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LOS_SACRAMENTOS_DE_LA_VIDA_BOFF

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NUEVA 
LOS 
SACRAMENTOS 
DE LA VIDA 
Y 
LAVIDADELOS 
SACRAMENTOS 
Mínima Sacramentalia 
Leonardo 
Colección 
IGLESIA NUEVA 
23 
*. 
DEDICATORIA 
DEDICO este librito a la montaña 
que me visita siempre a través de la ventana. 
A veces el sol la quema. Otras la reseca. 
Frecuentemente, la lluvia la castiga. 
No raramente la niebla la envuelve mansamente. 
Nunca la oí quejarse por causa del calor o 
del irlo. Jamás cobró nada por su 
majestuosa belleza. Ni siquiera el agradecimiento. Ella 
se da simplemente. Gratuitamente. 
No es menos majestuosa cuando el sol la acaricia 
que cuando el viento la azota. No se preocupa si 
la miran. No se incomoda cuando caminan sobre ella 
Es como Dios: Todo lo soporta; todo lo sufre; todo 
lo acoge. Dios se comporta como ella. Por eso 
la montaña es un sacramento de Dios. 
Revela, recuerda, apunta, re-envía. Porque es 
así, le dedico agradecido, este iibríto. 
En él se trata de hablar el lenguaje sacramental 
que ella no habla, sino que -lo que es mucho más-
ella misma es. 
EL AUTOR 
Leonardo Boff 
LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA 
Y 
LA VIDA DE LOS SACRAMENTOS 
Mínima Sacramentalia 
INDO-AMERICAN PRESS SERVICE 
Apartado Aéreo 53274 
Chapinero - Bogotá - Colombia 
1975 
Traducción 
H«rmana María Agudelo 
Secretaria Adjunta de la CLAR 
Propiedad Reservada 
NOTA DEL EDITOR 
Que lucha, Señor, para encontrarte, 
qué falta de luz para seguirte, 
cómo se pierden nuestros pasos 
en los caminos secos de la vida. 
Cuánta angustia, Señor, 
cuando oimos tu llamada 
y no sabemos dónde está tu voz. 
Ella quema el alma 
angustia la conciencia,hace gemir el corazón. 
En el silencio de las noches, 
en la turbulencia de los días 
en la paz de la alegría, 
o en las lágrimas del dolor, 
seguimos preguntando: 
"Nos has llamado, tú, Señor! 
¿en dónde estás"? 
Por favor. . . 
no te ocultes, 
déjanos hallarte, 
que sepamos dónde estás. 
Mira. . . 
El sol está cayendo 
y tenemos miedo de que para siempre, 
la oscuridad apague nuestros ojos y nunca. . . 
te podamos ver, 
ni sepamos de dónde, 
para qué, ni a dónde nos llamaste. 
Pero de pronto, en medio de la lucha y la fatiga 
una chispa de tu amor 
nos hace ver de dónde, para qué y a dónde nos llamaste. 
Es cuando 
sabemos que estás, inmanente y trascendente, en todas partes, 
cuando sentimos que todo 
trasluce tu presencia; 
cuando ya no eres el Dios del cielo solamente 
sino el Padre 
5 
que nos dio la vida 
y que llevamos, gota a gota, en toda nuestra sangre. 
Cuando salimos de nosotros mismos 
y nos entramos en Ti, omnipresente y llenador del universo, 
cuando te sales de nosotros, pobres egoístas, 
y te entras en el mundo 
para decirnos 
"en todo yo existo 
en todo me podréis hallar". 
Entonces, nos parece "fácil" 
encontrarte, 
seguirte 
y llegar a donde estás. 
Cuando todo el mundo, 
los cielos y la tierra, 
la historia de los hombres, 
su tristeza, 
su angustia, 
su alegría y su dolor 
los amigos y enemigos 
los hombres todos 
nos hacemos sacramento de tu amor 
entonces, nos parece "fácil" 
encontrarte, 
seguirte, 
y llegar a donde estás. 
Cuando 
tu presencia entre nosotros 
no es simple historia de pasado 
sino vida, 
en tu iglesia, 
Iglesia que nos hace hombres 
y nos vuelve ángeles,, 
comprendemos el sacramento de tu amor. 
Y parece "fácil" encontrarte, 
seguirte, 
llegar a donde estás. 
Cuando las cosas que tocamos 
los seres que nos acompañan 
loque vernos, 
6 
los recuerdos que vivimos 
el futuro que imaginamos 
y el presente que construimos, 
se hacen sacramento de tu gracia 
y son trasparencia de tu Ser, 
entonces parece "fácil" 
encontrarte, 
seguirte, 
y llegar a donde estás. 
Cuando todo. . . todo. . . 
trasciende hasta ti 
parece "fácil" llegar a donde estás. 
Señor, que caiga el velo 
de los ojos que no ven 
que todo es imagen tuya 
presencia 
de tu amor y tu bondad. 
Indudablemente, cada libro representa un algo diferente para cada lec-
tor. Según el color de los ojos sicológicos con que se lea. Lograr decir 
algo que el lector sienta como propio, asimile como suyo y luego logre 
integrarlo en su vida, constituye la bondad de la obra, que por conse-
cuencia refleja los quilates del autor. 
Este libro, "Los Sacramentos de la Vida y la Vida de los Sacramentos" 
(Mínima Sacramentalia) del P. Leonardo Boff, ha sido leído ya por miles 
de lectores en su edición original, el portugués. 
En español, ahora, lo será por muchos otros miles. Para los lectores de 
ambos idiomas ha representado algo muy claro: La belleza de la vida 
como Sacramento. La respuesta a un permanente interrogante del hom-
bre de hoy: ¿Dónde está Dios.. . ? ¿Por qué no lo podemos hallar "más 
fácilmente" en el diario caminar... ? ¿Por qué hablar con El, de amigo a 
amigo, se torna tan difícil? 
Pocas veces se córrela suerte de encontrar una síntesistan apretada, tan 
clara, tan real, tan dinámica y tan de la vida diaria a estos interrogantes, 
como la que ofrece el autor en las páginas que siguen. 
Después de haber editado muchas obras que habían el lenguaje duro del 
raciocinio, de la lógica, es para Indo American Press Service, un verda-
dero placer ofrecer a los lectores este libro que, además de ser "terrible-
7 
mente" lógico, habla del amor, en lenguaje de amor y poesía, para 
facilitar ese encuentro con Dios. Es por lo menos el sabor que nos quedó 
después de haberlo meditado. 
