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Etica en la practica de la psicologia _VV AA

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Júlia Martín 
Susana Aparicio 
Adolfo Jarne 
(editores)
Ética en la práctica 
de la psicología
Diseño de la cubierta: Dani Sanchis
Edición digital: José Toribio Barba
© 2023, Júlia Martín, Susana Aparicio, Adolfo Jarne
© 2023, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN EPUB: 978-84-254-5000-6
1.ª edición digital, 2023
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta
obra (www.conlicencia.com).
http://www.conlicencia.com/
Índice
Introducción
Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio
PARTE I
ÉTICA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL EN PSICOLOGÍA
1. Introducción a la ética y a la bioética
Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio
Ética y moral
Ética profesional y ética cívica
La bioética y el surgimiento de las éticas aplicadas
2. Ética y deontología aplicadas a la psicología
Susana Aparicio
Breve historia y desarrollo de la ética en la psicología
Aplicación de los conceptos generales a la psicología
3. Códigos deontológicos y marco legal. Comités de ética
Júlia Martín, Adolfo Jarne, Aura Esther Vilalta
Normativas
Derechos y obligaciones de los profesionales y responsabilidad
profesional
Las comisiones de deontología
Marco normativo de la responsabilidad civil y penal del profesional
psicólogo en sus relaciones con el paciente
La resolución de conflictos y dilemas
PARTE II
ÉTICA APLICADA EN ÁMBITOS CONCRETOS DE LA PSICOLOGÍA
4. Ética en el ámbito de la investigación
Joan Guàrdia
Introducción
Marco teórico. Origen de la deontología en el contexto de la investigación
(antecedentes históricos y aparición de los distintos códigos universales)
Deontología aplicada a la investigación de las ciencias del
comportamiento
Elementos éticos a considerar para elaborar una investigación en
psicología
Comentario final
Caso práctico
5. Ética en el ámbito de la salud y la clínica
Gisela Hansen
Marco teórico
Marco deontológico de referencia
Fuentes de conflictividad ética
Caso práctico
6. Ética en el ámbito forense jurídico
Mila Arch
Marco teórico
Marco deontológico de referencia
Fuentes de conflictividad ética
Caso práctico
7. Ética y deontología en psicología de la educación
Cristina Luna, María Ángeles Ortega
Marco teórico
Deontología y código en la psicología educativa
Controversia ética propia del ámbito
Caso práctico
8. Ética en psicología en el ámbito social comunitario
Moisés Carmona Monferrer, Rubén David Fernández Carrasco
Introducción
Marco teórico: características de lo social comunitario y sus
consecuencias sobre la ética y los valores
Marco deontológico de referencia
Fuentes de conflictividad ética y razones para el descuido de la ética en la
intervención social y comunitaria
Caso práctico
9. Ética en el ámbito de las organizaciones
Carlos Moreno
Introducción teórica
Marco deontológico de referencia
Fuentes de conflictividad ética
Caso práctico
10. Ética en la actividad física y el deporte
Jordi Segura, Beatriz Galilea
Marco teórico
Marco deontológico de referencia en psicología del deporte
Fuentes de conflictividad ética para el psicólogo del deporte
Caso práctico ejemplar: Nacho
11. Cuestiones éticas en psicología de emergencias
Alba Pérez González, Andrés Cuartero Barbanoj y Jordi García Sicard
Marco teórico
Marco deontológico de referencia. Directrices que existen en el ámbito y
principios éticos con los que se opera
Fuentes de conflictividad ética
Caso práctico
Consideraciones finales
12. Retos éticos y perspectivas de futuro profesional. De las terapias por
internet a la inteligencia artificial
Victor Cabré
Introducción
Telepsicología
Inteligencia artificial y robótica social
Caso práctico: inteligencia artificial y prevención del suicidio18
Ideas para continuar el debate
Autores
Introducción
Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio
El presente libro es y no es un manual de deontología. La deontología es
una rama de la ética que se enfoca en el estudio de los deberes y
obligaciones morales de los individuos en su vida profesional. Este libro
habla de ética, pero no se circunscribe exclusi vamente a las normas de los
códigos deontológicos de la profesión de la psicología, sino que se basa en
una visión más amplia de la ética profesional, entendiéndola como ética
aplicada y, por tanto, como reflexión crítica sobre la profesión, y
entendiendo también que debe buscarse el encaje de esta ética con las otras
tres: la personal, la cívica y la de las organizaciones.
Ética, ética aplicada y deontología
Para entender el marco en el que se circunscribe este libro tenemos que ir
desgranando conceptos como si de muñecas rusas se tratara.
La ética es la reflexión crítica sobre la conducta y los valores humanos
que nos permite establecer argumentos legítimos que nos ayuden en la toma
de decisiones. Dicha reflexión lleva a la formación del ethos o carácter de
las personas, profesionales u organizaciones. En el mundo contemporáneo
occidental, la ética se está constituyendo en uno de los puntales que
sustentan la vida social y la personal. La idea de un estilo de vida ético, en
un sentido «laico» y, por tanto, diferente al que sustentaba la moral
religiosa, se abre camino en la vida de muchos hombres y mujeres en
nuestro contexto y nos aproxima a la idea de la virtud como objetivo vital.
La ética aplicada es el análisis crítico-reflexivo de las distintas
actividades humanas con el fin de ayudar a los profesionales a lograr la
excelencia en el ejercicio de su profesión. Dentro de la ética aplicada hay
distintas ramas: la bioética (ética aplicada al ámbito biomédico), la ética de
los servicios sociales, la ética de la administración pública, la ética
empresarial o la Psicoética (ética aplicada a la psicología). Existen algunos
principios muy generales que serían de aplicación a todo el mundo
profesional, como la honestidad, la confidencialidad, la responsabilidad
social, la competencia profesional, la integridad, la confianza, la justicia y
el respeto, aunque cada profesión acaba adaptando estos principios a sus
propios códigos y pautas de comportamiento profesional. Si el objetivo vital
que se persigue desde la ética es la virtud personal, el objetivo que se
persigue desde la ética aplicada es la virtud profesional o excelencia (areté).
La deontología es la rama de la ética que establece códigos de conducta
ética que deben ser seguidos por los profesionales para garantizar el
cumplimiento de sus deberes y responsabilidades hacia sus clientes, colegas
y la sociedad en general. Así, por ejemplo, dentro de la ética aplicada al
ámbito biomédico (bioética) hay códigos profesionales de médicos,
biólogos, enfermeros, especialistas, etcétera. Dentro de la Psicoética, como
se desarrolla en el capítulo 2, hay distintos códigos deontológicos (APA,
EFPA…) que son de aplicación para todos los psicólogos, cualquiera que sea
su especialidad. Estos códigos de conducta establecen los valores y
principios éticos que deben ser respetados por los profesionales.
Este libro aúna el enfoque ético aplicado al mundo de la práctica de la
psicología con la deontología de esta profesión. Ética, deontología y buena
praxis se entremezclan, e incluso se funden en algunas ocasiones,
enriqueciendo la reflexión sobre el ejercicio de nuestra profesión para
ayudarnos a ser mejores psicólogos.
La bioética como primera rama de la ética aplicada
El primer ámbito profesional en el que se hizo patente la necesidad de
establecer códigos de conducta ética para los profesionales fue el ámbito
biomédico. Por ello, la primera rama de la ética aplicada que surgió fue la
bioética. Ello ha conducido a que los contenidos de ética y deontología se
estén introduciendo y normalizando en los programas de estudio de los
grados universitarios, especialmente en los de ciencias de la salud. Los
principios éticos que vertebran la bioética se han ido aplicando
progresivamentea otros ámbitos profesionales, a la vez que las distintas
profesiones han ido definiendo sus propios principios. Hagamos un poco de
historia.
La bioética, como exponemos en el capítulo 1, nació como disciplina
durante los años setenta en Estados Unidos. El primero en usar el término
fue el oncólogo Van Rensselaer Potter en su libro Bioethics: a bridge to the
future. En él, Potter argumenta que la función de la bioética es tender
puentes entre los hechos (conocimiento biológico) y los valores (ética). De
ahí que actualmente se defina la bioética como el estudio interdisciplinario
de las implicaciones éticas y las repercusiones sociales que comporta el
progreso de las ciencias de la vida y de la salud.
En 1972, tan solo un año después de que Potter acuñara el término
«bioética», salieron a la luz el experimento Tuskegee, en Alabama, y los
experimentos y abusos que sufrieron los alumnos de la escuela estatal de
Willowbrook, en Seattle. Ello fue el colofón del cúmulo de aberraciones
que se habían ido produciendo en el campo de la investigación con seres
humanos durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la aprobación del
Código de Núremberg (1947), de la Declaración Universal de Derechos
Humanos (1948) y de la Declaración de Helsinki (1964), los nombrados
experimentos no se detuvieron hasta salir a la luz casi treinta años después
de finalizar la guerra.
