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INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DEL TEATRO MARÍA DEL CARMEN BOBES NAVES El género dramático, en su modalidad de tragedia, fue el primero de los estudiados en la teoría de la literatura. Es el objeto central de las reflexiones de Aristóteles en su Poética. Posiblemente la comedia mereció también la aten ción detenida del filósofo, pero en todo caso se ha perdido el texto original y de él solamente se conservan algunas ideas en la tradición doxática, es decir, en frases, alusiones, afirmaciones, citas... recogidas en enciclopedias, antologías o prontuarios (Janko, Aristotle on Comedy, Oxford, 1984). Probablemente debido a la atención aristótelica, la tra gedia fue, junto con la épica, el género más estudiado y dis cutido en la teoría literaria de los siglos posteriores. La Poética realiza análisis de la obra literaria con una actitud de racionalismo literario y con un tono descriptivo, que en los comentaristas, a veces, se mantuvo, y a veces evolucionó hacia actitudes preceptivas en las poéticas del Renacimiento al Neoclasicismo. Aristóteles parte del análisis de obras con cretas y busca un modelo ideal de drama siguiendo un pro ceso de abstraccción de los elementos de la obra, de sus partes cualitativas y cuantitativas y de sus relaciones; expli ca el proceso genético de la obra de arte literario por medio de la mimesis y mantiene que la finalidad del drama está en el efecto catártico que produce en el espectador. Es decir, hace una teoría bastante completa sobre las obras de teatro de su cultura y de lo que ésta pedía al drama. En las doctrinas de los siglos poteriores se mantienen en general los conceptos dramáticos de la Poética, a los que se añadirá una actitud ética, cuyos aparición suele explicar se por influjo del cristianismo y del rechazo inicial de los Santos Padres respecto de los espectáculos teatrales. La tra gedia, además de ser analizada en sus unidades, será valo rada desde un canon de conducta humana. Efectivamente, el tono en que se concreta esa actitud ética puede deberse al influjo del cristianismo, pero ya está presente, como tal actitud ante el teatro, aunque con otros contenidos, en las teorías aristotélicas. La Poética mantiene que el valor moral y educativo de la tragedia se justifica por su capacidad para producir la catarsis: la bondad o maldad de un drama no se medía por su adecuación a un canon de moralidad positiva, pero sí por su posibilidad de alcan zar la purificación de las pasiones del espectador, y en este sentido puede hablarse de una moralidad social de la tra gedia, concebida en la Poética no tanto axiológicamente como teleológicamente. Platón achacaba a la tragedia unos efectos sociales nefas tos, por lo que debería ser prohibida en la polis, ya que sus citaba pasiones o las exacerbaba. Aristóteles, por el con trario, cree que la visión de los casos trágicos en escena purifica las pasiones de los espectadores y las calma. Esta teoría implica una concepción de los sentimientos estéti cos como objetivos y desinteresados, que también señalará San Agustín y desarrollará Kant, pero la consideración ética del teatro se desviará hacia otros ámbitos: tratará de bus car una finalidad social a la tragedia y una dignidad artísti ca para que el teatro no sea considerado como algo ocioso, lúdico e incluso pernicioso, y tratará de que los temas, en razón de su desenlace, sirvan de ejemplo para las conduc tas del público. El Renacimiento italiano, y luego con más intensidad las preceptivas francesas, exigirán a las obras de teatro que sean ejemplares y didácticas, y no presenten modelos rechazables en una moral positiva. Uno de los motivos discutidos en la famosa «Querelle du Cid», que movió los ánimos con fuerza, era el mal ejemplo que podía derivarse de que Jimena amase al matador de su padre, y se pedía que no quedase menoscabado el sentimiento de amor filial para lo cual incluso sería conveniente que cambiase la historia presentando a Jimena como hija adoptiva del conde. Esta actitud ética ante la obra dramática la advertimos ya en las teorías del siglo IV: Evantius (De Fabula), Aelius Donatus (De Comedia) y la sección dedicada al drama del Ars Grammatica de Diomedes ofrecen una información his tórica sobre los orígenes del drama que será la que la época medieval manejará sobre el teatro clásico, pero, sobre todo, los tratados de Evantius y Donatus, que suelen imprimirse con ediciones del teatro del Terencio y se mantendrán como textos básicos hasta finales del siglo XVII, ofrecen ya direc tamente esta consideración moralista de la tragedia. Aunque no se conocen las fuentes directas del DeFabula, parece que Evantius toma sus datos de los textos de las escue las latinas y alejandrinas. Su obra, aparte de una historia del origen y desarrollo del teatro griego, hace una interesante oposición entre el teatro griego y el latino y ofrece algunas ideas que modifican o matizan las de la Poética, aunque, a veces, se atribuyeron todas a Aristóteles. Así ocurre, por ejemplo, con la distinción que hace entre la tragedia y la comedia en varios aspectos, y particularmente en su desen lace: los personajes de la tragedia son