Logo Studenta

ricardo-rodulfo-trastornos-narcisistas-no-psicc3b3ticos (1)

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

TRASTORNOS NARCISISTAS NO PSICÓTieos 
Ricardo Rodulfo (compilador) 
Clelia Duacastella • Alicia Fernández 
Carmen Fusca• Nora González 
María del Carmen Grizzuti • Alicia Lo Giúdice 
Amelia Pugliese • Mónica Rodríguez 
Marisa Rodulfo • Fabiana Tomei 
lVIario Waserman 
TRASTORNOS NARCISISTAS 
NO PSICÓTICOS 
Estudios psicoanalíticos sobre 
problemáticas del cuerpo, 
el espacio y el aprendizaje 
en niños y adolescentes 
~11~ 
PAIDÓS 
Buenos Aires • Barcelona • México 
Cubierta de Gustavo Macri 
la. edición, 1995 
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina 
Queda hecho el depósito que previene la ley 1 1.723 
© Copyright de todas las ediciones by 
Editorial Paidós SAICF 
Defensa 599, Buenos Aires 
Ediciones Paidós Ibérica S.A. 
Mariano Cttbí 92, Barcelona 
Editorial Paidós Mexicana S.A. 
Rubén Darío 118, México D.F. 
La reproducción tolal o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o 
modificada, escrita a máquina, por el sistema "multigraph", mimeógrafo, impreso por 
fotocopias, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reser-
vados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. 
ISBN 950-12-4186-6 
ÍNDICE 
Introducción para una introducción......................... 11 
l. El niño del trastorno, Ricardo Rodulfo ... . .. .. .. .. .. 17 
A modo de apéndice............................................. 50 
2. El psicoanálisis con niños que no aprenden. 
Parte I, Marisa Rodulfo ...................................... 53 
3. La infinitud de los fines en psicoanálisis de 
niños con trastornos del desarrollo, 
Marisa Rodulfo ........ ....... .... .. ........ ...... ...... ........... 65 
4. Pensando en los trastornos del cuerpo, 
Mario Waserman.................................................. 87 
Introducción intertextual a los trastornos del 
cuerpo................................................................... 88 
Introducción del analista... ................................ 92 
Introducción al problema epistemológico .... .. . . . . . 94 
Un poco más de cultura....................................... 97 
Introducción de la necesidad ............................... 103 
Perturbaciones psicosomáticas en la temprana 
infancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 O 7 
El cuerpo desmentalizado ................... .... .... .... .... 119 
5. Reflexiones acerca de los trastornos 
psicosomáticos a la luz de cinco casos aquí 
expuestos, Fabiana Tomei. .. .. .. .. .... .. . . .. .. . . . ... .. . . .. .. 127 
9 
6. El trastorno y el trabajo interdisciplinario, 
Carmen Fusca y Ricardo Rodulfo ....................... 157 
7. Jugar en el vacío, Ricardo Rodulf'o ...................... 183 
8. Aburrirse = aburrarse, Alicia Fernández ... ........ 205 
9. Veo veo: dos hermanos dos, Nora González, 
Mnrfa del Carmen Griz.zuti y .A.melia Puglic.se . .. 217 
Algunas conclusiones ........................................... 244 
10. Los trabajos del analista en el tratamiento de 
una adolescente con un trastorno narcisista no 
psicótico, Mónica Rodríguez y Ricardo Rodulfo. 251 
11. Los adolescentes y la categoría del trastorno. 
Observaciones en la escuela de recuperación, 
Clelia Duacastella ................................................ 283 
12. Los trabajos de la memoria. Re-inscribiendo, 
recuperando una historia, Alicia Lo Giúdice ..... 301 
Bibliografía .. .. .. . . .. .. .. .. . . .. .. . . .. . . . . .. .. .. . . .. .. .. .. .. .. . . .. . . .. 323 
13. La permanencia del objeto y la constitución de 
1a función de síntesis en los trastornos 
narcisistas no psicóticos. Parte II, 
Marisa Rodulfo .. . . . . . . .. . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . 325 
14. El síndrome del aburrimiento, Ricardo Rodulfo 341 
10 
INTRODUCCIÓN PARA UNA INTRODUCCIÓN 
En primera instancia, este libro -dedicado particu-
larmente al psicoanalista y al educador, pero de interés 
para otros especialistas, como por ejemplo el neurólogo y 
el fonoaudiólogo- está orientado a fines eminentemente 
prácticos (vale decir, del orden de lo cotidiano, de las pre-
ocupaciones del trabajo de todos los días): el diagnóstico 
y el tratamiento -q1.le por lo general requieren tanto del 
clínico como del pskopedagogo o del maestro especial, 
cuando no de medic~ción destinada al sistema nervioso-
de niños y adolescentes, abundantes en número, que 
pueden ser mejor comprendidos y ayudados dentro de la 
delimitación que aquí se propone y se fundamenta para 
pensarlos: la categoría del trastorno. 
El texto procura una consideración lo más minuciosa 
y exhaustiva posible de los diversos fenómenos reunidos 
y ordenados en torno a este eje, así como ae la especifici-
dad de las intervenciones que su terapéutica requiere. 
Pero, al mismo tiempo, esto no puede hacerse sin 
poner en juego el cuestionamiento de ciertos preceptos 
demasiado memorizados en la psicopatología infanto-
juvenil de inspiración psicoanalítica; en particular, su 
estar dominada por la oposición sumaria neurosis/psico-
sis (la noción cada vez más impresionista -a medida que 
se despliegan reacomodamientos socioculturales de gran 
11 
magnitud- de "perversiones" no incide en lo esencial del 
imaginario de la práctica clínica sobre la hegemonía de 
dicho orden binario). En las páginas que siguen, este 
cuestionamiento se lleva muy a fondo, tanto en el plano 
de establecer criterios para el diagnóstico diferencial 
como en las primeras incursiones de fundamentación 
metapsicológicas, y ya desde el nmnbre mismo, que no se 
deja reducir a ninguno de los términos de aquella oposi-
ción. No se trata de añadir, aunque también se añade; se 
trata de abrir una problemática demasiado esquemática-
mente gobernada por la procustiana compulsión, ante la 
consulta por un niño, a forzar "si no es neurótico, es psi-
cótico". Esto requiere de algunas consideraciones adicio-
nales. 
En diversos sitios -como por ejemplo el Seminario 
dedicado a la angustia- Lacan examinó y discutió la pro-
pensión de algunos psicoanalistas ingleses a distribuir 
los títulos de psicosis con demasiada facilidad. Lamenta-
blemente, la necesidad-de esta rectificación se vio empa-
ñada por una devolución indiscriminada de territorios a 
la neurosis; acaso porque Lacan era psiquiatra de origen 
y no pudo no psiquiatrizar el sistema de denominaciones 
freudiano, tratándolo como si Freud hubiera trazado los 
contornos globales de la psicopatología sin dejar nada 
fuera o por venir; acaso porque aunque el psicoanálisis 
es en sí mismo un suplemento, en el interior de sus már-
genes sus practicantes suelen estar tan dominados por la 
complementariedad como en otros campos otros profesio-
nales, y el par neurosis-psicosis es un atractivo paradig-
ma de orden complementario. 
Sin embargo, creo que esto no basta para explicar 
que la discusión sobre delimitaciones en psicopatología 
se erppantanase en esta opción esquemática: ¿es neuróti-
co o psicótico? El origen del mal debe ser localizado, a mi 
juicio, en una operación teórica más precisa, paradójica-
12 
mente a cargo de una psicoanalista enteran1ente compro-
metida con el origen del mal: Nlelanie Klein. En sus tex-
tos se verifica la desaparición, el sepultamiento, el nau-
fragio, de la categoría "narcisismo". Cuando ella o alguna 
de sus discípulas (Heimann, Isaacs) se refieren explícita-
mente a esto, lo hacen en el nombre oficial de las relacio-
nes objeta1es. Pero la operación de fondo es otra y de ella 
responde la ecuación narcisismo= psicosis. Lo temprano, 
lo arcaico, lo primero, lo primitivo (todas aquellas nocio-
nes que justificaban en psicoanálisis "la introducción del 
narcisismo") es asimilado, más crudamente, sinoniniiza-do, con psicosis. Una defensa temprana, por ejemplo, 
relativa a las primeras experiencias· de ansiedad, se 
identificará como defensa ante angustias psicóticas. Por 
eso mismo, los "núcleos psicóticos" se elevarán a la cate-
goría de invariante estructural del psiquismo, lo que 
cobra otra coherencia si pensamos que "núcleo psicótico" 
está reemplazando ahora a lo que en otra perspectiva 
serían tiempos o formaciones o estructuras del narcisis-
mo. 
Sería difícil exagerar o justipreciar la impregnación 
de esta ecuación de pasaje en el imaginario psicoanalíti-
co, incluso en aquellos que formalmente no aceptarían de 
buena gana ser alineados como "kleinianos" (no tanto por 
preservar su independencia como su derecho a alinearse 
en otras líneas). En el "inconsciente teórico" del psicoa-
nálisis quedó enlazado de una manera demasiado direc-
ta y sin plantearse mayores problemas 'narcisista' a 'psi-
cótico', 'arcaico' a 'psicótico', etcétera. Es cierto que esto 
ya venía prefigurado por el evolutivismo que Abraham 
encarnaba tan bien -sin contar las propias ecuaciones 
freudianas-, pero en aquellos autores existía el término 
narcisismo, lo cual preserva cierta mínima diferencia con 
'psicosis', que Melanie Klein resueltamente borra. Se 
entiende que, formando parte de este mismo movimien-
13 
to, ella se vea llevada a semejante universalización de la 
psicosis como la que su teoría promovió: el narcisismo es 
una dimensión invariante de la experiencia humana, y 
IGein lo acababa de sustituir por nociones como la de 
"ansiedades psicóticas". 
