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Júlia Martín Susana Aparicio Adolfo Jarne (editores) Ética en la práctica de la psicología Diseño de la cubierta: Dani Sanchis Edición digital: José Toribio Barba © 2023, Júlia Martín, Susana Aparicio, Adolfo Jarne © 2023, Herder Editorial, S. L., Barcelona ISBN EPUB: 978-84-254-5000-6 1.ª edición digital, 2023 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com). http://www.conlicencia.com/ Índice Introducción Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio PARTE I ÉTICA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL EN PSICOLOGÍA 1. Introducción a la ética y a la bioética Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio Ética y moral Ética profesional y ética cívica La bioética y el surgimiento de las éticas aplicadas 2. Ética y deontología aplicadas a la psicología Susana Aparicio Breve historia y desarrollo de la ética en la psicología Aplicación de los conceptos generales a la psicología 3. Códigos deontológicos y marco legal. Comités de ética Júlia Martín, Adolfo Jarne, Aura Esther Vilalta Normativas Derechos y obligaciones de los profesionales y responsabilidad profesional Las comisiones de deontología Marco normativo de la responsabilidad civil y penal del profesional psicólogo en sus relaciones con el paciente La resolución de conflictos y dilemas PARTE II ÉTICA APLICADA EN ÁMBITOS CONCRETOS DE LA PSICOLOGÍA 4. Ética en el ámbito de la investigación Joan Guàrdia Introducción Marco teórico. Origen de la deontología en el contexto de la investigación (antecedentes históricos y aparición de los distintos códigos universales) Deontología aplicada a la investigación de las ciencias del comportamiento Elementos éticos a considerar para elaborar una investigación en psicología Comentario final Caso práctico 5. Ética en el ámbito de la salud y la clínica Gisela Hansen Marco teórico Marco deontológico de referencia Fuentes de conflictividad ética Caso práctico 6. Ética en el ámbito forense jurídico Mila Arch Marco teórico Marco deontológico de referencia Fuentes de conflictividad ética Caso práctico 7. Ética y deontología en psicología de la educación Cristina Luna, María Ángeles Ortega Marco teórico Deontología y código en la psicología educativa Controversia ética propia del ámbito Caso práctico 8. Ética en psicología en el ámbito social comunitario Moisés Carmona Monferrer, Rubén David Fernández Carrasco Introducción Marco teórico: características de lo social comunitario y sus consecuencias sobre la ética y los valores Marco deontológico de referencia Fuentes de conflictividad ética y razones para el descuido de la ética en la intervención social y comunitaria Caso práctico 9. Ética en el ámbito de las organizaciones Carlos Moreno Introducción teórica Marco deontológico de referencia Fuentes de conflictividad ética Caso práctico 10. Ética en la actividad física y el deporte Jordi Segura, Beatriz Galilea Marco teórico Marco deontológico de referencia en psicología del deporte Fuentes de conflictividad ética para el psicólogo del deporte Caso práctico ejemplar: Nacho 11. Cuestiones éticas en psicología de emergencias Alba Pérez González, Andrés Cuartero Barbanoj y Jordi García Sicard Marco teórico Marco deontológico de referencia. Directrices que existen en el ámbito y principios éticos con los que se opera Fuentes de conflictividad ética Caso práctico Consideraciones finales 12. Retos éticos y perspectivas de futuro profesional. De las terapias por internet a la inteligencia artificial Victor Cabré Introducción Telepsicología Inteligencia artificial y robótica social Caso práctico: inteligencia artificial y prevención del suicidio18 Ideas para continuar el debate Autores Introducción Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio El presente libro es y no es un manual de deontología. La deontología es una rama de la ética que se enfoca en el estudio de los deberes y obligaciones morales de los individuos en su vida profesional. Este libro habla de ética, pero no se circunscribe exclusi vamente a las normas de los códigos deontológicos de la profesión de la psicología, sino que se basa en una visión más amplia de la ética profesional, entendiéndola como ética aplicada y, por tanto, como reflexión crítica sobre la profesión, y entendiendo también que debe buscarse el encaje de esta ética con las otras tres: la personal, la cívica y la de las organizaciones. Ética, ética aplicada y deontología Para entender el marco en el que se circunscribe este libro tenemos que ir desgranando conceptos como si de muñecas rusas se tratara. La ética es la reflexión crítica sobre la conducta y los valores humanos que nos permite establecer argumentos legítimos que nos ayuden en la toma de decisiones. Dicha reflexión lleva a la formación del ethos o carácter de las personas, profesionales u organizaciones. En el mundo contemporáneo occidental, la ética se está constituyendo en uno de los puntales que sustentan la vida social y la personal. La idea de un estilo de vida ético, en un sentido «laico» y, por tanto, diferente al que sustentaba la moral religiosa, se abre camino en la vida de muchos hombres y mujeres en nuestro contexto y nos aproxima a la idea de la virtud como objetivo vital. La ética aplicada es el análisis crítico-reflexivo de las distintas actividades humanas con el fin de ayudar a los profesionales a lograr la excelencia en el ejercicio de su profesión. Dentro de la ética aplicada hay distintas ramas: la bioética (ética aplicada al ámbito biomédico), la ética de los servicios sociales, la ética de la administración pública, la ética empresarial o la Psicoética (ética aplicada a la psicología). Existen algunos principios muy generales que serían de aplicación a todo el mundo profesional, como la honestidad, la confidencialidad, la responsabilidad social, la competencia profesional, la integridad, la confianza, la justicia y el respeto, aunque cada profesión acaba adaptando estos principios a sus propios códigos y pautas de comportamiento profesional. Si el objetivo vital que se persigue desde la ética es la virtud personal, el objetivo que se persigue desde la ética aplicada es la virtud profesional o excelencia (areté). La deontología es la rama de la ética que establece códigos de conducta ética que deben ser seguidos por los profesionales para garantizar el cumplimiento de sus deberes y responsabilidades hacia sus clientes, colegas y la sociedad en general. Así, por ejemplo, dentro de la ética aplicada al ámbito biomédico (bioética) hay códigos profesionales de médicos, biólogos, enfermeros, especialistas, etcétera. Dentro de la Psicoética, como se desarrolla en el capítulo 2, hay distintos códigos deontológicos (APA, EFPA…) que son de aplicación para todos los psicólogos, cualquiera que sea su especialidad. Estos códigos de conducta establecen los valores y principios éticos que deben ser respetados por los profesionales. Este libro aúna el enfoque ético aplicado al mundo de la práctica de la psicología con la deontología de esta profesión. Ética, deontología y buena praxis se entremezclan, e incluso se funden en algunas ocasiones, enriqueciendo la reflexión sobre el ejercicio de nuestra profesión para ayudarnos a ser mejores psicólogos. La bioética como primera rama de la ética aplicada El primer ámbito profesional en el que se hizo patente la necesidad de establecer códigos de conducta ética para los profesionales fue el ámbito biomédico. Por ello, la primera rama de la ética aplicada que surgió fue la bioética. Ello ha conducido a que los contenidos de ética y deontología se estén introduciendo y normalizando en los programas de estudio de los grados universitarios, especialmente en los de ciencias de la salud. Los principios éticos que vertebran la bioética se han ido aplicando progresivamentea otros ámbitos profesionales, a la vez que las distintas profesiones han ido definiendo sus propios principios. Hagamos un poco de historia. La bioética, como exponemos en el capítulo 1, nació como disciplina durante los años setenta en Estados Unidos. El primero en usar el término fue el oncólogo Van Rensselaer Potter en su libro Bioethics: a bridge to the future. En él, Potter argumenta que la función de la bioética es tender puentes entre los hechos (conocimiento biológico) y los valores (ética). De ahí que actualmente se defina la bioética como el estudio interdisciplinario de las implicaciones éticas y las repercusiones sociales que comporta el progreso de las ciencias de la vida y de la salud. En 1972, tan solo un año después de que Potter acuñara el término «bioética», salieron a la luz el experimento Tuskegee, en Alabama, y los experimentos y abusos que sufrieron los alumnos de la escuela estatal de Willowbrook, en Seattle. Ello fue el colofón del cúmulo de aberraciones que se habían ido produciendo en el campo de la investigación con seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la aprobación del Código de Núremberg (1947), de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) y de la Declaración de Helsinki (1964), los nombrados experimentos no se detuvieron hasta salir a la luz casi treinta años después de finalizar la guerra. Tras estos hechos se dio por fracasado el intento de autorregulación de los profesionales a través de códigos de ética universales, y tanto el consentimiento informado como la revisión de los proyectos de investigación por parte de comités de ética independientes se convirtieron en exigencias legales. Paralelamente, se constituyó la National Comission, el primer comité nacional de bioética del mundo. Esta comisión redactó el Informe Belmont (1979), que recoge los principales principios éticos para la protección de los seres humanos en investigación: Autonomía, Beneficencia, No maleficencia y Justicia. Estos principios fueron desarrollados posteriormente por dos de los integrantes de la comisión, Tom L. Beauchamp y James F. Childress, en su libro Principles of Biomedical Ethics. Tiempo después, en 1995, empezó en Europa el proyecto de investigación biomed ii Project, Basic Ethical Principles in European Bioethics and Biolaw, que contó con la colaboración de veintidós partners de la Unión Europea. Este proyecto culminó con la redacción de la Declaración de Barcelona en 1998 y con la publicación de un libro con el mismo título del proyecto en el 2000. Ambos documentos recogen los que se ha convenido en llamar principios de bioética europea: Autonomía (en un sentido relacional alejado de la concepción individualista norteamericana), Dignidad, Integridad y Vulnerabilidad. Paralelamente, en 1997 se aprobó el Convenio de Oviedo sobre Derechos Humanos y Biomedicina, y posteriormente, en 2005, se aprobó la Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO. Por tanto, la bioética nació en los años setenta en Estados Unidos como ética aplicada a la investigación con seres humanos, pero con Beauchamp y Childress se amplió para aplicarse también a la labor asistencial, convirtiéndose en ética aplicada al ámbito biomédico; posteriormente, en Europa, en los años noventa, se abrió al ámbito social, dando lugar a la ética aplicada a los servicios sociales. Psicología: historia y deontología La psicología profesional es una disciplina relativamente nueva en comparación con otras áreas de la psicología. La psicología como ciencia se ha desarrollado a lo largo de los siglos, pero la psicología profesional como una disciplina aplicada y práctica ha evolucionado en los últimos dos siglos. De forma simbólica, se puede situar la fecha de 1896, cuando Lightner Witmer fundó el primer laboratorio de psicología clínica en la Universidad de Pensilvania, luego, hablamos de menos de ciento cincuenta años. En este tiempo se ha desarrollado un proceso que podríamos denominar de «ordenación del oficio», por el que la psicología profesional ha ido configurando poco a poco una estructura que le da lugar y posición entre las disciplinas profesionales y en las estructuras y mercados del mundo. Para esta ordenación es preciso una idea original, una posición motriz que ordene las acciones posteriores. Probablemente esta idea motriz sea la que desarrolló Joseph Matarazzo en la década de 1980 durante su mandato como presidente de la American Psychological Association (APA). En esencia, Matarazzo defendía la importancia de una formación sólida y general en psicología para todos los estudiantes de Psicología, independientemente de su área de especialización. Según Matarazzo, la formación general en psicología permite a los estudiantes obtener una comprensión profunda de los fundamentos teóricos, metodológicos y prácticos de la disciplina. Esto les permite tener una base sólida para desarrollar posteriormente habilidades especializadas en áreas específicas de la psicología. En relación con la especialización en psicología, Matarazzo defendía, en su artículo «The Coming of Age of Clinical Psychology», que es esencial garantizar que los profesionales tengan un conocimiento profundo y detallado en un área específica de la psicología, así como que desarrollen habilidades específicas. Todo ello les permite mejorar la calidad y efectividad de la atención que ofrecen a los pacientes. Además, Matarazzo argumenta que la especialización también puede ayudar a los psicólogos a diferenciarse en un mercado cada vez más competitivo y a ser más efectivos en la atención a pacientes con necesidades específicas. En esencia, parece que la ordenación de la profesión de la psicología ha quedado en un paradigma parecido al de la medicina. Existe un tronco común, la psicología, que da unidad, sentimiento de identidad e identificación profesional a todos los psicólogos y psicólogas del mundo y al que nadie quiere renunciar. Dicho de otra forma, antes que nada se es psicólogo. La profesión se ordena en unas pocas grandes especialidades, probablemente entre ocho y doce, que determinan los grandes circuitos de formación y grandes redes de organización del trabajo. Entre estas sobresale la especialidad de la clínica y la salud por ser primus inter pares, no solo por su extensión e influencia social, sino también por el porcentaje de profesionales que se identifican con ella y porque determina en ocasiones la adscripción general de toda la disciplina en ciencias de la salud. Dentro de cada gran especialidad existen multitud de especialidades menores en las que los profesionales van adquiriendo destreza a lo largo de la vida según su conveniencia e interés. Lógicamente, existen especialidades transversales, con matices que acogen aspectos de las grandes especialidades, y también amplias zonas «fronterizas»; nichos de trabajo que bordean especialidades diferentes o que podrían ser adscritos a una u otra según en qué aspecto se ponga el énfasis, como, por ejemplo, los dispositivos sociosanitarios o los de atención a la primera infancia o el trabajo sobre riesgos labores psicosociales. Ello no es diferente a cualquier otra profesión. Un papel crucial en esta ordenación de la profesión lo de sempeñó la APA. Como desarrollamos en el capítulo 2, paralelamente a esta reorientación hacia una disciplina aplicada, también surgió en el seno de esta asociación una preocupación por cuestiones éticas del ejercicio de la profesión, preocupaciones que se vieron plasmadas en la elaboración del primer código ético en 1953. En dicho código se recogerían las primeras pautas éticas de la profesión. Es importante destacar que seguir las normas y principios de los códigos deontológicos en psicología no es solo una responsabilidad moral, sino también es beneficioso para la reputación de los profesionales: los clientes y pacientes del psicólogo confían en que este se comportará de manera ética y responderá a sus necesidades de manera justa y transparente. Si estas expectativas de confianza se cumplen, el profesionales creíble y tendrá buena reputación. Además, la confianza y la credibilidad fidelizan: el vínculo asistencial que construye el psicólogo ayuda a conseguir la lealtad del paciente/cliente y, en consecuencia, a la rentabilidad de su trabajo a largo plazo, ya que los profesionales que se comportan de manera ética generan una buena imagen de marca que redunda en una mayor probabilidad de atraer y retener a pacientes y clientes. En definitiva, es aquello de business is ethics en vez de ethics is business. Sobre el libro: estructura, autores y público destinatario El presente libro organiza todas las reflexiones anteriores en dos partes. La primera consta de tres capítulos en los cuales se desarrollan las bases generales de la aplicación de la ética a la profesión de la psicología, con especial énfasis en la bioética, la deontología y los códigos más extendidos, y con mayor influencia entre los psicólogos/as en nuestro contexto. En esta primera parte se presta atención a los comités de ética y de deontología y a la importancia que van adquiriendo en el establecimiento de pautas y recomendaciones como garantes que son de la calidad del trabajo de los profesionales. Se presta atención también a los procedimientos de discusión y toma de decisiones que usan estos comités y comisiones en la resolución de dilemas y conflictos éticos. De hecho, los editores dan gran importancia a la exposición de esta metodología deliberativa no solo como una escuela de profesión, sino también como una escuela de vida. En la segunda parte se abordan específicamente la ética y la deontología aplicadas a las grandes especialidades y ámbitos profesionales dentro de la psicología: clínica y ámbito de la salud, forense jurídica, educativa, social comunitaria, de organizaciones, de la actividad física y deporte, de emergencias y de investigación. Los editores han escogido estas especialidades, conscientes de que no están todas, por considerar que estos ocho capítulos recogen las orientaciones generales imprescindibles para iniciar el proceso de reflexión crítica sobre la profesión de la psicología que luego se puede extrapolar y aplicar a las distintas situaciones o conflictos que un psicólogo pueda encontrarse en su práctica profesional en cualquier ámbito. Estos capítulos tienen una estructura muy homogénea: después de exponer el marco teórico de la especialidad, se comentan los códigos deontológicos o principios éticos específicos existentes para, a continuación, desarrollar la problemática ética propia del ámbito. Todos los capítulos finalizan con un caso práctico y una propuesta de resolución. El libro finaliza con un interesante capítulo, escrito por el profesor Victor Cabré, que aborda los retos que el futuro depara a la ética en psicología profesional, y que ya empiezan a atisbarse, en relación con la telepsicología, la robótica y la inteligencia artificial. Los editores de este manual provienen del campo de la psicología académica y profesional y de la filosofía. Los autores también provienen de estos dos campos, aunque son mayoritariamente psicólogos y psicólogas con amplia trayectoria en el mundo académico y profesional. Se les realizó la propuesta de escribir sus textos en función de su reconocimiento social en su área de especialidad, y de su interés y dedicación a la docencia. En este sentido, los autores de los diferentes capítulos provienen de tres universidades catalanas (Universitat de Barcelona, Universitat Ramón Llull y Universitat Oberta de Ca talunya), y en conjunto representan una muy amplia experiencia en la docencia universitaria de la psicología, además del prestigio que les confiere su trayectoria profesional individual. Entendemos