grandes hombres, los sucesos intensos y el final desastroso; la comedia se desa rrolla con personajes de clase media, con hechos ligeros y tiene un desenlace feliz; en la comedia el comienzo es com plicado y el final tranquilo; en la tragedia los sucesos siguen el orden contrario; el argumento de la comedia es siempre ficcional, el de la tragedia suele tener base histórica. Evantius no hace ninguna referencia a la representación, porque con sidera que el texto tiene como fin el recitado, más que la realización escénica; considera que Terencio es el mejor cómico entre los romanos por la excelencia de sus caracte res y por el decorum que mantiene en sus obras. La tesis, que luego se convirtió en verdadero rasgo de oposición entre tragedia y comedia, según la cual la come dia ha de tener un final feliz, frente a la tragedia cuyo final ha de ser desgraciado, es propia de Evantius, no de Aristóteles, ya que éste consideraba una obra como Ifigenia entre los Tauros como ejemplo de tragedia, a pesar de su final feliz, pues producía el efecto propio de la tragedia, la catar sis. Un segundo punto de divergencia lo encontramos en sus posiciones éticas frente al teatro: Aristóteles es indife rente a las lecciones morales de las obras, y sólo se refiere, como hemos dicho, a sus efectos purifícadores (catarsis) sobre el público; Evantius afirma que la tragedia ha de tener un desenlace que sirva de ejemplo para las conductas de los espectadores. Estas dos ideas, que tendrán bastante relie ve a lo largo de los siglos en la teoría del teatro (la oposición tragedia/comedia por el desenlace desgraciado o feliz, y la consideración ética de la obra dramática) atribuidas tradi cionalmente a Aristóteles, no están formuladas en la Poética, sino en De Fabula. Donatus no supone avances en la teoría del drama, pero destacan en su obra algunas observaciones referidas al esce nario y a la representación: el traje, los telones, la música; reconoce al traje y a los colores un valor caracterizador del personaje (los viejos llevarán traje blanco, los jóvenes trajes de colores vivos y variados; los esclavos traje corto..., de acuerdo con su seriedad, su alegría de vivir o su falta de recursos respectivamente) y a la música le reconoce tam bién un valor semiótico, pues dice que en el teatro, cuando se empieza a oír la música, que se hace con flautas, algu nos espectadores ya saben qué tipo de drama se represen tará: las flautas de la derecha tocan música grave y anun cian una obra de carácter serio, mientras que las flautas de la izquierda anuncian con tonos agudos una comedia lige ra; si tocan a la vez de uno y otro lado, la obra mezclará serio y cómico. En los siglos posteriores se olvidaron las poéticas teóricas y las ideas sobre la tragedia y los teatros fueronarruinándose materialmente. Las primeras noticias de la Poética en Occidente procederán de fuentes arábigas: los primeros comentarios son los realizados por Ibn Rushd (Averroes, 1126-1198), que fue conocido durante centurias como el Comentador (de Aristóteles). No obstante, Averrores no presta mucha atención a los problemas teóricos, prácticos o sociales que planteaba el texto dramático, porque, como es sabido, la cultura árabe carece de teatro, pero nos interesa destacar algunas ideas de sus comentarios porque son precedente de discusiones y actitudes críticas posteriores. Averroes estudió la Poética como una rama de la lógica, coincidiendo con la tradición árabe (al-Farabí y Avicena). Para los primeros comentaris tas árabes la poesía era el arte de la alabanza y de la censu ra (laudatio / vituperatio), que no eran más que técnicas explicadas en el libro I y II de la Retórica del mismo Aristóteles y en el capítulo IV de la Poética. Desde esta pers pectiva no debe extrañar que Averroes considere la trage dia como ars laudandi y la comedia (para él, la sátira) como ars vituperandi. La literatura responde en los distintos géne ros a una función ética y, aunque esta idea entra en con tradicción con la tesis de que es una rama de la lógica, Averroes no parece darle importancia, ni siquiera haberlo advertido. En cuanto a los conceptos que tanto relieve tie nen en la Poética y tan discutidos serán después: la imita ción, la fábula, el mito, los caracteres, la verosimilitud, la catarsis, etc. son marginados por los comentaristas árabes, y son olvidados por Averroes en particular. La Poética y sus comentarios arábigos fueron traducidos al latín en 1265 por Hermannus Alemannus, monje que vivió en Toledo; la difusión de esta versión parece haber sido considerable, pues se conservan hasta veintitantos manuscritos de su traducción, y la obra fue impresa en 1448. Sin embargo, no parece que la Edad Media estuviese pre parada para asimilarla, pues no suscita grandes entusias mos, como ocurrirá a partir del Renacimiento, a pesar de que también había sido traducida del griego en 1278 por Guillermo de Moerbeke. No será hasta el siglo XVI cuando los comentarios de la Poética se difundan y algunos de los temas se discutan apasionadamente primero en Italia y luego en el resto de Europa y deriven hacia un tono normativo que será rechazado en el teatro clásico español y seguido por el teatro francés en