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'f ·' 1 u ,, Didier Eribon Michel F oucault Traducción de Thomas Kauf EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA Título de la edición original: Michel Foucault ( 1926-1984) © Éditions Flammarion París, 1989 Publicado con la ayuda del Ministerio francés de la Cultura y la Comunicaci6n Dise~ío de la colección: Julio Vivas Ilustración: Photo gamma Primera edición en «Biblioteca de la memoriau: marzo )992 Primera edición en «Compactos»: enero 2004 © EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1992 Pedró de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 84-339-6761-4 Depósito Legal: B. 3786-2004 Printed in Spain Liberduplex, S .L., Constitució, 19, 08014 Barcelona Para Olivier Séguret El rayo me dura. RENÉ CHAR f PREFACIO La muerte no oculta misterio alguno. No abre ninguna puerta. Es el fin de un ser humano. Lo que sobrevive después de él es lo que ha dado a los demás seres humanos, lo que permanece en la memoria de éstos. NORBERT ELlAS Escribir una biografía de Michel Foucault puede parecer para- dójico. ¿Acaso no fue él mismo quien, en repetidas ocasiones, puso en te.la de juicio la noción de autor, negando por consiguiente la posibilidad misma de un estudio biográfico? Cuando empecé este li- bro, muchas personas, amigos, allegados de Foucault me hicieron esta observación. Pero, a pesar de su aparente pertinencia, me pa- rece que esta objeción desaparece por sí sola. ¿Que Foucault cues- tionó la noción de autor? Efectivamente. ¿Y qué es lo que este hecho significa? La puesta de manifiesto de que, en nuestras socie- dades, la circulación del pensamiento estaba obligada a doblegarse ante el yugo de las formas de las nociones de autor, de obra y de co- mentario. Por eso, ni siquiera él mismo podía hacer abstracción de la sociedad en la que estaba inmerso: era tributario, como todo el mundo, de esas «funciones» que describía. Así pues, firmó sus li- bros, los conectó unos con otros mediante un conjunto de prefacios, de artículos, de entrevistas en los que trataba de restituir la cohe- rencia o la dinámica de sus investigaciones, a través de las etapas sucesivas; jugó el juego del comentario, participando en coloquios consagrados a su trabajo, respondiendo a las objeciones, a las criti- cas, a las lecturas malas y a las buenas. Resumiendo, Michel Foucault es un· autor, ha llevado a cabo una obra, y ésta está sometida a dis- cusión, Aún hoy en dfa, tanto en Francia como en el extranjero, se siguen organizando seminarios, encuentros y debates; se reúnen los textos publicados en todos los países para. componer volúmenes completos de «dichos y escritos»; se discute para saber si hay que publicar o no tal o cual texto inédito, hacer una edición de las cla- 1 1 ses grabadas que impartió en el College de France ... ¿A santo de qué únicamente el gesto del biógrafo habría de quedar al margen? ¿Porque Foucault siempre se negó a facilitar los elementos de su vida, como se ha pretendido afirmar a veces? Es falso. Además de haber proporcionado numerosas indicaciones en multitud de entre- vistas, dejó que se publicaran en Italia unos Colloqui con Foucault, una serie de entrevistas dedicadas en su mayor parte a la recons- trucción de su itinerario intelectual. Y también me propuso, en 1983, que hiciéramos juntos otro libro de entrevistas, más completo y más «redactado>>, en el marco de una colección en la que unos in- vestigadores rememorasen su formación y la génesis de sus trabajos. La razón yerdad_era de la objeción a.ntibiográfica reside sin duda en otro lugar .. Se basa e.n el t;Scán~a1o que sigt1e constituyendo, to- davía hoy en día, la evo<:;~.ció.n .Jde,la._homosexualidad. Invariable- mente, me han ido planteando, una y otra vez, la misma pregunta a lo largo de mi investigación: ~Se hará mención de la homosexuali- dad en el libro?» Unos temían que tal cosa resultara malinterpre- tada. Otros se sorprendían de que uno pudiera dudar, en 1989, si hablar de ello con toda libertad. Es evidente que este libro está des- tinado a suscitar reacciones contrnpuestas y contradictorias entre los que, por un lado, pensarán que he dicho demasiado, y los que, por el otro, lamentarán la falta de detalles o de descripciones pintores- cas, respecto a su vida en Estados Unidos por ejemplo. ¿Qué puedo contestar? Me siento más cerca de estos últimos. No he querido he- rir al primer grupo. No quería camuflar los hechos, tampoco pre- tendía hacer un libro escandaloso. No resultaba fácil encontrar el equilibrio. No quería ceder ante las formas suaves de la represión y de la censura siempre dispuestas a ejercer su acción, y queda opo- nerme a ellas tanto más cuanto que se trataba de un libro sobre Foucault, cuya obra, en su totalidad, puede leerse como una insu- rrección contra las fuerzas de la «normalización)}. Pero ¿acaso la provocación y el exhibicionismo no representan también una forma de reconocimiento de los poderes de estas fuerzas y del voyeurismo que comportan? Para evitar este doble escollo he tomado la deci- sión de contar los hechos, en el contexto de su realidad, cuando era necesario contarlos parn comprender tal o cual acontecimiento, tal o cual aspecto de la carrera, de la obra, del pensamiento, de la vida 12 -de la muerte- de Foucault. Los he silenciado cuando se limita- ban exclusivamente al territorio secreto que todos y cada uno de nosotros se reserva ~n su propia existencia. Es preciso, sin em- bargo, dejar bien sentada una c~estión: · el propio Foucault ha ha- blado largo y tendido en las entrevistas que concedió a revistas homosexuales, tanto en Francia como en el extranjero. Asi pues, que los que se están preparando para indignarse con mis «revela- ciones» sepan que las más de las veces sólo proceden de traduc- ciones y de citas. A . Foucault le gustaba emplear esta sentencia de René Char: «Desarrollad vuestra legítima rareza.» Sirva pues de emblema a esta obra que le está dedicada, y que tan sólo es producto de la admiración hacia un hombre y una obrn cuyo resplandor no ha dejado de iluminar la actividad intelectual en Francia y en el ex- tranjero en el decurso de los últimos treinta años. Todavía había que superar los obstáculos propios de la inves- tigación. En primer lugar estaban los obstáculos que necesaria- mente surgen ante trabajos de esta índole: la memoria, deficiente a veces, de los testigos y el lento afloramiento de sus recuerdos, a lo largo de las entrevistas y de las discusiones sucesivas, que de vez en cuando desembocaban en relatos contradictorios cuyos puntos de unión había que reencontrar. También estaba el pro- blema de los documentos inencontrables o perdidos en unos ar- chivos a los que sólo se puede tener acceso si se va provisto de mil autorizaciones oficiales, o con la ayuda de un sinfín de com- plicidades oficiosas. Para reunir toda esa documentación, para ha- blar con todos los testigos, había q~e viajar: este estudio me ha llevado de Túnez a Poitiers, de Lille a San Francisco, de Cler- morit-Ferrand a Uppsala o a Vársóvia .. : También era 'preciso des- plazarse en ~un espacio cultural muy heterogéneo: desde el histo- riador-de la ciencia, .catedrático .emérito deJa Sorbo na, al direc- tor de Libération;. del diplomático sue~o al escritor de vanguar- dia; 'de ':ill antigu.q __ secretario general del Elíseo a los líderes izquierdistas de la Universidad de Vincennes de la época de su 13 (unqaci,ón, ~te. Después había que comparar y confrontar las fuen- tes .escritas con todos ].os testimonios recogidos entre sus allegados, am1gos, colegas, estudiantes, adversarios. Pero en .el caso de Foucault surgían dificultades específicas. Fue un persona¡e múltiple y complejo. «Se ocultaba detrás de una más- cara, y siempre estaba cambiando de careta», decía de él Dumézil, que le conocía mejor que nadie. No he tratado derevelar «la» ver- dad sobre Foucault: debajo de la máscara, siempre hay otra máscara, y no creo ~ue exista una verdad de la personalidad que se pueda desvelar ba¡o los sucesivos disfraces. ¿Hay varios Foucault? ¿Mil Foucault, corno deda Duméz11? Sí, sin lugar a dudas. Los he presen- · tado tal como me han ido apareciendo. Con frecuencia muy dife- rentes del que conocí, entre 1979 y 1984. Pero me he abstenido de emitir juicios, de establecer un orden de preferencias. El.ob.stáculo principal era más solapado, más insidioso. Para po- der hmJtarse senciHamente a los hechos, hab.ía que empezar por desprenderse de las mitologías que rodean a Foucault, y que están tan .pegadas a! personaje que forman a veces una pantalla que dis- torsJona las evidencias que se desprenden de los documentos y de los relatos. Foucault empezó a destacar en el escenario público en 1966,. después de la publicación de Las palabras y las cosas, pero su notonedad coincidió muy deprisa con su actividad política de la dé- cada de los setenta. Y, con frecuencia, lo que se escribió sobre él a partir de entonces lleva el sello de la imagen, constituida tardía- ~ente, del «filósofo comprometido», una imagen que da la impre- sJóa de haber modificado retrospectivamente todo lo que Foucault había sido anteriormente. Que nadie se llame a engaño respecto a mi propósito: si este libro trata de restablecer hechos históricos contrarios a leyendas fuerte- mente asentadas no es para desposeer a la obra de Foucault de su fuerza innovadora, de su riqueza y fecundidad, sino, por el contra- rio, para devolvérselas en todo su esplendor. Se han hecho muchas lecturas de la obra realizada a lo largo de cuarenta años por Fou- cault. Lecruras que han sido olvidadas, rechazadas, desatendidas. Han desaparecido. Arrancar la obra de Foucault de una versión única y mutiladora no es perjudicarla. Restituirle su historia, para devolverle sus poderes múltiples, más bien significa reforzada. 