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Estudos sobre o Evangelho de João

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ESTUDIOS SOBRE
EL EVANGELIO
DE
JUAN
DIOS EN ACCIÓN
TOMO 1
REV. SAMUEL SOTO E
 
Estudios Sobre el Evangelio de Juan
—Dios en Acción— Tomo 1
© 2012 por Rev. Samuel Soto E
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser usada
o reproducida por cualquier medio gráfico, electrónico, incluyendo fotocopia,
grabación, o por cualquier sistema de recuperación de almacenamiento de
información sin el permiso del autor excepto en el caso de citas breves
consagrados en los artículos críticos y revisiones.
A menos que se indique de otra manera, las referencias Bíblicas incluidas en
este libro corresponden a la versión Reina-Valera Revisada de 1960, ©
Sociedades Bíblicas Unidas.
El paisaje de la carátula fue diseñado por Oliver Taylor y publicado por Fotolia,
Banco de Imágenes, vectores y videos.
Impreso en los Estados Unidos de América
Clasifíquese: Estudios Bíblicos- Crecimiento Espiritual
Rev. Soto ha sido Pastor, Iniciador de Iglesias, evangelista, Productor de
Programas Radiales
 
Este estudio está dedicado a Stellita, mi esposa, la mujer que
Dios puso en mi camino para ser mi compañera y ayuda
idónea en mi ministerio como Pastor y Evangelista. La tarea
que el Señor puso en mis manos, se realizó con su dedicación
y ayuda.
¡Al Señor la gloria!
 
ÍNDICE
PREFACIO
CAPÍTULO 1
INTRODUCCIÓN AL EVANGELIO DE JUAN
CAPÍTULO 2
LA DEIDAD DEL SEÑOR JESUCRISTO
2. La Eternidad del Verbo
3. El Verbo era con Dios
4. Y el Verbo era Dios
5. La Encarnación del Verbo
6. Conclusión
CAPÍTULO 3
EL TESTIMONIO DE JUAN EL BAUTISTA
1. Juan el Apóstol Presenta a Juan el Bautista
2. Juan el Bautista Presenta al Señor Jesucristo.
3. Último Testimonio de Juan el Bautista
CAPÍTULO 4
QUIÉN ES UN HIJO DE DIOS
1. “Los que le Recibieron”
2. “Los que Creen en Su Nombre”
CAPÍTULO 5
EL NUEVO NACIMIENTO
1. La Enseñanza del Nuevo Nacimiento
2. La Necesidad del Nuevo Nacimiento
3. Las Evidencias del Nuevo Nacimiento
CAPÍTULO 6
EL AMOR DE DIOS
1. De Tal Manera Amó Dios al Mundo
2. De Tal Manera Nos Amó que Dio a Su Hijo Unigénito.
3. La Vida Eterna se Encuentra en el Señor Jesucristo.
CAPÍTULO 7
SEÑALES QUE HIZO JESÚS
Convertir el Agua en Vino
1. Petición de María y Respuesta del Señor Jesús.
2. El Señor Jesús Convierte el Agua en Vino.
3. Propósito de esta Señal
Jesús Sana al Hijo de un Noble
1. Debemos Creer la Palabra de Dios
2. Obedecer a Dios.
El Paralítico de Betesda
1. Escena en que se Desarrolla esta Señal
2. La Identidad del Señor Jesucristo
La Multiplicación de los Panes y los Peces
1. Lugar y Tiempo en que se Hizo esta Señal
2. Propósito de esta Señal
Jesús Anda Sobre el Mar
1. Dificultades de los Discípulos en el Mar
2. La Oportuna Llegada del Salvador
El Ciego de Nacimiento
1. Introducción
2. La Pregunta de los que le Conocían
3. La Pregunta de los Fariseos
4. La Ceguera Espiritual
5. Conclusión
La Resurrección de Lázaro
1. Su Omnisciencia
2. El Señor Jesús Tenía un Programa
3. Jesús Resucita a Lázaro
CAPÍTULO 8
EL SEÑOR JESUCRISTO DESTRUYENDO BARRERAS
1. Jesucristo Destruyendo Barreras
2. Jesucristo Presenta la Enseñanza del Agua Viva.
3. Jesucristo Presenta La Verdad
4. Jesucristo Presenta la Verdadera Adoración.
5. Conclusión
ACERCA DEL AUTOR
BIBLIOGRAFÍA
 
PREFACIO
Este pequeño libro que tiene en sus manos, tal vez le parezca
un tanto diferente en su estilo de todos los demás estudios de la
Biblia que usted ha leído.
Los estudios aquí presentados, son, en parte, resúmenes de
sermones del programa “ABRIENDO LA BIBLIA” que se
transmitieron, por dieciséis años, a través de Radio Tras-Mundial y
otras estaciones radiales para todo el Continente de América Latina.
El material incluido es una herramienta más para ayudar a
creyentes estudiosos de la Biblia y a maestros de Escuela Bíblica
para el crecimiento de la vida espiritual de sus alumnos y el
enriquecimiento de sus clases. También son útiles para difundir las
enseñanzas de Palabra de Dios, en el trabajo de evangelismo
personal; en el cumplimiento de la Gran Comisión dada por el Señor
Jesucristo antes de su ascensión a la diestra de Su Padre en los
cielos.
El mensaje del Evangelio no puede cambiar, pero sí podemos
utilizar nuevos métodos de presentación, para alcanzar las nuevas
generaciones.
Rev. Samuel Soto E
 
Capítulo 1
Introducción al Evangelio De Juan
Juan, el escritor de este Evangelio, fue hijo de Zebedeo y uno de los
Doce Apóstoles. Junto a su hermano Jacobo y a Pedro, perteneció
al grupo más íntimo de los discípulos del Señor Jesús. Juan fue a
quien nuestro Señor Jesucristo, desde la cruz, le encomendó el
cuidado de su madre María. Además escribió las tres Epístolas que
llevan su nombre y el Apocalipsis.
El Evangelio según San Juan, llamado por algunos escritores
el Cuarto Evangelio, es distinto en su estilo y contenido a los otros
tres Evangelios: Mateo, Marcos y Lucas, llamados sinópticos.
Mateo escribe su Evangelio para el pueblo judío. Su propósito
es convencer a los judíos que Jesús de Nazaret es el Mesías de
Israel, el Rey de los judíos. Por tanto, Mateo comienza su Evangelio
presentando una larga genealogía de la descendencia de Jesús
desde David y termina con la familia de José (Mateo 1:1-16).
Marcos escribe su Evangelio para los romanos. Por tanto,
omite toda genealogía, puesto que para los romanos carecía de
valor. Ellos sólo tenían un rey, el César (Marcos 1:1-11).
Lucas, como buen historiador, escribe su Evangelio para poner
en orden las cosas que ya se habían escrito. Su propósito es
presentar a los judíos y gentiles, el Evangelio de manera más fácil
de entender (Lucas 1:1-4).
Juan escribe su Evangelio con una visión universal, es decir
para todo el mundo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Según la historia, el Evangelio de Juan se escribe por los años
85-95 DC, siendo el apóstol Juan obispo de la Iglesia de Éfeso. El
Evangelio de Juan es el último de los cuatro Evangelios en
escribirse.
Para muchos eruditos y estudiosos de la Biblia, el Evangelio de
Juan es el libro más valioso del Nuevo Testamento por la manera
como impacta el corazón del lector que lo estudia y lo medita en la
esperanza de oír la voz de Dios hablando a su corazón.
Muchos cristianos dan testimonio que el Evangelio según San
Juan es su libro favorito del Nuevo Testamento, porque al leerlo les
hace sentir más cerca de Dios y les ayuda a entender que sólo en el
Señor Jesucristo tenemos vida eterna.
El Evangelio de Juan es diferente, en varios aspectos, a los
otros tres Evangelios llamados Sinópticos. Juan, en su Evangelio,
enfatiza primordialmente la deidad del Señor Jesucristo. Por tanto,
no incluye la genealogía de Jesús, y comienza con la frase: “En el
principio era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
Los tres Evangelios apellidados Los Evangelios Sinópticos, ya
estaban en circulación cuando Juan escribe su Evangelio. Juan
omite en su Evangelio muchos relatos que los escritores de los
Evangelios Sinópticos incluyen. A la vez, Juan agrega muchos otros
detalles en la vida y ministerio del Señor Jesucristo que los
Evangelios Sinópticos omiten.
