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LAS ASPIRACIONES DE LA CURIO SIDAD La comprensión del mundo en la Antigüedad: Grecia y China por G eo ffrey L L o y d traducción P a u l a O lm o s S I G L O m SIGLOm España México Argentina Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes mag néticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor. Primera edición, junio de 2008 © SIGLO X X I DE ESPAÑA EDITORES, S. A. Menéndez Pidal, 3 bis, 28036 Madrid W W W . sigloxxieditores. com © Geoffrey Lloyd, 2002 Título original: The Ambitiom o f Curiosity. Understandingthe World in Ancient ' Greece and China Primera edición en inglés, Cambridge University Press, 2002 © de la traducción: Paula Olmos, 2007 Maquetación: Jorge Bermejo & Eva Girón Diseño de la cubierta: simonpatesdesign DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY Impreso y hecho en España Printed and made in Spain ISBN: 978-84-323-1348-6 Depósito legal: M-29.980-2008 Impreso en e f c a , s . a . Parque Industrial «Las Monjas» 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid) ÍNDICE LISTA DE FIGURAS Y TABLA-,........................................................ IX PREFACIO................................... XI NOTA SOBRE LAS EDICIONES DE TEXTOS ANTIGUOS......... xv CAPÍTULO 1 HISTORIAS, ANALES, M ITO S............... I CAPÍTULO 2 MODALIDADES DE PREDICCIÓN.... 27 CAPÍTULO 3 LOS NÚMEROS Y LAS COSAS.............. 57 CAPÍTULO 4 APLICABILIDAD Y APLICACIONES.... 89 CAPÍTULO 5 EL LENGUAJE DEL SABER.................. 125 CAPÍTULO 6 INDIVIDUOS E INSTITUCIONES.... . 159 GLOSARIO DE TÉRMINOS CHINOS Y GRIEGOS.................. 189 BIBLIOGRAFÍA................................................................................. 197 ÍN D IC E ............................................................................................... 215 VII ÍNDICE DE FIGURAS Y TABLA FIGURAS 1. Adivinación sobre el caparazón de una tortuga. Fuente: Djamouri, 1999.............................................................................................................. 37 2. Tablero cósmico procedente del Nan Qishu. Fuente: Ho Peng Yoke.... 40 3. Tetraktys....................................................................................................... 62 4. Transformaciones de las cinco fases........................................................... 65 5. Medida de las sombras arrojadas por distintos gnómones para determinar la altura del Sol............................................................................................ 69 6. Estimación del diámetro solar.................................................................... 70 7. Cálculo de Eratóstenes de la longitud de la circunferencia de la Tierra. 71 8. Tornillo de Arquímedes encontrado en Sotiel (Huelva). Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard................................. 91 9. Carruaje chino. Fuente: Needham, 1965................................................... 94 10. Ballesta de Vitrubio. Fuente: Marsden, 1969............................................ 97 11. Gastraphetes. Fuente: Landels, 1978.......................................................... 98 12. Ballesta de repetición de Dionisio. Fuente: Marsden, 1971..................... 99 13. Ballestas chinas. Fuente: Needham y Yates, 1994..................................... 101 14. Prensa de doble tornillo de Herón: Fuente: Drachmann, 1963............... 105 15. Molino de agua romano de Vitrubio. Fuente: Moritz, 1958.................... 106 16. Cosechadora de maíz gala. Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard, A. R. Hall y T. J. Williams (Oxford, 1956)... 106 17. Distintos tipos de carretillas chinas. Fuente: Needham, 1965................. 107 IX Í ndice de figuras y tabla 18. Grúa de poleas compuestas accionada por una rueda de andar. Fuente: History o f Technology, vol. I I , ed. C. Singer, E. J. Holmyard, A. R. Hall y T. J, Williams (Oxford, 1956)..................................................................... 111 19. El túnel de Eupalino, Fuente: Kienast, 1995............................................. 113 20. Técnica para tunelar por medio de la triangulación de Herón, Fuente: H. Schoene, Herón, vol, i i i ............................................................................... 113 21. a y b. Obras hidráulicas de L i Bing en Guanxian. Fuente: Needham, 1971............................................................................................................... 114,115 22. Sismoscopio de Zhang Heng. Fuente: Sleeswyk y Sivin, 1983................. 117 23. Esfera rodante movida a vapor de Herón. Fuente: W. Schmidt, Herón, (Leipzig), vol. 1............................................................................................. 119 24. Esquema de Herón para abrir las puertas del templo automáticamente. Fuente: History o f Technology, vol. ll, ed, C. Singer, E. J. Holmyard, A. R, Hall y T, J. Williams (Oxford, 1956)................................................ 120 25. Las membranas del ojo. Fuente: C. Singer, A short History o f Anatomy and Physiology from Greeks to Harvey (Dover, 1957)............................... 131 26. Los vasos sanguíneos según Pólibo. Fuente: C, R. S. Harris, The Heart and the Vascular System in Ancient Greek Medicine (Oxford, 1963)...... 135 27. Mapa de conductos para acupuntura. Fuente: Kuriyama, 1999.............. 137 28. Las partes del loto. Fuente: Needham, 1986............................................. 139 29. Struchnos. Fuente: Dioscórides de Viena, Nationalbibliothek. Cod. Med. gr. I , f. 292v................................................................................................... 142 30. Diktamnos. Fuente: Dioscórides de Viena, Nationalbibliothek. Cod. Med. gr. I, f. 99r..................................................................................................... 143 TABLA * 1. Armonía china: la generación de la escala cromática. Fuente: adaptación de la ofrecida por J. S. Major, Heaven and Earth in Early Han Thought (Albany, 1993)................................................................. 74 X PREFACIO En el trimestre de otoño de 2000, tuve el honor de recibir una invita ción para dictar el ciclo de conferencias «Isaiah Berlin» en Oxford. Se trata de un encargo que cualquier historiador de las ideas encon traría francamente apabullante, ya que cuantos conocieron a Berlin no tuvieron más remedio que sentirse cautivados por la amplitud de sus conocimientos, la agudeza de su ingenio y la fuerza y elegancia de su escritura. La experiencia de dictar aquellas conferencias en su memoria resultó a un tiempo intimidante y alentadora. Me encontré con un variadísimo público que me escuchó atentamente y que contri buyó al debate con comentarios realmente pertinentes, aunque debo decir que, dada la fama del fulgurante verbo de Berlin, me sorprendió su petición de que tratara de hablar más despacio. Este libro contiene una versión ampliada de aquellas conferen cias y, de hecho, mantiene básicamente el plan inicial de las mismas. El tema que las unifica no es tanto un determinado concepto, sino, más bien, un problema específico: el surgimiento de la investigación sistemática. Obviamente, no se parte del supuesto de que toda socie dad haya de valorar la investigación como algo bueno en sí mismo; por ello, el cómo pudo llegar a surgir, en torno a qué materias, quién llego a ponerla en práctica y por qué, con qué objetivos y expectati vas, resultan ser cuestiones que no por su generalidad dejande ser centrales para cualquier estudioso que tenga la valentía, o más bien la imprudencia, de enfrentarse a tales asuntos. ¿Qué esperaban encon trar aquellos investigadores? ¿Sabían, acaso, lo que buscaban? Uno de los temas recurrentes en estos ensayos será precisamente el carác ter abierto y, por lo tanto, arriesgado, de cualquier investigación. La pregunta que se nos plantea es cómo pudo llegar a darse el caso de que, desafiando los resultados de una indagación las convicciones más profundamente asentadas, pudieran, sin embargo, terminar aceptán- XI Prefacio dose o, al menos, no fueran inmediata y terminantemente rechazados, por parte de las autoridades (u otros elementos) de aquellas socieda des. ¿Cuál fue, de hecho, el papel del Estado u otras instituciones con autoridad en el fomento, el sostenimiento o el bloqueo de la investiga ción? En el mundo actual, seguimos planteándonos este tipo de pro blemas. Pero para indagar en los verdaderos inicios de la investiga ción sistemática tenemos que volver la vista hacia la Antigüedad. Allí encontramos muestras de un evidente interés en un amplio abanico de materias, no sólo en el campo de lo que podríamos llamar filosofía o ciencia en general, sino también en el de la historia, la tecnología o el lenguaje. Tanto Grecia y China como Mesopotamia, Egipto o India, ofrecen distintos aspectos relevantes para nuestro estudio. Me centra ré, sin embargo, principalmente en las dos primeras culturas, lo que se ha de achacar tanto a las restricciones impuestas por mis propios conocimientos sobre el tema como a la necesidad de señalar algún tipo de límite a la investigación. Aun así, la amplitud del campo que se nos ofrece hace que no podamos esperar abarcar sino una pequeñísima porción de las ideas y datos que podrían exponerse en relación con los temas propuestos; de modo que mi objetivo no puede ser comprender la totalidad de la materia, sino, más bien, presentar ciertos argumen tos, dejando para otra ocasión una mayor profundización y una mejor documentación y justificación de lo expuesto. Con el objetivo de exponer mis ideas del modo más vivo posible, he tratado de mantener el estilo y