que esta interdisciplinariedad y variedad de perfiles da riqueza a la reflexión y expresa una realidad que ya es común en nuestro mundo: el escuchar a quienes opinan distinto con respeto, el disentir con serenidad y el acuerdo colaborativo sean, probablemente, uno de los mejores mecanismos evolutivos de los que dispone la especie para mejorar en el camino de la virtud y la excelencia. Esto es lo que intentamos aplicar en este libro. El manual que tienen en sus manos nació en un contexto universitario y por eso su principal público destinatario son los estudiantes de Psicología. Su elaboración está vinculada al hecho de que, aunque las facultades de Psicología incorporan, de forma creciente y potente, los estudios de ética y deontología en sus planes de estudio como asignaturas obligatorias, se constató la ausencia de textos en formato manual que pudieran ayudar a los estudiantes en el abordaje de estas materias. Esta es su vocación principal, pero pensamos que puede ser de ayuda también a profesionales e incluso a personas ajenas a la psicología profesional que puedan encontrar en él una guía y una orientación para caminar en asuntos que sean de su interés profesional o personal, o que se muevan por simple curiosidad. Y es que la curiosidad también puede ser un potente motor para la forja de un buen ethos personal y profesional, en la medida en que, como la ética, abre posibilidades y oportunidades para encontrar formas de vivir mejor. PARTE I ÉTICA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL EN PSICOLOGÍA 1. Introducción a la ética y a la bioética Júlia Martín, Adolfo Jarne, Susana Aparicio Ética y moral La ética o la moral deben entenderse no solo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible. VICTORIA CAMPS, 2011 Uno de los primeros puntos a tratar, cuando se abordan temas de ética profesional, es establecer la diferenciación entre dos conceptos clave: ética y moral. La relación entre ambos resulta teñida de cierto grado de ambigüedad, dado que su uso en la vida cotidiana hace difícil una diferenciación clara de ambos conceptos. Cuando en el día a día decimos frases como «esto no es ético», estamos apelando al hecho de que el comportamiento en cuestión dista, en mayor o menor grado, de aquello que el código moral de nuestra sociedad considera aceptable. Dicho de otro modo, toda sociedad establece una serie de principios y valores que permiten la convivencia social y que representan los límites que dicha sociedad considera aceptables para garantizar su propia supervivencia. En este contexto, la diferenciación entre moral y ética resulta harto difícil de establecer, pues serían, de hecho, sinónimos. No obstante, en el ámbito académico ambos conceptos tienen acepciones distintas. En este sentido, entendemos por moral el conjunto de creencias y prácticas que genera una sociedad con objeto de servir de guía de comportamiento a sus miembros y, en última instancia, garantizar la convivencia y la pervivencia del grupo. Coincidiría dicha definición con la acepción que hemos dado al inicio del presente capítulo. En cambio, académicamente hablando, conceptualizamos la ética como una disciplina de la filosofía cuyo objetivo es reflexionar sobre la moralidad humana; es decir, la ética se ocupa de fundamentar o explicar el porqué de las normativas morales, estudiar el sentido que, en general, tiene la propia existencia de códigos morales. En términos generales, la moral estaría constituida por el conjunto de normas, principios y valores que representan aquello que una sociedad considera comportamientos aceptables que permiten llevar una vida que se puede catalogar de buena y justa, y la ética se centraría en reflexionar sobre el fundamento de dichos principios, normas o valores. La moral nos dice qué está bien, la ética intenta argumentar por qué está bien (Cortina, 1986). A las dificultades de definición y delimitación de los conceptos hemos de añadir el hecho de que no es posible hablar de una única moral, sino que existe una pluralidad de códigos morales en las sociedades actuales, como también es un hecho que los códigos morales han sufrido cambios en una misma sociedad a lo largo de su historia. Cada grupo social, cultural, a lo largo de los siglos, ha ido adaptando dichos patrones de conducta moral en función de su devenirhistórico. La pluralidad moral es una constante en la historia de la humanidad, desde los albores de la constitución de la vida social organizada hasta la actualidad, pero dicha pluralidad no es incompatible con la afirmación de que, independientemente de la disparidad de valores, normas o principios, todos los códigos morales de todas las sociedades humanas están pensados para servir de guía de vida tanto individual como grupalmente, están orientados a garantizar o preservar la convivencia social y, en última instancia, como ya hemos señalado, la supervivencia del grupo. Ética profesional y ética cívica La ética cívica constituye el marco moral obligatorio de la ética profesional. CAMPS Y CORTINA, 2010 Podemos definir cuatro éticas: personal, cívica, profesional y de las organizaciones. Las dos últimas surgen de la plasmación de la ética cívica en los códigos deontológicos de las profesiones y en los códigos éticos de las organizaciones. Centrémonos pues en la ética cívica. A juicio de Adela Cortina (2010), la ética cívica comprendería tres dimensiones. En primer lugar, los derechos humanos, que serían el contenido y la esencia de la ética cívica. En segundo lugar, la ética cívica como ética de mínimos y, finalmente, la ética cívica como conciencia moral contemporánea. Al hablar de la ética cívica como una ética de mínimos nos referimos al hecho de que los valores y principios morales que recogen los derechos humanos constituyen el soporte moral básico y necesario que ha sido aceptado por las diferentes sociedades para posibilitar la convivencia entre personas y pueblos. Son acuerdos morales mínimos por cuanto no pretenden eliminar las diferentes convicciones morales (ética de máximos) presentes en toda sociedad plural y cuya elección, por una u otra, corresponde al ámbito de la libertad individual de cada individuo de escoger entre las diferentes propuestas que le ofrece la sociedad (Ibarra, 2015). En palabras de Adela Cortina (2010): «La ética de mínimos contiene y representa la exigencia de justicia social, y en esa medida busca el logro de la libertad y de la igualdad de todos los miembros de la sociedad» (citado en Ibarra, 2015, p. 67). La ética cívica compartida es, por tanto, necesaria para poder gestionar el pluralismo de las sociedades modernas, y es clave para entender cómo están conceptualizadas actualmente las éticas profesionales. El compromiso ético de cualquier profesional que presta servicio a la sociedad debe fundamentarse en la imparcialidad ideológica, el respeto, la tolerancia, la igualdad y el diálogo como valores básicos. El sentido de toda ética profesional es orientar las actividades profesionales hacia el logro del bien común y este es también el objetivo de la ética cívica (Ibarra, 2015). En la confluencia de objetivos hallamos la articulación y el engranaje existente entre ambas. En palabras de la misma autora: Las profesiones se desarrollan en una sociedad que también cuenta con un conjunto de valores morales y cívicos que la ética profesional requiere tomar en cuenta si no quiere que las profesiones se desarrollen aisladas de la dinámica de la sociedad. De ahí que la primera tarea que se le presenta a la ética profesional es la articulación y búsqueda de la congruencia de sus principios, criterios y valores con la ética cívica que permea a la sociedad contemporánea. (Ibarra, 2015, p. 68) Según Martínez Navarro (2006, citado en Ibarra, 2015), la ética cívica ha impactado en el ethos de las profesiones y ha modificado el concepto mismo de buena práctica profesional. Entendemos por ethos profesional el carácter moral que toda profesión tiene. En la configuración de este hallamos el resultado del desarrollo histórico de la profesión y el proceso de institucionalización que cada una ha seguido. Ese carácter moral, es decir, el conjunto de principios y valores éticos de toda profesión, se ha ido conformando con las aportaciones de los propios profesionales, que han ido delimitando aquellos valores y principios que sustentaban una buena praxis profesional (Ibarra, 2015). Como decíamos, Martínez Navarro señala que la aparición en escena de la ética cívica ha supuesto una cierta modifica ción de la dinámica de configuración y delimitación del ethos profesional de las diferentes profesiones. En palabras del propio autor: La presencia de la ética cívica ha modificado esta dinámica, ya que ha puesto en primer plano a los afectados por los servicios profesionales (usuarios, otras profesiones, proveedores, competidores, etcétera) para participar y cualificar lo que constituye una buena práctica profesional. (Martínez Navarro, 2006. Citado en Ibarra, 2015, p. 71) En la medida en que la ética profesional tiene por objetivo orientar a los profesionales en el logro del desempeño de sus responsabilidades profesionales en el marco de un comportamiento moralmente correcto, de una buena praxis profesional, hemos de entenderla como saber práctico y aplicado. Se la considera, por ello, una ética aplicada. La denominación de ética aplicada empezó a utilizarse hacia el último tercio del siglo pasado, primordialmente en el ámbito sanitario y estrechamente vinculada al nacimiento de la bioética, considerada la primera y más significativa ética profesional aplicada. La bioética y el surgimiento de las éticas aplicadas La ética clásica diferencia entre cinco paradigmas para abordar los problemas que le son propios: éticas deliberativas, de