Por ejemplo: Juan omite en su Evangelio las genealogías, y no
dice nada con relación al linaje de Jesús. Juan no relata el
nacimiento de Jesús, ni la tentación del Señor, ni los cuarenta días
que pasó en oración y ayuno en el monte, antes de comenzar su
ministerio público. Juan no escribe respecto al bautismo que el
Señor recibió por medio de Juan el Bautista en el río Jordán.
Tampoco relata ni una sola de las parábolas pronunciadas por el
Señor mientras enseñaba al pueblo de Israel, ni menciona el acto de
la ascensión del Señor. Juan los omite, no porque no sean verdades
importantesy parte de las enseñanzas que el Señor dio a los
Apóstoles, como palabra inspirada por el Espíritu Santo. Juan no los
menciona, porque él está narrando lo que los Evangelios Sinópticos
no incluyeron.
Pero el evangelista Juan narra en su Evangelio una serie de
eventos en la vida y ministerio del Señor Jesucristo que los otros
evangelistas omiten. Juan es el único de los evangelistas que narra
en su Evangelio la Divinidad de Jesús. El primer milagro hecho por
el Señor Jesucristo en las bodas de Caná de Galilea, donde
convirtió el agua en vino. Juan es el único que narra la entrevista de
Nicodemo, el príncipe de los sacerdotes, con el Señor Jesucristo y
el diálogo que sostuvieron acerca de la doctrina del Nuevo
Nacimiento. Juan es el único que narra el diálogo de Jesús con la
mujer samaritana, junto al pozo de Jacob. La visita de Jesús a
Betania y la resurrección de Lázaro. Estos son algunas de las
diferencias más notables entre el Evangelio de Juan y los
Evangelios Sinópticos.
Juan, como uno de los apóstoles del Señor, conocía bien la
vida y los hechos del Señor Jesucristo. Lo que omite al escribir su
Evangelio, no lo hace por falta de información o conocimiento, sino
porque tiene un propósito bien claro y definido al escribir su
Evangelio, como lo dice en Juan 20:
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de
sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro—El
Evangelio de Juan— Pero éstas se han escrito para que creáis
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo,
tengáis vida en su nombre.” (Juan 20:30-31, énfasis añadido).
Otra particularidad del Evangelio de Juan es la forma como
presenta los hechos del Señor Jesús en su ministerio. Dios en
acción para darse a conocer a los hombres. Como las sanidades
que hacía Jesús en los enfermos que venían a Él. La liberación de
los que estaban poseídos de demonios. La multiplicación de los
panes y los peces para dar de comer a las multitudes que le
seguían. Para Juan, no eran simplemente milagros, sino señales
para que las multitudes que le seguían, viendo estas señales
creyeran que verdaderamente Jesús era el Hijo de Dios, el Mesías
de Israel y creyeran en Él.
Es así que, cuando Juan nos relata el primer milagro en las
bodas de Caná de Galilea, dice:
“Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y
manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Juan
2:11, énfasis añadido).
Dicho de manera más clara: El milagro de convertir el agua en
vino, en las bodas de Caná de Galilea, no fue hecho con el
propósito de suplir el vino que faltaba en la fiesta, ni para sentar el
precedente que en las bodas se debe tomar vino, sino para que las
gentes vieran una manifestación del poder de Dios, al transformar el
agua en vino.
El Cuarto Evangelio muestra que Jesús no es solamente el
Hijo del Hombre, sino también el Unigénito Hijo de Dios. Su
persona, sus enseñanzas, su obra redentora, todo ello ha servido
para revelar a Dios al mundo, y su gran amor para con la humanidad
que anda en tinieblas a causa de su pecado.
Calvino también afirma que el Evangelio de Juan es <la llave
que abre la puerta a la comprensión de los otros tres Evangelios> Si
los primeros tres Evangelios relatan qué es lo que Jesús hizo, Juan
revela ante todo lo que Jesús es. El Unigénito Hijo de Dios. Por
tanto, el cuarto Evangelio presenta muchas pruebas de Su divinidad.
El Evangelio de Juan es un tratado teológico que ha de
sustentar la fe de la iglesia en los momentos de pruebas, en todo
lugar y en todos los tiempos.
Es con este pensamiento en mente que debemos acercarnos
al estudio del Evangelio de Juan.
 
Capítulo 2
La Deidad del Señor Jesucristo
Esta es la presentación que hace el Apóstol Juan de la persona del
Señor Jesucristo.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el
Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las
cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido
hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de
los hombres” (Juan 1:1-5).
El “Verbo” es el nombre con el cual se identifica a la persona
de nuestro Señor Jesucristo, antes de su encarnación.
“Verbo” en griego es “Logos”, que significa “palabra viva”. Esta
designación del “Logos de Dios” ó “Verbo de Dios” se usa en
referencia al Señor Jesucristo. Revela Su existencia eterna; Su
deidad esencial; Su personalidad propia. Como Logos, el Señor
Jesucristo es la expresión de la mente de Dios con respecto al
hombre.
Juan comienza su evangelio diciendo:
“En el principio era el Verbo” (Juan 1:1). En el versículo 14 nos
dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”
(Juan 1:14a).
“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado
gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y
darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será
grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le
dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María
dijo al ángel: ¿Cómo será esto? Pues no conozco varón.
Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual
también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”
(Lucas 1:30-35).
En Primera de Juan también leemos:
“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que
hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y
palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Juan
1:1).
Cuando en la Biblia se nos habla del “VERBO de Dios”, se nos
está hablando del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios.
Jesucristo, como el Verbo de Dios, es la expresión de Dios. Es
Dios, vestido de humanidad, para darse a conocer entre los
hombres. Por esta razón las señales y los hechos del Señor
Jesucristo, que Juan narra en su Evangelio, tienen como único fin
que los hombres vean y entiendan que son señales que Dios hace
para que al verlas crean que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Mesías
prometido a la nación de Israel.
Por ejemplo: ¿Quién puede cambiar o alterar las leyes de la
naturaleza? Sólo el Creador. Convertir el agua en vino, no es obra
del hombre, sino obra de Dios. ¿Quién puede sanar un enfermo a la
distancia, sin saber siquiera la enfermedad que padece? Sólo Dios
puede hacer estas obras. ¿Quién puede alimentar, con cinco panes
y dos peces, más de cinco mil personas? Sólo Dios. ¿Quién puede
levantar a un muerto y devolverle la vida después de estar cuatro
días en la tumba? Sólo Dios puede hacer obras como estas. Si el
Señor Jesucristo hizo estas señales, es evidente que Él es Dios.
2. La Eternidad del Verbo
Juan comienza su evangelio afirmando la eternidad del Verbo
cuando dice: “En el principio era el Verbo”. Dicho de otra manera, en
el principio ya existía el Verbo, el Señor Jesucristo. Aunque
«principio» no puede ser separado de su relación con el tiempo, se
afirma que cuando el tiempo empezó, el Verbo ya existía con Dios, y
era Dios. Aquí se afirma la eternidad del Verbo y cuando se afirma la
eternidad del Verbo, se está afirmando la eternidad del Señor
Jesucristo. El Señor Jesucristo, como el Verbo de Dios, es coeterno
con el Padre. Esto quiere decir que existe desde antes que el
mundo fuese, por tanto, es partícipe en el acto de la creación del
mundo.
“Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho” (Juan 1:2-3).
Juan afirma que Jesús era una persona existente antes de su
encarnación. Esta declaración concuerda con las palabras dichas
por el Señor Jesucristo cuando en su oración intercesora dijo:
“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella
gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5).
Jesús, como el Verbo de Dios, no fue creado por el Padre,
mucho menos tuvo su origen en la encarnación en las entrañas de
María. Él existía desde la misma eternidad con el Padre. Por eso
podemos confiar en Él, pues Él no es solamente Hombre, Él es Dios
hecho Hombre.Por tanto, Su Palabra es fiel y verdadera, en la cual
podemos confiar.
Los griegos creían que habían dos clases de mundos: El
mundo real y el mundo de las sombras. El planeta tierra era el
mundo de las sombras. La morada de los dioses era el cielo, era el
mundo donde todas las cosas eran reales y eternas. Los griegos
creían en la existencia del “Logos” de Dios, que para ellos era la
“Palabra” la “Razón”.
Cuando estudiaban la creación y veían el orden y cómo todo
se rige por leyes, lo que hoy llamamos la ciencia de la física, para el
pensador griego todo era creado por el “Logos” de Dios.
Es así como Juan introduce su Evangelio, afirmando la
eternidad del Verbo de Dios. Esta enseñanza tiene sus primeros
destellos en la literatura del Antiguo Testamento.
“Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus
obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio,
antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes
que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los
montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido
yo engendrada; No había aún hecho la tierra, ni los campos, ni
el principio del polvo del mundo. Cuando formaba los cielos,
allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del
abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas
no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los
fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo, y
era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en
todo tiempo” (Proverbios 8:22-30).
El profeta Isaías, en su profecía, nos presenta al “Verbo de
Dios” de la siguiente manera:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el
principado sobre su hombre; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de
paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrá límite, sobre
el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y
confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para
siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Isaías
9:6-7).
Cuando los griegos se preguntaban, qué es lo que hace al
hombre un ser pensante, y con voluntad propia, su respuesta era:
“Esta es la obra del Logos de Dios”. De ahí la frase famosa de
Platón: <Pienso, luego existo>.
Juan se sirve de este pensamiento para decirle a los griegos y
con ellos a toda la humanidad, que el “Logos de Dios”, había venido
a este mundo en la persona de Jesús de Nazaret.
La Iglesia tuvo sus comienzos dentro del judaísmo. Al principio
todos sus miembros eran judíos. Treinta años después de la muerte
y resurrección del Señor Jesucristo, alrededor del año 60 DC, el
cristianismo había viajado por Asia Menor y Grecia y había llegado a
Roma. Por este mismo tiempo debía haber en la Iglesia cien mil
griegos por cada judío cristiano. Las ideas judías eran extrañas para
los griegos. Aquí estaba el problema — ¿cómo presentar el
cristianismo al mundo griego?—
En su tradición religiosa, los griegos sólo tenían dos cosas en
común con el pensamiento judío:
Primero: La creencia en dos mundos. El mundo en el cual
vivimos y el mundo del más allá, en el cual viven para siempre las
cosas reales y eternas.
Segundo: El concepto de un Dios Creador, un Dios sabio
que gobierna el universo. Para los judíos ese Dios es Jehová el Dios
de Israel. Para los griegos era el “Logos”.
En griego la palabra “Logos” significa palabra o razón. Para los
griegos, el universo era un universo de orden, regido por leyes
inviolables. Cuando a los griegos se les preguntaba, ¿Quién había
establecido las leyes de la física? La respuesta era: El “Logos de
Dios”.
El problema para los pensadores griegos era, cómo pasar del
mundo de las sombras, al mundo de la luz. Juan está contestando
esa interesante pregunta. Esa es la obra del “Verbo” de Dios, decir a
los hombres que viven en el mundo de sombras, cómo llegar al
mundo de la luz, al reino de Dios.
“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos:
Dios es luz, y no hay ninguna tinieblas en él” (1 Juan 1:5).
“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de
la vida” (Juan 8:12).
Lo que el apóstol Juan ha hecho es, presentar al Mesías de
Israel como el “Logos”, para establecer el puente entre dos culturas
que corrían paralelas: la de los judíos y la de los griegos.
Establecido el puente, el apóstol Juan presenta la solución al
problema existente: ¿Cómo pasar del mundo de las sombras, al
mundo real donde las cosas eternas permanecen para siempre?
Esta es la respuesta del apóstol: El Verbo, el Logos, es el camino. Él
es la verdad y en Él se halla la vida, pero no la vida que se vive en
el mundo de las sombras, sino la vida que se vive en el mundo real,
la vida eterna. El Verbo, el Logos, vino del mundo real, el cielo, para
establecer ese puente del mundo de las sombras, al mundo de la
luz, las moradas eternas.
Es así como Juan, en el mismo principio de su Evangelio,
afirma la eternidad del “Verbo”, cuando dice: “Todas las cosas por
Él fueron hechas…” (Juan 1:3)
El Logos, para los griegos; el Verbo, para los judíos; para
nosotros, el Señor Jesucristo. Lo que Juan está afirmando es que, el
Verbo de Dios, no es una de las criaturas creadas por Dios el
Creador del Universo. Él existía antes de la creación. Juan está
hablando de la preexistencia de Cristo.
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18).
3. El Verbo era con Dios
En Juan 1:1, el Apóstol afirma la personalidad del Verbo. “En el
principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
En este texto del Evangelio, Juan no sólo nos afirma la
eternidad del Verbo, sino su Personalidad, pues nos dice: “El Verbo
era con Dios”. Aquí la preposición ‘con’ es muy significativa porque
indica comunión y compañerismo, y esto demuestra la armonía que
existe entre el Padre y el Hijo, el Verbo.
La preposición ‘con’ sólo se usa cuando nos referimos a
personas que están juntas. Por ejemplo, decimos: Juan estaba con
Pedro; lo que indica que Juan no estaba solo, Pedro le
acompañaba.
Si el Verbo estaba con Dios, antes de todas las cosas creadas,
entonces el Verbo es eterno. Es Divino y es Eterno igual que Dios el
Padre.
Ahora comprendemos con mayor claridad el plural en el hablar
de Dios que hallamos en varios textos de la Biblia. Como por
ejemplo:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).
¿Con quién habla Dios en el momento de la creación del
hombre? Es evidente que Dios habla con el Verbo, pues el Verbo
existía con el Padre desde la eternidad. Este plural lo encontramos
también cuando dice:
“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de
nosotros, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:22a).
En Génesis 11:67, aparece nuevamente el plural cuando Dios
dice: “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua”.
Así queda claramente demostrado no sólo la eternidad del
Verbo, sino su Personalidad. El Señor Jesucristo confirmó con sus
propias enseñanzas esta verdad, cuando hablando a la multitud
dice:
“Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie
conoció al Hijo, sino el Padre, ni el Padre conoce alguno, sino
el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27).
Hay dos maneras como el Señor Jesucristo reveló a Dios entre
los hombres:
Primero: Cuando Felipe dijo a Jesús:
“Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto
tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:
Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre
en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia
cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras (Juan
14:8-10).
Segundo: El Señor Jesucristo reveló a Dios a través de sus
obras o señales. Hablando a los judíos les dice:
“Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las
hago, aunque nome creáis a mí, creed a las obras, para que
conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan
10:37-38).
Por tanto, la única diferencia que hay entre el Padre y el Hijo
es, que el Hijo se sujeta al Padre, pero en eternidad y divinidad son
iguales. Por eso, el Señor Jesucristo dijo a los judíos: “Yo y el Padre
uno somos” (Juan 10:30).
4. Y el Verbo era Dios
Finalmente nos dice el apóstol Juan: “Y el Verbo era Dios”.
Aquí se afirma la Divinidad del Señor Jesucristo, como el Verbo de
Dios.
Lo que el Apóstol Juan está enseñándonos es que el Verbo no
solamente es eterno. El Verbo es también una persona. Además, la
persona del Verbo es Divina.
El libro de Apocalipsis dice:
“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que
es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis
1:8).
Alfa, es la primera letra del alfabeto griego y Omega es la
última. Principio y fin de todo lo que se ha dicho y lo que se pudiera
decir acerca del Verbo de Dios.
Cuando los judíos dijeron al Señor Jesucristo:
“Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió:
Os lo he dicho, y no creéis” (Juan 10:24-25).
Pablo, escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, en la
epístola a los Colosenses dice:
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los
rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).
Esta enseñanza del apóstol tiene un propósito definido.
Corregir las enseñanzas erróneas del gnosticismo. El gnosticismo
enseñaba que Dios no podía ser el Creador del universo. Para los
gnósticos la materia era mala, por tanto, el universo era creado de
algo que era malo por naturaleza. Decían los gnósticos: Dios es
bueno y santo, por tanto lo bueno y lo santo no pudo entrar en
contacto con la materia que es mala. Por tanto, Dios no puede ser el
Creador del universo. Juan afirma que el Logos, el Verbo de Dios,
es el Creador del universo. Para demostrar que la materia no es
mala, Juan señala que Dios, en la persona del Verbo, se encarnó,
se vistió de humanidad, en las entrañas de María, para habitar entre
los hombres y revelarnos los misterios del reino de Dios.
5. La Encarnación del Verbo
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y
vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de
gracia y de verdad” (Juan 1:14).
Ahora, Juan nos presenta la encarnación del Verbo. Pero Juan
no nos relata cómo fue que el Verbo se vistió de humanidad para
que naciera Dios hecho Hombre en el pesebre de Belén; por tanto,
vamos nosotros a usar el relato que nos presenta el Evangelio
según San Mateo.
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María
su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había
concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo,
y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando
él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y
le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer,
porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y
dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para
que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta,
cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,
Y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con
nosotros” (Mateo 1:18-23).