Su autor, el P. Leonardo Boff, OFM., un fraile brasileño, es uno de los 
grandes de la Teología Latinoamericana. Obras como "La vida más allá 
de la muerte", "La experiencia de Dios", "El Destino del Hombre y del 
Mundo", "La Resurrección de Cristo, nuestra Resurrección en la Muerte" 
(todas serán editadas en español por Indo American Press Service en 
breve tiempo) son la prueba. Además de los muchos ensayos, artículos, 
estudios que periódicamente publica en las más autorizadas Revistas 
especializadas. 
Indo American Press Service agradece con sinceridad grande al P. 
Leonardo y a la "Editora Vozes" de Petrópolis la confianza que han 
dispensado para poder ofrecer a los lectores de habla castellana este 
libro. 
Una dama que tuvo oportunidad de leer el texto español antes de llevarlo 
a la Editorial para su edición, le escribió a la traductora, la Hna. María 
Agudelo las siguientes palabras: 
"El autor debe ser un Poeta... en potencia o en latencia. Siente, vibra, se 
emociona, sueña, recuerda, espiritualiza, recrea el pasado con una ca-
pacidad de emoción, de nostalgia y de ensueño propio del Poeta, o no?... 
¡Y cómo aprendí! ¡Qué claro, hermoso, profundo y simple el concepto o 
mejor, la concepción del Sacramento! ¿Para qué complican tanto las 
cosas otras personas? Todo me lleva a la conclusión de que el problema 
no es más que una relación amorosa, o mejor una dependencia (acto 
libre) amorosa de El... Oye, María: Me falta la hoja 55, ¿qué pasó?, ¿Me 
la puedes mandar? Me gusta este libro, el autor habla como mis autores 
de cabecera, y por eso quisiera tenerlo completo. Otra cosa, ¿no lo van a 
editar?, ¿cuándo, dónde"?. 
Estimada señora, estimados lectores: con gran placer entregamos a 
ustedes este libro, con. . . la página 55, inclusive. 
EL EDITOR 
JOSÉ IGNACIO TORRES H, 
8 
CONTENIDO 
Pág. 
PUERTA DE ENTRADA AL EDIFICIO SACRAMENTAL 11 
1. Cuando las cosas empiezan a hablar 11 
2. El hombre moderno es también sacramental 11 
3. El Sacramento: Relación entre el hombre, el mundo y Dios 12 
4. La narración es el lenguaje del sacramento 14 
EL SACRAMENTO DEL JARRO 17 
1. ¿Qué es un sacramento? 18 
2. El jarro visto desde fuera: mirada científica 18 
3. El jarro visto desde dentro: mirada sacramental 19 
EL SACRAMENTO DE LA COLILLA DEL CIGARRILLO 21 
1. ¿Qué más es un sacramento? 22 
2. Las dimensiones de la sacramentalidad 23 
EL SACRAMENTO DEL PAN 25 
1. El pensar sacramental como experiencia total 26 
2. In-manencia, tras-cendencia, tras-parencia 27 
EL SACRAMENTO DE LA HISTORIA DE LA VIDA 29 
1. Visto a partir de Dios todo es Sacramento 30 
2. El mundo Sacramental: fundón indicadora y función reveladora32 
EL SACRAMENTO DE LA HISTORIA DE LA VIDA 34 
1. Una vez más: ¿Qué es un Sacramento? 36 
De lectura en lectura, se estructura el Sacramento 37 
EL SACRAMENTO DEL PROFESOR DE PRIMARIA 39 
1. Jesús de Nazareth el Sacramento fontal de Dios 41 
2. Jesucristo, Sacramento del encuentro 41 
EL SACRAMENTO DE LA CASA 43 
1. Cristo, Sacramento de Dios-Iglesia, Sacramento de Cristo 44 
2. Todo en la Iglesia es sacramental 46 
LOS EJES SACRAMENTALES DE LA VIDA 47 
1. Si en la Iglesia todo es sacramento, ¿por qué entonces los 
siete sacramentos? Al 
9 
a) El nivel histórico-consciente 47 
b) El nivel estructural-inconsciente 48 
2. Los siete sacramentos desdoblan y subliman los momentos 
ciaves de la vida 49 
3. ¿Qué significa el número siete? 50 
X- ¿EN QUE SENTIDO JESUCRISTO ES EL AUTOR DE LOS 
SACRAMENTOS? 52 
1. "Los Sacramentos fueron instituidos por Jesucristo 
Nuestro Señor" 52 
2. De los Sacramentos de Dios hacia los Sacramentos de Cristo 54 
3. El sentido en que Jesucristo es autor de los Sacramentos 55 
XI- EL SACRAMENTO DE LA PALABRA DADA 57 
1. Los Sacramentos obran "ex opere operato". ¿Cómo se 
entiende esto? 58 
2. Cristo es la palabra de garantía que Dios dio a los hombres... 59 
XII- EL SACRAMENTO DE LA RESPUESTA DADA Y DEL ENCUENTRO 
CELEBRADO 61 
1. El Sacramento es pro-puesta de Dios y también res-puesta.... 62 
2. El encuentro Sacramental acontece. . . pero preparado 
largamente 62 
3. Sacramento y proceso de liberación 63 
XIII- LO DIA-BOLICO Y LO SIM-BOLICO EN EL UNIVERSO 
SACRAMENTAL 65 
1. El momento slm-bólico en el Sacramento 66 
2. El momento dia-bólico en el Sacramento 67 
XIV- CONCLUSIONES: LA SACRAMENTOLOGIA EN PROPOSICIONES 
SINTÉTICAS 69 
CAPITULO I 
PUERTA DE ENTRADA 
AL EDIFICIO SACRAMENTAL 
1. CUANDO LAS COSAS EMPIEZAN A HABLAR. . . 
Este librito sólo puede ser entendido por aquellos que, dentro del mundo 
técnico científico de la modernidad, se alimentan de un espíritu que les 
permite ver más allá de cualquier paisaje, vislumbrar siempre por encima 
de cualquier horizonte. Este espíritu vive hoy en los poros de nuestra 
experiencia cultural; es como un hilo subterráneo que alimenta las fuentes 
que hacen brotar los ríos a la superficie. No es visible, pero de capital 
importancia, porque hominiza las cosas y humaniza las relaciones con 
ellas. Es el que detecta el sentido secreto inscrito en todo. 