14 · Ea realidad, contar una vida constituye una tarea intermina- ble. Aunque pasara uno veinte años en ello, siempre que~aría algo que descubrir. Aunque se escribieran .diez vol~enes, stempre se precisaría un suplemento. No era postble, por e¡emplo, establecer aquí la lista de todas las peticiones que firmó Foucaul~ ~tre 197? _Y 1984. No cabía imaginar dar cuenta de todas sus actlvtdades_ n:•li- tantes. ·Claude Mauriac dedicó a ello varios centenares de pagtnas de su diario, Le Temps immobile, y eso que tan sólo presenció unas cuantas. Tampoco se trataba de hacer el inventario de to~as la~ con- ferencias que dictó Foucault, a lo largo y ancho de las umverstd~~es de todo el mundo, ni el recuento de las entrevistas que co~cedto a los periódicos, revistas, semanarios ... Tampoco podía menc.tonar los nombres de todos los que conocieron a Foucault. Son multitud .. Y _a menudo se trata de relaciones personales que carecen de una tnct- dencia relevante. Una amistad puede ser muy profunda Y sin em- bargo no dar pie a mayores comentarios. Y ad~más, sobre todo, lo que resulta evidente es que, para una gran ca~ u dad d_e . gente, su re- lación con Michel Foucault fue algo que conto muchJstmo. Pero en vista de que lo que yo estaba haciendo era una bio~afí~ de Fou- caulc, mi obligación era dedicarme a los que habían stdo Importan- tes para Michel Foucault y no a aquellos para quienes él habla con- tado mucho. También he tenido que limitarme en cuanto a los acontecimien- tos los textos los periodos que menciono. Le he dado mayor rele-v~cia a tal h~cho antes que a tal otro porque me ha parecido más significativo, he citado más extensamente tal texto en vez. de tal otro porque me ha dado la impresión de expresar de la me¡o~ ma- nera posible el pensamiento de Foucault en la época de su escnt~ra, o porque el texto se había vuelto difícil de encontrar, o sencilla- mente porque no existía ninguna edición francesa ... Respecto a cada periodo de tiempo contemplado, he tratado de reconstruir el paisaje intelectual en el que se movía Foucault. Es evidente que una filosofía no nace pertrechada con tod~s s~~ con- ceptos y hallazgos en un espíritu solitario entregado a_l e¡erctcto del pensamiento. Un proyecto intelectual y su corresp_ondi~~te d:Sru:ro- llo sólo son comprensibles en función de un espacJo teonco, J.OStltu- cional y político ... Dentro de lo que Pierre Bourdieu denom~nad.a un «campo». Así pues, he tratado de reunir y fundir en un úntco lt- 15 bro los testimonios de los filósofos que acompafiaron a Foucault o se cruzaron con él en su carrera, que contemplaron la elaboración de su obra, que siguieron su evolución: he entrevistado e interro- gado durante horas, y con frecuencia en múltiples ocasiones, a Henri Gouhier, Georges Canguilhem, Louis Althusser, Gérard Le- brun, Jean-Claude Pariente, Jean-Toussaínt Desanti, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Jules Vuillemin, Michel Serres ... Algunos más me confiaron testimonios, relatos, informaciones o documentos esen- ciales: Georges Dumézil en púmerísimo lugar, Paul V eyne, por su- puesto, Claude Lévi-Strauss, Pierre Bourdieu, Paul Rabinow, Ro- bert Castel, Jean-Claude Passeron, Mathieu Lindan, Maurice Pin- guet ... Me es imposible mencionar a todos los que me han ayudado. El lector encontr~rá la lista completa al final de este libro. Son mu- chos, pues este libro pretendía ser ante codo una historia colectiva. Y no el retrato de una época, como se dice con frecuencia de las biografías, sino los esbozos de múltiples épocas, de muchos registros culturales: la &ole Normale Supérieure de la rue d'Ulm en los años de la posguerra, la literatura francesa en los años sesenta, la polé- mica del estructuraJismo, los ambientes de la extrema izquierda des- pués de 1968, el College de France como institución muy particular en la vida universitaria francesa, etc. En repetidas ocasiones estoy implicado o presente en los acon- tecimientos que narro. He tratado de evitar sistemáticamente hablar en primera persona. Salvo en contad.lsimas ocasiones -en dos, creo- en las que difícilmente se podía obrar de otro modo, he re- emplazado aú testimonio por el de otras personas presentes en aquella circunstancia o que también estaban en posesión de esa in- formación . . Este libro es una biografía. No se trata; por lo tanto, de· un estu- dio de la obra de Foucault. Aunque, si se lleva a cabo una biografía de Foucault, es precisamente porque escribió libros. He tratado de presentar las obras más importantes y de insertarlas en los periodos 16 \ en los que fueron publicadas. Me he mantenido fiel a los textos y ~e evitado comentarlos. Por el contrario, he dedicado mucho espacto al recibimiento que éstos merecieron. La acogida que recibe un li- bro forma parte de su historia. Las acogidas sucesivas componen a veces la propia historia, como ocurre en el caso de Folie et déraison. Llevar a cabo la historia de estas historias: tal vez este propósito esté más cerca de lo que parece a primera vista del espíritu de Fou- cault, que escribía, refiriéndose a Binswanger: «Las formas origina- les de pensamiento se introducen por si solas: su historia con~tituye la única forma de exégesis que pueden soportar, y su desttno la única forma de crítica.)> 17 Primera parte La psicologia en los infiernos ··· 1. «LA CIUDAD DONDE NACl» El decorado es casi estrafalario. Se trata de un teatro, situado en la glorieta de los Campos Elíseos. En una sala anexa se halla re- unida, esta mafiana del 9 de enero de 1988, una pequefia multitud. Más de un centenar de personas, a pesar del carácter deliberada- mente discreto, casi secreto incluso, de la convocatoria, para evitar una afluencia excesiva. Investigadores de casi todos los rincones del mundo tom-an asiento como buenos chicos, y un hombrecito de poca estatura se ha puesto en pie. Tiene ochentay cuatro afies, pero su voz es firme y segura. Inicia la lectura de su declaración: «El nú- mero de presentes, la diversidad de los ponentes, lo acertado de las cuestiones planteadas convierten este encuentro en un aconteci- miento importante dentro de la empresa colectiv-a de revalorización y de replanteamiento en lo que se refiere a los escritos de Michel Foucault ... )) Georges Cangu~lhem, ,casi sin recuperar el aliento al fi- nal de su frase, prosigue: <tAl igual que todos, los filósofos. que. dejan tras · s! una·· obra inconélu"sa, ~iuda de su autor, Mich_el Foucault se ha convertido ' eri bbjeto de examen, de comparación, de. suspicacia ibcluso. Támbién lo era en vida. Pero sus respuestas mordaces a ob- jeciones a menudo rutinarias no sólo constituían una defensa, sino también, las más de las veces, la iluminación fulminante de sus in- cursiones en el inconsciente de los conocimientos, de sus preguntas y de sus respuestas.» 1 Han transcurrido cerca de cuatro afies desde la muerte de Fou- cault,- el 25 de junio de 1984, y este coloquio convocado y presidido por el eminente catedrático que fue el ponente de la tesis sobre la Historia de la locura.. Cuatro años durante los cuales el nombre de 21 Foucault no ha dejado de constituir e1 foco de atención de todas las miradas. Cuántos comentarios elogiaron, en otofio de 1986, el libro de Gilles Deleuze, sobriamente titulado Foucault,2 que tuvo una aco- gida poco común. Justo cuando varias revistas publicaban números especiales3 y cuando, llevados por esta oleada de actualidad, todos los periódicos dedicaban páginas y más páginas a la obra de Fou- cault: la primera plana de Le Monde, ocho páginas en Libération, seis ea Le Nouvel Observateur, etc. En una entrevista que otorgó poco antes de la publicación de su libro, Gilles Deleuze declaraba sin ambages: «El pensamiento de Foucault representa a mi entender una de las filosoflas modernas más itnportantes.»4 <cAlgún dia este siglo será deleuzianO>), había escrito Foucault en 1970. Acaso Deleuze no trataba de darle la vuelta a esta sentencia para afirmar a su vez: foucauldiano había sido el siglo, y foucaul- diano iba a permanecer. El siglo: es decir, nuestro mundo, en el que el rostro de Foucault parece haberse grabado por mucho tiem- po y se niega a desaparecer, al contrario de lo que harían esas figu- ras dibujadas en la arena a las que alude al final de Las paLabras y las cosas, y que suelen desaparecer habitualmente cuando sube la marea. O cuando surge la muerte. <cAsí es la ciudad donde yo nací: santos decapitados, con un .li- bro entre las manos1_ cuidan de que lá'jus.ticia sea justa, de que las fortalezas sean fuertes { ... ]. Tal es la herencia sJ-e mi sabiduria.)>s De este· modo·-¡¿ ··gU.staba a Michel Foucáult referirse a Poitiers, donde pasó la infancia y la adolescencia. Una ciudad de provincias ensi- mismada en sus iglesias románicas y su Palacio de Justicia del si- glo XV, cuyas esculturas, en efecto, han perdido la cabeza. Una ciu- dad que podría surgir tal cual de un relato de Balzac. La ciudad es hermosa. Sofocante, por -supuesto, pero hermosa. La totalidad de la ciudad vieja corona un promontorio y parece desafiar el paso del tiempo y los trastornos que éste conlleva. Conjurar el paso del tiempo; con este afán tal vez, la- familia Foucault pone el mismo nombre a todos los varones, de padres a hijos: Paul. Paul Foucault el abuelo, Paul Foucault el padre, Paul 22 Fou-cault el hijo ... Pero M me Foucault se negó a doblegarse totál- mente ante las tradiciones impuestas por la familia de su marido. Que su hijo ha de llamarse Paul. Sea. Pero ella afiade un guión y un segundo nombre de pila: Michel. Tanto en sus documentos oficiales como en los registros escolares, su hijo se llama Paul. Sin más. Pero para el propio interesado muy pronto sucederá lo contrario: Michel, senc-illamente. Para Mme Foucault, siempre será Paul-Michel~ y con este nombre se~fa-ili~·~~~':Oci~ '~fré~érdo tfl'-s'tr"'liijo·-·¡:,'ocó'ani:es de m6:rir. Toda la familia, todavía hoy, habla aún de «Paul-Michel». ¿Por qué se cambió de nombre? «Porque sus iniciales se escribían P.