las virtudes, deontológicas (principialistas), consecuencialistas y de la hospitalidad. De estos cinco paradigmas es sin duda la teoría principialista, es decir, la que tiende a pensar en la existencia de principios generales básicos que modulen la discusión en la resolución de conflictos, la más aceptada en el ámbito biosanitario, y en buena medida ello tiene que ver también con los orígenes de la bioética como disciplina. También tuvo importancia la propia tradición de la medicina, que contaba con veinticinco siglos de experiencia en regirse por unos principios de naturaleza normativa, los hipocráticos, reforzados por el estoicismo y la religión, que habían evolucionado muy poco en todo ese tiempo y, por tanto, no podían responder a los retos que especialmente desde la medicina se estaban acumulando en la década de 1960. Hay un acuerdo en que la palabra inglesa bioethics fue usada por primera vez por el oncólogo estadunidense Van Rensselaer Potter en su artículo «Bioethics, the Science of the Survival» en 1970. Potter, en su artículo publicado en 1971 «Bioethics: a Bridge to the Future», definía la bioética como una nueva disciplina que contemporáneamente reflexiona sobre los datos biológicos y los valores humanos […]. He elegido bio para representar el conocimiento biológico, la ciencia de los sistemas vivientes; y he elegido ética para indicar el conocimiento de los sistemas de valor. (Casillas, 2017, p. 4) André Hellegers fundó en Washington, en 1971, The Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of the Human Reproduction and Bioethics, con una concepción en cierto sentido diferente de la de Potter, que era demasiado generalista. Hellegers entendía la bioética como «puente entre medicina, filosofía y ética» (citado en Casillas, 2017, p. 6), por tanto, más vinculada a la práctica de las disciplinas sanitarias y los problemas concretos relacionados con la vida (sobre todo inicio y final) que, como hemos comentado, emergían en la segunda mitad del siglo XX. Hoy en día, esta es la concepción prevalente en bioética. En España, fue fundado en 1975 el primer centro de bioética en Europa, específicamente en Barcelona: el Instituto Borja de Bioética, dirigido por F. Abel, que había sido colaborador de Hellegers (citado por Casillas, 2017). Es en el contexto de los grupos de trabajo interdisciplinares del mencionado Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of the Human Reproduction and Bioethics que se genera el Informe Belmont, estimulado sin duda por el escándalo del caso Tuskegee, donde se plantean los principiosy pautas éticas para la protección de sujetos de investigación; y el texto de Beauchamp y Childress aparecido en 1979, Principios de ética biomédica, donde se explicitan los famosos cuatro principios que rápidamente se expandieron por todo el mundo académico y asistencial relacionado con la medicina y las disciplinas clínicas afines, como la psicología. El concepto básico de los cuatro principios originales es el siguiente: Principio de No maleficencia: se refiere a la obligación de no hacer daño a otros, aunque no se le pueda hacer un bien y aunque no se pueda mejorar su estado, al menos no empeorarlo. El principio se refiere también a proteger y defender los derechos de los otros; prevenir el daño causado por otros; retirar las condiciones que puedan causar daños a otros; ayudar a personas con discapacidades y auxiliar a personas en peligro. Con origen en la ética hipocrática del primum non nocere. Coincide con lo que se denomina la buena práctica clínica, y en la ley la lex artis1 de la profesión. La vulneración de este principio conduce a actos de mala práctica y puede suponer una sanción deontológica y legal (ver capítulo 3). Principio de Beneficencia: se refiere en general a la obligación de realizar el bien (no solo de desearlo), realizando una evaluación de los posibles bienes y daños, maximizando los beneficios y minimizando los riesgos, teniendo en cuenta lo que la persona cree que es bueno o malo para ella misma. Cuando el principio de Beneficencia entra en conflicto con el de Autonomía, en el sentido de que el ejercicio de la autonomía implicaría un daño a otra persona, se aplica la tradicional «regla de oro» en los siguientes términos: «haz a los demás solo lo que ellos quieran que les hagan» (citado por Escobar y Aristizábal, 2011, p. 94), y su otra versión, «haz a los demás solo lo que quisieras que te hicieran a ti». Principio de Autonomía: el principio de respeto a la autonomía tiene una vertiente negativa que prohíbe como principio general tomar decisiones por otra persona, y otra positiva que favorece la toma de decisiones autónomas. Este principio tiene dos lecturas: respetar las decisiones de las personas competentes y proteger a las personas no competentes (consentimiento por sustitución o representación). Más allá de la clínica, este principio permite la convivencia de personas con valores e ideas diferentes, ya que plantea el respeto a estas ideas y valores. Beauchamp y Childress afirman que los requisitos mínimos para ejercer la autonomía son la libertad (independencia de influencias controladoras externas e internas) y la agencia (capacidad de acción intencional) (citado por Escobar y Aristizábal, 2011). En el campo clínico, el derecho a la autonomía implica una obligación de los profesionales de la salud de asegurar que los pacientes tengan derecho a elegir. Principio de Justicia: en este principio se plantea la asignación y distribución equitativa de los recursos disponibles según las necesidades de cada uno. Se considera un principio importante, ya que incorpora la vertiente social y política sobre la base de la cooperación entre seres humanos y conduce a la justicia distributiva, entendida como la distribución de derechos y responsabilidades en la sociedad, que se espera que sea equitativa y apropiada en términos de cooperación social. En el capítulo 2 se desarrollan los conceptos y aplicaciones de los cuatro principios básicos a la psicología y sus áreas competenciales profesionales. De 1995 a 1998, la Comisión Europea apoyó su propio trabajo sobre los principios de la bioética más en la línea generalista de Potter que en la clínica de los norteamericanos. La posición europea bebía también en su tradición antropológica de situar al ser humano y su subjetividad en el centro de la discusión. Sus fuentes fueron principalmente los cuatro principios de Beauchamp y Childress, la cultura de derechos humanos del siglo XX y las teorías de filósofos europeos contemporáneos como Paul Ricœur, Emmanuel Lévinas y Jürgen Habermas (Escobar y Aristizábal, 2011). Propuso los principios de Dignidad, Integridad, Vulnerabilidad y Autonomía, que van más allá del enfoque norteamericano para incidir en su referencia a la hora de tomar decisiones de políticas públicas y del desarrollo de tecnologías. Estos principios también se pueden aplicar a animales. Hoy en día, existe una discusión respecto a si la bioética debe concernir a los problemas de las disciplinas asistenciales (posición original de Hellegers) o extenderse a toda problemática relacionada con la vida del ser humano sobre la tierra, es decir, prácticamente a todo, como conservación de la naturaleza, explotación y conservación de recursos, culturas plurinacionales y multiétnicas, desigualdad económica y social, etcétera (posición de Potter). En la tabla 1 se resumen los cuatro principios de la bioética en la versión norteamericana y la europea. Tabla 1. Definición de los principios bioéticos norteamericanos y europeos LOS CUATRO PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA AMERICANOS LOS CUATRO PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA EUROPEOS Autonomía o respeto por las personas: deber del profesional de respetar las decisiones de las personas competentes. Proteger a las personas no competentes (vulnerables). *Puerta de entrada a un ámbito de intervención legítimo. Autonomía (relacional): deber del profesional de tener en cuenta el contexto de las personas atendidas. La persona y sus relaciones. No maleficencia: primum non nocere no causar daños (físicos, psicológicos, morales, sociales) que sean evitables o desproporcionados. Vulnerabilidad: deber del profesional de atender a las personas según su grado de vulnerabilidad, la cual tiene que ver con la falta de recursos materiales (por ejemplo, comida) o de capacidades para utilizar estos recursos para tener bienestar (por ejemplo, saber definir una dieta equilibrada para tener buena salud). Todos somos vulnerables en algún momento. Beneficencia: procurar el mayor bienestar o beneficio para el paciente, atendiendo a su propia percepción de aquello que sea bueno o malo para él. Integridad: deber del profesional de entender a la persona atendida en sus dimensiones. Hay que entender que el bienestar es físico, mental y social. Justicia: trato equitativo (dar a cada uno según su necesidad, según su grado de vulnerabilidad). Dignidad: deber del profesional de respetar el valor inherente que tienen todas las personas. Aunque una persona pierda parte de su autonomía, siempre tiene dignidad. Fuente: adaptado por Júlia Martín Badia de Beauchamp y Childress, 2011, y Proyecto BIOMED-II, 1998. Relación entre principios, derechos y valores La ética, tal como la desarrollamos en este texto, es decir, básicamente principialista, se fundamenta, así pues, en principios, pero ¿cuál es la relación entre estos y los derechos y valores, o lo que es lo mismo, con la justicia y la moral? Los valores (morales) son construcciones humanas que fundamentan las concepciones del mundo y de la vida, determinando la moralidad de los actos y, por tanto, definiendo la conducta. Los derechos son atribuciones jurídicas inherentes a la condición