El hombre no es un mero manipulador de su mundo, sino alguien capaz 
de leer el mensaje que el mundo trae en su interior. Este mensaje está 
escrito en todas las cosas que forman el universo. Por eso los estudiosos 
de la Semántica, tanto antiguos como modernos, comprendieron muy bien 
que las cosas que están "más allá de las cosas", constituyen un sistema 
de signos, como las sílabas de un gran alfabeto. Y el alfabeto está al 
servicio de un mensaje inscrito en las cosas, mensaje que puede ser 
des-crito y des-cifrado por quien tiene los ojos abiertos. 
El hombre no es jamás un analfabeta, sino alguien capaz de leer el 
mensaje del mundo, un ser que, en la multiplicidad de lenguajes, puede 
leer e interpretar. Vivir esto, es leer e interpretar en lo efímero lo 
Permanente; en lo temporal, lo Eterno; en el mundo, a Dios. Entonces lo 
efímero se tras-figura en signo de la presencia de lo permanente; lo 
temporal en símbolo de la realidad délo Eterno; el mundo en gran sacra-
mento de Dios. 
Cuando las cosas empiezan a dar voces y el hombre a oírlas, surge el 
edificio sacramental, que tiene escrito en su frontispicio: Todo lo real es 
solamente un signo. ¿De qué? De otra realidad, de la realidad que funda-
menta todas las cosas: de Dios. 
2. EL HOMBRE MODERNO ES TAMBIÉN SACRAMENTAL 
No creemos que el hombre moderno haya perdido el sentido de lo 
simbólico y de lo sacramental. El hombre moderno es también hombre, 
como los de otros contextos culturales, y por eso es también autor de 
11 
símbolos que expresan su interioridad y es capaz de descifrar el sentido 
simbólico del mundo. Quizás, se ha hecho ciego y sordo a un cierto tipo de 
símbolos y de ritos sacramentales que se endurecieron o se volvieron 
anacrónicos. La culpa, por tanto, es de los ritos mismos y no del hombre 
moderno. Porque, indudablemente, no podemos ocultar el hecho de que 
en el universo sacramental cristiano se ha llevado a cabo un proceso de 
momificación ritual, hasta el punto de que los signos empleados actual-
mente hablan poco por sí mismos, necesitan ser explicados; y es evidente 
que un signo que necesita ser explicado ha dejado de ser signo. No es el 
signo, sino el misterio en él contenido, lo que necesita explicación. 
El hombre moderno secularizado se muestra suspicaz frente al universo 
sacramental cristiano por causa de esta momificación ritual, que le hace 
sentirse tentado a cortar toda relación con lo simbólico religioso. Pero, al 
hacer esto, no corta solamente con una riqueza importante de la religión, 
sino que cierra también las ventanas de su propia alma, porque lo simbó-
lico y lo sacramental constituyen dimensiones muy profundas de la reali-
dad humana. 
3. EL SACRAMENTO: RELACIÓN ENTRE EL HOMBRE, EL MUNDO Y 
DIOS 
La fenomenología y la antropología describen minuciosamente la rela-
ción del hombre con el mundo. Tal relación se realiza en tres niveles 
sucesivos. 
En un primer nivel, el hombre siente extrañeza: las cosas le causan 
admiración y hasta temor. Luego las estudia por todos los aspectos, va 
sustituyendo las sorpresas por las certezas y accede al segundo nivel que 
es el término final de este proceso de aproximación: la domesticación. 
Consigue interpretar y, de este modo, dominar aquello que le causaba 
extrañeza; a este segundo nivel se sitúa la ciencia, que encuadra los 
fenómenos dentro de un sistema coherente, con el fin de domesticarlos. 
Finalmente, el hombre se habitúa a los objetos, que llegan a hacer parte de 
su paisaje. . . Y la relación modifica ambos términos: hombre y cosas. 
Estas ya no son meros objetos, sino que se tornan en signos, en símbolos 
del encuentro, del esfuerzo, de la conquista, de la interioridad humana. 
Los objetos empiezan a hablar y a contar la historia de su relación con el 
hombre; se trasfiguran en sacramentos y de este modo, el mundo hu-
mano, aún material y técnico, nunca es sólo eso; es también algo simbó-
lico, cargado de sentido. 
Esto lo conocen perfectamente los conductores de masas que utilizan 
los medios de comunicación social; ellos saben que lo que arrastra a los 
hombres no son tarto las ideologías sino los símbolos y los mitos activa-
dos a partir del inconsciente colectivo. Por ejemplo, una propaganda 
comercial en la TV presenta el cigarrillo LS. . . Quien fuma esta marca se 
hace partícipe de una felicidad por encima de lo humano. Aparecen 
hombres hermosos, ricos, en mansiones maravillosas, con mujeres des-
12 
lumbrantes, extasiados de amor; es la solución completa de todos los 
conflictos. Es fácil ver cómo toda esta escenificación es ritual y simbólica; 
se trata de sacramentos profanos o profanizadores, llamados a evocar la 
participación en una realidad onírica y perfecta y a dar la sensación de 
haber trascendido ya este mundo conflictual y difícil. 
El hombre posee este don extraordinario: puede hacer de un objeto un 
símbolo y de una acción un rito. Demos un ejemplo: tomar mate. Cuando 
alguien nos visita, en el sur del Brasil, nos sentamos con él, cómodamente, 
al fresco y le ofrecemos mate caliente. Se toma, no por calmar la sed, ni 
por el gusto del sabor amargo, ni porque "libre a la gente de cualquier 
indigestión", sino porque la acción posee otro sentido, ya que se trata de 
un acto ritual para celebrar el encuentro y saborear la amistad. El centro de 
las atenciones no está en la bebida, sino en la persona; la bebida desem-
peña una función sacramental. 
Pablo en 1 Cor. ,11,20-22, lo comprendió bien: algunos vienen a la cena 
eucarística sólo para matar el hambre y saciar la sed y los tales pierden el 
sentido del sacramento. Celebramos la cena eucarística,no para saciar-
nos, sino para festejar y hacer presente la Cena del Señor. Las dos 
acciones son las mismas-matar el hambre y celebrar la última Cena-pero 
en uno y en otro caso el sentido es diferente. La acción cotidiana de 
comer es portadora en este caso de una significación diferente y simbó-
lica: constituye un sacramento. 