general. La relación de la poética con la lógica siguió debatién dose hasta el siglo XVI, lo mismo que la teoría de la vitu- peratio / laudatia, las tesis averroístas fueron a veces ataca das o criticadas (Savonarola, Robortello, Segni, Maggi...) en el debate sobre el espacio que la poética debe ocupar en el conjunto de las ciencias, aunque casi todos llegan a la con clusión de que efectivamente es una rama de la lógica. En 1575 Piccolomini acude a la autoridad de Averroes para refutar a Robortello en el tema del origen de la poesía; T. Tasso en 1594, apoyándose en Averroes, se enfrenta a la afirmación de Castelvetro de que el poema heroico exclu ye la laudatio... Durante el Humanismo, que fue fundamentalmente pla tónico y más bien neoplatónico, no adquieren mucho relie ve algunos de los temas que luego se discutirán con apasio namiento, pero en la segunda mitad del siglo XVI alcanzan un papel central en el pensamiento crítico y estético, y des tacan los de una teoría dramática. La primera interpreta ción de la Poética en el Renacimiento italiano fue la del pro fesor del estudio de Pisa, Francisco Robertelli (1516-1567), llamado también Rebertelli y Robortello, cuya obra escrita en latín Comentario al libro de Aristóteles sobre el Arte Poética (In librum Aristotelis de Arte Poética explicationes') se publica en Florencia en 1583, y es un comentario amplio, pasaje a pasa je, a la Poética, y anotaciones continuas al texto; sobre las afirmaciones de Aristóteles, Robortello deduce las leyes gene rales que regulan de hecho las obras dramáticas antiguas y a partir de éstas formula las leyes que han de tener en cuen ta los poetas modernos. El drama se vale de ficciones y de imaginaciones para construir sus fábulas; no tiene una fina lidad moral, aunque puede tenerla circunstancialmente: su finalidad es el deleite, el placer que causa a los espectadores o lectores. La tragedia está basada en la representación vigo rosa de las pasiones, las buenas y las malas, con todas sus consecuencias; los personajes de toda índole han de ser mostrados con su dramatismo radical y ocurre que a veces el carácter más inicuo resulta ser dramáticamente el más eficaz y artístico. El espectador parece arrastrado a con sentir todo lo que ve sin discriminar moralmente las situa ciones y conductas, pero el sentimiento moral que surge ante la visión de la tragedia vence su adhesión inmediata, de carácter sentimental más que discursiva y suele juzgar ade cuadamente. Por lo que vemos, Robortello no sigue una orientación normativa ni didáctica en el sentido estricto de los términos, sino más bien filosófica y hedonística, pero sitúa la bases para la discusión que luego dominará en la Contrarreforma. El valor ético de la tragedia quedaría así sal vaguardado, y la Contrarreforma hará de esta tesis un ver dadero valuarte, derivando más tarde hacia un moralismo rígido. Los comentarios y teorías de Robortello suscitaron un enorme interés por la Poética. El texto latino fue traducido al toscano por Bernardo Segni, que también tradujo al tos- cano la Retóricay la Poética (1549) de Aristóteles. Segni con sideraba que después del comentario de Robortello, la Poética quedaba tan abierta que ya no presentaba ninguna oscuridad. Pero en realidad, por lo que luego ocurrió, pode mos decir que el tema apenas si había comenzado. Después de Segni pusieron en lengua vulgar y comen taron la Poética muchos autores, entre otros: V. Maggi, A. Minturno, J. C. Scaligero, L. Castelvetro...; el mismo Robortello amplió el interés teórico hacia la comedia (Robortello, De commedia, 1548) y otros autores ampliaron asimismo la lista de los géneros literarios, con la incorpo ración de la lírica (Castelvetro), que Aristóteles no había incluido entre los géneros. Maggi publicó en Venecia en 1550 las In Aristotelis librum de Poética communes explicationes, que constituyen la verda dera estética de la Contrarreforma, pues dan una explica ción estrictamente católica de la Poética. Particularmente el concepto aristotélico de catarsis alcanza con Maggi una for mulación moralista rigurosa. Minturno publica en 1563 su Poética toscana, que luego se publicará en Venecia, en 1725, con el título de Arte poé tica, y representa el abandono de posiciones humanísticas. La obra está divida en cuatro diálogos entre el autor y Vespasiano Gonzaga, Angelo Constanzo, Bernardino Rota y Ferrante Carafa, en los que se comenta y se discute la obra de Petrarca con métodos tomados de Aristóteles, Horacio y otras poéticas clásicas. Las conductas de los personajes son ejemplos de vicios y virtudes y tienen la posibilidad de delei tar aprovechando. La obra de Minturno se convirtió en el modelo de un aristotelismo atemperado, aunque sus gus tos y sus juicios fueron frecuentemente discutidos. La Poética (Poetices libri septem), de Giulio Cesare Scaligero, publicada en 1561, y reeditada varias veces, supone la sis tematización de las teorías literarias, e inicia las polémicas entre antiguos y modernos. Son interesantes sus puntos de vista en temas controvertidos como el de las relaciones entre literatura e historia (el poeta representa las cosas que son y también las que no son, como si fuesen; el historiador sólo