-M.F., como Pierre Mendes France», solía decir Mme Foucault. Era la explicación que su hijo le había dado. -4 .~_t1s -~~~~.les. hab~a .,_ p:~s,,;wn!~~.o }.~ .. ~?.s~ . ~.~ .. m~-~~~- _tptJLltpente. c:t¡.st~P ta: .. ,no quería. s~guit;, I!<fr.~P9.9 .. el .. . nombre , q~:. _ s.u .. p~d~e~. ,aJ . qu~, .. qe . ag_olesceJ}t~, _O~~b~ · · J'a~ f;ou<:.au_lt Es el_f}ombre de su padre. Que ejerce de cir:uj~o en Poitiers y de profesor .. ,d-~ ·a:n:at:o~ía - en ia -· Faculii(i 'éie ·"'M_~d.icina. BS"'flijo 'de u~'' cÍ~fan'o ,.d~'"p~-~t';{i'~'ebí~'a{{: "'Sé.'-~,as§_· :~s;~·-<~,n~" M~t'i- pert. Hija de un ciruja~?- ~e ,P()iti~ts, profesor de la Facultad de Me- dicma.·rran··· a.--vivír al' caserón blanco, carente de cualquier originali- dad, pero cerca del centro de la dudad, que el doctor Malapert hizo construir en 1903. Da simultáneamente a la rue Arthur-Ra.nc y al boulevard de V erdun que baja de lo alto de la ciudad vieja hacia el valle del do Clain. El doctor Paul Foucault y su esposa re11_dr~n" t~~~ •• • ~~-.. -sr· .o « -;' · 0 -.-r-. ~)l .ú..> ... ;í" :.a --~ ~ .:;... . · r···. \.;J~'it';, ~'.t•'~tj'.O:.\,~, ... ~-..:.:.::.: • . ~ · · ·.· "Y.". ' • ··-·· ht¡os: Franctne, la mayo~, <fesp11~s}'au_, qu1n~~- r:n~~-~s .. t:n~§. ta,rde.'"'E_l fs~·éle"'Od~S!~"d¡;··r926; ·e~actaiñefii:e: · ·p~~- :~~~-~o,..v.a-rón.cnacerá..,al cabo~del:fnñs"~lifios:"Deliys';"Tfeffii)o~ 'q~e llevarán la vida de los hi- jós''(ié"'.fa.'6üigues.Üt. aé(;'ffiodada de provincias. La familia tiene di- nero. Mme Fóucault posee una casa a veinte kilómetros de la ciu- dad, en Vend¿uvre-du-Poitou. Un edificio espléndido, rodeado de jardín, al que la gente del pueblo llama la «mansión)). También po- see tierras, granjas y campos. El doctor Foucault es un cirujano muy conocido, que opera sin tregua ni descanso en las dos clínicas de Poitiers. Es uno de los personajes destacados de la ciudad. Resu- miendo: que no falta el dinero en casa de los Foucault. Una nifiera se ocupa de los hijos, una cocinera de la casa, tendrán incluso chó- 23 fer... ~a .e~!:lC::~.f}ép . ~~-rá más bien rigurosa, a~que Mme f9.Y.~-ª.P!t h~Y!. ~~?.1?.~~~~.~-~- .!~~!i. A~. ~!;1~~.9!.~~ .. -~~~~:>c~~?r. -~~a~ert: . ~L~ impor- ~te .. :.~.-~~~;~e~~ ~-!t!I_l1~~~·!.. Evitará dii:igi!' itúrfeí1rü'1as' 1ecru·- .ras ae sus htJos. En cuanto a lo que a religión se refiere., no parece que constituyera una obsesión en la familia. Todo el mundo, por supuesto, asiste los domingos a misa, en la iglesia Saint-Porchaire, en el centro de la ciudad. Pero en más de una ocasión Mme Fou- cault descuida su propia asistencia y es su madre, la abuela de Fran- cine, Paul-Michel y Denys, quien tiene que llevarlos. Paul-Michel ayudará durante un tiempo a oficiar la misa como monaguillo. Im- perativos de la tradición. Más tarde, mucho más tarde, Michel Fou- cault dirá incluso en una entrevista que su familia era más bien an- ticlerical. Probablemente coexistían ambos aspectos: el respeto por las convenciones y el alejamiento de la fe . Así pues, que Paul-Michel inicie su escolaridad bajo la tutela de los jesuitas es algo que sólo se debe a1 azar. O a la historia, lo que con frecuencia viene a resultar lo mismo. Pues el lycée Henri-IV, que cuenta con clases de parvulario y de primaria, y que por consi- guiente acoge a niños muy pequeños, está instalado en la rue Lou.is- Renard en un edificio antiguo que habla pertenecido a la congrega- ción. Un colegio público, pero adosado a una capilla, que más bien parece una catedral por sus dimensiones y su aspecto imponente. El hijo del doctor Foucault tiene menos de cuatro años cuando pisa por primera vez el patio cuadrado del centro escolar. Por encima del portón de la enrrada, siglosde historia contemplan a los niños que pasan: uno retrato de Enrique IV, «fundadon>, otro de Luis XIV, «bienhechon>, están grabados en la píedra. Efigies de reyes que de algún modo tenían que impresionar a los alumnos más jóvenes. Paul-Michel, por cierto, todavía no ha alcanzado la edad legal para ser admitido en la institución. Pero no quiere que le separen de su hermana; Mme Foucau1t habló con la institutriz al respecto, quien muy amablemente le contestó: «Puede traerle. Le sentaremos en el fondo de la clase con lápices de colores.>> Y el 27 de mayo de 1930, efectivamente, le ponen en el fondo de la clase con lápices de colo- res. «Pero aprovechó para aprender a leer», solfa· comentar Mme Foucault. Cursará dos años de «clases de párvulos», hasta 1932. Se- guirá en la misma institución, en primaria hasta 1936. En esa fecha se convierte en alumno del lycée en sentido propio: las clases de se- 24 1 cundaria. Dejará el lycie Henri-IV al iniciarse el curso del afio 1940.-Tras haber realizado un mal año escolar. E ingresará entonces en el colegio Saint-Stanislas . ~ ;': Y es que hasta lese momento apenas había tenido problemas. Paul-Michel Foucaui_t no destacaba especialmente en matemáticas. Pero sus calificaciones ,en lengua, en historia, en griego o en latín compensaban con creces esta carencia y le permitían hacerse regu- larmente con el «premio de excelencia>>. ¿Qué sucedió, en cuarto de bachillerato, para que sus notas bajaran hasta ese punto? Mme Fou- cault aventuraba una explicación: el director del lycée había sido víctima de una embolia cerebral y no podía seguir ocupándose de su establecimiento en la nueva situación que la guerra había creado. Ciertamente, las condiciones son muy otras. La población ha ido creciendo con las ríadas sucesivas de refugiados y los colegios y ly- cées de la dudad tienen que acoger a los alumnos y profesores llega- dos de París. El lycie de Poitiers alberga en sus aulas a una parte del lycée Janson-de-Sailly que se ha replegado en Poitiers. As( pues, la serenidad pausada y segura de las clases en Poítiers se encuentra se- riamente afectada. Y las jerarquías existentes también: Michel Fou- cau1t hablará un día, a uno de sus amigos, de la desazón que se apo- deró de él cuando se vio superado, suplantado por los recién llegados, él que siempre había sido de los primeros, cuando no el primero de la clase ... Ciertos compafieros de Foucault en aqueUa época dan otra aplicación: el profesor de lengua la tenía tomada con él. A M. Guyot le disgustaban los hijos de la burguesía. Radical y voltaíríano, este profesor, exponente típico de la «Iercera Repú- blica>>, apenas se tomaba la molestia de disimular su desprecio por los hijos de los notables. Todo le inducía a aborrecer a los niños de los barrios distinguidos de París que aterrizaban en su clase. E in- ' cluye también, en su odio renovado, a los escasos representantes de esta u2a maldita que le parece detectar entre los vástagos de su amada ciudad de Poitiers. Trastornado, desorientado, Paul-Michel Foucault siente que el suelo de la evidencia escolar se tambalea bajo sus pies. Sus resultados escolares acusan el golpe con dureza. En to- das las asignaturas excepto en traducción latina. Al finali2ar el curso, la decisión del director del centro cae como un veredicto ina- ceptable para Mme Foucault: «Obligación de someterse a examen y aprobar en octubre.» Mme Foucault prefiere adelantarse a los acon- 25 tecimientos: matricula a su hijo en un colegio religioso, Saint-Sta- nislas, ubicado en aquel entonces en la esquina de la rue Jean-Jaures con la rue de l'Ancienne-Comédie. No se trata del colegio religioso de mayor prestigio de la ciudad. El colegio Saint-Joseph goza de mucho mejor fama: dirigido por los jesuitas, acoge principalmente a los hijos de la alta burguesía y de la nobleza terrateniente de la re- gión. El colegio Saint-Stanislas se sitúa un peldaño por debajo: su alumnado se compone más bien de los hijos de los grandes comer- ciantes y de los pequeños industriales. Y la calidad de la ensefianza está muy lejos de alcanzar eJ nivel que todo el mundo le reconoce al Saint-Joseph. El colegio Saint-Stanislas está dirigido por los herma- nos de las Escuelas Cristianas desde 1869. También se les llama los hermanos «.ignorantinos}}, * Cuando Paul-Michel Foucault .ingresa en él, estamos en septiembre de 1940. En aquellas fechas, la ciudad se encuentra bajo ocupación alemana desde hace unas semanas. La zona libre empieza a veinte kilómetros de Poitiers. Del otro lado de la línea de demarcac.ión comienza casi otro mundo: hace falta un salvoconducto para cnuarla. Demasiado jóvenes para ser alista- dos en el Servicio de Trabajo Obligatorio en Alemania, los alumnos de qu.into de bachillerato pueden proseguir sus estuclios. A lo swno, les movilizan para el «Servicio rurah: seis semanas de agricultu- ra durante las vacaciones estivales, declicadas particularmente a la erradicación de las doríferas ... Entre los profesores más destaca- dos, todos los antiguos alumnos del colegio recuerdan al extraño profesor de historia, al padre de Montsabert. Se trata de un monje benedictino de la abadía de Ligugé, párroco de Croutelle, una aldea pequeña de las cercanías. Realiza todos sus desplazamientos a pie, y se le ve con frecuencia en la carretera que va de Poitiers a Ligugé, con su bastón de peregrino en la mano y el amplio sayal lleno de manchas. A pesar de su suciedad repulsiva, la gente se para para llevarle en coche: <<Le Uevé una vez -contaba Mme Foucault-, y después tenia el coche lleno de pulgas.