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TRASTORNOS NARCISISTAS NO PSICÓTieos Ricardo Rodulfo (compilador) Clelia Duacastella • Alicia Fernández Carmen Fusca• Nora González María del Carmen Grizzuti • Alicia Lo Giúdice Amelia Pugliese • Mónica Rodríguez Marisa Rodulfo • Fabiana Tomei lVIario Waserman TRASTORNOS NARCISISTAS NO PSICÓTICOS Estudios psicoanalíticos sobre problemáticas del cuerpo, el espacio y el aprendizaje en niños y adolescentes ~11~ PAIDÓS Buenos Aires • Barcelona • México Cubierta de Gustavo Macri la. edición, 1995 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 1 1.723 © Copyright de todas las ediciones by Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires Ediciones Paidós Ibérica S.A. Mariano Cttbí 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana S.A. Rubén Darío 118, México D.F. La reproducción tolal o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema "multigraph", mimeógrafo, impreso por fotocopias, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reser- vados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. ISBN 950-12-4186-6 ÍNDICE Introducción para una introducción......................... 11 l. El niño del trastorno, Ricardo Rodulfo ... . .. .. .. .. .. 17 A modo de apéndice............................................. 50 2. El psicoanálisis con niños que no aprenden. Parte I, Marisa Rodulfo ...................................... 53 3. La infinitud de los fines en psicoanálisis de niños con trastornos del desarrollo, Marisa Rodulfo ........ ....... .... .. ........ ...... ...... ........... 65 4. Pensando en los trastornos del cuerpo, Mario Waserman.................................................. 87 Introducción intertextual a los trastornos del cuerpo................................................................... 88 Introducción del analista... ................................ 92 Introducción al problema epistemológico .... .. . . . . . 94 Un poco más de cultura....................................... 97 Introducción de la necesidad ............................... 103 Perturbaciones psicosomáticas en la temprana infancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 O 7 El cuerpo desmentalizado ................... .... .... .... .... 119 5. Reflexiones acerca de los trastornos psicosomáticos a la luz de cinco casos aquí expuestos, Fabiana Tomei. .. .. .. .. .... .. . . .. .. . . . ... .. . . .. .. 127 9 6. El trastorno y el trabajo interdisciplinario, Carmen Fusca y Ricardo Rodulfo ....................... 157 7. Jugar en el vacío, Ricardo Rodulf'o ...................... 183 8. Aburrirse = aburrarse, Alicia Fernández ... ........ 205 9. Veo veo: dos hermanos dos, Nora González, Mnrfa del Carmen Griz.zuti y .A.melia Puglic.se . .. 217 Algunas conclusiones ........................................... 244 10. Los trabajos del analista en el tratamiento de una adolescente con un trastorno narcisista no psicótico, Mónica Rodríguez y Ricardo Rodulfo. 251 11. Los adolescentes y la categoría del trastorno. Observaciones en la escuela de recuperación, Clelia Duacastella ................................................ 283 12. Los trabajos de la memoria. Re-inscribiendo, recuperando una historia, Alicia Lo Giúdice ..... 301 Bibliografía .. .. .. . . .. .. .. .. . . .. .. . . .. . . . . .. .. .. . . .. .. .. .. .. .. . . .. . . .. 323 13. La permanencia del objeto y la constitución de 1a función de síntesis en los trastornos narcisistas no psicóticos. Parte II, Marisa Rodulfo .. . . . . . . .. . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . 325 14. El síndrome del aburrimiento, Ricardo Rodulfo 341 10 INTRODUCCIÓN PARA UNA INTRODUCCIÓN En primera instancia, este libro -dedicado particu- larmente al psicoanalista y al educador, pero de interés para otros especialistas, como por ejemplo el neurólogo y el fonoaudiólogo- está orientado a fines eminentemente prácticos (vale decir, del orden de lo cotidiano, de las pre- ocupaciones del trabajo de todos los días): el diagnóstico y el tratamiento -q1.le por lo general requieren tanto del clínico como del pskopedagogo o del maestro especial, cuando no de medic~ción destinada al sistema nervioso- de niños y adolescentes, abundantes en número, que pueden ser mejor comprendidos y ayudados dentro de la delimitación que aquí se propone y se fundamenta para pensarlos: la categoría del trastorno. El texto procura una consideración lo más minuciosa y exhaustiva posible de los diversos fenómenos reunidos y ordenados en torno a este eje, así como ae la especifici- dad de las intervenciones que su terapéutica requiere. Pero, al mismo tiempo, esto no puede hacerse sin poner en juego el cuestionamiento de ciertos preceptos demasiado memorizados en la psicopatología infanto- juvenil de inspiración psicoanalítica; en particular, su estar dominada por la oposición sumaria neurosis/psico- sis (la noción cada vez más impresionista -a medida que se despliegan reacomodamientos socioculturales de gran 11 magnitud- de "perversiones" no incide en lo esencial del imaginario de la práctica clínica sobre la hegemonía de dicho orden binario). En las páginas que siguen, este cuestionamiento se lleva muy a fondo, tanto en el plano de establecer criterios para el diagnóstico diferencial como en las primeras incursiones de fundamentación metapsicológicas, y ya desde el nmnbre mismo, que no se deja reducir a ninguno de los términos de aquella oposi- ción. No se trata de añadir, aunque también se añade; se trata de abrir una problemática demasiado esquemática- mente gobernada por la procustiana compulsión, ante la consulta por un niño, a forzar "si no es neurótico, es psi- cótico". Esto requiere de algunas consideraciones adicio- nales. En diversos sitios -como por ejemplo el Seminario dedicado a la angustia- Lacan examinó y discutió la pro- pensión de algunos psicoanalistas ingleses a distribuir los títulos de psicosis con demasiada facilidad. Lamenta- blemente, la necesidad-de esta rectificación se vio empa- ñada por una devolución indiscriminada de territorios a la neurosis; acaso porque Lacan era psiquiatra de origen y no pudo no psiquiatrizar el sistema de denominaciones freudiano, tratándolo como si Freud hubiera trazado los contornos globales de la psicopatología sin dejar nada fuera o por venir; acaso porque aunque el psicoanálisis es en sí mismo un suplemento, en el interior de sus már- genes sus practicantes suelen estar tan dominados por la complementariedad como en otros campos otros profesio- nales, y el par neurosis-psicosis es un atractivo paradig- ma de orden complementario. Sin embargo, creo que esto no basta para explicar que la discusión sobre delimitaciones en psicopatología se erppantanase en esta opción esquemática: ¿es neuróti- co o psicótico? El origen del mal debe ser localizado, a mi juicio, en una operación teórica más precisa, paradójica- 12 mente a cargo de una psicoanalista enteran1ente compro- metida con el origen del mal: Nlelanie Klein. En sus tex- tos se verifica la desaparición, el sepultamiento, el nau- fragio, de la categoría "narcisismo". Cuando ella o alguna de sus discípulas (Heimann, Isaacs) se refieren explícita- mente a esto, lo hacen en el nombre oficial de las relacio- nes objeta1es. Pero la operación de fondo es otra y de ella responde la ecuación narcisismo= psicosis. Lo temprano, lo arcaico, lo primero, lo primitivo (todas aquellas nocio- nes que justificaban en psicoanálisis "la introducción del narcisismo") es asimilado, más crudamente, sinoniniiza-do, con psicosis. Una defensa temprana, por ejemplo, relativa a las primeras experiencias· de ansiedad, se identificará como defensa ante angustias psicóticas. Por eso mismo, los "núcleos psicóticos" se elevarán a la cate- goría de invariante estructural del psiquismo, lo que cobra otra coherencia si pensamos que "núcleo psicótico" está reemplazando ahora a lo que en otra perspectiva serían tiempos o formaciones o estructuras del narcisis- mo. Sería difícil exagerar o justipreciar la impregnación de esta ecuación de pasaje en el imaginario psicoanalíti- co, incluso en aquellos que formalmente no aceptarían de buena gana ser alineados como "kleinianos" (no tanto por preservar su independencia como su derecho a alinearse en otras líneas). En el "inconsciente teórico" del psicoa- nálisis quedó enlazado de una manera demasiado direc- ta y sin plantearse mayores problemas 'narcisista' a 'psi- cótico', 'arcaico' a 'psicótico', etcétera. Es cierto que esto ya venía prefigurado por el evolutivismo que Abraham encarnaba tan bien -sin contar las propias ecuaciones freudianas-, pero en aquellos autores existía el término narcisismo, lo cual preserva cierta mínima diferencia con 'psicosis', que Melanie Klein resueltamente borra. Se entiende que, formando parte de este mismo movimien- 13 to, ella se vea llevada a semejante universalización de la psicosis como la que su teoría promovió: el narcisismo es una dimensión invariante de la experiencia humana, y IGein lo acababa de sustituir por nociones como la de "ansiedades psicóticas". Con esta ecuación campeando, desapareció para el psicoanalista la posibilidad de pensar en una patología narcisista desvinculada, y aun radicalmente ajena, de las peripecias psicóticas (la consideración del autismo, afección vavísima pero heterogénea a aquéllas, sufrió por esta misma reducción, que se acostumbró a agrupar 'autismo y psicosis' como hermanos casi gemelos, siem- pre contiguos: la metonimia es harto elocuente): y es el caso que lo esencial de lo que aquí proponemos para el diagnóstico y tratamiento de los trastornos narcisistas no psicóticos depende entrañablemente de