Con esta ecuación campeando, desapareció para el 
psicoanalista la posibilidad de pensar en una patología 
narcisista desvinculada, y aun radicalmente ajena, de 
las peripecias psicóticas (la consideración del autismo, 
afección vavísima pero heterogénea a aquéllas, sufrió 
por esta misma reducción, que se acostumbró a agrupar 
'autismo y psicosis' como hermanos casi gemelos, siem-
pre contiguos: la metonimia es harto elocuente): y es el 
caso que lo esencial de lo que aquí proponemos para el 
diagnóstico y tratamiento de los trastornos narcisistas 
no psicóticos depende entrañablemente de que podamos 
desolidarizar una categoría de la otra, pensando su 
superposición como un subconjunto (siendo además erró-
neo que las cuestiones involucradas en las psicosis se 
limiten exclusivamente a problemáticas del narcisismo, 
punto éste que Lacan, los Lefort y otros autores se han 
esforzado en aclarar). Por lo tanto, la desimplicación 
entre psicosis y na.rcisismo está en la base misma de este 
texto. Es su condición de posibilidad. Por otra parte, des-
de una perspectiva personal, en este libro prosigo la 
investigación sobre el juego, abierta en textos anteriores. 
Sólo resta añadir que las páginas que siguen llevan 
la huella de un acontecimiento: la doble Jornada (junio-
noviembre de 1993) organizada por la Fundación Estu-
dios Clínicos en Psicoanálisis sobre el Trastorno en la 
Niñez y Adolescencia. En términos generales, todo lo allí 
trabajado sirvió de borrador para la escritura propia-
mente dicha de este libro. 
EL COMPILADOR 
14 
AGRADECIMIENTOS 
El de los agradecimientos, en un libro como éste, 
constituye uno de los rubros de fronteras más inciertas 
e imprecisables. Pero a fuerza de acotar sin olvido de lo 
esencial quisiera en primer término decir mi reconoci-
miento a todos aquellos -no siempre muchos, pero cada 
vez una presencia significativa- que en el curso de 
estos años apoyaran con su interés y asociaciones, clíni-
cas o no, mis esfuerzos por destrabar la psicopatología 
de inspiración psicoanalítica de su forzada reducción a 
la polaridad neurosis-psicosis: estudiantes no pocas 
veces -tras vencer el peso de la resistencia 'estructura-
lista' -, colegas de toda laya. Puesto a pormenorizar, 
Marité Cena y Marilú Pelento siempre tomaron en 
serio mi intento, en particular el hecho de la delimita-
ción de una formación específica que podría llamarse 
trastorno narcisista no psicótico (formación en cuya his-
toria, por lo dem~s, están plenamente involucradas, 
junto con mi amigo Mario Waserman). El doctor Jaime 
Tallis, desde la neuropediatría, me hizo llegar su inte-
rés en observaciones e interrogantes -en particular 
15 
sobre la incidencia del factor orgánico- cuya pertinen-
cia le agradezco. 
Roxana Gandarillas, mi secretaria, me acompañó en 
todo el arduo proceso de compilación y corrección. 
16 
l. EL NIÑO DEL TRASTORNO 
Ricardo Rodulfo 
Es inevitable, incluso por razones relacionadas con 
la temática de hoy, al empezar la jornada evocar el 
encuentro "Pensar la niñez". 1 No estaría mal que se vol-
viera a dar ese sabor de cierta efervescencia, cierto calor 
de trabajo, tan importante como fue para alcanzar un 
clima de libertad de pensamiento, que es como decir 
acceder a la libertad para preguntar, para interrogar; 
siendo casi una redundancia, un pleonasmo, lo que 
separa 'libertad' de 'pensamiento'. En esta ocasión, ade-
más, existe una diferencia, ya que, como Fundación, es 
la primera vez que presentamos algo público organizado 
sólo por nosotros. 
Quisiera subrayar en esta apertura lo que la pro-
puesta de trabajo implica: procurar abrir una proble-
mática, problemática sobre la cual retornaremos en una 
segunda parte, en noviembre, procurando mantener, 
salvaguardar, el carácter de apertura, de problematiza-
ción, no en la entonación de un saber ya pretendida-
l. Referencia al Encuentro Psicoanalítico Interdisciplinario orga-
nizado por la Fundación Estudios Clínicos en Psicoanálisis, la Funda-
ción Diarios Clínicos, el licenciado Juan Carlos Fernández, y celebra-
do del 5 al 8 de noviembre de 1992. 
17 
mente sistematizado sobre ella. Tengo que hacer tam-
bién una observación sobre el título: ocurre siempre un 
cierto desplazamiento cada vez que anuncio un título 
futuro; entonces debo hacerme cargo de ese desplaza-
miento y a él dedicarle mi primer comentario. En lo que 
sigue trataremos de lo que -con más de una intención-
llamaré trastornos narcisistas no psicóticos y en una 
doble dimensión: clínica, por una parte, y teórica, por la 
otra. En primer lugar, me dedicaré a ciertos retratos, 
retratos clínicos, porque se trata de un tema que hay 
que dibujar para transmitir criterios de reconocimiento; 
luego, dedicaré la segunda parte más a una explicación 
teórica, lo cual en mi propio estilo implica que mi reco-
rrido va a trazarse mezclando en distintas proporciones 
elementos clínicos y elementos teóricos, lo que llamo 
específicamente estudio: se trata aquí de hacer un es-
tudio. 
Ya que estas jornadas están bajo el significante de la 
niñez y la adolescencia, posiblemente sea una buena idea 
comenzar con un pequeño fragmento perteneciente a un 
paciente adulto, a un hombre entre los 30 y los 40 años, 
como para provocar de entrada, en relación con el des-
borde continuo y la transferencia continua que desde 
una práctica con niños y adolescentes se hace, el trabajo 
del analista con los pacientes adultos; además, este 
material, que puntuaré muy brevemente, tiene la venta-
ja de ser tenue, es decir no implica algo ni sumamente 
masivo ni de gravedad; es al mismo tiempo leve pero per-
sistente, irreductible. Al proceder así, comparto total-
mente la afirmación de Freud sobre la necesidad priori-
taria de esclarecer los casos más sencillos, sin andar 
tanto a la búsqueda del niño con siete jorobas sino de 
aquellos que cotidianamente llegan a distintos consulto-
rios, muchas veces por iniciativa de la escuela, a menudo 
por lo que no funciona en su aprendizaje. Introduzco 
18 
' 
1 
entonces algo de una sesión a su vez material de una 
supervisión. 2 
Es un hombre que acaba de empezar un trabajo muy 
distinto del que solía, y que conduce ahora su propio taxi. 
Recojamos, por el interés que le daremos,su comentario 
inicial al entrar en esa sesión: "¿Tengo facha de tache-
ro?". En seguida cuenta (y éste es el punto que quiero 
destacar) que le ocurrió algo curioso: llevando a un pasa-
jero, se pierde, pierde el rumbo en uno de los tantos 
barrios de la Capital Federal, y luego descubre que lo 
había hecho a muy poca distancia de una calle que fre-
cuentó asiduamente (y no hace tanto tiempo) durante 
diez años. Es también interesante destacar en esta deso-
rientación espacial qué caminos sigue la reintegración de 
la memoria. Esa integración, ese reconocimiento, viene 
de lo perceptual, tiene que ir a ver; no es por la vía del 
recuerdo en el sentido de un trabajo de pensamiento, 
sino a ir a ver el lugar. Es éste un detalle interesante y 
que se puede usar de resignificador del comentario ini-
cial, porque parecería que un cambio de trabajo implica-
ra inmediatamente un cambio de identidad y de figura 
visual, y no es un trabajo distinto solamente: es otra 
identidad y que se inscribe en su "facha". Tampoco será 
irrelevante que en la nueva posición laboral él no reco-
nozca un sitio, pero en otra posición subjetiva sí. Hasta 
evocaríamos lo que Jean Piaget conceptualizó como ego-
centrismo, ya que los datos espaciales quedan demasiado 
adheridos a su posición cultural y subjetiva del momen-
to, porque lo que reconocía en un estatuto no lo reconoce 
en el otro. Retornaremos sobre esto. 
Ahora bien, el hecho de decir 'trastorno narcisista no 
psicótico' nos obliga a emprender un rodeo para situar la 
2. Y mi agradecimiento a la licenciada Mónica Lucio el 'préstamo' 
del material de sus propias reflexiones. 
19 
cuestión: por una parte, se trata de introducir, de abrir el 
preguntar en relación con una formación clínica que hace 
años viene rondando varias cabezas analíticas y dando 
luaar a diversos intentos en nuestra literatura. Pero esto 
b 
no se puede hacer sólo añadiendo. Mi hipótesis de fondo 
es que tal introducción, literalmente trastorna, no deja 
intacto todo lo que encuentra. Como en el caso de otras 
formaciones, 3 para darle cabida hace falta trastrocar, 
trastornar el sistema de la psicopatología en sus vertien-
tes un poco más estáticas, un poco más tradicionales; 
sobre todo, me refiero a esa psicopatología que intenta 
reducir todo el campo de las formaciones clínicas a tres 
estructuras: neurosis, psicosis y perversión. Ya decir 
'trastorno narcisista no psicótico' en el fondo pone en jue-
go algo de esto, porque 'no psicótico' tiene que ver con 
cierto esquematismo respecto a lo 'psicótico'; evoc~ría 
aquí la fuerte crítica que hace Nasio (justamente Nasio, 
el más creativo, acaso el único en el grupo que acompañó 
hasta sus últimos días a Jacques Lacan que merece lle-
var ya el título de poslacaniano, fuera de línea) en Los 
ojos de Laura 4 al vocablo 'psicosis', a su vaguedad, a su 
rígida imprecisión, al hecho de meter muchas cosas en la 
misma bolsa (se podría decir lo mismo o peor aún de la 
ingenuidad y el anacronismo que campean en la noción 
3. Se podría evocar el texto "sobre la justificación ... " que empren-
de Freud, separando delicadamente un complejo que llamaría "neuro-
sis de angustia" del campo que se conocía como "neurastenias". Este 
deslinde abrió el camino a toda la indagación psicoanalítica posterior 
respecto a las fobias, y no menos importante, ubicó a la angustia en 
tanto afecto en una posición relevante para el trabajo clínico. Por otra 
parte -y pese a los esfuerzos del mismo Freud- , la angustia será la 
formación que desbordará insistentemente la divisoria de aguas que 
aquél postuló contundente entre neurosis actuales y psiconeurosis. 
La angustia como fenómeno arruina sin cesar esta distinción, lo que 
finalmente Freud no deja, con cierta reluctancia, de recoger en Inhi-
bición, síntoma y angustia, casi 30 años más tarde. 