}} Este excéntrico también es un erudito, que siempre se pasea con una mochila repleta de libros al hombro. Sus clases constituyen hitos en la vida del colegio. He aquí lo que relata un antiguo alumno en un libro de memorias pu- * Juego de ¡>:~labras entre tgnDTantlf!, calificarivo que adoprab'.ln por humildad los her- manós de la orden de s~n Juan de Dios, y el apodo peyoHtivo que recibí~n los hermanos de las Escuelas Cristianas. (N. del T.) 26 .,. blié::ado en 1981: «Sus clases eran inolvidables. Partiendo de un co- nocimiento sorprendente de los acontecimientos y de los homb~es, ~trtitía juicios muy radicales no desprovistos de gallardía. Mettdo eh ,materia, y llevado tanto por su mente impetuosa como por sus pintorescas imágenes, provocaba inevitablem~te _una explosión _de c.arcajadas que acababan degenerando en autenttco tumulto. Sto- tiéndase entonces desbordado, incapaz de restablecer el orden, abandonaba el aula llorando como un niño y declarando: "Mis po- bres niños, no puedo más, no puedo más." Pero en cuanto le pro- metíamos que se había terminado, que no íbamos a volver a .emp~ zar, volvía, reemprendía muy poquito a poco su clase, en el silenciO más absoluto. Dejándose nuevamente llevar por el tema y por su la- bia impetuosa, el tono iba subiendo progresivamente hasta que, una vez más, mediante cualquier sentencia extraordinaria, provocaba un estallido de risas.»6 Parece ser en efecto, según Mme Foucault, que éste fue el único profesor que dejó alguna huella en Paul-Michel, que siempre, desde la más tierna infancia, se había interesado por la historia. Había leído con verdadero arrobo la Histoire de France de Jacques de. Bainville y había quedado muy impresion~do p~r las ilustraciones que contiene. Principalmente, un persona¡e fascmaba al niño: Carlomagno. Desde los doce años, contaba Mme Foucault, les daba clases de historia ... a sus hermano y hermana. Reswniendo, que las enseñanzas del padre de Montsabert -le van como .anillo al dedo. Por lo'. demás, este aprendizaje de la historia, salptcado de anécdotas y de chistes, entusiasma a todos los alumnos. El testigo que he mencionado antes concluye su relato con esta apreciación: «Era imposible que la historia ensefí.ada de este modo no se nosquedara.» . Así pues, Paul-Michel cursa quinto, sexto de bachtllerato Y ;;: preuniversitario en el colegio de la ~e Jean-Jaures. Sus resul~a~~s ~ son más que satisfactorios. Sigue clastficado en muy buena postctoni cuando se reparten los premios a final de curso: en quinto, par ·~ ejemplo, obtiene el tercer premio de redacción en lengua, el se- ~ gundo premio de griego, el segundo premio de inglés, el segundo ~ premio de trad~cción .lati~a, el primer pr~mio de líter~tura latina, ~~~ el primer accésJt de htstona ... Pero en casi todas las astgnaturas _le supera un compañero y amigo, que se llama, parece in~reible ... ~te rre Riviere. ¿Acaso bromeará el filósofo cuando, trewta y cmco 27 años más tarde, desempolve unos archivos donde dormitaba el dia- rio fabuloso de un «parricida del siglo XIX» y lo publique acom- pañado por un comentario, el actualmente famoso Moi, Pierre Ri- viere, ayant lgorgé ma mere, ma s~ur et mon frere? ¿Quién puede decirlo?· En cualquier caso, aunque rivales en clase, los dos mu- chachos están muy unidos. Ambos comparten una gran avidez de conocimiento y de lecturas. Van a surtirse a casa de un personaje excéntrico de la ciudad, el padre Aigrain, apodado el Pico de la Mirandola de Poitiers. Este es catedrático en la Universidad Cató- lica de Angers, colabora en diversas revistas como crítico musical y dispone en su domicilio de una biblioteca bastante notable. Recibe en su casa a colegiales, estudiantes, a los que recomienda y presta li- bros, principalmente de historia y de filosofía. «Foucault, como yo mismo, era un asiduo de la casa del padre Aig:rain -comenta Pierre Riviére en la actualidad-, y aquella biblioteca del padre era muy importante para nosotros, porque sus lecturas estaban al margen de cualquier programa_ de estudios escolares.>) Lecturas fuera de pro- grama, ¡qué atractivas! Tal vez sea eso también lo que le ofrecerá a Paul-Michel Foucault un amigo de la familia, René Beauchamp, un freudiano de la primera homada, y que llevó a cabo una gran labor de introducción del psicoanálisis en Francia. En el curso de sexto de bachillerato Paul-Michel obtiene resul- .~ tados excelentes. Y en 1942 ingresa en preuniversitario dispuesto a ~ trabar conocimiento con la filosofía. Al profesor encargado de este ~ cometido se le considera una figura eminente a la que los catedráti- ~ cos de la facultad no dudan en consultar. Todos los alumnos alber- ; gan grandes expectativas respecto al curso que van a pasar con él. ¡¡ Pero el canónigo Duret, que pertenecía a la resistencia, es detenido ~ por la Gestapo al día siguiente del inicio del curso. No se lo volverá i a ver. Es reemplazado por otro profesor, que se pone enfermo po- ·' cos días después. Así pues, un monje de la abadía de Ligugé ejercerá las funciones de profesor de filosofía. El doctor Foucault conoce bien a varios monjes de la abadfa, junto a los cuales cumplió su servicio en el ejército de Oriente, durante la Primera Guerra Mundial ... Debido a ello, Mme Foucault no vaciló en recurrir a los ·monjes· para que mandaran a alguien que pudiera hacerse cargo de la ensefianza de la filosofía a Saint-Stanislas. EJ padre superior le encomienda esta mi- sión a Dom Pierrot. Este se limita a comentar el manual de filoso- 28 ·. ' ~ ~ . fja, par1 cefl.irse mejor al programa: su ~isión es prep~rar a. su tase para el examen de reválida, y no tiene la menor tntenctón de extnlimitarse en su cometido. Pero también le gusta hablar e . d ~ · 0 · )os alumnos fuera de las ho111.S de clase. Uoa vez termma a 00 .. ~ s't:f (<Sustitución», Dom Pierrot seguirá recibiendo las v.tst~a~ «joven Foucault)), como suele decir, que irá a verle en btc1deta hasta Ugugé. Hablan de Platón, de Descartes, de Pascal, de Bergson... Dom Pierrot recuerda muy bien a su al~mno: «A los jóvenes estudiantes de ftlosofia que conocí, los_ clastficaba e~ ~os categorias: aquellos para quienes la filosofía stempre co~stttuuía un centro de interés y que iban a querer orientarse hac1a el co- nbcímiento de los grandes sistemas, de las obras importantes, etc., y aquellos para quienes iba a convertirse más bien en. una cuestión de inquietudes personales, de inquietud vital. Los pnme- ros llevan la marca de Descartes, los segundos, la de Pasea~. ~ou cault pertenecía al primer grupo. Se notaba en él una cunos1dad intelectual formidable.)> Como de todos modos la enseñanza de la filosofia quedó se- riamente afectada en el colegio Saint-Stanislas, Mme Foucault pi- dió a un catedrático de la Facultad de. Filosofía que le mandara a un estudiante para dar clases particulares a su hijo. Louis Girard es estudiante de seguildo curso de filosofía, y un buen día llama al timbre del domicilio de los Foucault, en el número 10 ,de la rue Arthur-Ranc: «Iba tres veces por semana -cuenta-. La filoso- fía que me enseflaban en la facultad consistía en una _especie de kantismo bastante impreciso, adaptado a la moda del stglo XIX, a la Boutroux, y ese kantismo era lo que yo le enseñaba. Lo ~ada con cierto entusiasmo porque tenia veintidós años, pero nt yo mismo había estudiado mucha filosofla.1> ¿Qué recuerdo conserva de su alumno? «Era muy exigente. Más adelante he tenido alum- nos que me han parecido mejor dotados, pero ninguno capaz de captar lo esencial con tanta rapidez, ni de organizar su mente con el mismo rigor.» . Al finalizar el curso escolar -después de que el padre Luc1en, profesor del gran seminario, se hiciera c~rgo de _la enseñanza ~e la filosofía antes de correr el mismo trágtco desttno que el cano- oigo l)u~et-, Paul-Michel obtendrá el segundo pre~io de ~l?so fía.. EÍ--p'nmer premio fue a parar a manos de P1erre RiVlere, 29 quien es hoy en dia miembro del Consejo de Estado. Foucault con- seguirá el primer premio de geografía, de historia, de inglés, de ciencias naturales ... No hay que creer, recordando a los dos profesores de fllosofia deportados por los alemanes, que el colegio Saint-Stanislas fuera un «baluarte de la resistencia». El retrato del mariscal Pétain colgaba de las paredes, tal y como era preceptivo en todos los centros esco- lares. Además, los alumnos tenían que formar en el patio para can- tar <cMaréchal, nous voilll>) (Mariscal, aquJ estamos), y se les zaran- deaba cuando ponían escaso entusiasmo. Algunos alumnos hablan del «vichysmo ambiental» que reinaba en el colegio, a pesar incluso de que determinadas redes de la resistencia pare2can haber utilizado el recinto como lugar ocasional de encuentro para el intercambio de tarjetas de identidad o de certificados de desmovilización. V arios alumnos serán detenidos. Michel Foucault recordará un dia aquella época dificil en una de las entrevistas en las que se dejó ir a las confidencias autobiográ- r ficas sobre sus años de juventud: <<Lo que me sorprende, cuando trato de recordar mis impresiones, es que casi todos mis recuerdos emocionales están ligados a la situación política. Recuerdo haber experimentado uno de mis primeros grandes temores cuando los nazis asesinaron al canciller Dolfus, en 1934, creo. Es algo que 1. ah d ~ ora nos que a muy lejano. Pero recuerdo muy bien que me im- ~ presionó mucho. Creo que fue m.j primer temor de verdad ante la a j muerte. También .recuerdo a los refugiados que llegaban de Espafí.a. ff Pienso que para los chicos y las chicas de mi generación estos gran- / des acontecimientos históricos moldearon su infancia. El peligro de ;.