Tras estos hechos se dio por fracasado el intento de autorregulación de los
profesionales a través de códigos de ética universales, y tanto el
consentimiento informado como la revisión de los proyectos de
investigación por parte de comités de ética independientes se convirtieron
en exigencias legales. Paralelamente, se constituyó la National Comission,
el primer comité nacional de bioética del mundo. Esta comisión redactó el
Informe Belmont (1979), que recoge los principales principios éticos para la
protección de los seres humanos en investigación: Autonomía,
Beneficencia, No maleficencia y Justicia. Estos principios fueron
desarrollados posteriormente por dos de los integrantes de la comisión, Tom
L. Beauchamp y James F. Childress, en su libro Principles of Biomedical
Ethics.
Tiempo después, en 1995, empezó en Europa el proyecto de investigación
biomed ii Project, Basic Ethical Principles in European Bioethics and
Biolaw, que contó con la colaboración de veintidós partners de la Unión
Europea. Este proyecto culminó con la redacción de la Declaración de
Barcelona en 1998 y con la publicación de un libro con el mismo título del
proyecto en el 2000. Ambos documentos recogen los que se ha convenido
en llamar principios de bioética europea: Autonomía (en un sentido
relacional alejado de la concepción individualista norteamericana),
Dignidad, Integridad y Vulnerabilidad. Paralelamente, en 1997 se aprobó el
Convenio de Oviedo sobre Derechos Humanos y Biomedicina, y
posteriormente, en 2005, se aprobó la Declaración Universal de Bioética y
Derechos Humanos de la UNESCO.
Por tanto, la bioética nació en los años setenta en Estados Unidos como
ética aplicada a la investigación con seres humanos, pero con Beauchamp y
Childress se amplió para aplicarse también a la labor asistencial,
convirtiéndose en ética aplicada al ámbito biomédico; posteriormente, en
Europa, en los años noventa, se abrió al ámbito social, dando lugar a la ética
aplicada a los servicios sociales.
Psicología: historia y deontología
La psicología profesional es una disciplina relativamente nueva en
comparación con otras áreas de la psicología. La psicología como ciencia se
ha desarrollado a lo largo de los siglos, pero la psicología profesional como
una disciplina aplicada y práctica ha evolucionado en los últimos dos siglos.
De forma simbólica, se puede situar la fecha de 1896, cuando Lightner
Witmer fundó el primer laboratorio de psicología clínica en la Universidad
de Pensilvania, luego, hablamos de menos de ciento cincuenta años.
En este tiempo se ha desarrollado un proceso que podríamos denominar
de «ordenación del oficio», por el que la psicología profesional ha ido
configurando poco a poco una estructura que le da lugar y posición entre las
disciplinas profesionales y en las estructuras y mercados del mundo. Para
esta ordenación es preciso una idea original, una posición motriz que
ordene las acciones posteriores. Probablemente esta idea motriz sea la que
desarrolló Joseph Matarazzo en la década de 1980 durante su mandato
como presidente de la American Psychological Association (APA).
En esencia, Matarazzo defendía la importancia de una formación sólida y
general en psicología para todos los estudiantes de Psicología,
independientemente de su área de especialización. Según Matarazzo, la
formación general en psicología permite a los estudiantes obtener una
comprensión profunda de los fundamentos teóricos, metodológicos y
prácticos de la disciplina. Esto les permite tener una base sólida para
desarrollar posteriormente habilidades especializadas en áreas específicas
de la psicología. En relación con la especialización en psicología,
Matarazzo defendía, en su artículo «The Coming of Age of Clinical
Psychology», que es esencial garantizar que los profesionales tengan un
conocimiento profundo y detallado en un área específica de la psicología,
así como que desarrollen habilidades específicas. Todo ello les permite
mejorar la calidad y efectividad de la atención que ofrecen a los pacientes.
Además, Matarazzo argumenta que la especialización también puede
ayudar a los psicólogos a diferenciarse en un mercado cada vez más
competitivo y a ser más efectivos en la atención a pacientes con
necesidades específicas.
En esencia, parece que la ordenación de la profesión de la psicología ha
quedado en un paradigma parecido al de la medicina. Existe un tronco
común, la psicología, que da unidad, sentimiento de identidad e
identificación profesional a todos los psicólogos y psicólogas del mundo y
al que nadie quiere renunciar. Dicho de otra forma, antes que nada se es
psicólogo. La profesión se ordena en unas pocas grandes especialidades,
probablemente entre ocho y doce, que determinan los grandes circuitos de
formación y grandes redes de organización del trabajo. Entre estas sobresale
la especialidad de la clínica y la salud por ser primus inter pares, no solo
por su extensión e influencia social, sino también por el porcentaje de
profesionales que se identifican con ella y porque determina en ocasiones la
adscripción general de toda la disciplina en ciencias de la salud. Dentro de
cada gran especialidad existen multitud de especialidades menores en las
que los profesionales van adquiriendo destreza a lo largo de la vida según
su conveniencia e interés. Lógicamente, existen especialidades
transversales, con matices que acogen aspectos de las grandes
especialidades, y también amplias zonas «fronterizas»; nichos de trabajo
que bordean especialidades diferentes o que podrían ser adscritos a una u
otra según en qué aspecto se ponga el énfasis, como, por ejemplo, los
dispositivos sociosanitarios o los de atención a la primera infancia o el
trabajo sobre riesgos labores psicosociales. Ello no es diferente a cualquier
otra profesión.
Un papel crucial en esta ordenación de la profesión lo de sempeñó la APA.
Como desarrollamos en el capítulo 2, paralelamente a esta reorientación
hacia una disciplina aplicada, también surgió en el seno de esta asociación
una preocupación por cuestiones éticas del ejercicio de la profesión,
preocupaciones que se vieron plasmadas en la elaboración del primer
código ético en 1953. En dicho código se recogerían las primeras pautas
éticas de la profesión. Es importante destacar que seguir las normas y
principios de los códigos deontológicos en psicología no es solo una
responsabilidad moral, sino también es beneficioso para la reputación de los
profesionales: los clientes y pacientes del psicólogo confían en que este se
comportará de manera ética y responderá a sus necesidades de manera justa
y transparente. Si estas expectativas de confianza se cumplen, el profesionales creíble y tendrá buena reputación. Además, la confianza y la credibilidad
fidelizan: el vínculo asistencial que construye el psicólogo ayuda a
conseguir la lealtad del paciente/cliente y, en consecuencia, a la rentabilidad
de su trabajo a largo plazo, ya que los profesionales que se comportan de
manera ética generan una buena imagen de marca que redunda en una
mayor probabilidad de atraer y retener a pacientes y clientes. En definitiva,
es aquello de business is ethics en vez de ethics is business.
Sobre el libro: estructura, autores y público
destinatario
El presente libro organiza todas las reflexiones anteriores en dos partes. La
primera consta de tres capítulos en los cuales se desarrollan las bases
generales de la aplicación de la ética a la profesión de la psicología, con
especial énfasis en la bioética, la deontología y los códigos más extendidos,
y con mayor influencia entre los psicólogos/as en nuestro contexto. En esta
primera parte se presta atención a los comités de ética y de deontología y a
la importancia que van adquiriendo en el establecimiento de pautas y
recomendaciones como garantes que son de la calidad del trabajo de los
profesionales. Se presta atención también a los procedimientos de discusión
y toma de decisiones que usan estos comités y comisiones en la resolución
de dilemas y conflictos éticos. De hecho, los editores dan gran importancia
a la exposición de esta metodología deliberativa no solo como una escuela
de profesión, sino también como una escuela de vida.
En la segunda parte se abordan específicamente la ética y la deontología
aplicadas a las grandes especialidades y ámbitos profesionales dentro de la
psicología: clínica y ámbito de la salud, forense jurídica, educativa, social
comunitaria, de organizaciones, de la actividad física y deporte, de
emergencias y de investigación. Los editores han escogido estas
especialidades, conscientes de que no están todas, por considerar que estos
ocho capítulos recogen las orientaciones generales imprescindibles para
iniciar el proceso de reflexión crítica sobre la profesión de la psicología que
luego se puede extrapolar y aplicar a las distintas situaciones o conflictos
que un psicólogo pueda encontrarse en su práctica profesional en cualquier
ámbito. Estos capítulos tienen una estructura muy homogénea: después de
exponer el marco teórico de la especialidad, se comentan los códigos
deontológicos o principios éticos específicos existentes para, a
continuación, desarrollar la problemática ética propia del ámbito. Todos los
capítulos finalizan con un caso práctico y una propuesta de resolución. El
libro finaliza con un interesante capítulo, escrito por el profesor Victor
Cabré, que aborda los retos que el futuro depara a la ética en psicología
profesional, y que ya empiezan a atisbarse, en relación con la
telepsicología, la robótica y la inteligencia artificial.
Los editores de este manual provienen del campo de la psicología
académica y profesional y de la filosofía. Los autores también provienen de
estos dos campos, aunque son mayoritariamente psicólogos y psicólogas
con amplia trayectoria en el mundo académico y profesional. Se les realizó
la propuesta de escribir sus textos en función de su reconocimiento social
en su área de especialidad, y de su interés y dedicación a la docencia. En
este sentido, los autores de los diferentes capítulos provienen de tres
universidades catalanas (Universitat de Barcelona, Universitat Ramón Llull
y Universitat Oberta de Ca talunya), y en conjunto representan una muy
amplia experiencia en la docencia universitaria de la psicología, además del
prestigio que les confiere su trayectoria profesional individual. Entendemos
que esta interdisciplinariedad y variedad de perfiles da riqueza a la reflexión
y expresa una realidad que ya es común en nuestro mundo: el escuchar a
quienes opinan distinto con respeto, el disentir con serenidad y el acuerdo
colaborativo sean, probablemente, uno de los mejores mecanismos
evolutivos de los que dispone la especie para mejorar en el camino de la
virtud y la excelencia. Esto es lo que intentamos aplicar en este libro.