las que son), o como el del fin de la obra (enseñar y delei tar, pues el poeta es a la vez imitador y creador, como un segundo dios); en el libro séptimo da algunas normas sobre la tragedia. La argumentación rígida y de carácter lógico que da tono a esta obra pasaráluego a las poéticas neoclá sicas que dan soberanía indiscutible a la razón. Por último (aunque hay otras muchas poéticas que mati zan aspectos de la mimesis, de la verosimilitud, de la catar sis, etc.) señalamos que Ludovico Castelvetro publica en 1570 la Poética de Aristóteles vulgarizada y expuesta (Poética d 'Avistóte vulgarizzata e sposta) donde, con sutileza, discute alguno de los temas más candentes: el de la función que corresponde al poeta frente al historiador, que deriva en el de la «verdad» frente a «verosimilitud», en el de lo par ticular y anecdótico frente a lo general y abstracto, etc. Lo más interesante de esta poética respecto a la obra dramáti ca es que formula directamente las unidades de tiempo y de lugar que, añadidas a la de acción, anunciada por Aristóteles, darán lugar a la famosa «ley de las tres unidades», que se acepta o se discute con apasionamiento en el resto de Europa. El proceso que explicaría el cambio de un tono de obser vación y descriptivo a un tono normativo, parece que puede partir de la admiración que producen las obras clásicas; su análisis descubre unidades y relaciones que se convierten en norma pragmática: si la poesía moderna quiere alcanzar la perfección, ha de seguir las fórmulas que dieron la per fección a las obras antiguas. Y a esto habría que añadir que desde una perspectiva moralista, se introduce en la teoría del arte dramático un tono preceptivo también, si es que las fábulas han de ser ejemplares en sus conductas y llevar a un desenlace moralizante. Podemos, pues, afirmar que la teoría literaria partió de las investigaciones sobre el teatro, concretamente sobre la tragedia, y amplió su objeto a lo largo de los siglos siempre a la vera de los escritos aristotélicos y de sus comentarios, a los que hay que añadir algunas precisiones de Evantius y actitudes de tipo ético aportadas por el cristianismo y ampli ficadas con la Contrarreforma. No se entendería el énfasis y el interés que el Renacimiento y el Barroco proyectan sobre determinados temas, si no a través de la confluencia de las doctrinas aristotélicas, las de Evantius y el peso social del cristianismo, que impone una actitud moralista. Pero no es sólo el interés por determinados temas y la aspiración a descubrir las formas ideales que subyacen en las obras clásicas para tomarlas como modelo de la nueva literatura, Aristóteles, además del interés teórico por el tea tro, y concretamente por la tragedia, también inicia una forma de estudio y destaca unos problemas que serán obje to de discusión en todas las poéticas; otros temas y otros pro blemas permanecerán en el olvido porque no aparecen en la Poética-, esto significa que la teoría del teatro se movió durante siglos en los límites que Aristóteles le había señala do. En principio destacamos que la Poética y sus comenta rios se centraron en el texto escrito y no atendieron ape nas a la representación, a pesar del interés que mostrara Donatus por el valor semiótico de los signos no verbales del escenario. Los temas más discutidos en el Renacimiento y en los siglos siguientes serán: el proceso que genera la obra literaria (mimesis); la relación entre el poeta y el historia dor, o entre la verdad y la verosimilitud en el arte; las formas y las partes de la obra (partes cualitativas y cuantitativas en la tragedia); su finalidad intrínseca (catarsis); sus valores formales y de composición (ley de las tres unidades) y tam bién sus valores éticos (finalidad social, didactismo), éstos particularmente a partir de la época barroca, aunque con precedentes en Evantius. Muchos otros problemas, que son el centro de las investigaciones dramáticas actuales, no apa recen en la teoría dramática tradicional que inicia Aristóteles, ni son tratados por sus comentaristas, a pesar de que están y son propios del teatro, en el texto y en la representación. La evolución de la cultura y la mediación de ideas reli giosas produce cambios en las actitudes ante el teatro y la literatura en general, pero no ampliará los temas teóricos sobre el teatro hasta el presente siglo. Francia en el Neoclasicismo reconocerá en la creación artística una total soberanía de la razón, que toma de las teorías de Castelvetro, y rechaza como no racional el poder creativo de la fantasía, que estaban desarrollando los tea tros nacionales de Inglaterra y de España, con una nueva concepción del arte dramático, para el cual no resultaba pertinente la teoría aristotélica. En este caso no podemos hablar de teorías dramáticas que se enfrentan entre sí por los principios que siguen, o de matizaciones o ampliacio nes de tesis que proceden de ámbitos filosóficos, éticos o sociales; en este momento se planteará una tensión entre teoría y creación dramática que ocupará el periodo Barroco y el Neoclasicismo. En Francia, después de las famosas que rellas entre antiguos y modernos, y la querella del Cid, se impondrá la Poética de Boileau que presidirá el