El Verbo, que es divino igual que el Padre, por amor al
pecador, dejó su gloria por un momento y vino y se vistió de
humanidad en las entrañas de María virgen, no por obra de varón,
sino por obra y gracia del Espíritu Santo. Es así como el Verbo se
hizo Hombre y nació en el pesebre de Belén.
El escritor de la Epístola a los Hebreos nos señala la razón por
la cual Cristo, como el Verbo de Dios, en obediencia al plan redentor
de Dios el Padre, y en demostración de su gran amor por la
humanidad perdida, por un momento en la cronología del tiempo, se
despojó de su gloria y se vistió de humanidad en las entrañas de
María, no por obra de varón, sino por obra y gracia del Espíritu
Santo, para nacer como el Dios hecho Hombre.
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él
también participó de lo mismo, para destruir por medio de la
muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo, y
librar a todos los que por el temor de la muerte estaban
durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).
6. Conclusión
¿Qué es lo que el Apóstol Juan acaba de enseñarnos?
1) El Verbo goza de eternidad igual con el Padre.
2) El Verbo participó en la creación del universo. Eso fue lo
que leímos en Proverbios, capítulo ocho.
3) El Verbo es la segunda persona de la Trinidad.
4) El Verbo, quien es Divino igual que el Padre, por amor al
pecador, dejó Su gloria por un momento y vino y se vistió de
humanidad en las entrañas de María virgen y nació en el
pesebre de Belén.
5) Habitó entre los hombres.
6) Nos reveló el Evangelio del reino de Dios.
7) Luego fue a la cruz y murió como el Cordero de Dios, para
que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que reciba
el perdón de sus pecados y el regalo de Dios, la vida eterna.
8) “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en
él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito
Hijo de Dios” (Juan 3:17-18).
 
Capítulo 3
El Testimonio de Juan el Bautista
Juan el Bautista era hijo del sacerdote Zacarías, y conocía bien el
ritual de cada una de las festividades que se celebraban en el
templo y de manera especial la Pascua, donde se sacrificaba el
cordero Pascual. Juan el Bautista era nazareo desde el vientre de
su madre, y había venido a este mundo con una misión específica
revelar la venida del Mesías de Israel.
Todo pueblo cautivo espera con ansiedad la llegada de su
libertador. En los días cuando Juan el Bautista prorrumpió en el
desierto predicando el bautismo de arrepentimiento, los judíos
estaban bajo el dominio de los romanos, y su esperanza era la
llegada de su Mesías Rey. Por tanto, cuando los príncipes del
pueblo de Israel oyeron que Juan el Bautista estaba llamando a la
nación de Israel al arrepentimiento y que las gentes venían por
millares para oírle y bautizarse, enviaron mensajeros para que le
preguntasen ¿Tú quién eres? Pensaban los príncipes del pueblo si
acaso Juan el Bautista sería el Mesías de Israel.
“Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de
Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú,
quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el
Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No
soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues
quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron
¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama
en el desierto. Enderezad el camino del Señor, como dijo el
profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los
fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues,
bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les
respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de
vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que
viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy
digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas sucedieron
en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba
bautizando” (Juan 1:19-28).
1. Juan el Apóstol Presenta a Juan el Bautista
El apóstol Juan nos presenta a Juan el Bautista de la siguiente
manera:
“Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.
Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a
fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que
diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra
a todo hombre, venía a este mundo. Enel mundo estaba, y el
mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” (Juan
1:6-10).
Juan el Bautista era el enviado de Dios al pueblo de Israel para
preparar el camino al Señor Jesucristo para su ministerio y a su vez
lo presentara al pueblo como el Mesías de Israel.
El cuarto Evangelio otorga a Juan el Bautista una posición muy
superior a la que el mismo Juan se arrogaba.
2. Juan el Bautista Presenta al Señor Jesucristo.
Juan el Bautista presenta al Señor Jesucristo de la siguiente
manera:
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este
es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el
cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le
conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto
vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio,
diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y
permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió
a bautizar con agua, aquel me dijo: Sobre quien veas
descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que
bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio
de que éste es el Hijo de Dios. El siguiente día otra vez estaba
Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba
por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:35-36).
Cuando Juan el Bautista presenta al Señor Jesucristo al
pueblo de Israel en las orillas del Río Jordán; no lo presenta como el
Hijo de Dios, tampoco como el Mesías de Israel, ni el Rey de los
judíos; sino como “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Juan 1:29).
El Cordero de Dios era un término bien conocido por el pueblo
de Israel, que corre como un hilo carmesí a través de toda la Biblia,
desde Génesis hasta Apocalipsis.
“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a
Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y
dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete
a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de
los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de
mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos
suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se
levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó
Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos… Y tomó Abraham la
leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en
su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos.
Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío.
Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y
la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y
respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el
holocausto, hijo mío.” (Génesis 22:1-4; 6-8).
Isaac es un prototipo del Señor Jesucristo, quien es el
verdadero Cordero de Dios, y quien consumó el sacrificio en el
Monte Calvario, cuando muere como Cordero de Dios para expiar el
pecado del mundo.
Cuando Dios llamó al profeta Moisés para que fuera a Egipto a
sacar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, Jehová habló a
Moisés diciendo:
“Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez
de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de
los padres, un cordero por familia… Y lo guardaréis hasta el
día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del
pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre,
y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en
que lo han de comer… Y lo comeréis así: ceñidos vuestros
lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en
vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua
de Jehová” (Éxodo 12:3, 6-7, 11).
El cordero que iban a sacrificar en el día de la Pascua, era un
prototipo de Cristo; por tanto, el cordero tenía que ser sin defecto, y
la sangre del cordero, los israelitas debían ponerla en el dintel de las
puertas como señal que ahí vivía una familia de Israel; entonces el
ángel no tocaría ninguno de los primogénitos del pueblo de Israel.
“Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros
estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en
vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto…
Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la
sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella
puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para
herir. Guardaréis esto por estatuto para vosotros y para
vuestros hijos para siempre” (Éxodo 12:13; 23-24).
Este rito debía celebrarse todos los años en la celebración de
la Pascua, como recordatorio que la sangre del cordero Pascual,
había librado de la muerte a todos los primogénitos del pueblo de
Israel, la noche cuando el ángel de Jehová hirió a los primogénitos
de Egipto.
En el año 758 AC, el profeta Isaías profetiza los sufrimientos y
la muerte de Cristo como el Cordero de Dios en la cruz del Calvario,
cuando dijo:
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue
llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7,
énfasis añadido).
Leamos la presentación que Juan el Bautista hizo al ver a
Jesús:
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1:29, énfasis añadido).
Juan el Bautista rinde tributo al Señor Jesucristo cuando lo
presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Para Juan el Bautista, todos los corderos que habían sido
sacrificados en el templo, no eran más que prototipos del Señor
Jesucristo, el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo.
“Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel,
por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan
testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo
como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero
el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre
quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él,
éste es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he
dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. El Salvador
del mundo. (Juan 1:31-34).
El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia de Corinto dice:
“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva
masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es
Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).
Cristo, como el verdadero Cordero de Dios, ofreció el único
sacrificio acepto en la presencia de Dios el Padre para la remisión
de los pecados del mundo. Por tanto, el Señor Jesucristo se ha
constituido en el único mediador entre Dios y los hombres.
El apóstol Pedro, escribiendo a la iglesia en su primera
epístola dice:
“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de
vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas
corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de
Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya
destinado desde antes de la fundación del mundo, pero
manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1
Pedro 1:18-20).
La semejanza que se establece entre el Cordero pascual y el
Señor Jesucristo como el verdadero Cordero de Dios, son bien
interesantes. Sin embargo, no debemos perder de vista el punto
principal en el cual debemos poner fija nuestra mirada y hacer
descansar nuestra fe. El carácter sacrificial de la muerte de Cristo,
como el verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
En el Monte Calvario, el Señor Jesucristo venció a Satanás, le
despojó de todos sus poderes y le sentenció a eterna condenación
en el lago de fuego. En la mañana de la resurrección el Señor
Jesucristo venció la muerte, sacando la vida a la inmortalidad por la
victoria de la resurrección. Porque el Señor Jesucristo venció la
muerte, todos los que hemos puesto nuestra fe en Él y le hemos
aceptado como nuestro único y suficiente Salvador, tenemos victoria
sobre la muerte. La muerte de Cristo, como el Cordero de Dios, es
el fundamentode nuestra salvación.
