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Las aspiraciones de la curiosidad Geoffrey Lloyd

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LAS ASPIRACIONES DE LA 
CURIO SIDAD
La comprensión del mundo en la 
Antigüedad: Grecia y China
por
G eo ffrey L L o y d
traducción 
P a u l a O lm o s
S I G L O
m
SIGLOm
España
México
Argentina
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra 
por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, 
fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes mag­
néticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.
Primera edición, junio de 2008
© SIGLO X X I DE ESPAÑA EDITORES, S. A.
Menéndez Pidal, 3 bis, 28036 Madrid 
W W W . sigloxxieditores. com
© Geoffrey Lloyd, 2002
Título original: The Ambitiom o f Curiosity. Understandingthe World in Ancient ' 
Greece and China
Primera edición en inglés, Cambridge University Press, 2002
© de la traducción: Paula Olmos, 2007
Maquetación: Jorge Bermejo & Eva Girón 
Diseño de la cubierta: simonpatesdesign
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY
Impreso y hecho en España 
Printed and made in Spain
ISBN: 978-84-323-1348-6 
Depósito legal: M-29.980-2008
Impreso en e f c a , s . a .
Parque Industrial «Las Monjas»
28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)
ÍNDICE
LISTA DE FIGURAS Y TABLA-,........................................................ IX
PREFACIO................................... XI
NOTA SOBRE LAS EDICIONES DE TEXTOS ANTIGUOS......... xv
CAPÍTULO 1 HISTORIAS, ANALES, M ITO S............... I
CAPÍTULO 2 MODALIDADES DE PREDICCIÓN.... 27
CAPÍTULO 3 LOS NÚMEROS Y LAS COSAS.............. 57
CAPÍTULO 4 APLICABILIDAD Y APLICACIONES.... 89
CAPÍTULO 5 EL LENGUAJE DEL SABER.................. 125
CAPÍTULO 6 INDIVIDUOS E INSTITUCIONES.... . 159
GLOSARIO DE TÉRMINOS CHINOS Y GRIEGOS.................. 189
BIBLIOGRAFÍA................................................................................. 197
ÍN D IC E ............................................................................................... 215
VII
ÍNDICE DE FIGURAS Y TABLA
FIGURAS
1. Adivinación sobre el caparazón de una tortuga. Fuente: Djamouri,
1999.............................................................................................................. 37
2. Tablero cósmico procedente del Nan Qishu. Fuente: Ho Peng Yoke.... 40
3. Tetraktys....................................................................................................... 62
4. Transformaciones de las cinco fases........................................................... 65
5. Medida de las sombras arrojadas por distintos gnómones para determinar
la altura del Sol............................................................................................ 69
6. Estimación del diámetro solar.................................................................... 70
7. Cálculo de Eratóstenes de la longitud de la circunferencia de la Tierra. 71
8. Tornillo de Arquímedes encontrado en Sotiel (Huelva). Fuente: History
o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard................................. 91
9. Carruaje chino. Fuente: Needham, 1965................................................... 94
10. Ballesta de Vitrubio. Fuente: Marsden, 1969............................................ 97
11. Gastraphetes. Fuente: Landels, 1978.......................................................... 98
12. Ballesta de repetición de Dionisio. Fuente: Marsden, 1971..................... 99
13. Ballestas chinas. Fuente: Needham y Yates, 1994..................................... 101
14. Prensa de doble tornillo de Herón: Fuente: Drachmann, 1963............... 105
15. Molino de agua romano de Vitrubio. Fuente: Moritz, 1958.................... 106
16. Cosechadora de maíz gala. Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed.
C. Singer, E. J. Holmyard, A. R. Hall y T. J. Williams (Oxford, 1956)... 106
17. Distintos tipos de carretillas chinas. Fuente: Needham, 1965................. 107
IX
Í ndice de figuras y tabla
18. Grúa de poleas compuestas accionada por una rueda de andar. Fuente:
History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard, A. R. Hall y
T. J, Williams (Oxford, 1956)..................................................................... 111
19. El túnel de Eupalino, Fuente: Kienast, 1995............................................. 113
20. Técnica para tunelar por medio de la triangulación de Herón, Fuente: H.
Schoene, Herón, vol, i i i ............................................................................... 113
21. a y b. Obras hidráulicas de L i Bing en Guanxian. Fuente: Needham,
1971............................................................................................................... 114,115
22. Sismoscopio de Zhang Heng. Fuente: Sleeswyk y Sivin, 1983................. 117
23. Esfera rodante movida a vapor de Herón. Fuente: W. Schmidt, Herón,
(Leipzig), vol. 1............................................................................................. 119
24. Esquema de Herón para abrir las puertas del templo automáticamente.
Fuente: History o f Technology, vol. ll, ed, C. Singer, E. J. Holmyard,
A. R, Hall y T, J. Williams (Oxford, 1956)................................................ 120
25. Las membranas del ojo. Fuente: C. Singer, A short History o f Anatomy
and Physiology from Greeks to Harvey (Dover, 1957)............................... 131
26. Los vasos sanguíneos según Pólibo. Fuente: C, R. S. Harris, The Heart
and the Vascular System in Ancient Greek Medicine (Oxford, 1963)...... 135
27. Mapa de conductos para acupuntura. Fuente: Kuriyama, 1999.............. 137
28. Las partes del loto. Fuente: Needham, 1986............................................. 139
29. Struchnos. Fuente: Dioscórides de Viena, Nationalbibliothek. Cod. Med.
gr. I , f. 292v................................................................................................... 142
30. Diktamnos. Fuente: Dioscórides de Viena, Nationalbibliothek. Cod. Med.
gr. I, f. 99r..................................................................................................... 143
TABLA *
1. Armonía china: la generación de la escala cromática. Fuente: adaptación 
de la ofrecida por J. S. Major, Heaven and Earth in Early Han Thought 
(Albany, 1993)................................................................. 74
X
PREFACIO
En el trimestre de otoño de 2000, tuve el honor de recibir una invita­
ción para dictar el ciclo de conferencias «Isaiah Berlin» en Oxford. 
Se trata de un encargo que cualquier historiador de las ideas encon­
traría francamente apabullante, ya que cuantos conocieron a Berlin 
no tuvieron más remedio que sentirse cautivados por la amplitud de 
sus conocimientos, la agudeza de su ingenio y la fuerza y elegancia 
de su escritura. La experiencia de dictar aquellas conferencias en su 
memoria resultó a un tiempo intimidante y alentadora. Me encontré 
con un variadísimo público que me escuchó atentamente y que contri­
buyó al debate con comentarios realmente pertinentes, aunque debo 
decir que, dada la fama del fulgurante verbo de Berlin, me sorprendió 
su petición de que tratara de hablar más despacio.
Este libro contiene una versión ampliada de aquellas conferen­
cias y, de hecho, mantiene básicamente el plan inicial de las mismas. 
El tema que las unifica no es tanto un determinado concepto, sino, 
más bien, un problema específico: el surgimiento de la investigación 
sistemática. Obviamente, no se parte del supuesto de que toda socie­
dad haya de valorar la investigación como algo bueno en sí mismo; 
por ello, el cómo pudo llegar a surgir, en torno a qué materias, quién 
llego a ponerla en práctica y por qué, con qué objetivos y expectati­
vas, resultan ser cuestiones que no por su generalidad dejande ser 
centrales para cualquier estudioso que tenga la valentía, o más bien la 
imprudencia, de enfrentarse a tales asuntos. ¿Qué esperaban encon­
trar aquellos investigadores? ¿Sabían, acaso, lo que buscaban? Uno 
de los temas recurrentes en estos ensayos será precisamente el carác­
ter abierto y, por lo tanto, arriesgado, de cualquier investigación. La 
pregunta que se nos plantea es cómo pudo llegar a darse el caso de 
que, desafiando los resultados de una indagación las convicciones más 
profundamente asentadas, pudieran, sin embargo, terminar aceptán-
XI
Prefacio
dose o, al menos, no fueran inmediata y terminantemente rechazados, 
por parte de las autoridades (u otros elementos) de aquellas socieda­
des. ¿Cuál fue, de hecho, el papel del Estado u otras instituciones con 
autoridad en el fomento, el sostenimiento o el bloqueo de la investiga­
ción?
En el mundo actual, seguimos planteándonos este tipo de pro­
blemas. Pero para indagar en los verdaderos inicios de la investiga­
ción sistemática tenemos que volver la vista hacia la Antigüedad. Allí 
encontramos muestras de un evidente interés en un amplio abanico de 
materias, no sólo en el campo de lo que podríamos llamar filosofía o 
ciencia en general, sino también en el de la historia, la tecnología o el 
lenguaje. Tanto Grecia y China como Mesopotamia, Egipto o India, 
ofrecen distintos aspectos relevantes para nuestro estudio. Me centra­
ré, sin embargo, principalmente en las dos primeras culturas, lo que 
se ha de achacar tanto a las restricciones impuestas por mis propios 
conocimientos sobre el tema como a la necesidad de señalar algún tipo 
de límite a la investigación. Aun así, la amplitud del campo que se nos 
ofrece hace que no podamos esperar abarcar sino una pequeñísima 
porción de las ideas y datos que podrían exponerse en relación con los 
temas propuestos; de modo que mi objetivo no puede ser comprender 
la totalidad de la materia, sino, más bien, presentar ciertos argumen­
tos, dejando para otra ocasión una mayor profundización y una mejor 
documentación y justificación de lo expuesto.
Con el objetivo de exponer mis ideas del modo más vivo posible, 
he tratado de mantener el estilo y el esquema de las propias confe­
rencias. A pesar de utilizar material proveniente de diversas culturas 
y períodos históricos, he intentado, también, que toda esta informa­
ción se presente de manera accesible para los no especialistas en la 
materia. Es evidente que tales intenciones son sumamente ambicio­
sas. Con ello no trato sino de emular las elevadas aspiraciones de 
quienes serán protagonistas de mi estudio. Soy consciente del peli­
gro de caer en la superficialidad. Se trata de un riesgo inevitable para 
todo el que trata de abrir nuevas vías de investigación en los estudios 
comparados y en torno a materias de importancia tan central como la 
que nos ocupa.