de persona y de ciudadano que deben garantizarse y, al mismo tiempo, marcan áreas de libertad y de decisión, y están basados en valores. De los derechos se derivan los deberes. Finalmente, los principios (éticos) son puntos de partida, normas, desde donde se constituye la realidad, y que se convierten en exigencias que guían a los profesionales en el ejercicio de los valores en el marco de su actividad profesional. Lógicamente, existe una cierta correspondencia entre principios éticos y valores morales, tal como se ilustra en la tabla 2. Tabla 2. Relación entre principios, derechos y valores PRINCIPIOS Y DERECHOS VALORES PRINCIPIO DE AUTONOMÍA Derecho a la libertad/no coacción. Derecho a la autodeterminación. Derecho a la información. Derecho a relacionarse (red de soporte social vínculo). Libertad. Autodeterminación. Corresponsabilidad. Soporte. Compromiso. PRINCIPIODE BENEFICENCIA Derecho al máximo bienestar/ beneficio posible. Derecho a un nivel de calidad de vida aceptable. Bondad / beneficio. Eficacia / eficiencia. PRINCIPIO DE NO MALEFICENCIA Derecho a ser protegido de daños evitables y desproporcionados. Protección. PRINCIPIO DE JUSTICIA Derecho a la igualdad de oportunidades. Derecho a la no discriminación. Justicia. Discriminación positiva. Igualdad / Equidad. PRINCIPIO DE PROTECCIÓN A LA VULNERABILIDAD Derecho a la distribución equitativa (no igualitaria) de los recursos. Solidaridad. Tener cuidado. PRINCIPIO DE RESPETO A LA DIGNIDAD Derecho a la no humillación y a un trato no degradante. Dignidad. Intimidad. PRINCIPIO DE RESPETO A LA INTEGRIDAD Derecho a la privacidad y la confidencialidad. Derecho a decidir sobre el propio cuerpo e imagen. Seguridad. Respeto. Fuente: elaboración propia por Júlia Martín Badia. Los conflictos éticos En el capítulo 2 y en el de ética en organizaciones se abordan las metodologías para la resolución de conflictos y dilemas éticos. En el capítulo 3 se verá la estructura, composición y funcionamiento de los comités de ética y comisiones de deontología, lo que se justifica por la existencia de los conflictos éticos. De hecho, están diseñados para abordar dichos dilemas y conflictos éticos y ayudar a su resolución, ya que la presencia de conflictos éticos es consustancial a la práctica de cualquier profesión y de cualquier actividad humana de tipo intersubjetiva, que son prácticamente todas. Un conflicto es un choque, una oposición. La ética es la reflexión sobre los argumentos por los que aceptamos o rechazamos un determinado sistema de valores y, en función de ello, actuamos. Por tanto, un conflicto ético es el choque u oposición entre argumentarios que llevan a realizar diferentes priorizaciones de valores y, por tanto, a tomar distintos cursos de acción ante una determinada situación. Aplicado al mundo profesional, un conflicto ético es un choque u oposición entre argumentarios que llevan a realizar diferentes priorizaciones de valores y, en consecuencia, llevan a realizar diferentes interpretaciones de calidad asistencial y/o de prestación de servicios. Así, todo conflicto ocurrido en el ejercicio de la profesión que tenga que ver con la priorización de valores y con su impacto directo en la calidad de la asistencia, es un conflicto ético. En la ética profesional se observan diferentes tipos de conflictos de valores: entre los valores subyacentes a la gestión de un caso; entre los valores de los profesionales (en sentido horizontal y vertical), por desacuerdo en la aplicación de protocolos o circuitos internos o en el uso de la información de los usua rios; entre los valores del profesional y los de la familia del usuario; entre los valores del imaginario colectivo (social) y los subyacentes al caso. Existen conflictos en relación con los resultados de la intervención (obtenidos o anticipados), y a su vez estos pueden ser por la distancia entre resultados previstos y reales en relación con la expectativa; por la sustitución de la falta de medios por buena voluntad (calidad y expectativas del usuario frente a burnout); por conflicto entre fines y medios (proporcionalidad de las medidas); etcétera. También pueden existir conflictos de valores respecto a las tensiones entre profesionales y usuarios, por ejemplo, en relación con el ejercicio de la autoridad, con respetar decisiones y opiniones o con permitir o no ciertas conductas. Todos ellos son competencia de la ética. Resumiendo, los conflictos de valores en el profesional pueden darse en relación con la propia conciencia, el equipo, la institución, la concepción de la profesión y la norma o ley que regula el ejercicio profesional. En la resolución, el profesional ha de tener en cuenta que tiene responsabilidad hacia la propia conciencia, la persona atendida, los compañeros, la institución, la profesión y la sociedad, lo que ya es en sí mismo una fuente de conflicto. Referencias bibliográficas ALL EUROPEAN ACADEMIES (ALLEA) (2019), Código Europeo de Conducta para la Integridad en la Investigación, Berlín, ALLEA. ARANGUREN, J.L. (1968), Ética, Madrid, Selecta de Revista de Occidente. 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Sáez Mateu (coord.), Filosofar: pensar desde Cataluña, Barcelona, ED Libros, pp. 101-118. TRIBUNAL INTERNACIONAL DE NÚREMBERG (1947), Código Internacional de Núremberg. VV.AA. (1979), El informe Belmont. VILAR MARTÍN, J. (2010), Anàlisi dels conflictes ètics en la pràctica professional de l’educació social. Aproximació a una ètica aplicada, Tesis doctoral, Barcelona, Universitat de Barcelona. 1 Conjunto de reglas técnicas a que ha de ajustarse la actuación de un profesional en ejercicio de su arte u oficio. 2. Ética y deontología aplicadas a la psicología Susana Aparicio Breve historia y desarrollo de la ética en la psicología La psicología, al igual que cualquier otra profesión, se fundamenta en dos pilares. El primero, el compuesto por el conjunto de conocimientos y habilidades vinculadas, es decir, lo que constituiría el saber teórico-práctico de la disciplina; el segundo, el ético, el que hace referencia al conjunto de principios, valores y normas que permiten el correcto despliegue de esos conocimientos teóricos y habilidades en beneficio de los usuarios a los que se atiende. Así pues, la ética profesional representa aquel conjunto de principios que permiten diferenciar lo correcto de lo incorrecto en el ejercicio de una profesión. Como dice Martin-Baró: La ética psicológica es así parte esencial de la psicología y no un añadido a una psicología que de por sí fuera ya completa sin esa consideración (dimensión) ética. De hecho, los mejores teóricos de las diversas escuelas de psicología terminan interrogándose, antes o después, sobre los principios éticos en los que apoyan sus decisiones técnicas, ya que esas decisiones afectan directamente al ser y quehacer de las personas y, por tanto, sus opciones vitales. (Martin-Baró, 2015, p. 506) Para entender la relación entre la ética y la psicología es necesaria una revisión retrospectiva de los orígenes dela disciplina. Como señala Angarita (2009), es conocida la premisa «la filosofía es la madre de todas las ciencias» y, por tanto, la filosofía es el punto de origen de toda ciencia, y evidentemente, también de la psicología. A partir del tronco común de la filosofía, irán apareciendo desde los siglos XVI y XVII las llamadas ciencias de la naturaleza, ya como disciplinas separadas de la «ciencia madre». Hacia el siglo XIX empiezan su andadura, como disciplinas con entidad propia, las ciencias humanas y sociales. Este proceso de alejamiento también se ha producido en psicología, aunque la desvinculación ha sido más lenta. Hemos de remontarnos a principios del siglo XX en Estados Unidos para situar el surgimiento de las carreras de Psicología, y será a partir de mediados del mismo siglo cuando asistamos a una reorganización profunda de la disciplina. Esta reorganización se orientó hacia un mayor énfasis en la vertiente aplicada de la psicología. En dicha reorganización es conocido el papel activo que desempeñó la American Psychological Association (APA). Junto a esta reorientación hacia una disciplina más aplicada surgió en el seno de esta asociación una preocupación creciente por cuestiones éticas vinculadas al ejercicio de la profesión. La necesidad de dar respuestas a estas preocupaciones éticas condujo a la elaboración del primer código ético en 1953. En dicho código se recogerían las primeras pautas éticas de la profesión (Ferrero, 2005). En Europa asistimos al proceso de profesionalización e institucionalización de la disciplina a partir también de la finalización del conflicto bélico. Será entonces cuando, internacionalmente, se asuma la consideración de la psicología como una profesión orientada al bienestar humano (Ferrero, 2000). La European Federation of Psychologists’ Associations (EFPA) consensuó en 1995 los principios éticos a cumplir por los psicólogos de todas las sociedades y asociaciones integradas en la federación. Dichos principios se concretaron en cuatro: respeto por los derechos y dignidad de las personas, responsabilidad, competencia e integridad. Los desarrollaremos en profundidad en el siguiente apartado. Por lo que respecta a la psicología española, la institucionalización de las carreras de Psicología, a pesar de que son varias las fechas que pueden señalarse como el inicio de dicha institucionalización, existe un cierto consenso en proponer el año 1979. Ello es debido a la confluencia de tres factores: la coincidencia con el centenario de la fundación de la psicología científica con Wundt, la publicación del RD 1652/1979, que creaba las facultades de Psicología independientes y la Ley 43/1979 de creación del Colegio Oficial de Psicólogos (Tortosa-Pérez, Santolaya, 2021). Así pues, al