El manual que tienen en sus manos nació en un contexto universitario y
por eso su principal público destinatario son los estudiantes de Psicología.
Su elaboración está vinculada al hecho de que, aunque las facultades de
Psicología incorporan, de forma creciente y potente, los estudios de ética y
deontología en sus planes de estudio como asignaturas obligatorias, se
constató la ausencia de textos en formato manual que pudieran ayudar a los
estudiantes en el abordaje de estas materias. Esta es su vocación principal,
pero pensamos que puede ser de ayuda también a profesionales e incluso a
personas ajenas a la psicología profesional que puedan encontrar en él una
guía y una orientación para caminar en asuntos que sean de su interés
profesional o personal, o que se muevan por simple curiosidad. Y es que la
curiosidad también puede ser un potente motor para la forja de un buen
ethos personal y profesional, en la medida en que, como la ética, abre
posibilidades y oportunidades para encontrar formas de vivir mejor.
PARTE I
ÉTICA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL EN
PSICOLOGÍA
1. Introducción a la ética y a la bioética
Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio
Ética y moral
La ética o la moral deben entenderse 
no solo como la realización de unas cuantas 
acciones buenas, sino como la formación 
de un alma sensible.
VICTORIA CAMPS, 2011
Uno de los primeros puntos a tratar, cuando se abordan temas de ética
profesional, es establecer la diferenciación entre dos conceptos clave: ética
y moral. La relación entre ambos resulta teñida de cierto grado de
ambigüedad, dado que su uso en la vida cotidiana hace difícil una
diferenciación clara de ambos conceptos. Cuando en el día a día decimos
frases como «esto no es ético», estamos apelando al hecho de que el
comportamiento en cuestión dista, en mayor o menor grado, de aquello que
el código moral de nuestra sociedad considera aceptable. Dicho de otro
modo, toda sociedad establece una serie de principios y valores que
permiten la convivencia social y que representan los límites que dicha
sociedad considera aceptables para garantizar su propia supervivencia. En
este contexto, la diferenciación entre moral y ética resulta harto difícil de
establecer, pues serían, de hecho, sinónimos. No obstante, en el ámbito
académico ambos conceptos tienen acepciones distintas. En este sentido,
entendemos por moral el conjunto de creencias y prácticas que genera una
sociedad con objeto de servir de guía de comportamiento a sus miembros y,
en última instancia, garantizar la convivencia y la pervivencia del grupo.
Coincidiría dicha definición con la acepción que hemos dado al inicio del
presente capítulo. En cambio, académicamente hablando, conceptualizamos
la ética como una disciplina de la filosofía cuyo objetivo es reflexionar
sobre la moralidad humana; es decir, la ética se ocupa de fundamentar o
explicar el porqué de las normativas morales, estudiar el sentido que, en
general, tiene la propia existencia de códigos morales. En términos
generales, la moral estaría constituida por el conjunto de normas, principios
y valores que representan aquello que una sociedad considera
comportamientos aceptables que permiten llevar una vida que se puede
catalogar de buena y justa, y la ética se centraría en reflexionar sobre el
fundamento de dichos principios, normas o valores. La moral nos dice qué
está bien, la ética intenta argumentar por qué está bien (Cortina, 1986).
A las dificultades de definición y delimitación de los conceptos hemos de
añadir el hecho de que no es posible hablar de una única moral, sino que
existe una pluralidad de códigos morales en las sociedades actuales, como
también es un hecho que los códigos morales han sufrido cambios en una
misma sociedad a lo largo de su historia. Cada grupo social, cultural, a lo
largo de los siglos, ha ido adaptando dichos patrones de conducta moral en
función de su devenirhistórico. La pluralidad moral es una constante en la
historia de la humanidad, desde los albores de la constitución de la vida
social organizada hasta la actualidad, pero dicha pluralidad no es
incompatible con la afirmación de que, independientemente de la disparidad
de valores, normas o principios, todos los códigos morales de todas las
sociedades humanas están pensados para servir de guía de vida tanto
individual como grupalmente, están orientados a garantizar o preservar la
convivencia social y, en última instancia, como ya hemos señalado, la
supervivencia del grupo.
Ética profesional y ética cívica
La ética cívica constituye 
el marco moral obligatorio de la ética profesional. 
CAMPS Y CORTINA, 2010
Podemos definir cuatro éticas: personal, cívica, profesional y de las
organizaciones. Las dos últimas surgen de la plasmación de la ética cívica
en los códigos deontológicos de las profesiones y en los códigos éticos de
las organizaciones. Centrémonos pues en la ética cívica.
A juicio de Adela Cortina (2010), la ética cívica comprendería tres
dimensiones. En primer lugar, los derechos humanos, que serían el
contenido y la esencia de la ética cívica. En segundo lugar, la ética cívica
como ética de mínimos y, finalmente, la ética cívica como conciencia moral
contemporánea.
Al hablar de la ética cívica como una ética de mínimos nos referimos al
hecho de que los valores y principios morales que recogen los derechos
humanos constituyen el soporte moral básico y necesario que ha sido
aceptado por las diferentes sociedades para posibilitar la convivencia entre
personas y pueblos. Son acuerdos morales mínimos por cuanto no
pretenden eliminar las diferentes convicciones morales (ética de máximos)
presentes en toda sociedad plural y cuya elección, por una u otra,
corresponde al ámbito de la libertad individual de cada individuo de escoger
entre las diferentes propuestas que le ofrece la sociedad (Ibarra, 2015).
En palabras de Adela Cortina (2010): «La ética de mínimos contiene y
representa la exigencia de justicia social, y en esa medida busca el logro de
la libertad y de la igualdad de todos los miembros de la sociedad» (citado
en Ibarra, 2015, p. 67).
La ética cívica compartida es, por tanto, necesaria para poder gestionar el
pluralismo de las sociedades modernas, y es clave para entender cómo están
conceptualizadas actualmente las éticas profesionales. El compromiso ético
de cualquier profesional que presta servicio a la sociedad debe
fundamentarse en la imparcialidad ideológica, el respeto, la tolerancia, la
igualdad y el diálogo como valores básicos.
El sentido de toda ética profesional es orientar las actividades
profesionales hacia el logro del bien común y este es también el objetivo de
la ética cívica (Ibarra, 2015). En la confluencia de objetivos hallamos la
articulación y el engranaje existente entre ambas.
En palabras de la misma autora:
Las profesiones se desarrollan en una sociedad que también cuenta con un conjunto de valores
morales y cívicos que la ética profesional requiere tomar en cuenta si no quiere que las profesiones
se desarrollen aisladas de la dinámica de la sociedad. De ahí que la primera tarea que se le
presenta a la ética profesional es la articulación y búsqueda de la congruencia de sus principios,
criterios y valores con la ética cívica que permea a la sociedad contemporánea. (Ibarra, 2015, p.
68)
Según Martínez Navarro (2006, citado en Ibarra, 2015), la ética cívica ha
impactado en el ethos de las profesiones y ha modificado el concepto
mismo de buena práctica profesional.
Entendemos por ethos profesional el carácter moral que toda profesión
tiene. En la configuración de este hallamos el resultado del desarrollo
histórico de la profesión y el proceso de institucionalización que cada una
ha seguido. Ese carácter moral, es decir, el conjunto de principios y valores
éticos de toda profesión, se ha ido conformando con las aportaciones de los
propios profesionales, que han ido delimitando aquellos valores y principios
que sustentaban una buena praxis profesional (Ibarra, 2015).
Como decíamos, Martínez Navarro señala que la aparición en escena de
la ética cívica ha supuesto una cierta modifica ción de la dinámica de
configuración y delimitación del ethos profesional de las diferentes
profesiones. En palabras del propio autor:
La presencia de la ética cívica ha modificado esta dinámica, ya que ha puesto en primer plano a
los afectados por los servicios profesionales (usuarios, otras profesiones, proveedores,
competidores, etcétera) para participar y cualificar lo que constituye una buena práctica
profesional. (Martínez Navarro, 2006. Citado en Ibarra, 2015, p. 71)
En la medida en que la ética profesional tiene por objetivo orientar a los
profesionales en el logro del desempeño de sus responsabilidades
profesionales en el marco de un comportamiento moralmente correcto, de
una buena praxis profesional, hemos de entenderla como saber práctico y
aplicado. Se la considera, por ello, una ética aplicada. La denominación de
ética aplicada empezó a utilizarse hacia el último tercio del siglo pasado,
primordialmente en el ámbito sanitario y estrechamente vinculada al
nacimiento de la bioética, considerada la primera y más significativa ética
profesional aplicada.