Llegados a este punto, resulta un placer el poder agradecer la ayu­
da recibida a tantos especialistas que me ofrecieron sus valiosos pun­
tos de vista, tanto en relación con diversos detalles del estudio, como 
con la estrategia general de mi argumentación. Seguramente habría
XII
P refacio
cometido más de un error en mis apreciaciones sobre la astronomía 
mesopotámica, si no hubiera contado con la guía ofrecida por Fran­
cesca Rochberg y David Brown, lo que no les hace responsable en 
absoluto del modo en que finalmente haya hecho uso de sus consejos. 
Mis estudios sobre ciencia china se han beneficiado también amplia­
mente de mi colaboración con Nathan Sivin. Cuando recibí el encargo 
de dictar estas conferencias, ambos estábamos enfrascados en la finali­
zación de nuestro estudio conjunto The Way and the Word, lo que me 
permite ahora referir a dicho trabajo, ya publicado, a quienes busquen 
una discusión más detallada de muchos de los puntos tratados en éste. 
De mis propios colegas helenistas diré que son demasiado numero­
sos para mencionarlos a todos, pero destacaré, entre mi público oxo­
niense, a Myles Burnyeat, David Charles, Sally Humphreys y Oswyn 
Murray, que expusieron comentarios y críticas excepcionalmente ú ti­
les. Debo mencionar también a todos aquellos que, generosamente, 
me ofrecieron su consejo en las diversas ocasiones en que llegué a dic­
tar, total o parcialmente, algunas de estas conferencias en otras univer­
sidades, à lo largo de los últimos dos años, particularmente en Prince­
ton, Madrid, Chicago y Pekín. Querría expresar mi agradecimiento, 
tanto por su hospitalidad como por sus constructivos comentarios, a 
Willard Peterson, Luis Vega, lan y Janel Mueller, Liu Dun y a todos 
sus compañeros.
Me resta, finalmente, hacer constar mi especial gratitud a mis anfi­
triones en Oxford. En primer lugar, al Comité a cargo de las Conferen­
cias Berlin, que tuvo la amabilidad de invitarme, al Presidente Suplen­
te del Corpus Christi College, el Dr. Christopher Taylor, y a todos los 
miembros del propio College que nos recibieron cordialmente tanto 
a mí como a mi esposa, a Lady Berlin y a todos cuantos hicieron de 
aquella visita algo memorable.
X III
NOTA SOBKE LAS EDICIONES DE TEXTOS ANTIGUOS
TEXTOS CHINOS
Salvo algunas excepciones, todos los textos chinos antiguos se citan 
por sus ediciones estándar, es decir, las del Instituto Yenching de Har­
vard (h y ) o las del Instituto de Estudios Chinos de la Universidad de 
Hong Kong (íes).
Chunqiu fanlu edición de Lai Yanyuan, Taipei, 1984.
Daodejing edición del ics (Obras Filosóficas, 24), 1996.
Erya (HJÉ), edición del íes (Obras Clásicas, 16), 1995.
Guanzi (’e ’í ), edición de Zhao Yongxian, reimpresión en la colec­
ción Sibu beiyao, Shanghai, 1936.
Hanfeizi (^^^í^í"), edición de Chen Qiyou, Shanghai, 1958.
Hanshu ( / ^ ^ ) , edición de Yan Shigu, Zhonghua shuju, Pekín, 1962. 
Se dan los números á&juan, página y, en algunos casos, columna de 
cada cita.
Hou Hanshu (íé M * ) , edición Zhonghua shuju, Pekín, 1965. 
Huainanzi ( /H l^ í ) , edición de Liu Wendian, Shanghai, 1923.
Huangdi neijing ((m ^IAIIM)- Recensiones lingshu {WM)y suweniMWj 
en edición de Ren Yingqiu, Pekín, 1986.
jiuzhang suanshu (Tl^SS^ s'), edición de Qian Baocong, suanjing shishu, 
Pekín, 1963. Se da el número de página de la cita.
Eiji (Ih IS), edición del íes, 1992.
Lüshi chunqiu (S E ^^ fA ), edición de Chen Qiyou, Shanghai, 1984. 
Se dan en cada cita los números de juan y pian seguidos, en caso de 
necesidad, del número de página.
XV
N ota sobre las ediciones de textos antiguos
Lunheng (|m ÍIÍ)> edición de Liu Pansui, Pekín, 1957.
Lunyu (|m |p), edición del íes (Obras Clásicas, 14), 1995.
Mengzi (Mencio) ( ]£ ^ ) , edición de la colección HY, Suplemento 17, 
Pekín, 1941.
Mozi (Sd^), edición de Zhang Chunyi, 1931.
Shiji (líllE!.), en la edición del Zhonghua shuju, Pekín, 1959. Se dan los 
números de juan, página y, en algunos casos, columna de cada cita.
Shijing ( I f M), edición del íes (Obras Clásicas, 10), 1995.
Sun Bin ( , edición y traducción al inglés en Lau y Ames, Sun Bin: 
The Art ofWarfare, Nueva York, 1996.
Sunzi ( f |s í ‘), edición y traducción al inglés en Ames, Sun-tzu: The Art 
ofWarfare, Nueva York, 1993.
Xunzi (^üF), edición en la colección h y , Suplemento 22, Pekín, 1950. 
Se dan los números de pian y línea de cada cita.
Yantielun (ÜiHIro), edición del íes (Obras Filosóficas, 14), 1994. 
Yijing (Mis.), edición del íes (Obras Clásicas, 8), 1995.
Zhoubi suanjing ( j^ tf-® l5 ) , edición de Qian Baocong, Suanjing shis- 
hu, Pekín, 1963. Citado por número de página.
Zhouli (Flf®), edición del íes (Obras Clásicas, 4), 1993.
Zhuangzi ( ® tF ), edición en la colección HY, Suplemento 20, Pekín, 
1947.
Zuozhuan (¿Ef$), edición de Yang Bojun, 4 voL, Pekín, 1981. Cita­
do por Duque, y año correspondientes y, en los casos necesarios, por 
número de página.
TEXTOS GKIEGOS Y LATINOS
Cito a los principales autores griegos y latinos porsus ediciones están­
dar, por ejemplo, los fragmentos de los filósofos presocráticos por la 
edición de H. Diels, revisada por W. Kranz, T)ie Fragmente der Vor- 
socratiker, Gd edición, Berlín, 1952; las obras de Platón, por el texto 
de Burnet para Oxford; los tratados de Aristóteles, de acuerdo con la 
edición berlinesa de Bekker. Las obras de Euclides se citan por la edi­
ción de J. L. Heiberg y otros, revisada por E. S. Stamatis, las de Arquí-
XVI
N ota sobre las ediciones de textos antiguos
medes, por la edición de Heiberg, revisada por Stamatis (se abrevia 
HS con el número de volumen correspondiente). El Almagesto de 
Tolomeo se cita por la edición de J. L. Heiberg, el Tetrabiblos, por 
la de Hübner y los Armónicos, por la edición de I. Düring (Göte­
borg, 1930).
Los textos griegos y latinos de medicina se citan, de preferen­
cia, de acuerdo a las ediciones correspondientes al Corpus Medico- 
rum Graecorum y al Corpus Meiicorum Latinorum (CMG y CML, res­
pectivamente). Para los tratados hipocráticos no incluidos en CMG, 
he empleado las Oeuvres completes d’Hippocrate de E. Littré, 10 vol., 
París, 1839-1861, citándolas con la inicial L seguida de los núme­
ros de volumen y página correspondientes. Para las obras de Galeno 
que no aparecen en el CMG, he empleado las ediciones de Teubner 
(a cargo de Helmreich, Marquardt y otros) o, en ausencia de éstas, la 
edición de C. G. Kühn, Leipzig, 1821-1833, que se cita mediante la ini­
cial K seguida de los números de volumen y página correspondientes.
Las abreviaturas usadas para las obras griegas son las del Greek- 
English Lexicon de H. G. Liddell y R. Scott, revisado por H. S. Jones, 
y su suplemento (Oxford, 1968). Es decir, Simplicius, In Ph., se refiere 
a la obra de Simplicio In Aristotelem Physica Commentaria, edición 
de H. Diels Commentaria in Aristotelem Graeca, vols, ix y x), Berlín, 
1882-1895.
OBRAS MODERNAS
Todas las obras modernas se citan por el nombre de su autor y año de 
publicación. Para más detalles debe acudirse a la bibliografía final en 
páginas 197-214.
Con la excepción de Confucio y Mencio, los nombres chinos se 
escriben transliterados de acuerdo con la convención Pinyin. Este cri­
terio se respeta en todo el texto, incluso en las citas sacadas de autores 
que adoptan otras convenciones.
XVII
CAPÍTULO 1
HISTORIAS, ANALES, MITOS
Decía Aristóteles que los hombres aspiran por naturaleza al conoci­
miento*. Pero no todos los seres humanos parecen experimentar la 
urgente necesidad de aumentar o, al menos, someter a prueba el cau­
dal existente de conocimiento, sino que muchos se muestran, más 
bien, satisfechos con el saber heredado, con lo que se les dice que 
deben creer. Tampoco tienen todos las mismas ideas, ya sean éstas 
explícitas o implícitas, sobre qué debemos entender por conocimien­
to, ni por qué razones ni bajo qué criterios, ni cuáles deberían ser los 
métodos para su expansión, en caso de que se pretenda tal cosa.
El objetivo de este libro es, precisamente, estudiar lo que suce­
de cuando determinados individuos o grupos de individuos conciben 
semejante pretensión y qué factores actúan, en ese caso, para fomen­
tar u obstaculizar la investigación sistemática .^ Soy consciente de que se 
trata de un planteamiento muy general, pero creo que el centrarse en 
la investigación sistemática, como tal, independientemente del pro­
pio campo de investigación y del éxito o fracaso de la misma, tiene 
sus ventajas. Resulta tentador tratar de hacer una clasificación de los 
campos en cuestión, hablar de historia o filosofía natural, medicina, 
astronomía o astrologia, tecnología o matemáticas, puras o aplicadas^. 
Pero el uso precipitado de tales categorías puede resultar arbitrario y 
sesgar nuestra propia investigación. Los individuos que originalmente 
llevaron a cabo tales indagaciones no contaban con semejantes cate­
gorías cuando iniciaron su trabajo ni, muy a menudo, cuando lo finali-
' Aristóteles, Meto/zí/ca 980a21.