“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que
tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y
no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él
está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:5-7).
Sobre la muerte de Cristo, como el Cordero de Dios, se
establece el nuevo pacto. “El Pacto de la Gracia”, bajo el cual el
pecador es justificado por la fe en el Señor Jesucristo.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
En el libro de Apocalipsis se nos presenta al Cordero en su
gloria.
“Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres
vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un
Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos,
los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la
tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que
estaba sentado en el trono. Y cuando hubo tomado el libro, los
cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron
delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas
de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban
un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de
abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos
has redimido para Dios, de todo linaje y pueblo y nación; y nos
has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos
sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor
del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su
número era millones de millones, que decían a gran voz: El
Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las
riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la
alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la
tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que
en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al
Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los
siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:6-13).
3. Último Testimonio de Juan el Bautista
Juan el Bautista, antes de ser encarcelado, continuó su
ministerio predicando el bautizando de arrepentimiento, mientras el
Señor Jesús comenzó Su ministerio público.
En Juan capítulo tres leemos:
“Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de
Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba. Juan bautizaba
también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas
aguas; y venían, y eran bautizados. Porque Juan no había sido
aún encarcelado... Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira
que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú
diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan
y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del
cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dijo: Yo no soy
el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la
esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su
lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así
pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca,
pero que yo mengüe” (Juan 3:22-30).
Nos encontramos con Juan el Bautista, como el profeta más
grande. Sin embargo, vemos su humildad, su honestidad al guardar
su lugar y aunque sus discípulos estaban celosos que el Señor
Jesús bautizara y creciera el número de seguidores, mientras que
los de Juan disminuían, él les recordó su testimonio anterior y ocupó
el lugar que le correspondía cuando dice:
“El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del
esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de
la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es
necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:29-30).
 
Capítulo 4
Quién es un Hijo de Dios
El Apóstol Juan en repetidas ocasiones, en su Evangelio, nos da
sólo pinceladas sobre temas de importancia, pero no lo expone con
lujo de detalles. He aquí uno de ellos:
“Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a
este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho;
pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le
recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los
cuales no son engendrados de sangre., ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:9-13).
La luz verdadera, a que se refiere nuestro texto, es el Señor
Jesucristo. En la primera Epístola de Juan también se nos dice:
“Dios es luz” (1 Juan 1:5). Por tanto, Jesucristo es la luz verdadera,
pues El es Dios. El Señor Jesucristo afirma:
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Juan continúa diciéndonos que “el mundo por Él fue hecho; y
en el mundo estaba, pero el mundo no le conoció”.
El Apóstol dice que el Verbo, “a lo suyo vino, y los suyos no le
recibieron”. ¿Cuál era la misión del Verbo? Primero: Revelar a Dios
entre los hombres como el Dios de amor. Segundo: Consumar la
redención del mundo muriendo como el Cordero de Dios en la cruz
del Calvario.
El Señor Jesucristo, como el Mesías de Israel, vino y reveló a
Dios a través de sus obras. Luego, consumó la redención muriendo
como el Cordero de Dios sobre la cruz del Calvario; pero el pueblo
judío no le recibió como su Mesías. Cuando Pilatos preguntó a la
multitud: ¿Qué haré pues con Jesús, el Rey de los judíos? La
respuesta fue: crucifícale, crucifícale. Esta es la más rotunda
negación que el pueblo judío pudo hacer rechazando al Señor
Jesucristo, su Mesías Rey.
Pero no todos los judíos, ni toda la humanidad de su día lo
rechazaron. Juan dice en el verso 12:
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan
1:12, énfasis añadido).s
El Apóstol Juan, en la palabra «todos», está incluyendo a
judíos y gentiles.
¿Quién es un hijo de Dios? Esta enseñanza tan fundamental
en la teología cristiana, tal parece en el día de hoy, no es muy clara
en la mente de muchos que dicen ser cristianos.
He recibido muchas cartas de los radioyentes del programa
Abriendo la Biblia, que me dicen: Pastor Soto, qué bonitas son todas
las cosas que usted enseña en su programa, ¿Pero no es verdad
que todos los seres humanos somos hijos de Dios? Aunque la frase
suena muy bonita al oído, no es la verdad.
La Biblia nos dice que Dios creó al hombre del polvo de la
tierra, y luego creó a la mujer. Al ser el hombre y la mujer creación
de Dios nos coloca en el plano de criaturas de Dios, y no de hijos de
Dios. No hemos sido engendrados por Dios. Hemos sido creados
por Él.
Entre los nacidos de mujer, sólo uno, el Señor Jesucristo nació
siendo Hijo de Dios, por cuanto Él fue engendrado en las entrañas
de María virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo. Tú y yo
nacimos en la condición de simples criaturas de Dios y no en la
condición de hijos de Dios, pues las criaturas engendran criaturas.
Tanto judíos como gentiles.
Algunos creen que a través del bautismo nos hacemos hijos de
Dios. El bautismo es una ordenanza del Señor Jesucristo por medio
de la cual se introduce, a los que creen en él, a su cuerpo que es la
iglesia. A la iglesia no le ha sido conferido poder para cambiar a las
criaturas en hijos de Dios. El Señor estableció la iglesia y le dio
autoridad y poder para proclamar al mundo que Jesucristo es el
Señor a la gloria de Dios el Padre. Que Él es el único camino que
conduce a la presencia del Padre. Que Él es el camino, la verdad y
la vida; y que nadie podrá entrar en el reino de los cielos sino a
través de la fe en el Señor Jesucristo.
El único que puede cambiar una criatura en un hijo de Dios, es
Dios mismo a través del nuevo nacimiento.
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios; los cualesno son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de
voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:11-13, énfasis
añadido).
Observemos con cuidado cuál es la enseñanza de la Palabra
de Dios. Para llegar a ser hechos hijos de Dios, hay dos condiciones
establecidas en el verso 12.
1. “Los que le Recibieron”
Recibir al Señor Jesucristo es la primera condición. ¿Recibirle
dónde y cuándo? ¿Se estará refiriendo este texto, a aquellas
personas que, durante el ministerio terrenal de nuestro Señor
Jesucristo, le recibieron en sus hogares o en su ciudad?
Evidentemente que no. El texto bíblico se está refiriendo a una
experiencia espiritual que tiene que sucederse en la vida de todo
hombre o mujer que oye el mensaje del Evangelio, abre su corazón
y recibe al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador.
El apóstol Juan nos está hablando de recibir, por un acto de fe,
al Señor Jesucristo en el corazón como Señor de la vida y Salvador
del alma.
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”
(Hechos 4:12).
El apóstol Pablo escribiendo su epístola a los cristianos de la
iglesia en Éfeso, les habla de esta experiencia cuando dice:
“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones”
(Efesios 3:17a).
Pablo confirma esta enseñanza cuando, escribiendo su
epístola a los Gálatas dice:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas
vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la
fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por
mí” (Gálatas 2:20).
Cuando Jesucristo es una realidad viviente en el corazón del
hombre, éste ha nacido de nuevo. Al nacer de nuevo, nace en la
familia de Dios.
La gran mayoría de las personas a las cuales les hablamos del
Evangelio, casi siempre nos responden: <Yo creo en Dios y en
Jesucristo>. La Biblia nos dice que los demonios también creen en
la existencia de Dios y en la existencia del Señor Jesucristo y
tiemblan (Santiago 2:19), pero eso no les garantiza salvación. No se
debe confundir un simple asentimiento intelectual de un hecho
espiritual, como lo es el nuevo nacimiento. Como dice la Escritura:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2
Corintios 5:17.
Esto aplica a judíos y gentiles. Abarca a todas las razas que
pueblan la tierra.
2. “Los que Creen en Su Nombre”
La segunda condición es creer en el nombre del Señor
Jesucristo esto implica aceptarle por lo que Él es. El Hijo de Dios y
el Salvador del mundo. El Redentor de la humanidad y por lo tanto,
el único Salvador. Es aceptar el sacrificio de Cristo en la cruz del
Calvario en nuestro lugar, Él pagó el precio de la redención del ser
humano.
Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres,
porque sólo a través de los méritos del sacrificio que Él consumó en
la cruz del Calvario, el pecador puede ser justificado en la presencia
de Dios. Él es el único camino por el cual podemos llegar al reino de
los cielos. Sólo en Él podemos encontrar la vida y la vida eterna.
Creer en Cristo es creer todo este conjunto de verdades que están
escritas en la Palabra de Dios.