4. Buenos Aires, Amorrortu, 1988. 
20 
de perversión, con las enormes diversidades que sofocan 
al englobar). He aquí entonces una situación: introducir 
el trastorno narcisista no psicótico tiene que ver con 
esfuerzos que venimos haciendo diferentes analistas des-
de distintas posiciones para repensar las categorías de la 
psicopatología. Éste es un aspecto decisivo y en lo parti-
cular de nuestro tema merece ser fechado, recordando un 
texto pionero de fines de la década del 70. Texto que lleva 
firmas como las de Marité Cena y Mario Waserman y con 
un sabroso título: "Niños de difícil diagnóstico".s Ahora 
bien, "difícil diagnóstico", si se lee este trabajo, abre un 
doble sentido al apuntar de un mismo golpe a las comple-
jidades de la clínica de ese niño y a las dificultades para 
situarlo, y a la dificultad de hacer un diagnóstico si uno 
pretende ceñirse a la rigidez de las estructuras clásicas. 
Por otra parte, para ser menos solemnes deberíamos 
tener presente siempre que nuestras categorizaciones 
difícilmente eluden, difícilmente superan, pese a la pom-
posidad con que muchas veces las enunciamos, el carác-
ter de eso que popularmente se llama una 'bolsa de 
gatos'. No estaría mal no olvidar que aun en la mejor de 
nuestras diferenciaciones, en el estado actual de nuestra 
disciplina, siempre hay algo de bolsa de gatos y eso es 
mejor no formalizarlo demasiado, pues no sólo es una 
cosa negativa sino que comporta elementos positivos. 
Mi propósito de trazar un retrato (retrato en el senti-
do de la persona mixta, no un ente tipo único) puede 
también encontrar muy valiosos materiales en el campo 
estético. El cine, en particular, ha popularizado en la 
cuerda cómica de la comedia cierto personaje significati-
vo por la torpeza -aspecto o rasgo éste que descubrire-
mos fundamental, eternamente marcado por repetidos 
desencuentros en el tiempo y en el espacio. Ineludible 
!5. Diarios clínicos, Buenos Aires, n2 2, 1990. 
21 
referencia a Peter Sellers en su inspector Clouzot que 
quería sal.ir por donde no había una puerta, o que exten-
día un brazo sin calcular que en ese preciso momento un 
cerramiento de vidrio venía hacia él, que por supuesto lo 
atravesaba con ese brazo. Otra ineludible referencia es 
Charle'!3 Chaplin en las ajustadas, acrobáticas péripecias 
de su personaje 'Carlitos', y aun tantas oti·as que habrían 
de incluir a no pocos cómicos argentinos, como Carlitas 
Balá. Lo cierto es que el trabajo estético sobre la torpeza 
nos permitió levantar una pista clínica de mucha impor-
tancia. Transcribo un pasaje de nuestro libro Pagar de 
más; es un artículo que se llama justamente "Trastornos 
narcisistas no psicóticos" escrito por Marísa Rodulfo con 
alguna colaboración mía, donde hay una pequeña sem-
blanza de esta clínica a la altura de ese momento, ya que 
el libro tiene varios años. 
En el territorio de los trastornos narcisistas no psicó-
ticos nos encontramos con un número abigarrado de fenó-
menos. Es un campo que abarca desde trastornos de con-
sideración y gravedad; desde problemáticas con base 
orgánica, hasta otras que no la tienen; desde trastornos 
que se presentan solos hasta otros que se hallan asocia-
dos a problemáticas neuróticas, o depresivas, o trastornos 
psicosomáticos en el mismo paciente. Abarca, por otra 
parte, trastornos de tipo espacial, de las distancias del 
propio cuerpo y referidos al otro; trastornos de la coordi-
nación fina, categorías tales como arriba/abajo, lejos/cer-
ca, derecha/izquierda, hasta trastornos en la abstracción, 
trastornos en la lecto-escritura, trastornos a nivel de 
cálculo, etcétera. Hay un campo muy disperso de fenóme-
nos. Acaso sea mejor aquí tomar el consejo de Freud: 
cuando existe heterogeneidad y diversidad en cuanto a la 
gravedad de la problemática tratada, lo mejor es comen-
zar a esclarecer primero lo más sencillo, a partir de las 
situaciones más símiles. 
Esta enumeración sigue siendo muy clara, especial-
22 
mente porque ha marcado toda una escalaque va desde 
lo leve, desde lo sutil, hasta las alteraciones de mayor 
gravedad, y por otra parte al marcar la posibilidad de 
coexistencia, de formaciones mixtas, por lo cual en lo que 
sigue me permitirá frecuentes incursiones en puntos de 
diagnóstico diferencial. Lo abigarrado clel inventario que 
se despliega pone además de relieve la necesidad de 
dibujar una diversidad de retratos: no puede haber uno 
solo, no hay un perfil único; desde el principio, se debe 
apelar a la variación. 
Introduje el material del paciente adulto corno pri-= 
mer boceto porque en él no había ni asomo de organici-
dad, mientras que en muchos casos los trastornos narci-
sistas vienen montados, vienen a caballo de lo que damos 
en llamar trastornos del desarrollo, 6 o por lo menos nos 
llegan muchas veces con diagnósticos neurológicos no 
siempre muy claros, o expresamente no definidos pero 
con la aclaración de que algo pasa a nivel del sistema 
nervioso central. También recibimos muchas consultas 
montadas sobre situaciones de debilidad o deficiencia, lo 
cual es entendible si pensamos que un compromiso cor-
poral temprano resulta en una exigencia de trabajo don-
de un niño fácilmente se puede extraviar narcisística-
mente. De todos modos y en todos los casos tendría el 
carácter de cierta 7 globalidad. ¿Qué quiero decir con 
esto? Que no se trata tanto de la formación puntual de 
6. Al respecto, remitimos al excelente libro de Alfredo Jerusa-
linsky y otros, Psicoanálisis en problemas de desarrollo infantil, Bue-
nos Aires, Nueva Visión, 1988, entre los escasos aportes psicoanalíti-
cos al tema. 
7. "Cierta", porque se la encuentra específicamente en el carácter 
del trastorno, en lo que lo distingue de un síntoma. No, en cambio, 
globalidad de lo subjetivo: el niño con un trastorno no es, en princi-
pio, todo trastorno. Lo tiene, pero no lo 'es': Esta imprudencia en 
cuanto al ser constituye lo más problemático de toda psicopatología. 
23 
"!a laguna" en la memoria; se tratará más bien de la 
memoria como laguna. No es éste un ejemplo al azar de 
los ejemplos, sino de un rasgo a retener bajo esta imagen 
de la 'rnemoria corno laguna'; quien asiste al niño, quien 
trabaja con él ( maestro, etcétera), se queja característica-
mente de que lo que se le enseña lo aprende pero lo 
olvida en seguida y hay que volver a empezar. Pareja-
mente no se trata de un acto torpe en tanto acto fallido, 
sino de una torpeza crónica, como la del inspector Clou-
zot; no es que le pase algo en determinadas situaciones, 
como lo trabaja Freud en Psicopatología de la vida coti-
diana; cuando aquí se dice 'torpe', esto no modifica el 
verbo sino el sustantivo; no es un acto torpe, es un indi-
viduo torpe (luego vamos a tener que especificar las con-
diciones de esta torpeza). Involucra lo expuesto siempre 
entonces cierta dimensión de globalidad; no es quien una 
vez se desorienta sino quien lo padece 'regularmente'; así 
una paciente adulta, cuando salía del consultorio jamás 
sabía si tenía que ir hacia la izquierda o hacia la dere-
cha, y esto no estaba en relación con el contenido ni con 
las experiencias transferenciales de esa sesión. Lo cual 
acarrea un problema nuevo para el psicoanálisis: el psi-
coanálisis originariamente no se inventó para este tipo 
de pacientes. Cuando Freud habla, por ejemplo, de la 
represión, la caracterizará como "altamente individual", 
destinada a recaer sobre un solo elemento. El psicoanáli-
sis se mide en su emergencia con formaciones no tan glo-
bales; por eso mismo el interés paradigmático por el acto 
fallido, que es un fenómeno que acaso, en principio, ocu-
rra una sola vez en la vida. Conviene añadir que es ésta 
una situación paradójica, porque sin embargo el psicoa-
nálisis suele ser muy eficaz en el tratamiento de estas 
problemáticas; por muy torpes que seamos como analis-
tas es raro que no se prod11zca ningún tipo de mejoría 
cuando trabajarnos con ellas, y a veces se llegan a dar 
24 
curaciones realmente importantes. Otras muchas, por lo 
menos mejorías parciales, o recuperaciones significativas 
asociadas por lo general a un trabajo jnterdisciplinario. 
No menos importante es la otra consecuencia de acer-
carse a este género d~ pacientes: el psicoanálisis está clá-
sicamente acostumbrado a trabajar en el plano de la sig-
nificación, que precisamente aquí no le sirve; el plano de 
descifrar el sentido inconsciente puntual de tal hecho, lo 
cual presupone una dinámica del psiquismo responsable, 
según las líneas de cierta coyuntura, de ese fenómeno 
-pasajero o estable, pero siempre local- cuya clave se 
quiere despejar. Pero aquí es toda una función la compro-
metida: así, en el caso de la torpeza que estamos exami-
nando, se trata de una torpeza que forma parte de él, por 
lo tanto es inútil tratar de encararla como un fenómeno 
que en ese momento ocurriría por una razón inconsciente 
por encontrar. Esto implica todo un problema no fácil de 
resolver. 
El segundo rasgo (de propósito, en una puntuación no 
exhaustiva y poco ordenada para no desvirtuar el carác-
ter fragmentario de nuestra investigación) es el que his-
tóricamente primero localizamos, como se constata en 
muchas páginas de Pagar de más o en muchos pasajes de 
El nii'ío y el significante.a Es un trastorno en la proble-
mática del juego del carretel o del fort/da; é;l.parece en 
estos niños como una adquisición precaria, no satisfacto-
ria, poco desarrollada, del jugar con la presencia y la 
ausencia; sobre todo el ida y vuelta, la alternancia entre 
esa presencia y esa ausencia, que normalmente se des-
pliega en tantos juegos de allá/aquí, a.cercamiento/aleja-
8. Pagar de más, Buenos Aires, Nueva Visión, 1989, producto 
colectivo compilado por mí de la Cátedra de Clínica de Niños y Ado-
lescentes, Facultad de Psicología, UBA; El niñp y el significante, Bue-
nos Aires, Paidós, 1989, sólo de mi firma, véase en particular el capí-
tulo 9. 