 ^ No voy a definir explícitamente lo que quiero decir con «sistemática», pero espe­
ro que el propio texto lo vaya aclarando.
’ La lista no es ni mucho menos exhaustiva. También la antropología, la psicología 
o la geografía, entre otras categorías modernas, tienen sus equivalentes investigables 
en las sociedades antiguas.
1
L as aspiraciones de la curiosidad
zaron. Así que, en lugar de juzgar sus empeños desde el punto de vista 
del fin hacia el que, según nuestra propia visión, habrían de dirigir­
se —la «ciencia», tal como la entendemos hoy en día, por ejemplo— , 
deberemos estudiarlos a la luz de sus objetivos originales, sus propias 
pretensiones y necesidades, entendidas en el contexto délos diversos 
problemas realmente suscitados, tal y como ellos los contemplaron.
La puesta en marcha de la investigación sistemática revela, en 
todo caso, un conjunto de aspiraciones humanas muy básicas (eviden­
temente, Aristóteles tenía razón en este punto); poder comprender, 
predecir o controlar al propio mundo o a los demás. También pre­
cisa de un objetivo concreto, de un interés particular en un asunto 
determinado; pero, ¿a qué responden esos objetivos? ¿A qué intereses 
sirven? ¿Quién se encarga de la investigación como tal y bajo qué con­
diciones? ¿Con qué grado de libertad, con qué restricciones? ¿Quién 
elabora el programa y con qué expectativas, en cuanto a su efectiva 
puesta en marcha?
Para responder a estas preguntas, deberemos atender a cuestio­
nes tan centrales como el sistema de valores y creencias de las propias 
sociedades o grupos estudiados. Pues, si la investigación pretende dar 
una respuesta eficaz a problemas concretos, ¿hasta qué punto cum­
plirá su objetivo si se limita a confirmar la posición inicial de quienes 
establecieron el plan de investigación? Pero, por otro lado, ¿bajo qué 
condiciones y con qué límites podría llevar a la revisión de las asun­
ciones iniciales? La investigación puede, de hecho, emplearse como 
modo de legitimación del statu quo; pero el patrocinio de la investiga­
ción conlleva siempre un riesgo, el riesgo de lo impredecible, ya que 
los resultados de la investigación no pueden conocerse de antemano. 
Uno de los temas recurrentes de nuestro estudio será, precisamente, el 
carácter inesperado de los resultados de toda indagación.
Otro tema, también recurrente, será la tensión entre lo que pode­
mos llamar la pretensión universal del conocimiento (la comprensión, 
explicación, etc.) y sus manifestaciones concretas en sociedades espe­
cíficas. M i propia investigación se centra en las sociedades antiguas, 
ya que en ellas puede estudiarse el verdadero inicio de la indagación 
sistemática y, aunque, evidentemente, nadie puede hoy en día aspirar 
a abarcar, con el rigor necesario, el panorama completo de las civiliza­
ciones de la Antigüedad (por mi parte, me centraré en Grecia y Chi­
na y, en menor medida, en Mesopotamia), me gustaría insistir en la 
necesidad del enfoque comparativo y ello por dos razones. En primer
2
H istorias, anales, mitos
lugar, debemos evitar la asunción de que la experiencia particular de 
una sociedad antigua es directamente extrapolable a las demás, por no 
hablar de la tesis, más fuerte, de que exista una cierta inevitabilidad en 
los procesos de desarrollo. En segundo lugar, el método comparativo 
será el que nos revele, precisamente, qué caracteres son generales y 
cuáles son específicos de cada sociedad.
Entre otras cuestiones, trataremos de establecer: ¿qué técnicas de 
predicción se desarrollaron, con qué objetivos y con qué resultados? 
¿En qué casos y en qué sentido el número llegó a ser considerado como 
la clave para la comprensión de los fenómenos y qué tipo de sistemas 
numéricos se elaboraron con la pretensión de explorar tal posibilidad? 
¿En qué medida la investigación sistemática se centró en el desarro­
llo de mecanismosútües y hasta qué punto el deseo de su consecución 
sirvió de estímulo para la misma? ¿En qué sentido dependía la investi­
gación sistemática del propio desarrollo lingüístico —la construcción 
de un vocabulario técnico— y en qué medida estimuló, a su vez, una 
reflexión consciente sobre el uso del lenguaje? El último capítulo de 
este estudio tratará de exponer los diferentes marcos institucionales en 
que pudo desarrollarse, y de hecho se dio, la investigación sistemática 
y en los efectos que tales instituciones suscitaron, tanto en los propios 
investigadores, como en el carácter del trabajo que llevaron a cabo.
Pero para comenzar nuestra investigación sobre la investigación, lo 
mejor será comenzar por la propia historia, tanto en el sentido moder­
no de historiografía, como en el más general y original de indagación, 
aún presente en nuestra expresión «historia natural». Evidentemente, 
no debemos asumir, sin más, que en las civilizaciones antiguas vayamos 
a encontrarnos con una categoría que se corresponda, exactamente, 
con nuestra historiografía. Más bien, veremos que, en la práctica, los 
vínculos entre lo que podemos llamar escritos históricos y el resto de 
las disciplinas, tanto en Grecia como China, presentan múltiples caras 
diferentes que pueden, de hecho, ponerse en relación con la propia 
finalidad de los escritos.
Pero primero debemos prestar atención a los muy diversos modos 
en que el pasado se representa y se utiliza como fundamento para la 
comprensión del presente o como guía para la acción futura. Puede 
darse, o no, el caso de que el pasado se entienda como un todo conti­
nuo, sin ruptura alguna con el presente. ¿Acaso era el pasado idénti­
co al presente, un espacio habitado por personas iguales a nosotros? 
¿O, más bien, por dioses o héroes? ¿O fue, en cualquier otro sentido.
3
L as aspiraciones de la curiosidad
radicalmente distinto del tiempo presente? ¿Acaso el tiempo discu­
rre siempre en la misma dirección? Muchas sociedades han concebido 
como posible la reversión del tiempo, o ciclos temporales que, en tér­
minos generales o, incluso, en los menores detalles, repiten los aconte­
cimientos. De acuerdo con Simplicio {In Ph. 732.26), ésta habría sido 
la postura defendida por Eudemo en Grecia. En la India, por otro 
lado, el sentido de la inmensidad del ciclo Kalpa sirve para subrayar 
el carácter ilusorio del propio presente' .^ Finalmente, en muchas socie­
dades el calendario se divide en franjas de tiempo sagrado y tiempo 
profano que se conciben como cualitativamente diferentes^.
Pero es que, además, independientemente de la comprensión del 
flujo temporal, puede haber profundas diferencias en el modo en que 
se usa o se registra el pasado o, incluso, se concibe el acceso al mis­
mo. Aquello que los mitos digan de los tiempos pasados transmitirá, 
con seguridad, algún mensaje relativo a la conducta en el presente; 
indicará, explícita o implícitamente, normas sobre cómo son o cómo 
deberían ser las cosas y sobre las temibles consecuencias de un com­
portamiento incorrecto. Por otro lado, las propias normas y los mitos 
que las transmiten pueden concebirse como intemporales o, por el 
contrario, pueden tener su origen e intervención, precisamente, en la 
configuración actual del mundo. Y ello no sólo no disminuye, sino que 
aumenta su poder, su autoridad como expresión de valores o restric­
ciones, su capacidad para justificar o legitimar'’. Claro que las relacio­
nes entre mito y rito, el papel del mito como credencial de privilegio, 
el propio problema de la definición de la categoría de mito y la cues­
tión de si existe, de hecho, una categoría válida que pueda utilizar­
se como herramienta de análisis, son asuntos ampliamente debatidos 
en la investigación académica actual. Sin embargo, basta para nues­
tros propósitos el constatar que los relatos sagrados sobre el pasado a
Thapar, 1996.
 ^ Leach, 1961, nos proporciona una buena síntesis de este tema particular, ya 
desarrollado con anterioridad por Durkheim y otros. El tema del contraste entre el 
«tiempo de los dioses» y el «tiempo de los humanos» entre los griegos fue ya objeto 
de estudio para Vidal-Naquet, 1986, cap. 2 (el original francés de este texto ya clásico 
data de 1960).
'' Se ha argumentado que los relatos judíos sobre el pasado resultan un claro ejem­
plo del uso de este tipo de textos para legitimar, en este caso, el estatus del pueblo 
judío como elegido por Dios. Ver, por ejemplo, Murray, 2000, y Cartledge, 1995, 
sobre los griegos.
4
H istorias, anales, mitos
menudo sirven de guía y límite para el comportamiento en el presente 
y la comprensión del mismo. Y es que, una vez que se estudia y se des­
cribe el pasado, el potencial de cambio se hace, en principio, evidente, 
aunque el resultado del estudio pueda también utilizarse para confir­
mar las creencias heredadas y mantenidas.
El modo en que estas historias se transmiten plantea, además, 
una tercera cuestión fundamental. Una vez que adquieren la forma 
escrita, el carácter de los relatos varía, pero ello puede ocurrir de 
múltiples modos, no todos ellos fácilmente detectables. No es nece­
sario compartir todas las tesis que Goody expone en su original tra­
bajo sobre el contraste entre culturas literarias y orales para apreciar 
la enorme importancia de los temas en cuestión^. En primer lugar, 
está claro que el contraste entre lo literario y lo oral no es un asunto 
de todo o nada. En algunas sociedades que no poseen una escritura 
estándar aparecen, sin embargo, diversas formas de representación 
gráfica. Por otro lado, los grados de competencia y fluidez en la lectu­
ra y escritura pueden mostrar variaciones muy importantes.
En segundo lugar, cada presentación oral de un mito se convierte 
en un recontar, una recreación y ello es significativo porque nos hace 
preguntarnos qué entendemos por un mismo mito. El Mito de Bagre 
que Goody transcribió de los LoDagaa es siempre el mismo, según 
los propios LoDagaa, nunca cambia. Pero, de hecho, lo hace. Algunas 
de las últimas transcripciones del mismo hacen referencia, incluso, al 
propio Goody, allí, en un segundo plano, con su grabadora®.