el esquema de las propias confe rencias. A pesar de utilizar material proveniente de diversas culturas y períodos históricos, he intentado, también, que toda esta informa ción se presente de manera accesible para los no especialistas en la materia. Es evidente que tales intenciones son sumamente ambicio sas. Con ello no trato sino de emular las elevadas aspiraciones de quienes serán protagonistas de mi estudio. Soy consciente del peli gro de caer en la superficialidad. Se trata de un riesgo inevitable para todo el que trata de abrir nuevas vías de investigación en los estudios comparados y en torno a materias de importancia tan central como la que nos ocupa. Llegados a este punto, resulta un placer el poder agradecer la ayu da recibida a tantos especialistas que me ofrecieron sus valiosos pun tos de vista, tanto en relación con diversos detalles del estudio, como con la estrategia general de mi argumentación. Seguramente habría XII P refacio cometido más de un error en mis apreciaciones sobre la astronomía mesopotámica, si no hubiera contado con la guía ofrecida por Fran cesca Rochberg y David Brown, lo que no les hace responsable en absoluto del modo en que finalmente haya hecho uso de sus consejos. Mis estudios sobre ciencia china se han beneficiado también amplia mente de mi colaboración con Nathan Sivin. Cuando recibí el encargo de dictar estas conferencias, ambos estábamos enfrascados en la finali zación de nuestro estudio conjunto The Way and the Word, lo que me permite ahora referir a dicho trabajo, ya publicado, a quienes busquen una discusión más detallada de muchos de los puntos tratados en éste. De mis propios colegas helenistas diré que son demasiado numero sos para mencionarlos a todos, pero destacaré, entre mi público oxo niense, a Myles Burnyeat, David Charles, Sally Humphreys y Oswyn Murray, que expusieron comentarios y críticas excepcionalmente ú ti les. Debo mencionar también a todos aquellos que, generosamente, me ofrecieron su consejo en las diversas ocasiones en que llegué a dic tar, total o parcialmente, algunas de estas conferencias en otras univer sidades, à lo largo de los últimos dos años, particularmente en Prince ton, Madrid, Chicago y Pekín. Querría expresar mi agradecimiento, tanto por su hospitalidad como por sus constructivos comentarios, a Willard Peterson, Luis Vega, lan y Janel Mueller, Liu Dun y a todos sus compañeros. Me resta, finalmente, hacer constar mi especial gratitud a mis anfi triones en Oxford. En primer lugar, al Comité a cargo de las Conferen cias Berlin, que tuvo la amabilidad de invitarme, al Presidente Suplen te del Corpus Christi College, el Dr. Christopher Taylor, y a todos los miembros del propio College que nos recibieron cordialmente tanto a mí como a mi esposa, a Lady Berlin y a todos cuantos hicieron de aquella visita algo memorable. X III NOTA SOBKE LAS EDICIONES DE TEXTOS ANTIGUOS TEXTOS CHINOS Salvo algunas excepciones, todos los textos chinos antiguos se citan por sus ediciones estándar, es decir, las del Instituto Yenching de Har vard (h y ) o las del Instituto de Estudios Chinos de la Universidad de Hong Kong (íes). Chunqiu fanlu edición de Lai Yanyuan, Taipei, 1984. Daodejing edición del ics (Obras Filosóficas, 24), 1996. Erya (HJÉ), edición del íes (Obras Clásicas, 16), 1995. Guanzi (’e ’í ), edición de Zhao Yongxian, reimpresión en la colec ción Sibu beiyao, Shanghai, 1936. Hanfeizi (^^^í^í"), edición de Chen Qiyou, Shanghai, 1958. Hanshu ( / ^ ^ ) , edición de Yan Shigu, Zhonghua shuju, Pekín, 1962. Se dan los números á&juan, página y, en algunos casos, columna de cada cita. Hou Hanshu (íé M * ) , edición Zhonghua shuju, Pekín, 1965. Huainanzi ( /H l^ í ) , edición de Liu Wendian, Shanghai, 1923. Huangdi neijing ((m ^IAIIM)- Recensiones lingshu {WM)y suweniMWj en edición de Ren Yingqiu, Pekín, 1986. jiuzhang suanshu (Tl^SS^ s'), edición de Qian Baocong, suanjing shishu, Pekín, 1963. Se da el número de página de la cita. Eiji (Ih IS), edición del íes, 1992. Lüshi chunqiu (S E ^^ fA ), edición de Chen Qiyou, Shanghai, 1984. Se dan en cada cita los números de juan y pian seguidos, en caso de necesidad, del número de página. XV N ota sobre las ediciones de textos antiguos Lunheng (|m ÍIÍ)> edición de Liu Pansui, Pekín, 1957. Lunyu (|m |p), edición del íes (Obras Clásicas, 14), 1995. Mengzi (Mencio) ( ]£ ^ ) , edición de la colección HY, Suplemento 17, Pekín, 1941. Mozi (Sd^), edición de Zhang Chunyi, 1931. Shiji (líllE!.), en la edición del Zhonghua shuju, Pekín, 1959. Se dan los números de juan, página y, en algunos casos, columna de cada cita. Shijing ( I f M), edición del íes (Obras Clásicas, 10), 1995. Sun Bin ( , edición y traducción al inglés en Lau y Ames, Sun Bin: The Art ofWarfare, Nueva York, 1996. Sunzi ( f |s í ‘), edición y traducción al inglés en Ames, Sun-tzu: The Art ofWarfare, Nueva York, 1993. Xunzi (^üF), edición en la colección h y , Suplemento 22, Pekín, 1950. Se dan los números de pian y línea de cada cita. Yantielun (ÜiHIro), edición del íes (Obras Filosóficas, 14), 1994. Yijing (Mis.), edición del íes (Obras Clásicas, 8), 1995. Zhoubi suanjing ( j^ tf-® l5 ) , edición de Qian Baocong, Suanjing shis- hu, Pekín, 1963. Citado por número de página. Zhouli (Flf®), edición del íes (Obras Clásicas, 4), 1993. Zhuangzi ( ® tF ), edición en la colección HY, Suplemento 20, Pekín, 1947. Zuozhuan (¿Ef$), edición de Yang Bojun, 4 voL, Pekín, 1981. Cita do por Duque, y año correspondientes y, en los casos necesarios, por número de página. TEXTOS GKIEGOS Y LATINOS Cito a los principales autores griegos y latinos porsus ediciones están dar, por ejemplo, los fragmentos de los filósofos presocráticos por la edición de H. Diels, revisada por W. Kranz, T)ie Fragmente der Vor- socratiker, Gd edición, Berlín, 1952; las obras de Platón, por el texto de Burnet para Oxford; los tratados de Aristóteles, de acuerdo con la edición berlinesa de Bekker. Las obras de Euclides se citan por la edi ción de J. L. Heiberg y otros, revisada por E. S. Stamatis, las de Arquí- XVI N ota sobre las ediciones de textos antiguos medes, por la edición de Heiberg, revisada por Stamatis (se abrevia HS con el número de volumen correspondiente). El Almagesto de Tolomeo se cita por la edición de J. L. Heiberg, el Tetrabiblos, por la de Hübner y los Armónicos, por la edición de I. Düring (Göte borg, 1930). Los textos griegos y latinos de medicina se citan, de preferen cia, de acuerdo a las ediciones correspondientes al Corpus Medico- rum Graecorum y al Corpus Meiicorum Latinorum (CMG y CML, res pectivamente). Para los tratados hipocráticos no incluidos en CMG, he empleado las Oeuvres completes d’Hippocrate de E. Littré, 10 vol., París, 1839-1861, citándolas con la inicial L seguida de los núme ros de volumen y página correspondientes. Para las obras de Galeno que no aparecen en el CMG, he empleado las ediciones de Teubner (a cargo de Helmreich, Marquardt y otros) o, en ausencia de éstas, la edición de C. G. Kühn, Leipzig, 1821-1833, que se cita mediante la ini cial K seguida de los números de volumen y página correspondientes. Las abreviaturas usadas para las obras griegas son las del Greek- English Lexicon de H. G. Liddell y R. Scott, revisado por H. S. Jones, y su suplemento (Oxford, 1968). Es decir, Simplicius, In Ph., se refiere a la obra de Simplicio In Aristotelem Physica Commentaria, edición de H. Diels Commentaria in Aristotelem Graeca, vols, ix y x), Berlín, 1882-1895. OBRAS MODERNAS Todas las obras modernas se citan por el nombre de su autor y año de publicación. Para más detalles debe acudirse a la bibliografía final en páginas 197-214. Con la excepción de Confucio y Mencio, los nombres chinos se escriben transliterados de acuerdo con la convención Pinyin. Este cri terio se respeta en todo el texto, incluso en las citas sacadas de autores que adoptan otras convenciones. XVII CAPÍTULO 1 HISTORIAS, ANALES, MITOS Decía Aristóteles que los hombres aspiran por naturaleza al conoci miento*. Pero no todos los seres humanos parecen experimentar la urgente necesidad de aumentar o, al menos, someter a prueba el cau dal existente de conocimiento, sino que muchos se muestran, más bien, satisfechos con el saber heredado, con lo que se les dice que deben creer. Tampoco tienen todos las mismas ideas, ya sean éstas explícitas o implícitas, sobre qué debemos entender por conocimien to, ni por qué razones ni bajo qué criterios, ni cuáles deberían ser los métodos para su expansión, en caso de que se pretenda tal cosa. El objetivo de este libro es, precisamente, estudiar lo que suce de cuando determinados individuos o grupos de individuos conciben semejante pretensión y qué factores actúan, en ese caso, para fomen tar u obstaculizar la investigación sistemática .^ Soy consciente de que se trata de un planteamiento muy general, pero creo que el centrarse en la investigación sistemática, como tal, independientemente del pro pio campo de investigación y del éxito o fracaso de la misma, tiene sus ventajas. Resulta tentador tratar de hacer una clasificación de los campos en cuestión, hablar de historia o filosofía natural, medicina, astronomía o astrologia, tecnología o matemáticas, puras o aplicadas^. Pero el uso precipitado de tales categorías puede resultar arbitrario y sesgar nuestra propia investigación. Los individuos que originalmente llevaron a cabo tales indagaciones no contaban con semejantes cate gorías cuando iniciaron su trabajo ni, muy a menudo, cuando lo finali- ' Aristóteles, Meto/zí/ca 980a21. ^ No voy a definir explícitamente lo que quiero decir con «sistemática», pero espe ro que el propio texto lo vaya aclarando. ’ La lista no es ni mucho menos exhaustiva. También la antropología, la psicología o la geografía, entre otras categorías modernas, tienen sus equivalentes investigables en las sociedades antiguas. 