que podamos desolidarizar una categoría de la otra, pensando su superposición como un subconjunto (siendo además erró- neo que las cuestiones involucradas en las psicosis se limiten exclusivamente a problemáticas del narcisismo, punto éste que Lacan, los Lefort y otros autores se han esforzado en aclarar). Por lo tanto, la desimplicación entre psicosis y na.rcisismo está en la base misma de este texto. Es su condición de posibilidad. Por otra parte, des- de una perspectiva personal, en este libro prosigo la investigación sobre el juego, abierta en textos anteriores. Sólo resta añadir que las páginas que siguen llevan la huella de un acontecimiento: la doble Jornada (junio- noviembre de 1993) organizada por la Fundación Estu- dios Clínicos en Psicoanálisis sobre el Trastorno en la Niñez y Adolescencia. En términos generales, todo lo allí trabajado sirvió de borrador para la escritura propia- mente dicha de este libro. EL COMPILADOR 14 AGRADECIMIENTOS El de los agradecimientos, en un libro como éste, constituye uno de los rubros de fronteras más inciertas e imprecisables. Pero a fuerza de acotar sin olvido de lo esencial quisiera en primer término decir mi reconoci- miento a todos aquellos -no siempre muchos, pero cada vez una presencia significativa- que en el curso de estos años apoyaran con su interés y asociaciones, clíni- cas o no, mis esfuerzos por destrabar la psicopatología de inspiración psicoanalítica de su forzada reducción a la polaridad neurosis-psicosis: estudiantes no pocas veces -tras vencer el peso de la resistencia 'estructura- lista' -, colegas de toda laya. Puesto a pormenorizar, Marité Cena y Marilú Pelento siempre tomaron en serio mi intento, en particular el hecho de la delimita- ción de una formación específica que podría llamarse trastorno narcisista no psicótico (formación en cuya his- toria, por lo dem~s, están plenamente involucradas, junto con mi amigo Mario Waserman). El doctor Jaime Tallis, desde la neuropediatría, me hizo llegar su inte- rés en observaciones e interrogantes -en particular 15 sobre la incidencia del factor orgánico- cuya pertinen- cia le agradezco. Roxana Gandarillas, mi secretaria, me acompañó en todo el arduo proceso de compilación y corrección. 16 l. EL NIÑO DEL TRASTORNO Ricardo Rodulfo Es inevitable, incluso por razones relacionadas con la temática de hoy, al empezar la jornada evocar el encuentro "Pensar la niñez". 1 No estaría mal que se vol- viera a dar ese sabor de cierta efervescencia, cierto calor de trabajo, tan importante como fue para alcanzar un clima de libertad de pensamiento, que es como decir acceder a la libertad para preguntar, para interrogar; siendo casi una redundancia, un pleonasmo, lo que separa 'libertad' de 'pensamiento'. En esta ocasión, ade- más, existe una diferencia, ya que, como Fundación, es la primera vez que presentamos algo público organizado sólo por nosotros. Quisiera subrayar en esta apertura lo que la pro- puesta de trabajo implica: procurar abrir una proble- mática, problemática sobre la cual retornaremos en una segunda parte, en noviembre, procurando mantener, salvaguardar, el carácter de apertura, de problematiza- ción, no en la entonación de un saber ya pretendida- l. Referencia al Encuentro Psicoanalítico Interdisciplinario orga- nizado por la Fundación Estudios Clínicos en Psicoanálisis, la Funda- ción Diarios Clínicos, el licenciado Juan Carlos Fernández, y celebra- do del 5 al 8 de noviembre de 1992. 17 mente sistematizado sobre ella. Tengo que hacer tam- bién una observación sobre el título: ocurre siempre un cierto desplazamiento cada vez que anuncio un título futuro; entonces debo hacerme cargo de ese desplaza- miento y a él dedicarle mi primer comentario. En lo que sigue trataremos de lo que -con más de una intención- llamaré trastornos narcisistas no psicóticos y en una doble dimensión: clínica, por una parte, y teórica, por la otra. En primer lugar, me dedicaré a ciertos retratos, retratos clínicos, porque se trata de un tema que hay que dibujar para transmitir criterios de reconocimiento; luego, dedicaré la segunda parte más a una explicación teórica, lo cual en mi propio estilo implica que mi reco- rrido va a trazarse mezclando en distintas proporciones elementos clínicos y elementos teóricos, lo que llamo específicamente estudio: se trata aquí de hacer un es- tudio. Ya que estas jornadas están bajo el significante de la niñez y la adolescencia, posiblemente sea una buena idea comenzar con un pequeño fragmento perteneciente a un paciente adulto, a un hombre entre los 30 y los 40 años, como para provocar de entrada, en relación con el des- borde continuo y la transferencia continua que desde una práctica con niños y adolescentes se hace, el trabajo del analista con los pacientes adultos; además, este material, que puntuaré muy brevemente, tiene la venta- ja de ser tenue, es decir no implica algo ni sumamente masivo ni de gravedad; es al mismo tiempo leve pero per- sistente, irreductible. Al proceder así, comparto total- mente la afirmación de Freud sobre la necesidad priori- taria de esclarecer los casos más sencillos, sin andar tanto a la búsqueda del niño con siete jorobas sino de aquellos que cotidianamente llegan a distintos consulto- rios, muchas veces por iniciativa de la escuela, a menudo por lo que no funciona en su aprendizaje. Introduzco 18 ' 1 entonces algo de una sesión a su vez material de una supervisión. 2 Es un hombre que acaba de empezar un trabajo muy distinto del que solía, y que conduce ahora su propio taxi. Recojamos, por el interés que le daremos,su comentario inicial al entrar en esa sesión: "¿Tengo facha de tache- ro?". En seguida cuenta (y éste es el punto que quiero destacar) que le ocurrió algo curioso: llevando a un pasa- jero, se pierde, pierde el rumbo en uno de los tantos barrios de la Capital Federal, y luego descubre que lo había hecho a muy poca distancia de una calle que fre- cuentó asiduamente (y no hace tanto tiempo) durante diez años. Es también interesante destacar en esta deso- rientación espacial qué caminos sigue la reintegración de la memoria. Esa integración, ese reconocimiento, viene de lo perceptual, tiene que ir a ver; no es por la vía del recuerdo en el sentido de un trabajo de pensamiento, sino a ir a ver el lugar. Es éste un detalle interesante y que se puede usar de resignificador del comentario ini- cial, porque parecería que un cambio de trabajo implica- ra inmediatamente un cambio de identidad y de figura visual, y no es un trabajo distinto solamente: es otra identidad y que se inscribe en su "facha". Tampoco será irrelevante que en la nueva posición laboral él no reco- nozca un sitio, pero en otra posición subjetiva sí. Hasta evocaríamos lo que Jean Piaget conceptualizó como ego- centrismo, ya que los datos espaciales quedan demasiado adheridos a su posición cultural y subjetiva del momen- to, porque lo que reconocía en un estatuto no lo reconoce en el otro. Retornaremos sobre esto. Ahora bien, el hecho de decir 'trastorno narcisista no psicótico' nos obliga a emprender un rodeo para situar la 2. Y mi agradecimiento a la licenciada Mónica Lucio el 'préstamo' del material de sus propias reflexiones. 19 cuestión: por una parte, se trata de introducir, de abrir el preguntar en relación con una formación clínica que hace años viene rondando varias cabezas analíticas y dando luaar a diversos intentos en nuestra literatura. Pero esto b no se puede hacer sólo añadiendo. Mi hipótesis de fondo es que tal introducción, literalmente trastorna, no deja intacto todo lo que encuentra. Como en el caso de otras formaciones, 3 para darle cabida hace falta trastrocar, trastornar el sistema de la psicopatología en sus vertien- tes un poco más estáticas, un poco más tradicionales; sobre todo, me refiero a esa psicopatología que intenta reducir todo el campo de las formaciones clínicas a tres estructuras: neurosis, psicosis y perversión. Ya decir 'trastorno narcisista no psicótico' en el fondo pone en jue- go algo de esto, porque 'no psicótico' tiene que ver con cierto esquematismo respecto a lo 'psicótico'; evoc~ría aquí la fuerte crítica que hace Nasio (justamente Nasio, el más creativo, acaso el único en el grupo que acompañó hasta sus últimos días a Jacques Lacan que merece lle- var ya el título de poslacaniano, fuera de línea) en Los ojos de Laura 4 al vocablo 'psicosis', a su vaguedad, a su rígida imprecisión, al hecho de meter muchas cosas en la misma bolsa (se podría decir lo mismo o peor aún de la ingenuidad y el anacronismo que campean en la noción 3. Se podría evocar el texto "sobre la justificación ... " que empren- de Freud, separando delicadamente un complejo que llamaría "neuro- sis de angustia" del campo que se conocía como "neurastenias". Este deslinde abrió el camino a toda la indagación psicoanalítica posterior respecto a las fobias, y no menos importante, ubicó a la angustia en tanto afecto en una posición relevante para el trabajo clínico. Por otra parte -y pese a los esfuerzos del mismo Freud- , la angustia será la formación que desbordará insistentemente la divisoria de aguas que aquél postuló contundente entre neurosis actuales y psiconeurosis. La angustia como fenómeno arruina sin cesar esta distinción, lo que finalmente Freud no deja, con cierta reluctancia, de recoger en Inhi- bición, síntoma y angustia, casi 30 años más tarde. 4. Buenos Aires, Amorrortu, 1988. 