igual que sucedió en Estados Unidos, en relación con el papel fundamental que desempeñó la APA en este proceso de institucionalización y profesionalización de la psicología, en nuestro entorno también resultó decisiva la participación del Colegio Oficial de Psicólogos (COP). La Ley 43/1979, antes citada, regulaba un aspecto fundamental: los títulos universitarios para poder ejercer legalmente, así como la obligación de colegiación. Igualmente, permitía la ordenación del ejercicio profesional y la vigilancia de la calidad de los servicios ofertados mediante el control deontológico y el reconocimiento de la capacidad sancionadora del colegio profesional (Tortosa-Pérez, Santolaya, 2021). Si bien, como acabamos de ver, la Ley 43 abría paso al control deontológico de los colegios profesionales, asistiremos a un verdadero incremento por la preocupación ética de la profesión alrededor de finales de los ochenta y principios de los noventa, al disponer ya de colegios profesionales con suficiente historia y entidad para ocuparse de la regulación de los comportamientos éticos de los profesionales de la psicología (Chamorro, 2007). A pesar de que en los últimos años se ha hecho patente la preocupación por las cuestiones e implicaciones éticas de la profesión, como apunta Del Río (2002), sigue siendo un objetivo no plenamente conseguido la inclusión de la formación deontológica en todos los planes de docentes de las universidades del país. De igual modo, es escasa la disponibilidad de bibliografía específica sobre ética en psicología en nuestro entorno. Un breve repaso bibliográfico1 nos sitúa a finales de los años noventa, cuando aparece publicado por primera vez uno de los manuales sobre ética en psicología más consultados, Ética para psicólogos de Omar França-Tarragó (1996). Será a partir del año 2000 cuando empiezan a publicarse artículos sobre ética profesional en revistas de psicología como Papeles del Psicólogo, Revista de Psicología Universitas Tarraconensis, entre otras, así como artículos y monográficos específicos sobre ética y deontología impulsados por los diferentes colegios profesionales del país. También será a partir de esta década que aparecen publicados textos de referencia como Guía de ética profesional en psicología clínica, de Carmen del Río (2005), o Ética del psicólogo, coordinado por Andrés Chamorro. Esta misma revisión bibliográfica nos permite visualizar cómo paralelamente a la profesionalización de diferentes ámbitos de la psicología también encontramos artículos que se ocupan de las cuestiones éticas específicas de dichos ámbitos. En este sentido, hallamos recientemente publicaciones sobre ética y deontología en el ámbito de la psicología de las organizaciones, en el ámbito de la intervención social o en el ámbito forense, aunque siguen siendo mayoritarias aquellas que versan sobre cuestiones éticas del ejercicio profesional en el ámbito clínico. El hecho de que la ética en psicología haya estado ligada al propio proceso de formalización de la profesión, con énfasis en su dimensión más aplicada, ha derivado en la preponderancia de la vertiente deontológica por encima de otras corrientes dentro de la ética. Cuando nos referimos a una ética deontológica, hacemos mención de una ética que regula los deberes de los agentes morales y traduce los mismos en una serie de principios, normas y reglas de conducta. Como señaló Sánchez Vidal (citado en Chamorro, 2007) los requisitos para la aparición de principios éticos en una profesión están ligados a tres factores: la existencia de una identidad profesional, el reconocimiento de la necesidad de disponer de normas para asegurar el cumplimiento de los deberes profesionales y la existencia de una masa crítica de profesionales que avale la necesidad de un sistema de responsabilidad ética y autorregulación colectiva. Podemos hablar, en relación con la regulación ética y legal que afecta al ejercicio profesional de la disciplina, de tres niveles de responsabilidad (Ferrero, 2000). Primer nivel: respecto y cumplimiento de los derechos humanos Este primer nivel hace referencia a las obligaciones que tienen los profesionales, no únicamente como profesionales, sino también como ciudadanos. Las normativas regulatorias del ejercicio profesional se inspiran en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Los principios y derechos en ella recogidos constituyen la guía para el desarrollo de las actividades profesionales. El compromiso con los derechos fundamentales y el respeto a la dignidad de las personas representan una obligación ética para el ejercicio de la psicología. Existen otros documentos que son relevantes en relación con la regulación del ejercicio profesional de la psicología sancionados por la Organización de las Naciones Unidas, a saber: la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación racial, de 1965 (Organización de las Naciones Unidas 1965/1994), el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales aprobado en 1966, o la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada en 1979. Igualmente relevantes son los acuerdos relacionados con la protección de los derechos de los discapacitados y personascon trastornos mentales (Organización de la Naciones Unidas, 1971), la Declaración sobre los derechos de las personas con discapacidad (Organización de las Naciones Unidas, 1975), y finalmente, por citar algunos de los más relevantes para el ejercicio profesional de la psicología, los principios para la protección de todas las personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión, que se aprobó en 1988. Segundo nivel En él situaríamos las reglamentaciones del ejercicio profesional del psicólogo dentro del ámbito de conocimiento en el que la disciplina se enmarca, en este caso las relativas a los profesionales de la salud. A pesar de las diferencias que podemos encontrar entre las múltiples y diversas reglamentaciones que afectan a los profesionales de la salud, como indica Ferrero (2000), es posible encontrar al menos cinco elementos comunes: Todo profesional de la salud está obligado a prestar asistencia en caso de necesidad. Toda intervención terapéutica, diagnóstica o de investigación requiere del consentimiento previo del paciente. Los profesionales de la salud deben respetar los derechos fundamentales de los pacientes. El paciente tiene el derecho a negarse a participar en una investigación, y a rechazar un tratamiento, salvo ciertas excepciones. Debe respetarse la confidencialidad de los datos obtenidos. Tercer nivel El tercer nivel de compromiso ético del psicólogo sería el relativo a las regulaciones específicas de la psicología, recogidas en el código deontológico. En definitiva, en palabras de Ferrero: Podemos concluir que, según las regulaciones abordadas, el ejercicio profesional en el campo de la salud —y por ende cualquier práctica de investigación o terapéutica que se realice con sujetos humanos— deberá sustentarse no solo en un desarrollo científico y técnico de la mayor calificación posible, sino también en un ineludible compromiso ético, cuyo alcance y temáticas tales declaraciones han profundizado. (Ferrero, 2000, p. 33) Aplicación de los conceptos generales a la psicología En la bioética contemporánea existen diferentes paradigmas y teorías con los que sustentar la toma de decisiones éticas: el principialismo (ética deontológica), el consecuencialismo, la ética de la hospitalidad, la ética de la virtud, etcétera. Tal y como se ha señalado en el capítulo anterior, de estas teorías, sin lugar a duda, es el principialismo el que goza de un mayor apoyo y aceptación en el ámbito de la bioética. Existe actualmente un amplio consenso alrededor de la validez y utilidad de la consideración de los cuatro principios de la bioética (Beneficencia, No maleficencia, Autonomía y Justicia) como el método más idóneo —aunque no está exento de críticas, como comentaremos más adelante— para ayudar a los profesionales del ámbito sanitario a tomar decisiones éticas. Los principios éticos básicos de la psicología parten de estos cuatro principios de la bioética y a su vez derivan del valor superior de respeto a la dignidad humana. La concepción moderna de dicho valor nos remite a la autonomía moral de las personas e implica una conceptualización activa de la libertad humana (Valls, 2005). A pesar de que, como hemos señalado, la ética en psicología encuentra su fundamento en la bioética, no es menos cierto que los dilemas éticos a los que nos enfrentamos los psicólogos, derivados de nuestro quehacer profesional, son propios y específicos y no siempre encuentran respuesta en las orientaciones éticas de la bioética. Es por ello por lo que surgió la propuesta de la creación de la Psicoética, también conceptualizada como ética aplicada, para ocuparse de las cuestiones éticas vinculadas al ejercicio de la psicología. Principios de la Psicoética La Psicoética se define como la disciplina que tiene por objeto de estudio y reflexión los dilemas éticos que se producen en la práctica profesional de los profesionales de la salud (França-Tarrago, 1996). También ha adoptado estos principios como una herramienta eficaz para intentar dar respuesta a las cuestiones éticas derivadas del ejercicio de la profesión. La vía para ayudar a los psicólogos a tomar decisiones éticas ha sido, al igual que sucede con otras profesiones, la adopción de normas y principios consensuados por los propios profesionales y materializados en un código deontológico. En este código se recogen los deberes profesionales y deontológicos, los principios y las normas que todo profesional de la psicología tiene que respetar en el marco del ejercicio de la profesión. La especificación de estos principios no deja de ser un compromiso público