1 L as aspiraciones de la curiosidad zaron. Así que, en lugar de juzgar sus empeños desde el punto de vista del fin hacia el que, según nuestra propia visión, habrían de dirigir se —la «ciencia», tal como la entendemos hoy en día, por ejemplo— , deberemos estudiarlos a la luz de sus objetivos originales, sus propias pretensiones y necesidades, entendidas en el contexto délos diversos problemas realmente suscitados, tal y como ellos los contemplaron. La puesta en marcha de la investigación sistemática revela, en todo caso, un conjunto de aspiraciones humanas muy básicas (eviden temente, Aristóteles tenía razón en este punto); poder comprender, predecir o controlar al propio mundo o a los demás. También pre cisa de un objetivo concreto, de un interés particular en un asunto determinado; pero, ¿a qué responden esos objetivos? ¿A qué intereses sirven? ¿Quién se encarga de la investigación como tal y bajo qué con diciones? ¿Con qué grado de libertad, con qué restricciones? ¿Quién elabora el programa y con qué expectativas, en cuanto a su efectiva puesta en marcha? Para responder a estas preguntas, deberemos atender a cuestio nes tan centrales como el sistema de valores y creencias de las propias sociedades o grupos estudiados. Pues, si la investigación pretende dar una respuesta eficaz a problemas concretos, ¿hasta qué punto cum plirá su objetivo si se limita a confirmar la posición inicial de quienes establecieron el plan de investigación? Pero, por otro lado, ¿bajo qué condiciones y con qué límites podría llevar a la revisión de las asun ciones iniciales? La investigación puede, de hecho, emplearse como modo de legitimación del statu quo; pero el patrocinio de la investiga ción conlleva siempre un riesgo, el riesgo de lo impredecible, ya que los resultados de la investigación no pueden conocerse de antemano. Uno de los temas recurrentes de nuestro estudio será, precisamente, el carácter inesperado de los resultados de toda indagación. Otro tema, también recurrente, será la tensión entre lo que pode mos llamar la pretensión universal del conocimiento (la comprensión, explicación, etc.) y sus manifestaciones concretas en sociedades espe cíficas. M i propia investigación se centra en las sociedades antiguas, ya que en ellas puede estudiarse el verdadero inicio de la indagación sistemática y, aunque, evidentemente, nadie puede hoy en día aspirar a abarcar, con el rigor necesario, el panorama completo de las civiliza ciones de la Antigüedad (por mi parte, me centraré en Grecia y Chi na y, en menor medida, en Mesopotamia), me gustaría insistir en la necesidad del enfoque comparativo y ello por dos razones. En primer 2 H istorias, anales, mitos lugar, debemos evitar la asunción de que la experiencia particular de una sociedad antigua es directamente extrapolable a las demás, por no hablar de la tesis, más fuerte, de que exista una cierta inevitabilidad en los procesos de desarrollo. En segundo lugar, el método comparativo será el que nos revele, precisamente, qué caracteres son generales y cuáles son específicos de cada sociedad. Entre otras cuestiones, trataremos de establecer: ¿qué técnicas de predicción se desarrollaron, con qué objetivos y con qué resultados? ¿En qué casos y en qué sentido el número llegó a ser considerado como la clave para la comprensión de los fenómenos y qué tipo de sistemas numéricos se elaboraron con la pretensión de explorar tal posibilidad? ¿En qué medida la investigación sistemática se centró en el desarro llo de mecanismosútües y hasta qué punto el deseo de su consecución sirvió de estímulo para la misma? ¿En qué sentido dependía la investi gación sistemática del propio desarrollo lingüístico —la construcción de un vocabulario técnico— y en qué medida estimuló, a su vez, una reflexión consciente sobre el uso del lenguaje? El último capítulo de este estudio tratará de exponer los diferentes marcos institucionales en que pudo desarrollarse, y de hecho se dio, la investigación sistemática y en los efectos que tales instituciones suscitaron, tanto en los propios investigadores, como en el carácter del trabajo que llevaron a cabo. Pero para comenzar nuestra investigación sobre la investigación, lo mejor será comenzar por la propia historia, tanto en el sentido moder no de historiografía, como en el más general y original de indagación, aún presente en nuestra expresión «historia natural». Evidentemente, no debemos asumir, sin más, que en las civilizaciones antiguas vayamos a encontrarnos con una categoría que se corresponda, exactamente, con nuestra historiografía. Más bien, veremos que, en la práctica, los vínculos entre lo que podemos llamar escritos históricos y el resto de las disciplinas, tanto en Grecia como China, presentan múltiples caras diferentes que pueden, de hecho, ponerse en relación con la propia finalidad de los escritos. Pero primero debemos prestar atención a los muy diversos modos en que el pasado se representa y se utiliza como fundamento para la comprensión del presente o como guía para la acción futura. Puede darse, o no, el caso de que el pasado se entienda como un todo conti nuo, sin ruptura alguna con el presente. ¿Acaso era el pasado idénti co al presente, un espacio habitado por personas iguales a nosotros? ¿O, más bien, por dioses o héroes? ¿O fue, en cualquier otro sentido. 3 L as aspiraciones de la curiosidad radicalmente distinto del tiempo presente? ¿Acaso el tiempo discu rre siempre en la misma dirección? Muchas sociedades han concebido como posible la reversión del tiempo, o ciclos temporales que, en tér minos generales o, incluso, en los menores detalles, repiten los aconte cimientos. De acuerdo con Simplicio {In Ph. 732.26), ésta habría sido la postura defendida por Eudemo en Grecia. En la India, por otro lado, el sentido de la inmensidad del ciclo Kalpa sirve para subrayar el carácter ilusorio del propio presente' .^ Finalmente, en muchas socie dades el calendario se divide en franjas de tiempo sagrado y tiempo profano que se conciben como cualitativamente diferentes^. Pero es que, además, independientemente de la comprensión del flujo temporal, puede haber profundas diferencias en el modo en que se usa o se registra el pasado o, incluso, se concibe el acceso al mis mo. Aquello que los mitos digan de los tiempos pasados transmitirá, con seguridad, algún mensaje relativo a la conducta en el presente; indicará, explícita o implícitamente, normas sobre cómo son o cómo deberían ser las cosas y sobre las temibles consecuencias de un com portamiento incorrecto. Por otro lado, las propias normas y los mitos que las transmiten pueden concebirse como intemporales o, por el contrario, pueden tener su origen e intervención, precisamente, en la configuración actual del mundo. Y ello no sólo no disminuye, sino que aumenta su poder, su autoridad como expresión de valores o restric ciones, su capacidad para justificar o legitimar'’. Claro que las relacio nes entre mito y rito, el papel del mito como credencial de privilegio, el propio problema de la definición de la categoría de mito y la cues tión de si existe, de hecho, una categoría válida que pueda utilizar se como herramienta de análisis, son asuntos ampliamente debatidos en la investigación académica actual. Sin embargo, basta para nues tros propósitos el constatar que los relatos sagrados sobre el pasado a Thapar, 1996. ^ Leach, 1961, nos proporciona una buena síntesis de este tema particular, ya desarrollado con anterioridad por Durkheim y otros. El tema del contraste entre el «tiempo de los dioses» y el «tiempo de los humanos» entre los griegos fue ya objeto de estudio para Vidal-Naquet, 1986, cap. 2 (el original francés de este texto ya clásico data de 1960). '' Se ha argumentado que los relatos judíos sobre el pasado resultan un claro ejem plo del uso de este tipo de textos para legitimar, en este caso, el estatus del pueblo judío como elegido por Dios. Ver, por ejemplo, Murray, 2000, y Cartledge, 1995, sobre los griegos. 4 H istorias, anales, mitos menudo sirven de guía y límite para el comportamiento en el presente y la comprensión del mismo. Y es que, una vez que se estudia y se des cribe el pasado, el potencial de cambio se hace, en principio, evidente, aunque el resultado del estudio pueda también utilizarse para confir mar las creencias heredadas y mantenidas. El modo en que estas historias se transmiten plantea, además, una tercera cuestión fundamental. Una vez que adquieren la forma escrita, el carácter de los relatos varía, pero ello puede ocurrir de múltiples modos, no todos ellos fácilmente detectables. No es nece sario compartir todas las tesis que Goody expone en su original tra bajo sobre el contraste entre culturas literarias y orales para apreciar la enorme importancia de los temas en cuestión^. En primer lugar, está claro que el contraste entre lo literario y lo oral no es un asunto de todo o nada. En algunas sociedades que no poseen una escritura estándar aparecen, sin embargo, diversas formas de representación gráfica. Por otro lado, los grados de competencia y fluidez en la lectu ra y escritura pueden mostrar variaciones muy importantes. En segundo lugar, cada presentación oral de un mito se convierte en un recontar, una recreación y ello es significativo porque nos hace preguntarnos qué entendemos por un mismo mito. El Mito de Bagre que Goody transcribió de los LoDagaa es siempre el mismo, según los propios LoDagaa, nunca cambia. Pero, de hecho, lo hace. Algunas de las últimas transcripciones del mismo hacen referencia, incluso, al propio Goody, allí, en un segundo plano, con su grabadora®. En tercer lugar, no debemos asumir que una vez que existe una versión escrita de un mito, ello implica la desaparición de toda ver sión que se desvíe de ésta. El Heike Monogatari japonés demuestra que ello no siempre ocurre, ya que, muy al contrario, después de que se recogiera por escrito, dos tradiciones independientes del mismo, una escrita y otra oral, convivieron durante más de 150 años .