teatro clásico francés. Pero no son planteamientos nuevos en la teoría del teatro, sino aceptación rígida de las unidades, de la razón, de las formas clásicas. En España, El arte nuevo de hacer comedias, de Lope, y toda la práctica de creación dramática se aparta de la actitud normativa y de las imposiciones que la poética intenta pro yectar sobre el autor dramático y sus obras, y lo mismo pasa rá en Inglaterra con el teatro isabelino, cuya potente ori ginalidad desborda cualquier planteamiento normativo. Este panorama teórico, que reducimos a las líneas más generales donde se inserta la doctrina dramática, y que se prolongará hasta Boileau en Francia y hasta Luzán en España, sitúa al texto dramático en el centro de la investi gación y apenas hace alusiones a su representación, y den tro del texto, los temas y conceptos que se discuten son los mismos, aunque el énfasis se ponga unas veces en unos y otras-en otros. Y, además, el texto que en principio es obje to de un análisis descriptivo, pasa a serlo de una valoración que se establece desde los cánones artísticos que impone la ley de las tres unidades, desde la finalidad social de delei tar aprovechando, y desde el criterio ontológico de verdad y verosimilitud, que delimita los ámbitos de la historia y de la literatura. En realidad, en esta época se intenta buscar la dignidad del arte dramático para justificar su existencia en la sociedad, y de aquí deriva la atención a todos estos temas. La dignidad de las formas se alcanzará si el autor se atiene a ciertas exigencias, a determinadas normas que lo diferencian de las creaciones groseras no presididas por el arte y que convertirán su creación en «obra artística», y por otra parte el arte quedará justificado, si es capaz de buscar y de obtener el fin social de deleitar y además aprovechar. Las reglas del arte son, pues, el medio de dignificar el tea tro, siempre entendido en su ser de texto escrito; el teatro, por otra parte, es una actividad artística que cumple una finalidad social de establecer cánones de conducta religio sa, cívica y cultural. Pero todo esto, insistimos, centrado en los temas y formas del texto escrito, pues las noticias que tenemos de representaciones, de lugares escénicos, de deco rados y de signos del escenario, son siempre escasas, anec dóticas, y proceden generalmente de campos ajenos a la investigación literaria, por ejemplo, de los tratados de arqui tectura. En resumen, podemos decir que hasta finales del siglo XVIII, los estudios que se hacen sobre el teatro, apoyados en las teorías aristotélicas, cuando tienen un carácter teórico, son parciales porque se refieren sólo al diálogo del texto escrito, sin tener en cuenta más signos que los verbales escri tos, ya que ni siquiera se ocupan de los verbales realizados, es decir, del diálogo en el escenario, y, por lo general, no se ocupan nada de otros signos. Y, con frecuencia, no tienen carácter teórico, sino que derivan hacia una axiologíasocial o religiosa. El siglo XIX, el del historicismo, va a presentar al teatro en otra faceta, como fenómeno histórico, y va a situar su dimensión formal y temática dentro de una evolución cro nológica. Los estudios sobre el teatro que encontramos en las historias de la literatura desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy, y quizá porque siguen centrándose exclusi vamente en el texto escrito, lo tratan como un género lite rario más: suelen ser una relación de autores y obras, y acaso una historia del desarrollo del género, que se ocupa de bus car los antecedentes de los temas y de las formas (la crítica de fuentes, «crítica hidráulica»), sin tener en cuenta que, aun prescindiendo de la representación, el texto dramático escrito tiene ya en sí unos rasgos específicos que proceden principalmente de su finalidad, la representación escéni ca. El texto dramático no admite una equiparación con los demás textos literarios, porque, aunque coincide con ellos en utilizar como medio expresivo el lenguaje verbal, se dis tancia de los otros géneros en que está destinado a la repre sentación y, por esta finalidad, utiliza el lenguaje de forma particular, por ejemplo, con una gran profusión de deícti cos, en forma dialogada, etc. Tanto la dilatada tradición aristotélica, como la más reciente tradición histórica, se ocuparon del texto dramático escrito como si estuviese destinado directamente a la lec tura, al igual que el poema o el relato. Estas formas de estu dio pasaron por alto los rasgos específicos del género dra mático, presentes, sin embargo, ya en el texto escrito, es decir, aquellas indicaciones que se encuentran en el diálo go, el diálogo mismo como «lenguaje en situación» que exige una realización espectacular con los signos paraver bales, y directamente las acotaciones, que completan el sen tido del diálogo y están incardinadas en él, además de tener una finalidad directamente escénica y, en resumen, todos los signos del texto que permiten ponerlo en escena, y cuyo conjunto constituye la «teatralidad» del texto. Estos rasgos están, como subrayará una y otra la semiología del teatro, presentes ya en el texto escrito, no son algo que se añade en la representación. Por esta razón consideramos