25 
miento, esconderse/reaparecer. Para decirlo de una 
manera bien clínica: esto lo encontramos descuajeringa-
do, no constituido, y tan notoriamente que pronto llama 
nuestra atención. Un tercer aspecto se deduce en buena 
medida del anterior: niños que requieren mucho de la 
presencia conc1~eta de otra persona, del auxilio ajeno 
para decirlo en el viejo lenguaje freudiano, y requieren 
mucho de lo visual en ese sentido,. como lo indica el 
paciente que primero presentamos. Ver al otro a su lado 
es un requisito demasiado fundamental. Esta necesidad 
se manifiesta en múltiples pedidos de ayuda. Caracterís-
ticamente, los padres nos comentarán: 'Si hago los debe-
res con él es una cosa, la letra es mejor; si lo dejo solo, la 
letra es un desastre'. Primera ocasión para un ejercicio 
de diagnóstico diferencial: la hipertrofia de lo visual, la 
condición de estar siempre en el campo de la mirada y, 
por eso mismo, el ser niños adhesivos, excesivamente 
presentes y excesivamente atentos a nuestra presencia, 
debe cuidadosamente deslindarse de las formaciones 
depresivas, donde el paciente también depende de la 
mirada y de la presencia efectiva del otro, pero en la bús-
queda de una aprobación nunca terminada de escribirse; 
en el sentido, entonces, de un vano acopio de suministros 
para la regulación de su autoestima, y diferenciarse tam-
bién de una sobreinvestidura de lo visual cuando 
emprende una dirección más ligada a la seducción, al 
exhibicionismo más o menos corriente o un tanto neuró-
tico. En lo que nos ocupa se trata más bien de que el otro 
lo ordene, de que la mirada del otro, su presencia efecti-
va, funcione como un ordenador de su experiencia, sin el 
cual ésta fácilmente cae en la desorganización, y en un 
muy característico descontrol motor, que no pocas veces 
toma apariencias hiperquinéticas. 
Otro rasgo a tener en cuenta es el que señala Sami-
Ali como "ausencia global de marco de referencia",resti-
26 
tuido en el recurso al otro. Al Tespecto, es tiempo de 
puntualizar que la calificación, el apelativo de 'indiscri-
minado', del que se usa y se abusa con estos niiíos (por 
ejemplo, en referencia a su decir "vos" queTiendo decir 
"yo", índice elocuente de una especularidad demasiado 
fija, demasiado irreversible) es en su tosquedad descrip-
tiva un término indiscriminador, que revela mejor la 
indiscriminación del que teoriza que la indiscriminación 
de la que quisiera hablar. Más aún tratándose de niños, 
no es prudente empezar las cosas con 'in', con 'a', con 
'dis', con 'pre'; preferiríamos, de un modo más matizado y 
que se ajusta mejor a los hechos, hablar de modos diver-
sos de operarse la discriminación, que aquí cobra la for-
ma como el niño se discrimina siempre y solamente des-
de el punto de vista del otro (entendiendo que hay un 
otro que puede ser a veces un par que él valorice y otras 
un otro asimétrico, un otro adulto con el cual entabla 
una relación significativa). Precisar y desplegar calida-
des de discriminación que tienen sus límites, sus limita-
ciones, parece más fino que el rótulo groseramente ases-
tado de indiscriminación a secas que después termina 
por no dejarnos saber de qué hablamos y nos imposibilita 
diferenciar las formaciones entre sí. 
Existe otra característica también señalada por 
Sami-Ali, uno de los autores que más elementos nos han 
dado para trabajar en estas formaciones: la que él llama 
simplificación, refiriéndose a lo esquemático, a lo pobre, 
a lo tosco, en las producciones de estos niños. Nos será 
relativamente sencillo encontrarla en el dibujo de figuras 
humanas sin sutileza, en la calidad de su letra cuando 
escriben o en el contenido de sus juegos. Digamos por de 
pronto que no se distinguen por su complejidad. 
Intentando ahora puntuar cierto trastorno en la 
secuencia del jugar, tomaré prestada una expresión de 
Marisa Rodulfo, justamente porque luego me interesará 
27 
darle toda su resonancia teórica, y me referiré a un jugar 
que se diluye a poco de empezado, dilución que con fre-
cuencia se manifiesta en un tocar todos 'los chiches' sin 
jugar realmente con ninguno. Así, el armado de escenas 
solerá ser pobre o rápidamente perder su consistencia 
narrativa, diluyéndose en motricidad porque sí. Por esto 
misrno y po:r lo ya expuesto, será frecuente que lo mejor 
de la actividad lúdica se dé como dramatización, cuando 
apela al recurso de sostener una escena confiándonos un 
papel teatralizado o una serie de ellos. De este modo, las 
cosas se vertebran mejor para el niño. Por ótra parte, las 
ventajas de esta apertura a lo intersubjetiva, tan propia 
del trastorno, se ven equilibradas por un existir dema-
siado abierto a lo intersubjetiva; se vuelve difícil desarro-
llar sus propios conflictos. El trastorno así expuesto 
interfiere con el conflicto en el sentido de trastorno 
intrapsíquico, conflicto ya neurótico o tramitado de una 
manera más saludable (es decir, sin la necesidad de for-
maciones sintom~ticas permanentes). Winnicott ha dicho 
al respecto algo capital: cuando un niño tiene un conflic-
to -incluso y aun cuando este conflicto se haya estereoti-
pado como formación verdaderamente neurótica-, tiene 
algo propio, accede a la posibilidad de lo propio, que fácil-
mente se desplaza a lo enigmático. ¿Cuál será la signifi-
cación de ese conflicto, de ese síntoma? En cambio, los 
niños de los que hablamos no son enigmáticos. (Esta 
situación es distinta cuando se trata de un niño neuróti-
co que además presenta adosada una cierta zona de tras-
torno narcisista no psicótico.) 
La cuestión de la organización, del ordenarse desde 
el otro, implica una gama de matices a condición de no 
perder de vista esta dirección predominante. Si conside-
ramos para el caso la ordenación del pensamiento, no 
nos extrañará entonces encontrarla exterior al pensa-
miento mismo. Restituye secuencias por apelación a lo 
28 
corporal, como si dijéramos: habiendo eslabones de pen-
samiento que quedan vacíos, posiciones del cuerpo vie-
nen a reemplazarlas, cobrando valor asociativo. Imposi-
ble no citar en este contexto el caso de la señora P., 
testimonio muy brillante, tal como lo recoge y procesa 
Sami-Ali.9 La señora P. nos contará que s:i ella quiere 
acordarse de algo que deja olvidado, cosa que le ocurre 
continuamente, tiene que ponerse en la posición tal cual 
estaba cuando iba a hacer eso; entonces, en esa posición 
corporal, recuerda. Análogamente, otra paciente, para 
orientarse en un dibujo que está realizando, utiliza sus 
manos, no para dibujarlas como tema de su creación, 
sino sus manos fuera del dibujo, dándole a éste una refe-
rencia que su propia disposición no podría encontrar. Es 
ésta una dimensión que nos conduce a lo que la señora P. 
designará de una manera muy interesante: "Tengo la 
cabeza vacía". Detengámonos en ese vacío, y pensemos 
que entonces a esta cabeza vacía tiene que responder un 
cierto lleno de cuerpo para salvar ese eslabón faltante 
(retengamos esto, que va a tener máxima importancia a 
la hora de la teorización). 
Otra impresión clínica, que también Sami-Ali ha 
recogido y que nosotros siempre confirmamos, es que los 
caminos del pensamiento son muy lábiles, son trayectos 
que se hacen y se deshacen (de ahí las problemáticas de 
aprendizaje tan apremiantes). Quien les enseña algo, o 
les interpreta algo, o que trabaja con ellos en algún sen-
tido, hará la experiencia de lo que popularmente se dice 
como "escrito en el agua", escrito inestable que siempre 
se ,vuelve 1;1. deshacer. Es una de las razones por las que, 
con mucha frecuencia también, vamos a encontrarlos 
9. Cuerpo real, cuerpo imaginario, Buenos Aires, Paidós, 1992, 
cap. "Cuerpo y tiempo. Elementos para una teoría psicoanalítica del 
tiempo". 
29 
recurriendo a estereotipias, a acciones estereotipadas a 
fin de organizarse, acciones estereotipadas que llevan el 
sello de la obsesividad, pero no de la obsesividad en el 
sentido obsesional de la neurosis obsesiva, como retorno 
pasional y pulsante de lo reprimido, sino lo que prefiero 
deslindar como una obsesividad en la dirección de una 
actividad de liga o de intento de liga motriz ritualizado, 
puente sobre el vacío que desborda en mucho el campo 
de las neurosis obsesivas y sobre todo muy ajeno a la 
'loca' obsesionalídad de la neurosis obsesiva, aunque se 
la suele confundir sin más recaudos. Sami-Ali habla al 
respecto de "seudoobsesividad"; yo prefiero hablar de 
'obsesividad' y reservar para las neurosis obsesivas el 
término de 'obsesionalidad'. A veces uno se pregunta si 
no son estereotipos de corte autístico, incluso, como los 
rituales a los que nos tienen acostumbrados los niños de 
esa condición, pero sin olvidarse las claras diferencias en 
cuanto al diagnóstico diferencial: una es la ya menciona-
da apertura que al otro tienen los niños del trastorno, 
esa apertura que dijimos excesiva y que además conlleva 
otro tono afectivo; se trata aquí siempre de patologías 
calientes, y no de patologías frías como las del autismo. 
Por otra parte, una posición de escritura decisiva es que 
el primer niño invariablemente usa al otro para organi-
zarse, lo cual es enteramente ajeno al autismo, que lo 
usa sólo y a lo sumo para obtener una sensación. Tam-
bién se diferenciará de un niño del tipo de los que Tustin 
ubica dentro de las psicosis confusionales, porque no está 
en juego, en el niño con trastorno, un enredo a nivel pic-
togramático con el cuerpo del otro, sino de cierto uso 
especular del otro, del otro como espejo para orientarse, 
lo cual es muy diferente. Sin olvidarse que no les encon-
traremos trazo alguno de pensamiento o de potencial 
delirante (siguiendo las conceptualizaciones de Aulag-
nier) ni tampoco de actividades alucinatorias. 