20 de perversión, con las enormes diversidades que sofocan al englobar). He aquí entonces una situación: introducir el trastorno narcisista no psicótico tiene que ver con esfuerzos que venimos haciendo diferentes analistas des- de distintas posiciones para repensar las categorías de la psicopatología. Éste es un aspecto decisivo y en lo parti- cular de nuestro tema merece ser fechado, recordando un texto pionero de fines de la década del 70. Texto que lleva firmas como las de Marité Cena y Mario Waserman y con un sabroso título: "Niños de difícil diagnóstico".s Ahora bien, "difícil diagnóstico", si se lee este trabajo, abre un doble sentido al apuntar de un mismo golpe a las comple- jidades de la clínica de ese niño y a las dificultades para situarlo, y a la dificultad de hacer un diagnóstico si uno pretende ceñirse a la rigidez de las estructuras clásicas. Por otra parte, para ser menos solemnes deberíamos tener presente siempre que nuestras categorizaciones difícilmente eluden, difícilmente superan, pese a la pom- posidad con que muchas veces las enunciamos, el carác- ter de eso que popularmente se llama una 'bolsa de gatos'. No estaría mal no olvidar que aun en la mejor de nuestras diferenciaciones, en el estado actual de nuestra disciplina, siempre hay algo de bolsa de gatos y eso es mejor no formalizarlo demasiado, pues no sólo es una cosa negativa sino que comporta elementos positivos. Mi propósito de trazar un retrato (retrato en el senti- do de la persona mixta, no un ente tipo único) puede también encontrar muy valiosos materiales en el campo estético. El cine, en particular, ha popularizado en la cuerda cómica de la comedia cierto personaje significati- vo por la torpeza -aspecto o rasgo éste que descubrire- mos fundamental, eternamente marcado por repetidos desencuentros en el tiempo y en el espacio. Ineludible !5. Diarios clínicos, Buenos Aires, n2 2, 1990. 21 referencia a Peter Sellers en su inspector Clouzot que quería sal.ir por donde no había una puerta, o que exten- día un brazo sin calcular que en ese preciso momento un cerramiento de vidrio venía hacia él, que por supuesto lo atravesaba con ese brazo. Otra ineludible referencia es Charle'!3 Chaplin en las ajustadas, acrobáticas péripecias de su personaje 'Carlitos', y aun tantas oti·as que habrían de incluir a no pocos cómicos argentinos, como Carlitas Balá. Lo cierto es que el trabajo estético sobre la torpeza nos permitió levantar una pista clínica de mucha impor- tancia. Transcribo un pasaje de nuestro libro Pagar de más; es un artículo que se llama justamente "Trastornos narcisistas no psicóticos" escrito por Marísa Rodulfo con alguna colaboración mía, donde hay una pequeña sem- blanza de esta clínica a la altura de ese momento, ya que el libro tiene varios años. En el territorio de los trastornos narcisistas no psicó- ticos nos encontramos con un número abigarrado de fenó- menos. Es un campo que abarca desde trastornos de con- sideración y gravedad; desde problemáticas con base orgánica, hasta otras que no la tienen; desde trastornos que se presentan solos hasta otros que se hallan asocia- dos a problemáticas neuróticas, o depresivas, o trastornos psicosomáticos en el mismo paciente. Abarca, por otra parte, trastornos de tipo espacial, de las distancias del propio cuerpo y referidos al otro; trastornos de la coordi- nación fina, categorías tales como arriba/abajo, lejos/cer- ca, derecha/izquierda, hasta trastornos en la abstracción, trastornos en la lecto-escritura, trastornos a nivel de cálculo, etcétera. Hay un campo muy disperso de fenóme- nos. Acaso sea mejor aquí tomar el consejo de Freud: cuando existe heterogeneidad y diversidad en cuanto a la gravedad de la problemática tratada, lo mejor es comen- zar a esclarecer primero lo más sencillo, a partir de las situaciones más símiles. Esta enumeración sigue siendo muy clara, especial- 22 mente porque ha marcado toda una escalaque va desde lo leve, desde lo sutil, hasta las alteraciones de mayor gravedad, y por otra parte al marcar la posibilidad de coexistencia, de formaciones mixtas, por lo cual en lo que sigue me permitirá frecuentes incursiones en puntos de diagnóstico diferencial. Lo abigarrado clel inventario que se despliega pone además de relieve la necesidad de dibujar una diversidad de retratos: no puede haber uno solo, no hay un perfil único; desde el principio, se debe apelar a la variación. Introduje el material del paciente adulto corno pri-= mer boceto porque en él no había ni asomo de organici- dad, mientras que en muchos casos los trastornos narci- sistas vienen montados, vienen a caballo de lo que damos en llamar trastornos del desarrollo, 6 o por lo menos nos llegan muchas veces con diagnósticos neurológicos no siempre muy claros, o expresamente no definidos pero con la aclaración de que algo pasa a nivel del sistema nervioso central. También recibimos muchas consultas montadas sobre situaciones de debilidad o deficiencia, lo cual es entendible si pensamos que un compromiso cor- poral temprano resulta en una exigencia de trabajo don- de un niño fácilmente se puede extraviar narcisística- mente. De todos modos y en todos los casos tendría el carácter de cierta 7 globalidad. ¿Qué quiero decir con esto? Que no se trata tanto de la formación puntual de 6. Al respecto, remitimos al excelente libro de Alfredo Jerusa- linsky y otros, Psicoanálisis en problemas de desarrollo infantil, Bue- nos Aires, Nueva Visión, 1988, entre los escasos aportes psicoanalíti- cos al tema. 7. "Cierta", porque se la encuentra específicamente en el carácter del trastorno, en lo que lo distingue de un síntoma. No, en cambio, globalidad de lo subjetivo: el niño con un trastorno no es, en princi- pio, todo trastorno. Lo tiene, pero no lo 'es': Esta imprudencia en cuanto al ser constituye lo más problemático de toda psicopatología. 23 "!a laguna" en la memoria; se tratará más bien de la memoria como laguna. No es éste un ejemplo al azar de los ejemplos, sino de un rasgo a retener bajo esta imagen de la 'rnemoria corno laguna'; quien asiste al niño, quien trabaja con él ( maestro, etcétera), se queja característica- mente de que lo que se le enseña lo aprende pero lo olvida en seguida y hay que volver a empezar. Pareja- mente no se trata de un acto torpe en tanto acto fallido, sino de una torpeza crónica, como la del inspector Clou- zot; no es que le pase algo en determinadas situaciones, como lo trabaja Freud en Psicopatología de la vida coti- diana; cuando aquí se dice 'torpe', esto no modifica el verbo sino el sustantivo; no es un acto torpe, es un indi- viduo torpe (luego vamos a tener que especificar las con- diciones de esta torpeza). Involucra lo expuesto siempre entonces cierta dimensión de globalidad; no es quien una vez se desorienta sino quien lo padece 'regularmente'; así una paciente adulta, cuando salía del consultorio jamás sabía si tenía que ir hacia la izquierda o hacia la dere- cha, y esto no estaba en relación con el contenido ni con las experiencias transferenciales de esa sesión. Lo cual acarrea un problema nuevo para el psicoanálisis: el psi- coanálisis originariamente no se inventó para este tipo de pacientes. Cuando Freud habla, por ejemplo, de la represión, la caracterizará como "altamente individual", destinada a recaer sobre un solo elemento. El psicoanáli- sis se mide en su emergencia con formaciones no tan glo- bales; por eso mismo el interés paradigmático por el acto fallido, que es un fenómeno que acaso, en principio, ocu- rra una sola vez en la vida. Conviene añadir que es ésta una situación paradójica, porque sin embargo el psicoa- nálisis suele ser muy eficaz en el tratamiento de estas problemáticas; por muy torpes que seamos como analis- tas es raro que no se prod11zca ningún tipo de mejoría cuando trabajarnos con ellas, y a veces se llegan a dar 24 curaciones realmente importantes. Otras muchas, por lo menos mejorías parciales, o recuperaciones significativas asociadas por lo general a un trabajo jnterdisciplinario. No menos importante es la otra consecuencia de acer- carse a este género d~ pacientes: el psicoanálisis está clá- sicamente acostumbrado a trabajar en el plano de la sig- nificación, que precisamente aquí no le sirve; el plano de descifrar el sentido inconsciente puntual de tal hecho, lo cual presupone una dinámica del psiquismo responsable, según las líneas de cierta coyuntura, de ese fenómeno -pasajero o estable, pero siempre local- cuya clave se quiere despejar. Pero aquí es toda una función la compro- metida: así, en el caso de la torpeza que estamos exami- nando, se trata de una torpeza que forma parte de él, por lo tanto es inútil tratar de encararla como un fenómeno que en ese momento ocurriría por una razón inconsciente por encontrar. Esto implica todo un problema no fácil de resolver. El segundo rasgo (de propósito, en una puntuación no exhaustiva y poco ordenada para no desvirtuar el carác- ter fragmentario de nuestra investigación) es el que his- tóricamente primero localizamos, como se constata en muchas páginas de Pagar de más o en muchos pasajes de El nii'ío y el significante.a Es un trastorno en la proble- mática del juego del carretel o del fort/da; é;l.parece en estos niños como una adquisición precaria, no satisfacto- ria, poco desarrollada, del jugar con la presencia y la ausencia; sobre todo el ida y vuelta, la alternancia entre esa presencia y esa ausencia, que normalmente se des- pliega en tantos juegos de allá/aquí, a.cercamiento/aleja- 8. Pagar de más, Buenos Aires, Nueva Visión, 1989, producto colectivo compilado por mí de la Cátedra de Clínica de Niños y Ado- lescentes, Facultad de Psicología, UBA; El niñp y el significante, Bue- nos Aires, Paidós, 1989, sólo de mi firma, véase en particular el capí- tulo 9. 