\ la guerra constituía nuestra perspectiva, el entorno de nuestra e.xis-l tencia. Después la guerra llegó. Mucho más que la vida familiar, { son estos acontecimientos que implican al mundo lo que conforma }. la sustancia de nuestro recuerdo. Digo "nuestro" porque estoy se- ~ guro de que la mayoría de chicos y chicas experimentaban lo mismo ~ en aquella circunstancia. Nuestra vida privada estaba realmenteen ~ peligro. Tal vez sea éste el motivo por el cual estoy fascinado por la ~~ historia y por la relación entre la experiencia personal y estos acon- \ tecim.ientos a los que estamos sometidos. Creo que ahí reside el ~~punto de partida de mi afán teórico.»7 30 -;.:b: ;En junio de 1943, llegan los exá.menes de bachillerato, que e~ ':aquü entonces constaban de dos partes. A1 final de sexto de ~achl ;Hérato los alumnos se e:xaminaban de lengua, de latin y de grtego ... -JAJ.;at\6 siguiente, de ftlosofía, de idiomas, de historia y de geogra- ff~.h.!Foucault aprobó la primera parte con matrícula, «bien», en ju- :tri-o .de 1942. Aprobará la segunda con la misma califtcación. Consi- gue: S/! O en historia, 7/10 en ciencias naturales, pero sólo 10/20 en::iilosofía. -, , :;.._~'¿Qué hacer una vez ~oncluidos _los estudio~ de bach~lerato? -~1 ~ doctor Foucault ha escog.¡do el cammo que qutere que stga su htJo: el :mismo que ha seguido é.l. Paul-Michel tiene que ser médico. El ptoblema es que Paul-Michel no quiere. Hace ya tiempo que deci- dió defraudar a su padre. La historia. la literatura le apasionan y la idea· de estudiar medicina le horroriza. El dia en que proclama su decisión, la discusión será bastante tormentosa. Su padre no oculta su descontento y trata de hacer que el joven vuelva al camino de la cordura. Pero Mme Foucault pretende seguir fiel al lema de su pa- dre, «gobernarse a sí mismo», e intercede ante su esposo: <<No insis- táis, por favor. Es un chico estudioso, hay que dejarle hacer lo que é1 desea.)> El doctor Foucault no insistirá mucho. Se consolará viendo cómo su segundo hijo empieza sus estudios de medicina. En la actualidad, ejerce de cirujano en las afueras de París. Así pues, -Paul-Michel puede emprender el camino que ha elegido: pree_arar las oposiciones para ingresar en la &ole Normale Sueérieure de la rue d'Ulm, en Paris. Y para ello, matricularse en los cursos prepara- tÓnos: hypokhágne y khágne. Lo ideal, por supuesto, seda poder ma- tricularse en uno de los grandes Lycées de Paris, conocidos por su elevado porcentaje de aprobados en las oposiciones. Pero estamos) en plena guerra, y a Mme Foucault le resulta muy difícil enviar a su · hijo de diecisiete afias a la capital. Se matriculará en el lycée de Poi- tiers, con el que vuelve a encontrarse tras el intervalo religioso de tres años y del cual conservará un recuerdo nefasto. Aborreció el ambiente que reinaba allí, aborreció la ense:f'ianza que recibió. Abo- rreció la religión y a los religiosos. «Hablaba de ello sublevado y con mucha antipatía}), dice uno de sus allegados de aquella época. Al iniciarse el curso del año 1943, Paul-Michel Foucault vuelve a encontrarse con los edificios del lycée de la ciudad. Ingresa en la 31 clase de hypokhagne y comienza a prepararse para la oposición de ingreso en la &ole de la rue d'Ulm. Son unos treinta ~umnos, en los dos cursos reunidos de khágne y de hypokhagne y, durante dos afies, Foucault va a seguir con gran interés las clases de Gasten De2:, el profesor de historia, y de Jean Moreau-Reibel, el profesor de filosofía. Moreau-Reibel ha sido alumno de la Ecole de la rue d'Ulm, profesor en el lycée de Clértnont-Ferrand y, simultánea- mente, ha impartido clases en la Facultad de Letras de Estrasburgo, que se ha replegado a la capital de Auvernia. Sus palabras, al princi- pio, desconciertan un poco a sus alumnos debido a su falta de orga- nización, carencia de plan y a un talance algo charlatanesco y em- brollado. Lucette Rabaté recuerda haberse sentido desorientada durante las primeras clases, en septiembre de 1943. Pero, paulatina- mente, los alumnos empiezan a seguir y a comprender mejor a su profesor y sus enseñanzas. Este talante desordenado, naturalmente, no se le pasa por alto al inspector general que asiste a una clase de Moreau-Reibel. En su informe del 2 de marzo de 1944, se refiere al profesor de Foucault en términos bastante severos: «La clase a la que asisto forma parte de una serie sobre «el afán social y los valo- res", un título poco claro seguido por una cierta confusión en el de- sarrollo. El señor Moreau-Reibel tiene facilidad de palabra y tal vez se deje llevar un poco por esa facilidad. &hamos de menos una construcción más vigorosa, más rigurosa; las ideas directrices se pre- sentan desvaídas en su desarrollo. Deficiente nitidez en los porme- nores. Demasiadas alusiones a teorías insuficientemente caracteriza- das. Al señor Moreau-Reibel le convendría ser más severo consigo mismo e improvisar menos.» Fuere lo que fuere, Foucault va en- trando en el juego y cada vez le interesa más la asignatura que im- parte ese profesor algo confuso, así que se pone a leer a los autores de los que habla: Bergson, a quien el señor Moreau-Reibel aprecia especialmente, Platón, Descartes, Kant, Spinoza ... Y como a Mo- reau-Reibel le gustaba impartir sus clases bajo forma de diálogo, cuenta Lucette Rabaté, elige a quien se lleva mejor con él como in- terlocutor: Paul-Michel Foucault. «Los demás estábamos algo perdi- dos», agrega Lucette Rabaté. El otro profesor que cuenta mucho para Foucault es Gasten Dez. Ha colaborado en la elaboración del manual de historia Ma- llet-Isaac para las clases de primero de bachillerato, escribe con re- 32 gúlaridad artículos para el Boletín. ~e ~a Sociedad de Antic_uarios del Oeste de Francia y, en 1942, parttctpo en una obra colecnva que se - Ha~a Visages du Poitou. Su método de enseñanza es radicalmente distinto del de su colega de filosofía: dicta sus clases. Dicta con mu- cha ;lentitud. Y como no hay programa, acaba resultando que sólo llega a cratar una parte muy exigua del amplio conjunto de temas respecto al cual los alumnos pueden ser examinados. Así pues, los alumnos procuran conseguir los apuntes de los cursos de los años anteriores. Foucault no sólo se ha hecho con ellos sino que los ha copiado de nuevo y los presta gustosamente ~~ •-: '. , , . El periodo 1943/1945 es, evidentemente, difícil y sobresaltado. Durante el invierno, los problemas de calefacción hacen que la vida sea muy dura en las aulas del lycée." Algunos internos han asumido eLriesgo de ir a robar leñ.a, durante la noche, en los locales de la milicia adyacentes. Para protegerlos de las sospechas que pesan so- bre ellos, Lucette Rabaté y Paul-Michel Foucault van a ver al direc- tor y firman un documento en el que certifican que son ellos dos los que han proporcionado la lefía. El asunto no pasará a mayores. «Menos mal -dirá Lucette Rabaté- que no nos preguntaron de dónde habíamos sacado aquella leña. No sé qué hubiéramos podido responder.» A pesar de las condiciones de vida con frecuencia pe- nosas, en el ·aula reinaba cierta «alegría estudiantil». Los alumnos asisten a las «sesiones clásicas» que se representan todos los meses en el teatro de la ciudad. ¿Tan mala era la interpretación, o a tal ex- tremo llegaban las ganas de divertirse de los alumnos? En cualquier caso, las tragedias provocaban la hilaridad más incontrolable. «Du- rante la representación de Andromaque -recuerda Lucette Rabaté-, Foucault no paraba de hacer bromas y de reírse.» Una alegría algo for2ada, tal vez, pero el caso es que, agrega Lucette Rabaté, «evitá- bamos hablar de cosas importantes, evitábamos plantear los proble- mas políticos pues los alumnos procedían de ambientes muy dife- rentes: entre nuestros compañeros de colegio, por ejemplo, había una chica cuyos padre y hermano murieron deportados, y otro alumno cuyo padre fue fusilado al llegar la Liberación. Así que to- dos desconfiábamos un poco de todos». Y además, principalmente, Foucault era bastante solitario: .siempre estaba trabajando y se rela- cionaba relativamente poco con los demás. «Un ella, poco antes del 33 examen, fui con él a los locales de la facultad para solicitar· informa- ción. Caminamos durante un cuartode hora, y me dijo: \"Es el pri- mer recreo que me permito en lo que va de año."» ¡Un recreo de un cuarto de hora! (,__ Lo más grave, lo más peligroso y espantoso son los bombardeos, de los que la ciudad de Poitiers no queda al margen. El objetivo de las tropas inglesas es la estación y la vía férrea. Durante las alarmas, los alumnos corren a protegerse en los refugios. En julio de 1944 fue necesario evacuar los barrios próximos a la estación, como me- dida de precaución. La roe Arthur-Ranc forma parte de las zonas afectadas. De este modo, la familia Foucault al completo se instala en V endeuvre para pasar el verano. Además, aquel año las clases en el lycée acaban muy pronto: el 6 de junio de 1944, el conserje reco- rrió los pasillos del lycée gritando: «¡Han desembarcado, han desem- barcado!» Las tropas aliadas acababan de poner un pie en las costas de Normandía. Los alumnos salieron del aula en una explosión de alegría. Evidentemente, nadie piensa ya en las clases. Pocos días más tarde, toda .la región está sumida en el fragor de la batalla y las clases quedan suspendidas en todos los centros de enseñanza. El curso siguiente apenas sufre menos sobresaltos. 