que la profesión adquiere con la sociedad a la cual presta servicio. En el primer capítulo se han mencionado los diferentes principios de la bioética y se ha especificado, detalladamente, su origen y definición. A continuación, haremos un repaso de estos centrándonos en su aplicación en el ámbito de la psicología (Psicoética), y especificaremos los diferentes principios recogidos tanto en el ámbito europeo (EFPA) como los contemplados por la APA. El principio de Beneficencia El principio de Beneficencia proviene de la ética médica hipocrática, y tal y como se ha definido en el capítulo anterior, hemos de entenderlo como el deber básico de hacer el bien a las personas. En el ámbito profesional de la psicología hemos de interpretarlo como la obligación de todo profesional de la psicología de procurar, a través de sus conocimientos y experiencia, ayudar a las personas que solicitan sus servicios (Chamorro, 2007). El principio de Beneficencia ha sido el principio bajo el cual, tradicionalmente, los médicos y otros profesionales sanitarios han tomado decisiones respecto a sus pacientes en calidad de expertos. La utilización de este principio como criterio orientativo a la hora de tomar decisiones éticas ha propiciado lo que se conoce como «paternalismo médico», es decir, el profesional como experto sabe lo que le conviene al paciente y toma la decisión sobre cómo proceder, independientemente de cuál sea la opinión de este. La irrupción del principio de Autonomía, que comentaremos a continuación, ha puesto en entredicho este modelo paternalista en la toma de decisiones que afectan la vida y la salud de las personas. Hoy en día, no se considera éticamente aceptable tomar decisiones sanitarias en contra de la voluntad del paciente, salvo casos excepcionales que también comentaremos. El principio de No maleficencia Este principio se entiende como la obligación de no lesionar la integridad, física o psicológica, de ningún ser humano. En cualquier intervención profesional del psicólogo no siempre es posible conseguir una mejora de la persona o colectivo a los que atendemos, pero no causar daño es un mínimo imprescindible (Chamorro, 2007). Se convierte, en consecuencia, en un deber prioritario para todo profesional evitar cualquier intervención que cause o pueda causar daño, tanto por acción como por omisión. El principio de Autonomía Este principio se entiende como la obligación de respetar los valores, principios y las opciones personales de los individuos en aquellas decisiones que tengan que ver con cualquier asunto que les afecte vitalmente y que no perjudiquen a terceras personas. Se basa en la conceptualización de toda persona como un ser con capacidad de autodeterminación. Las bases ideológicas del mismo las encontramos en la Ilustración y principalmente en la filosofía kantiana, y significa que todo individuo tiene derecho a gobernarse por una norma que él mismo acepta como tal, sin coerción externa (França-Tarragó, 1996). Las implicaciones del respeto a este principio en la atención que todo psicólogo debe prestar a un paciente se concretan en la obligación ética de respetar las decisiones de este, máxime si no coinciden con el criterio profesional. No obstante, conviene señalar que ningún principio es absoluto, por tanto, el principio de Autonomía tampoco. Esto significa que existen ciertas limitaciones. Las personas solo pueden decidir por sí mismas si están en condicionesde considerar conscientemente sus valores y actúan sin coerción (Chamorro, 2007). Por tanto, es obligación de cualquier profesional asegurarse de que proporciona toda la información necesaria al paciente para que tome la decisión que crea oportuna, y a la vez ha de procurar garantizar que la persona ha entendido la información facilitada y velar por que su decisión se corresponda realmente con sus valores y no a la existencia de elementos de coerción. Solo de esta manera puede asegurarse de que la decisión del paciente es verdaderamente autónoma. Del principio de Autonomía se deriva la obligación de garantizar el derecho de todo individuo a consentir antes de que se lleve a cabo cualquier tipo de intervención profesional. Especial atención deberá prestarse en el caso de personas que por razones de edad o por razones de incapacidad (física o psíquica) no sean competentes para poder decidir (ya sea de forma permanente o transitoria). En estos casos el consentimiento debe ser requerido a padres, familiares o tutores legales, según proceda. Del principio de Autonomía se deriva también una serie de obligaciones morales (normas éticas) recogidas en los códigos deontológicos, como son: la obligación de no revelar la información referente al cliente (confidencialidad), fidelidad a los compromisos adquiridos y veracidad en la información aportada al cliente. Las abordaremos de forma más detallada en el apartado de reglas de la Psicoética. Principio de Justicia El principio de Justicia se entiende como el imperativo moral que nos obliga a la igual consideración y respeto por todo ser humano y a procurar la igualdad de oportunidades evitando cualquier tipo de discriminación por razón de edad, sexo, género, etnia, nacionalidad o clase social en el acceso a los recursos sanitarios. En este sentido, en la bioética principialista el principio de Justicia se centra en la llamada justicia distributiva, entendiéndola como la distribución equitativa de las cargas y los beneficios en la sociedad. Como profesionales de la psicología, el respeto a este principio nos obliga a procurar a las personas a las que prestamos nuestros servicios igualdad de oportunidades en el acceso a los recursos sanitarios, educativos… (Chamorro, 2007). Solo es éticamente justificable la aceptación de diferencias en el acceso a esos servicios cuando nos hallemos ante individuos o grupos menos favorecidos y como un mecanismo que permita compensar la falta de equidad en el acceso a ellos por falta de oportunidades. Reglas de la Psicoética Los principios que hemos comentado hasta ahora representan una guía para la actuación profesional —de todo profesional de las ciencias de la salud— y constituyen, en definitiva, un ideal bajo el cual los psicólogos han de enmarcar sus intervenciones para que estas puedan ser consideradas como éticamente correctas. No obstante, el respeto a los cuatro principios de la bioética, a pesar de ser prescriptivos en las intervenciones profesionales, presentan un carácter básico y general en su formulación, lo cual a menudo deja sin respuestas ni pautas concretas de actuación al profesional ante ciertos dilemas o situaciones éticamente conflictivas. Para proporcionar criterios más específicos o pautas más claras que orienten al profesional ante la toma de decisiones éticas, França-Tarragó (1996) plantea tres normas (o reglas) que considera básicas en la relación psicólogo-cliente y que tienen que ver con la confidencialidad, la veracidad y la fidelidad. La regla de la confidencialidad Todo psicólogo debe guardar secreto de las confidencias que le haga una persona durante la intervención profesional. No es una regla aplicable solo a los psicólogos, existe la misma obligación en otros profesionales (médicos, abogados…). Dicha regla nos obliga a respetar las confidencias, la privacidad, la intimidad de la persona a la cual estamos prestando un servicio. Resulta una regla fundamental en todo proceso asistencial porque se asienta en el respeto y la confianza, que son elementos clave para una óptima intervención terapéutica. No obstante, tal y como señalábamos al hablar de los principios, tampoco las reglas son absolutas, es decir, tienen excepciones o limitaciones. Las limitaciones de la regla de la confidencialidad se enmarcarían en los dos supuestos ya mencionados, a saber: por un lado, que de no revelar la información pueda verse comprometida la integridad física o psíquica del paciente, y por otro, que el mantenimiento del secreto profesional ponga en riesgo a terceras personas. La regla de la veracidad Como señalábamos anteriormente, la regla de la veracidad deriva del respeto al principio de Autonomía. Las personas no pueden tomar de forma autónoma decisiones que afectan a su salud si no disponen de información suficiente y veraz. La responsabilidad de que dicha información se presente en esos términos recae en el profesional. Por tanto, el profesional de la psicología está obligado a proporcionar la información que la persona tiene derecho a saber, procurará que sea clara y no induzca a malentendidos. La fidelidad Se formula en la obligación de guardar fidelidad a las promesas. França- Tarragó alude al hecho de que cuando se entabla una relación profesional, psicólogo y cliente aceptan el inicio de un acuerdo que compromete a ambas partes; por un lado, el psicólogo promete proporcionar determinados servicios, a partir de su conocimiento y experiencia y con respeto a las normas y principios recogidos en el código deontológico; y por otro, el cliente deberá cumplir con las instrucciones recibidas. En aras al cumplimiento de esta obligación moral de fidelidad a los compromisos, y para evitar la creación de falsas expectativas en el cliente, es importante delimitar bien al inicio de la relación profesional cuáles serán las actuaciones profesionales que se llevarán a cabo y las consecuencias que pueden tener en el cliente. Son aspectos importantes a tener en cuenta para evitar que el cliente tenga la sensación de que las promesas que se le habían hecho no se han cumplido (Chamorro, 2007). Principios del metacódigo de ética de la European Federation of Psychologists’ Associations (EFPA) En 1990, la EFPA decidió crear un grupo de trabajo al que se le asignó la labor de elaborar un código de ética común para los psicólogos de Europa. Las