25 miento, esconderse/reaparecer. Para decirlo de una manera bien clínica: esto lo encontramos descuajeringa- do, no constituido, y tan notoriamente que pronto llama nuestra atención. Un tercer aspecto se deduce en buena medida del anterior: niños que requieren mucho de la presencia conc1~eta de otra persona, del auxilio ajeno para decirlo en el viejo lenguaje freudiano, y requieren mucho de lo visual en ese sentido,. como lo indica el paciente que primero presentamos. Ver al otro a su lado es un requisito demasiado fundamental. Esta necesidad se manifiesta en múltiples pedidos de ayuda. Caracterís- ticamente, los padres nos comentarán: 'Si hago los debe- res con él es una cosa, la letra es mejor; si lo dejo solo, la letra es un desastre'. Primera ocasión para un ejercicio de diagnóstico diferencial: la hipertrofia de lo visual, la condición de estar siempre en el campo de la mirada y, por eso mismo, el ser niños adhesivos, excesivamente presentes y excesivamente atentos a nuestra presencia, debe cuidadosamente deslindarse de las formaciones depresivas, donde el paciente también depende de la mirada y de la presencia efectiva del otro, pero en la bús- queda de una aprobación nunca terminada de escribirse; en el sentido, entonces, de un vano acopio de suministros para la regulación de su autoestima, y diferenciarse tam- bién de una sobreinvestidura de lo visual cuando emprende una dirección más ligada a la seducción, al exhibicionismo más o menos corriente o un tanto neuró- tico. En lo que nos ocupa se trata más bien de que el otro lo ordene, de que la mirada del otro, su presencia efecti- va, funcione como un ordenador de su experiencia, sin el cual ésta fácilmente cae en la desorganización, y en un muy característico descontrol motor, que no pocas veces toma apariencias hiperquinéticas. Otro rasgo a tener en cuenta es el que señala Sami- Ali como "ausencia global de marco de referencia",resti- 26 tuido en el recurso al otro. Al Tespecto, es tiempo de puntualizar que la calificación, el apelativo de 'indiscri- minado', del que se usa y se abusa con estos niiíos (por ejemplo, en referencia a su decir "vos" queTiendo decir "yo", índice elocuente de una especularidad demasiado fija, demasiado irreversible) es en su tosquedad descrip- tiva un término indiscriminador, que revela mejor la indiscriminación del que teoriza que la indiscriminación de la que quisiera hablar. Más aún tratándose de niños, no es prudente empezar las cosas con 'in', con 'a', con 'dis', con 'pre'; preferiríamos, de un modo más matizado y que se ajusta mejor a los hechos, hablar de modos diver- sos de operarse la discriminación, que aquí cobra la for- ma como el niño se discrimina siempre y solamente des- de el punto de vista del otro (entendiendo que hay un otro que puede ser a veces un par que él valorice y otras un otro asimétrico, un otro adulto con el cual entabla una relación significativa). Precisar y desplegar calida- des de discriminación que tienen sus límites, sus limita- ciones, parece más fino que el rótulo groseramente ases- tado de indiscriminación a secas que después termina por no dejarnos saber de qué hablamos y nos imposibilita diferenciar las formaciones entre sí. Existe otra característica también señalada por Sami-Ali, uno de los autores que más elementos nos han dado para trabajar en estas formaciones: la que él llama simplificación, refiriéndose a lo esquemático, a lo pobre, a lo tosco, en las producciones de estos niños. Nos será relativamente sencillo encontrarla en el dibujo de figuras humanas sin sutileza, en la calidad de su letra cuando escriben o en el contenido de sus juegos. Digamos por de pronto que no se distinguen por su complejidad. Intentando ahora puntuar cierto trastorno en la secuencia del jugar, tomaré prestada una expresión de Marisa Rodulfo, justamente porque luego me interesará 27 darle toda su resonancia teórica, y me referiré a un jugar que se diluye a poco de empezado, dilución que con fre- cuencia se manifiesta en un tocar todos 'los chiches' sin jugar realmente con ninguno. Así, el armado de escenas solerá ser pobre o rápidamente perder su consistencia narrativa, diluyéndose en motricidad porque sí. Por esto misrno y po:r lo ya expuesto, será frecuente que lo mejor de la actividad lúdica se dé como dramatización, cuando apela al recurso de sostener una escena confiándonos un papel teatralizado o una serie de ellos. De este modo, las cosas se vertebran mejor para el niño. Por ótra parte, las ventajas de esta apertura a lo intersubjetiva, tan propia del trastorno, se ven equilibradas por un existir dema- siado abierto a lo intersubjetiva; se vuelve difícil desarro- llar sus propios conflictos. El trastorno así expuesto interfiere con el conflicto en el sentido de trastorno intrapsíquico, conflicto ya neurótico o tramitado de una manera más saludable (es decir, sin la necesidad de for- maciones sintom~ticas permanentes). Winnicott ha dicho al respecto algo capital: cuando un niño tiene un conflic- to -incluso y aun cuando este conflicto se haya estereoti- pado como formación verdaderamente neurótica-, tiene algo propio, accede a la posibilidad de lo propio, que fácil- mente se desplaza a lo enigmático. ¿Cuál será la signifi- cación de ese conflicto, de ese síntoma? En cambio, los niños de los que hablamos no son enigmáticos. (Esta situación es distinta cuando se trata de un niño neuróti- co que además presenta adosada una cierta zona de tras- torno narcisista no psicótico.) La cuestión de la organización, del ordenarse desde el otro, implica una gama de matices a condición de no perder de vista esta dirección predominante. Si conside- ramos para el caso la ordenación del pensamiento, no nos extrañará entonces encontrarla exterior al pensa- miento mismo. Restituye secuencias por apelación a lo 28 corporal, como si dijéramos: habiendo eslabones de pen- samiento que quedan vacíos, posiciones del cuerpo vie- nen a reemplazarlas, cobrando valor asociativo. Imposi- ble no citar en este contexto el caso de la señora P., testimonio muy brillante, tal como lo recoge y procesa Sami-Ali.9 La señora P. nos contará que s:i ella quiere acordarse de algo que deja olvidado, cosa que le ocurre continuamente, tiene que ponerse en la posición tal cual estaba cuando iba a hacer eso; entonces, en esa posición corporal, recuerda. Análogamente, otra paciente, para orientarse en un dibujo que está realizando, utiliza sus manos, no para dibujarlas como tema de su creación, sino sus manos fuera del dibujo, dándole a éste una refe- rencia que su propia disposición no podría encontrar. Es ésta una dimensión que nos conduce a lo que la señora P. designará de una manera muy interesante: "Tengo la cabeza vacía". Detengámonos en ese vacío, y pensemos que entonces a esta cabeza vacía tiene que responder un cierto lleno de cuerpo para salvar ese eslabón faltante (retengamos esto, que va a tener máxima importancia a la hora de la teorización). Otra impresión clínica, que también Sami-Ali ha recogido y que nosotros siempre confirmamos, es que los caminos del pensamiento son muy lábiles, son trayectos que se hacen y se deshacen (de ahí las problemáticas de aprendizaje tan apremiantes). Quien les enseña algo, o les interpreta algo, o que trabaja con ellos en algún sen- tido, hará la experiencia de lo que popularmente se dice como "escrito en el agua", escrito inestable que siempre se ,vuelve 1;1. deshacer. Es una de las razones por las que, con mucha frecuencia también, vamos a encontrarlos 9. Cuerpo real, cuerpo imaginario, Buenos Aires, Paidós, 1992, cap. "Cuerpo y tiempo. Elementos para una teoría psicoanalítica del tiempo". 29 recurriendo a estereotipias, a acciones estereotipadas a fin de organizarse, acciones estereotipadas que llevan el sello de la obsesividad, pero no de la obsesividad en el sentido obsesional de la neurosis obsesiva, como retorno pasional y pulsante de lo reprimido, sino lo que prefiero deslindar como una obsesividad en la dirección de una actividad de liga o de intento de liga motriz ritualizado, puente sobre el vacío que desborda en mucho el campo de las neurosis obsesivas y sobre todo muy ajeno a la 'loca' obsesionalídad de la neurosis obsesiva, aunque se la suele confundir sin más recaudos. Sami-Ali habla al respecto de "seudoobsesividad"; yo prefiero hablar de 'obsesividad' y reservar para las neurosis obsesivas el término de 'obsesionalidad'. A veces uno se pregunta si no son estereotipos de corte autístico, incluso, como los rituales a los que nos tienen acostumbrados los niños de esa condición, pero sin olvidarse las claras diferencias en cuanto al diagnóstico diferencial: una es la ya menciona- da apertura que al otro tienen los niños del trastorno, esa apertura que dijimos excesiva y que además conlleva otro tono afectivo; se trata aquí siempre de patologías calientes, y no de patologías frías como las del autismo. Por otra parte, una posición de escritura decisiva es que el primer niño invariablemente usa al otro para organi- zarse, lo cual es enteramente ajeno al autismo, que lo usa sólo y a lo sumo para obtener una sensación. Tam- bién se diferenciará de un niño del tipo de los que Tustin ubica dentro de las psicosis confusionales, porque no está en juego, en el niño con trastorno, un enredo a nivel pic- togramático con el cuerpo del otro, sino de cierto uso especular del otro, del otro como espejo para orientarse, lo cual es muy diferente. Sin olvidarse que no les encon- traremos trazo alguno de pensamiento o de potencial delirante (siguiendo las conceptualizaciones de Aulag- nier) ni tampoco de actividades alucinatorias. 