^ Lo que me lleva a un cuarto punto, también fundamental, el tema de las posibles críticas a que un relato puede someterse una vez que se ^ La propia posición de Goody ha ido evolucionando: se puede comparar Goody y Watt, 1962-1963 con Goody, 1977, 1986, 1987 y 1997. Otros estudiosos que han contribuido al debate han sido Havelock, 1963, Vansina, 1965 y 1985, Scribner y Colé, 1981, Gentil! y Paioni, 1985, Detienne, 1988, Kuümann y Tílthoff, 1993, Street, 1997 y Bottéro, Herrenschmidt y Vernant, 1996. * Ver Goody, 1972 y Goody y Gandah, 1981, ’ Ver Butler, 1966. 5 L as aspiraciones de la curiosidad escribe. Efectivamente, si una versión escrita se considera canónica, puede utilizarse para examinar una exposición oral del mismo rela to, que se apoye exclusivamente en la memoria. Pero, como el pro pio Goody reconoce, existen, también, otros modos de crítica que más bien se basan en la sustancia de la exposición oral y que están bien documentados en culturas orales^“. Es más, tenemos que tener en cuenta que la versión escrita, al tiempo que posibilita un cierto tipo de crítica, puede, sin embargo, cerrar otras vías. Jonathan Parry argu menta, en este sentido, contra Goody, resaltando el carácter sagra do que algunos textos adquieren en ciertas sociedades“ . La SagradaEscritura puede que invite a la reflexión personal, la meditación o el comentario erudito, pero ello no quiere decir que se abra a la valora ción crítica y escéptica. Y con todas estas aclaraciones, podemos ya empezar a enfrentar nos al tema de nuestro análisis. Tanto Grecia como China produje ron, más o menos a partir del siglo v a. C. y con cierta abundancia, lo que provisionalmente podríamos calificar de crónicas o relaciones, que exponían y comentaban los hechos del pasado. Para nosotros los puntos fundamentales son: ¿qué uso se daba a tales escritos? ¿Por qué razones se inició la compilación de los relatos? ¿Quiénes realizaron la compilación? ¿Con qué criterios se enjuiciaba la labor de los com piladores? El objetivo es descubrir el modo en que el pasado llegó a concebirse como un campo de investigación fundamental y en qué medida éste se relacionaba con otras áreas de interés cognitivo. Podemos comenzar por China. Aunque existen cuestiones muy controvertidas en cuanto a los primeros inicios, es posible seguir con cierta seguridad la secuencia del desarrollo, desde los textos del perío do de los Estados Guerreros (i.e. antes de la unificación en 221) que han llegado hasta nuestros días, hasta la culminación de tal tradición en lo que la mayoría de los estudiosos identifican como la primera his toria general y continua de China, el llamado Shiji. Esta crónica fue iniciada por Sima Tan en el siglo li a. C. y ampliada y completada por su hijo Sima Qian, de quien hablaremos más adelante, alrededor del año 90 a. C. Sin embargo, aunque los superara en muchos aspectos, el Shiji SQ basaba en modelos anteriores, especialmente en la tradición de “ Ver, por ejemplo, Phillips, 1981, sobre el Sijobang. “ Parry, 1985. La idea de que la adquisición del estadio literario puede no resultar liberadora sino más bien impedir la libertad ya fue expuesta por Lévi-Strauss (1973, p, 299: «la función primitiva de la comunicación escrita fue facilitar la esclavitud»). 6 H istorias, anales, mitos la escritura de anales, cuyo ejemplo más singular, entre los textos pre cedentes conservados, es el Chunqiu, los Anales de primavera y otoño, y los comentarios al mismo, como el Zuoxhuan. El texto de los Anales de primavera y otoño recorre el reinado de los doce duques del estado de Lu, del 722 al 491 a. C., y se atribuyó tradicionalmente a Confu cio (cuya cronología habitual es Ó51-479). Tal atribución, de hecho, se remonta hasta Mencio, en el siglo iv^ .^ Pero debemos ser cuidado sos al constatar este extremo ya que no sabemos realmente qué texto leyó Mencio. En cuanto al Zuozhuan, no está ni siquiera claro que su formato original fuese el de un comentario, como tampoco lo está la fecha de su redacción: la compilación, tal y como la conocemos hoy en día, no parece ser anterior a finales del siglo iv a. Ambos textos dan a entender que contienen una relación de hechos. En los Anales de primavera y otoño los acontecimientos se ordenan por estaciones (de ahí el nombre) y, en realidad, se trata de meros apuntes sin que exista una narración continua. Se anotan cuidadosamente los nacimientos, matrimonios, muertes, sucesión de gobernantes, victorias, derrotas, sequías, hambrunas, inundaciones, eclipses, pero aunque con ello se relaciona la suerte de los reyes y de los Estados, no se aporta nin gún comentario que interprete explícitamente todos estos datos. Los Anales son una conmemoración de hazañas del pasado, su salvación del olvido; pero también contienen lecciones para el presente aunque, en gran medida, debamos inferir nosotros mismos la conexión entre los hechos y deducir las razones de la prosperidad o el declive. En el Zuozhuan, por el contrario, los hechos se entrelazan en una narración de gran viveza, que contiene caracterizaciones muy gráficas de los personajes principales de la acción —leales o infieles, rectos o corruptos, precavidos o alocados— salpicada, a su vez, de expresivas sentencias, algunas atribuidas, en el propio texto, a Confucio y otras a un innombrado «caballero» (junzi). De vez en cuando, la historia se interrumpe para dar lugar a la alabanza o censura de los personajes principales. Mendo iii B 9. La fecha del Zuozhuan es un punto muy controvertido. Ver, por ejemplo, Egan, 1977, A. Cheng, 1993, Brooks, 1994 y Sivin, 1995b iv 3. El valor del texto como fuente histórica para el período cubierto (desde finales del siglo V lll a mediados del iv) también está en entredicho. Brooks y Brooks, 1998, p. 8, mantienen una posición muy escéptica. Pines, 1997, es más optimista en cuanto a la fiabilidad en el relato de acontecimientos del período relacionado. Ver también Lloyd y Sivin, 2002, p. 305. 7 L as aspiraciones de la curiosidad Pero claro es que cuando el Zuozhuan pretende dar a entender que reproduce las conversaciones de estos mismos personajes tal y como, supuestamente, tuvieron lugar, unos 240 años antes, el criterio de estricta historicidad parece subordinarse de forma evidente a las necesidades dramáticas de la narración. De todos modos, parece que la labor de los escribas o historiadores (dashi), tal como se comenta en el texto*'*, comprendía el deber de relatar los acontecimientos tal y como hubieran tenido lugar, por muy ingrata que resultase su posi ción respecto de los que estuvieran en el poder. Así, en la crónica del asesinato del duque Zhuang de Q i a manos de su primer ministro, Cui Shu, se nos dice que, en primer lugar, un historiador y, más tarde, dos de sus hermanos, escribieron «Cui Shu mató a su señor», lo que les acarreó su propia ejecución, uno detrás de otro*^. Y, entonces, llegó otro hermano y escribió la misma frase en la crónica (de hecho, la fra se relativa al asesinato aparece en el texto conservado de los Anales de primavera y otoñó) e incluso se nos dice que había otra persona prepa rada para asegurarse de que el acontecimiento quedara registrado. El ejemplo pretende claramente impresionarnos sobre la abnegación de los historiadores y su compromiso con la verdad, incluso cuando ésta ofendía a los ministros. Pero, al mismo tiempo, no podemos dudar de que la falsificación de las crónicas para agradar a los poderosos tam bién se diera en más de una ocasión** .^ Es más, no podemos descartar tampoco la posibilidad de que la historia en torno al asesinato fuese una invención de los propios auto res del Zuozhuan para aprovechar la entrada, realmente existente en los Anales de primavera y otoño, como marco para un relato edificante. En todo caso, el hecho de que la veracidad de la crónica fuera un asun to de importancia nos revela que se había dado ya un gran paso des de la simple relación del pasado (fuera ésta oral o escrita) como mero ejercicio de conmemoración o legitimación (sin olvidar el puro entre tenimiento), hacia una concepción que, sin abandonar dichos objeti- Sobre el papel original de los sM, como expertos en protocolo en el período anterior a los Estados Guerreros, ver Cook, 1995. Año 25 del duque Xiang, 1099: cf. Vandermeersch, 1994, p. 105, Lewis, 1999, p. 130. Huang Yi-long, 2001, ofrece un análisis detallado tanto de casos en los que algún acontecimiento astronómico no se recoge (pues no se consideraba políticamente o, al menos, simbólicamente, aceptable) como de otros en los que, contrariamente, se inventan determinados fenómenos para dar cabida a los augurios que éstos expresan. H istorias, anales, mitos vos, reconociera, en cierta medida, como obligatorio su compromiso con la precisión e incluso hiciera descansar su autoridad, su habilidad para ofrecer tal legitimación, sobre su propia pretensión de verdad. El proyecto de Sima Quian representa, sin lugar a dudas, un inten to mucho más sustancial y autocrítico de llevar la precisión a la historia universal. Sin embargo, tampoco debemos dejarnos llevarpor la exa geración. Es cierto que, por un lado, su actitud crítica hacia las fuen tes utilizadas y las creencias de sus predecesores se hace explícita en muchos pasajes. Corrige otros relatos en cuestiones de hecho, como la cronología o la geografía (por ejemplo sobre las montañas Kunlun y las fuentes del Kío Amarillo, Shiji 123: 3179.5 ss.); admite explícitamen te su desconocimiento de períodos muy tempranos —de los tiempos de Shennong (el supuesto fundador de la agricultura) y otros anterio res*^ — y explica que ha tenido que dejar ciertas lagunas en sus tablas cronológicas. En el lado positivo, declara haber tenido acceso a los archivos del palacio imperial y se refiere con frecuencia a sus múltiples viajes; también cita inscripciones, edictos y memoriales, aparentemen te a la letra**, aunque deja constancia de que muchos documentos han sido destruidos, especialmente con los Qin y no sólo en el famoso epi sodio de la quema de libros ordenada por L i Si en el 213 a. C.