que los estu dios tradicionales del teatro, tanto los que se remontan a las poéticas, como los que se realizan desde las coordenadas teóricas del historicismo decimonónico, son parciales, en cuanto que lo ven como un género literario en línea con la épica y la lírica, pero no tienen en cuenta ese otro aspecto del texto dramático, su finalidad intrínseca en la represen tación, que lo condiciona en su génesis, en sus formas y hasta en sus temas. Sin embargo, está claro que el diálogo, considerado uná nimemente «literario», frente a las acotaciones, considera das unánimemente «no literarias», no consigue la unidad y coherencia del texto, es decir, por sí solo no constituye un texto único y cerrado, pues ofrece «blancos» e incoheren cias que sólo pueden llenarse con las acotaciones, y éstas están destinadas a realizar en el escenario signos no lin güísticos y crear una situación que sirva de marco referen- cial donde adquieran sentido único y coherente los signos lingüísticos que, insistimos, si están solos, no consiguen. Es extraño que la teoría tradicional, al atender al texto escri to, no haya visto su especificidad dramática en su virtual representación donde se suman los diálogos y las acotacio nes, o mejor dicho, el texto literario y el texto espectacu lar, que están ambos en el texto escrito para dar forma en unidad a la obra artística dramática. El diálogo, considerado siempre como el «texto princi pal», «texto literario» frente a las acotaciones, «texto secun dario», «texto funcional», o «no literario», no alcanza, en la mayor parte de las obras, la unidad y la autonomía sufi ciente de un texto literario, y tiene que apoyarse para com pletar su sentido en el resto del texto considerado no lite rario, es decir, en las acotaciones dirigidas a la representación, de la misma manera que el diálogo, que también se dirige a la representación, pues es diálogo directo, es decir, «len guaje en situación». Aún en el caso de que el texto carezca de acotaciones, o , . ... i , .las tenga en un numero escaso, insistimos en que el mismo diálogo, por ser lenguaje directo, «lenguaje en situación», implica una puesta en escena, donde alcanzará su sentido pleno, realizado con el conjunto de signos no verbales del escenario y rodeado de los objetos y los símbolos a los que él mismo alude y señala (de ahí, por ejemplo, el alto por centaje de términos indéxicos en el texto dramático) y que completan su valor semiótico. El texto literario, expresado exclusivamente por medios lingüísticos en el texto, adquiere sentido pleno al formar conjunto semiótico con los signos no verbales del escenario, tanto si éstos provienen de lo que piden las acotaciones, como si son exigencia implícita o explícita del mismo diá logo (didascalias). Solamente con la aparición de la orientación semiótica en la investigación de las Humanidades, y concretamente con la semiología del teatro, empiezan a tenerse en cuenta los sistemas de signos no verbales y considerar el teatro en sus completas dimensiones. Pero esto no sucede en la forma simple en que, a veces, se ha presentado, y que consiste en que a los análisis del texto escrito (drama, o texto dramático) se añaden los aná lisis de los signos no verbales de la representación, es decir, que al análisis del texto, que hacía la crítica tradicional, habría que añadir el análisis de los signos de la represen tación que aparecen en el escenario, lo cual significaría que el análisis textual anterior era una parte del análisis total, y esto no es así sencillamente porque no se corresponden texto con literatura y representación con signos no lin güísticos, ya que el mismo texto escrito es específicamente dramático porque contiene una teatralidad virtual. Para empezar, podemos decir que el texto dramático dia logado pasa íntegramente a la escena, por tanto es escénico, lo mismo que las referencias de las acotaciones: todo está en el texto escrito y todo está en la representación, pero de distinta manera. El texto dialogado, con el complemento de las acotaciones, crea un mundo ficcional en el que las referencias adquieren formas propias en la imaginación del lector, según su interpretación; el mismo texto dialogado, realizado en la escena y habiendo convertido en tono, tim bre, intensidad (elementos paraverbales necesarios en cual quier realización del diálogo y, por tanto, implícitos en él, y a veces explicitados en las acotaciones) y haciéndose len guaje directo en una situación representada materialmen te (en una estética realista, simbolista, expresionista, o cual quiera que sea), crea un mundo ficcional que se inicia en la lectura del director de escena y se realiza mediante la pro puesta espectacular en el escenario, contando con todos los elementos que están ya en el texto escrito y que el director materializa a partir de su lectura. Y de la misma manera que el texto dramático, por ser literario, puede admitir diversas lecturas, la puesta en esce na, por ser texto artístico, también puede leerse e inter pretarse de modos diversos; podemos decir que la realiza ción escénica es respecto al texto espectacular como la lectura respecto al texto literario. El Texto Literario y el Texto Espectacular están en el