30 
Prosiguiendo este primer esfuerzo,rastrearemos 
otros elementos diferenciales en la rigidez con que se 
configuran ciertos trayectos, más allá de los cuales el 
paciente 'no ve' a su alrededor. Urge desmarcar en prin-
cipio tal fijeza con la de los trayectos fóbicos. 
La misma señora P. que nos ha guiado ya, describe 
en detalle cómo, a fin ele no perderse, organizaba secuen-
cias para ir siempre por los mismos lugares, dar siempre 
los mismos pasos; extrae su moraleja de la única vez que 
quiere cambiar de calle para ir a un lugar y se extravía, 
aunque está en su barrio. En términos de apariencias se 
podría encontrar lo mismo en un fóbico, pero un 'lo mis-
mo' que no es igual. En la fobia, el trayecto se destina a 
evitar la angustia asociada al perderse, pero el paciente 
jamás se pierde; mientras que en cambio el sujeto del 
trastorno efectivamente se pierde, y no es el desarrollo 
de la angustia lo que cuenta. Correlativamente, la cate-
goría del acompañante -que también est4 presente en la 
medida en que estos niños permanentemente demandan 
compañía, toleran muy mal la soledad y nos requieren 
todo el tiempo para cosas que en general podrían hacer 
por sí mismos- experimenta un desplazamiento respecto 
del objeto acompañante fóbico. Probablemente, es mejor 
separarla conceptualmente y hablar de 'acompañante 
narcisista'. El acompañante narcisista está encargado de 
organizar los cuadros corporales y témpora-espaciales 
del acompañado y no como el acompañante fóbico consa-
grado a protegerlo de la emergencia solitaria de su de-
sear. 
La cuestión en juego es otra, pero en una fenomeno-
logía superficial se pueden confundir y superponer. Para 
evitarlo, hay que aprender a reconocer el relato de uno y 
otro. Al del trastorno le escucharemos decir que sabe ir a 
un lugar, pero no sabe reconstruir el camino en su abs-
tracción, ni sabrá cómo se llama el lugar (y esto desde ya 
31 
se reencuentra en muchos pacientes adultos), de qué 
calle se trata, etcétera. De explicarlo, tendría que ser 
como para que lo entendiera una hormiga: tres pasos 
para allá, dos pasos para acá ... aunque, ya mayores, lean 
un plano y parezcan comprenderlo luego no lo saben 
usar, lo cual implica que hay una cierta disyunción (pun-
to que luego trataremos de precisar un poco más), entre 
lo que diríamos el plano del trazo y el plano del cuerpo. 
El trazo no se puede incorporar al propio cuerpo, o, dicho 
en otra dirección, 10 no puede llevar el cuerpo a una hoja; 
y aquello que he llamado en otro lugar escritura de cari-
cia, no lo pueden leer en una hoja, en un mapa; por lo 
tanto, el mapa no lo tienen integrado al cuerpo y si saben 
del mapa, es un saber que permanece paralelo al saber ir 
a un sitio; no se integra, no se reformula entre sí. Poca, 
escasa o nula función anticipatoria de lo imaginario, por 
lo tanto, y por eso mismo el aprendizaje entero se cons-
triñe y se reduce al ensayo y error, al 'a ver si me sale'. 
Esa eminente función anticipatoria (a veces tan des-
graciadamente vuelta contra sí en la neurosis y en las 
depresiones) que especifica lo imaginario se encuentra 
atrofiada o muy poco desarrollada, lo cual ya nos permite 
entrever más pliegues en la problemática de la torpeza. 
La torpeza no sólo es una cuestión motriz; implica, como 
bien lo ha planteado ya Sami-Ali, cierta torpeza de lo 
imaginario mucho más radical. 
10. Aludo con estas diferencias a un modelo de tres espacios 
(campo materno, espejo, hoja) y tres operaciones correlativas (caricia, 
rasgo,· trazo). Modelo de escrituras, de los procesos de subjetivación 
como procesos de escritura, donde la palabra toma su lugar, pero no 
de centro. Se lo encuentra presentado y desplegado en un extenso 
seminario dictado por mí durante 1989 en dicha cátedra con el título 
-luego desplazado a un libro con otros contenidos- de Estudios clíni-
cos I y JI, Buenos Aires, Tekné y Ed. Centro de Estudiantes de Psico-
logía. En su propio texto, El niño del dibujo, Buenos Aires, Paidós, 
1993, Marisa Rodulfo también lo emplea y lo comenta. 
32 
En este primer acceso o primeros bosquejos de retra-
to, lo concerniente a la diferenciación sexual no toma en 
principio mucho relieve. Por ejemplo, si nos situamos en 
su vínculo con el otro, el que·haya alguien con ellos pare-
ce decididamente primar sobre la diferencia sexual que 
ese alguien soporte; el punto de fijación se diría más nar-
cisista en este sentido: importa menos la diferencia 
sexual que la necesidad extrema de que haya alguien 
presente. El alguien es la categoría fundamental, aun 
cuando en algunos de estos niños tiene su importancia la 
diferencia sexual en cuanto género. Tampoco quiero 
aventurarme demasiado en los meandros de lo que Win-
nicott llamaba "semiología del miedo", en el sentido de 
cuáles puedan resultar las patologías más características 
en las funciones. Es ésta una tarea necesaria, pero a rea-
lizar con prudencia, so pena de incurrir en esas genera-
lizaciones por demás esquemáticas y simplistas que con-
forman lo peor del 'ambientalismo' psicoanalítico. Lo que 
en principio se da con alguna habitualidad es un medio 
que estimula poco al niño y, sobre todo, estimula poco lo 
imaginario, el desarrollo de la función imaginaria en lo 
que tiene que ver con el juego, la transferencia, el afecto, 
el soñar, todo ese orden de producciones. 11 Otras veces 
he registrado una cierta oscilación entre lo prematuro y 
el retrasamiento: o sea, por una parte se trata al niñ.o 
11. Siguiendo la propuesta de Sami-Ali al referirse a "formacio-
nes de lo imaginario". Es ésta una referencia qu€ nos parece necesa-
ria teniendo en cuenta cierta subestimación de lo imaginario, cierta 
tendencia a reducirlo a un 'efecto', que se deriva de las direcciones 
más estructuralistas en los textos de Lacan. Negada o relativizada de 
derecho, esta subestimación ha funcionado de hecho, y fue muy intui-
tivamente captada por 'la calle' psicoanalítica, donde calificar algo 
con un '¡eso es imaginario!' devino una acusación tan grave como la 
de 'psicópata' en boca de un kleiniano. Sobre las formaciones de lo 
imaginario consúltese Reue et psychosomatique, SamL-Ali, y otros, 
París, Ed. CIPS, 1992. 
33 
sistemáticamente como si fuera más pequeño que lo que 
es, al punto de entontecerlo, pero al mismo tiempo en 
otra parte se le exige un esfuerzo prematuro para él; por 
ejemplo: aprender a leer, cuando aún eso no puede ser 
una apr_opiación subjetiva sino un amaestramiento, lo 
que luego tomará su importancia en el plan terapéutico 
que uno haga con estos niüos. De 1nanera característica 
se suele encontrar en ellos, especialmente cuando hay 
compromiso orgánico (sea daño neurológico o de otro 
tipo), el fantasma de ser tonto, o bien en simultaneidad, 
el fantasma del animal, la identificación animal con la 
bestia, poniendo en cuestión el que esté trazada la barra 
mítica entre humano y animal. Al mismo tiempo, la 
identificación con lo monstruoso, más acentuada en 
niños que padecen retraso. Por el contrario, no detecta-
mos la imago del loco: así, de estas invariantes se des-
prende una dirección importante de trabajo clínico, dado 
que es necesario promover una identificación humaniza-
dora. El mismo estatuto familiar del niño en algunos 
casos se asemeja bastante al de un animal doméstico, 
muy querido por cierto, muy cariñosamente tratado, pero 
animalito doméstico al fin. 
A cºontinuación examinaremos tentativamente algu-
nas herramientas y algunas hipótesis teóricas para enca-
rar el trastorno y ver de curarlo. Ante todo nos aguarda, 
por una parte, una serie de preguntas que, en su andar, 
apunta a más allá de lo psicopatológico (la especificidad 
de una formación clínica se puede medir por la especifi-
cidad de las preguntas que plantea más allá del caso en 
sí; tal el caso de la especificidad de las fobias, nunca 
mejor delineada que cuando nos corn~cta conel campo del 
desear): ¿qué significa aprender? El trabajo con estos 
pacientes estimula más interrogantes al respecto, ade-
más de llevarnos a trabajar con mayor frecuencia junto 
a nuestros colegas, los psicopedagogos. ¿Qué es apren-
34 
der? ¿Qué es aprender en el sentido de una verdadera 
apropiación subjetiva, de un verdadero proceso de subje-
tivación, a diferencia de otros más cercanos a lo que 
podríamos llamar adiestramiento-amaestramiento, o 
adquisición de "reflejos condicionados"? Es toda una pro-
blemática la que se entreabre. 