La bioética y el surgimiento de las éticas aplicadas
La ética clásica diferencia entre cinco paradigmas para abordar los
problemas que le son propios: éticas deliberativas, de las virtudes,
deontológicas (principialistas), consecuencialistas y de la hospitalidad. De
estos cinco paradigmas es sin duda la teoría principialista, es decir, la que
tiende a pensar en la existencia de principios generales básicos que modulen
la discusión en la resolución de conflictos, la más aceptada en el ámbito
biosanitario, y en buena medida ello tiene que ver también con los orígenes
de la bioética como disciplina. También tuvo importancia la propia
tradición de la medicina, que contaba con veinticinco siglos de experiencia
en regirse por unos principios de naturaleza normativa, los hipocráticos,
reforzados por el estoicismo y la religión, que habían evolucionado muy
poco en todo ese tiempo y, por tanto, no podían responder a los retos que
especialmente desde la medicina se estaban acumulando en la década de
1960.
Hay un acuerdo en que la palabra inglesa bioethics fue usada por primera
vez por el oncólogo estadunidense Van Rensselaer Potter en su artículo
«Bioethics, the Science of the Survival» en 1970. Potter, en su artículo
publicado en 1971 «Bioethics: a Bridge to the Future», definía la bioética
como
una nueva disciplina que contemporáneamente reflexiona sobre los datos biológicos y los valores
humanos […]. He elegido bio para representar el conocimiento biológico, la ciencia de los
sistemas vivientes; y he elegido ética para indicar el conocimiento de los sistemas de valor.
(Casillas, 2017, p. 4)
André Hellegers fundó en Washington, en 1971, The Joseph and Rose
Kennedy Institute for the Study of the Human Reproduction and Bioethics,
con una concepción en cierto sentido diferente de la de Potter, que era
demasiado generalista. Hellegers entendía la bioética como «puente entre
medicina, filosofía y ética» (citado en Casillas, 2017, p. 6), por tanto, más
vinculada a la práctica de las disciplinas sanitarias y los problemas
concretos relacionados con la vida (sobre todo inicio y final) que, como
hemos comentado, emergían en la segunda mitad del siglo XX. Hoy en día,
esta es la concepción prevalente en bioética.
En España, fue fundado en 1975 el primer centro de bioética en Europa,
específicamente en Barcelona: el Instituto Borja de Bioética, dirigido por F.
Abel, que había sido colaborador de Hellegers (citado por Casillas, 2017).
Es en el contexto de los grupos de trabajo interdisciplinares del
mencionado Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of the Human
Reproduction and Bioethics que se genera el Informe Belmont, estimulado
sin duda por el escándalo del caso Tuskegee, donde se plantean los
principiosy pautas éticas para la protección de sujetos de investigación; y el
texto de Beauchamp y Childress aparecido en 1979, Principios de ética
biomédica, donde se explicitan los famosos cuatro principios que
rápidamente se expandieron por todo el mundo académico y asistencial
relacionado con la medicina y las disciplinas clínicas afines, como la
psicología.
El concepto básico de los cuatro principios originales es el siguiente:
Principio de No maleficencia: se refiere a la obligación de no
hacer daño a otros, aunque no se le pueda hacer un bien y aunque
no se pueda mejorar su estado, al menos no empeorarlo. El
principio se refiere también a proteger y defender los derechos de
los otros; prevenir el daño causado por otros; retirar las
condiciones que puedan causar daños a otros; ayudar a personas
con discapacidades y auxiliar a personas en peligro. Con origen en
la ética hipocrática del primum non nocere. Coincide con lo que se
denomina la buena práctica clínica, y en la ley la lex artis1 de la
profesión. La vulneración de este principio conduce a actos de
mala práctica y puede suponer una sanción deontológica y legal
(ver capítulo 3).
Principio de Beneficencia: se refiere en general a la obligación de
realizar el bien (no solo de desearlo), realizando una evaluación de
los posibles bienes y daños, maximizando los beneficios y
minimizando los riesgos, teniendo en cuenta lo que la persona cree
que es bueno o malo para ella misma.
Cuando el principio de Beneficencia entra en conflicto con el de
Autonomía, en el sentido de que el ejercicio de la autonomía
implicaría un daño a otra persona, se aplica la tradicional «regla de
oro» en los siguientes términos: «haz a los demás solo lo que ellos
quieran que les hagan» (citado por Escobar y Aristizábal, 2011, p.
94), y su otra versión, «haz a los demás solo lo que quisieras que
te hicieran a ti».
Principio de Autonomía: el principio de respeto a la autonomía
tiene una vertiente negativa que prohíbe como principio general
tomar decisiones por otra persona, y otra positiva que favorece la
toma de decisiones autónomas. Este principio tiene dos lecturas:
respetar las decisiones de las personas competentes y proteger a
las personas no competentes (consentimiento por sustitución o
representación).
Más allá de la clínica, este principio permite la convivencia de
personas con valores e ideas diferentes, ya que plantea el respeto a
estas ideas y valores. Beauchamp y Childress afirman que los
requisitos mínimos para ejercer la autonomía son la libertad
(independencia de influencias controladoras externas e internas) y
la agencia (capacidad de acción intencional) (citado por Escobar y
Aristizábal, 2011). En el campo clínico, el derecho a la autonomía
implica una obligación de los profesionales de la salud de asegurar
que los pacientes tengan derecho a elegir.
Principio de Justicia: en este principio se plantea la asignación y
distribución equitativa de los recursos disponibles según las
necesidades de cada uno. Se considera un principio importante, ya
que incorpora la vertiente social y política sobre la base de la
cooperación entre seres humanos y conduce a la justicia
distributiva, entendida como la distribución de derechos y
responsabilidades en la sociedad, que se espera que sea equitativa
y apropiada en términos de cooperación social.
En el capítulo 2 se desarrollan los conceptos y aplicaciones de los cuatro
principios básicos a la psicología y sus áreas competenciales profesionales.
De 1995 a 1998, la Comisión Europea apoyó su propio trabajo sobre los
principios de la bioética más en la línea generalista de Potter que en la
clínica de los norteamericanos. La posición europea bebía también en su
tradición antropológica de situar al ser humano y su subjetividad en el
centro de la discusión. Sus fuentes fueron principalmente los cuatro
principios de Beauchamp y Childress, la cultura de derechos humanos del
siglo XX y las teorías de filósofos europeos contemporáneos como Paul
Ricœur, Emmanuel Lévinas y Jürgen Habermas (Escobar y Aristizábal,
2011). Propuso los principios de Dignidad, Integridad, Vulnerabilidad y
Autonomía, que van más allá del enfoque norteamericano para incidir en su
referencia a la hora de tomar decisiones de políticas públicas y del
desarrollo de tecnologías. Estos principios también se pueden aplicar a
animales.
Hoy en día, existe una discusión respecto a si la bioética debe concernir a
los problemas de las disciplinas asistenciales (posición original de
Hellegers) o extenderse a toda problemática relacionada con la vida del ser
humano sobre la tierra, es decir, prácticamente a todo, como conservación
de la naturaleza, explotación y conservación de recursos, culturas
plurinacionales y multiétnicas, desigualdad económica y social, etcétera
(posición de Potter).
En la tabla 1 se resumen los cuatro principios de la bioética en la versión
norteamericana y la europea.
Tabla 1. Definición de los principios bioéticos norteamericanos y europeos
LOS CUATRO PRINCIPIOS DE LA
BIOÉTICA AMERICANOS
LOS CUATRO PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA EUROPEOS
Autonomía o respeto por las
personas: deber del profesional de
respetar las decisiones de las
personas competentes. Proteger a las
personas no competentes
(vulnerables).
*Puerta de entrada a un ámbito de
intervención legítimo.
Autonomía (relacional): deber del profesional de tener en cuenta el contexto de
las personas atendidas.
La persona y sus relaciones.
No maleficencia: primum non nocere
no causar daños (físicos,
psicológicos, morales, sociales) que
sean evitables o desproporcionados.
Vulnerabilidad: deber del profesional de atender a las personas según su grado de
vulnerabilidad, la cual tiene que ver con la falta de recursos materiales (por
ejemplo, comida) o de capacidades para utilizar estos recursos para tener bienestar
(por ejemplo, saber definir una dieta equilibrada para tener buena salud). Todos
somos vulnerables en algún momento.
Beneficencia: procurar el mayor
bienestar o beneficio para el paciente,
atendiendo a su propia percepción de
aquello que sea bueno o malo para él.
Integridad: deber del profesional de entender a la persona atendida en sus
dimensiones. Hay que entender que el bienestar es físico, mental y social.
Justicia: trato equitativo (dar a cada
uno según su necesidad, según su
grado de vulnerabilidad).
Dignidad: deber del profesional de respetar el valor inherente que tienen todas las
personas. Aunque una persona pierda parte de su autonomía, siempre tiene
dignidad.
Fuente: adaptado por Júlia Martín Badia de Beauchamp y Childress, 2011, y Proyecto BIOMED-II, 1998.