dificultades para el consenso que se pusieron sobre la mesa obligaron a descartar el objetivo inicial y reconvertirlo en la elaboración de un metacódigo. En él se recogían los elementos claves que deberían tener todos los códigos deontológicos de las asociaciones vinculadas a la EFPA. Por tanto, se constituía una guía orientativa a partir de la cual las diferentes asociaciones podían redactar sus propios códigos deontológicos desde sus especificidades y necesidades. El documento fue aprobado en 1995 por la Asamblea General de la EFPA y ha sido revisado posteriormente en sucesivas reuniones, la última en Granada en 2005. El metacódigo enumera cuatro principios que definen su marco: Respeto, Competencia, Responsabilidad e Integridad. Veámoslos con más detalle. Principio de Respeto Se conceptualiza como respeto a los derechos y la dignidad de las personas. Sobre la base de este principio, los psicólogos han de respetar y promover, en sus actuaciones profesionales, la dignidad y el respeto de los derechos fundamentales de las personas. Del mismo se derivan la obligación de respetar los derechos de intimidad, confidencialidad y autonomía, siempre que no entren en contradicción con otras obligaciones profesionales del psicólogo, tanto éticas como legales. En la formulación de este principio, el metacódigo señala: Los psicólogos serán conscientes de las diferencias individuales de cultura, roles, incluyendo aquellas debidas a incapacidad, género, orientación sexual, raza, etnia, nacionalidad de origen, edad, religión, idioma y nivel socioeconómico. Los psicólogos evitarán prácticas que impliquen parcialidad injusta y puedan desembocar en algún tipo de discriminación.Principio de Competencia El principio de Competencia recoge la obligación de todo profesional de la psicología de mantener estándares elevados de competencia en el ejercicio de sus funciones, lo cual también implica reconocer sus limitaciones y su área de especialización. Por consiguiente, implica a su vez la obligación de disponer de la cualificación especializada requerida y de una formación continua y actualizada. Un aspecto clave a tener en cuenta, y que recalca la importancia de una buena formación ética de todo profesional, es que el respeto al principio de Competencia se entiende no únicamente como el hecho de disponer de conocimientos científico-técnicos propios de la disciplina, sino que también implica actuar con conocimiento y respeto a las normas éticas recogidas en los códigos deontológicos de la profesión. Principio de Responsabilidad El principio de Responsabilidad obliga a los psicólogos a tomar conciencia de sus responsabilidades profesionales y científicas hacia sus clientes, en primer término, pero también hacia la comunidad en la que ejercen su profesión y hacia el conjunto de la sociedad en general. En su quehacer profesional deben evitar causar daño, y deberán asumir las consecuencias de sus acciones si de su intervención se deriva un perjuicio para el cliente. Otra derivada de este principio es la obligación de todo psicólogo de criticar razonablemente la actuación de un colega y, dado el caso, informar de una acción no ética a la asociación profesional. Un aspecto a considerar es que la naturaleza de la responsabilidad ética de las actuaciones de los psicólogos es personal. Ello implica, tal y como señala Lang (2009), que tanto si actúan libremente como si lo hacen bajo la supervisión de otro profesional, es decir, se hallan cumpliendo órdenes, en último término cada psicólogo tiene la responsabilidad de actuar éticamente. Principio de Integridad Los psicólogos tienen que promover la integridad en la ciencia, en la enseñanza y en la práctica de la psicología. El cumplimiento de este principio obliga a ser honestos, sinceros, justos y respetuosos con los demás, a aclarar sus roles profesionales y evitar el engaño o la ocultación de información, por ejemplo, de la existencia de procedimientos alternativos. Principios de la American Psychological Association (APA) El código deontológico de la APA establece cinco principios éticos generales. Beneficencia y No maleficencia El cumplimiento de estos principios obliga a los psicólogos a encaminar su actuación profesional en aras de buscar el beneficio del paciente, a la vez que han de procurar evitar que en su quehacer se produzca daño a las personas que atienden. En caso de conflicto entre ambos principios, prima el evitar o minimizar los posibles daños tanto a su cliente como, eventualmente, a terceras personas. Fidelidad y Responsabilidad Según estos principios, los psicólogos deben ser conscientes de sus responsabilidades científicas y profesionales, así como de los compromisos adquiridos tanto con las personas a las que atienden como hacia la comunidad en la que llevan a cabo su actuación profesional. El mantenimiento de los compromisos adquiridos requiere de la revisión de sus criterios de actuación, así como de asumir las responsabilidades derivadas de dicha actuación. Evitará, por tanto, situaciones en las que su rol profesional sea confuso, situaciones de conflictos de intereses y cualquier otra circunstancia que pueda provocar explotación o perjuicio a las personas. Integridad En su actuación profesional, todo psicólogo promoverá la honestidad, la precisión y la veracidad de sus actuaciones, sea en el ámbito de la investigación científica, sea en la enseñanza o en la práctica de la psicología. Justicia Este principio obliga a procurar igualdad en el acceso a las personas a los servicios psicológicos que ofrecen, garantizando la misma calidad de estos a todas las personas sin discriminaciones. Respeto a la dignidad y a los derechos humanos Los profesionales de la psicología deben garantizar el respeto a los derechos y libertades fundamentales de las personas. Ello implica el respeto a la privacidad, la confidencialidad y la autodeterminación. Deberán ser respetuosos con las diferencias individuales y culturales, evitando prejuicios por razón de etnia, lengua, orientación sexual, creencias religiosas o clase social. Para concluir, y tal y como hemos señalado, todos estos principios representan aspiraciones, ideales de actuación de los profesionales de la psicología. En cuanto ideales o aspiraciones, pueden resultar una guía insuficiente para orientar la toma de decisiones éticas ante situaciones concretas. A efectos de clarificarlos y proporcionar pautas más concretas de actuación que permitan el ejercicio de una buena praxis profesional, disponemos de los códigos deontológicos que hemos de entender, en palabras de Chamorro, como «manuales de buenas prácticas y de actuaciones profesionales correctas que ayudan a los profesionales a evitar errores y prevenir formas de intervención profesional que queden fuera de todo aquello que es aceptable y razonable» (Chamorro, 2007, p. 41). Los códigos deontológicos serán tratados con más extensión en el siguiente capítulo. Una vez revisados los diferentes principios y reglas bajo los cuales los profesionales de la psicología debemos guiar toda actuación profesional, mencionaremos brevemente los conflictos éticos y algunas de las propuestas metodológicas para ayudar a los profesionales en la toma de decisiones éticas. En el ejercicio de la profesión son múltiples y diversas las situaciones que nos abocan a tener que tomar decisiones éticas derivadas del conflicto o la colisión entre los principios comentados anteriormente. Ante un dilema ético, nos vemos obligados a tener que priorizar un principio respecto a otro. A pesar de que, tal y como hemos señalado anteriormente, la propuesta de los principios de la bioética es ampliamente aceptada y proporciona un método adecuado (método principalista)2 para la resolución de los conflictos éticos en el ámbito sanitario, no ha estado exenta de críticas desde sus inicios. El principialismo ha sido rebatido desde posiciones utilitaristas como la de Helga Kuhse o Peter Singer, así como también desde las llamadas éticas de la virtud. A partir de los años noventa, con la aparición de los primeros estudios críticos desde una perspectiva de género, también la ética feminista se une a la crítica al principialismo mayoritario (Belli, 2019). La revisión de la bioética desde una perspectiva feminista recibió un gran impulso a partir de las aportaciones de Carol Gilligan en In a Different Voice (1982): La propuesta de Gilligan de una ética del cuidado desató una gran polémica en el campo intelectual de la ética, así como también de la bioética. Contra las ideas del desarrollo cognitivo moral de la época, la autora propone considerar el enfoque característico de las mujeres a la hora de resolver problemas morales como una alternativa al modo masculino, igualmente válida que aquel. Es decir, elimina la jerarquía entre estas diferencias y deja de pensarlas como momentos diferentes dentro de un mismo desarrollo, para considerarlos polos diferenciados en una misma escala. Desde una perspectiva moral, esta lectura es sumamente importante ya que legitima un punto de vista alternativo al hegemónico, que introduce como variables a considerar las circunstancias y las relaciones que rodean a los sujetos. (Belli, 2019, p. 136) La ética del cuidado de Gilligan ofreció un marco teórico alternativo al principialismo. El foco principal de la crítica, aunque no el único, se centró en la propia conceptualización de los principios. Según la perspectiva feminista, estos están basados en con cepciones individualistas de las personas, «son concebidas como radicalmente autónomas y racionales, omitiendo la dimensión de lo relacional, lo emocional y la conexión con los otros» (citado por Belli, 2019, p.136).3 Ante la propuesta inicial del principialismo
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