30 Prosiguiendo este primer esfuerzo,rastrearemos otros elementos diferenciales en la rigidez con que se configuran ciertos trayectos, más allá de los cuales el paciente 'no ve' a su alrededor. Urge desmarcar en prin- cipio tal fijeza con la de los trayectos fóbicos. La misma señora P. que nos ha guiado ya, describe en detalle cómo, a fin ele no perderse, organizaba secuen- cias para ir siempre por los mismos lugares, dar siempre los mismos pasos; extrae su moraleja de la única vez que quiere cambiar de calle para ir a un lugar y se extravía, aunque está en su barrio. En términos de apariencias se podría encontrar lo mismo en un fóbico, pero un 'lo mis- mo' que no es igual. En la fobia, el trayecto se destina a evitar la angustia asociada al perderse, pero el paciente jamás se pierde; mientras que en cambio el sujeto del trastorno efectivamente se pierde, y no es el desarrollo de la angustia lo que cuenta. Correlativamente, la cate- goría del acompañante -que también est4 presente en la medida en que estos niños permanentemente demandan compañía, toleran muy mal la soledad y nos requieren todo el tiempo para cosas que en general podrían hacer por sí mismos- experimenta un desplazamiento respecto del objeto acompañante fóbico. Probablemente, es mejor separarla conceptualmente y hablar de 'acompañante narcisista'. El acompañante narcisista está encargado de organizar los cuadros corporales y témpora-espaciales del acompañado y no como el acompañante fóbico consa- grado a protegerlo de la emergencia solitaria de su de- sear. La cuestión en juego es otra, pero en una fenomeno- logía superficial se pueden confundir y superponer. Para evitarlo, hay que aprender a reconocer el relato de uno y otro. Al del trastorno le escucharemos decir que sabe ir a un lugar, pero no sabe reconstruir el camino en su abs- tracción, ni sabrá cómo se llama el lugar (y esto desde ya 31 se reencuentra en muchos pacientes adultos), de qué calle se trata, etcétera. De explicarlo, tendría que ser como para que lo entendiera una hormiga: tres pasos para allá, dos pasos para acá ... aunque, ya mayores, lean un plano y parezcan comprenderlo luego no lo saben usar, lo cual implica que hay una cierta disyunción (pun- to que luego trataremos de precisar un poco más), entre lo que diríamos el plano del trazo y el plano del cuerpo. El trazo no se puede incorporar al propio cuerpo, o, dicho en otra dirección, 10 no puede llevar el cuerpo a una hoja; y aquello que he llamado en otro lugar escritura de cari- cia, no lo pueden leer en una hoja, en un mapa; por lo tanto, el mapa no lo tienen integrado al cuerpo y si saben del mapa, es un saber que permanece paralelo al saber ir a un sitio; no se integra, no se reformula entre sí. Poca, escasa o nula función anticipatoria de lo imaginario, por lo tanto, y por eso mismo el aprendizaje entero se cons- triñe y se reduce al ensayo y error, al 'a ver si me sale'. Esa eminente función anticipatoria (a veces tan des- graciadamente vuelta contra sí en la neurosis y en las depresiones) que especifica lo imaginario se encuentra atrofiada o muy poco desarrollada, lo cual ya nos permite entrever más pliegues en la problemática de la torpeza. La torpeza no sólo es una cuestión motriz; implica, como bien lo ha planteado ya Sami-Ali, cierta torpeza de lo imaginario mucho más radical. 10. Aludo con estas diferencias a un modelo de tres espacios (campo materno, espejo, hoja) y tres operaciones correlativas (caricia, rasgo,· trazo). Modelo de escrituras, de los procesos de subjetivación como procesos de escritura, donde la palabra toma su lugar, pero no de centro. Se lo encuentra presentado y desplegado en un extenso seminario dictado por mí durante 1989 en dicha cátedra con el título -luego desplazado a un libro con otros contenidos- de Estudios clíni- cos I y JI, Buenos Aires, Tekné y Ed. Centro de Estudiantes de Psico- logía. En su propio texto, El niño del dibujo, Buenos Aires, Paidós, 1993, Marisa Rodulfo también lo emplea y lo comenta. 32 En este primer acceso o primeros bosquejos de retra- to, lo concerniente a la diferenciación sexual no toma en principio mucho relieve. Por ejemplo, si nos situamos en su vínculo con el otro, el que·haya alguien con ellos pare- ce decididamente primar sobre la diferencia sexual que ese alguien soporte; el punto de fijación se diría más nar- cisista en este sentido: importa menos la diferencia sexual que la necesidad extrema de que haya alguien presente. El alguien es la categoría fundamental, aun cuando en algunos de estos niños tiene su importancia la diferencia sexual en cuanto género. Tampoco quiero aventurarme demasiado en los meandros de lo que Win- nicott llamaba "semiología del miedo", en el sentido de cuáles puedan resultar las patologías más características en las funciones. Es ésta una tarea necesaria, pero a rea- lizar con prudencia, so pena de incurrir en esas genera- lizaciones por demás esquemáticas y simplistas que con- forman lo peor del 'ambientalismo' psicoanalítico. Lo que en principio se da con alguna habitualidad es un medio que estimula poco al niño y, sobre todo, estimula poco lo imaginario, el desarrollo de la función imaginaria en lo que tiene que ver con el juego, la transferencia, el afecto, el soñar, todo ese orden de producciones. 11 Otras veces he registrado una cierta oscilación entre lo prematuro y el retrasamiento: o sea, por una parte se trata al niñ.o 11. Siguiendo la propuesta de Sami-Ali al referirse a "formacio- nes de lo imaginario". Es ésta una referencia qu€ nos parece necesa- ria teniendo en cuenta cierta subestimación de lo imaginario, cierta tendencia a reducirlo a un 'efecto', que se deriva de las direcciones más estructuralistas en los textos de Lacan. Negada o relativizada de derecho, esta subestimación ha funcionado de hecho, y fue muy intui- tivamente captada por 'la calle' psicoanalítica, donde calificar algo con un '¡eso es imaginario!' devino una acusación tan grave como la de 'psicópata' en boca de un kleiniano. Sobre las formaciones de lo imaginario consúltese Reue et psychosomatique, SamL-Ali, y otros, París, Ed. CIPS, 1992. 33 sistemáticamente como si fuera más pequeño que lo que es, al punto de entontecerlo, pero al mismo tiempo en otra parte se le exige un esfuerzo prematuro para él; por ejemplo: aprender a leer, cuando aún eso no puede ser una apr_opiación subjetiva sino un amaestramiento, lo que luego tomará su importancia en el plan terapéutico que uno haga con estos niüos. De 1nanera característica se suele encontrar en ellos, especialmente cuando hay compromiso orgánico (sea daño neurológico o de otro tipo), el fantasma de ser tonto, o bien en simultaneidad, el fantasma del animal, la identificación animal con la bestia, poniendo en cuestión el que esté trazada la barra mítica entre humano y animal. Al mismo tiempo, la identificación con lo monstruoso, más acentuada en niños que padecen retraso. Por el contrario, no detecta- mos la imago del loco: así, de estas invariantes se des- prende una dirección importante de trabajo clínico, dado que es necesario promover una identificación humaniza- dora. El mismo estatuto familiar del niño en algunos casos se asemeja bastante al de un animal doméstico, muy querido por cierto, muy cariñosamente tratado, pero animalito doméstico al fin. A cºontinuación examinaremos tentativamente algu- nas herramientas y algunas hipótesis teóricas para enca- rar el trastorno y ver de curarlo. Ante todo nos aguarda, por una parte, una serie de preguntas que, en su andar, apunta a más allá de lo psicopatológico (la especificidad de una formación clínica se puede medir por la especifi- cidad de las preguntas que plantea más allá del caso en sí; tal el caso de la especificidad de las fobias, nunca mejor delineada que cuando nos corn~cta conel campo del desear): ¿qué significa aprender? El trabajo con estos pacientes estimula más interrogantes al respecto, ade- más de llevarnos a trabajar con mayor frecuencia junto a nuestros colegas, los psicopedagogos. ¿Qué es apren- 34 der? ¿Qué es aprender en el sentido de una verdadera apropiación subjetiva, de un verdadero proceso de subje- tivación, a diferencia de otros más cercanos a lo que podríamos llamar adiestramiento-amaestramiento, o adquisición de "reflejos condicionados"? Es toda una pro- blemática la que se entreabre. Una segunda cuestión se plantea en relación, preci- samente, con las fobias. Atendiendo.a niños con trastor- nos narcisistas no psicóticos no se tarda en advertir que tienen muy escasamente desarrollada, si la tienen, la categoría del extraño. Se ligan con los otros muy fácil- mente, lo que desde el punto de vista terapéutico puede creerse algo muy bueno, y más aún si el analista viene de trabajar con pequeños del tipo autístico. Después de tanta impasividad parece una bendición encontrar a un niño tan abierto, tan 'dado', tan hasta exageradamente afectivo. En lo social, rasgos así pasan por ser índices de salud o al menos de normalidad. El psicoanalista se hace otra composición de lugar, y observa que la relación manifiest¡;i con el otro es muy fluida, pero en cambio la alteridad está escasamente presente, lo cual atenúa el exagerado optimismo. Eso equivale a decir que los niños apenas si han pasado por la experiencia del extraño y, correlativamente, ap~nas han pasado por: la experiencia de ser ellos mismos el extraño al otro, lo cual es la clave de todo el asunto, su último resorte: ser uno mísmo alte- rídad, reconocerse 'uno mismo' como lo que no es lo mis- mo. Esto ocasiona todo un paralelismo divergente con las fobias, y me refiero sobre todo a la forma como he teori- zado particularmente lo que he llamado la 'función uni- versal de las fobias universales': forzar el paso de ingreso a la subjetivación, asumirla como soledad 'existencial' del desear, "aceptar la