El sacramento posee, por tanto, una profunda raigambre antropológica. 
Cortarlo sería cortar la propia raíz de la vida y enturbiar la relación del 
hombre con el mundo. 
El cristianismo se entiende a sí mismo no principalmente como un 
sistema arquitectónico de verdades salvíficas, sino como la comunicación 
de la Vida divina al interior del mundo. El mundo, las cosas, los hombres, 
están penetrados así de la savia generosa de Dios, son portadores de 
salvación y de Misterio; por eso, son sacramentales. Precisamente, las 
dificultades del cristiano para aceptar un materialismo marxista provienen, 
en gran parte, de esta comprensión diferente de la materia que para 
nosotros no es solamente objeto de manipulación y de posesión, sino que 
es portadora de Dios y lugar de encuentro de salvación: la materia es 
sacramental. 
Esta sacramentalidad universal llegó a su máxima densidad en Jesu-
cristo, el Sacramento primordial de Dios. Cuando, en la Ascensión, desa-
pareció a los ojos humanos, la densidad sacramental de Cristo pasó a la 
Iglesia que es el Sacramento de Cristo prolongado a lo largo de los 
tiempos, y que se concretiza en las variadas situaciones de la vida, 
fundando así la estructura sacramental, centrada especialmente en siete 
sacramentos. 
13 
Conviene, sin embargo, observar que los siete sacramentos no absor-
ben toda la riqueza sacramental de la Iglesia. Ella es, fundamentalmente, 
sacramento y por eso todo lo que hace posee uria densidad sacramental. 
De ahí que la gracia no esté ligada necesariamente a los siete signos 
mayores de la fe, sino que puede venirnos por otros canales como la 
palabra de un amigo, un artículo de prensa, un mensaje perdido por el 
espacio, una mirada suplicante, un gesto de reconciliación, un desafío que 
viene de la pobreza y de la opresión. Todo puede ser vehículo sacramental 
de la gracia divina, y poder detectar y acoger la salvación bajo signos tan 
concretos, es obra y tarea de unaf e madura. Es preciso educarse para ver 
el sacramento más allá de los estrechos límites de los siete sacramentos, 
porque el cristiano de hoy debería saber, con adultez, realizar ritos que 
signifiquen y celebren la irrupción de la gracia en su vida, en su comuni-
dad. 
Una de las intenciones de este ensayo es ayudar a ello. 
4. LA NARRACIÓN ES EL LENGUAJE DEL SACRAMENTO 
Si el sacramento profano o sagrado surge de la relación del hombre con 
el mundo y con Dios, entonces la estructura de su lenguaje no es argumen-
tativa, sino narrativa. No pretende persuadir, sino que quiere celebrar y 
contar la historia del encuentro del hombre con los objetos, con las 
situaciones, y con los otros hombres, encuentro en el cual fue pro-vocado 
a trascender y que hizo que todos ellos le e-vocaran una Realidad superior 
en ellos presente, con-vocándolo al encuentro sacramental con Dios. 
Durante siglos la teología fue argumentativa. Quería hablar a la inteli-
gencia de los hombres y convencerlos de la verdad religiosa. Los 
buenos resultados fueron pocos porque convencía a los ya convencidos y 
se elaboraba a partir de la ilusión de que Dios, su designio salvífico, el 
futuro prometido al hombre, el misterio del Hombre-Dios Jesucristo, podía 
ser aceptado intelectualmente sin haber sido acogido antes en la vida, sin 
haber trasformado el corazón. Se olvidaba, al menos a nivel de teología 
manualística y de discurso apologético, el hecho de que la verdad religiosa 
jamás es una fórmula abstracta y el término de un raciocinio lógico, porque 
primera y fundamentalmente es una experiencia vital, un encuentro con el 
Sentido definitivo. Solamente después, en el esfuerzo de la articulación 
cultural, se traduce en fórmulas y se explícita el momento racional que 
contiene. 
El sacramento, como se verá a lo largo de nuestras reflexiones, se 
configura esencialmente en términos de encuentro. En su raíz está siem-
pre una historia que empieza: "Era una vez un jarro... un pedazo de pan 
una colilla de cigarrillo... un hombre-Dios llamado Jesús. ..unacenaque 
El celebró. . . un gesto de perdón que hizo". Por eso, como enseña la 
semántica al referirse al discurso teológico, el lenguaje de la religión y del 
sacramento nunca es meramente descriptivo; es principalmente evoca-
14 
tivo: narra un hecho, cuenta un milagro, describe una irrupción reveladora 
de Dios, para evocar en el hombre la realidad divina, el comportamiento de 
Dios, la promesa de salvación; porque esto es lo que interesa primordial-
mente. 
Por ejemplo: estoy delante de una montaña. Puedo describirla, contar 
su historia milenaria, hablar de su composición físico-química; con todo 
esto, me mantengo en el campo de la ciencia. Pero más allá de esta 
dimensión verdadera, hay otra: la montaña me evoca la grandeza, la 
majestad, la imponencia, la solidez, la eternidad; recuerda a Dios que fue 
llamado Piedra. La piedra está al servicio de la solidez, de la imponencia, 
de la majestad, de la grandeza; ella se hace sacramento de estos valores, 
los evoca. Y en este horizonte de la evocación se sitúa, principalmente, el 
lenguaje religioso. El sacramento es, por esencia, evocación de un pa-
sado y de un futuro, vividos en un presente. 
El lenguaje religioso y sacramental es auto-implicativo ya que, por no 
ser meramente descriptivo, sino ante todo evocativo, siempre envuelve la 
persona con las cosas, no deja nada neutral, todo lo toca por dentro, 
establece un encuentro que modifica al hombre y al mundo. En su libro 
"Memorias de la casa de los muertos", Dostoievski cuenta su liberación. 
Al salir de la casa de los Muertos contempla las cadenas que ataban sus 
pies, rotas a martillazos, y al mirar los pedazos en el suelo, estos pedazos 
le dan el gusto de la libertad. Antes de salir, visita las palizadas, los 
albergues inmundos y se despide de ellos. Se le habían tornado familiares 
y fraternos, hacían ahora parte de su vida y se sentía implicado en todo 
eso, porque las cosas ya no eran"cosas": eran sacramentos que evoca-
ban el sufrimiento, las largas vigilias, el ansia de libertad. 