*^ Pero, por otro lado, el relato comienza con una referencia conven cional al Emperador Amarillo (que supuestamente vivió mucho antes del período dinástico) y, al igual que el Zuozhuan, el Shiji contiene supuestas conversaciones imaginarias de tiempos remotos. Sima Qian recoge conocidas leyendas como la de Jian Di, la madre de Xie, el fun dador de los Yin, que quedó embarazada al engullir el huevo pues to por un ave negra. También hace remontar la dinastía Zhou hasta Jiang Yuan, que quedó embarazada al caminar sobre las pisadas de un gigante^ **. ” Shiji 129: 3253.5. También deja caer ciertas dudas sobre historias de fantasmas y espíritus aunque su postura en este caso no queda clara. “ Por ejemplo, Shiji 130: 3296.1 s. y Shiji 121: 3115.5, menciona que Confucio ya utüizó crónicas anteriores para crear sus Anales de primavera y otoño. Hay particularmente dos relaciones, no completamente coincidentes, de este hecho en Shiji 6: 255.6 ss. y 87: 2546.11 ss., ver también 15: 686. Se convirtió en un tema favorito para todos aquellos que querían enturbiar la reputación de los Qin, lo que nos debe hacer sospechar de la exageración con que se relata el alcance efectivo de las órdenes de Li Si. 5fe/73: 91.1 ss., 4: 111.1 ss. 9 L as aspiraciones de la curiosidad Sin embargo, en este último caso, la continuación de la historia se hace más recatada. El niño que dio a luz Jiang Yuan fue Hou Ji, el Señor del Mijo, que, en otros textos chinos se considera un persona je divino que trae el grano y a quien se atribuyen una serie de capaci dades sobrehumanas^h En la versión de Sima Qian, por el contrario, recibe el encargo del emperador Shun de organizar la agricultura para salvar al pueblo de la inanición, y sus éxitos se atribuyen a su traba jo e inteligencia más que a sus posibles poderes milagrosos. Ello le da un giro realista a la historia, aunque Sima Qian no llegue al extre mo de algunos escritores griegos que, en circunstancias semejantes, rechazan explícitamente por absurdas ciertas leyendas tradicionales^^. De hecho, podemos decir que en su rectificación no llega a utilizar un concepto correspondiente a mythos en el sentido peyorativo de ficción (que no es su único sentido, como ya veremos). No parece manejar semejante categoría y ni siquiera se aproxima al concepto que mucho más tarde se introdujo en el chino mediante el término shenhua (lite ralmente, «habla del espíritu») y que cubre algunos de los sentidos del griego «mito». Pero el Shiji no es sólo un libro de historia, ni su autor es úni camente historiador. Ambas precisiones son importantes. El texto se divide en cinco secciones principales. Primero nos encontramos con los «Anales Básicos», la relación de las principales dinastías desde su fundación hasta su caída. Después, tenemos las tablas cronológi cas. En la sección tercera, encontramos una serie de tratados sobre el calendario, la astronomía, las vías fluviales, la agricultura, música y rituales. La sección cuarta contiene la crónica de las «familias here deras» e incluye biografías de figuras prominentes, como Confucio. Einalmente, aparece un grupo de setenta capítulos («tradiciones», zhuan) con biografías de gobernantes, sabios eruditos y otros perso najes, a menudo emparejados o agrupados en torno a un determinado «tipo» humano, con capítulos dedicados a «criados asesinos», «espe culadores» o «bufones». De esta última sección se extraerían ciertas lecciones generales sobre la variable fortuna de los personajes históri- Ver, por ejemplo, Shijing Mao 245, Sheng min. Ver, por ejemplo, más adelante. Mecateo. Aunque no hay que negar que los his toriadores chinos ejercieron continuamente la crítica entre sí. Ya Ban Gu ofreció una valoración de la obra de Sima Qian resaltando tanto aspectos positivos como negati vos de la misma; Hanshu 62; 2737.1 ss., 8: Tn>%2 ss,, y otros comentarios posteriores ahondan en la crítica negativa. 10 H istorias, anales, mitos eos que, en todo caso, se basan en la propia narración. Pero es, sobre todo, en la sección tercera, en los tratados, donde encontramos una serie de materias que van mucho más allá de lo que podríamos (actual mente) esperar en un escrito de carácter histórico. Aun así, la aparición de estas materias resulta por completo apro piada, dada la condición del puesto oficial ocupado por el propio Sima Qian y atendiendo sobre todo al objetivo general de la obra. En este sentido, cabe compararla con otros escritos que, sin ser de tipo historiográfico, sí que comparten con el Shiji la intención de ofrecer información relativa a asuntos concernientes al gobierno del Estado. Estudiemos primero el puesto que ocuparon tanto Sima Tan como el propio Sima Qian. Este último se refiere a su padre como taishi gong, y cita su pretensión de que el puesto de taishi haya sido ocupado por miembros de su familia durante generaciones^^. A la muerte de su padre, Sima Qian pasó a ser taishi ling o taishi gong, aunque el pues to no le duró mucho. Cayó en desgracia con el emperador Wu Di, ya que se atrevió a defender la actuación de L i Ling, el oficial al man do de la desastrosa expedición contra los Xiong Nu, habitualmente identificados como los hunos. Sima Qian fue arrestado y habría sido ejecutado de no haber elegido él mismo sufrir la humillación de la cas tración, con la intención de completar la labor de su padre. Pero la historia no acaba aquí. Sorprendentemente, de acuerdo con la crónica de los Han, el Hanshu, escrito alrededor del año 80 de nuestra era por Ban Gu, Sima Qian volvió a ocupar un puesto oficial tras su desgra cia, aunque esta vez no como taishi sino como zhong shu ling (algo así como «Director de la Secretaría», en la traducción de Hucker), pues to en el que, según Ban Gu, llegó a alcanzar grandes honores "^*. Pero, ¿cuál era el cometido del taishi? (No interesa de momento distinguir entre esta denominación y las otras dos taishi gong y taishi ling, que, al parecer, también se refieren a Sima Qian^’ ). Las traduccio- Shiji 130:3295,2 ss. La defensa de la reputación de su familia era, evidentemen te, uno de los objetivos del trabajo de Sima Qian, Ver Nylan, 1998-1999, que argu menta a favor de la importancia de la piedad y el rigor religiosos en el pensamiento de Sima Qian. Hanshu 62: 2725,1, Al contrario que Hucker, 1985, p, 193, Bielenstein, 1980, p, 212, traduce zhong shu ling como «Prefecto de los Escribas de Palacio», Las tres expresiones aparecen referidas tanto a Sima Tan como a Sima Qian, aunque hay que tener en cuenta que el gong del taishi gong es más bien una cláusula honorífica y no el nombre oficial de un cargo. 11 L as aspiraciones de la curiosidad nes al uso varían entre «Gran Escriba», «Gran Cronista» o «Gran His toriador», «Gran Astrólogo» o, incluso, «Astrónomo Real»^ *^ . Cuando encontramos noticiassobre individuos que ostentaron este cargo, o el aparentemente equivalente de dashi, tanto en el Shiji como en el Zuo- zhuan, aparecen desempeñando labores muy variadas. Entre ellas se encontraba, por supuesto, la crónica de los acontecimientos (tal como hemos comprobado en la historia del asesinato de Cui Shu, recogida en el Zuozhuan). Pero también debían atender consultas sobre asun tos rituales, realizar ceremonias de adivinación, interpretar las ofreci das por otros y encargarse, en general, de augurios y prodigios. Cierto es que los principales modos de adivinación que se reco gen en el Zuozhuan se basan más en el estudio de los caparazones de tortuga o del milenrama que en la interpretación de signos o porten tos astronómicos; sin embargo, no parece existir una discontinuidad entre el interés del taishi en asuntos relativos a la adivinación y a la astronomía, tal como se deduce del relato de Sima Tan de su propio adiestramiento^^ El programa incluía tanto el estudio de la astronomía como del texto clásico de adivinación, el Yijing o Libro de las transfor maciones. Así que, como cronista oficial, el toA/i/tendría que atender, lógicamente, al calendario (aunque no tuviera por qué embarcarse, necesariamente, en una reforma del mismo) y como adivino tendría que atender a cualquier consulta sobre los signos celestes. Cuando, en una de las últimas crónicas dinásticas, el Hou Hanshu {25: 3572.1 ss.), se definen los deberes del taishi ling, se enumeran los siguientes: 1) estar a cargo del calendario y de las efemérides, 2) escoger fechas y tiempos propicios para asuntos estatales, sacrificios, funerales, bodas y demás, y 3) registrar puntualmente la ocasión de los presagios, tanto propicios como funestos. De modo que el taishi debía ser un experto tanto en astronomía como en cuestiones de ritual, por lo que la inclusión de tratados sobre estos temas en el Shiji no resultaría ya tan sorprendente. Pero, ¿qué diremos ahora sobre los tratados de agricultura, de música o de acústi ca, que evidentemente sobrepasan cualquier interés ceremonial? Aquí tendríamos que remontarnos a otros