texto escrito y en el texto representado: la mayoría de las escenificaciones mantienen el diálogo -más o menos adaptado- del texto escrito, es decir, conservan el mismo lenguaje e interpretan, a discre ción del director de escena, el texto espectacular que esta ba implícito -aunque no en una forma terminada, o per fecta- en el texto escrito. El pretendido enfrentamiento entre texto escrito y repre sentación es artificial y procede de una reacción ante laatención exclusiva que la teoría literaria y la historia litera ria centraban en la escritura, olvidando la puesta en escena y sus signos, que estaban no sólo virtualmente, sino a veces expresados directamente en el mismo texto escrito. Hacia el año 30 del presente siglo la teoría literaria de orientación semiológica empieza a ocuparse de los signos dramáticos no verbales, quizá por el interés que los siste mas sémicos no lingüísticos estaban adquiriendo en otros ámbitos de la investigación, como el del folklore, o debido también al desarrollo que los elementos arquitectónicos, los objetos, la iluminación, etc. tienen en el escenario con escenógrafos como E. G. Craig, o A. Appia, y, por otra parte, se generalizan los ataques al «teatro de palabras» que domi naba la escena europea con la comedia de salón, la «obra bien hecha» y la comedia burguesa. Las primeras investigaciones sobre los signos escénicos no verbales suelen estar situadas en una dimensión enfrentada con las investigaciones dramáticas anteriores, particular mente con las de carácter preceptivo; en la polémica entre texto y representación se consideran equivalentes los sig nos lingüísticos y literatura frente a los signos no lingüísti cos y representación, lo que lleva a una polaridad artificial «texto / representación» como consecuencia del enfrenta miento básico: el tema de las relaciones del texto escrito con la presentación escénica se hace central y sus extremos se consideran inconciliables. Será necesario precisar las fun ciones del lenguaje en el teatro; la naturaleza de los signos dramáticos, las posibilidades de una semiología del teatro, frente a las posiciones que, o bien siguen sobrevalorando la palabra y el texto escrito, o bien, en la posición contraria, niegan teatralidad a la palabra y pretende eliminar de la escena los signos verbales. Las acotaciones, como para-texto o parte del texto espec tacular añadidas a las exigencia escénicas del diálogo y a las didascalias o conjunto de indicaciones escénicas que proporciona el mismo diálogo, serán objeto de estudio tex tual, pero desde el presupuesto de que constituyen el texto espectacular, es decir, con la tesis de que su destino es la escenificación. El signo lingüístico en su realización escénica dialogada se convierte en signo escénico y las acotaciones y didascalias reproducen escénicamente una situación, un lugar, donde se dicen las palabras del diálogo, con unos elementos paraverbales, de naturaleza indudablemente escé nica también. La naturaleza del signo dramático, de carácter mucho más complejo semióticamente que el signo narrativo o líri co, y la posibilidad del análisis de los sistemas sémicos no- verbales, dan a las investigaciones dramáticas un nuevo hori zonte y, a partir del año setenta, más o menos, se advierte la aparición de estudios que enfocan los problemas de los sig nos dramáticos sin presuponer un enfrentamiento entre texto y representación, entre signos verbales y no verbales, que más bien se consideran complementarios, y se desta can las posibilidades de una expresión simultánea, que da al teatro una expresión específica, frente a los demás géne ros literarios, de expresión necesariamente lineal. Se advierte también en este sentido que el teatro con vierte en signo no solamente los gestos, distancias y obje tos del escenario, sino incluso también el espacio donde se representa y los ámbitos escénicos donde se reúne escena rio y sala con dos mundos, el de la ficción creado por la obra dramática y el de la realidad de la sala donde vive el público, relacionados de forma envolvente, enfrentada o divergente. El análisis de los espacios escénicos adquiere un gran relieve dentro de la orientación semiológica, por que se ha podido comprobar que el espacio es uno de los signos dramáticos más efectivos. Los estudios que incluimos en esta antología pretenden ser una visión panorámica del cambio que se produce en el estudio del teatro, como texto y como representación, y también pretenden destacar aquellos temas que fueron más discutidos y los ángulos (estructuralista, semiológico) desde los que fueron analizados. Estos artículos nos permitirán comprobar que los temas tratados en las poéticas han deja do de suscitar el interés inmediato de la teoría literaria, que ahora se polariza hacia otros problemas. Las primeras atenciones a los signos no verbales supu sieron, a veces, un rechazo total del texto, y casi siempre un desprecio de la palabra frente a lo que se consideró espe cífico del teatro, la representación escénica y los signos no verbales. Resuelto en el sentido que cada uno considera más acep table el enfrentamiento texto-representación, uno de los problemas centrales del discurso dramático es la unidad sémica de sus