Relación entre principios, derechos y valores
La ética, tal como la desarrollamos en este texto, es decir, básicamente
principialista, se fundamenta, así pues, en principios, pero ¿cuál es la
relación entre estos y los derechos y valores, o lo que es lo mismo, con la
justicia y la moral? Los valores (morales) son construcciones humanas que
fundamentan las concepciones del mundo y de la vida, determinando la
moralidad de los actos y, por tanto, definiendo la conducta. Los derechos
son atribuciones jurídicas inherentes a la condición de persona y de
ciudadano que deben garantizarse y, al mismo tiempo, marcan áreas de
libertad y de decisión, y están basados en valores. De los derechos se
derivan los deberes. Finalmente, los principios (éticos) son puntos de
partida, normas, desde donde se constituye la realidad, y que se convierten
en exigencias que guían a los profesionales en el ejercicio de los valores en
el marco de su actividad profesional. Lógicamente, existe una cierta
correspondencia entre principios éticos y valores morales, tal como se
ilustra en la tabla 2.
Tabla 2. Relación entre principios, derechos y valores
PRINCIPIOS Y DERECHOS VALORES
PRINCIPIO DE AUTONOMÍA
Derecho a la libertad/no coacción.
Derecho a la autodeterminación.
Derecho a la información.
Derecho a relacionarse (red de soporte social vínculo).
Libertad.
Autodeterminación.
Corresponsabilidad.
Soporte.
Compromiso.
PRINCIPIODE BENEFICENCIA
Derecho al máximo bienestar/ beneficio posible.
Derecho a un nivel de calidad de vida aceptable.
Bondad / beneficio.
Eficacia / eficiencia.
PRINCIPIO DE NO MALEFICENCIA
Derecho a ser protegido de daños evitables y
desproporcionados.
Protección.
PRINCIPIO DE JUSTICIA
Derecho a la igualdad de oportunidades.
Derecho a la no discriminación.
Justicia.
Discriminación
positiva.
Igualdad / Equidad.
PRINCIPIO DE PROTECCIÓN A LA VULNERABILIDAD
Derecho a la distribución equitativa (no igualitaria) de los
recursos.
Solidaridad.
Tener cuidado.
PRINCIPIO DE RESPETO A LA DIGNIDAD
Derecho a la no humillación y a un trato no degradante.
Dignidad.
Intimidad.
PRINCIPIO DE RESPETO A LA INTEGRIDAD
Derecho a la privacidad y la confidencialidad.
Derecho a decidir sobre el propio cuerpo e imagen.
Seguridad.
Respeto.
Fuente: elaboración propia por Júlia Martín Badia.
Los conflictos éticos
En el capítulo 2 y en el de ética en organizaciones se abordan las
metodologías para la resolución de conflictos y dilemas éticos. En el
capítulo 3 se verá la estructura, composición y funcionamiento de los
comités de ética y comisiones de deontología, lo que se justifica por la
existencia de los conflictos éticos. De hecho, están diseñados para abordar
dichos dilemas y conflictos éticos y ayudar a su resolución, ya que la
presencia de conflictos éticos es consustancial a la práctica de cualquier
profesión y de cualquier actividad humana de tipo intersubjetiva, que son
prácticamente todas.
Un conflicto es un choque, una oposición. La ética es la reflexión sobre
los argumentos por los que aceptamos o rechazamos un determinado
sistema de valores y, en función de ello, actuamos. Por tanto, un conflicto
ético es el choque u oposición entre argumentarios que llevan a realizar
diferentes priorizaciones de valores y, por tanto, a tomar distintos cursos de
acción ante una determinada situación.
Aplicado al mundo profesional, un conflicto ético es un choque u
oposición entre argumentarios que llevan a realizar diferentes priorizaciones
de valores y, en consecuencia, llevan a realizar diferentes interpretaciones
de calidad asistencial y/o de prestación de servicios. Así, todo conflicto
ocurrido en el ejercicio de la profesión que tenga que ver con la priorización
de valores y con su impacto directo en la calidad de la asistencia, es un
conflicto ético.
En la ética profesional se observan diferentes tipos de conflictos de
valores: entre los valores subyacentes a la gestión de un caso; entre los
valores de los profesionales (en sentido horizontal y vertical), por
desacuerdo en la aplicación de protocolos o circuitos internos o en el uso de
la información de los usua rios; entre los valores del profesional y los de la
familia del usuario; entre los valores del imaginario colectivo (social) y los
subyacentes al caso.
Existen conflictos en relación con los resultados de la intervención
(obtenidos o anticipados), y a su vez estos pueden ser por la distancia entre
resultados previstos y reales en relación con la expectativa; por la
sustitución de la falta de medios por buena voluntad (calidad y expectativas
del usuario frente a burnout); por conflicto entre fines y medios
(proporcionalidad de las medidas); etcétera.
También pueden existir conflictos de valores respecto a las tensiones
entre profesionales y usuarios, por ejemplo, en relación con el ejercicio de
la autoridad, con respetar decisiones y opiniones o con permitir o no ciertas
conductas. Todos ellos son competencia de la ética.
Resumiendo, los conflictos de valores en el profesional pueden darse en
relación con la propia conciencia, el equipo, la institución, la concepción de
la profesión y la norma o ley que regula el ejercicio profesional. En la
resolución, el profesional ha de tener en cuenta que tiene responsabilidad
hacia la propia conciencia, la persona atendida, los compañeros, la
institución, la profesión y la sociedad, lo que ya es en sí mismo una fuente
de conflicto.
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1 Conjunto de reglas técnicas a que ha de ajustarse la actuación de un profesional en ejercicio de su
arte u oficio.
2. Ética y deontología aplicadas a la psicología
Susana Aparicio
Breve historia y desarrollo de la ética en la psicología
La psicología, al igual que cualquier otra profesión, se fundamenta en dos
pilares. El primero, el compuesto por el conjunto de conocimientos y
habilidades vinculadas, es decir, lo que constituiría el saber teórico-práctico
de la disciplina; el segundo, el ético, el que hace referencia al conjunto de
principios, valores y normas que permiten el correcto despliegue de esos
conocimientos teóricos y habilidades en beneficio de los usuarios a los que
se atiende. Así pues, la ética profesional representa aquel conjunto de
principios que permiten diferenciar lo correcto de lo incorrecto en el
ejercicio de una profesión. Como dice Martin-Baró:
La ética psicológica es así parte esencial de la psicología y no un añadido a una psicología que de
por sí fuera ya completa sin esa consideración (dimensión) ética. De hecho, los mejores teóricos
de las diversas escuelas de psicología terminan interrogándose, antes o después, sobre los
principios éticos en los que apoyan sus decisiones técnicas, ya que esas decisiones afectan
directamente al ser y quehacer de las personas y, por tanto, sus opciones vitales. (Martin-Baró,
2015, p. 506)
Para entender la relación entre la ética y la psicología es necesaria una
revisión retrospectiva de los orígenes dela disciplina. Como señala
Angarita (2009), es conocida la premisa «la filosofía es la madre de todas
las ciencias» y, por tanto, la filosofía es el punto de origen de toda ciencia, y
evidentemente, también de la psicología. A partir del tronco común de la
filosofía, irán apareciendo desde los siglos XVI y XVII las llamadas ciencias
de la naturaleza, ya como disciplinas separadas de la «ciencia madre».
Hacia el siglo XIX empiezan su andadura, como disciplinas con entidad
propia, las ciencias humanas y sociales. Este proceso de alejamiento
también se ha producido en psicología, aunque la desvinculación ha sido
más lenta.
Hemos de remontarnos a principios del siglo XX en Estados Unidos para
situar el surgimiento de las carreras de Psicología, y será a partir de
mediados del mismo siglo cuando asistamos a una reorganización profunda
de la disciplina. Esta reorganización se orientó hacia un mayor énfasis en la
vertiente aplicada de la psicología. En dicha reorganización es conocido el
papel activo que desempeñó la American Psychological Association (APA).
Junto a esta reorientación hacia una disciplina más aplicada surgió en el
seno de esta asociación una preocupación creciente por cuestiones éticas
vinculadas al ejercicio de la profesión. La necesidad de dar respuestas a
estas preocupaciones éticas condujo a la elaboración del primer código
ético en 1953. En dicho código se recogerían las primeras pautas éticas de
la profesión (Ferrero, 2005).
En Europa asistimos al proceso de profesionalización e
institucionalización de la disciplina a partir también de la finalización del
conflicto bélico. Será entonces cuando, internacionalmente, se asuma la
consideración de la psicología como una profesión orientada al bienestar
humano (Ferrero, 2000). La European Federation of Psychologists’
Associations (EFPA) consensuó en 1995 los principios éticos a cumplir por
los psicólogos de todas las sociedades y asociaciones integradas en la
federación. Dichos principios se concretaron en cuatro: respeto por los
derechos y dignidad de las personas, responsabilidad, competencia e
integridad. Los desarrollaremos en profundidad en el siguiente apartado.
Por lo que respecta a la psicología española, la institucionalización de las
carreras de Psicología, a pesar de que son varias las fechas que pueden
señalarse como el inicio de dicha institucionalización, existe un cierto
consenso en proponer el año 1979. Ello es debido a la confluencia de tres
factores: la coincidencia con el centenario de la fundación de la psicología
científica con Wundt, la publicación del RD 1652/1979, que creaba las
facultades de Psicología independientes y la Ley 43/1979 de creación del
Colegio Oficial de Psicólogos (Tortosa-Pérez, Santolaya, 2021).