Cuando creemos este conjunto de verdades bíblicas y abrimos
nuestro corazón y aceptamos al Señor Jesucristo como el Señor de
nuestra vida y Salvador de nuestra alma, entonces hemos creído en
Él. Nuestro texto nos dice: “Que a todos”, sin distingo de raza,
posición o color, a todos “los que le recibieron” en su corazón, a
esos les fue dada “potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Concluimos pues, que todo hombre o mujer, que al oír el
mensaje del Evangelio, cree en el Señor Jesucristo y le recibe en su
corazón como el Señor de su vida y Salvador de su alma, a ese le
es otorgado por Dios el Padre, la potestad de ser hecho hijo de
Dios.
En el momento que el Señor Jesucristo viene al corazón del
pecador que ha creído en Él y le ha recibido como su Salvador, Él
obra el nuevo nacimiento. Es en ese momento cuando nacemos en
la familia de Dios. Ahora somos hijos de Dios por adopción,
herederos del reino de nuestro Padre y coherederos juntamente con
el Señor Jesucristo.
Esta enseñanza la confirma el apóstol Pablo en su Epístola a
los Romanos cuando dice:
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la
carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:12-14).
Al nacer de nuevo, Dios nos imparte de su naturaleza divina,
como claramente nos enseña el apóstol Pedro en su segunda
epístola:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad
nos han sido dadas por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y
excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”
(2 Pedro 1:3-4).
Resumimos: Nacemos y vivimos como criaturas de Dios. El día
en que creemos en Cristo y le aceptamos como el Señor de nuestra
vida y el Salvador de nuestra alma, en ese mismo momento se
sucede el nuevo nacimiento. Ahora, en la condición de nuevas
criaturas, somos hijos de Dios. Dios es nuestro Padre celestial y
nosotros sus hijos adoptivos; y como hijos adoptivos somos
herederos de su reino y coherederos juntamente con nuestro Señor
Jesucristo.
Rechazar la invitación a aceptar al Señor Jesucristo como
Señor y Salvador, es la más rotunda negación de la fe que decimos
profesar en Él.
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa
creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está
sobre él” (Juan 3:36).
Nota importante:
Antes de continuar al próximo capítulo del libro, debemos
indicar que en el capítulo dos de Juan, encontramos dos episodios
muy importantes.
Primero: Las bodas en Caná de Galilea. Esta primera señal
que el Señor Jesús hizo, la estudiaremos en el capítulo 7, donde
están agrupadas todas las señales presentadas por el Apóstol Juan
en su Evangelio.
Segundo: La primera purificación del templo. Este segundo
episodio lo encontramos en Juan 2:13-16
“Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a
Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes,
ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo
un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las
ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas,
y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de
aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de
mercado” (Juan 2:13-16).
Esta es la primera pascua a la que Jesús asistió después de
su bautismo. El Señor Jesucristo se encuentra en el templo en
Jerusalén. Él quería celebrar la pascua como era su costumbre y
esta era la primera ocasión en que se presentaba en público
después de su bautismo.
En el patio de los gentiles, los sacerdotes habían establecido el
sitio para el cambio de moneda con la que se podía dar ofrendas
para el templo, y donde se traían los animales para sacrificar en
holocausto.
Si todo funcionara dentro de lo normal, el Señor Jesús no
hubiera tenido que usar un azote de cuerdas para sacar de la “Casa
de Su Padre” a los mercadores, cambistas, bueyes y ovejas. El
Señor Jesús los echó fuera y les enseñó que la Casa de Su Padre
era casa de oración y no una plaza de mercado.
Debemos tener mucho cuidado con lo que hacemos en la casa
del Señor. Además, cada creyente en el Señor Jesucristo y redimido
por Su sangre, se constituye el templo del Espíritu Santo.
¿Son nuestras acciones, pensamientos y sentimientos una
plaza de mercado? Ó ¿realmente funcionamos como el templo del
Espíritu Santo?
Recordemos que el Señor prefiere la obediencia a Él, que los
sacrificios sin sentido, o por interés.
 
Capítulo 5
El Nuevo Nacimiento
El capítulo tres delEvangelio de Juan, comienza narrándonos la
visita de Nicodemo, un príncipe entre los judíos para hablar con el
Señor Jesús. Nicodemo, era un maestro de la ley de Moisés, un
principal entre los judíos, pertenecía a la secta de los fariseos. Por la
historia sabemos que era el presidente del Concilio de los
sacerdotes en Jerusalén.
Los fariseos se creían ser los hombres perfectos de la nación
de Israel. Para los judíos, la Ley que el profeta Moisés había
recibido de Jehová Dios en el monte Sinaí, era la cosa más sagrada
del mundo.
A la nación de Israel no les era permitido agregar, ni quitar ni
una palabra de los diez mandamientos, de la ley y sus estatutos
escritos en los primeros cinco libros de la Biblia, que se conocen con
el nombre de “El Pentateuco”, pues era la revelación de Dios en
toda su esencia.
El nombre “fariseo” era una distinción que significaba
“separados” para toda la vida, para observar cada enseñanza de la
Ley. Nicodemo pertenecía a la secta de los fariseos, los que creían
que todo lo que hacían agradaba a Dios.
El relato nos dice que Nicodemo vino a Jesús de noche. Se
han hecho muchos comentarios señalando posibles razones por las
cuales Nicodemo vino de noche a visitar al Señor Jesús. La visita de
Nicodemo para hablar con Jesús está llena de interrogantes.
Primero: ¿Por qué deseaba visitar a Jesús de noche?
Algunos estudiosos de la Biblia objetan que pudo ser una medida de
precaución para no comprometer a sus compañeros de oficio.
Segundo: Están los que piensan que el Señor Jesús, durante
el día, estaba demasiado ocupado con los que venían a Él para
interrogarlo acerca de sus enseñanzas; otros venían para que
sanara los enfermos. Por tanto, el mejor tiempo para visitarle era de
noche.
Lo más importante de esta visita es lo que el Señor reveló a
Nicodemo. La enseñanza del “Nuevo Nacimiento” como requisito
indispensable para poder entrar en el reino de Dios.
Nicodemo era miembro del Sanedrín. El Sanedrín era un
tribunal de setenta miembros y era la suprema corte de los judíos.
Uno de sus deberes era el de examinar y juzgar a los falsos profetas
que con frecuencia aparecían como maestros del pueblo,
enseñando doctrinas que eran contrarias a la Ley.
Hay dos puntos que nos llaman la atención en el encuentro de
Nicodemo con el Señor Jesús:
Primero: La forma respetuosa como Nicodemo se dirige al
Señor Jesucristo llamándolo Rabí. Rabí era un título de distinción
que sólo se daba a los maestros de la Ley.
Segundo: Nicodemo reconoce que Jesús era un enviado de
Dios.
“Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque
nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios
con él” (Juan 3:2).
La respuesta del Señor Jesucristo a Nicodemo fue:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
El Nuevo Nacimiento es la respuesta a la necesidad del
hombre de ser restaurado a su condición primaria cuando Dios lo
creó para ser su mayordomo en el huerto del Edén.
La Biblia, como fuente de la revelación divina, nos enseña que
cuando Dios creó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz
aliento de vida, el hombre creado era perfecto. Pero en el momento
que el hombre desobedeció el mandato de Dios, de no comer la
fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal, cayó en pecado y el
pecado hizo separación entre el hombre como la criatura y Dios
como su Creador. Entonces dijo Dios a Satanás:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre su simiente y la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el
calcañar. A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los
dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu
deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al
hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y
comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él;
maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella
todos los días de tu vida” (Génesis 2:15-17).
Desde ese mismo momento Dios no volvió a pasearse en el
huerto en compañía de Adán, y Adán no pudo ver más el rostro de
Dios.
El Nuevo Nacimiento para poder entrar en el reino de Dios,
tema que el Señor Jesucristo planteó a Nicodemo, está señalando la
imperativa necesidad que el hombre tiene de ser restaurado a su
estado original, en el momento de ser creado.
1. La Enseñanza del Nuevo Nacimiento
Nacer de nuevo significa experimentar un cambio de 100
grados que Dios opera en la vida del hombre. Es una transformación
a nuestro hombre interior, y a nuestra alma, que sólo se puede
describir como un nuevo nacimiento. Entendiendo con toda claridad,
que esta transformación que comúnmente llamamos nuevo
nacimiento, no es algo que el hombre puede alcanzar por su propio
esfuerzo. Esta obra es la expresión de la gracia de Dios manifestada
en el hombre a través de Jesucristo, y del Espíritu Santo.
