a visitar al Señor Jesús. La visita de Nicodemo para hablar con Jesús está llena de interrogantes. Primero: ¿Por qué deseaba visitar a Jesús de noche? Algunos estudiosos de la Biblia objetan que pudo ser una medida de precaución para no comprometer a sus compañeros de oficio. Segundo: Están los que piensan que el Señor Jesús, durante el día, estaba demasiado ocupado con los que venían a Él para interrogarlo acerca de sus enseñanzas; otros venían para que sanara los enfermos. Por tanto, el mejor tiempo para visitarle era de noche. Lo más importante de esta visita es lo que el Señor reveló a Nicodemo. La enseñanza del “Nuevo Nacimiento” como requisito indispensable para poder entrar en el reino de Dios. Nicodemo era miembro del Sanedrín. El Sanedrín era un tribunal de setenta miembros y era la suprema corte de los judíos. Uno de sus deberes era el de examinar y juzgar a los falsos profetas que con frecuencia aparecían como maestros del pueblo, enseñando doctrinas que eran contrarias a la Ley. Hay dos puntos que nos llaman la atención en el encuentro de Nicodemo con el Señor Jesús: Primero: La forma respetuosa como Nicodemo se dirige al Señor Jesucristo llamándolo Rabí. Rabí era un título de distinción que sólo se daba a los maestros de la Ley. Segundo: Nicodemo reconoce que Jesús era un enviado de Dios. “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Juan 3:2). La respuesta del Señor Jesucristo a Nicodemo fue: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). El Nuevo Nacimiento es la respuesta a la necesidad del hombre de ser restaurado a su condición primaria cuando Dios lo creó para ser su mayordomo en el huerto del Edén. La Biblia, como fuente de la revelación divina, nos enseña que cuando Dios creó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, el hombre creado era perfecto. Pero en el momento que el hombre desobedeció el mandato de Dios, de no comer la fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal, cayó en pecado y el pecado hizo separación entre el hombre como la criatura y Dios como su Creador. Entonces dijo Dios a Satanás: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre su simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida” (Génesis 2:15-17). Desde ese mismo momento Dios no volvió a pasearse en el huerto en compañía de Adán, y Adán no pudo ver más el rostro de Dios. El Nuevo Nacimiento para poder entrar en el reino de Dios, tema que el Señor Jesucristo planteó a Nicodemo, está señalando la imperativa necesidad que el hombre tiene de ser restaurado a su estado original, en el momento de ser creado. 1. La Enseñanza del Nuevo Nacimiento Nacer de nuevo significa experimentar un cambio de 100 grados que Dios opera en la vida del hombre. Es una transformación a nuestro hombre interior, y a nuestra alma, que sólo se puede describir como un nuevo nacimiento. Entendiendo con toda claridad, que esta transformación que comúnmente llamamos nuevo nacimiento, no es algo que el hombre puede alcanzar por su propio esfuerzo. Esta obra es la expresión de la gracia de Dios manifestada en el hombre a través de Jesucristo, y del Espíritu Santo. En algunos textos de la Biblia aparece como sinónimo de “Nuevo Nacimiento”, la palabra “regeneración”. El Nuevo Nacimiento es el cambio de corazón o de la naturaleza del hombre que acepta el señorío de Cristo en su vida y en esa fe lo acepta como su Salvador. En las congregaciones hay dos clases de adoradores: Primero: Aquellos que lo son sólo de palabra, porque nunca su naturaleza ha sido transformada por medio del Nuevo Nacimiento. Segundo: Y los que en verdad lo son, porque han nacido de nuevo. En la Biblia, este concepto de cambio de corazón, se presenta de distintas maneras. El profeta Ezequiel nos habla de “quitar el corazón de piedra y poner un corazón de carne”. “Os daré corazón nuevo, pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 11:19). El Señor Jesucristo hablando del nuevo nacimiento nos lo presenta como “nacidos de nuevo” ó “nacidos de agua y del Espíritu”. “Respondió Jesús y dijo: De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3, énfasis añadido). “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5, énfasis añadido). El apóstol Pablo nos lo presenta como volver a nacer. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17, énfasis añadido) El apóstol Pedro, escribiendo sobre el mismo tema, nos lo presenta “como participantes de la naturaleza divina”. “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:3-4, énfasis añadido). Estas expresiones tienen el mismo significado. Describen un cambio radical en el corazón del creyente en Cristo, una transformación completa del hombre interior. Este cambio de corazón, en el pecador arrepentido, en algunos es un cambio repentino, como en el caso de la conversión de Saulo de Tarso, Pablo; o el caso del carcelero de Filipo. En otros es un proceso que toma tiempo. Cuando el pecador reconoce sus pecados, los confiesa a Dios y acepta al Señor Jesucristo como el Señor de su vida y Salvador de su alma, obtiene el nuevo nacimiento y se produce ese cambio en su vida. La doctrina del Nuevo Nacimiento que estamos estudiando es de mucha importancia; no es una teoría, ni mucho menos especulaciones; es algo que todo cristiano debe experimentar si quiere entrar en el reino de Dios. 2. La Necesidad del Nuevo Nacimiento La necesidad del Nuevo Nacimiento, o de la regeneración, se hace imperativa en la vida del ser humano por ser una enseñanza dada por el mismo Señor Jesucristo. “De cierto, de cierto, te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. La frase de cierto, de cierto te digo, enel original del griego, quiere decir: ciertamente dos veces. La esperanza de todo ser humano es que, al encontrarse con la experiencia que llamamos muerte, las puertas del reino de los cielos se abran para él. Ninguna criatura quiere morir y luego ser separada de su Creador. El hombre se hace religioso, hace penitencia, da limosnas, hace obras, en la esperanza de ganar el reino de Dios. El Señor Jesucristo hablando a Nicodemo le dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. El reino de Dios no se gana a través de obras; tampoco lo podemos comprar. El reino de Dios se hereda. De ahí la imperativa necesidad de nacer de nuevo, nacer en la familia de Dios. La necesidad del nuevo nacimiento, o de la regeneración, se hace indispensable por nuestra condición de pecadores y la depravación del corazón del hombre. Vivimos en una sociedad que con frecuencia invierte los valores. A lo malo llama bueno, y a lo bueno llama malo. Dios, hablando por medio del profeta Jeremías dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, y que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10, énfasis añadido). El pecador no solamente necesita ser perdonado de la culpa por sus pecados cometidos, sino librado de ese motor generador del pecado, el cual es el corazón; esta es la imperativa necesidad de que el Señor aplique su bisturí y extirpe el corazón de piedra y nos haga un trasplante de un corazón según el corazón de Dios. Analizando el nuevo nacimiento, desde el punto de vista de la ciencia, parece fuera de toda lógica. Pero cuando lo analizamos desde el plano de la vida espiritual, hay que aceptar la realidad del nuevo nacimiento como requisito indispensable para entrar en el reino de Dios. Algo radical tiene que suceder en nuestra vida como resultado de nuestro encuentro con Dios, y ese algo es el nuevo nacimiento. Para entrar al mundo fue necesario nacer de la carne. Así también, para poder entrar en el reino de Dios, que es un reino espiritual, es necesario nacer del Espíritu. Como dice la Biblia: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6). Usted no puede ser un hijo de Dios, si no ha nacido de nuevo. Esta es la imperativa necesidad del nuevo nacimiento. Al reino de Dios no vamos a entrar en la condición de criaturas, sino de hijos de Dios. (El tema “hijos de Dios” está ampliamente discutido en el capítulo cuatro de este libro). Sin el Nuevo Nacimiento, o regeneración, no estamos preparados para entrar al reino de Dios. Si no estamos preparados para entrar en el reino de Dios y morimos, la pregunta es: ¿Dónde va nuestra alma? El Señor Jesucristo sólo habló de dos lugares donde el hombre vivirá la eternidad: Primero: El cielo, el reino de Dios. Segundo: El infierno, donde el gusano no muere y el fuego nunca se apagará. 3. Las Evidencias del Nuevo Nacimiento Para el cristiano que ha nacido de nuevo, o que ha sido regenerado, el pecar ya no es su estilo de vida, esa no es una predisposición natural en su corazón. Esta es la enseñanza del apóstol Juan: “Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado” (1 Juan 3:9). Para el cristiano que ha nacido de nuevo, el pecado es algo abominable, algo que él odia y que repudia. Dios sabe que ese cristiano aborrece el pecado y el deseo de su corazón es vivir en santidad. Con todo eso, puede ser sorprendido por malos pensamientos, y si no los rechaza inmediatamente, puede caer en pecado. El que ha nacido de nuevo y peca, reconoce su pecado, pide perdón a Dios y establece nuevamente su comunión con Dios. La persona que cree que el Señor Jesucristo es el Señor de su vida y el único Salvador del mundo y en esa fe lo acepta como Señor y Salvador, nace de nuevo. “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1, énfasis añadido). El creyente que ha nacido de nuevo, se esfuerza por vivir su vida de conformidad con lo que está escrito en la Palabra de Dios; y evita hacer las cosas que Dios aborrece. Es el que camina bajo la dirección del Espíritu Santo y en cuya vida se ve el fruto del Espíritu Santo. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). El que ha nacido de nuevo, o que ha experimentado la regeneración, vive en amor y ama a sus hermanos en la fe, como dice el apóstol Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”. (1 Juan 3:14). Para la persona que ha sido regenerada, o ha nacido de nuevo, los placeres del mundo no son su norma de vida. Su escala de valores es distinta a la escala de valores del hombre del mundo. “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” (1 Juan 5:4). Finalmente, el hombre o mujer que experimenta el nuevo nacimiento, es un buen mayordomo del tiempo, de los talentos, las habilidades y del tesoro que Dios pone en sus manos. Capítulo 6 El Amor de Dios “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:16- 19). Los más grandes estudiosos de la Biblia, están de común acuerdo que el texto de Juan 3:16-17 es la Biblia en miniatura. Juan 3:16-17 resume el mensaje más sublime de toda la Biblia; nos habla del gran amor de Dios para con toda la humanidad. Este texto nos enseña cosas muy importantes: 1) Que la iniciativa de la salvación de los pecadores nació en el corazón de Dios. Fue Dios quien dio a su Hijo y lo envió al mundo, porque ama a la humanidad entera y no quiere que nadie se pierda. 2) Lo que puso en acción el plan de la salvación del hombre, fue el amor de Dios. Dios no somete a los seres humanos a la fuerza, los gana por amor. 3) El amor de Dios es tan grande y tan perfecto, que puede amar al mundo, a toda la humanidad; a los que le aman y le adoran, así como a los que le aborrecen y blasfeman su nombre. El evangelista Moody dijo en una de sus predicaciones: <Si yo pudiera tan solo hacer comprender a los hombres el verdadero sentido de las palabras: [Dios es amor] adoptaría este único texto, e iría por todo el mundo proclamando sólo esta gloriosa verdad>. Cierro la cita. Cuando usted logra convencer a una persona que le ama, con esto gana su corazón. Si realmente pudiéramos hacer que la gente crea esa gran verdad de la Palabra de Dios, que Dios les ama, encontraríamos una gran muchedumbre apresurándose a prepararse para entrar en el reino de Dios. Desafortunadamente, los hombres creen que Dios les odia, y por eso están siempre huyendo de Él. No hay nada en este mundo que el ser humano aprecie tanto como el amor. Los seres más desdichados de la tierra son aquellos que han llegado a creer que nadie les ama. ¿Por qué se suicida la gente? Porque en sus corazones creen que nadie les ama. A vivir siendo despreciados por toda la humanidad y aún por Dios mismo, como ellos lo creen, prefieren morir. 1. De Tal Manera Amó Dios al Mundo Qué grande y sublime es esta declaración. Dios amando al mundo. La frase “de tal manera” quiere decir que Dios el Padre nos amó con un amor tan grande y perfecto, que el hombre nunca podrá describirlo con palabras. Jamás entenderemos la grandeza del amor de Dios. Lo único que sabemos, y que podemos afirmar, es que Dios nos ama con un amor muy grande. CuandoDios creó al hombre, el hombre era una criatura perfecta. Andaba y hablaba con Dios en el huerto, a la luz del día. La Palabra de Dios nos dice que el hombre fue creado del polvo de la tierra, pero fue creado a imagen de Dios. Dios dio al hombre intelecto para pensar. Sentimiento para poder sentir alegría o tristeza y hacer diferencia entre el bien y el mal. Le dio voluntad propia para que el hombre sea responsable por sus decisiones y sus hechos, en el día cuando Dios juzgará al mundo. A ese hombre que Dios creó a su imagen y semejanza, le dio sólo un mandamiento para probar su obediencia. No comer de la fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis. 2:16-17). Cuando el hombre violó el mandamiento y obedeció a la voz de Satanás, el hombre se hizo culpable del pecado de desobediencia. A ese hombre desobediente, ahora esclavo de Satanás y esclavo del pecado, sentenciado a condenación, a ese hombre es a quien “Dios amó de tal manera”. Parece increíble que Dios pueda amar a este mundo de seres pecadores. Este mundo que siempre está en rebelión contra Él. Donde su voluntad es violada y su santo nombre deshonrado. Aquí es donde el amor de Dios traspasa todos los límites de la comprensión humana, porque siendo tal cual somos Él nos ama, y sigue amándonos, porque su amor es infinito e inmutable y eterno. Si pensamos en el grado del amor de Dios, tenemos que aceptar que está fuera de nuestra comprensión. No podemos con una mente finita alcanzar a comprender ese amor sublime e infinito de Dios. Ese amor que traspasa todo límite con el cual puede amar al pecador que está en rebelión contra Él. En nuestro idioma de Cervantes, el español, hay una sola palabra para expresar ese sentimiento tan hermoso como lo es el “AMOR”. No así en el griego, que hay tres palabras y cada una de ellas expresa un grado de amor diferente. Veamos: Erós es el amor que vemos en los animales, y su significado es amor erótico. Amor que nace de una pasión sexual. Es