Así pues, al igual que sucedió en Estados Unidos, en relación con el papel
fundamental que desempeñó la APA en este proceso de institucionalización y
profesionalización de la psicología, en nuestro entorno también resultó
decisiva la participación del Colegio Oficial de Psicólogos (COP).
La Ley 43/1979, antes citada, regulaba un aspecto fundamental: los
títulos universitarios para poder ejercer legalmente, así como la obligación
de colegiación. Igualmente, permitía la ordenación del ejercicio profesional
y la vigilancia de la calidad de los servicios ofertados mediante el control
deontológico y el reconocimiento de la capacidad sancionadora del colegio
profesional (Tortosa-Pérez, Santolaya, 2021).
Si bien, como acabamos de ver, la Ley 43 abría paso al control
deontológico de los colegios profesionales, asistiremos a un verdadero
incremento por la preocupación ética de la profesión alrededor de finales de
los ochenta y principios de los noventa, al disponer ya de colegios
profesionales con suficiente historia y entidad para ocuparse de la
regulación de los comportamientos éticos de los profesionales de la
psicología (Chamorro, 2007).
A pesar de que en los últimos años se ha hecho patente la preocupación
por las cuestiones e implicaciones éticas de la profesión, como apunta Del
Río (2002), sigue siendo un objetivo no plenamente conseguido la inclusión
de la formación deontológica en todos los planes de docentes de las
universidades del país.
De igual modo, es escasa la disponibilidad de bibliografía específica
sobre ética en psicología en nuestro entorno. Un breve repaso bibliográfico1
nos sitúa a finales de los años noventa, cuando aparece publicado por
primera vez uno de los manuales sobre ética en psicología más consultados,
Ética para psicólogos de Omar França-Tarragó (1996). Será a partir del año
2000 cuando empiezan a publicarse artículos sobre ética profesional en
revistas de psicología como Papeles del Psicólogo, Revista de Psicología
Universitas Tarraconensis, entre otras, así como artículos y monográficos
específicos sobre ética y deontología impulsados por los diferentes colegios
profesionales del país. También será a partir de esta década que aparecen
publicados textos de referencia como Guía de ética profesional en
psicología clínica, de Carmen del Río (2005), o Ética del psicólogo,
coordinado por Andrés Chamorro. Esta misma revisión bibliográfica nos
permite visualizar cómo paralelamente a la profesionalización de diferentes
ámbitos de la psicología también encontramos artículos que se ocupan de
las cuestiones éticas específicas de dichos ámbitos. En este sentido,
hallamos recientemente publicaciones sobre ética y deontología en el
ámbito de la psicología de las organizaciones, en el ámbito de la
intervención social o en el ámbito forense, aunque siguen siendo
mayoritarias aquellas que versan sobre cuestiones éticas del ejercicio
profesional en el ámbito clínico. El hecho de que la ética en psicología haya
estado ligada al propio proceso de formalización de la profesión, con
énfasis en su dimensión más aplicada, ha derivado en la preponderancia de
la vertiente deontológica por encima de otras corrientes dentro de la ética.
Cuando nos referimos a una ética deontológica, hacemos mención de una
ética que regula los deberes de los agentes morales y traduce los mismos en
una serie de principios, normas y reglas de conducta.
Como señaló Sánchez Vidal (citado en Chamorro, 2007) los requisitos
para la aparición de principios éticos en una profesión están ligados a tres
factores: la existencia de una identidad profesional, el reconocimiento de la
necesidad de disponer de normas para asegurar el cumplimiento de los
deberes profesionales y la existencia de una masa crítica de profesionales
que avale la necesidad de un sistema de responsabilidad ética y
autorregulación colectiva.
Podemos hablar, en relación con la regulación ética y legal que afecta al
ejercicio profesional de la disciplina, de tres niveles de responsabilidad
(Ferrero, 2000).
Primer nivel: respecto y cumplimiento de los derechos humanos
Este primer nivel hace referencia a las obligaciones que tienen los
profesionales, no únicamente como profesionales, sino también como
ciudadanos.
Las normativas regulatorias del ejercicio profesional se inspiran en la
Declaración Universal de Derechos Humanos. Los principios y derechos en
ella recogidos constituyen la guía para el desarrollo de las actividades
profesionales. El compromiso con los derechos fundamentales y el respeto a
la dignidad de las personas representan una obligación ética para el
ejercicio de la psicología.
Existen otros documentos que son relevantes en relación con la
regulación del ejercicio profesional de la psicología sancionados por la
Organización de las Naciones Unidas, a saber: la Convención Internacional
sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación racial, de 1965
(Organización de las Naciones Unidas 1965/1994), el Pacto Internacional
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales aprobado en 1966, o la
Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer, aprobada en 1979. Igualmente relevantes
son los acuerdos relacionados con la protección de los derechos de los
discapacitados y personascon trastornos mentales (Organización de la
Naciones Unidas, 1971), la Declaración sobre los derechos de las personas
con discapacidad (Organización de las Naciones Unidas, 1975), y
finalmente, por citar algunos de los más relevantes para el ejercicio
profesional de la psicología, los principios para la protección de todas las
personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión, que se aprobó
en 1988.
Segundo nivel
En él situaríamos las reglamentaciones del ejercicio profesional del
psicólogo dentro del ámbito de conocimiento en el que la disciplina se
enmarca, en este caso las relativas a los profesionales de la salud.
A pesar de las diferencias que podemos encontrar entre las múltiples y
diversas reglamentaciones que afectan a los profesionales de la salud, como
indica Ferrero (2000), es posible encontrar al menos cinco elementos
comunes:
Todo profesional de la salud está obligado a prestar asistencia en
caso de necesidad.
Toda intervención terapéutica, diagnóstica o de investigación
requiere del consentimiento previo del paciente.
Los profesionales de la salud deben respetar los derechos
fundamentales de los pacientes.
El paciente tiene el derecho a negarse a participar en una
investigación, y a rechazar un tratamiento, salvo ciertas
excepciones.
Debe respetarse la confidencialidad de los datos obtenidos.
Tercer nivel
El tercer nivel de compromiso ético del psicólogo sería el relativo a las
regulaciones específicas de la psicología, recogidas en el código
deontológico.
En definitiva, en palabras de Ferrero:
Podemos concluir que, según las regulaciones abordadas, el ejercicio profesional en el campo de
la salud —y por ende cualquier práctica de investigación o terapéutica que se realice con sujetos
humanos— deberá sustentarse no solo en un desarrollo científico y técnico de la mayor
calificación posible, sino también en un ineludible compromiso ético, cuyo alcance y temáticas
tales declaraciones han profundizado. (Ferrero, 2000, p. 33)
Aplicación de los conceptos generales a la psicología
En la bioética contemporánea existen diferentes paradigmas y teorías con
los que sustentar la toma de decisiones éticas: el principialismo (ética
deontológica), el consecuencialismo, la ética de la hospitalidad, la ética de
la virtud, etcétera. Tal y como se ha señalado en el capítulo anterior, de
estas teorías, sin lugar a duda, es el principialismo el que goza de un mayor
apoyo y aceptación en el ámbito de la bioética. Existe actualmente un
amplio consenso alrededor de la validez y utilidad de la consideración de
los cuatro principios de la bioética (Beneficencia, No maleficencia,
Autonomía y Justicia) como el método más idóneo —aunque no está exento
de críticas, como comentaremos más adelante— para ayudar a los
profesionales del ámbito sanitario a tomar decisiones éticas.
Los principios éticos básicos de la psicología parten de estos cuatro
principios de la bioética y a su vez derivan del valor superior de respeto a la
dignidad humana. La concepción moderna de dicho valor nos remite a la
autonomía moral de las personas e implica una conceptualización activa de
la libertad humana (Valls, 2005).
A pesar de que, como hemos señalado, la ética en psicología encuentra su
fundamento en la bioética, no es menos cierto que los dilemas éticos a los
que nos enfrentamos los psicólogos, derivados de nuestro quehacer
profesional, son propios y específicos y no siempre encuentran respuesta en
las orientaciones éticas de la bioética. Es por ello por lo que surgió la
propuesta de la creación de la Psicoética, también conceptualizada como
ética aplicada, para ocuparse de las cuestiones éticas vinculadas al ejercicio
de la psicología.
Principios de la Psicoética
La Psicoética se define como la disciplina que tiene por objeto de estudio y
reflexión los dilemas éticos que se producen en la práctica profesional de
los profesionales de la salud (França-Tarrago, 1996). También ha adoptado
estos principios como una herramienta eficaz para intentar dar respuesta a
las cuestiones éticas derivadas del ejercicio de la profesión.
La vía para ayudar a los psicólogos a tomar decisiones éticas ha sido, al
igual que sucede con otras profesiones, la adopción de normas y principios
consensuados por los propios profesionales y materializados en un código
deontológico. En este código se recogen los deberes profesionales y
deontológicos, los principios y las normas que todo profesional de la
psicología tiene que respetar en el marco del ejercicio de la profesión. La
especificación de estos principios no deja de ser un compromiso público
que la profesión adquiere con la sociedad a la cual presta servicio.