Una segunda cuestión se plantea en relación, preci-
samente, con las fobias. Atendiendo.a niños con trastor-
nos narcisistas no psicóticos no se tarda en advertir que 
tienen muy escasamente desarrollada, si la tienen, la 
categoría del extraño. Se ligan con los otros muy fácil-
mente, lo que desde el punto de vista terapéutico puede 
creerse algo muy bueno, y más aún si el analista viene 
de trabajar con pequeños del tipo autístico. Después de 
tanta impasividad parece una bendición encontrar a un 
niño tan abierto, tan 'dado', tan hasta exageradamente 
afectivo. En lo social, rasgos así pasan por ser índices de 
salud o al menos de normalidad. El psicoanalista se hace 
otra composición de lugar, y observa que la relación 
manifiest¡;i con el otro es muy fluida, pero en cambio la 
alteridad está escasamente presente, lo cual atenúa el 
exagerado optimismo. Eso equivale a decir que los niños 
apenas si han pasado por la experiencia del extraño y, 
correlativamente, ap~nas han pasado por: la experiencia 
de ser ellos mismos el extraño al otro, lo cual es la clave 
de todo el asunto, su último resorte: ser uno mísmo alte-
rídad, reconocerse 'uno mismo' como lo que no es lo mis-
mo. Esto ocasiona todo un paralelismo divergente con las 
fobias, y me refiero sobre todo a la forma como he teori-
zado particularmente lo que he llamado la 'función uni-
versal de las fobias universales': forzar el paso de ingreso 
a la subjetivación, asumirla como soledad 'existencial' 
del desear, "aceptar la realidad de que desea" (Winni-
cott), de que es él quien desea y no su madre u otro 
cualquiera, con lo que esto implica de separación y acep-
35 
tación de que deba separarse, aceptar su deseo de sepa-
ración, aceptar el desear como desear la separación y la 
diferencia. Ahora bien, el contacto con los niños del tras-
torno suscita al respecto una pregunta en forma de alter-
nativa (pero de alternativa sobre la que no es posible 
expedirse por el sesgo claro del "o ... o", en la medida en 
que diferentes casos robustecen uno u otro polo de ella): 
¿se trata de que la incidencia del trastorno, al mantener 
al niño demasiado en el campo del punto de vista del 
otro, como ordenador de su experiencia subjetiva y corpo-
ral, impide el ingreso a las fobias universales corno crisis 
universal, índice eminente de un proceso de separación, 
índice recurrente en varios momentos de su vida y no 
sólo cuando es muy pequeño sino, por ejemplo, en la 
pubertad, durante la adolescencia, en el ingreso a la 
escuela, etc. etc.? ¿O se trata -y aquí digo o se trata y se 
trata (hay que jugar en ese plano)- de la derivación del 
trastorno narcisista como una regresión producida por 
una fobia mal curada, por un acceso fóbico tan violento 
en su desarrollo de angustia, que impone al niño como 
salida la regresión a un estatuto donde su discriminación 
con el otro se halla más ligada a lo visual y sin asunción 
plena, donde no se plantea aún la exigencia de defender 
un deE\ear en emergencia como cosa propia, tajantemente 
diferenciada? Es éste un problema que sólo se puede 
dejar abierto. 
Hay todavía otras preguntas: una concierne a lo que 
Sami-Ali ha llamado "represión global". A· diferencia de 
la "represión propiamente dicha" freudiana (que es "alta-
mente individual", que actúa representación por repre-
sentación), la represión es global, en el sentido de que 
abarca una función entera y no un elemento dado; así, el 
paciente nunca recordará sus sueños; no habrá desarro-
llo de ciertos jugares, de ciertas fantasías, o será crónica-
mente torpe. En resumidas cuentas, la globalidad de la 
36 
represión se revela como represión global de la función 
imaginaria. A su vez, esto plantea una serie de pTegun-
tas en cuanto a las posibles afinidades y diferencias con 
el concepto de forclusión local, tal como lo concibe Nasio, 
y con el de depresión psicótica de Winnicott, conceptos 
ambos que, en nuestra propia obra, hemos recogido. 
Otras preguntas conciernen a la función del yo en 
todo cuanto venimos exponiendo: ¿es el yo la sede de esta 
problemática? Y si es así, ¿con cuál concepción del yo nos 
movemos?, dado que ciertas concepciones del yo podrían 
resultar harto estrechas para situarlo en el trastorno. Se 
hace necesario incluir aquellos aspectos del yo ligados a 
la apropiación subjetiva (que cuando se lo sinonimiza con 
efectos de alienación y desconocimiento, desaparecen) 
para poder orientarse mejor en estas cuestiones. Lo cual 
exige, como entre nosotros tan bien lo ha mostrado Luis 
Hornstein, desmarcarse de lo que me gustaría llamar 
una 'concepción reactiva del yo', y devolverle una articu-
lación más firme con la categoría fundamental del con-
flicto. 12 
Para precisar ahora un poco más, y avanzar en un 
análisis detallado, partiremos de un pequeño fragmento 
de Sami-Ali: "El campo perceptivo, desmesuradamente 
simplificado, excluye toda irrupción de lo imaginario[ ... ] 
hay una disyunción entre la actividad perceptiva y la 
actividad imaginaria. Disyunción, algo más-violento que 
una oposición". 13 La cita entraña el compromiso de pen-
sar más en profundidad la cuestión de la función de lo 
imaginario, precisamente en la dirección vuelta a abrir 
por Sami-Ali; digamos, por ejemplo, que cuando un niño 
12. Hornstein, L., Cura psicoanalítica y sublimación, Buenos 
Aires, Nueva Visión, 1991. También su notable introducción al texto 
colectivo: Cuerpo, historia, interpretación, Buenos Aires, Paidós, 
1992. 
13. Sami-Ali, oh. cit., pág. 47. 
37 
empieza a usar la lapicera, y si la lapicera llega a funcio-
nar en el sentido de la escritura para él, es porque hay 
una metamorfosis de sus manos en esa lapicera. Esa 
lapicera no es sólo elemento perceptual; esa lapicera, 
como lapicera empírica, es un elemento profundamente 
imaginario que ya forma parte de su cuerpo, de la misma 
manera que se dice que la bicicleta o el automóvil de 
alguien le son extensiones muy corporales que hasta 
espejan ciertos problemas del dueño. Si la lapicera per-
manece como algo sólo de la realidad perceptual y no 
integrado a la actividad imaginaria, pasará lo que pasa 
con la actividad de escritura de estos niños, pobre y pre-
caria en pobreza, además, de lo perceptual mismo, por-
que nuestra riqueza perceptual depende estrechamente 
de que en el poblamiento que hacemos del espacio esté 
nuestro propio cuerpo metido, y sólo por eso es que exis-
ten J?letáforas, poesías ... y jugar. Así también se vuelve 
más claro que estos niños salgan del paso recurriendo a 
lo imaginario del otro.Es ésta una diferencia muy impor-
tante con el autismo: el niño autista usa y hasta explota 
el cuerpo del otro; el orden en juego es el pictogramático; 
tomará la mano del que está a su lado para hacer que 
ella alcance una cosa que él no puede tocar. La tratará 
así como una especie de extensión del objeto autista. En 
cambio, el niño con un trastorno narcisista no psicótico 
nos pedirá que le hagamos un dibujo que él no puede 
realizar, o que considera que no lo puede hacer, que como 
a él le sale no le gusta, no lo acepta. Conservemos bien 
presente esta diferencia que es absolutamente funda-
mental. 
Lo imaginario del otro se usará entonces pero restitu-
tivamente: siempre habrá que volver a pedirlo al mismo 
lugar, sin interiorizaciónalguna. Existe una profunda 
perturbación en el extraer, al que tanto énfasis dimos en 
El niño y el significante. La dependencia miserable que 
38 
se genera es correlativa de esta severa perturbación, 
todo un núcleo del trastorno. 
Pero la categoría decisiva para especificar y fundar 
teóricamente un cierto diagnóstico diferencial que no sea 
una aproximación empírica en el reino del 'más o menos', 
es la del vacío, la que me hizo tomar el camino de la 
memoria como laguna y no el de la laguna de la memo-
ria. La cabeza vacía de la paciente de Sami-Ah cobra 
todo su peso cuando se asocia a las muchas manifestacio-
nes de este tipo en la clínica: el paciente declara no pen-
sar en nada o sentirse vacío, que no es lo mismo que la 
tristeza. Vacío al que en cierta medida se refiere Sami-
Ali cuando dice: "vacío en el nivel mismo de las condicio-
nes de la representación". Ahora bien, todo depende de 
que, metapsicológicamente, distingamos con muchísimo 
cuidado la categoría del vacío de la categoría del agujero. 
La categoría del agujero supone la existencia de una 
depresión psicótica, depresión psicótica que puede tomar 
diversas direcciones: autísticas, psicóticas propiamente 
dichas, psicosomáticas (en el sentido desarrollado por 
Nasio de la forclusión local), adictivas, depresivas, etcé-
tera: el sujeto está agujereado. El vacío no debe ser con-
fundido con todo aquello. A grandes rasgos, podríamos 
situar sus formaciones en una serie que podemos hacerla 
comenzar -en el plano de la actividad más saludable, 
ajena en sí misma a la nosografía- por el esparcimiento, 
propiedad y operación constituyente de toda escritura. 
Cuando un niño juega, más precisamente, cuando se 
pone a jugar, derrama por el suelo los juguetes, los dispo-
ne de cierta manera que de hecho es una trama de espa-
ciamientos sin los cuales, en la anexión confusa del 
mazacote, sería imposible el mínimo ejercicio de cual-
quier escrituración. De ahí el gesto inaugural del despa-
rramo de los juguetes -acto eminentemente 'simbólico', 
si nos gusta decirlo así, indispensable para generar una 
39 
primera relación de espaciamiento que permita ponerse 
a jugar. Si pasamos a un plano neurótico, ese espacia-
miento está trabajado internamente con elipsis, hiatos, 
pequeñas desconexiones, indicadores, en su formación, 
de lagunas, de represión, que luego dará lugar a forma-
ciones de retorno. En un tercer plano, el del trastorno 
narcisista no psicótico, el espaciamiento se habrá exten-
dido en campos vacíos, pero vacíos masivos, al par que en 
la depresión psicótica el lugar del espaciamiento estará 
agujereado. La señora P., en el historial de Sami-Ali que 
ya hemos evocado, dice "se me borró completamente de 
la cabeza" (ésa es una frase preciosa para distinguir con 
toda precisión entre vacío y agujero), "esto se me fue 
completamente de la cabeza" (un "de" designa, entonces, 
que su cabeza queda vacía) y sigue diciendo "cuando 
vuelve mi marido me acuerdo" (su cabeza se vuelve a lle-
nar). Pero ella no dice, en cambio, 'se me fue completa-
mente la cabeza', como sí podría decir el presidente 
Schreber, a quien se le habían ido los pulmones, los 
intestinos, o bien como un joven psicótico que comenta 
que se le fue la cabeza porque se la apropiaron otros, la 
aniquilaron, hasta se la comieron. Tampoco es el caso del 
niño autista, a quien, al volver la madre, lo encuentra 
mirando sin mirada o sin voz, sin boca: se le fue la boca, 
no se le fue algo de la boca. Diferencia teórica capital, 
entonces, sin la cual el inadvertido terapeuta podrá rotu-
lar de 'psicótico' (por lo que encuentre en él de caótico) a 
un niño que sufre del vacío. 