El lenguaje religioso y sacramentales, finalmente, formativo; es decir, 
lleva a modificar la praxis humana, Induce a la conversión, apela a la 
apertura y a la acogida consecuente en la vida. 
Este ensayo trata de articular el lenguaje narrativo en su dimensión de 
evocación, auto-implicación y formación, aplicado al universo sacramen-
tal. Nuestro esfuerzo se orienta hacia la recuperación de la riqueza reli-
giosa contenida en el universo simbólico y sacramental que puebla la vida 
cotidiana (1). Los sacramentos no son propiedad privada de la sagrada 
Jerarquía. Son constitutivos de la vida humana. Es la fe la que descubre la 
gracia presente en los gestos más rudimentarios de la vida y por eso los 
ritualiza y los eleva a nivel de sacramento. 
(1) Este texto hace parte de una trilogía. En la primera parte, "Mínima Sacramentaiia" abordaremos en 
lenguaje narrativo la estructura y la lógica del pensar sacramental que subyace a los sacramentos, 
tomados individualmente. Eri la segunda "MaioraSacramentalia", retomaremos el material anterior y 
lo trataremos cientficamente en diálogo interdisciplinar. Lo que es precisamente ei pensar sacramen-
tal y su justificación frente al espíritu científico-técnico y a la secularización, que constituyen las 
características de la época. Por fin, en una tercera parte, "Practica SacramentaBa", pretendemos 
hacer un comentario antropológico-teológico délos actuales ritos sacramentales, con la intención 
pastoral de ayudara aquellos que los adminislran. 
15 
La intención de este ensayo es despertar la dimensión sacramental 
adormecida o profanizada en nuestra vida, paraque podamos celebrar la 
presencia misteriosa y concreta de la gracia que habita en el mundo. Dios 
estaba ya ahí, mucho antes de que despertáramos; pero ahora, cuando 
abrimos los ojos, contemplamos el mundo como sacramento de Dios. 
Quien entiende los sacramentos de la vida está muy próximo, no, está ya 
dentro de la Vida de los sacramentos. 
16 
Es un jarro de aluminio, de aquel aluminio antiguo, bueno y brillante. 
Tiene rota el asa, pero esto mismo le da cierto aire de vejez. En él bebieron 
los once hijos, desde pequeños hasta grandes porque acompañó a la 
familia en todas sus mudanzas: del campo a la aldea, de la aldea al pueblo, 
del pueblo a la ciudad... Hubo nacimientos y muertes y el jarro participó de 
todo, estuvo siempre al lado de todos. Permaneció en la continuidad del 
misterio de la vida, en la diferencia de situaciones vitales y mortales. 
Siempre brillante, siempre antiguo, porque sin duda lo era ya cuando entró 
a casa; viejo con esa vejez que es juventud porque genera y da la vida. El 
jarro de aluminio, pieza central de la cocina.. 
Todo lo que se bebe en el jarro es agua. . . Pero es la frescura, la 
familiaridad, la dulzura, la historia familiar, la reminiscencia de la infancia, 
lo que sacia la sed. Puede ser cualquier clase de agua, en este jarro sabe 
siempre buena y fresca. Por eso, en casa todos calman la sed bebiendo de 
él y todos acompañan el gesto diciendo, como un rito: ¡Qué bueno es 
beber en este jarro, cómo sabe el agua! Trátese del agua inmunda del río, 
o de la que se enturbia por el camino, o de la que viene cargada de cloro, 
gracias al jarro se torna buena, saludable, fresca y dulce. 
Un hijo regresa, después de haber recorrido el mundo y de haber 
estudiado. Llega, besa a la madre, abraza a los hermanos, terminan las 
tristezas padecidas... Pocas palabras, largas y minuciosas miradas; hay 
que "beberse" al otro para amarlo: los ojos que "beben" hablan el lenguaje 
del corazón. Sólo después de mirar largamente, la boca habla superficiali-
dades: ¡Qué fuerte estás! ¡Qué hermoso me pareces! ¡Cómo has crecido! 
La mirada no dice nada de estas cosas, sino que habla lo inefable del 
amor: sólo la luz entiende. 
"¡Mamá, tengo sed, quiero beber en el jarro!" El hijo ha probado tantas 
aguas. . . El "acqua de San Pellegrino", las fuentes de Alemania, de 
Inglaterra, de Francia; el agua buena de Grecia, corrientes cristalinas de 
los Alpes del Tirol, de las fuentes romanas, agua de San Francisco, agua 
de Porto-Fino, de Persépolis, de Petrópolis. Tantas aguas. . . Pero nin-
guna como esta, de la que bebe un jarro lleno, no para calmar la sed del 
cuerpo -esto lo hacen las otras- sino la sed del arquetipo familiar, la sed de 
los penates paternos, la sed fraternal, arqueológica, la de las raíces de 
donde viene la savia de la vida humara. Esta sed sólo la sacia el agua del 
jarro de aluminio. Bebe sosegadamente, termina con un suspiro hondo, 
17 
como quien se sumerge y vuelve a la superficie. Después bebe otro, 
lentamente, para degustar el misterio que el jarro contiene y significa. 
¿Por qué el agua del jarro de aluminio es buena y dulce, saludable y 
fresca? Porque el jarro es un sacramento: el jarro-sacramento le confiere 
al agua bondad, dulzura, frescor y salud. 
1. ¿QUE ES UN SACRAMENTO? 
Hay mucha gente que ya no sabe hoy lo que es un sacramento. 
Los antiguos lo sabían bien. Para mí fue un gusto aprenderlo y durante 
cinco años estudié muchas horas cada día todo lo que se había escrito 
sobre el sacramento, en las lenguas cristianas, desde los días de la Biblia 
hasta hoy. Fue una verdadera batalla del espíritu de la que resultaron 552 
páginas impresas y publicadas en un libro. Pero este libro no fue el 
principal resultado. . . Después de tanto esfuerzo, impaciencia, alegría, 
maldición y bendición, descubrí aquello que siempre había estado a la 
vista: comprobé lo obvio patente; el sacramento es algo que siempre viví y 
que todos los hombres viven, pero algo que yo no sabía y que pocos 
saben. Me volví para contemplar el paisaje que tenía siempre delante de 
los ojos y pude comprender que lo cotidiano está pleno de sacramentos. 