En tercer lugar, no debemos asumir que una vez que existe una 
versión escrita de un mito, ello implica la desaparición de toda ver­
sión que se desvíe de ésta. El Heike Monogatari japonés demuestra 
que ello no siempre ocurre, ya que, muy al contrario, después de que 
se recogiera por escrito, dos tradiciones independientes del mismo, 
una escrita y otra oral, convivieron durante más de 150 años .^
Lo que me lleva a un cuarto punto, también fundamental, el tema 
de las posibles críticas a que un relato puede someterse una vez que se
 ^ La propia posición de Goody ha ido evolucionando: se puede comparar Goody 
y Watt, 1962-1963 con Goody, 1977, 1986, 1987 y 1997. Otros estudiosos que han 
contribuido al debate han sido Havelock, 1963, Vansina, 1965 y 1985, Scribner y Colé, 
1981, Gentil! y Paioni, 1985, Detienne, 1988, Kuümann y Tílthoff, 1993, Street, 1997 y 
Bottéro, Herrenschmidt y Vernant, 1996.
* Ver Goody, 1972 y Goody y Gandah, 1981,
’ Ver Butler, 1966.
5
L as aspiraciones de la curiosidad
escribe. Efectivamente, si una versión escrita se considera canónica, 
puede utilizarse para examinar una exposición oral del mismo rela­
to, que se apoye exclusivamente en la memoria. Pero, como el pro­
pio Goody reconoce, existen, también, otros modos de crítica que 
más bien se basan en la sustancia de la exposición oral y que están 
bien documentados en culturas orales^“. Es más, tenemos que tener 
en cuenta que la versión escrita, al tiempo que posibilita un cierto tipo 
de crítica, puede, sin embargo, cerrar otras vías. Jonathan Parry argu­
menta, en este sentido, contra Goody, resaltando el carácter sagra­
do que algunos textos adquieren en ciertas sociedades“ . La SagradaEscritura puede que invite a la reflexión personal, la meditación o el 
comentario erudito, pero ello no quiere decir que se abra a la valora­
ción crítica y escéptica.
Y con todas estas aclaraciones, podemos ya empezar a enfrentar­
nos al tema de nuestro análisis. Tanto Grecia como China produje­
ron, más o menos a partir del siglo v a. C. y con cierta abundancia, 
lo que provisionalmente podríamos calificar de crónicas o relaciones, 
que exponían y comentaban los hechos del pasado. Para nosotros los 
puntos fundamentales son: ¿qué uso se daba a tales escritos? ¿Por qué 
razones se inició la compilación de los relatos? ¿Quiénes realizaron 
la compilación? ¿Con qué criterios se enjuiciaba la labor de los com­
piladores? El objetivo es descubrir el modo en que el pasado llegó a 
concebirse como un campo de investigación fundamental y en qué 
medida éste se relacionaba con otras áreas de interés cognitivo.
Podemos comenzar por China. Aunque existen cuestiones muy 
controvertidas en cuanto a los primeros inicios, es posible seguir con 
cierta seguridad la secuencia del desarrollo, desde los textos del perío­
do de los Estados Guerreros (i.e. antes de la unificación en 221) que 
han llegado hasta nuestros días, hasta la culminación de tal tradición 
en lo que la mayoría de los estudiosos identifican como la primera his­
toria general y continua de China, el llamado Shiji. Esta crónica fue 
iniciada por Sima Tan en el siglo li a. C. y ampliada y completada por 
su hijo Sima Qian, de quien hablaremos más adelante, alrededor del 
año 90 a. C. Sin embargo, aunque los superara en muchos aspectos, el 
Shiji SQ basaba en modelos anteriores, especialmente en la tradición de
“ Ver, por ejemplo, Phillips, 1981, sobre el Sijobang.
“ Parry, 1985. La idea de que la adquisición del estadio literario puede no resultar 
liberadora sino más bien impedir la libertad ya fue expuesta por Lévi-Strauss (1973, 
p, 299: «la función primitiva de la comunicación escrita fue facilitar la esclavitud»).
6
H istorias, anales, mitos
la escritura de anales, cuyo ejemplo más singular, entre los textos pre­
cedentes conservados, es el Chunqiu, los Anales de primavera y otoño, 
y los comentarios al mismo, como el Zuoxhuan. El texto de los Anales 
de primavera y otoño recorre el reinado de los doce duques del estado 
de Lu, del 722 al 491 a. C., y se atribuyó tradicionalmente a Confu­
cio (cuya cronología habitual es Ó51-479). Tal atribución, de hecho, 
se remonta hasta Mencio, en el siglo iv^ .^ Pero debemos ser cuidado­
sos al constatar este extremo ya que no sabemos realmente qué texto 
leyó Mencio. En cuanto al Zuozhuan, no está ni siquiera claro que su 
formato original fuese el de un comentario, como tampoco lo está la 
fecha de su redacción: la compilación, tal y como la conocemos hoy en 
día, no parece ser anterior a finales del siglo iv a.
Ambos textos dan a entender que contienen una relación de hechos. 
En los Anales de primavera y otoño los acontecimientos se ordenan por 
estaciones (de ahí el nombre) y, en realidad, se trata de meros apuntes 
sin que exista una narración continua. Se anotan cuidadosamente los 
nacimientos, matrimonios, muertes, sucesión de gobernantes, victorias, 
derrotas, sequías, hambrunas, inundaciones, eclipses, pero aunque con 
ello se relaciona la suerte de los reyes y de los Estados, no se aporta nin­
gún comentario que interprete explícitamente todos estos datos. Los 
Anales son una conmemoración de hazañas del pasado, su salvación del 
olvido; pero también contienen lecciones para el presente aunque, en 
gran medida, debamos inferir nosotros mismos la conexión entre los 
hechos y deducir las razones de la prosperidad o el declive.
En el Zuozhuan, por el contrario, los hechos se entrelazan en una 
narración de gran viveza, que contiene caracterizaciones muy gráficas 
de los personajes principales de la acción —leales o infieles, rectos o 
corruptos, precavidos o alocados— salpicada, a su vez, de expresivas 
sentencias, algunas atribuidas, en el propio texto, a Confucio y otras 
a un innombrado «caballero» (junzi). De vez en cuando, la historia se 
interrumpe para dar lugar a la alabanza o censura de los personajes 
principales.
Mendo iii B 9.
La fecha del Zuozhuan es un punto muy controvertido. Ver, por ejemplo, Egan, 
1977, A. Cheng, 1993, Brooks, 1994 y Sivin, 1995b iv 3. El valor del texto como 
fuente histórica para el período cubierto (desde finales del siglo V lll a mediados del 
iv) también está en entredicho. Brooks y Brooks, 1998, p. 8, mantienen una posición 
muy escéptica. Pines, 1997, es más optimista en cuanto a la fiabilidad en el relato de 
acontecimientos del período relacionado. Ver también Lloyd y Sivin, 2002, p. 305.
7
L as aspiraciones de la curiosidad
Pero claro es que cuando el Zuozhuan pretende dar a entender 
que reproduce las conversaciones de estos mismos personajes tal y 
como, supuestamente, tuvieron lugar, unos 240 años antes, el criterio 
de estricta historicidad parece subordinarse de forma evidente a las 
necesidades dramáticas de la narración. De todos modos, parece que 
la labor de los escribas o historiadores (dashi), tal como se comenta 
en el texto*'*, comprendía el deber de relatar los acontecimientos tal 
y como hubieran tenido lugar, por muy ingrata que resultase su posi­
ción respecto de los que estuvieran en el poder. Así, en la crónica del 
asesinato del duque Zhuang de Q i a manos de su primer ministro, Cui 
Shu, se nos dice que, en primer lugar, un historiador y, más tarde, dos 
de sus hermanos, escribieron «Cui Shu mató a su señor», lo que les 
acarreó su propia ejecución, uno detrás de otro*^. Y, entonces, llegó 
otro hermano y escribió la misma frase en la crónica (de hecho, la fra­
se relativa al asesinato aparece en el texto conservado de los Anales de 
primavera y otoñó) e incluso se nos dice que había otra persona prepa­
rada para asegurarse de que el acontecimiento quedara registrado. El 
ejemplo pretende claramente impresionarnos sobre la abnegación de 
los historiadores y su compromiso con la verdad, incluso cuando ésta 
ofendía a los ministros. Pero, al mismo tiempo, no podemos dudar de 
que la falsificación de las crónicas para agradar a los poderosos tam­
bién se diera en más de una ocasión** .^
Es más, no podemos descartar tampoco la posibilidad de que la 
historia en torno al asesinato fuese una invención de los propios auto­
res del Zuozhuan para aprovechar la entrada, realmente existente en 
los Anales de primavera y otoño, como marco para un relato edificante. 
En todo caso, el hecho de que la veracidad de la crónica fuera un asun­
to de importancia nos revela que se había dado ya un gran paso des­
de la simple relación del pasado (fuera ésta oral o escrita) como mero 
ejercicio de conmemoración o legitimación (sin olvidar el puro entre­
tenimiento), hacia una concepción que, sin abandonar dichos objeti-
Sobre el papel original de los sM, como expertos en protocolo en el período 
anterior a los Estados Guerreros, ver Cook, 1995.
Año 25 del duque Xiang, 1099: cf. Vandermeersch, 1994, p. 105, Lewis, 1999, 
p. 130.
Huang Yi-long, 2001, ofrece un análisis detallado tanto de casos en los que 
algún acontecimiento astronómico no se recoge (pues no se consideraba políticamente 
o, al menos, simbólicamente, aceptable) como de otros en los que, contrariamente, se 
inventan determinados fenómenos para dar cabida a los augurios que éstos expresan.
H istorias, anales, mitos
vos, reconociera, en cierta medida, como obligatorio su compromiso 
con la precisión e incluso hiciera descansar su autoridad, su habilidad 
para ofrecer tal legitimación, sobre su propia pretensión de verdad.