La condición de vacío es compatible con una cierta 
reversibilidad, ausente en cambio en las formaciones que 
dependen de la depresión psicótica. Por ejemplo, la mis-
ma señora P. dice: "Se va mi marido y me olvido, se me 
va de la cabeza lo que él me había encargado; vuelve él, 
y nada más con verlo entrar me acuerdo", o lo que de un 
paciente mío cuentan sus padres: "Si estamos nosotros 
40 
tiene ganas de jugar, o puede hacer los deberes; pero si 
no estamos, no los puede hacer, no puede jugar a nada". 
Se sigue el movimiento de cierta reversibilidad, de cierto 
ir y venir que recupera, con ese modo limitado, una posi-
bilidad. 
En el otro caso, donde decirnos del agujereamiento, es 
m.ás difícil. Cuando retorna la madre, su hijo autista no 
recupera absolutamente nada de la boca perdida, o si es 
un depresivo, su autoestima agujereada estará siempre 
yéndose por un resumidero superyoico, y no va a volver a 
sus manos fácilmente. En la depresión psicótica los 
retornos no se dan por la vuelta de otro ser humano; son 
retornos más tortuosos que pasan por el delirio, la aluci-
nación, o bien el desarrollo de una extraña fijación a sen-
saciones hipertrofiadas, su eventual mutación en una 
adicción o en una lesión orgánica. 
Ahora bien, hablar de vacío es hablar, en mis propios 
términos, de patologías del tubo. Hemos planteado, a 
partir de El niño y el significante y aun antes, 14 la idea 
de un cuerpo, de una subjetivación de lo eorporl:!J, que se 
estructura primero como una superficie continua, una 
superficie sin forma, pero con función de continuidad, y 
luego una segunda estructuración como tubo (en térmi-
nos de contenido/continente, etcétera). Ahora, el trastor-
no nos permitirá avanzar sobre esta formación. Por lo 
pronto, nueva ocasión de diagnóstico diferencial: en 
todos los casos que responden a una depresión psicótica, 
lo lesionado es siempre una superficie, por eso aparecen 
con tanta frecuencia las situaciones donde la madre estu-
vo separada del hijo, física o psíquicamente, provocando 
agujereamiento en la extensión moebiana que debe ten-
14. Rodulfo, Marisa y Rodulfo, Ricardo, Clínica psicoanalítica en 
niños y adolescentes: una introducción, BU:erios Aires, Ed. Lugar, 
1986. 
41 
derse con la madre, enfermedad de lo que debería ser 
ininterrumpido. En la medida en que la problemática es 
la del vacío, pone en cambio enjuego problemas de entu-
bamiento. El vacío se especifica como vacío de un tubo: 
en los tubos de estos niños, si hay imaginariamente algo, 
por lo general es sólo caca (abundante aparición de esta 
vivencia más que fantasía, en los materiales), y caca que 
no se puede metamorfosear, a diferencia de otros casos, 
en otra cosa. 
Hay dos niveles donde se puede situar la patología 
del tubo. De acuerdo con lo que venimos trabajando, la 
formación del tubo en el niño en el momento de la subje-
tivación implica sobre todo dos categorías: la categoría 
vacío/lleno, y la categoría duro!blando (categorías cuyo 
entramado opositivo demora un tiémpo más, siendo más 
exacto y rico escribir vacío lleno y duro blando). Por lo 
tanto hay patologías del tubo en los dos sentidos, cuyas 
derivaciones habremos de estudiar. 
Por este rodeo podemos ahora volver sobre un puña-
do de fenómenos: la laguna como 'propiedad' de la memo-
ria, lo 'escrito en el agua' de los procesos lábiles que se 
hacen y deshacen, de las escrituras que no se fijan, que 
nunca quedan verdaderamente escritas, lo que nos hace 
pensar en una patología de lo líquido, y que podemos 
remitir a la deficiente adquisición, a la falla en inscribir 
ese elemento suficientemente duro en su corporeidad, 
que literal y metafóricamente sirva para vertebrarse. 
Son frecuentes, por esto mismo, las perseveraciones en 
juegos de función superficie, como regresión respecto de 
la formación de tubos (que siempre es una problemática 
penosa para ellos) con todo el léxico que irá surgiendo 
entonces en términos de lo lleno/lo vacío (la cabeza vacía, 
, el cuerpo vacío, el pensamiento vacío), o bien lo amorfo, 
lo que no tiene la suficiente vertebración, que en algunos 
niños aparecerá, incluso, como cierta bipedestación no 
42terminada de asumir: sabe y puede caminar, pero en 
cuanto juega vuelve enseguida a las cuatro patas de 
cualquier mamífero. Diríase que el entubamiento de la 
bipedestación carece de consistencia pictogramática: tan-
to en juegos como en dibujos suelen aparecer tubos cuya 
posición vertical se diluye fácilmente, se horizontaliza, 
incluso se desparrama. Tercera categoría conceptual 
imprescindible para el procesamiento metapsicológico de 
los trastornos narcisistas de naturaleza no psicótica: sue-
le aparecer en los materiales como una debilidad en la 
función de la mano (me refiero precisamente a esa dure-
za libidinal de la mano que atraviesa el espacio), y que a 
veces quedará semicompensada por la rigidez; blandura 
de lo excesivamente líquido, que de inmediato evoca en 
el analista las imágenes de lo disperso, de la dilución 
-me he interesado por eso en valorizar la referencia ori-
ginal al "diluirse" de Marisa Rodulfo- de lo que se despa-
rrama, como un líquido sin recipiente que lo organice, y 
sin posibilidad de pasar a un estado más sólido: de donde 
esta mano emergerá con escasa energía en su función 
centrífuga de agarrar, de salir al encuentro, de invención 
del juguete, de producción del espacio transicional. 
Característicamente, este espacio transicional lo vamos a 
encontrar corno anémico, y el niño derivará en dedicarse 
a utilizar el espacio transicional del otro (no tanto, 
entonces, usar del otro en tanto cuerpo, lo que es el caso 
de las psicosis confusionales de Tustin) tal como lo cons-
tatamos flagrantemente en la pretensión de que uno 
haga juegos por ellos y no sólo con ellos. Esta torsión 
involucra una falla· importante de la agresividad, refi-
riéndonos sobre todo a la agresividad en su función 
intrínseca, absolutamente radical, de constituir la alteri-
dad, a diferencia de lo que Winnicott llama "agrasión 
reactiva" (o sea, la agresión relativa a cierto traspié 
ambiental, a una relativa falla en las funciones del 
43 
medio, in1plicando, entonces, en sus aparentes excesos 
todo un fracaso de la agresividad). La agresividad que 
nos ocupa es la que Winnicott liga a la espontaneidad 
infantil, lo pulsivo de ello como fuerza diferenciadora.is 
Concuerda con lo que Sami-Ali piensa como "deficiencia 
en la proyección sensorial primaria", o sea en lo pulsio-
nal que arroja el cuerpo al espacio, y mientras lo hace 
arroja espacio (se comprende entonces que el juego del 
carretel en el niño del trastorno sea un juego, como lo 
definía antes, descuajeringado). El espacio tiende a lo 
bidimensional: el niño y los otros se aplanan sobre él. 
Por lo tanto, la otra subjetividad con la que tan intensa 
relación se mantiene, es una subjetividad a la que más le 
cabe la categoría de objeto que la de verdadera alteridad, 
lo cual nos aconseja no euforizarnos demasiado por el 
vívido, acentuado, plano de la relación de objeto del que 
estos pacientes son capaces. Es tan intensa como escasa 
en alteridad, y si no avanzan en ella hay escaso progreso 
terapéutico. Ahora bien, esto equivale a constatar un 
relativo fracaso en su agresividad, y, por eso mismo, en 
poder extraer cosas del otro que queden incorporadas 
permanentemente como propias. Esta deficiencia en la 
función agresiva -en la función que se entrelaza, se 
15. Véase el texto tan importante como necesitado de una verda-
dera lectura compuesto entre 1950 y 1954: "La agresión en relación 
con el desarrollo emocional" en Escritos de pediatría y psicoanálisis, 
Barcelona, Laia, 1979). El punto también se encuentra examinado en 
mi artículo "De vuelta por Winnicott", Diarios Clínicos, N2 6, 1993, 
donde introduzco el problema aún no explicitado de 'la otra' metapsi-
cología -en cuanto a sus postulados directores- que Winnicott 
subrepticiamente introduce al refutar el principio de inercia freudia-
no y toda la conceptualización reactiva de la subjetividad que de él se 
deriva, a contramarcha de los mismos movimientos textuales de 
Freud, tan ricamente ambiguo. Algo de esta cuestión también puede 
rastrearse en Stern, Daniel, El mundo interpersonal del infante, Bue-
nos Aires, Paidós, 1991. 
44 
intrinca tan indisolublemente a la función libidinal de la 
mano, de la mano que crea lo tridimensional, el volumen 
de la mano, que inventa el juguete, que inventa o que 
descubre la alteridad, que descubre su propia alteridad 
como subjetividad-, esta deficiencia no es lo mismo que 
la pérdida de materia subjetiva en la depresión psicótica; 
pero sí supone detención, vacío, escaso desarrollo. Eso 
mismo hace que los niños del trastorno no sean niños 
verdaderamente agresivos, a diferencia de aquellos que 
toman el sesgo de una tendencia antisocial, los cuales 
van a intentar sacar del otro 16 en la forma del robo u 
otra acción violenta. El niño del trastorno, antes bien, 
pide, demanda, se adhiere a nosotros, sobre todo en lo 
que tenga que ver con el trazo. Es un vacío de trazo que 
se busca compensar y que vibra decisivamente en la tor-
peza. La torpeza así referida ya se explica mejor, tanto la 
literal como la metafórica, tanto torpeza motriz como en 
su forma de torpeza del pensamiento, en la medida en 
que lo que así denominamos (desde el punto de vista del 
observador) es un índice de que en ese punto de subjeti-
vidad se está moviendo en un espacio bidimensional. El 
tan empleado como eficaz gag de errarles a las cosas, 
remite a un desconocimiento radical del volumen, espa-
cial o temporal. Una de las primeras pacientes que me 
enseñaron de esto, una adolescente, se caracterizaba por 
llegar a cualquier hora a la sesión, lo cual al principio y 
erróneamente tomé por una resistencia de las tan clara-
mente tipificadas por Freud. Hasta que pude acceder a 
otro tipo de pregunta, rasgando la inercia de permanecer 
fijado a los paradigmas de las neurosis: ¿cuál era la hora 
para ella? Lo cual no era una cuestión sencilla de contes-
16. Introduzco esta escritura denotando el otro en tanto diferen-
cia, alteridad, otra subjetividad, lo cual es enteramente distinto del 
otro como objeto en sus más diversos matices: objeto narcisista, doble, 
objeto de deseo, etcétera. 