1 A pesar de todo, los alumnos han preparado la oposición y ca- / torce candidatos del' distrito académico de Poitiers se presentan \ ante las puertas del Hotel Fumé, en la roe de la Chaíne, en los loca- les de la Facultad de Derecho para examinarse de las pruebas, que se llevan a cabo entre el 25 de mayo y el S de junio de 1945. La prueba de lengua se anulará dos veces debido a irregularidades va- rias. La primera, porque un profesor de la Sorbona, al parecer, des- veló el tema del examen a sus alumnos pocos días antes de la con- vocatoria. La segunda, porque las hojas oficiales no llegaron a todos los centros al mismo tiempo. Todos los candidatos tendrán que vol- ver a empezar las pruebas~ en total, seis horas en tres ocasiones. Los resultados de las pruebas escritas se publican el 16 de julio . .Q~ alumnos de Poitiers están aprobados. Pero Michel Foucault no. Tras las pruebas escrttas ocupa el centésrmo pnmer lugar. Y únicamente cien candidatos pueden presentarse a las pruebas orales. Paul-Mi- chel no ingresará en la Ecole Normale de la roe d'Ulm. Trabajó como un poseso pero no ru~rrre:--&ente una decePción terri- 34 ·Í ~ " ' -¡ ' ,. h}e;:- Pero no se desanima. Tiene el firme propósito de volverse a ;presentar al año siguiente. Pero aquí concluye su escolaridad en J?.oitiers. El principio de curso del año 1945 señala un hito muy im- portante en su vida: se instala en París. .r , ... . < . Poiriers: una _ciudad sofocante. Es el calificativo que se repite en todos los testimonios de la época. «Pienso que debía de ser horrible pasar toda la infancia en aquel ambiente», dice un amigo de Fou- cault que llegó a Poitiers en 1944. «Una ciudad estrecha, mez- quina», agregan otros que desearon huir de ella. Asi pues, Foucault abandona Poitiers en el otoño de 1945. Pero no romperá nunca del todo con su dudad natal. sencillamente porque nunca romperá del todo con su familia. No quiere demasiado a su padre, como he- mos visto. El doctor Foucault, por cierro, no parece haber dedicado mucho tiempo a sus hijos. Trabajaba todo el día y una buena parte de la noche, y su presencia en el domicilio familiar era más bien es- casa. Si alguna ruptura llegó a producirse, ésta por lo tanto debió de ser con el padre. Michel Foucault hablará de ello un día, evocando el recuerdo «de relaciones conflictivas en puntos concretos, pero\ que representaban un foco de intereses del que no había manera de\__ despegarse», incluso después de haberse separado de la familia. 8 En 7 cambio, seguirá durante toda su ,vida muy apegado a su madre. Durante sus años de estudiante, regresa a Poitiers en cuanto tiene vacaciones escolares, y más adelante seguirá visitando a sus padres con mucha regularidad. Después de la muerte de su padre, en 1959, cuando su madre se haya retirado en el Piroir, su mansión de Ven- deuvre, seguirá acudiendo cada año para verla durante las vacacio- nes. «Siempre me dedicaba su mes de agosto», solía decir Mme Fou- cault. Y a menudo más: en Navidades, o en primavera, solía ir unos días. Tenía su propia habitación, en la planta baja. Una. especie de apartamento pequeño y aislado en el cual le gustaba trabajar. Iba solo, casi siempre, o en compañfa de un amigo, en contadisimas ocasiones. ~e Fouc:mlt recuer~r alojado así a Roland Bar- thes. En 1982, Michel Foucault jugará con la idea de adquirir una casa en las cercanías. Entonces, se pone a recorrer el campo en bici- cleta con su hermano, deteniéndose en los pueblos, visitando todas 35 jas casas que pudieran estar «en venta». Se inclina por una edifica- c:ión hermosa en V er:rue, a pocos kilómetros de V endeuvre. «La .cura de V errue», * como decía el propio Foucault. Este nombre le divertía mucho. La comprará, y hasta empezará los trabajos de reha- bilitación necesarios. Pero no le quedará tiempo para habitarla. "' Verruga en francá. (N. del T.) 36 2;;;.LA VOZ DE HEGEL n • . Detrás del Panthéon, junto a la iglesia de Saint-Ecienne-du >' Mont, otro lycée Henri-IV, uno de los lycées de mayor prestigio de Francia, va acogiendo en el transcurso de los afíos a la élite de Jos estudiantes de khfigne. Mme Foucault mantuvo una entrevista con un catedrático de la Universidad de Poitiers que le expuso lisa y lla- namente cómo funcionaban las cosas: «¿Cuándo se ha visto que un alumno de algún centro de esta ciudad ingrese en Normale Sup?>> Mme Foucault toma rápidamente una decisión: Paul-Michel vol- verá a probar suerte una vez más, pero poniendo todos los triunfos de su parte. En otoño de 1945, llega a París para penetrar en aquel santuario que domina el Barrio Latino desde las alturas de su torre y de sus reiterados éxitos en las oposiciones de ingreso en el centro de la rue d'Ulm. El joven «provinciano>> -así le ven sus compañeros de cur- so- va acicalado de veintiún botones y calzado con unos zapatos in- creíbles; aterriza en el París de la inmediata posguerra donde la vida dista mucho de ser fácil y los problemas materiales -la comi- da- son una obsesión. Por lo demás, el joven Foucault tampoco se instala en la capital pletól-ico de entusiasmo. Las condiciones de vida son demasiado difíciles para que la nueva existencia que le es- pera ·le pueda parecer atractiva. Mme Foucault no ha conseguido adquirir un apartamento, ni tan siquiera ha logrado alquilarlo. Así pues, tras alojarse unos días en casa de Maurice Rat, un amigo de la familia oriundo de V endeuvre y profesor de literatura en el lycée Janson-de-Sailly, Paul-Michel se instala en una habitaci6n que le al- quila la directora de una escuela situada en el boulevard Raspail. 37 Cosa que le confiere un estatuto más bien insólito frente a los de- más estudiantes. En aquel entonces, como recuerda Le Roy Ladu- rie, los alumnos de las clases preparatorias de París se dividían en dos «categorías básicas»: los externos, hijos de la burguesía parisina que cada noche regresaban al domicilio familiar, y los internos, lle- "' gados de provincias, que ni tan sólo se figuran que se pueda alquilar una habitación en la ciudad. 1 Paul-Míchel va a beneficiarse de este privilegio: sus padres tienen recursos y desean evitar al adolescente frágil e inestable el encontronazo con una vida comunitaria hacia la cual proclama su odio profundo. Ciertamente, tendrá dificultades a veces para calentar adecuadamente los escasos metros cuadrados de su alojamiento. Pero por lo menos estará solo. Circunstancia que re- fuerza esa imagen, presente en todos los testimonios, de muchacho asilvestrado, enigmático, encerrado en si mismo. Además, sus activi- dades parisinas serán durante aquel año, todo hay que decirlo, bas- tante limitadas:a lo sumo irá algunas veces al cine con su hermana, que también acaba de instalarse en París. Ambos son entusiastas de las películas americanas de las que la guerra les ha privado. El resto del tiempo trabaja como un loco para aprobar la oposición. Son cincuenta los que preparan esta oposición en la <ú<l» de «H-IV». ¡Cincuenta! Más que el número de plazas disponibles: la Ecole de la rue d'Ulm no admitirá m.ás que treinta y ocho alumnos de letras en total, y habrá que contar con los alumnos de la <<K2», la segunda clase de khagne del lycée, igual de numerosos. Es decir que las plazas serán objeto de una lucha encarnizada, tanto más cuanto que el otro gran lycée de París, el vecino y rival Louis-le-Grand, también cuenta con colocar su contingente tradicional de aproba- dos. ¿Cuántos, de aquellos cuarenta y nueve chicos que se juntan con M.ichel Foucault aquel principio de curso ante las puertas del centro de la callecita Clovis, podrán figurar en la lista definitiva de aprobados el verano siguiente? U na pléyade de excelentes profeso- n!s se pone manos a la obra para impartirles una preparación eficaz. Emmanuel Le Roy Ladurie, que ingresó en hypokhagne el mismo año, ha descrito al profesor de historia que también será el profesor de Foucault: André Alba, que hace gala de un «republicanismo de buen tono, burguesamente anticlerical» que seduce a los alumnos de izquierda y de extrema izquierda, es decir, a ~mplia mayoría. El 38 ; ; f, hombre parecía <run gran mutilado de la Primera Guerra Mundial; una impresionante cicatriz hueca le cruzaba la frente». De hecho, «aquella cuchillada era producto de un traumatismo de juventud>>. 2 Casi parecía que «se veían las palpitaciones de su cerebro>>, cuentan sus antiguos alumnos. , • Foucault también asiste a las clases de M. Dieny, el profesor de historia de la antigüedad. A través de él, su joven auditorio oye hablar por primera vez de un tal Dumézil, cuya fama apenas em- pezaba entonces a despuntar en los círculos especializados. Tam- bién está Jean Boudout, el profesor de literatura, que pone a dispo- sición de su grey una erudición considerable, capaz de evocar tan- to la Edad Media como el siglo XX, y que llega en todo caso hasta Apollinaire, pues en aquella época la enseñanza apenas abarcaba a los autores contemporáneos. Pero el profesor que ejercerá un influjo mayor sobre la concu- rrencia es el que se encarga de preparar a los alumnos para la prueba de filosofía. Se llama Jean Hyppolite y nos toparemos con su nombre en numerosas ocasiones a lo largo del camino que Michel Foucault acaba de emprender. Jean d'Ormesson, que fue alumno del lycée dos afíos antes, hizo el retrato de aquel hombre «agazapado detrás de su pupitre», de verbo «amable, atropellado, sofiador, tí- mido, que alargaba el final de sus oraciones con inspiraciones de aire patéticas, que desbordaba elocuencia a fuerza de negarla>>/ de aquel maestro prestigioso que se empeña en explicar a Hegel «a tra- vés de La] e une Parque y de Un coup de dés jamais n 'abolir a le ha- sard>}. 4 Y d'Ormesson comenta: «No entendía nada de nada.» Pro- bablemente eran muchos los que estaban en el mismo caso. Pero Hyppolite deslumbra a sus alumnos y a Foucault, a quien, tras las clases insulsas que ha tenido que soportar en Poitiers, esta retórica algo grandilocuente, esotérica e inspirada, que brota como una cas- cada de la boca del profesor, le parece fulgurante y genial. La filo- sofía es fascinante, son cosas de la época. Estamos en 1945, no hay que olvidarlo, y como escribe Jean d'Ormesson, «justo después de la guerra, y durante algunos años, el prestigio de la filosofía no tuvo . parangón. Lo que representaba para nosotros, no sé si voy a ser capaz de decirlo desde fuera y en frío. Tal vez el siglo XIX haya sido el siglo de la historia; mediado el siglo, el XX se presentaba de- dicado enteramente a la filosofía ... La literatura, la pintura, las in- 39 vestigaciones históricas, la política, <;1 teatro, el cine estaban domi- nados por la filosoffa.» 