En el primer capítulo se han mencionado los diferentes principios de la
bioética y se ha especificado, detalladamente, su origen y definición. A
continuación, haremos un repaso de estos centrándonos en su aplicación en
el ámbito de la psicología (Psicoética), y especificaremos los diferentes
principios recogidos tanto en el ámbito europeo (EFPA) como los
contemplados por la APA.
El principio de Beneficencia
El principio de Beneficencia proviene de la ética médica hipocrática, y tal y
como se ha definido en el capítulo anterior, hemos de entenderlo como el
deber básico de hacer el bien a las personas. En el ámbito profesional de la
psicología hemos de interpretarlo como la obligación de todo profesional de
la psicología de procurar, a través de sus conocimientos y experiencia,
ayudar a las personas que solicitan sus servicios (Chamorro, 2007).
El principio de Beneficencia ha sido el principio bajo el cual,
tradicionalmente, los médicos y otros profesionales sanitarios han tomado
decisiones respecto a sus pacientes en calidad de expertos. La utilización de
este principio como criterio orientativo a la hora de tomar decisiones éticas
ha propiciado lo que se conoce como «paternalismo médico», es decir, el
profesional como experto sabe lo que le conviene al paciente y toma la
decisión sobre cómo proceder, independientemente de cuál sea la opinión
de este.
La irrupción del principio de Autonomía, que comentaremos a
continuación, ha puesto en entredicho este modelo paternalista en la toma
de decisiones que afectan la vida y la salud de las personas. Hoy en día, no
se considera éticamente aceptable tomar decisiones sanitarias en contra de
la voluntad del paciente, salvo casos excepcionales que también
comentaremos.
El principio de No maleficencia
Este principio se entiende como la obligación de no lesionar la integridad,
física o psicológica, de ningún ser humano. En cualquier intervención
profesional del psicólogo no siempre es posible conseguir una mejora de la
persona o colectivo a los que atendemos, pero no causar daño es un mínimo
imprescindible (Chamorro, 2007).
Se convierte, en consecuencia, en un deber prioritario para todo
profesional evitar cualquier intervención que cause o pueda causar daño,
tanto por acción como por omisión.
El principio de Autonomía
Este principio se entiende como la obligación de respetar los valores,
principios y las opciones personales de los individuos en aquellas
decisiones que tengan que ver con cualquier asunto que les afecte
vitalmente y que no perjudiquen a terceras personas.
Se basa en la conceptualización de toda persona como un ser con
capacidad de autodeterminación. Las bases ideológicas del mismo las
encontramos en la Ilustración y principalmente en la filosofía kantiana, y
significa que todo individuo tiene derecho a gobernarse por una norma que
él mismo acepta como tal, sin coerción externa (França-Tarragó, 1996).
Las implicaciones del respeto a este principio en la atención que todo
psicólogo debe prestar a un paciente se concretan en la obligación ética de
respetar las decisiones de este, máxime si no coinciden con el criterio
profesional.
No obstante, conviene señalar que ningún principio es absoluto, por tanto,
el principio de Autonomía tampoco. Esto significa que existen ciertas
limitaciones. Las personas solo pueden decidir por sí mismas si están en
condicionesde considerar conscientemente sus valores y actúan sin
coerción (Chamorro, 2007).
Por tanto, es obligación de cualquier profesional asegurarse de que
proporciona toda la información necesaria al paciente para que tome la
decisión que crea oportuna, y a la vez ha de procurar garantizar que la
persona ha entendido la información facilitada y velar por que su decisión
se corresponda realmente con sus valores y no a la existencia de elementos
de coerción. Solo de esta manera puede asegurarse de que la decisión del
paciente es verdaderamente autónoma.
Del principio de Autonomía se deriva la obligación de garantizar el
derecho de todo individuo a consentir antes de que se lleve a cabo cualquier
tipo de intervención profesional. Especial atención deberá prestarse en el
caso de personas que por razones de edad o por razones de incapacidad
(física o psíquica) no sean competentes para poder decidir (ya sea de forma
permanente o transitoria). En estos casos el consentimiento debe ser
requerido a padres, familiares o tutores legales, según proceda.
Del principio de Autonomía se deriva también una serie de obligaciones
morales (normas éticas) recogidas en los códigos deontológicos, como son:
la obligación de no revelar la información referente al cliente
(confidencialidad), fidelidad a los compromisos adquiridos y veracidad en
la información aportada al cliente. Las abordaremos de forma más detallada
en el apartado de reglas de la Psicoética.
Principio de Justicia
El principio de Justicia se entiende como el imperativo moral que nos
obliga a la igual consideración y respeto por todo ser humano y a procurar
la igualdad de oportunidades evitando cualquier tipo de discriminación por
razón de edad, sexo, género, etnia, nacionalidad o clase social en el acceso a
los recursos sanitarios. En este sentido, en la bioética principialista el
principio de Justicia se centra en la llamada justicia distributiva,
entendiéndola como la distribución equitativa de las cargas y los beneficios
en la sociedad.
Como profesionales de la psicología, el respeto a este principio nos obliga
a procurar a las personas a las que prestamos nuestros servicios igualdad de
oportunidades en el acceso a los recursos sanitarios, educativos…
(Chamorro, 2007).
Solo es éticamente justificable la aceptación de diferencias en el acceso a
esos servicios cuando nos hallemos ante individuos o grupos menos
favorecidos y como un mecanismo que permita compensar la falta de
equidad en el acceso a ellos por falta de oportunidades.
Reglas de la Psicoética
Los principios que hemos comentado hasta ahora representan una guía para
la actuación profesional —de todo profesional de las ciencias de la salud—
y constituyen, en definitiva, un ideal bajo el cual los psicólogos han de
enmarcar sus intervenciones para que estas puedan ser consideradas como
éticamente correctas.
No obstante, el respeto a los cuatro principios de la bioética, a pesar de
ser prescriptivos en las intervenciones profesionales, presentan un carácter
básico y general en su formulación, lo cual a menudo deja sin respuestas ni
pautas concretas de actuación al profesional ante ciertos dilemas o
situaciones éticamente conflictivas. Para proporcionar criterios más
específicos o pautas más claras que orienten al profesional ante la toma de
decisiones éticas, França-Tarragó (1996) plantea tres normas (o reglas) que
considera básicas en la relación psicólogo-cliente y que tienen que ver con
la confidencialidad, la veracidad y la fidelidad.
La regla de la confidencialidad
Todo psicólogo debe guardar secreto de las confidencias que le haga una
persona durante la intervención profesional. No es una regla aplicable solo
a los psicólogos, existe la misma obligación en otros profesionales
(médicos, abogados…). Dicha regla nos obliga a respetar las confidencias,
la privacidad, la intimidad de la persona a la cual estamos prestando un
servicio.
Resulta una regla fundamental en todo proceso asistencial porque se
asienta en el respeto y la confianza, que son elementos clave para una
óptima intervención terapéutica. No obstante, tal y como señalábamos al
hablar de los principios, tampoco las reglas son absolutas, es decir, tienen
excepciones o limitaciones. Las limitaciones de la regla de la
confidencialidad se enmarcarían en los dos supuestos ya mencionados, a
saber: por un lado, que de no revelar la información pueda verse
comprometida la integridad física o psíquica del paciente, y por otro, que el
mantenimiento del secreto profesional ponga en riesgo a terceras personas.
La regla de la veracidad
Como señalábamos anteriormente, la regla de la veracidad deriva del
respeto al principio de Autonomía. Las personas no pueden tomar de forma
autónoma decisiones que afectan a su salud si no disponen de información
suficiente y veraz. La responsabilidad de que dicha información se presente
en esos términos recae en el profesional. Por tanto, el profesional de la
psicología está obligado a proporcionar la información que la persona tiene
derecho a saber, procurará que sea clara y no induzca a malentendidos.
La fidelidad
Se formula en la obligación de guardar fidelidad a las promesas. França-
Tarragó alude al hecho de que cuando se entabla una relación profesional,
psicólogo y cliente aceptan el inicio de un acuerdo que compromete a
ambas partes; por un lado, el psicólogo promete proporcionar determinados
servicios, a partir de su conocimiento y experiencia y con respeto a las
normas y principios recogidos en el código deontológico; y por otro, el
cliente deberá cumplir con las instrucciones recibidas.
En aras al cumplimiento de esta obligación moral de fidelidad a los
compromisos, y para evitar la creación de falsas expectativas en el cliente,
es importante delimitar bien al inicio de la relación profesional cuáles serán
las actuaciones profesionales que se llevarán a cabo y las consecuencias que
pueden tener en el cliente. Son aspectos importantes a tener en cuenta para
evitar que el cliente tenga la sensación de que las promesas que se le habían
hecho no se han cumplido (Chamorro, 2007).
Principios del metacódigo de ética de la European Federation of
Psychologists’ Associations (EFPA)
En 1990, la EFPA decidió crear un grupo de trabajo al que se le asignó la
labor de elaborar un código de ética común para los psicólogos de Europa.