El proyecto de Sima Quian representa, sin lugar a dudas, un inten­
to mucho más sustancial y autocrítico de llevar la precisión a la historia 
universal. Sin embargo, tampoco debemos dejarnos llevarpor la exa­
geración. Es cierto que, por un lado, su actitud crítica hacia las fuen­
tes utilizadas y las creencias de sus predecesores se hace explícita en 
muchos pasajes. Corrige otros relatos en cuestiones de hecho, como la 
cronología o la geografía (por ejemplo sobre las montañas Kunlun y las 
fuentes del Kío Amarillo, Shiji 123: 3179.5 ss.); admite explícitamen­
te su desconocimiento de períodos muy tempranos —de los tiempos 
de Shennong (el supuesto fundador de la agricultura) y otros anterio­
res*^ — y explica que ha tenido que dejar ciertas lagunas en sus tablas 
cronológicas. En el lado positivo, declara haber tenido acceso a los 
archivos del palacio imperial y se refiere con frecuencia a sus múltiples 
viajes; también cita inscripciones, edictos y memoriales, aparentemen­
te a la letra**, aunque deja constancia de que muchos documentos han 
sido destruidos, especialmente con los Qin y no sólo en el famoso epi­
sodio de la quema de libros ordenada por L i Si en el 213 a. C.*^
Pero, por otro lado, el relato comienza con una referencia conven­
cional al Emperador Amarillo (que supuestamente vivió mucho antes 
del período dinástico) y, al igual que el Zuozhuan, el Shiji contiene 
supuestas conversaciones imaginarias de tiempos remotos. Sima Qian 
recoge conocidas leyendas como la de Jian Di, la madre de Xie, el fun­
dador de los Yin, que quedó embarazada al engullir el huevo pues­
to por un ave negra. También hace remontar la dinastía Zhou hasta 
Jiang Yuan, que quedó embarazada al caminar sobre las pisadas de un 
gigante^ **.
” Shiji 129: 3253.5. También deja caer ciertas dudas sobre historias de fantasmas y 
espíritus aunque su postura en este caso no queda clara.
“ Por ejemplo, Shiji 130: 3296.1 s. y Shiji 121: 3115.5, menciona que Confucio ya 
utüizó crónicas anteriores para crear sus Anales de primavera y otoño.
Hay particularmente dos relaciones, no completamente coincidentes, de este 
hecho en Shiji 6: 255.6 ss. y 87: 2546.11 ss., ver también 15: 686. Se convirtió en un 
tema favorito para todos aquellos que querían enturbiar la reputación de los Qin, lo 
que nos debe hacer sospechar de la exageración con que se relata el alcance efectivo 
de las órdenes de Li Si.
5fe/73: 91.1 ss., 4: 111.1 ss.
9
L as aspiraciones de la curiosidad
Sin embargo, en este último caso, la continuación de la historia 
se hace más recatada. El niño que dio a luz Jiang Yuan fue Hou Ji, el 
Señor del Mijo, que, en otros textos chinos se considera un persona­
je divino que trae el grano y a quien se atribuyen una serie de capaci­
dades sobrehumanas^h En la versión de Sima Qian, por el contrario, 
recibe el encargo del emperador Shun de organizar la agricultura para 
salvar al pueblo de la inanición, y sus éxitos se atribuyen a su traba­
jo e inteligencia más que a sus posibles poderes milagrosos. Ello le 
da un giro realista a la historia, aunque Sima Qian no llegue al extre­
mo de algunos escritores griegos que, en circunstancias semejantes, 
rechazan explícitamente por absurdas ciertas leyendas tradicionales^^. 
De hecho, podemos decir que en su rectificación no llega a utilizar un 
concepto correspondiente a mythos en el sentido peyorativo de ficción 
(que no es su único sentido, como ya veremos). No parece manejar 
semejante categoría y ni siquiera se aproxima al concepto que mucho 
más tarde se introdujo en el chino mediante el término shenhua (lite­
ralmente, «habla del espíritu») y que cubre algunos de los sentidos del 
griego «mito».
Pero el Shiji no es sólo un libro de historia, ni su autor es úni­
camente historiador. Ambas precisiones son importantes. El texto se 
divide en cinco secciones principales. Primero nos encontramos con 
los «Anales Básicos», la relación de las principales dinastías desde 
su fundación hasta su caída. Después, tenemos las tablas cronológi­
cas. En la sección tercera, encontramos una serie de tratados sobre 
el calendario, la astronomía, las vías fluviales, la agricultura, música 
y rituales. La sección cuarta contiene la crónica de las «familias here­
deras» e incluye biografías de figuras prominentes, como Confucio. 
Einalmente, aparece un grupo de setenta capítulos («tradiciones», 
zhuan) con biografías de gobernantes, sabios eruditos y otros perso­
najes, a menudo emparejados o agrupados en torno a un determinado 
«tipo» humano, con capítulos dedicados a «criados asesinos», «espe­
culadores» o «bufones». De esta última sección se extraerían ciertas 
lecciones generales sobre la variable fortuna de los personajes históri-
Ver, por ejemplo, Shijing Mao 245, Sheng min.
Ver, por ejemplo, más adelante. Mecateo. Aunque no hay que negar que los his­
toriadores chinos ejercieron continuamente la crítica entre sí. Ya Ban Gu ofreció una 
valoración de la obra de Sima Qian resaltando tanto aspectos positivos como negati­
vos de la misma; Hanshu 62; 2737.1 ss., 8: Tn>%2 ss,, y otros comentarios posteriores 
ahondan en la crítica negativa.
10
H istorias, anales, mitos
eos que, en todo caso, se basan en la propia narración. Pero es, sobre 
todo, en la sección tercera, en los tratados, donde encontramos una 
serie de materias que van mucho más allá de lo que podríamos (actual­
mente) esperar en un escrito de carácter histórico.
Aun así, la aparición de estas materias resulta por completo apro­
piada, dada la condición del puesto oficial ocupado por el propio 
Sima Qian y atendiendo sobre todo al objetivo general de la obra. En 
este sentido, cabe compararla con otros escritos que, sin ser de tipo 
historiográfico, sí que comparten con el Shiji la intención de ofrecer 
información relativa a asuntos concernientes al gobierno del Estado. 
Estudiemos primero el puesto que ocuparon tanto Sima Tan como el 
propio Sima Qian. Este último se refiere a su padre como taishi gong, 
y cita su pretensión de que el puesto de taishi haya sido ocupado por 
miembros de su familia durante generaciones^^. A la muerte de su 
padre, Sima Qian pasó a ser taishi ling o taishi gong, aunque el pues­
to no le duró mucho. Cayó en desgracia con el emperador Wu Di, ya 
que se atrevió a defender la actuación de L i Ling, el oficial al man­
do de la desastrosa expedición contra los Xiong Nu, habitualmente 
identificados como los hunos. Sima Qian fue arrestado y habría sido 
ejecutado de no haber elegido él mismo sufrir la humillación de la cas­
tración, con la intención de completar la labor de su padre. Pero la 
historia no acaba aquí. Sorprendentemente, de acuerdo con la crónica 
de los Han, el Hanshu, escrito alrededor del año 80 de nuestra era por 
Ban Gu, Sima Qian volvió a ocupar un puesto oficial tras su desgra­
cia, aunque esta vez no como taishi sino como zhong shu ling (algo así 
como «Director de la Secretaría», en la traducción de Hucker), pues­
to en el que, según Ban Gu, llegó a alcanzar grandes honores "^*.
Pero, ¿cuál era el cometido del taishi? (No interesa de momento 
distinguir entre esta denominación y las otras dos taishi gong y taishi 
ling, que, al parecer, también se refieren a Sima Qian^’ ). Las traduccio-
Shiji 130:3295,2 ss. La defensa de la reputación de su familia era, evidentemen­
te, uno de los objetivos del trabajo de Sima Qian, Ver Nylan, 1998-1999, que argu­
menta a favor de la importancia de la piedad y el rigor religiosos en el pensamiento 
de Sima Qian.
Hanshu 62: 2725,1, Al contrario que Hucker, 1985, p, 193, Bielenstein, 1980, 
p, 212, traduce zhong shu ling como «Prefecto de los Escribas de Palacio»,
Las tres expresiones aparecen referidas tanto a Sima Tan como a Sima Qian, 
aunque hay que tener en cuenta que el gong del taishi gong es más bien una cláusula 
honorífica y no el nombre oficial de un cargo.
11
L as aspiraciones de la curiosidad
nes al uso varían entre «Gran Escriba», «Gran Cronista» o «Gran His­
toriador», «Gran Astrólogo» o, incluso, «Astrónomo Real»^ *^ . Cuando 
encontramos noticiassobre individuos que ostentaron este cargo, o el 
aparentemente equivalente de dashi, tanto en el Shiji como en el Zuo- 
zhuan, aparecen desempeñando labores muy variadas. Entre ellas se 
encontraba, por supuesto, la crónica de los acontecimientos (tal como 
hemos comprobado en la historia del asesinato de Cui Shu, recogida 
en el Zuozhuan). Pero también debían atender consultas sobre asun­
tos rituales, realizar ceremonias de adivinación, interpretar las ofreci­
das por otros y encargarse, en general, de augurios y prodigios.
Cierto es que los principales modos de adivinación que se reco­
gen en el Zuozhuan se basan más en el estudio de los caparazones de 
tortuga o del milenrama que en la interpretación de signos o porten­
tos astronómicos; sin embargo, no parece existir una discontinuidad 
entre el interés del taishi en asuntos relativos a la adivinación y a la 
astronomía, tal como se deduce del relato de Sima Tan de su propio 
adiestramiento^^ El programa incluía tanto el estudio de la astronomía 
como del texto clásico de adivinación, el Yijing o Libro de las transfor­
maciones. Así que, como cronista oficial, el toA/i/tendría que atender, 
lógicamente, al calendario (aunque no tuviera por qué embarcarse, 
necesariamente, en una reforma del mismo) y como adivino tendría 
que atender a cualquier consulta sobre los signos celestes. Cuando, 
en una de las últimas crónicas dinásticas, el Hou Hanshu {25: 3572.1 
ss.), se definen los deberes del taishi ling, se enumeran los siguientes: 
1) estar a cargo del calendario y de las efemérides, 2) escoger fechas y 
tiempos propicios para asuntos estatales, sacrificios, funerales, bodas 
y demás, y 3) registrar puntualmente la ocasión de los presagios, tanto 
propicios como funestos.