5 Hyppolite comenta para sus alumnos la Fenomenología del espí- ., ritu de Hegel, y Ia Geometría de Descartes. Pero son sobre todo sus lecciones dedicadas a Hegel lo que impresionó a sus oyentes y se grabó en sus memorias. Foucault no fue una excepción, sino más bien todo lo contrario: para él, un estudiante que se chiflaba por la historia, helo aquí presa, quizá por vez primera, de la tentación ftlo- . sófica. Le están exponiendo, precisamente, una filosofía que cuenta la historia y relata el lento y paciente desarrollo de la Razón hacia su advenimiento. Toda Ja historia queda abarcada. Y una historia que tendria un sentido. Jean Hyppolite fue, sin lugar a dudas, el ini- ciador de FoucauJt en lo que iba a convertirse en su destino. El pro- pio Foucault nunca dejó de proclamar su deuda para con aquel hombre al que unos años más tarde volvería a encontrar en el marco de la Ecole Normale y cuya sucesión ocupará en el College de France. En el momento del fallecimiento de Jean Hyppolite, en 1968, Foucault dirá: «Los que estaban en khagne justo después de la guerra recuerdan las clases de M. Hyppolite sobre la Fenomenología del espíritu: en aquella voz que no paraba de corregirse como si es- tuviera meditando en el inteóor de su propio movimiento, ·nosotros no sólo vislumbrábamos la voz de un profesor: escuchábamos algo así como la voz de Hegel y quizá también la voz de la filosofía en sí. No creo .que se pueda olvidar la fuerza de aquella presencia, ni la proximidad que pacientemente invocaba.»6 ¡La voz de Hegel, la voz de la filosofía! No es difícil imaginarse que aquel profesor inspirado y brillante pudiera suscitar de ese modo la exaltación de sus jóvenes alumnos. En este aspecto, por lo demás, se inscribe en la gran tradición de los profesores de khagne, entre los cuales la figura de Alain sigue siendo la encarnación más conocida: «despabiladores>>, como dice Jean-Franc;ois Sirinelli en su estudio sobre los «estudiantes de khagne y de la Ecole Normale en el periodo de entreguerras», insistiendo pertinentemente sobre el importantísimo papel que desempefian estos profesores de un tipo muy especial en esta institución tan francesa que es el «Curso prepa- ratorjo para las grandes escuelas». 7 Pero la deuda que Foucault proclamará más adelante para wn ~u antiguo maestro irá mucho más allá que la mera gratitud por el P,espertu de una vocación en la adolescencia tardía. Cuando con- cluya en 1960 su tesis, F~~~~~ltAS4.i~.~~ ,,a ... !!!} . 4~te:rJ?i~;ta.~, ,.:t:l~r:Q~9 ¡!e . Ee~na~. esa o~r~ .. que .a~~t_J.!~J~ente .. se ~c:moce bajo el .. título . . 4.~ . · zs ori'á de' la locura . §n.,.Ú~~<4.ad:.~l.~tt;4-~EstQ$.)~pj.,:,~g.Qf~s, a los que e~ ;f~!f~· ' s~ .:agia,..SÍ~c,(@~~.r)J.«?,."'.s,<m~~9~.~J¿y,rr¡Ai!J, .Q~QW-,§);~Jr~ gui ~~0! : YJ<>:~, ffyppolij:,e. 8 En su conferencia inaugtml en el Co- .-~~~ ..... 't'-:;" __ ;. ~ '' . . :. tfege'·ae France, diez afies después de la redacción de ese libro, Fou- cault volverá a rendir un homenaje, con mayor insistencia aún, a su .profesor de khágne. Algunos sólo han querido ver en aquellas frases de clausura de un discurso oficial un respeto por los convencionalis- mos académicos: Foucalt ocupaba la sucesión de Hyppolite y la tra- .dicíón exige que el recién llegado haga los elogios de su predecesor, fallecido o jubilado. Pero Foucault dedicó a Hyppolite toda la úl- tima parte de su conferencia cuando podría haberse limitado a decir .unas palabras, unas cuantas frases. Más aún, anuncia que su obra venidera también lleva «Su impronta>). 9 En 1975, siete afios después del fallecimiento de Hyppolite, enviará a la esposa de éste un ejem- plar de Vigilar y castigar con esta dedicatoria: «Para Ma.dame Hyp- polite, en recuerdo de la persona a la que le debo todo.» Puede parecer sorprendente,hoy en día, la importancia que Foucault otorgó siempre a su antiguo profesor, que por cierto sólo lo fue durante un tiempo muy breve, ya que únicamente impartió clases en Henri-IV durante los dos primeros meses de aquel cur- so escolar 1945-1946. Ciertamente, Hyppolite es compafí.ero de generación y amigo de Sartre y de Merleau-Ponty: nació en 1907, Sartre en 1905 y Merleau-Ponty en 1908. Fueron condiscípulos en la Ecole Normale Supérieure de la rue d'Ulm, en la qu.e Sartre in- gresó en 1924 Gunto con Aron, Nizan, Canguilhem ... ), Hyppolite en 1925 y Merleau-Ponty en 1926. Pero la envergaduxa de estos tres hombres apenas es comparable: Hyppolite no es un «filósofo)> en el mismo sentido que Sartre y Merleau-Ponty, es decir que no fue un creador, ua hacedor en el terreno de las ideas. Pero, bien mirado, hay que reconocer que su influencia fue mucho mayor de lo que parece a primera vista. Por el mero hecho de haber empren- dido la traducción de aquella Fenomenología del espíritu que les en- sefiaba a sus alumnos en una época en la que el nombre de Hegel apenas se pronunciaba en las clases de filosofía en Francia; y por- 40 41 que se convirtió, a partir de entonces, en el comentarista y portavoz del pensador de Heidelberg, o mejor dicho de lena, ya que son las obras de juventud del filósofo alemán lo que más le interesa. Su tra- ducción de la «Peno», que publicó la editorial Aubier en dos volú- menes en 19 39 y en 1941, abría a un público que hasta entonces mayoritariamente la había ignorado la posibilidad de acceder a una obra que se iba a convertir en uno de los hitos de referencia de la_ investigación filosófica en Francia. Y su tesis Génesis y estructura de la «FenomenoLogía del espíritU», defendida y publicada en 1947, fue todo un acontecimiento. Al resefiada en Les Temps modernes, en 1948, Roland Caillois insiste mucho sobre la importancia de la obra: «No faltan pensadores que están convencidos de que el hege- lianismo es la cuestión importante: la cuestión de la vida o muerte de la filosofía. Es la propia filosofía lo que se cuestiona. Por ello hay que otorgar a la tesis de Jean Hyppolite la máxima atención. No se trata exclusivamente de 1a obra de un historiador concienzudo ... También se trata de un problema crucial: ¿es legítimo el quehacer filosófico?»10 En efecto, al acabar la guerra, «no faltan pensadores», como dice Caillois, dispuestos a levantar una estatua a Hegel. Pues la importancia del hegelianismo ha cambiado radicalmente en Francia en e1 transcurso de una década: «En 1930 -concluye Vin- cent Descombes-, Hegel era un filósofo romántico, refutado desde hada tiempo por el progreso científico (en opinión de Brunsch- wicg). En 1945, Hegel se ha convertido en la cumbre de la filosofía clásica y en el origen de lo más moderno que se está haciendo.» 11 Hyppolite, por supuesto, no es el único protagonista de este nuevo giro. Ya en 1929, Jean Wahl había centrado la atención so- bre Hegel al publicar el libro La desdicha de la conciencia en la filo- sofía de Hegel, en el que presentaba a un «Hegel místico», de acuerdo con la expresión de Roland Caíllois. Y, en 1938, Henri Le- febvre editó los Cuadernos de Lenin sobre la dialéctica de Hegel. Etapas sucesivas de este lento «rumian), según el término acuñado por Elisabeth Roudínesco, que compara la introducción del hegelia- nismo en Francia con la del psicoanálisis, con sus sucesivos avances y resistencias. 12 Ambos movimientos, por cierto, entrecruzan sus ca- minos en un momento capital de sus avances respectivos, cuando se inicia el seminario de Alexandre Kojeve en la Ecole Pratique des Hautes Etudes. Se han dta<Io a men'udo ios-norribrés que iban a vol- 42 .. ' ' ' : 'vers~ famosos entre los oyentes que componen su auditorio entre . . ;t-233:;Y 1939: Alexandre Koyré, Georges Bataille, Pierre Klos- . ~~)w.s_ki, Jacques Lacan, Raymond Aron, Maurice Merleau-Ponty, 'Btéj.t¡Weil y, con menor asiduidad, André Breton.13 En 1947, el Jl:lismo año en que Hyppolite defiende su tesis, Raymond Queneau, · :qiJ~: también formaba parte de este público selecto, edita los apuntes q:JJ~ ;:tomó escuchando a Kojeve bajo el título de Introduction a la ~.er:t'l!re de Hegel. El movimiento en torno al hegelianismo se vuelve tan 6,1erte que Georges Canguilhem puede escribir en 1948: <<En la era de la revolución mundial, de la guerra mundial, Francia descu- bre,- en el verdadero sentido del término, una filosofía coetánea de Ja ·Revolución Francesa y que en gran parte representa su toma de • . 14 c;:pnctencta. >> ./ Por lo tanto, Jean Hyppolite encarna una de las figuras señeras de este triunfo del hegelianismo en Francia en los años inmediata- trt~nte postetióres· a la guerra. Un triunfo acrecentado po.r la moda ~d existencialismo, del que Canguilhem se declara muy próximo. Lo recordará especialmente en diciembre de 1955, durante una <::onferencia que pronunciará en la Maison de France de Uppsala, cuyo dícector es entonces Michel Foucault. Tema de la conferen- cia: «Hegel y Kierkegaard en el pensamiento francés contemporá- neo». 15 Pues éste es en efecto el punto crucial de esta oleada hege- liana: ya no se lee a Hegel como «profesor qe p~of!'<~ores)),_ c:omq !<ha- cedor. de sistemaS>), sino como autor de una obni. que .se coofrof}ta -¿c)n su posteridad: Feue;ba~h, Kie,~k,ega,ª-!"d, ;Man, .N,í.etzsc;}¡_e ... Resu- miendo, que se _le_e_ a._l-iegeL cor;np.el_.instaurador ,de-Ja .Jn_q_d~rpi<fad fi}_()sófil=ª-' Cosa que expresa muy bien Merleau-Ponty cuando preci- s':im.ente comenta una conferencia sobre el existencialismo de Hegel que Jean Hyppolite pronunció en 1945: «Hegel es el origen de todo lo que se ha hecho de importancia desde hace un siglo, por ejemplo del marxismo, de Nietzsche, de la fenomenología alemana, del psi- coanálisis; inaugura los intentos de exploración y de integración de lo irracional en una razón ampliada, cosa que continúa siendo la ta- rea de este siglo.»16 Y prosigue: «Lo que ocurre es que los descen- dientes de Hegel han insistido mucho más en la parte de su herencia que rechuaban que en lo que le debían.» Merleau-Ponty concluye di- ciendo que la tarea más urgente consiste en «relacionar con su origen hegeliano las doctrinas ingratas que tratan de olvidarlo». 