modelos precursores, a trabajos Ver, por ejemplo, Needham, 1959 xlv, Watson, 1961 (Gran Cronista), Hulsewé, 1993, Queen, 1996, Hardy, 1999 (Gran Astrólogo), Dawson, 1994 (Gran Historiador), Nienhauser 1994a (Gran Escriba). Shiji 130: 3288.1 ss. 12 H istorias, anales, mitos como el Lüshi chunqiu o el Huainanzi, amplios manuales que recogen todos los aspectos del consejo a gobernantes. El primero de ellos, el Lüshi chunqiu, se compiló bajo la supervi sión de Lü Buwei (antes del 237 a. C.), que fue ministro del hombre que habría de convertirse en el primer emperador Qin, Qin Shi Huang Di, aunque Lü cayó en desgracia antes de que se produjera la completa unificación de China. El texto del que le suponemos responsable inclu ye consejos, no ya sobre el propio comportamiento del gobernante y sus ministros, sino también sobre cuestiones de música, medicina, agri cultura y sobre los principios básicos que actúan en la naturaleza y en el universo, es decir, sobre cosmología. Ya en el siglo ll a. C., el Huainanzi (compilado bajo el patronazgo de Liu An, Rey de Huainan) recogía, de manera similar, un ambicioso programa que incluía, básicamente, todo el conocimiento que, de un modo u otro, se consideraba útiP*. El propio Shiji no pretende aspirar a la universalidad de estos tra bajos y, aun así, no podemos considerar la inclusión de los tratados como una mera exhibición erudita. Más bien se entendía que la ins trucción en materias como la música, la astronomía o el ritual, for maba parte del saber técnico que tanto el emperador como sus más cercanos altos cargos necesitaban poseer y debían poner en práctica. El dominio de tales materias era, de hecho, como veremos, un ele- Tenemos que mencionar también un tercer tratado de similar alcance, el Chun qiu fanlu. Este se atribuye a Dong Zhongshu, un famoso memorialista y estadista que vivió entre los años 179 y 104 a. C. También se trata de una compilación y existe un gran debate en torno a qué partes del texto puedan atribuirse al propio Dong Zhong shu. Ver Arbuckle, 1989, 1991, Queen, 1996. Por un lado, es evidente que Sima Qian conocía y admiraba a Dong Zhongshu, e incluyó en su libro una pequeña biografía en la que alababa su honestidad y erudición {Shiji 130: 3297.1 ss.). Pero resulta aún más interesante el que, en el capítulo final del Shiji 130: 3297.1 ss., cuando Sima Qian defiende su propia actividad como historiador frente a la crítica hostil por parte de Hu Sui, aquél cite en su favor la interpretación que Dong Zhongshu hace del papel de Confucio como consejero que proporciona una «educación adecuada para las tareas del gobernante» y la manera en que se recoge el propio comentario de Confucio sobre el mejor modo de llevar a cabo esta tarea «tomando como ilustración la profundidad y la claridad de los acontecimientos». (Este es un testimonio importante que nos revela cómo Sima Qian se consideraba un seguidor del modelo de Confucio en su propio li bro, aunque también aclara que él no pretende componer una obra original, como hizo Confucio, sino recopilar, para su transmisión, los sucesos del pasado: 3299.T3300.1). Por otro lado, en ningún punto del Shiji se cita por su nombre el Chunqiu fanlu, aun que los comentaristas interpretan como una alusión al mismo el pasaje 14: 510.5, que glosa cómo Dong Zhongshu «amplió» los Anales de primavera y otoño. 13 L as aspiraciones de la curiosidad mentó crucial para la defensa de su legitimidad. Y esto tiene su expli cación. Se consideraba responsabilidad del emperador asegurar el bienestar de «todo bajo el firmamento» y, en este contexto, era visto como un mediador del que dependían las buenas relaciones entre el cielo y la Tierra. Para llevar a cabo su cometido, necesitaba el ritual adecuado y conocimientos precisos de todo lo que estaba sucediendo en el firmamento (el tipo de saber que le proporcionaban los tratados astronómicos, entre otros). Y, por supuesto, esta necesidad se exten día a sus ministros. Ya hablaremos de estos extremos más adelante. Así que llegamos a la cuestión fundamental de la utilidad del Shiji como un todo. Partiendo de este ejemplo específico, ¿para qué servía la «historiografía» china?, si es que podemos llamarla así. La respuesta depende de la consideración equilibrada entre tres puntos. En primer lugar, aunque el Shiji no fue un encargo directo del emperador (como sí lo fue, con posterioridad, la historia de los últimos Han, encargada por el emperador Ming a Ban Gu^®), sus autores ocupaban un cargo oficial, como taishi, y dependían del permiso imperial para tener acce so, por ejemplo, a los archivos de palacio. En segundo lugar, el Shiji no puede considerarse, simplemente, como propaganda estatal. Existe un claro contraste entre este escrito y las inscripciones que, a partir de Qin Shi Huang Di, los emperadores chinos (como hicieron los reyes persas) comenzaron a erigir, en lugares prominentes, según ampliaban sus dominios, con el objeto de glorificar sus gestas^ ®. Es más. Sima Qian continuó con su trabajo incluso tras su caída en desgracia. Y la idea de que lo hiciera con el objeto de incorpo rar una visión crítica del propio Wu D i resulta bastante controvertida^h Por un lado, los reproches disimulados hacia los gobernantes son una técnica tradicional de la escritura china que se encontraba ciertamente desarrollada^^. Pero, por otro, ello no dejaba de comportar graves ries gos, sobre todo para alguien caído en desgracia ante Wu Di. El tercer punto que debemos considerar resulta ser crucial. La utilidad del trabajo (para cualquiera, de Wu D i para abajo) y su pre- VerHulsewé, 1961, p. 38. ® Hay varios ejemplos en «Anales Básicos» 6, del reinado del emperador Qin ShiHuang Di, Shiji 6: 243,245-247, 249-250,261-262. Herrenschmidt, 1996, comenta las inscripciones persas que celebraban las hazañas de los reyes y cómo algunas de ellas se encuentran en lugares inaccesibles, lejos del alcance de observadores humanos. ’ ’ Ver Durrant, 1995, Lewis, 1999, pp, 308 ss., en contraste con Peterson, 1994. ” Ver, por ejemplo, Schaberg, 1997. 14 H istorias, anales, mitos tensión de adquirir fama no se basaban, tan sólo, en su recopilación para la memoria de los hechos de grandes figuras. Era más impor tante que transmitiera información válida y buenos consejos sobre el gobierno de los hombres. La narración está salpicada de comentarios del propio taishi gong (tanto Sima Tan como Sima Qian) que preten den recoger las lecciones que deben extraerse de los acontecimientos, la moraleja de las historias, la desgracia que acaba alcanzando a los corruptos y, a veces también, a los incautos inocentes. Es este caso, no se proclama a los cuatro vientos que el libro sea una «adquisición para siempre»; pero en los «Anales Básicos» 6 (278.9 ss.) se mencio na la cita de un refrán popular por parte de Jia Y i en el sentido de que «el recuerdo del pasado es una guía para el futuro», es decir, se deben estudiar los modos de gobierno de los tiempos antiguos, contrastarlos con los actuales y encontrar así la solución más adecuada. De nuevo, en el libro 18 (878.4 ss.), tras establecer que el presente no es necesa rio como sí lo es el pasado, el texto añade: «si uno examina los modos en que los hombres han alcanzado puestos y honores y el modo en que los han perdido y caído en desgracia, tendrá la clave del éxito y del fracaso en su propio tiempo». Y aunque el texto prosigue apuntando que no es necesario acudir a las tradiciones antiguas, está claro que en éstas la postura es similar. En una carta que, según Ban Gu {Hamhu 62: 2735), Sima Qian le escribió a Ren An, aquél le comenta sus razones para escribir el Shiji. Primero se compara con otros, incluidos Confucio y Lü Buwei, que decidieron «escribir sobre el pasado pensando en el futuro» como manera de superar la frustración que les producía la imposibilidad de influir directamente en los asuntos de gobierno. Así también él, dice (2735.6 ss.), reunió las viejas tradiciones e «investigó los principios del éxito y el fracaso, del ascenso y la caída». Si las generaciones futuras, continúa, llegaran a valorar su trabajo, éste habría merecido la pena. Se ha relacionado la antigua historiografía china con sus sistemas de adivinación (de los que hablaré en el capítulo siguiente) y la ver dad es que las proximidades y diferencias entre ambos merecen cierta atención, entre otras cosas, porque un texto como el Yijing, el Libro de las transformaciones, no sólo ilustra las técnicas para pronosticar, sino que ofrece un marco completo para la comprensión de la expe riencia humana. El propio Shiji no pretende profetizar el resultado de los acontecimientos, no establece reglas de prognosis, aunque en los tratados astronómicos se asocien ciertos fenómenos celestes a diversos 15 L as aspiraciones de la curiosidad tipos de acontecimientos, como epidemias, guerras, victorias o derro tas. Así, comenta que la conjunción del Planeta del Fuego (Marte) con el Planeta de la Tierra (Saturno) supone un presagio funesto para los altos cargos, ya que significa hambruna y derrota militar. En cambio, si Fu Er (una estrella de Tauro) parpadea, significa que hay quien está extendiendo rumores maliciosos y creando confusión en las cercanías del emperador” . Pero si miramos el texto con una cierta perspectiva, la verdad es que el Shiji ofrece lecciones de las que el gobernante o el estadista sabios deberían aprender, deduciendo las consecuencias inevitables de determinado tipo de comportamientos o políticas, lo que les per mitiría estar en mejor posición para dominar el presente, anticipando el futuro. Desde el punto de vista del poder oficial, existía, evidentemente, un dilema, como la historia de las dinastías posteriores habría de mos trar hasta la saciedad. Por un lado, una historia meramente hagiográfica complacería a los gobernantes y a menudo se promovió como elemen to de propaganda: la desventaja es que no contendría consejo alguno. Tan sólo le diría al gobernante lo que éste quería oír. Y aunque hubo muchos mandatarios que realmente no quisieron otra cosa, algunos supieron ver lo vacuo del asunto y, de hecho, la idea de que los conseje ros deben enfrentarse a sus señores y corregirles cuando sea necesario, aunque ello les acarree inconvenientes, resulta ser un tema recurrente y bien desarrollado en las biografías tradicionales de los filósofos chinos, desde Mencio, si no desde el propio Confucio, en adelante. Aun así, por otro lado, si al historiador se le perdonaba la vida y se le permitía seguir trabajando, lo cierto es que cuanto más cuidado sa fuese su investigación y cuanto más independientes fuesen sus opi niones, mayor peligro habría de sublevación, al quedar a la vista los fallos de política o los errores judiciales. Desde el punto de vista del propio historiador, el objetivo era registrar, valorar y explicar, es decir, diagnosticar las causas del éxito o del fracaso; pero las terribles con secuencias del rechazo oficial siempre estaban presentes '^*. Los actua- ” ShijiZl'. 