Sobre la arqueología del día-a-día, crecen los sacramentos vivos, vivi-
dos, auténticos: el jarro de mi familia, la polenta de mamá, la última colilla 
de cigarrillo dejado por papá y que alguien guardó con cariño; la vieja 
mesa de trabajo; una gruesa vela de Navidad; el florero encima de la 
mesa; aquel trozo de montaña; el camino pedregoso; la antigua casa 
paterna, etc... Cosas que dejaron de ser cosas para convertirse en gente 
que habla y cuyo mensaje podemos oír. Poseen una interioridad y un 
corazón, se convirtieron en sacramento. En otras palabras, son signos 
que contienen, exhiben, rememoran, visualizan y comunican una realidad 
diferente de ellos, en ellos presente. 
La modernidad vive entre sacramentos pero no posee la apertura ocular 
capaz de visualizarlos reflejamente. Es porque ve las cosas como cosas, 
las contempla desde fuera. Si las viese por dentro, percibiría que tienen un 
requicio por el que entra una luz superior que las ilumina, las torna 
trasparentes y diáfanas. 
Ilustremos todo lo anterior con el ejemplo del sacramento del jarro de 
agua. 
2. EL JARRO VISTO DESDE FUERA: MIRADA CIENTÍFICA 
El jarro que acabamos de describir puede ser visto desde fuera. Es un 
jarro como cualquiera, probablemente más feo, envejecido y disfuncional. 
18 
Es de aluminio y esto interesa al físico, en cuanto analiza los componentes 
de la materia. Ün economista puede sacar una serie de informaciones 
sobre los precios del metal, su extracción, producción, comercialización. 
El historiador (supongamos que se trata de un jarro del tiempo de Au-
gusto), puede ocuparse en su localización espacio-temporal. El artista 
quizás lo considere objeto sin valor estético: ningún museo lo recibirá por 
su carencia de significado. . . 
Todos ven el jarro como una cosa y esto es típico de nuestra experiencia 
actual, especialmente a partir del siglo XV: considerarlo todo como objeto 
de análisis, objeto de estudio y de ciencia. Sea Dios, el hombre, la historia, 
la naturaleza, los lanzamos (jetare) frente a nosotros (ob) para penetrarlos 
con un ojo escrutador y elaborar muchas ciencias acerca de una sola cosa 
que interesa a varias miradas científicas. Por eso decimos que hoy se 
sabe cada vez MAS de MENOS. El jarro así analizado es un objeto entre 
otros tantos, que no hace historia con nadie, ni entró en la vida de ninguna 
persona. 
3. EL JARRO VISTO DESDE DENTRO: MIRADA SACRAMENTAL 
Puede acontecer que alguien se haya prendado de cierto jarro. Porque 
lo salvó de la sed ardiente del desierto sin fin; o porque, como en mi caso, 
entró en la historia personal y familiar. Entonces, el jarro es único en el 
mundo, no hay ninguno que se le parezca, dejó de ser objeto para 
convertirse en sujeto (subiectum) y, como todos los sujetos, posee una 
historia que puede ser contada y recordada. Se dio una relación profunda 
con el jarro-cosa y esa relación de amor, hizo surgir una mirada que 
permite descubrir un valor inestimable existente en el jarro. Por eso, la 
cosa adquirió un nombre, se inscribió dentro del mundo del hombre, 
comenzó a hablar. . . Habla de infancia, -de la sed tantas veces saciada 
gracias a él, del agua buscada a los 600 metros de la casa, en un pozo 
profundo, del agua virginal que nos hacia sufrir en las mañanas de invierno 
o en las tardes lluviosas, tornándose por eso tanto más preciosa y casta. 
El jarro habla de la historia de familiaque siempre acompañó, en vida y 
en muerte. . . Fue penetrando en el hogar cada vez más, hasta el último 
hijo cercado de cariño. Y hoy está ahí, hablando todavía y recordando en la 
fidelidad y la humildad, sirviendo siempre un agua cada vez más fresca y 
buena... Esta es la visión interior del jarro: relación tenida por alguien con 
él que lo hace ser sacramento familiar. 
Al mirar algo desde fuera, nos concentramos en la cosa, nos arrojamos 
sobre ella,manipulándola, trasformándola, dejando que la cosa perma-
nezca siendo cosa, objeto del uso y del abuso humanos. Este es el pensar 
científico de la modernidad, que no es malo, sino apenas diferente. ¿Cómo 
podríamos ser enemigos de nuestro propio mundo que, gracias a esta 
mirada científica, nos alarga y nos facilita la vida, nos prolonga la acción de 
los brazos, de las piernas, de los ojos, como instrumentos portentosos y 
nos hace cada vez más señores de la naturaleza? 
19 
Pero, ¿el hombre es solamente un robot de acciones, un computador de 
informaciones,un lente micro y macroscópico orientado hacia el mundo? 
O mas bien ¿es un ser capaz de relacionarse humanamente con las 
cosas, dotado para ver en ellas valores y detectar su sentido? 
Al mirar u na cosa en su interior, no me concentro en ella, sino en el valor 
y en el sentido que asume para mí. Deja de ser cosa para trasformarse en 
un símbolo y en una señal que me e-voca situaciones, pro-voca reminis-
cencias y me convoca hacia el sentido que ella encarna y expresa. 
Precisamente, sacramento significa esa realidad del mundo que, sin des-
cartarlo, habla de otro, del mundo humano de las vivencias profundas, de 
los valores incuestionables, del sentido que da plenitud a la vida. Com-
prender este modo de pensar es abrirse a la acogida de los sacramentos 
de la fe, que radicalizan los sacramentos naturales en medio de los cuales 
vivimos lo cotidiano. 
El sacramento modifica el mundo: elagua podía ser cualquier agua. . . 
mas servida y bebida en el jarro-sacramento, para quien entiende y vive la 
visión interior de las cosas, se convierte en dulce, saludable, fresca y 
buena, capaz de comunicar vida. Es el lenguaje del misterio que mora en 
las cosas. 
El jarro de aluminio está allá en la cocina, luciendo su tranquila dignidad, 
entre tantos objetos y cosas domésticas. Está viejo, pero sólo él conserva 
la perenne juventud de la vida, porque sólo él vive entre cosas muertas; 
sólo él es sujeto entre tantos objetos; sólo él habla entre tantas cosas 
mudas; sólo él es sacramento en la sencillez de una cocina familiar. 