17 43 Por lo tanto, para comprender todav1a mejor la importancia ca- pital de este «descubrimientQ)) de Hegel, hay que conectarla con una de las ramas de su descendencia, de acuerdo con la disposición de las filiaciones según la perspectiva de la época: se trata, eviden- temente, del marxismo. El propio Jean Hyppolite proclamó este do- ble proceso durante otra conferencia, también pronunciada en la Maison de France de Uppsala, en diciembre de 1955: «Nosotros lle- gábamos con retraso a un hegelianismo que había invadido toda Europa excepto Francia, pero llegábamos a él a través de la Feno- menología del espfritu, la oi::>ra de juventud menos conocida, y a tra- vés de la posible relación entre Mane y Hegel. Ya habíamos contado con socialistas y con filósofos en Francia, pero Hegel y Marx toda- vía no habían penetrado en la filosofía francesa. En la actualidad, es cosa hecha. La discusión sobre marxismo y hegelianismo está a la orden del día.>>18 Esta transformación radical en el campo de la filosofía va a aca- rrear graves consecuencias: el marxismo adquiere su ciudadanía de pleno derecho, antes de convertirse de manera fulminante en «el lí- mite infranqueable de nuestra época», tal y como dirá Sartre en la Critica de la razón dialéctica, y en cualquier caso en la frontera de un · sinfín de intelectuales durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Así pues, Hyppolite representaba la encarnación de la apertura hacia todo lo que iba a apasionar a la generación de Foucault: Marx, pero también Nietzsche, Freud ... Y en el fondo,Foucault no está tan lejos de Mer)eau-Ponty cuando declara, en 1970, en su con- ferencia inaugural en el College de France, evocando el recuerdo de su profesor: «Toda nuestra época, sea a través de Marx o a través de Nietzsche, trata de Hbrarse de Hegel... Pero librarse de Hegel real- mente implica la apreciación del valor exacto de lo que cuesta ale- jarse de él; y tal cosa supone saber hasta qué punto, con insidia tal vez, se acercó Hegel a nosotros; supone conocer, dentro de lo que nos permite pensar oponiéndonos a Hegel, lo que sigue siendo he- geliano; y calibrar en qué medida nuestra oposición contra él no es tal vez un ardid que esgrimeél en contra nuestra;·y al final del cual nos espera, inmóvil y en otra parte. Pues, si más de uno de nosotros está en deuda con Jean Hyppolíte, es porque infatigablemente ha recorrido, para nosotros y antes que nosotros, este camino gracias al 44 .. 14 •-3 cual es devuelto a él, pero de otro modo, y se encuentra obligado, más -adelante, a abandonarlo de nuevo.» 19 Más de veinte años han transcurrido entre el momento en el que Merleau-Ponty asignó a la filosofía la tarea de ligar pensamientos ingratos a su fuente hege- liana, y aquel año 1970 en el que Foucault invoca el trabajo que efectivamente llevó Hyppolite a cabo, ante la mirada de una gene- ración de aprendices de filósofos a cuya formación el propio Hyp- polite contribuyó en amplia medida. Michel Foucault, en un homenaje que pronunció poco después del fallecimiento de Hyppolite, en octubre de 1968, durante una ce- remonia que organizó Louis Althusser en la rue d'Ulm, y que se pu- blicó en 1969 en Ja Revue de métaphysi.r.¡ue et de morale, agregará: «Todos estos problemas que son los nuestros, para nosotros, sus alumnos del pasado, los planteó él, los delimitó ( ... ],los formuló en Lógica Y existencia, que es uno de los libros importantes de nuestra época. Justo al acabar la guerra, nos enseñaba a pensar sobre la co- nexión de la violencia y del pensamiento; recientemente, a pensar en la cone:x:ión de la lógica y de la existencia; hace cuatro días ape- nas, nos propuso pensar sobre la conexión entre el contenido del conocimiento y la necesidad formal; nos ha enseñado, finalmente, que el pensamiento es una práctica incesante, que es l)na manera determinada de utilizar la no-filosofía, pero permaneciendo siempre lo más próximo posible a ella, allí donde surge la existencia.»20 Michel Foucault escribirá otro texto de homenaje a Hyppolite, para un libro colectivo que él dirigirá, y en el que también partici- parán Martial Gueroult, Michel Serres, Georges Canguilhem, Jean La~lanche, Suzanne Bachelard, Jean-Claude Pariente ... 21 Su partici- pactón, que se ha hecho famosa, versa, cosa que a nadie sorpren- derá, sobre Nietzsche, la geneaLogía, la historia. Aquella «v-oz de Hegel» que de repente resuena en los oídos de los cincuenta muchachos del lycée Henri-IV, durante aquel otofio del afio 1945, les produce el efecto de un auténtico encontronazo intelectual -habrfa que decir existencial-. Pero «Hipal», «el maes- tro Hipa!» como Foucault acostumbrará llamarle más adelante, es trasladado a la Facultad de Letras de Estrasburgo, donde da clases 45 Georges Canguilhem. Sus alumnos apenas habrán podido escu- charle durante dos meses, y resulta que les abandona y les deja con la miel en la boca. Foucault tendrá que esperar unos a.f'íos antes de _ volver a toparse con él, en la Sorbona y en la Ecole Normale. Hyp- ,, polite es. sustituido por un hombre muy gds, que además sabe per- fectamente que no va a tener más remedio que someterse a la com- paración con aquel hombre brillante que hiw que el gran estre- mecimiento de la epopeya filosófica se expandiera entre las filas del aula. Los cincuenta alumnos pasan de la admiración a la burla y se mofan de aquel «gnomo», «feo como un pecado», tal y como lo describen varios testigos, y que, en primer lugar, es incapaz de sacar de sus apuntes algo más que unas inacabables horas de aburri- miento. Le gusta citar a Boutroux y a Lachelier. Qué lejos .esta- · mos de la modernidad filosófica en pleno proceso de redescubri- miento de sí misma. Y los alumnos no paran de alborotar. Un día, M. Dreyfus-Lefoyer se hunde literalmente: «Y a sé que no estoy a la altura de Hyppolite· -exclama con la voz tomada, ronco de'emoción y de impotente. rabia-, pero hago todo lo que puedo para pennitir- les aprobar la oposición.» Por su parte, Foucault se mete de lleno en el juego filosófico y se entrega a él con verdadero entusiasmo. Sus_ resultados escolares e-xperimentan un salro adelante: a finales del primer trimestre había obtenido un 9,5 en el examen parcial de control y se coloca en el vigésimo segundo lugar del curso (aunque sin embargo con la si- guiente observación: «Vale mucho más que la calificación alcanzada; debería deshacerse de una cierta tendencia al hermetismo; es un espí- ritu riguroso; notas de disertación: 14 y 14,5.»). A finales del segundo trimestre sigue en vigésimo segundo lugar, con la misma nota en el preex.amen; pero acaba el curso siendo primero con un 1 S. Con esta elogiosa observación de su profesor: «Alumno de élite.>> <<De élite» en filosofla, pero también en historia; se sitúa en sép- timo lugar con un 13 durante el primer trimestre, lo que merece esta observación: «.Buen trabajo. Resultados muy prometedores>>, y asciende alprimer lugar a final de curso, con un: 16 y esta observa- ción: «Resultados muy buenos.>) Todos los profesores coinciden, en lo que al caso FoucauJt se refiere. «Es un espíritu activo -escribe en el cuaderno de calificaciones M. Boudout, el profesor de literatura-, 46 " ~ t ;" 1 ' 1 t ~ ~ P. ~ 1 1 · h~ce gala de buen gusto literario.» Y en traducción del francés al la- tín, Fouca,ul.t escala del trigésimo primer lugar, «resultados acepta- bles», al dec1mo, «alumno excelente». En griego, se coloca en cuarto lugar. Hasta el punto de que el director, a modo de resumen de toda la serie de observaciones qu~ figuran en el cuaderno escolar, puede emitir este veredicto ftna]: «Merece aprobar.» '- 47 3. EN LA RUE D'ULM En esta ocasión supera el obstáculo sin problemas: las p~ebas escritas supusieron una mera formalidad. Paul-Michel es aprobado. Así pues, una preciosa mañana del mes de julio de 1946, puede comparecer ante los dos examinadores que le harán pasar las prue- bas orales de filosofía en el Salón de Actos en el primer piso del edificio de la rue d'Ulm: Pierre-Maxime Schuhl, catedrático de la Facultad de Letras de Toulouse, y Georges Canguilhem, figura des- tacada de la filosofía universitaria francesa, que imparte historia de las ciencias en la Facultad de Letras de Estrasburgo. Es la primera vez que Foucault se topa con aquel hombre bajito cuyos modales _ bruscos contrastan singularmence con un habla meridional que más bien incita a suponerle un carácter afable y abierto. Es la primera vez, pero no será, ni remotamente, la última. Pues Michel Foucault aquel día no sólo tenía una cita con la rue d'Ulm y las promesas que esta institución venerable parece ofrecer a los que entran en ella, sino que también, de algún modo, tenía una cita con su propio porvenir: conocería a uno de los personajes que iban a desempefiar un papel fundamental en su itinerario y en su historia. Foucault volverá a toparse con Canguilhem unos años más tarde, cuando se presente a las pruebas orales del examen de agregado. Conservará, por cierto, muy mal recuerdo de estos dos contactos iniciales. Pero se encontrará con Canguilhem, sobre todo, cuando tenga que esco- ger a un director para su tesis sobre la His"toria de la locura. Este último motivo dará pie al nacimiento de una amistad y una esti- ma muy profundas entre ambos. Pero todavía no hemos llegado a esto. Por
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