1320.10 y 1306.1, respectivamente. Así se deduce del destino del propio Ban Gu. Fue denunciado y encarcelado por «arreglar» la historia del Estado, aunque más tarde quedó en libertad para que el emperador Ming le encargase la historia de la fundación de los últimos Han. En el año 92 de nuestra era fue, sin embargo, ejecutado por pertenecer a la facción perdedora en los inicios del reinado del joven emperador He Di. 16 H istorias, anales, mitos les debates sobre la postura del propio Sima Qian respecto de Wu Di, nos muestran lo bien que, al menos, ocultó sus cartas, con lo que nos dejó a los actuales lectores un amplio margen de interpretación sobre sus verdaderas valoraciones. La historie griega, como es bien sabido, cubre un campo muy amplio que excede con mucho la mera escritura histórica, algo que, como ya hemos visto, ocurría también con la historiografía china, aun que de un modo distinto. También en este caso, los orígenes de la his toriografía son complejos y ciertamente las indagaciones conservadas no se adaptan, ni en este caso ni en ningún otro, a un supuesto casi llero intelectual universal. En primer lugar, el término historie puede aplicarse tanto a un tipo de conocimiento como a un tipo de investi gación y, en este último sentido, puede referirse a «cualquier» clase de estudio (o al conocimiento o información obtenidos mediante el mis mo) sin que sea necesario añadir la cláusula encabezada por peri, es decir «sobre», animales o plantas, por ejemplo, o la propia naturaleza como un todo. Pero ello no quiere decir que los que se embarcasen en una de estas ramas practicaran también la investigación en las demás. Veremos cómo este punto resulta ser importante precisamente entre los que se dedicaron a algo cercano a nuestro propio concepto de his toriografía. Debemos, en todo caso, desde el principio, aclarar dos puntos de carácter institucional y uno de tipo ideológico. Parece que ningu na de las prácticas contenidas en el concepto de historie supuso, en Grecia, la obtención de un cargo oficial en el período clásico, nada equivalente a los taishi. Es cierto que, a veces, aunque por períodos limitados, se contrataba a algún médico para que practicase su profe sión a cargo del erario público. Pero el objetivo era que actuase como doctor en medicina, no que investigase o practicase ningún tipo de historie (aunque a título personal pudiera hacerlo)^^. El segundo aspecto institucional está relacionado con el primero y serefiere al público griego, al que los que se dedicaban a la historie debían satisfacer. Ya que, aunque a veces trabajasen en las cortes de los tiranos, los investigadores griegos se ganaban su reputación más bien impresionando a su propio grupo social o a la ciudadanía en su ” La historie llegó a considerarse un importante principio metodológico entre la escuela empírica de la medicina helenística. En este caso, incluía fundamentalmente el estudio de los textos de medicina antiguos. Ver, por ejemplo, Frede, 1987, cap, 13, Standen, 2001 o Sigurdarson, 2002. 17 L as aspiraciones de la curiosidad conjunto, que cortejando a los gobernantes (cuyo poder, en cualquier caso, habría empalidecido ante el de los emperadores chinos, respon sables del bienestar de «todo bajo el firmamento»). Ciertamente, durante el período helenístico se produjeron algunos cambios que afectaron precisamente a ambos extremos, Alejandro lle vaba historiadores (lo que actualmente entendemos por historiadores) en su séquito y la ejecución de uno de ellos, Calístenes, nos demuestra que los cronistas griegos podían estar tan en situación de riesgo como sus colegas chinos —lo que también puede aplicarse a Roma— . Por otro lado, tal y como comentaré en el último capítulo, las instituciones creadas por los Tolomeos en Alejandría, e imitadas por doquier, fomen taron y apoyaron, aunque de un modo limitado, varios tipos de historie. Y llegamos al tercer punto, de carácter ideológico, que tendría que ver con la actitud de los griegos frente a su pasado remoto. Los griegos del período clásico no concebían su propia civilización como el resultado de una instauración llevada a cabo, siglos atrás, por sabios reyes. Tenían, ciertamente, sus héroes (Heracles, Teseo) y considera ban emblemático el período de las guerras troyanas; pero no existía equivalente alguno a la noción de un mandato divino que se transmi te de dinastía en dinastía a través de largas eras. De hecho, cuando los griegos entraron en contacto con los egipcios, la reacción de algunos fue precisamente comparar aquella cultura, y su evidente continuidad desde tiempos remotos, con la propia «juventud» de Grecia '^ .^ Es cierto que tenían sus leyendas sobre la fundación de ciudades, el tema más frecuente en las crónicas de carácter local; pero la tempra na historiografía griega no se encontró ya, como modelo o término de comparación, con una larga tradición en el registro y archivo de anales. Las historias locales, trabajos como los de Ion de Quíos, Caronte de Lámpsaco o los logógrafos del Atica, empezando por Helánico, se ela boraron más o menos al mismo tiempo que los más amplios de Reca teo o Heródoto. Si Heródoto partió de algún modelo, tuvo que ser la épica, aunque el modo en que la litada y la Odisea tratan de asuntos como la guerra o los pueblos extranjeros es, ciertamente, muy distinto del suyo. Por otro lado, en el período arcaico, cuando los griegos hablaban de una Edad de Oro, aparecía siempre la noción de una discontinui dad básica con el presente. De acuerdo con el mito de los metales, rela- Platón, Timeo 22b. 18 H istorias, anales, mitos tado por Hesíodo en Los trabajos y los días, las disüntas eras habrían estado pobladas por distintos gene («razas», «especies»). Los héroes, por ejemplo, provendrían de un acto de creación por parte de Zeus que habría precedido al que dio lugar a la actual raza de hierro^b En la Edad de Cronos, el tiempo era, incluso, cualitativamente diferente, ya que fluía hacia atrás, de modo que la vejez precedía a la juventud, lo que no es, obviamente, sino un mito. Así que debemos preguntarnos hasta qué punto los primeros his toriógrafos griegos, o los que practicaron cualquier otro tipo de histo rie, pretendían separarse del mito. Este punto puede resultar bastante confuso, ya que tanto nuestro término «mito», como el griego mythos, poseen campos semánticos muy amplios y no coincidentes. Reciente mente, Caíame (1996, 1999) ha mantenido que ninguno de los prime ros historiadores griegos, Hecateo, Heródoto o Tucídides, tenían la menor intención de refutar sistemáticamente el mito ni nada equiva lente a lo que los modernos antropólogos llaman leyendas sagradas (ya se trate de la «Gesta de Asdiwal»’® o del mito de los metales de Hesío do). Sin embargo, cuando Tucídides rechaza otras aproximaciones a la «arqueología» (la historia de los griegos antiguos) distintas de la suya, no sólo critica a los poetas, sino también a los logographoi, los que escriben logoi, un término que no debe entenderse como el antónimo de mythos, en el sentido de ficción, sino como el sinónimo de mythos, en el sentido de leyenda. Tucídides utiliza frecuentemente el término logopoiein en el sentido de inventar chismes y el propio Heródoto u tili za logopoios para describir el tipo de literatura de un Hecateo^®. En cualquier caso, y de manera recurrente, la imagen que los pro pios historiadores griegos transmiten de sí mismos se basa en su labor como guardianes de la verdad. Hecateo ridiculizaba y tachaba de absurdos los «muchos cuentos» [logoi, de nuevo) que circulaban entre los griegos; de sus propios relatos, por el contrario, afirma que son verdaderos [alethes, Fr. 1). Heródoto, que constantemente compara y evalúa las distintas versiones de unos mismos hechos que obtiene de diversas fuentes, también califica de absurdas y refutables ciertas nociones que considera especulativas sobre la geografía del mundo (iv 36,42), y aquí piensa, entre otros, en el propio Hecateo. ” Hesíodo, Los trabajos y los días, 109-201. Ver Vernant, 1983, cap. 1. Lévi-Strauss, 1967. ” Ver Heródoto ii 143, v 36, 125. Tucícides vi 38. 