Las dificultades para el consenso que se pusieron sobre la mesa obligaron
a descartar el objetivo inicial y reconvertirlo en la elaboración de un
metacódigo. En él se recogían los elementos claves que deberían tener
todos los códigos deontológicos de las asociaciones vinculadas a la EFPA.
Por tanto, se constituía una guía orientativa a partir de la cual las diferentes
asociaciones podían redactar sus propios códigos deontológicos desde sus
especificidades y necesidades. El documento fue aprobado en 1995 por la
Asamblea General de la EFPA y ha sido revisado posteriormente en
sucesivas reuniones, la última en Granada en 2005.
El metacódigo enumera cuatro principios que definen su marco: Respeto,
Competencia, Responsabilidad e Integridad. Veámoslos con más detalle.
Principio de Respeto
Se conceptualiza como respeto a los derechos y la dignidad de las personas.
Sobre la base de este principio, los psicólogos han de respetar y promover,
en sus actuaciones profesionales, la dignidad y el respeto de los derechos
fundamentales de las personas. Del mismo se derivan la obligación de
respetar los derechos de intimidad, confidencialidad y autonomía, siempre
que no entren en contradicción con otras obligaciones profesionales del
psicólogo, tanto éticas como legales.
En la formulación de este principio, el metacódigo señala:
Los psicólogos serán conscientes de las diferencias individuales de
cultura, roles, incluyendo aquellas debidas a incapacidad, género,
orientación sexual, raza, etnia, nacionalidad de origen, edad,
religión, idioma y nivel socioeconómico.
Los psicólogos evitarán prácticas que impliquen parcialidad
injusta y puedan desembocar en algún tipo de discriminación.Principio de Competencia
El principio de Competencia recoge la obligación de todo profesional de la
psicología de mantener estándares elevados de competencia en el ejercicio
de sus funciones, lo cual también implica reconocer sus limitaciones y su
área de especialización. Por consiguiente, implica a su vez la obligación de
disponer de la cualificación especializada requerida y de una formación
continua y actualizada. Un aspecto clave a tener en cuenta, y que recalca la
importancia de una buena formación ética de todo profesional, es que el
respeto al principio de Competencia se entiende no únicamente como el
hecho de disponer de conocimientos científico-técnicos propios de la
disciplina, sino que también implica actuar con conocimiento y respeto a las
normas éticas recogidas en los códigos deontológicos de la profesión.
Principio de Responsabilidad
El principio de Responsabilidad obliga a los psicólogos a tomar conciencia
de sus responsabilidades profesionales y científicas hacia sus clientes, en
primer término, pero también hacia la comunidad en la que ejercen su
profesión y hacia el conjunto de la sociedad en general. En su quehacer
profesional deben evitar causar daño, y deberán asumir las consecuencias
de sus acciones si de su intervención se deriva un perjuicio para el cliente.
Otra derivada de este principio es la obligación de todo psicólogo de criticar
razonablemente la actuación de un colega y, dado el caso, informar de una
acción no ética a la asociación profesional.
Un aspecto a considerar es que la naturaleza de la responsabilidad ética
de las actuaciones de los psicólogos es personal. Ello implica, tal y como
señala Lang (2009), que tanto si actúan libremente como si lo hacen bajo la
supervisión de otro profesional, es decir, se hallan cumpliendo órdenes, en
último término cada psicólogo tiene la responsabilidad de actuar
éticamente.
Principio de Integridad
Los psicólogos tienen que promover la integridad en la ciencia, en la
enseñanza y en la práctica de la psicología. El cumplimiento de este
principio obliga a ser honestos, sinceros, justos y respetuosos con los
demás, a aclarar sus roles profesionales y evitar el engaño o la ocultación de
información, por ejemplo, de la existencia de procedimientos alternativos.
Principios de la American Psychological Association (APA)
El código deontológico de la APA establece cinco principios éticos
generales.
Beneficencia y No maleficencia
El cumplimiento de estos principios obliga a los psicólogos a encaminar su
actuación profesional en aras de buscar el beneficio del paciente, a la vez
que han de procurar evitar que en su quehacer se produzca daño a las
personas que atienden. En caso de conflicto entre ambos principios, prima
el evitar o minimizar los posibles daños tanto a su cliente como,
eventualmente, a terceras personas.
Fidelidad y Responsabilidad
Según estos principios, los psicólogos deben ser conscientes de sus
responsabilidades científicas y profesionales, así como de los compromisos
adquiridos tanto con las personas a las que atienden como hacia la
comunidad en la que llevan a cabo su actuación profesional. El
mantenimiento de los compromisos adquiridos requiere de la revisión de
sus criterios de actuación, así como de asumir las responsabilidades
derivadas de dicha actuación. Evitará, por tanto, situaciones en las que su
rol profesional sea confuso, situaciones de conflictos de intereses y
cualquier otra circunstancia que pueda provocar explotación o perjuicio a
las personas.
Integridad
En su actuación profesional, todo psicólogo promoverá la honestidad, la
precisión y la veracidad de sus actuaciones, sea en el ámbito de la
investigación científica, sea en la enseñanza o en la práctica de la
psicología.
Justicia
Este principio obliga a procurar igualdad en el acceso a las personas a los
servicios psicológicos que ofrecen, garantizando la misma calidad de estos
a todas las personas sin discriminaciones.
Respeto a la dignidad y a los derechos humanos
Los profesionales de la psicología deben garantizar el respeto a los derechos
y libertades fundamentales de las personas. Ello implica el respeto a la
privacidad, la confidencialidad y la autodeterminación. Deberán ser
respetuosos con las diferencias individuales y culturales, evitando prejuicios
por razón de etnia, lengua, orientación sexual, creencias religiosas o clase
social.
Para concluir, y tal y como hemos señalado, todos estos principios
representan aspiraciones, ideales de actuación de los profesionales de la
psicología. En cuanto ideales o aspiraciones, pueden resultar una guía
insuficiente para orientar la toma de decisiones éticas ante situaciones
concretas. A efectos de clarificarlos y proporcionar pautas más concretas de
actuación que permitan el ejercicio de una buena praxis profesional,
disponemos de los códigos deontológicos que hemos de entender, en
palabras de Chamorro, como «manuales de buenas prácticas y de
actuaciones profesionales correctas que ayudan a los profesionales a evitar
errores y prevenir formas de intervención profesional que queden fuera de
todo aquello que es aceptable y razonable» (Chamorro, 2007, p. 41).
Los códigos deontológicos serán tratados con más extensión en el
siguiente capítulo.
Una vez revisados los diferentes principios y reglas bajo los cuales los
profesionales de la psicología debemos guiar toda actuación profesional,
mencionaremos brevemente los conflictos éticos y algunas de las
propuestas metodológicas para ayudar a los profesionales en la toma de
decisiones éticas.
En el ejercicio de la profesión son múltiples y diversas las situaciones que
nos abocan a tener que tomar decisiones éticas derivadas del conflicto o la
colisión entre los principios comentados anteriormente. Ante un dilema
ético, nos vemos obligados a tener que priorizar un principio respecto a
otro.
A pesar de que, tal y como hemos señalado anteriormente, la propuesta de
los principios de la bioética es ampliamente aceptada y proporciona un
método adecuado (método principalista)2 para la resolución de los
conflictos éticos en el ámbito sanitario, no ha estado exenta de críticas
desde sus inicios. El principialismo ha sido rebatido desde posiciones
utilitaristas como la de Helga Kuhse o Peter Singer, así como también desde
las llamadas éticas de la virtud. A partir de los años noventa, con la
aparición de los primeros estudios críticos desde una perspectiva de género,
también la ética feminista se une a la crítica al principialismo mayoritario
(Belli, 2019).
La revisión de la bioética desde una perspectiva feminista recibió un gran
impulso a partir de las aportaciones de Carol Gilligan en In a Different
Voice (1982):
La propuesta de Gilligan de una ética del cuidado desató una gran polémica en el campo
intelectual de la ética, así como también de la bioética. Contra las ideas del desarrollo cognitivo
moral de la época, la autora propone considerar el enfoque característico de las mujeres a la hora
de resolver problemas morales como una alternativa al modo masculino, igualmente válida que
aquel. Es decir, elimina la jerarquía entre estas diferencias y deja de pensarlas como momentos
diferentes dentro de un mismo desarrollo, para considerarlos polos diferenciados en una misma
escala. Desde una perspectiva moral, esta lectura es sumamente importante ya que legitima un
punto de vista alternativo al hegemónico, que introduce como variables a considerar las
circunstancias y las relaciones que rodean a los sujetos. (Belli, 2019, p. 136)
La ética del cuidado de Gilligan ofreció un marco teórico alternativo al
principialismo. El foco principal de la crítica, aunque no el único, se centró
en la propia conceptualización de los principios. Según la perspectiva
feminista, estos están basados en con cepciones individualistas de las
personas, «son concebidas como radicalmente autónomas y racionales,
omitiendo la dimensión de lo relacional, lo emocional y la conexión con los
otros» (citado por Belli, 2019, p.136).3
Ante la propuesta inicial del principialismo

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