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Arqueología y cosificación Por Diego Vásquez Monterroso tecvm@yahoo.com Forma parte de la actual situación sin salida el hecho de que incluso el reformador más sincero, que en un lenguaje desgastado recomienda la innovación, al asumir el aparato categorial pre- fabricado y la mala filosofía que se esconde tras él refuerza el poder de la realidad existente que pretendía quebrar. Horkheimer, Max y Theodor Adorno (1998: 54). Introducción. La arqueología, esa disciplina que estudia a las culturas del pasado – “muertas” – tiene un papel un poco marginal dentro del grupo de las ciencias sociales. Siempre receptora de las ideas que – desde la filosofía, sociología y antropología – surgen, la arqueología ha sido relegada a disciplina secundaria (en Estados Unidos, la arqueología es una sub-disciplina de la antropología). Por lo tanto, no es de extrañar que – junto con la Historia – sean las dos ciencias sociales más conservadoras y “estáticas” de todas. Sin embargo, la llegada del postmodernismo y la crítica radical hicieron mella en la arqueología, creando un debate en torno a la disciplina como tal, debate que continúa hasta hoy. Sin embargo, en Guatemala muy pocos – si no nadie – ha pasado a formar parte de ese debate ni mucho menos traer ideas frescas al país. Por lo tanto la arqueología sigue cumpliendo – en Guatemala – su función legitimadora del statu quo actual y desligada profesionalmente del presente y cerrada en su exclusivo círculo académico (de arqueólogos). Arqueología tradicional vrs. Arqueología social. Por “arqueología tradicional” considero aquella que – aunque se le llame Nueva Arqueología o Arqueología Procesual – sigue una metodología basada en el positivismo lógico y en la mailto:tecvm@yahoo.com ahistoricidad de la disciplina, o sea, la disciplina desligada del presente en el cual se recrea. Por el contrario, entiendo “arqueología social” como aquella que toma en cuenta las perspectivas de los grupos indígenas (descendientes de aquellos a los cuales la arqueología “rescata” del pasado, mas no redime), es consciente de sus limitaciones como disciplina social, cuenta con una visión reflexiva y crítica sobre sí misma y sobre su realidad histórica, y sabe de la capacidad de usar el pasado como instrumento para modificar el presente. En mi opinión, la arqueología guatemalteca es la primera (tradicional) tratando de ser la segunda, aunque solo en parte. ¿Por qué digo lo anterior? Simplemente porque la arqueología que se ha desarrollado en Guatemala nunca ha tomado en cuenta el contexto actual en el cual trabaja. Los arqueólogos – exceptuando algunos casos – trabajan con el pasado, sin embargo lo que parecen no comprender es que no trabajan en el pasado. Escudados en su supuesta “neutralidad” como académicos, los arqueólogos muchas veces sirven como instrumentos de la dominación de una mayoría por una minoría racista y monopolista. Esta “instrumentalización” es llevada a cabo sin que los arqueólogos se den cuenta, o eso es lo que parece. Lamentablemente cuando surgen cuestionamientos en torno a la validez de sus argumentaciones, usan como defensa la “objetividad” de la evidencia material encontrada, una visión claramente procesual y positivista, mas no real. En el otro extremo, la arqueología social muestra una variante en torno a la función del arqueólogo en su propia sociedad. Como manipulador del pasado, el arqueólogo debe ser consciente de sus limitantes y al mismo tiempo poseer un sentido de ética que no solo se refiera al tratamiento de los artefactos “recuperados”, sino también referido a su papel como legitimador o “deslegitimador” del presente en el que vive. Este tipo de arqueología comenzó a inicios de los años ochenta, cuando con la llegada del postmodernismo se comienza a cuestionar el sentido de “verdad” a la modernidad, y por lo tanto, al procesualismo. Así es como surge la corriente postprocesual, la cual busca – básicamente – la reflexividad crítica dentro de la disciplina arqueológica. Este movimiento representó como una luz al final de un tunel donde las interpretaciones arqueológicas ya solo dependían de tablas estadísticas y de otros instrumentos “científicos”. Por tratarse de una crítica a como la arqueología se estaba llevando a cabo hasta ese momento, el movimiento postprocesual cuenta con muchas aristas, desde posturas “reformistas” donde se daba una reconciliación entre lo social y lo científico, hasta posturas radicales que propugnaban por la realización de una arqueología comprometida con las luchas del presente. La llamada Arqueología Crítica1 se encuentra más cerca de esta última postura, sin embargo su postura política no es tan explícita, ya que sigue – en parte – los preceptos ya elaborados por los pensadores del Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt, Alemania, más conocido como Escuela de Frankfurt2. En la arqueología crítica, la reflexividad en torno al presente y a la labor del 1 Para conocer un poco más en torno a la Arqueología Crítica y su postura, ver Shanks y Tilley 1987 y 1992. Otros artículos relativos al tema son Leone et al 1987, y Wilkie y Bartoy 2000. 