realidad de que desea" (Winni- cott), de que es él quien desea y no su madre u otro cualquiera, con lo que esto implica de separación y acep- 35 tación de que deba separarse, aceptar su deseo de sepa- ración, aceptar el desear como desear la separación y la diferencia. Ahora bien, el contacto con los niños del tras- torno suscita al respecto una pregunta en forma de alter- nativa (pero de alternativa sobre la que no es posible expedirse por el sesgo claro del "o ... o", en la medida en que diferentes casos robustecen uno u otro polo de ella): ¿se trata de que la incidencia del trastorno, al mantener al niño demasiado en el campo del punto de vista del otro, como ordenador de su experiencia subjetiva y corpo- ral, impide el ingreso a las fobias universales corno crisis universal, índice eminente de un proceso de separación, índice recurrente en varios momentos de su vida y no sólo cuando es muy pequeño sino, por ejemplo, en la pubertad, durante la adolescencia, en el ingreso a la escuela, etc. etc.? ¿O se trata -y aquí digo o se trata y se trata (hay que jugar en ese plano)- de la derivación del trastorno narcisista como una regresión producida por una fobia mal curada, por un acceso fóbico tan violento en su desarrollo de angustia, que impone al niño como salida la regresión a un estatuto donde su discriminación con el otro se halla más ligada a lo visual y sin asunción plena, donde no se plantea aún la exigencia de defender un deE\ear en emergencia como cosa propia, tajantemente diferenciada? Es éste un problema que sólo se puede dejar abierto. Hay todavía otras preguntas: una concierne a lo que Sami-Ali ha llamado "represión global". A· diferencia de la "represión propiamente dicha" freudiana (que es "alta- mente individual", que actúa representación por repre- sentación), la represión es global, en el sentido de que abarca una función entera y no un elemento dado; así, el paciente nunca recordará sus sueños; no habrá desarro- llo de ciertos jugares, de ciertas fantasías, o será crónica- mente torpe. En resumidas cuentas, la globalidad de la 36 represión se revela como represión global de la función imaginaria. A su vez, esto plantea una serie de pTegun- tas en cuanto a las posibles afinidades y diferencias con el concepto de forclusión local, tal como lo concibe Nasio, y con el de depresión psicótica de Winnicott, conceptos ambos que, en nuestra propia obra, hemos recogido. Otras preguntas conciernen a la función del yo en todo cuanto venimos exponiendo: ¿es el yo la sede de esta problemática? Y si es así, ¿con cuál concepción del yo nos movemos?, dado que ciertas concepciones del yo podrían resultar harto estrechas para situarlo en el trastorno. Se hace necesario incluir aquellos aspectos del yo ligados a la apropiación subjetiva (que cuando se lo sinonimiza con efectos de alienación y desconocimiento, desaparecen) para poder orientarse mejor en estas cuestiones. Lo cual exige, como entre nosotros tan bien lo ha mostrado Luis Hornstein, desmarcarse de lo que me gustaría llamar una 'concepción reactiva del yo', y devolverle una articu- lación más firme con la categoría fundamental del con- flicto. 12 Para precisar ahora un poco más, y avanzar en un análisis detallado, partiremos de un pequeño fragmento de Sami-Ali: "El campo perceptivo, desmesuradamente simplificado, excluye toda irrupción de lo imaginario[ ... ] hay una disyunción entre la actividad perceptiva y la actividad imaginaria. Disyunción, algo más-violento que una oposición". 13 La cita entraña el compromiso de pen- sar más en profundidad la cuestión de la función de lo imaginario, precisamente en la dirección vuelta a abrir por Sami-Ali; digamos, por ejemplo, que cuando un niño 12. Hornstein, L., Cura psicoanalítica y sublimación, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991. También su notable introducción al texto colectivo: Cuerpo, historia, interpretación, Buenos Aires, Paidós, 1992. 13. Sami-Ali, oh. cit., pág. 47. 37 empieza a usar la lapicera, y si la lapicera llega a funcio- nar en el sentido de la escritura para él, es porque hay una metamorfosis de sus manos en esa lapicera. Esa lapicera no es sólo elemento perceptual; esa lapicera, como lapicera empírica, es un elemento profundamente imaginario que ya forma parte de su cuerpo, de la misma manera que se dice que la bicicleta o el automóvil de alguien le son extensiones muy corporales que hasta espejan ciertos problemas del dueño. Si la lapicera per- manece como algo sólo de la realidad perceptual y no integrado a la actividad imaginaria, pasará lo que pasa con la actividad de escritura de estos niños, pobre y pre- caria en pobreza, además, de lo perceptual mismo, por- que nuestra riqueza perceptual depende estrechamente de que en el poblamiento que hacemos del espacio esté nuestro propio cuerpo metido, y sólo por eso es que exis- ten J?letáforas, poesías ... y jugar. Así también se vuelve más claro que estos niños salgan del paso recurriendo a lo imaginario del otro.Es ésta una diferencia muy impor- tante con el autismo: el niño autista usa y hasta explota el cuerpo del otro; el orden en juego es el pictogramático; tomará la mano del que está a su lado para hacer que ella alcance una cosa que él no puede tocar. La tratará así como una especie de extensión del objeto autista. En cambio, el niño con un trastorno narcisista no psicótico nos pedirá que le hagamos un dibujo que él no puede realizar, o que considera que no lo puede hacer, que como a él le sale no le gusta, no lo acepta. Conservemos bien presente esta diferencia que es absolutamente funda- mental. Lo imaginario del otro se usará entonces pero restitu- tivamente: siempre habrá que volver a pedirlo al mismo lugar, sin interiorizaciónalguna. Existe una profunda perturbación en el extraer, al que tanto énfasis dimos en El niño y el significante. La dependencia miserable que 38 se genera es correlativa de esta severa perturbación, todo un núcleo del trastorno. Pero la categoría decisiva para especificar y fundar teóricamente un cierto diagnóstico diferencial que no sea una aproximación empírica en el reino del 'más o menos', es la del vacío, la que me hizo tomar el camino de la memoria como laguna y no el de la laguna de la memo- ria. La cabeza vacía de la paciente de Sami-Ah cobra todo su peso cuando se asocia a las muchas manifestacio- nes de este tipo en la clínica: el paciente declara no pen- sar en nada o sentirse vacío, que no es lo mismo que la tristeza. Vacío al que en cierta medida se refiere Sami- Ali cuando dice: "vacío en el nivel mismo de las condicio- nes de la representación". Ahora bien, todo depende de que, metapsicológicamente, distingamos con muchísimo cuidado la categoría del vacío de la categoría del agujero. La categoría del agujero supone la existencia de una depresión psicótica, depresión psicótica que puede tomar diversas direcciones: autísticas, psicóticas propiamente dichas, psicosomáticas (en el sentido desarrollado por Nasio de la forclusión local), adictivas, depresivas, etcé- tera: el sujeto está agujereado. El vacío no debe ser con- fundido con todo aquello. A grandes rasgos, podríamos situar sus formaciones en una serie que podemos hacerla comenzar -en el plano de la actividad más saludable, ajena en sí misma a la nosografía- por el esparcimiento, propiedad y operación constituyente de toda escritura. Cuando un niño juega, más precisamente, cuando se pone a jugar, derrama por el suelo los juguetes, los dispo- ne de cierta manera que de hecho es una trama de espa- ciamientos sin los cuales, en la anexión confusa del mazacote, sería imposible el mínimo ejercicio de cual- quier escrituración. De ahí el gesto inaugural del despa- rramo de los juguetes -acto eminentemente 'simbólico', si nos gusta decirlo así, indispensable para generar una 39 primera relación de espaciamiento que permita ponerse a jugar. Si pasamos a un plano neurótico, ese espacia- miento está trabajado internamente con elipsis, hiatos, pequeñas desconexiones, indicadores, en su formación, de lagunas, de represión, que luego dará lugar a forma- ciones de retorno. En un tercer plano, el del trastorno narcisista no psicótico, el espaciamiento se habrá exten- dido en campos vacíos, pero vacíos masivos, al par que en la depresión psicótica el lugar del espaciamiento estará agujereado. La señora P., en el historial de Sami-Ali que ya hemos evocado, dice "se me borró completamente de la cabeza" (ésa es una frase preciosa para distinguir con toda precisión entre vacío y agujero), "esto se me fue completamente de la cabeza" (un "de" designa, entonces, que su cabeza queda vacía) y sigue diciendo "cuando vuelve mi marido me acuerdo" (su cabeza se vuelve a lle- nar). Pero ella no dice, en cambio, 'se me fue completa- mente la cabeza', como sí podría decir el presidente Schreber, a quien se le habían ido los pulmones, los intestinos, o bien como un joven psicótico que comenta que se le fue la cabeza porque se la apropiaron otros, la aniquilaron, hasta se la comieron. Tampoco es el caso del niño autista, a quien, al volver la madre, lo encuentra mirando sin mirada o sin voz, sin boca: se le fue la boca, no se le fue algo de la boca. Diferencia teórica capital, entonces, sin la cual el inadvertido terapeuta podrá rotu- lar de 'psicótico' (por lo que encuentre en él de caótico) a un niño que sufre del vacío. La condición de vacío es compatible con una cierta reversibilidad, ausente en cambio en las formaciones que dependen de la depresión psicótica. Por ejemplo, la mis- ma señora P. dice: "Se va mi marido y me olvido, se me va de la cabeza lo que él me había encargado; vuelve él, y nada más con verlo entrar me acuerdo", o lo que de un paciente mío cuentan sus padres: "Si estamos nosotros 40 tiene ganas de jugar, o puede hacer los deberes; pero si no estamos, no los puede hacer, no puede jugar a nada". Se sigue el movimiento de cierta reversibilidad, de cierto ir y venir que recupera, con ese modo limitado, una posi- bilidad. En el otro caso, donde decirnos del agujereamiento, es m.