19 L as aspiraciones de la curiosidad Y la historia se repite con la generación siguiente, con Tucídides. Es cierto que éste no nombra a Heródoto, pero, claramente, quiere distanciarse de aquellos cuyos relatos están «más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad» (i 21), cuyas historias no pueden investi garse ni verificarse (anexelegktos) y que «rozan lo mítico» (mythodes). Es en esta asociación con lo no verificable que lo mítico adquiere un sentido peyorativo. Este motivo recurrente se corresponde, en historiografía, con la costumbre análoga de los primeros filósofos y médicos griegos, que rechazaban la postura de sus antecesores o rivales como mera opinión, especulación o incluso superstición (deisidaimonie), respondiendo a similares presiones competitivas. Sin embargo, este modo de exponer el asunto, de acuerdo con nuestras propias categorías en historiografía y filosofía, no hace realmente justicia a la auténtica situación de inde finición entre los distintos campos en que tenía lugar este permanente estado de controversia. Eleródoto, por ejemplo, comparte la curiosidad etiológica (al menos en algunos temas, como el origen de las crecidas del Nilo) con los que nosotros llamamos filósofos presocráticos"'“. Por otro lado, un texto como el tratado hipocrático Sobre los aires, aguas y lugares, en el que se habla de los escitas, también está cercano a los intereses más etnográfi cos de Heródoto. Las causas de la impotencia de los «enareos» se dis cuten en ambos escritos, y mientras que el escritor hipocrático refuta la idea de que la enfermedad tenga origen divino alguno, Heródoto cuen ta la leyenda sobre la intervención de Afrodita sin impugnarla“". Existe, de hecho, otro tratado hipocrático que se ocupa de atacar gran parte de la propia tradición etiológica griega. Sobre la medicina antigua critica a todos aquellos que se han dedicado a especular sobre «las cosas celes tes y las subterráneas» y para ello utiliza el mismo argumento que Tucí dides: el que tales relatos no pueden verificarse. De acuerdo con este tratado, la correcta comprensión de la constitución física de los huma noses un tipo de historie que debe basarse en la medicina, es decir, en la experiencia y no en la especulación“'^ . Así que, tal como hemos com- 40 Ygj. especialmente R. Thomas, 2000. De modo similar aparecen múltiples ele mentos de geografía y etnografía en historiadores posteriores, como Diodoro, mientras que en el trabajo de Estrabón, fundamentalmente geográfico, aparece abundante material histórico (de acuerdo, de nuevo, con nuestras categorías). Heródoto i 103, Sobre el medioamhiente cap. 22, CMC 112, 72.10 ss. Sobre la medicina antigua cap. 20, CMC 1 1 2, 51.6 ss,, 51.17. Ver también cap, 1, 36.9 ss., cap. 2,37.1 ss. 20 H istorias, anales, mitos probado al examinar el desacuerdo entre Heródoto y el autor de Sobre los aires, aguas y lugares y la crítica a otros modos de entender el cuerpo humano que aparecen en Sobre la medicina antigua, es evidente que existía cierta controversia en torno a aquello que contaba como autén tica historie, incluso entre los que pensaban que debía practicarse. No podemos, por tanto, afirmar que los primeros escritores grie gos practicaran y alabaran la historie bajo cualquier definición. Herá- clito, que rechazaba la mayor parte de las creencias populares, habla, sin embargo, con desprecio de los que, como Pitágoras, creen saber de todo a través de la historie-. «Pitágoras, hijo de Mnesarco, se ejercitó en informarse (historie) más que los demás hombres», pero «mucha eru dición no enseña comprensión; si no, se la habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras y, a su turno, tanto a Jenófanes como a Hecateo»'*^. El mero proclamar la práctica de la «indagación» no convencía a Herá- clito. Por otro lado, es sabido que Aristóteles, que practicó la historie en sus escritos sobre los animales, el alma y la naturaleza en general, también utiliza el término en su Poética (1451b 2-4) en relación con el relato narrativo, cuando compara desfavorablemente al «historiador» con el poeta, ya que el primero se encarga de asuntos particulares y de la realidad de los sucesos, mientras que el poeta se centra en los aspectos universales y en lo que tiene posibilidad de suceder y es, por lo tanto, más teórico. En este pasaje afirma que, aunque se versificaran los escritos de Heródoto, éstos seguirían siendo (un determinado tipo de) «historia». Por otro lado, en el resto de sus escritos, por ejemplo Reproducción de los animales 756b6 ss., cuando discute la explicación que da Heródoto, en el libro sobre Egipto, sobre la fertilización en los peces, Aristóteles lo critica como mero «mitólogo»'*'*. Así que, como demuestra el mencionado texto de la Poética, era perfectamente posible para un griego distinguir entre la historiogra fía y cualquier otro tipo de historie, zoología, psicología, geografía o cualquier otra, precisamente por el objeto de estudio. Lo que tenían Heráclito, Frg. 40, cf. Frg. 35 y 129. Aristóteles se niega a creer que el pez hembra pueda fertilizarse al tragar el se men del macho y cita su propio conocimiento de la disposición interna de los órganos de reproducción. No necesitaba para ello haber practicado él mismo una disección ya que podría haber observado los hechos más relevantes en cualquier pescadería. Sin embargo, en Partes de los animales 1 cap. 5, 645a26 ss., defiende explícitamente la práctica de la disección como uno de los métodos de investigación más efectivos en el estudio de los animales. 21 L as aspiraciones de la curiosidad en común todas ellas era su búsqueda, su indagación, de la verdad. Esa era, al menos, la pretensión. Pero las controversias en cuanto a los límites, metodología o resultados indican que existía una cierta presión competitiva. Y es que ninguno de los antiguos historiadores griegos podía pretender un puesto remunerado; para abrirse camino debían, más bien, emplearse a fondo en su propia propaganda. Sabe mos que Heródoto leyó parte de sus libros en Atenas, y quizá en otros lugares"*’ . Pero, en cambio, Tucídices proclama que sus escritos no son para complacer al público. Su propia táctica para alzarse por encima de la competencia era manifestar que su trabajo no se había concebi do como una mera pieza para la competición {agonisma, 122). Claro que los primeros historiadores griegos pretendían algo más que hacerse propaganda. Heródoto afirma que sus objetivos son con memorar las grandes hazañas de los griegos y de los bárbaros y mos trar cómo surgió el conflicto entre ellos. Tucídides, por su parte, no pretende saber demasiado de tiempos remotos, pero declara que el objeto de su escrito es la guerra más importante que se ha producido nunca. En cuanto a la utilidad de su trabajo, el famoso pasaje progra mático 121-2 afirma que es una «adquisición para siempre». Presenta al lector no sólo aquello que sucedió, sino lo que, con toda probabili dad, podemos esperar que vuelva a ocurrir, lo que supone una refuta ción de Aristóteles avant la lettre. Del mismo modo en que se describe la peste de Atenas como si pudiese volver a darse (ii 48), se tratan los asuntos políticos y morales como sujetos a idéntica recurrencia «mientras la naturaleza humana sea la misma» (iii 82). Las enfermedades políticas, podríamos resu mir, siguen el mismo proceso inexorable que las enfermedades físi cas, lo que convierte al historiador en alguien que diagnostica, si no es que cura, los males políticos. Claro que las lecciones de Tucídides tienen un alcance general y no particular, y tampoco puede decirse de ellas que presenten una teoría estrictamente causal del cambio políti co. Pero se supone que el lector debe aprender, al menos en términos generales, cuál es el origen de la calamidad, las tensiones de la guerra y la degradación moral que produce el enfrentamiento social. Las posibles funciones de la historiografía van desde la celebración, la conmemoración o la legitimación, hasta la explicación, la formación, la enseñanza moral, la crítica o la censura. Pero las tres primeras son apre- Ver Marcelino, Vida de Tucídides en Jones y Powell, 1900 1 54. 22 H istorias, anales, mitos dablemente más sencillas que las cinco últimas que, inevitablemente, crean una tensión entre el historiador y su público. Así que, ¿con qué base y con qué justificación decide el historiador ponerse a criticar? ¿Cuál cree que será la reacción de la audiencia (quienquiera que sea) ante su censura? Aquí es donde empiezan a contar tanto la capacidad de exposición como la calidad de la investigación involucrada para mantener la pretensión de verdad. La escritura histórica que explícita mente proclama su pretensión de verdad está poniendo, precisamente, sobre la mesa la cuestión de su propia justificación y su propia eviden cia. Yo mismo he visto, he oído, he indagado, yo puedo citar las ipsis- sima verba!^ .^ Yo puedo contaros cómo sucedió en realidad. Lo cual supone una aspiración verdaderamente ambiciosa, si reflexionamos sobre el absurdo de intentar contarlo todo. La histoire totale es tan qui mérica como insustancial resulta la histoire événementielle. Heródoto y Tucídides comparten con Sima Qian aspiraciones conmemorativas, pero también la intención didáctica e instructiva. Los principios de la historiografía son políticos en ambas culturas. Pero el modo en que sus funciones se incardinan socialmente varía, lo que revela diferencias tanto en la posición de los historiadores como en las realidades políticas a que se enfrentaban. Tanto la antigua Gre cia como la China antigua (entre otras sociedades) llegaron a utilizar la investigación sobre el pasado como medio para la comprensión del presente y la prevención del futuro. Con ello obtuvieron un arma real mente poderosa y ciertamente precisa para la valoración tanto del sta- tu quo como de los acontecimientos contemporáneos, potencialmente justificatoria, pero eventualmente crítica
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