20 
I H C ° > / CAPITULO III 
ft+y
/ EL SACRAMENTO 
V ^ H ' V c r í c , * • DE LA COLILLA DE CIGARRILLO 
En el fondo de la gaveta escondo un pequeño tesoro: una colilla de 
cigarrillo adherido a un vidriecito. Es una colilla amarillosa por el humo, y 
de paja, como se acostumbra fumar en el sur del Brasil. Nada de nuevo y, 
sin embargo, esta insignificancia tiene una historia única, habla al cora-
zón, posee un valor evocativo de una nostalgia infinita. 
Era el 11 de agosto de 1965, en Munich; lo recuerdo muy bien. Allá 
afuera, las casas aplaudían el sol vigoroso del verano europeo; flores 
multicolores lucían en los parques y se asomaban sonrientes a las venta-
nas. Eran las dos de la tarde, cuando el cartero me trajo la primera carta de 
la patria, cargada con la tristeza del camino recorrido. La abro precipita-
damente y descubro que parece un periódico, porque todos escriben. . . 
Contiene un misterio: "Ya debes estar en Munich cuando leas estas 
líneas. Igual a todas las otras, sin embargo esta carta te lleva un hermoso 
mensaje, una noticia que, vista desde el ángulo de la fe, es de veras 
maravillosa. Dios ha exigido de nosotros en estos días un tributo de amor, 
de fe y de sumo agradecimiento: descendió al seno de nuestra familia, nos 
miró uno por uno y escogió para sí el más perfecto, el más santo, el más 
maduro, el mejor de todos, el más próximo a El, nuestro amado Papá. 
Querido, Dios no lo apartó de nosotros, porque lo dejó aún más verdade-
ramente entre nosotros; Dios no se llevó a Papá para sí, sino que nos lo dio 
aún más; El no lo arrancó de la alegría de nuestras fiestas, sino que lo 
plantó hondamente en la memoria de todos; Dios no hurtó a Papá de 
nuestra presencia, sino que lo hizo más presente; El no se lo llevó sino que 
lo dejó; Papá no ha partido, ha llegado... no se ha ido, sino que ha venido 
para ser más Papá si cabe, para estar presente hoy siempre, aquí en el 
Brasil con todos nosotros, contigo en Alemania, con Ruy y Clodovis en 
Lovaina, y con Waldemar en los Estados Unidos". 
Y la carta seguía con el testimonio de cada hermano, para el que la 
muerte, instaurada en el corazón de la vida de un hombre de 58 años, era 
celebrada como hermana y como la fiesta de comunión que unía a la 
familia dispersa en cuatro países diferentes. En la turbulencia de las 
lágrimas bullía unaserenidad profunda. La fe ilumina y exorciza el absurdo 
de la muerte que se convierte así en el "veré dies natalis" del hombre. Por 
eso, en las catacumbas del antiguo convento, en presencia de tantos vivos 
del pasado -desde Guillermo de Ockham hasta el humilde enfermero que 
pocos días antes había nacido para Dios- celebré tres días consecutivos la 
21 
Misa de Navidad por aquel que allá lejos, en la Patria, ya habla celebrado 
su Navidad definitiva. Que extraña profundidad adquirían para mi enton-
ces los antiguos textos "Puer natus est nobis. . .". 
Al dia siguiente, en el sobre que me había traído el anuncio de la muerte, 
percibí una señal de vida de aquel que nos la diera en todos los sentidos, y 
que la víspera me había pasado inadvertido: una amarillenta colilla de 
cigarrillo de paja, del último cigarrillo que se había fumado momentos 
antes del infarto al miocardio que lo liberó definitivamente de esta cansada 
existencia. La intuición profundamente femenina y sacramental de una 
hermana, había colocado la colilla en el sobre. 
De este momento en adelante, la colilla de cigarrillo dejó de ser sola-
mente eso, para ser un sacramento vivo, que habla de vida y acompaña la 
vida. Su color típico, el fuerte olor que despide, la parte quemada de la 
punta, hacen que para nosotros permanezca encendido y, por eso, con un 
valor inestimable. Pertenece al corazón de la vida y a la vida del corazón 
ya que recuerda y hace presente la figura de papá que se va tornando, con 
el pasar de los años, un arquetipo familiar y un marco de referencia para 
los valores fundamentales de todos los hermanos. "Oímos de sus labios y 
aprendimos de su vida que quien no vive para servir no sirve para vivir": así 
está escrito en su tumba. 
1. ¿QUE MAS ES UN SACRAMENTO? 
Todas las veces en que una realidad del mundo, sin dejar el mundo, 
evoca otra realidad diferente a ella, asume una función sacramental: deja 
de ser cosa para convertirse en un signo "o" en un símbolo. Todo signo es 
señal de alguna cosa o de un valor en relación con alguien. Y así, mientras 
como cosa puede ser totalmente irrelevante, como signo puede adquirir 
una valoración inestimable y preciosa. Tal es el caso de la colilla de 
cigarrillo que como tal, como cosa, se arroja al cenicero, pero como 
símbolo se guarda con el cuidado de un tesoro invalorable. 
¿Qué hace que algo sea un sacramento? Ya habíamos reflexionado 
antes -cuando describimos el sacramento del jarro de aluminio- cómo la 
visión humana interior de las cosas las convierte en sacramentos, gracias 
a la convivencia con ellas que las crea y re-crea simbólicamente. El tiempo 
que "perdemos" con las cosas, el cautivarlas, el insertarlas dentro de 
nuestras experiencias, las humaniza y las hace hablar el lenguaje de los 
hombres. Los sacramentos revelan un mundo típico del pensar humano, el 
pensar sacramental, tan real como el científico. Un pensamiento en el que, 
en un primer momento, todo es visto "sub specie humanitatis". 
Todo en el universo revela al hombre, sus experiencias bien o mal 
logradas, su encuentro con las manifestaciones del mundo, encuentro que 
no es neutro, sino que el hombre aborda las cosas juzgándolas, descu-
briendo valores, interpretando, abriéndose o cerrándose a las llamadas 
22 
que de ellas vienen. La convivencia con el mundo hace que este se 
constituya en morada del hombre: la casa es la porción de mundo domes-
ticada, en donde cada cosa tiene su nombre y ocupa su lugar, porque no 
están meramente colocadas, sino que participan del orden humano, se 
tomanfamiliares, revelan lo que el hombre es y cómo es. . . hablan y 
retratan al morador. 