De modo que el taishi debía ser un experto tanto en astronomía 
como en cuestiones de ritual, por lo que la inclusión de tratados sobre 
estos temas en el Shiji no resultaría ya tan sorprendente. Pero, ¿qué 
diremos ahora sobre los tratados de agricultura, de música o de acústi­
ca, que evidentemente sobrepasan cualquier interés ceremonial? Aquí 
tendríamos que remontarnos a otros modelos precursores, a trabajos
Ver, por ejemplo, Needham, 1959 xlv, Watson, 1961 (Gran Cronista), Hulsewé, 
1993, Queen, 1996, Hardy, 1999 (Gran Astrólogo), Dawson, 1994 (Gran Historiador), 
Nienhauser 1994a (Gran Escriba).
Shiji 130: 3288.1 ss.
12
H istorias, anales, mitos
como el Lüshi chunqiu o el Huainanzi, amplios manuales que recogen 
todos los aspectos del consejo a gobernantes.
El primero de ellos, el Lüshi chunqiu, se compiló bajo la supervi­
sión de Lü Buwei (antes del 237 a. C.), que fue ministro del hombre 
que habría de convertirse en el primer emperador Qin, Qin Shi Huang 
Di, aunque Lü cayó en desgracia antes de que se produjera la completa 
unificación de China. El texto del que le suponemos responsable inclu­
ye consejos, no ya sobre el propio comportamiento del gobernante y 
sus ministros, sino también sobre cuestiones de música, medicina, agri­
cultura y sobre los principios básicos que actúan en la naturaleza y en el 
universo, es decir, sobre cosmología. Ya en el siglo ll a. C., el Huainanzi 
(compilado bajo el patronazgo de Liu An, Rey de Huainan) recogía, de 
manera similar, un ambicioso programa que incluía, básicamente, todo 
el conocimiento que, de un modo u otro, se consideraba útiP*.
El propio Shiji no pretende aspirar a la universalidad de estos tra­
bajos y, aun así, no podemos considerar la inclusión de los tratados 
como una mera exhibición erudita. Más bien se entendía que la ins­
trucción en materias como la música, la astronomía o el ritual, for­
maba parte del saber técnico que tanto el emperador como sus más 
cercanos altos cargos necesitaban poseer y debían poner en práctica. 
El dominio de tales materias era, de hecho, como veremos, un ele-
Tenemos que mencionar también un tercer tratado de similar alcance, el Chun­
qiu fanlu. Este se atribuye a Dong Zhongshu, un famoso memorialista y estadista que 
vivió entre los años 179 y 104 a. C. También se trata de una compilación y existe un 
gran debate en torno a qué partes del texto puedan atribuirse al propio Dong Zhong­
shu. Ver Arbuckle, 1989, 1991, Queen, 1996. Por un lado, es evidente que Sima Qian 
conocía y admiraba a Dong Zhongshu, e incluyó en su libro una pequeña biografía 
en la que alababa su honestidad y erudición {Shiji 130: 3297.1 ss.). Pero resulta aún 
más interesante el que, en el capítulo final del Shiji 130: 3297.1 ss., cuando Sima Qian 
defiende su propia actividad como historiador frente a la crítica hostil por parte de 
Hu Sui, aquél cite en su favor la interpretación que Dong Zhongshu hace del papel 
de Confucio como consejero que proporciona una «educación adecuada para las tareas 
del gobernante» y la manera en que se recoge el propio comentario de Confucio sobre 
el mejor modo de llevar a cabo esta tarea «tomando como ilustración la profundidad y 
la claridad de los acontecimientos». (Este es un testimonio importante que nos revela 
cómo Sima Qian se consideraba un seguidor del modelo de Confucio en su propio li­
bro, aunque también aclara que él no pretende componer una obra original, como hizo 
Confucio, sino recopilar, para su transmisión, los sucesos del pasado: 3299.T3300.1). 
Por otro lado, en ningún punto del Shiji se cita por su nombre el Chunqiu fanlu, aun­
que los comentaristas interpretan como una alusión al mismo el pasaje 14: 510.5, que 
glosa cómo Dong Zhongshu «amplió» los Anales de primavera y otoño.
13
L as aspiraciones de la curiosidad
mentó crucial para la defensa de su legitimidad. Y esto tiene su expli­
cación. Se consideraba responsabilidad del emperador asegurar el 
bienestar de «todo bajo el firmamento» y, en este contexto, era visto 
como un mediador del que dependían las buenas relaciones entre el 
cielo y la Tierra. Para llevar a cabo su cometido, necesitaba el ritual 
adecuado y conocimientos precisos de todo lo que estaba sucediendo 
en el firmamento (el tipo de saber que le proporcionaban los tratados 
astronómicos, entre otros). Y, por supuesto, esta necesidad se exten­
día a sus ministros. Ya hablaremos de estos extremos más adelante.
Así que llegamos a la cuestión fundamental de la utilidad del Shiji 
como un todo. Partiendo de este ejemplo específico, ¿para qué servía 
la «historiografía» china?, si es que podemos llamarla así. La respuesta 
depende de la consideración equilibrada entre tres puntos. En primer 
lugar, aunque el Shiji no fue un encargo directo del emperador (como 
sí lo fue, con posterioridad, la historia de los últimos Han, encargada 
por el emperador Ming a Ban Gu^®), sus autores ocupaban un cargo 
oficial, como taishi, y dependían del permiso imperial para tener acce­
so, por ejemplo, a los archivos de palacio.
En segundo lugar, el Shiji no puede considerarse, simplemente, 
como propaganda estatal. Existe un claro contraste entre este escrito 
y las inscripciones que, a partir de Qin Shi Huang Di, los emperadores 
chinos (como hicieron los reyes persas) comenzaron a erigir, en lugares 
prominentes, según ampliaban sus dominios, con el objeto de glorificar 
sus gestas^ ®. Es más. Sima Qian continuó con su trabajo incluso tras su 
caída en desgracia. Y la idea de que lo hiciera con el objeto de incorpo­
rar una visión crítica del propio Wu D i resulta bastante controvertida^h 
Por un lado, los reproches disimulados hacia los gobernantes son una 
técnica tradicional de la escritura china que se encontraba ciertamente 
desarrollada^^. Pero, por otro, ello no dejaba de comportar graves ries­
gos, sobre todo para alguien caído en desgracia ante Wu Di.
El tercer punto que debemos considerar resulta ser crucial. La 
utilidad del trabajo (para cualquiera, de Wu D i para abajo) y su pre-
VerHulsewé, 1961, p. 38.
® Hay varios ejemplos en «Anales Básicos» 6, del reinado del emperador Qin ShiHuang Di, Shiji 6: 243,245-247, 249-250,261-262. Herrenschmidt, 1996, comenta las 
inscripciones persas que celebraban las hazañas de los reyes y cómo algunas de ellas se 
encuentran en lugares inaccesibles, lejos del alcance de observadores humanos.
’ ’ Ver Durrant, 1995, Lewis, 1999, pp, 308 ss., en contraste con Peterson, 1994.
” Ver, por ejemplo, Schaberg, 1997.
14
H istorias, anales, mitos
tensión de adquirir fama no se basaban, tan sólo, en su recopilación 
para la memoria de los hechos de grandes figuras. Era más impor­
tante que transmitiera información válida y buenos consejos sobre el 
gobierno de los hombres. La narración está salpicada de comentarios 
del propio taishi gong (tanto Sima Tan como Sima Qian) que preten­
den recoger las lecciones que deben extraerse de los acontecimientos, 
la moraleja de las historias, la desgracia que acaba alcanzando a los 
corruptos y, a veces también, a los incautos inocentes. Es este caso, 
no se proclama a los cuatro vientos que el libro sea una «adquisición 
para siempre»; pero en los «Anales Básicos» 6 (278.9 ss.) se mencio­
na la cita de un refrán popular por parte de Jia Y i en el sentido de que 
«el recuerdo del pasado es una guía para el futuro», es decir, se deben 
estudiar los modos de gobierno de los tiempos antiguos, contrastarlos 
con los actuales y encontrar así la solución más adecuada. De nuevo, 
en el libro 18 (878.4 ss.), tras establecer que el presente no es necesa­
rio como sí lo es el pasado, el texto añade: «si uno examina los modos 
en que los hombres han alcanzado puestos y honores y el modo en que 
los han perdido y caído en desgracia, tendrá la clave del éxito y del 
fracaso en su propio tiempo». Y aunque el texto prosigue apuntando 
que no es necesario acudir a las tradiciones antiguas, está claro que en 
éstas la postura es similar.
En una carta que, según Ban Gu {Hamhu 62: 2735), Sima Qian le 
escribió a Ren An, aquél le comenta sus razones para escribir el Shiji. 
Primero se compara con otros, incluidos Confucio y Lü Buwei, que 
decidieron «escribir sobre el pasado pensando en el futuro» como 
manera de superar la frustración que les producía la imposibilidad de 
influir directamente en los asuntos de gobierno. Así también él, dice 
(2735.6 ss.), reunió las viejas tradiciones e «investigó los principios del 
éxito y el fracaso, del ascenso y la caída». Si las generaciones futuras, 
continúa, llegaran a valorar su trabajo, éste habría merecido la pena.
Se ha relacionado la antigua historiografía china con sus sistemas 
de adivinación (de los que hablaré en el capítulo siguiente) y la ver­
dad es que las proximidades y diferencias entre ambos merecen cierta 
atención, entre otras cosas, porque un texto como el Yijing, el Libro 
de las transformaciones, no sólo ilustra las técnicas para pronosticar, 
sino que ofrece un marco completo para la comprensión de la expe­
riencia humana. El propio Shiji no pretende profetizar el resultado de 
los acontecimientos, no establece reglas de prognosis, aunque en los 
tratados astronómicos se asocien ciertos fenómenos celestes a diversos
15
L as aspiraciones de la curiosidad
tipos de acontecimientos, como epidemias, guerras, victorias o derro­
tas. Así, comenta que la conjunción del Planeta del Fuego (Marte) con 
el Planeta de la Tierra (Saturno) supone un presagio funesto para los 
altos cargos, ya que significa hambruna y derrota militar. En cambio, 
si Fu Er (una estrella de Tauro) parpadea, significa que hay quien está 
extendiendo rumores maliciosos y creando confusión en las cercanías 
del emperador” .