2 Para una historia de la Escuela de Frankfurt, ver Jay 1989. arqueólogo deben ser constantes, así como el reconocimiento de la postura política del académico. Como indiqué arriba, estas posturas no han sido tomadas en cuenta en el ámbito guatemalteco, siendo las razones desconocidas. Probablemente muchos arqueólogos sigan creyendo que hacen “ciencia” (en el sentido de no tener compromisos políticos y siempre encontrar lo “objetivo” del pasado, o sea, su función), y por lo tanto es excusa suficiente para rechazar las propuestas de reflexividad al interior de la disciplina. Como punto de análisis de este ensayo, me concentraré en explicar uno de los aspectos donde la interpretación arqueológica sirve como mantenedora del presente de injusticia: la cosificación de los artefactos arqueológicos. La cosificación del pasado en el artefacto arqueológico. Cuando un arqueólogo excava, no encuentra solo un artefacto muerto, encuentra también la expresión material de un pasado vivo, la evidencia física de la vida de individuos y – en el caso guatemalteco – la expresión pasada de un presente encarnado en los mayas de hoy. Sin embargo el arqueólogo tradicional – con su postura positivista de su disciplina y de la historia – transforma ese pasado vivo en un pasado cosificado, remitido únicamente a la mera representación funcional del artefacto. El artefacto ya no es entonces la representación de lo vivo del pasado dentro del presente, sino la expresión de la adaptación humana al medio natural3. Walter Benjamin (Löwy, 2003) ya hablaba del manejo del pasado por parte de los grupos dominantes, un pasado lineal y sin interrupciones, un pasado donde solo los victoriosos transitan por su sendero del triunfo. Shanks y Tilley (1992, especialmente Capítulo 4) retoman la visión benjaminiana de la historia y la aplican a la presentación del pasado tanto en los museos como por los arqueólogos en su papel de interpretadores del contexto arqueológico. Es en los museos donde el pasado es presentado como un cadáver es presentado en un morgue: desnudo y sin personalidad. El pasado deja de ser la conexión real entre el presente indígena y el pasado “maya” y pasa a ser únicamente el resabio de una cultura que – para muchos – no dejó descendientes más allá del siglo IX de nuestra era. En Guatemala, el arqueólogo – creyendo ser objetivo y neutral – “mata” ese pasado y deja únicamente un artefacto antiguo. Aparte de la objetivización de la subjetividad del pasado maya, los arqueólogosmuy pocas veces cuestionan sus interpretaciones4 ni tampoco solicitan a un maya actual que les ayude (¡o incluso que sea él!) para interpretar ese pasado. Todo artefacto arqueológico es presentado, entonces, como un remanente de la estética antigua de un pueblo pretérito, en este caso, de los mayas. Los museos de arqueología son, realmente, una exposición sobre arte del pasado más que la (re)presentación de un pasado que fue (y está) vivo. Algunos museos incluyen en su exposición, maquetas, dioramas, recreaciones de “la vida cotidiana”, etc., sin embargo la cosificación del artefacto ya está dada – desde el momento de la excavación - y lo que se está presenciando es una mera exposición de “la 3 Es esta, casualmente, la definición de “cultura” dentro de la arqueología. 4 A solo, claro, que otro arqueólogo le contradiga con “evidencia” irrefutable (o al menos así es en el modelo utópico de “academia”). realidad promedio” de un pasado determinado. Siendo así, la única salida posible (dentro de los márgenes del procesualismo arqueológico) sería apelar a un poco de relativismo en cuanto a la interpretación. Pero es muy difícil que ello suceda, ya que la mayoría creen que “lo que la evidencia muestra, eso es”, sin darse cuenta que es su propia subjetividad la que interpreta, y no es el artefacto quien les “da” la información. La apertura de la academia arqueológica guatemalteca es una tarea pendiente, al menos para la mayoría de sus miembros. Lamentablemente, al escuchar propuestas como la esbozada en este trabajo, muchos de estos