ás difícil. Cuando retorna la madre, su hijo autista no recupera absolutamente nada de la boca perdida, o si es un depresivo, su autoestima agujereada estará siempre yéndose por un resumidero superyoico, y no va a volver a sus manos fácilmente. En la depresión psicótica los retornos no se dan por la vuelta de otro ser humano; son retornos más tortuosos que pasan por el delirio, la aluci- nación, o bien el desarrollo de una extraña fijación a sen- saciones hipertrofiadas, su eventual mutación en una adicción o en una lesión orgánica. Ahora bien, hablar de vacío es hablar, en mis propios términos, de patologías del tubo. Hemos planteado, a partir de El niño y el significante y aun antes, 14 la idea de un cuerpo, de una subjetivación de lo eorporl:!J, que se estructura primero como una superficie continua, una superficie sin forma, pero con función de continuidad, y luego una segunda estructuración como tubo (en térmi- nos de contenido/continente, etcétera). Ahora, el trastor- no nos permitirá avanzar sobre esta formación. Por lo pronto, nueva ocasión de diagnóstico diferencial: en todos los casos que responden a una depresión psicótica, lo lesionado es siempre una superficie, por eso aparecen con tanta frecuencia las situaciones donde la madre estu- vo separada del hijo, física o psíquicamente, provocando agujereamiento en la extensión moebiana que debe ten- 14. Rodulfo, Marisa y Rodulfo, Ricardo, Clínica psicoanalítica en niños y adolescentes: una introducción, BU:erios Aires, Ed. Lugar, 1986. 41 derse con la madre, enfermedad de lo que debería ser ininterrumpido. En la medida en que la problemática es la del vacío, pone en cambio enjuego problemas de entu- bamiento. El vacío se especifica como vacío de un tubo: en los tubos de estos niños, si hay imaginariamente algo, por lo general es sólo caca (abundante aparición de esta vivencia más que fantasía, en los materiales), y caca que no se puede metamorfosear, a diferencia de otros casos, en otra cosa. Hay dos niveles donde se puede situar la patología del tubo. De acuerdo con lo que venimos trabajando, la formación del tubo en el niño en el momento de la subje- tivación implica sobre todo dos categorías: la categoría vacío/lleno, y la categoría duro!blando (categorías cuyo entramado opositivo demora un tiémpo más, siendo más exacto y rico escribir vacío lleno y duro blando). Por lo tanto hay patologías del tubo en los dos sentidos, cuyas derivaciones habremos de estudiar. Por este rodeo podemos ahora volver sobre un puña- do de fenómenos: la laguna como 'propiedad' de la memo- ria, lo 'escrito en el agua' de los procesos lábiles que se hacen y deshacen, de las escrituras que no se fijan, que nunca quedan verdaderamente escritas, lo que nos hace pensar en una patología de lo líquido, y que podemos remitir a la deficiente adquisición, a la falla en inscribir ese elemento suficientemente duro en su corporeidad, que literal y metafóricamente sirva para vertebrarse. Son frecuentes, por esto mismo, las perseveraciones en juegos de función superficie, como regresión respecto de la formación de tubos (que siempre es una problemática penosa para ellos) con todo el léxico que irá surgiendo entonces en términos de lo lleno/lo vacío (la cabeza vacía, , el cuerpo vacío, el pensamiento vacío), o bien lo amorfo, lo que no tiene la suficiente vertebración, que en algunos niños aparecerá, incluso, como cierta bipedestación no 42terminada de asumir: sabe y puede caminar, pero en cuanto juega vuelve enseguida a las cuatro patas de cualquier mamífero. Diríase que el entubamiento de la bipedestación carece de consistencia pictogramática: tan- to en juegos como en dibujos suelen aparecer tubos cuya posición vertical se diluye fácilmente, se horizontaliza, incluso se desparrama. Tercera categoría conceptual imprescindible para el procesamiento metapsicológico de los trastornos narcisistas de naturaleza no psicótica: sue- le aparecer en los materiales como una debilidad en la función de la mano (me refiero precisamente a esa dure- za libidinal de la mano que atraviesa el espacio), y que a veces quedará semicompensada por la rigidez; blandura de lo excesivamente líquido, que de inmediato evoca en el analista las imágenes de lo disperso, de la dilución -me he interesado por eso en valorizar la referencia ori- ginal al "diluirse" de Marisa Rodulfo- de lo que se despa- rrama, como un líquido sin recipiente que lo organice, y sin posibilidad de pasar a un estado más sólido: de donde esta mano emergerá con escasa energía en su función centrífuga de agarrar, de salir al encuentro, de invención del juguete, de producción del espacio transicional. Característicamente, este espacio transicional lo vamos a encontrar corno anémico, y el niño derivará en dedicarse a utilizar el espacio transicional del otro (no tanto, entonces, usar del otro en tanto cuerpo, lo que es el caso de las psicosis confusionales de Tustin) tal como lo cons- tatamos flagrantemente en la pretensión de que uno haga juegos por ellos y no sólo con ellos. Esta torsión involucra una falla· importante de la agresividad, refi- riéndonos sobre todo a la agresividad en su función intrínseca, absolutamente radical, de constituir la alteri- dad, a diferencia de lo que Winnicott llama "agrasión reactiva" (o sea, la agresión relativa a cierto traspié ambiental, a una relativa falla en las funciones del 43 medio, in1plicando, entonces, en sus aparentes excesos todo un fracaso de la agresividad). La agresividad que nos ocupa es la que Winnicott liga a la espontaneidad infantil, lo pulsivo de ello como fuerza diferenciadora.is Concuerda con lo que Sami-Ali piensa como "deficiencia en la proyección sensorial primaria", o sea en lo pulsio- nal que arroja el cuerpo al espacio, y mientras lo hace arroja espacio (se comprende entonces que el juego del carretel en el niño del trastorno sea un juego, como lo definía antes, descuajeringado). El espacio tiende a lo bidimensional: el niño y los otros se aplanan sobre él. Por lo tanto, la otra subjetividad con la que tan intensa relación se mantiene, es una subjetividad a la que más le cabe la categoría de objeto que la de verdadera alteridad, lo cual nos aconseja no euforizarnos demasiado por el vívido, acentuado, plano de la relación de objeto del que estos pacientes son capaces. Es tan intensa como escasa en alteridad, y si no avanzan en ella hay escaso progreso terapéutico. Ahora bien, esto equivale a constatar un relativo fracaso en su agresividad, y, por eso mismo, en poder extraer cosas del otro que queden incorporadas permanentemente como propias. Esta deficiencia en la función agresiva -en la función que se entrelaza, se 15. Véase el texto tan importante como necesitado de una verda- dera lectura compuesto entre 1950 y 1954: "La agresión en relación con el desarrollo emocional" en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1979). El punto también se encuentra examinado en mi artículo "De vuelta por Winnicott", Diarios Clínicos, N2 6, 1993, donde introduzco el problema aún no explicitado de 'la otra' metapsi- cología -en cuanto a sus postulados directores- que Winnicott subrepticiamente introduce al refutar el principio de inercia freudia- no y toda la conceptualización reactiva de la subjetividad que de él se deriva, a contramarcha de los mismos movimientos textuales de Freud, tan ricamente ambiguo. Algo de esta cuestión también puede rastrearse en Stern, Daniel, El mundo interpersonal del infante, Bue- nos Aires, Paidós, 1991. 44 intrinca tan indisolublemente a la función libidinal de la mano, de la mano que crea lo tridimensional, el volumen de la mano, que inventa el juguete, que inventa o que descubre la alteridad, que descubre su propia alteridad como subjetividad-, esta deficiencia no es lo mismo que la pérdida de materia subjetiva en la depresión psicótica; pero sí supone detención, vacío, escaso desarrollo. Eso mismo hace que los niños del trastorno no sean niños verdaderamente agresivos, a diferencia de aquellos que toman el sesgo de una tendencia antisocial, los cuales van a intentar sacar del otro 16 en la forma del robo u otra acción violenta. El niño del trastorno, antes bien, pide, demanda, se adhiere a nosotros, sobre todo en lo que tenga que ver con el trazo. Es un vacío de trazo que se busca compensar y que vibra decisivamente en la tor- peza. La torpeza así referida ya se explica mejor, tanto la literal como la metafórica, tanto torpeza motriz como en su forma de torpeza del pensamiento, en la medida en que lo que así denominamos (desde el punto de vista del observador) es un índice de que en ese punto de subjeti- vidad se está moviendo en un espacio bidimensional. El tan empleado como eficaz gag de errarles a las cosas, remite a un desconocimiento radical del volumen, espa- cial o temporal. Una de las primeras pacientes que me enseñaron de esto, una adolescente, se caracterizaba por llegar a cualquier hora a la sesión, lo cual al principio y erróneamente tomé por una resistencia de las tan clara- mente tipificadas por Freud. Hasta que pude acceder a otro tipo de pregunta, rasgando la inercia de permanecer fijado a los paradigmas de las neurosis: ¿cuál era la hora para ella? Lo cual no era una cuestión sencilla de contes- 16. Introduzco esta escritura denotando el otro en tanto diferen- cia, alteridad, otra subjetividad, lo cual es enteramente distinto del otro como objeto en sus más diversos matices: objeto narcisista, doble, objeto de deseo, etcétera. 