Pero si miramos el texto con una cierta perspectiva, la verdad es 
que el Shiji ofrece lecciones de las que el gobernante o el estadista 
sabios deberían aprender, deduciendo las consecuencias inevitables 
de determinado tipo de comportamientos o políticas, lo que les per­
mitiría estar en mejor posición para dominar el presente, anticipando 
el futuro.
Desde el punto de vista del poder oficial, existía, evidentemente, 
un dilema, como la historia de las dinastías posteriores habría de mos­
trar hasta la saciedad. Por un lado, una historia meramente hagiográfica 
complacería a los gobernantes y a menudo se promovió como elemen­
to de propaganda: la desventaja es que no contendría consejo alguno. 
Tan sólo le diría al gobernante lo que éste quería oír. Y aunque hubo 
muchos mandatarios que realmente no quisieron otra cosa, algunos 
supieron ver lo vacuo del asunto y, de hecho, la idea de que los conseje­
ros deben enfrentarse a sus señores y corregirles cuando sea necesario, 
aunque ello les acarree inconvenientes, resulta ser un tema recurrente y 
bien desarrollado en las biografías tradicionales de los filósofos chinos, 
desde Mencio, si no desde el propio Confucio, en adelante.
Aun así, por otro lado, si al historiador se le perdonaba la vida y 
se le permitía seguir trabajando, lo cierto es que cuanto más cuidado­
sa fuese su investigación y cuanto más independientes fuesen sus opi­
niones, mayor peligro habría de sublevación, al quedar a la vista los 
fallos de política o los errores judiciales. Desde el punto de vista del 
propio historiador, el objetivo era registrar, valorar y explicar, es decir, 
diagnosticar las causas del éxito o del fracaso; pero las terribles con­
secuencias del rechazo oficial siempre estaban presentes '^*. Los actua-
” ShijiZl'. 1320.10 y 1306.1, respectivamente.
Así se deduce del destino del propio Ban Gu. Fue denunciado y encarcelado 
por «arreglar» la historia del Estado, aunque más tarde quedó en libertad para que el 
emperador Ming le encargase la historia de la fundación de los últimos Han. En el año 
92 de nuestra era fue, sin embargo, ejecutado por pertenecer a la facción perdedora en 
los inicios del reinado del joven emperador He Di.
16
H istorias, anales, mitos
les debates sobre la postura del propio Sima Qian respecto de Wu Di, 
nos muestran lo bien que, al menos, ocultó sus cartas, con lo que nos 
dejó a los actuales lectores un amplio margen de interpretación sobre 
sus verdaderas valoraciones.
La historie griega, como es bien sabido, cubre un campo muy 
amplio que excede con mucho la mera escritura histórica, algo que, 
como ya hemos visto, ocurría también con la historiografía china, aun­
que de un modo distinto. También en este caso, los orígenes de la his­
toriografía son complejos y ciertamente las indagaciones conservadas 
no se adaptan, ni en este caso ni en ningún otro, a un supuesto casi­
llero intelectual universal. En primer lugar, el término historie puede 
aplicarse tanto a un tipo de conocimiento como a un tipo de investi­
gación y, en este último sentido, puede referirse a «cualquier» clase de 
estudio (o al conocimiento o información obtenidos mediante el mis­
mo) sin que sea necesario añadir la cláusula encabezada por peri, es 
decir «sobre», animales o plantas, por ejemplo, o la propia naturaleza 
como un todo. Pero ello no quiere decir que los que se embarcasen en 
una de estas ramas practicaran también la investigación en las demás. 
Veremos cómo este punto resulta ser importante precisamente entre 
los que se dedicaron a algo cercano a nuestro propio concepto de his­
toriografía.
Debemos, en todo caso, desde el principio, aclarar dos puntos 
de carácter institucional y uno de tipo ideológico. Parece que ningu­
na de las prácticas contenidas en el concepto de historie supuso, en 
Grecia, la obtención de un cargo oficial en el período clásico, nada 
equivalente a los taishi. Es cierto que, a veces, aunque por períodos 
limitados, se contrataba a algún médico para que practicase su profe­
sión a cargo del erario público. Pero el objetivo era que actuase como 
doctor en medicina, no que investigase o practicase ningún tipo de 
historie (aunque a título personal pudiera hacerlo)^^.
El segundo aspecto institucional está relacionado con el primero 
y serefiere al público griego, al que los que se dedicaban a la historie 
debían satisfacer. Ya que, aunque a veces trabajasen en las cortes de 
los tiranos, los investigadores griegos se ganaban su reputación más 
bien impresionando a su propio grupo social o a la ciudadanía en su
” La historie llegó a considerarse un importante principio metodológico entre la 
escuela empírica de la medicina helenística. En este caso, incluía fundamentalmente 
el estudio de los textos de medicina antiguos. Ver, por ejemplo, Frede, 1987, cap, 13, 
Standen, 2001 o Sigurdarson, 2002.
17
L as aspiraciones de la curiosidad
conjunto, que cortejando a los gobernantes (cuyo poder, en cualquier 
caso, habría empalidecido ante el de los emperadores chinos, respon­
sables del bienestar de «todo bajo el firmamento»).
Ciertamente, durante el período helenístico se produjeron algunos 
cambios que afectaron precisamente a ambos extremos, Alejandro lle­
vaba historiadores (lo que actualmente entendemos por historiadores) 
en su séquito y la ejecución de uno de ellos, Calístenes, nos demuestra 
que los cronistas griegos podían estar tan en situación de riesgo como 
sus colegas chinos —lo que también puede aplicarse a Roma— . Por 
otro lado, tal y como comentaré en el último capítulo, las instituciones 
creadas por los Tolomeos en Alejandría, e imitadas por doquier, fomen­
taron y apoyaron, aunque de un modo limitado, varios tipos de historie.
Y llegamos al tercer punto, de carácter ideológico, que tendría 
que ver con la actitud de los griegos frente a su pasado remoto. Los 
griegos del período clásico no concebían su propia civilización como 
el resultado de una instauración llevada a cabo, siglos atrás, por sabios 
reyes. Tenían, ciertamente, sus héroes (Heracles, Teseo) y considera­
ban emblemático el período de las guerras troyanas; pero no existía 
equivalente alguno a la noción de un mandato divino que se transmi­
te de dinastía en dinastía a través de largas eras. De hecho, cuando los 
griegos entraron en contacto con los egipcios, la reacción de algunos 
fue precisamente comparar aquella cultura, y su evidente continuidad 
desde tiempos remotos, con la propia «juventud» de Grecia '^ .^
Es cierto que tenían sus leyendas sobre la fundación de ciudades, 
el tema más frecuente en las crónicas de carácter local; pero la tempra­
na historiografía griega no se encontró ya, como modelo o término de 
comparación, con una larga tradición en el registro y archivo de anales. 
Las historias locales, trabajos como los de Ion de Quíos, Caronte de 
Lámpsaco o los logógrafos del Atica, empezando por Helánico, se ela­
boraron más o menos al mismo tiempo que los más amplios de Reca­
teo o Heródoto. Si Heródoto partió de algún modelo, tuvo que ser la 
épica, aunque el modo en que la litada y la Odisea tratan de asuntos 
como la guerra o los pueblos extranjeros es, ciertamente, muy distinto 
del suyo.
Por otro lado, en el período arcaico, cuando los griegos hablaban 
de una Edad de Oro, aparecía siempre la noción de una discontinui­
dad básica con el presente. De acuerdo con el mito de los metales, rela-
Platón, Timeo 22b.
18
H istorias, anales, mitos
tado por Hesíodo en Los trabajos y los días, las disüntas eras habrían 
estado pobladas por distintos gene («razas», «especies»). Los héroes, 
por ejemplo, provendrían de un acto de creación por parte de Zeus 
que habría precedido al que dio lugar a la actual raza de hierro^b En 
la Edad de Cronos, el tiempo era, incluso, cualitativamente diferente, 
ya que fluía hacia atrás, de modo que la vejez precedía a la juventud, lo 
que no es, obviamente, sino un mito.
Así que debemos preguntarnos hasta qué punto los primeros his­
toriógrafos griegos, o los que practicaron cualquier otro tipo de histo­
rie, pretendían separarse del mito. Este punto puede resultar bastante 
confuso, ya que tanto nuestro término «mito», como el griego mythos, 
poseen campos semánticos muy amplios y no coincidentes. Reciente­
mente, Caíame (1996, 1999) ha mantenido que ninguno de los prime­
ros historiadores griegos, Hecateo, Heródoto o Tucídides, tenían la 
menor intención de refutar sistemáticamente el mito ni nada equiva­
lente a lo que los modernos antropólogos llaman leyendas sagradas (ya 
se trate de la «Gesta de Asdiwal»’® o del mito de los metales de Hesío­
do). Sin embargo, cuando Tucídides rechaza otras aproximaciones 
a la «arqueología» (la historia de los griegos antiguos) distintas de la 
suya, no sólo critica a los poetas, sino también a los logographoi, los que 
escriben logoi, un término que no debe entenderse como el antónimo 
de mythos, en el sentido de ficción, sino como el sinónimo de mythos, 
en el sentido de leyenda. Tucídides utiliza frecuentemente el término 
logopoiein en el sentido de inventar chismes y el propio Heródoto u tili­
za logopoios para describir el tipo de literatura de un Hecateo^®.
En cualquier caso, y de manera recurrente, la imagen que los pro­
pios historiadores griegos transmiten de sí mismos se basa en su labor 
como guardianes de la verdad. Hecateo ridiculizaba y tachaba de 
absurdos los «muchos cuentos» [logoi, de nuevo) que circulaban entre 
los griegos; de sus propios relatos, por el contrario, afirma que son 
verdaderos [alethes, Fr. 1). Heródoto, que constantemente compara 
y evalúa las distintas versiones de unos mismos hechos que obtiene 
de diversas fuentes, también califica de absurdas y refutables ciertas 
nociones que considera especulativas sobre la geografía del mundo 
(iv 36,42), y aquí piensa, entre otros, en el propio Hecateo.
” Hesíodo, Los trabajos y los días, 109-201. Ver Vernant, 1983, cap. 1. 
Lévi-Strauss, 1967.
” Ver Heródoto ii 143, v 36, 125. Tucícides vi 38.