En algunos textos de la Biblia aparece como sinónimo de
“Nuevo Nacimiento”, la palabra “regeneración”. El Nuevo Nacimiento
es el cambio de corazón o de la naturaleza del hombre que acepta
el señorío de Cristo en su vida y en esa fe lo acepta como su
Salvador.
En las congregaciones hay dos clases de adoradores:
Primero: Aquellos que lo son sólo de palabra, porque nunca
su naturaleza ha sido transformada por medio del Nuevo
Nacimiento.
Segundo: Y los que en verdad lo son, porque han nacido de
nuevo.
En la Biblia, este concepto de cambio de corazón, se presenta
de distintas maneras. El profeta Ezequiel nos habla de “quitar el
corazón de piedra y poner un corazón de carne”.
“Os daré corazón nuevo, pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré el corazón de piedra, y os daré un corazón
de carne” (Ezequiel 11:19).
El Señor Jesucristo hablando del nuevo nacimiento nos lo
presenta como “nacidos de nuevo” ó “nacidos de agua y del
Espíritu”.
“Respondió Jesús y dijo: De cierto, de cierto te digo que el que
no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan
3:3, énfasis añadido).
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5,
énfasis añadido).
El apóstol Pablo nos lo presenta como volver a nacer.
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17,
énfasis añadido)
El apóstol Pedro, escribiendo sobre el mismo tema, nos lo
presenta “como participantes de la naturaleza divina”.
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad
nos han sido dadas por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y
excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”
(2 Pedro 1:3-4, énfasis añadido).
Estas expresiones tienen el mismo significado. Describen un
cambio radical en el corazón del creyente en Cristo, una
transformación completa del hombre interior.
Este cambio de corazón, en el pecador arrepentido, en algunos
es un cambio repentino, como en el caso de la conversión de Saulo
de Tarso, Pablo; o el caso del carcelero de Filipo. En otros es un
proceso que toma tiempo.
Cuando el pecador reconoce sus pecados, los confiesa a Dios
y acepta al Señor Jesucristo como el Señor de su vida y Salvador de
su alma, obtiene el nuevo nacimiento y se produce ese cambio en
su vida.
La doctrina del Nuevo Nacimiento que estamos estudiando es
de mucha importancia; no es una teoría, ni mucho menos
especulaciones; es algo que todo cristiano debe experimentar si
quiere entrar en el reino de Dios.
2. La Necesidad del Nuevo Nacimiento
La necesidad del Nuevo Nacimiento, o de la regeneración, se
hace imperativa en la vida del ser humano por ser una enseñanza
dada por el mismo Señor Jesucristo.
“De cierto, de cierto, te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios”. La frase de cierto, de cierto te digo,
enel original del griego, quiere decir: ciertamente dos veces.
La esperanza de todo ser humano es que, al encontrarse con
la experiencia que llamamos muerte, las puertas del reino de los
cielos se abran para él. Ninguna criatura quiere morir y luego ser
separada de su Creador. El hombre se hace religioso, hace
penitencia, da limosnas, hace obras, en la esperanza de ganar el
reino de Dios. El Señor Jesucristo hablando a Nicodemo le dice: “De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios”. El reino de Dios no se gana a través de obras;
tampoco lo podemos comprar. El reino de Dios se hereda. De ahí la
imperativa necesidad de nacer de nuevo, nacer en la familia de
Dios.
La necesidad del nuevo nacimiento, o de la regeneración, se
hace indispensable por nuestra condición de pecadores y la
depravación del corazón del hombre.
Vivimos en una sociedad que con frecuencia invierte los
valores. A lo malo llama bueno, y a lo bueno llama malo.
Dios, hablando por medio del profeta Jeremías dice:
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas y
perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la
mente, y que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su
camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10,
énfasis añadido).
El pecador no solamente necesita ser perdonado de la culpa
por sus pecados cometidos, sino librado de ese motor generador del
pecado, el cual es el corazón; esta es la imperativa necesidad de
que el Señor aplique su bisturí y extirpe el corazón de piedra y nos
haga un trasplante de un corazón según el corazón de Dios.
Analizando el nuevo nacimiento, desde el punto de vista de la
ciencia, parece fuera de toda lógica. Pero cuando lo analizamos
desde el plano de la vida espiritual, hay que aceptar la realidad del
nuevo nacimiento como requisito indispensable para entrar en el
reino de Dios. Algo radical tiene que suceder en nuestra vida como
resultado de nuestro encuentro con Dios, y ese algo es el nuevo
nacimiento.
Para entrar al mundo fue necesario nacer de la carne. Así
también, para poder entrar en el reino de Dios, que es un reino
espiritual, es necesario nacer del Espíritu. Como dice la Biblia:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es” (Juan 3:5-6).
Usted no puede ser un hijo de Dios, si no ha nacido de nuevo.
Esta es la imperativa necesidad del nuevo nacimiento. Al reino de
Dios no vamos a entrar en la condición de criaturas, sino de hijos de
Dios. (El tema “hijos de Dios” está ampliamente discutido en el
capítulo cuatro de este libro).
Sin el Nuevo Nacimiento, o regeneración, no estamos
preparados para entrar al reino de Dios. Si no estamos preparados
para entrar en el reino de Dios y morimos, la pregunta es: ¿Dónde
va nuestra alma? El Señor Jesucristo sólo habló de dos lugares
donde el hombre vivirá la eternidad:
Primero: El cielo, el reino de Dios.
Segundo: El infierno, donde el gusano no muere y el fuego
nunca se apagará.
3. Las Evidencias del Nuevo Nacimiento
Para el cristiano que ha nacido de nuevo, o que ha sido
regenerado, el pecar ya no es su estilo de vida, esa no es una
predisposición natural en su corazón.
Esta es la enseñanza del apóstol Juan:
“Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado” (1
Juan 3:9).
Para el cristiano que ha nacido de nuevo, el pecado es algo
abominable, algo que él odia y que repudia. Dios sabe que ese
cristiano aborrece el pecado y el deseo de su corazón es vivir en
santidad. Con todo eso, puede ser sorprendido por malos
pensamientos, y si no los rechaza inmediatamente, puede caer en
pecado. El que ha nacido de nuevo y peca, reconoce su pecado,
pide perdón a Dios y establece nuevamente su comunión con Dios.
La persona que cree que el Señor Jesucristo es el Señor de su
vida y el único Salvador del mundo y en esa fe lo acepta como
Señor y Salvador, nace de nuevo.
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios” (1 Juan 5:1, énfasis añadido).
El creyente que ha nacido de nuevo, se esfuerza por vivir su
vida de conformidad con lo que está escrito en la Palabra de Dios; y
evita hacer las cosas que Dios aborrece. Es el que camina bajo la
dirección del Espíritu Santo y en cuya vida se ve el fruto del Espíritu
Santo.
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23).
El que ha nacido de nuevo, o que ha experimentado la
regeneración, vive en amor y ama a sus hermanos en la fe, como
dice el apóstol Juan:
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en
que amamos a los hermanos”. (1 Juan 3:14).
Para la persona que ha sido regenerada, o ha nacido de
nuevo, los placeres del mundo no son su norma de vida. Su escala
de valores es distinta a la escala de valores del hombre del mundo.
“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” (1
Juan 5:4).
Finalmente, el hombre o mujer que experimenta el nuevo
nacimiento, es un buen mayordomo del tiempo, de los talentos, las
habilidades y del tesoro que Dios pone en sus manos.
 
Capítulo 6
El Amor de Dios
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que
no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el
nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación:
que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:16-
19).
Los más grandes estudiosos de la Biblia, están de común
acuerdo que el texto de Juan 3:16-17 es la Biblia en miniatura. Juan
3:16-17 resume el mensaje más sublime de toda la Biblia; nos habla
del gran amor de Dios para con toda la humanidad.
Este texto nos enseña cosas muy importantes:
1) Que la iniciativa de la salvación de los pecadores nació en
el corazón de Dios. Fue Dios quien dio a su Hijo y lo envió al
mundo, porque ama a la humanidad entera y no quiere que
nadie se pierda.
2) Lo que puso en acción el plan de la salvación del hombre,
fue el amor de Dios. Dios no somete a los seres humanos a
la fuerza, los gana por amor.
3) El amor de Dios es tan grande y tan perfecto, que puede
amar al mundo, a toda la humanidad; a los que le aman y le
adoran, así como a los que le aborrecen y blasfeman su
nombre.