45 tar, en1pezando porque no tenía reloj. Poco a poco reparé en el tipo de trayectos que hacía. En lo esencial, depen- día del otro: si se encontraba con alguien no podía decir algo así como 'No puedo hablar con vos porque voy a ... '. Pasivamente se quedaba y de ese n10.do se iba derraman-· do por el camino; en lo que hace a la sesión, de no encon- . trarse con nadie hasta podía llegar muy temprano, por- que además venía muy contenta y sin ninguna reticencia en particular por esa época. Pero no había volumen de la temporalidad en el sentido de un antes/después al que pudiese recurrir. Por lo mismo, cuando estaba conmigo no se quería ir, le era muy penoso despedirse y, sobre todo, no podía remitirse por sí misma al 'tengo cosas para hacer'. La construcción de una temporalidad más desarrollada en términos del proceso secundario tendrá que plantearse en el tratamiento. Si ahora nos proponemos situar este trastorno narci- sista en términos del narcisismo, habría una cierta defle- xión (en el sentido de una inflexión defectuosa) del verse como otro. El verse como otro es todo un espacio lógico en el desarrollo del narcisismo; todo estriba en que sea pro- gresivamente internalizado. En estos niños, la deflexión consiste en que la manera, la calidad, que asume el verse como otro es verse permanentemente desde el punto de vista del otro como tal, sin mediación del propio cuerpo. Por eso, el pequeño no corrige al copiar un gesto, lo copia sin más y sin paso por su experiencia kinestésica, lo cual responde por otro efecto de torpeza: no hacer la rectifica- ción de 'yo' por 'tú' (por ejemplo, un paciente me da la consigna de que él tiene que sostener un diálogo que en realidad yo debosostener; en ese punto 'confunde' el yo con el tú, y esto por mal rotado, porque él permanente- mente está viendo las cosas del mundo desde el punto de vista del de enfrente). Ahora bien, si consideramos lo anterior en términos de lo desarrollado por mí. como 46 rnetamorfosis en el jugar, en el recorrido de1 jugar, 17 di1'Ía que también hay una literalización defectuosa, patológi- ca, de la metamorfosis, porque la transformación subjeti- va que implica la metamorfosis para un niño así se redu- ce a querer ser empíricamente cierto y determinado otro, por no gustarle como él es; entonces, característicamen- te, pretenderá ser el hermano más capaz. lo cual es una metamorfosis que lo vacía, es una metamorfosis más fija- da a lo perceptivo. Otro paciente me dirá: "Voy a mirar bien cómo es tu lapicera y le voy a decir a mi mamá que me compre una igual". La metamorfosis pasa no tanto por extraer de mí algo sino, como va a decirlo él de muchas maneras, tener exactmnente lo mismo que yo, pretensión derivada de la imposibilidad de ser (como) yo, inflexión entonces diferente de la clásica del doble que la literatura ha consagrado. Existe otra vertiente a incorporar para un procesa- miento teórico más fino de los trastornos narcisistas no psicóticos y podríamos llamarla musical. No se trata de lo musical en su dimensión estética o como técnica de trabajo (musicoterapia), sino aquella otra vertiente de lo musical puesta en juego en la estructuración del cuerpo. Ya el hecho de que privilegiemos el tema de la torpeza sugiere algo al respecto, por lo que ella tiene de desrit- mado, o de ritmos en desritmo y también de intensidades desfasadas, desreguladas, todo lo cual impregna fuerte- mente la corporeidad de estos niños. Algo al nivel de la subjetivación, algo congruo con su música más profunda, está resueltamente alterado, y donde quizás habría que pensar en qué desencuentro y de qué orden pudo darse con la posición y los estilos de la función materna. Sugíe- 17. Conferencia con ese título durante el Encuentro "Pensar la niñez", inédita aún. Doble recorrido del jugar en los procesos de s11b- jetivación y del jugar en la teorización analítica. 47 ro meditar, para tornar un ejemplo bien conocido, cómo un juego del tipo del juego del carretel (f"ort / da) exige en la trama más íntima de su estructura un cierto ritmo, sin el cual no reconocemos el juego cuando el niño lo eje- cuta. Fallada en un sentido u otro tal ritmación, el juego se desfigura completamente. ¿No nos pasa esto muchas veces durante el trabajo terapéutico? Es bien posible que una aparición y existencia así desritmada sea del todo más frecuente que una genuina ausencia. También la mano que agarra, que causa volumen, lo hace a cierto ritmo. Asomarse a distintas formas de patologías narci- sistas de consideración lleva a prestar a las ritmaciones donde los procesos subjetivos se cumplen y descumplen una atención enteramente nueva. Pensemos, por ejem- plo, qué distinta es la derivación a fonoaudiología de un niño con un trastorno narcisista no psicótico, si se tiene clara conciencia de que son los niveles musicales del len- guaje los que están más comprometidos. A su vez, esto nos permite el replanteo de las cualidades del relaciona- miento con la madre, alejándose de un mal planteo teóri- co con el cual no se puede llegar muy lejos, que se atiene a un tosco esquematismo 'cuantitativo' y recurre monóto- namente a las nociones de fusión e indiscriminación como 'explicalotodo': invariablemente, la madre será juz- gada como demasiado simbiótica, y esta simbiosis se pro- moverá a un rasgo causal sin hacerse mayores proble- mas. Para el caso nos remitimos a las excelentes críticas de Daniel Ste:rn sobre este punto tan devenido cliché en el psicoanálisis. is Una de las consecuencias más penosas 18. Stern, Daniel, ob. cit., ya desde el primer capítulo y varias veces a lo largo del libro. La crítica desde varios ángulos a este lugar común constituye uno de los ejes de esta notable obra. En cuanto a las estructuras musicales actuantes en la subjetivación, se encuentra también una profunda reflexión sobre su incidencia, en el corazón de la categoría lacaniana de significante, cada vez que la referenda es la 48 de una aprehensión teórica harto elemental ha sido reprimir la consideración más fina de las calidades de un vínculo y de una determinada función, calidades sujetas a toda clase de alteraciones sutiles. Una cierta relación del niño con la madre puede, en su contenido manifiesto, impresionar como excesiva, y sin embargo ser muy defi- citaria en algunos de sus aspectos, como el relatívo a la musicalidad de sus encuentros o a la disposición para dar lugar a una zona de juego, en lugar de restituir la escasa calidad de un relacionamiento, la poca entidad del pensar en el niño, con 'muchos' cuidados corporales nun- ca metamorfoseables en trabajo de trazo. Pero del todo erróneo es confundir tal supuesta abundancia con verda- dera intimidad, o aún peor, con exceso de intimidad. Si lo quisiera volcar en términos de ese pequeño modelo para jugar que desarrollé en otro momento y lugar, retomado por Marisa Rodulfo en su propio libro, rn -esa tabla donde entraban en doble entrada cuerpo, espejo, hoja, por una parte, y caricia, rasgo, trazo, por la otra, todo ello para pensar las escrituras del cuerpo en la subjetividad: su alternancia, su secuencia, su coexisten- cia, sus peripecias-, diría que en los casos considerados existen tres puntos clave: poesía y no la lingüística. He trabajado sobre esta cuestión en un tex- to publicado en Diarios Clínicos, Nº 4, 1992, "Sobre una cuestión pre- liminar al psicoanálisis de niños con trastorno del desarrollo". 19. Rodulfo, Marisa, ob. cit., cap 7. Justamente uno de los aspec- tos más nuevos que en esta obra se plantean es que el dibujo de un niño no se trata sólo de trazos o, dicho de otra manera, que en el devenir (de un) trazo, hay muchas cosas en él metidas que no lo son, lo que permitiría -si se preocupa uno por eso- pensar la represión originaria de un modo no sólo asible clínicamente, sino, además, menos toscamente binario (esas cosas que desbordan el trazo en el trazo pueden, en ciertas condiciones, más o menos fugazmente volver o volverse visualizables). 49 1) La disyunción entre trazo y cuerpo. En este último encontramos que todo se plantea en el terreno de la cari- cia y del rasgo; hay poco o nada de trazo. No puede entonces sorprender la escasa posibilidad de abstracción, así como el reemplazarla por una serie de procesamien- tos corporales del orden ele los ya expuestos. 2) Correlativamente, la dú;yunción súnétrica entre el plano de la caricia como escritura y el plano de la hoja. En las letras que el niño hace hay muy poco de la caricia; muy poco de mano pasa a la letra, y de ahí que todo el proceso de lecto-escritura 'se sienta' como escasamente propio. 3) Hipertrofia de lo especular para compensar estas disyunciones, sobre todo en lo que respecta al rasgo en el cuerpo, que especificaría, pienso, con más precisión la especularidad de estos niños: el rasgo no está tanto asen- tado en el espejo, jugado en espejos literales o metafóri- cos, sino principalmente en el semejante, simétrico o asimétrico. Una vez más, esto debería ahorrarnos apela- ciones demasiado globales y, por eso mismo, absoluta- mente esquemáticas, a 'lo especular' o a 'lo imaginario' de una manera toscamente inespecífica. Pero esto nos empuja ya más lejos, y en este borde nos detenemos: al trastorno en la teoría. A MODO DE APÉNDICE 1) Sobre todo en los analistas y otros colegas con for- mación sólo 'lacaniana' -dejando por ahora de lado la espinosa cuestión de si un tal 'sólo' constituye una verda- dera formación-, un obstáculo que invariablemente se