el único amor que muchos hombres y mujeres conocen, pero que una vez este deseo carnal ha sido satisfecho, tal manifestación de amor desaparece. Philos es el amor filial. El amor de esposos, el amor con el cual un esposo ama a su esposa y viceversa. Es también el amor del padre y de la madre para con sus hijos y el amor del hijo para con sus padres y los demás miembros de la familia y también al prójimo. Agapë es el amor en su más alta expresión. Es el amor perfecto. Sólo Dios ama en ese grado de perfección. Agapë. Es el amor que se da sin esperar recompensa. Ese es el amor con el cual Dios ama al pecador. Dios dio a su Hijo sin esperar ser recompensado. También Cristo nos amó en ese grado de perfección, sin esperar recompensa. No hay verdad en toda la Palabra de Dios que debe posesionarse en nosotros con más fuerza, que la sublime verdad, que así tal cual somos, Dios nos ama. La Escritura dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). El plan de la salvación del hombre o de la humanidad entera es la manifestación del gran amor de Dios. Es importante entender que la iniciativa del plan de la salvación no proviene del hombre, sino de Dios. No fue que un día el hombre cansado de pecar, decidió buscar a Dios para establecer la paz con su Creador. Fue Dios, quien viendo la condición del hombre sumido en su pecado, siendo un esclavo de Satanás, y sentenciado a la condenación del infierno, trazó un plan de salvación para el hombre desde antes de la creación del mundo. No hay verdad en toda la Palabra de Dios que Satanás quisiera borrar de nuestra mente y corazón, como la verdad ineludible que Dios ama al pecador. Hace siglos que Satanás está procurando persuadir a los hombres que Dios no les ama. En nuestro día, desafortunadamente logra que muchos pecadores pongan en tela de juicio el gran amor de Dios. 2. De Tal Manera Nos Amó que Dio a Su Hijo Unigénito. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Esta es la prueba del amor de Dios. Aquí el amor de Dios se manifiesta representado en un hecho dual. Él no sólo nos amó, sino que envió a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino reciba el perdón de sus pecados y regalo de la vida eterna. Dios el Padre hizo algo más, no sólo nos dio a su Hijo sino que venido el cumplimiento del tiempo lo envió al planeta tierra con una misión específica, salvar al mundo de sus pecados. “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4-5). Pablo nos enseña en este texto que Dios el Padre envió a su Hijo para que redimiese a los que estaban bajo la ley a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Esta es la razón por la cual el Verbo de Dios, se despojó de su gloria por un momento en el tiempo y vino y se vistió de un cuerpo en las entrañas de María, esto fue hecho por obra y gracia del Espíritu Santo, y en la condición de Dios Hombre, habitó entre los hombres y nos reveló el Evangelio del reino de Dios; luego fue al Calvario como el Cordero de Dios para ofrecerse en sacrificio por los pecados del mundo. Si queremos comprender algo de ese amor de Dios, debemos mirar a la cruz, en el monte Calvario. Después que usted haya considerado por algunos instantes la escena del Calvario, no podrá dudar jamás del amor de Dios. 3. La Vida Eterna se Encuentra en el Señor Jesucristo. Dios no sólo nos amó, y dio a su Hijo, sino que lo envió al mundo para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Él Señor Jesucristo nos redimió con su sangre. La palabra redimir quiere decir pagar el precio de un esclavo para ponerlo en libertad. Eso fue lo que el Señor Jesucristo hizo. Él puso su vida en la cruz del Calvario y allí muere como el Cordero de Dios para expiar el pecado del mundo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:16-18). Tal vez muchos de sus amigos que le amaron en el pasado, su amor haya llegado a su fin y su amor se haya convertido aún en odio. Pero no sucede así con el amor de Dios. Su amor no cambia; su amor es perfecto y eterno. DIOS ES AMOR. Dios, en la profundidad de su amor, envió a su Hijo al mundo para redimir al pecador. En la anchura y la longitud de su amor, lo dio para todos los pueblos de oriente, occidente, norte y sur. Pero lo más grande es que Dios, en la altura de su amor, quiere llevar al pecador hasta el mismo cielo. “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y los tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3). Dios, en su gran amor, hizo provisión a través de su Hijo, de una fuente carmesí que pudiera limpiar el corazón ennegrecido por el pecado. Y limpiar nuestra alma de la mancha del pecado que se había plasmado sobre ella. Esa fuente es la sangre del sacrificio de su Unigénito Hijo, derramada en la cruz del Calvario. Lo más grandioso del texto Juan 3:16 es que nos muestra a Dios el Padre actuando no para
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