19
L as aspiraciones de la curiosidad
Y la historia se repite con la generación siguiente, con Tucídides. 
Es cierto que éste no nombra a Heródoto, pero, claramente, quiere 
distanciarse de aquellos cuyos relatos están «más atentos a cautivar a 
su auditorio que a la verdad» (i 21), cuyas historias no pueden investi­
garse ni verificarse (anexelegktos) y que «rozan lo mítico» (mythodes). 
Es en esta asociación con lo no verificable que lo mítico adquiere un 
sentido peyorativo.
Este motivo recurrente se corresponde, en historiografía, con la 
costumbre análoga de los primeros filósofos y médicos griegos, que 
rechazaban la postura de sus antecesores o rivales como mera opinión, 
especulación o incluso superstición (deisidaimonie), respondiendo a 
similares presiones competitivas. Sin embargo, este modo de exponer 
el asunto, de acuerdo con nuestras propias categorías en historiografía 
y filosofía, no hace realmente justicia a la auténtica situación de inde­
finición entre los distintos campos en que tenía lugar este permanente 
estado de controversia.
Eleródoto, por ejemplo, comparte la curiosidad etiológica (al menos 
en algunos temas, como el origen de las crecidas del Nilo) con los que 
nosotros llamamos filósofos presocráticos"'“. Por otro lado, un texto 
como el tratado hipocrático Sobre los aires, aguas y lugares, en el que se 
habla de los escitas, también está cercano a los intereses más etnográfi­
cos de Heródoto. Las causas de la impotencia de los «enareos» se dis­
cuten en ambos escritos, y mientras que el escritor hipocrático refuta la 
idea de que la enfermedad tenga origen divino alguno, Heródoto cuen­
ta la leyenda sobre la intervención de Afrodita sin impugnarla“". Existe, 
de hecho, otro tratado hipocrático que se ocupa de atacar gran parte de 
la propia tradición etiológica griega. Sobre la medicina antigua critica a 
todos aquellos que se han dedicado a especular sobre «las cosas celes­
tes y las subterráneas» y para ello utiliza el mismo argumento que Tucí­
dides: el que tales relatos no pueden verificarse. De acuerdo con este 
tratado, la correcta comprensión de la constitución física de los huma­
noses un tipo de historie que debe basarse en la medicina, es decir, en 
la experiencia y no en la especulación“'^ . Así que, tal como hemos com-
40 Ygj. especialmente R. Thomas, 2000. De modo similar aparecen múltiples ele­
mentos de geografía y etnografía en historiadores posteriores, como Diodoro, mientras 
que en el trabajo de Estrabón, fundamentalmente geográfico, aparece abundante 
material histórico (de acuerdo, de nuevo, con nuestras categorías).
Heródoto i 103, Sobre el medioamhiente cap. 22, CMC 112, 72.10 ss.
Sobre la medicina antigua cap. 20, CMC 1 1 2, 51.6 ss,, 51.17. Ver también cap, 1, 
36.9 ss., cap. 2,37.1 ss.
20
H istorias, anales, mitos
probado al examinar el desacuerdo entre Heródoto y el autor de Sobre 
los aires, aguas y lugares y la crítica a otros modos de entender el cuerpo 
humano que aparecen en Sobre la medicina antigua, es evidente que 
existía cierta controversia en torno a aquello que contaba como autén­
tica historie, incluso entre los que pensaban que debía practicarse.
No podemos, por tanto, afirmar que los primeros escritores grie­
gos practicaran y alabaran la historie bajo cualquier definición. Herá- 
clito, que rechazaba la mayor parte de las creencias populares, habla, 
sin embargo, con desprecio de los que, como Pitágoras, creen saber de 
todo a través de la historie-. «Pitágoras, hijo de Mnesarco, se ejercitó en 
informarse (historie) más que los demás hombres», pero «mucha eru­
dición no enseña comprensión; si no, se la habría enseñado a Hesíodo 
y a Pitágoras y, a su turno, tanto a Jenófanes como a Hecateo»'*^. El 
mero proclamar la práctica de la «indagación» no convencía a Herá- 
clito. Por otro lado, es sabido que Aristóteles, que practicó la historie 
en sus escritos sobre los animales, el alma y la naturaleza en general, 
también utiliza el término en su Poética (1451b 2-4) en relación con el 
relato narrativo, cuando compara desfavorablemente al «historiador» 
con el poeta, ya que el primero se encarga de asuntos particulares y 
de la realidad de los sucesos, mientras que el poeta se centra en los 
aspectos universales y en lo que tiene posibilidad de suceder y es, por 
lo tanto, más teórico. En este pasaje afirma que, aunque se versificaran 
los escritos de Heródoto, éstos seguirían siendo (un determinado tipo 
de) «historia». Por otro lado, en el resto de sus escritos, por ejemplo 
Reproducción de los animales 756b6 ss., cuando discute la explicación 
que da Heródoto, en el libro sobre Egipto, sobre la fertilización en los 
peces, Aristóteles lo critica como mero «mitólogo»'*'*.
Así que, como demuestra el mencionado texto de la Poética, era 
perfectamente posible para un griego distinguir entre la historiogra­
fía y cualquier otro tipo de historie, zoología, psicología, geografía o 
cualquier otra, precisamente por el objeto de estudio. Lo que tenían
Heráclito, Frg. 40, cf. Frg. 35 y 129.
Aristóteles se niega a creer que el pez hembra pueda fertilizarse al tragar el se­
men del macho y cita su propio conocimiento de la disposición interna de los órganos 
de reproducción. No necesitaba para ello haber practicado él mismo una disección ya 
que podría haber observado los hechos más relevantes en cualquier pescadería. Sin 
embargo, en Partes de los animales 1 cap. 5, 645a26 ss., defiende explícitamente la 
práctica de la disección como uno de los métodos de investigación más efectivos en el 
estudio de los animales.
21
L as aspiraciones de la curiosidad
en común todas ellas era su búsqueda, su indagación, de la verdad. 
Esa era, al menos, la pretensión. Pero las controversias en cuanto a 
los límites, metodología o resultados indican que existía una cierta 
presión competitiva. Y es que ninguno de los antiguos historiadores 
griegos podía pretender un puesto remunerado; para abrirse camino 
debían, más bien, emplearse a fondo en su propia propaganda. Sabe­
mos que Heródoto leyó parte de sus libros en Atenas, y quizá en otros 
lugares"*’ . Pero, en cambio, Tucídices proclama que sus escritos no son 
para complacer al público. Su propia táctica para alzarse por encima 
de la competencia era manifestar que su trabajo no se había concebi­
do como una mera pieza para la competición {agonisma, 122).
Claro que los primeros historiadores griegos pretendían algo más 
que hacerse propaganda. Heródoto afirma que sus objetivos son con­
memorar las grandes hazañas de los griegos y de los bárbaros y mos­
trar cómo surgió el conflicto entre ellos. Tucídides, por su parte, no 
pretende saber demasiado de tiempos remotos, pero declara que el 
objeto de su escrito es la guerra más importante que se ha producido 
nunca. En cuanto a la utilidad de su trabajo, el famoso pasaje progra­
mático 121-2 afirma que es una «adquisición para siempre». Presenta 
al lector no sólo aquello que sucedió, sino lo que, con toda probabili­
dad, podemos esperar que vuelva a ocurrir, lo que supone una refuta­
ción de Aristóteles avant la lettre.
Del mismo modo en que se describe la peste de Atenas como si 
pudiese volver a darse (ii 48), se tratan los asuntos políticos y morales 
como sujetos a idéntica recurrencia «mientras la naturaleza humana 
sea la misma» (iii 82). Las enfermedades políticas, podríamos resu­
mir, siguen el mismo proceso inexorable que las enfermedades físi­
cas, lo que convierte al historiador en alguien que diagnostica, si no 
es que cura, los males políticos. Claro que las lecciones de Tucídides 
tienen un alcance general y no particular, y tampoco puede decirse de 
ellas que presenten una teoría estrictamente causal del cambio políti­
co. Pero se supone que el lector debe aprender, al menos en términos 
generales, cuál es el origen de la calamidad, las tensiones de la guerra y 
la degradación moral que produce el enfrentamiento social.
Las posibles funciones de la historiografía van desde la celebración, 
la conmemoración o la legitimación, hasta la explicación, la formación, la 
enseñanza moral, la crítica o la censura. Pero las tres primeras son apre-
Ver Marcelino, Vida de Tucídides en Jones y Powell, 1900 1 54.
22
H istorias, anales, mitos
dablemente más sencillas que las cinco últimas que, inevitablemente, 
crean una tensión entre el historiador y su público. Así que, ¿con qué 
base y con qué justificación decide el historiador ponerse a criticar? 
¿Cuál cree que será la reacción de la audiencia (quienquiera que sea) 
ante su censura? Aquí es donde empiezan a contar tanto la capacidad 
de exposición como la calidad de la investigación involucrada para 
mantener la pretensión de verdad. La escritura histórica que explícita­
mente proclama su pretensión de verdad está poniendo, precisamente, 
sobre la mesa la cuestión de su propia justificación y su propia eviden­
cia. Yo mismo he visto, he oído, he indagado, yo puedo citar las ipsis- 
sima verba!^ .^ Yo puedo contaros cómo sucedió en realidad. Lo cual 
supone una aspiración verdaderamente ambiciosa, si reflexionamos 
sobre el absurdo de intentar contarlo todo. La histoire totale es tan qui­
mérica como insustancial resulta la histoire événementielle.
Heródoto y Tucídides comparten con Sima Qian aspiraciones 
conmemorativas, pero también la intención didáctica e instructiva. 
Los principios de la historiografía son políticos en ambas culturas. 
Pero el modo en que sus funciones se incardinan socialmente varía, lo 
que revela diferencias tanto en la posición de los historiadores como 
en las realidades políticas a que se enfrentaban. Tanto la antigua Gre­
cia como la China antigua (entre otras sociedades) llegaron a utilizar 
la investigación sobre el pasado como medio para la comprensión del 
presente y la prevención del futuro. Con ello obtuvieron un arma real­
mente poderosa y ciertamente precisa para la valoración tanto del sta- 
tu quo como de los acontecimientos contemporáneos, potencialmente 
justificatoria, pero eventualmente crítica

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