signos verbales y no verbales. El problema se plantea ya en el texto escrito, puesto que el discurso tiene forma de un diálogo en el que se dejan oir las voces de dis tintos personajes, y si cada uno de ellos representa una posi ción diferenciada, tiene un modo de pensar, una forma de verbalizar y una contextualización propia, ¿cómo es posi ble alcanzar la unidad textual con posiciones, voces y con textos diferentes? En la novela, aunque haya también con currencia de voces y se dejen oír en diálogo distintos personajes, todo converge y se vertebra en la palabra del narrador y todo se ordena a un sentido único. Veltrusky propone que se considere para el teatro una figura parale la a la del narrador, aunque lógicamente no se textualiza, el que llama «sujeto central», que polarizaría la unidad de la acción y de pensamiento y establecería un contexto general y único en el que se integraría los contextos parciales de los personajes y sus voces. Sería la figura del autor en cuan to autor concreto de una obra determinada. En esta antología de estudios, y después del marco gene ral en que se sitúa la polémica del texto y la representación y sus respectivos signos, incluimos fundamentalmente aque llos artículos que tienen como objeto la naturaleza especí fica del teatro en sus diversas fases y posibilidades y los que, como Kowzan (1968) hacen una enumeración y análisis del conjunto de signos verbales y no verbales, o los que como Ingarden (1958), plantean la cuestión de las funciones espe cíficas del lenguaje en el teatro. Polonia y Checoslovaquia son los países donde surge la semiología del teatro como continuación, o como método paralelo al estructuralismo, probablemente porque allí con vergen las dos corrientes del formalismo ruso y de la feno menología de Husserl, que proyectan una atención inme diata al texto y a la obra literaria como producto objetivado, frente a lo que hacía la preceptiva que intentaba someter la obra a unas normas, o la más reciente actitud histórica que se limita a dar testimonio de autores y obras. La poética y la estética se desarrollan amplia y originalmente en estos dos países entre las guerras mundiales de 1914 y de 1939, y puede decirse que la semiología dramática nace allí, aunque no perdamos de vista los precedentes de la semiología gene ral con F. de Saussure en Francia y Ch. S. Peirce en Estados Unidos. En Checoslovaquia tiene más fuerza la influencia de los métodos lingüísticos (Círculo Lingüístico de Praga), mien tras que en Polonia se desarrolla con más relevancia la lógi ca. Ingarden (1893-1970), uno de los grandes autores pola cos del XX, discípulo de Husserl y profesor en la Universidad de Lwow, y luego en la de Cracovia, publica en 1931 su obra Das literarische Kunstwerk, seguida (a partir de la tercera edi ción) de un artículo sobre «Las funciones del lenguaje en el teatro», donde desarrolla algunas de las tesis esbozadas en la obra anterior y plantea las coordenadas sobre las que se va a asentar la nueva disciplina de semiología de la obra dramática. La reacciones a favor y en contra del lenguaje dramáti co podemos verlas en los estudios de Veltrusky, paraquien el texto dramático (opone drama / teatro) condiciona total mente la realización escénica que está ya figurada en el texto; la posición de J. Veltrusky, manifiesta en su libro Drama as Literature (1942) y en el artículo que incluimos aquí, se decanta claramente a favor del texto lingüístico como uno de los componentes del teatro, cuando en los ambientes teatrales se negaba la teatralidad de la palabra. Procházka, en su artículo «La naturaleza del texto dra mático» (1984) confronta desde una perspectiva actual algu nas tesis de la obra de O. Zich (Esthétique de l’art dramatique. Dramaturgie théorique, Praga, 1931) y del estudio de I. Veltrusky, aquí incluido. Esto nos permite ver cómo se pre sentaron y cómo se han ido incorporando a la teoría dra mática general algunas ideas que en principio fueron muy discutidas. Por último incluimos una síntesis histórica de la semio logía del teatro, en la que Kowzan muestra que siempre sus citó interés el signo y siempre estuvo de algún modo pre sente en los estudios sobre la lengua el signo no lingüístico, 27 por lo que se puede hablar con buena voluntad de hasta veintitrés siglos de semiología dramática, aunque de un modo estricto no le otorgue más que veintitantos años, a partir de su análisis de los signos dramáticos (1968) En España se han leído tesis doctorales, se han publica do libros, se han traducido otros, y los temas del teatro, de la especificidad de sus textos, de los signos verbales y no verbales, interesan a un público cada vez más amplio. El estudio del profesor García Barrientos da una ajustada visión panorámica de los problemas planteados hasta ahora, y el de C. Bobes en 1981 analiza las posibilidades teóricas que ofrece una visión semiótica del hecho teatral en sus dos fases de texto escrito y texto representado y en su única forma de Texto Dramático que incluye un Texto Espectacular y un Texto Literario. MARÍA DEL CARMEN BOBES NAVES Universidad de Oviedo Nota: Las traducciones de los artículos han sido realiza das por los autores que se especifican en cada caso.