El evangelista Moody dijo en una de sus predicaciones: <Si yo
pudiera tan solo hacer comprender a los hombres el verdadero
sentido de las palabras: [Dios es amor] adoptaría este único texto, e
iría por todo el mundo proclamando sólo esta gloriosa verdad>.
Cierro la cita.
Cuando usted logra convencer a una persona que le ama, con
esto gana su corazón. Si realmente pudiéramos hacer que la gente
crea esa gran verdad de la Palabra de Dios, que Dios les ama,
encontraríamos una gran muchedumbre apresurándose a
prepararse para entrar en el reino de Dios. Desafortunadamente, los
hombres creen que Dios les odia, y por eso están siempre huyendo
de Él.
No hay nada en este mundo que el ser humano aprecie tanto
como el amor. Los seres más desdichados de la tierra son aquellos
que han llegado a creer que nadie les ama. ¿Por qué se suicida la
gente? Porque en sus corazones creen que nadie les ama. A vivir
siendo despreciados por toda la humanidad y aún por Dios mismo,
como ellos lo creen, prefieren morir.
1. De Tal Manera Amó Dios al Mundo
Qué grande y sublime es esta declaración. Dios amando al
mundo.
La frase “de tal manera” quiere decir que Dios el Padre nos
amó con un amor tan grande y perfecto, que el hombre nunca podrá
describirlo con palabras. Jamás entenderemos la grandeza del amor
de Dios. Lo único que sabemos, y que podemos afirmar, es que
Dios nos ama con un amor muy grande.
CuandoDios creó al hombre, el hombre era una criatura
perfecta. Andaba y hablaba con Dios en el huerto, a la luz del día.
La Palabra de Dios nos dice que el hombre fue creado del
polvo de la tierra, pero fue creado a imagen de Dios. Dios dio al
hombre intelecto para pensar. Sentimiento para poder sentir alegría
o tristeza y hacer diferencia entre el bien y el mal. Le dio voluntad
propia para que el hombre sea responsable por sus decisiones y sus
hechos, en el día cuando Dios juzgará al mundo.
A ese hombre que Dios creó a su imagen y semejanza, le dio
sólo un mandamiento para probar su obediencia. No comer de la
fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal.
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del
huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del
mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás” (Génesis. 2:16-17).
Cuando el hombre violó el mandamiento y obedeció a la voz
de Satanás, el hombre se hizo culpable del pecado de
desobediencia. A ese hombre desobediente, ahora esclavo de
Satanás y esclavo del pecado, sentenciado a condenación, a ese
hombre es a quien “Dios amó de tal manera”.
Parece increíble que Dios pueda amar a este mundo de seres
pecadores. Este mundo que siempre está en rebelión contra Él.
Donde su voluntad es violada y su santo nombre deshonrado. Aquí
es donde el amor de Dios traspasa todos los límites de la
comprensión humana, porque siendo tal cual somos Él nos ama, y
sigue amándonos, porque su amor es infinito e inmutable y eterno.
Si pensamos en el grado del amor de Dios, tenemos que
aceptar que está fuera de nuestra comprensión. No podemos con
una mente finita alcanzar a comprender ese amor sublime e infinito
de Dios. Ese amor que traspasa todo límite con el cual puede amar
al pecador que está en rebelión contra Él.
En nuestro idioma de Cervantes, el español, hay una sola
palabra para expresar ese sentimiento tan hermoso como lo es el
“AMOR”. No así en el griego, que hay tres palabras y cada una de
ellas expresa un grado de amor diferente. Veamos:
Erós es el amor que vemos en los animales, y su significado
es amor erótico. Amor que nace de una pasión sexual. Es el único
amor que muchos hombres y mujeres conocen, pero que una vez
este deseo carnal ha sido satisfecho, tal manifestación de amor
desaparece.
Philos es el amor filial. El amor de esposos, el amor con el
cual un esposo ama a su esposa y viceversa. Es también el amor
del padre y de la madre para con sus hijos y el amor del hijo para
con sus padres y los demás miembros de la familia y también al
prójimo.
Agapë es el amor en su más alta expresión. Es el amor
perfecto. Sólo Dios ama en ese grado de perfección. Agapë. Es el
amor que se da sin esperar recompensa. Ese es el amor con el cual
Dios ama al pecador. Dios dio a su Hijo sin esperar ser
recompensado. También Cristo nos amó en ese grado de
perfección, sin esperar recompensa.
No hay verdad en toda la Palabra de Dios que debe
posesionarse en nosotros con más fuerza, que la sublime verdad,
que así tal cual somos, Dios nos ama. La Escritura dice:
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por
tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
El plan de la salvación del hombre o de la humanidad entera
es la manifestación del gran amor de Dios.
Es importante entender que la iniciativa del plan de la
salvación no proviene del hombre, sino de Dios. No fue que un día
el hombre cansado de pecar, decidió buscar a Dios para establecer
la paz con su Creador. Fue Dios, quien viendo la condición del
hombre sumido en su pecado, siendo un esclavo de Satanás, y
sentenciado a la condenación del infierno, trazó un plan de
salvación para el hombre desde antes de la creación del mundo.
No hay verdad en toda la Palabra de Dios que Satanás
quisiera borrar de nuestra mente y corazón, como la verdad
ineludible que Dios ama al pecador. Hace siglos que Satanás está
procurando persuadir a los hombres que Dios no les ama. En
nuestro día, desafortunadamente logra que muchos pecadores
pongan en tela de juicio el gran amor de Dios.
2. De Tal Manera Nos Amó que Dio a Su Hijo
Unigénito.
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Esta es la prueba del amor de Dios. Aquí el amor de Dios se
manifiesta representado en un hecho dual. Él no sólo nos amó, sino
que envió a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no
se pierda, sino reciba el perdón de sus pecados y regalo de la vida
eterna.
Dios el Padre hizo algo más, no sólo nos dio a su Hijo sino que
venido el cumplimiento del tiempo lo envió al planeta tierra con una
misión específica, salvar al mundo de sus pecados.
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a
los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos” (Gálatas 4:4-5).
Pablo nos enseña en este texto que Dios el Padre envió a su
Hijo para que redimiese a los que estaban bajo la ley a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos.
Esta es la razón por la cual el Verbo de Dios, se despojó de su
gloria por un momento en el tiempo y vino y se vistió de un cuerpo
en las entrañas de María, esto fue hecho por obra y gracia del
Espíritu Santo, y en la condición de Dios Hombre, habitó entre los
hombres y nos reveló el Evangelio del reino de Dios; luego fue al
Calvario como el Cordero de Dios para ofrecerse en sacrificio por
los pecados del mundo.
Si queremos comprender algo de ese amor de Dios, debemos
mirar a la cruz, en el monte Calvario. Después que usted haya
considerado por algunos instantes la escena del Calvario, no podrá
dudar jamás del amor de Dios.
3. La Vida Eterna se Encuentra en el Señor
Jesucristo.
Dios no sólo nos amó, y dio a su Hijo, sino que lo envió al
mundo para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga
vida eterna.
Él Señor Jesucristo nos redimió con su sangre. La palabra
redimir quiere decir pagar el precio de un esclavo para ponerlo en
libertad. Eso fue lo que el Señor Jesucristo hizo. Él puso su vida en
la cruz del Calvario y allí muere como el Cordero de Dios para
expiar el pecado del mundo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que
no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el
nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:16-18).
Tal vez muchos de sus amigos que le amaron en el pasado, su
amor haya llegado a su fin y su amor se haya convertido aún en
odio. Pero no sucede así con el amor de Dios. Su amor no cambia;
su amor es perfecto y eterno. DIOS ES AMOR.
Dios, en la profundidad de su amor, envió a su Hijo al mundo
para redimir al pecador. En la anchura y la longitud de su amor, lo
dio para todos los pueblos de oriente, occidente, norte y sur. Pero lo
más grande es que Dios, en la altura de su amor, quiere llevar al
pecador hasta el mismo cielo.
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en
mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y
los tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis” (Juan 14:1-3).
Dios, en su gran amor, hizo provisión a través de su Hijo, de
una fuente carmesí que pudiera limpiar el corazón ennegrecido por
el pecado. Y limpiar nuestra alma de la mancha del pecado que se
había plasmado sobre ella. Esa fuente es la sangre del sacrificio de
su Unigénito Hijo, derramada en la cruz del Calvario.
Lo más grandioso del texto Juan 3:16 es que nos muestra a
Dios el Padre actuando no para

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