arqueólogos creen que se está “atentando” contra su labor como arqueólogos de campo, la cual es, en muchos casos, admirable. Este trabajo no es entonces una crítica a como se lleva a cabo una excavación arqueológica (no en todos los casos, por supuesto), sino más bien una crítica a como se cercena ese pasado vivo ejemplificado en el artefacto arqueológico, y como ese artefacto muerto, cosificado, se le presenta para que encaje en la macro-historia de los dominantes y victoriosos. Conclusiones: una tarea pendiente. Este ensayo trata de ser un pequeño aporte dentro de la urgente necesidad de transformar la arqueología guatemalteca, de una arqueología comprometida con los grupos de poder a una arqueología comprometida con la necesidad de un futuro mejor. Por ello – repito – no debe tomarse este ensayo como un llamado a la desaparición de la arqueología, sino más bien como un llamado a la necesidad de una transformación de los objetivos de la arqueología tanto con el artefacto arqueológico como con la sociedad actual y, especialmente, con los grupos mayas que viven en territorio guatemalteco. Los mayas actuales deben pasar a ser co-intérpretes (junto con los arqueólogos) de ese pasado vivo, y no solamente utilizar su conocimiento para que únicamente sea mediado por el arqueólogo a su gusto y antojo, o aun peor, que sean simples observadores de la construcción del pasado. Esa es, quizá, la tarea más difícil – pero más importante – de cumplir. Como un primer paso debe existir la constante reflexividad en el quehacer arqueológico guatemalteco. No debemos quedarnos encasillados en una supuesta objetividad interpretativa que, al final de cuentas, no es más que nuestra objetividad, o en otras palabras, nuestra subjetividad. Ha habido mucho debate en torno a estos temas desde hace más de veinticinco años, y es necesario que el conocimiento y los avances que surgieron de ellos lleguen a la academia guatemalteca. Esto no quiere decir que todo ese conocimiento generado en el extranjero deba ser aplicado acríticamente en Guatemala. Es más que todo la necesidad de conocer aspectos que se comienzan a tocar en la arqueología guatemalteca pero que también ya fueron debatidos en otros lugares del mundo. En todo caso, debe existir – considero – una arqueología crítica dentro de la disciplina (la disciplina en sí, en términos abstractos), y al mismo tiempo la creación de una arqueología guatemalteca (o contextualizada debidamente) que esté plenamente focalizada dentro del panorama sociopolítico y cultural actual, y no nada más sea una disciplina que, como las nubes, solo flote encima de su contexto actual pero nunca lo toque ni se involucre con él (aunque en el fondo sí lo esté). Una necesidad apremiante (como mencioné al inicio de estas conclusiones) es también la inclusión de grupos mayas dentro del quehacer arqueológico. Que no sean ya simples trabajadores, a los cuales se les explica “lo que realmente fue” su pasado como grupo étnico. Es el momento ya de que los propios mayas sean partícipes – junto con los arqueólogos – de la interpretación del pasado que es, al igual que ellos, maya. Sí su interpretación va a ser utilizada con fines políticos, es asunto de los mayas de hoy. Pero si esa interpretación va a ayudar a redimir el pasado en el presente, es necesario – de nuevo, es mi opinión personal – que el arqueólogo ayude a esos grupos a mejorar las condiciones presentes con el uso del pasado. Así como el pasado puede ser utilizado para continuar la dominación en el presente, así puede también ser usado para redimir en el presente las esperanzas del pasado. Bibliografía. Horkheimer, Max y Theodor W. Adorno (1998). Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Tercera edición, Editorial Trotta. Madrid, España. Jay, Martin (1989). La imaginación dialéctica. Historia de la Escuela de Frankfurt y el Instituto de Investigación Social (1923 – 1950). Tercera reimpresión, Altea, Taurus, Alfaguara Ediciones. Madrid, España. Leone, Mark, et al (1987). “Toward a Critical Archaeology”. Current Anthropology, Vol. 28, No. 3 (Junio 1987), pp. 283-302. Löwy, Michael (2003). Walter Benjamin: Aviso de incendio. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina. Shanks, Michael y Christopher Tilley (1987). Social theory and archaeology. Primera edición, University of Alburquerque Press. Alburquerque, Estados Unidos. -- (1992). Re-constructing archaeology: theory and practice. Segunda edición, Routledge. Londres. Wilkie, Laurie y Kevin Bartoy (2000). “A critical archaeology revisited”. Current Anthropology, Vol. 41, No. 5 (Diciembre 2000), pp. 747-777.