45 
tar, en1pezando porque no tenía reloj. Poco a poco reparé 
en el tipo de trayectos que hacía. En lo esencial, depen-
día del otro: si se encontraba con alguien no podía decir 
algo así como 'No puedo hablar con vos porque voy a ... '. 
Pasivamente se quedaba y de ese n10.do se iba derraman-· 
do por el camino; en lo que hace a la sesión, de no encon-
. trarse con nadie hasta podía llegar muy temprano, por-
que además venía muy contenta y sin ninguna reticencia 
en particular por esa época. Pero no había volumen de la 
temporalidad en el sentido de un antes/después al que 
pudiese recurrir. Por lo mismo, cuando estaba conmigo 
no se quería ir, le era muy penoso despedirse y, sobre 
todo, no podía remitirse por sí misma al 'tengo cosas 
para hacer'. La construcción de una temporalidad más 
desarrollada en términos del proceso secundario tendrá 
que plantearse en el tratamiento. 
Si ahora nos proponemos situar este trastorno narci-
sista en términos del narcisismo, habría una cierta defle-
xión (en el sentido de una inflexión defectuosa) del verse 
como otro. El verse como otro es todo un espacio lógico en 
el desarrollo del narcisismo; todo estriba en que sea pro-
gresivamente internalizado. En estos niños, la deflexión 
consiste en que la manera, la calidad, que asume el verse 
como otro es verse permanentemente desde el punto de 
vista del otro como tal, sin mediación del propio cuerpo. 
Por eso, el pequeño no corrige al copiar un gesto, lo copia 
sin más y sin paso por su experiencia kinestésica, lo cual 
responde por otro efecto de torpeza: no hacer la rectifica-
ción de 'yo' por 'tú' (por ejemplo, un paciente me da la 
consigna de que él tiene que sostener un diálogo que en 
realidad yo debosostener; en ese punto 'confunde' el yo 
con el tú, y esto por mal rotado, porque él permanente-
mente está viendo las cosas del mundo desde el punto de 
vista del de enfrente). Ahora bien, si consideramos lo 
anterior en términos de lo desarrollado por mí. como 
46 
rnetamorfosis en el jugar, en el recorrido de1 jugar, 17 di1'Ía 
que también hay una literalización defectuosa, patológi-
ca, de la metamorfosis, porque la transformación subjeti-
va que implica la metamorfosis para un niño así se redu-
ce a querer ser empíricamente cierto y determinado otro, 
por no gustarle como él es; entonces, característicamen-
te, pretenderá ser el hermano más capaz. lo cual es una 
metamorfosis que lo vacía, es una metamorfosis más fija-
da a lo perceptivo. Otro paciente me dirá: "Voy a mirar 
bien cómo es tu lapicera y le voy a decir a mi mamá que 
me compre una igual". La metamorfosis pasa no tanto 
por extraer de mí algo sino, como va a decirlo él de 
muchas maneras, tener exactmnente lo mismo que yo, 
pretensión derivada de la imposibilidad de ser (como) yo, 
inflexión entonces diferente de la clásica del doble que la 
literatura ha consagrado. 
Existe otra vertiente a incorporar para un procesa-
miento teórico más fino de los trastornos narcisistas no 
psicóticos y podríamos llamarla musical. No se trata de 
lo musical en su dimensión estética o como técnica de 
trabajo (musicoterapia), sino aquella otra vertiente de lo 
musical puesta en juego en la estructuración del cuerpo. 
Ya el hecho de que privilegiemos el tema de la torpeza 
sugiere algo al respecto, por lo que ella tiene de desrit-
mado, o de ritmos en desritmo y también de intensidades 
desfasadas, desreguladas, todo lo cual impregna fuerte-
mente la corporeidad de estos niños. Algo al nivel de la 
subjetivación, algo congruo con su música más profunda, 
está resueltamente alterado, y donde quizás habría que 
pensar en qué desencuentro y de qué orden pudo darse 
con la posición y los estilos de la función materna. Sugíe-
17. Conferencia con ese título durante el Encuentro "Pensar la 
niñez", inédita aún. Doble recorrido del jugar en los procesos de s11b-
jetivación y del jugar en la teorización analítica. 
47 
ro meditar, para tornar un ejemplo bien conocido, cómo 
un juego del tipo del juego del carretel (f"ort / da) exige en 
la trama más íntima de su estructura un cierto ritmo, 
sin el cual no reconocemos el juego cuando el niño lo eje-
cuta. Fallada en un sentido u otro tal ritmación, el juego 
se desfigura completamente. ¿No nos pasa esto muchas 
veces durante el trabajo terapéutico? Es bien posible que 
una aparición y existencia así desritmada sea del todo 
más frecuente que una genuina ausencia. También la 
mano que agarra, que causa volumen, lo hace a cierto 
ritmo. Asomarse a distintas formas de patologías narci-
sistas de consideración lleva a prestar a las ritmaciones 
donde los procesos subjetivos se cumplen y descumplen 
una atención enteramente nueva. Pensemos, por ejem-
plo, qué distinta es la derivación a fonoaudiología de un 
niño con un trastorno narcisista no psicótico, si se tiene 
clara conciencia de que son los niveles musicales del len-
guaje los que están más comprometidos. A su vez, esto 
nos permite el replanteo de las cualidades del relaciona-
miento con la madre, alejándose de un mal planteo teóri-
co con el cual no se puede llegar muy lejos, que se atiene 
a un tosco esquematismo 'cuantitativo' y recurre monóto-
namente a las nociones de fusión e indiscriminación 
como 'explicalotodo': invariablemente, la madre será juz-
gada como demasiado simbiótica, y esta simbiosis se pro-
moverá a un rasgo causal sin hacerse mayores proble-
mas. Para el caso nos remitimos a las excelentes críticas 
de Daniel Ste:rn sobre este punto tan devenido cliché en 
el psicoanálisis. is Una de las consecuencias más penosas 
18. Stern, Daniel, ob. cit., ya desde el primer capítulo y varias 
veces a lo largo del libro. La crítica desde varios ángulos a este lugar 
común constituye uno de los ejes de esta notable obra. En cuanto a 
las estructuras musicales actuantes en la subjetivación, se encuentra 
también una profunda reflexión sobre su incidencia, en el corazón de 
la categoría lacaniana de significante, cada vez que la referenda es la 
48 
de una aprehensión teórica harto elemental ha sido 
reprimir la consideración más fina de las calidades de un 
vínculo y de una determinada función, calidades sujetas 
a toda clase de alteraciones sutiles. Una cierta relación 
del niño con la madre puede, en su contenido manifiesto, 
impresionar como excesiva, y sin embargo ser muy defi-
citaria en algunos de sus aspectos, como el relatívo a la 
musicalidad de sus encuentros o a la disposición para 
dar lugar a una zona de juego, en lugar de restituir la 
escasa calidad de un relacionamiento, la poca entidad del 
pensar en el niño, con 'muchos' cuidados corporales nun-
ca metamorfoseables en trabajo de trazo. Pero del todo 
erróneo es confundir tal supuesta abundancia con verda-
dera intimidad, o aún peor, con exceso de intimidad. 
Si lo quisiera volcar en términos de ese pequeño 
modelo para jugar que desarrollé en otro momento y 
lugar, retomado por Marisa Rodulfo en su propio libro, rn 
-esa tabla donde entraban en doble entrada cuerpo, 
espejo, hoja, por una parte, y caricia, rasgo, trazo, por la 
otra, todo ello para pensar las escrituras del cuerpo en la 
subjetividad: su alternancia, su secuencia, su coexisten-
cia, sus peripecias-, diría que en los casos considerados 
existen tres puntos clave: 
poesía y no la lingüística. He trabajado sobre esta cuestión en un tex-
to publicado en Diarios Clínicos, Nº 4, 1992, "Sobre una cuestión pre-
liminar al psicoanálisis de niños con trastorno del desarrollo". 
19. Rodulfo, Marisa, ob. cit., cap 7. Justamente uno de los aspec-
tos más nuevos que en esta obra se plantean es que el dibujo de un 
niño no se trata sólo de trazos o, dicho de otra manera, que en el 
devenir (de un) trazo, hay muchas cosas en él metidas que no lo son, 
lo que permitiría -si se preocupa uno por eso- pensar la represión 
originaria de un modo no sólo asible clínicamente, sino, además, 
menos toscamente binario (esas cosas que desbordan el trazo en el 
trazo pueden, en ciertas condiciones, más o menos fugazmente volver 
o volverse visualizables). 
49 
1) La disyunción entre trazo y cuerpo. En este último 
encontramos que todo se plantea en el terreno de la cari-
cia y del rasgo; hay poco o nada de trazo. No puede 
entonces sorprender la escasa posibilidad de abstracción, 
así como el reemplazarla por una serie de procesamien-
tos corporales del orden ele los ya expuestos. 
2) Correlativamente, la dú;yunción súnétrica entre el 
plano de la caricia como escritura y el plano de la hoja. 
En las letras que el niño hace hay muy poco de la caricia; 
muy poco de mano pasa a la letra, y de ahí que todo el 
proceso de lecto-escritura 'se sienta' como escasamente 
propio. 
3) Hipertrofia de lo especular para compensar estas 
disyunciones, sobre todo en lo que respecta al rasgo en el 
cuerpo, que especificaría, pienso, con más precisión la 
especularidad de estos niños: el rasgo no está tanto asen-
tado en el espejo, jugado en espejos literales o metafóri-
cos, sino principalmente en el semejante, simétrico o 
asimétrico. Una vez más, esto debería ahorrarnos apela-
ciones demasiado globales y, por eso mismo, absoluta-
mente esquemáticas, a 'lo especular' o a 'lo imaginario' 
de una manera toscamente inespecífica. Pero esto nos 
empuja ya más lejos, y en este borde nos detenemos: al 
trastorno en la teoría. 
A MODO DE APÉNDICE 
1) Sobre todo en los analistas y otros colegas con for-
mación sólo 'lacaniana' -dejando por ahora de lado la 
espinosa cuestión de si un tal 'sólo' constituye una verda-
dera formación-, un obstáculo que invariablemente se