Cuanto más profundamente se relaciona el hombre con el mundo y con 
las cosas de su mundo, más aparece la sacramentalidad. Entonces surge 
la patria que es más que la extensión geográfica del país; aparece el 
terruño que nos vio nacer y que es más que una parcela de tierra de un 
estado; aparece la ciudad natal que es más que la suma de casas y el 
conjunto de habitantes; entonces, sobre todo, surge la casa paterna que 
es más que un edificio de piedras. En la patria, en el terruño, en la ciudad, 
en la casa, habitan valores, moran espíritus buenos y malos, se delinea el 
paisaje humano. Es el pensamiento sacramental el que hace que los 
caminos que andamos, las montañas que contemplamos, los ríos que 
bañan nuestras tierras, las casas que habitan nuestros vecinos, las perso-
nas que conviven con nosotros, no sean simplemente personas, casas, 
ríos, montañas y caminos como otros de cualquier parte del mundo. Son 
únicos e inigualables, son Rarte de nosotros mismos; por eso nos alegra-
mos y sufrimos con su destino; por eso lloramos la demolición del monu-
mento de la plaza, lamentamos el derrumbe que se llevó el viejo barranco; 
con ellos muere algo de nosotros mismos, porque han llegado a ser más 
que cosas, se han convertido en sacramentos de nuestra vida feliz o 
desgraciada. 
2. LAS DIMENSIONES DE LA SACRAMENTALIDAD 
Todo es sacramento o puede tornarse sacramento. Depende del hom-
bre y de su mirada: si mira humanamente, relacionándose, dejando que el 
mundo entre en su interior y se torne "su" mundo, entonces las cosas 
revelan su sacramentalidad. El hombre, decían los clásicos, es en algún 
sentido, todas las cosas. Si esto es verdad, lo es también que todas las 
cosas se pueden convertir en sacramentos si las sabemos acoger en 
nuestra morada, abriéndonos a ellas. ¿No residirá en esto la vocación 
esencial del hombre frente al mundo? ¿Hominizarlo, hacer de él su mo-
rada, sacarlo de su profunda opacidad? Y el camino para realizar esta 
vocación ¿no será por ventura la mirada sacramental? El mundo todo no 
es solamente una parte de él, sino su patria amiga y familiar, en donde vive 
la fraternidad y reina la tranquilidad del orden de todas las cosas. 
¿Quién diría que una colilla de cigarrillo de paja pudiera tornarse en 
sacramento? Pero el hecho es que está ahí, en el fondo del cajón, que de 
cuando en cuando, al destapar el vidrio exhala su perfume, se pinta con el 
color de un pasado aún vivo. La gaveta no contiene la grandiosidad de la 
presencia que de ella surge, sino que son los ojos de la mente los que 
contemplan viva la figura paterna, hecha presencia en la colilla de cigarri-
llo, arreglando la picadura de paja, prendiendo hasta que brota el humo, 
23 
aspirando largamente, dando bocanadas, leyendo el periódico, que-
mando la camisa con alguna chispa, adentrándose en la noche con el 
penoso trabajo del escritorio, fumando... fumando. El último cigarrillo se 
apagó con la vida mortal. Algo continúa aún encendido. Todo, por causa 
del sacramento. 
24 
CAPITULO IV 
EL SACRAMENTO DEL PAN 
De vez en cuando, allá en casa, se hace pan. El hecho no deja de ser 
extraño, en una gran ciudad, en donde abundan las panaderías. ¿Por qué, 
en un apartamento, darse el lujo -o el trabajo- de amasar? No se trata de 
una necesidad, ni el pan que se hace es para matar el hambre, sino que 
brota de algo más fundamental que la necesidad primaria de comer: se 
amasa y se cuece para obedecer a un rito antiguo, para respetar un gesto 
arquetípico. Así como el hombre primitivo repetía algunos gestos primor-
diales, con los cuales se sentía unido al comienzo de las cosas o al sentido 
latente en el cosmos, asi también ahora hay quien repite un gesto lleno de 
sentido humano, que va más allá de las necesidasdes inmediatas. 
El pan de hoy ya no se hace como otrora en un enorme fogón alimen-
tado con leña, sino en la estrechez de un horno de gas. Se amasa con las 
manos, lentamente, difícilmente... Las cosas no se amasan sin dolor. U na 
vez cocido, se reparte entre los muchos hermanos, que ahora viven fuera 
de casa, tienen sus mujeres y sus hijos; y todos lo encuentran gustoso: 
"¡Es el pan de mamá!" En verdad, hay algo de especial en este pan, algo 
que no se saborea en el pan anónimo comprado en la panadería del 
portugués de al lado, o en el supermercado del centro de la ciudad. 
¿En qué consiste ese "algo" que tiene? ¿Por qué se reparte entre los 
miembros de la familia? 
Porque es un pan sacramental. Hecho de harina de trigo, con todos los 
ingredientes de cualquier pan, es, sin embargo, diferente porque sólo él 
invoca otra realidad humana: la realidad que se hace presente en el pan 
hecho por mamá, con sus cabellos blancos, viuda, ligada a los gestos 
originales de la vida y, por eso, al sentido profundo que cada cosa familiar 
lleva consigo. 
Ese pan evoca la semejanza de un pasado, cuando era hecho sema-
nalmente con mucho sacrificio, para once bocas que, como pajaritos, 
esperaban el alimento materno. Por eso, se levantaba temprano aquella 
que se convirtió en símbolo de la "mulíer fortis" y de la "magna mater". 
Amontonaba harina de trigo, muy blanca; tomaba el fermento; echaba 
muchos huevos; a veces, hasta pasas dulces metía dentro. Y después, 
con su brazo fuerte y con su vigorosa mano, amasaba, amasaba, hasta 
conseguir que la pasta fuese homogénea; luego la cubría con harina de 
millo más gruesa y la tapaba con un mantel blanco. 
25 
Cuando nosotros nos levantábamos, ya estaba ahí, sobre la mesa, la 
enorme masa. De pequeños, espiábamos por debajo del mantel para ver 
la masa blanda y a escondidas, con el dedo índice, robábamos un poco 
que asábamos sobre la plancha caliente del fogón. Después venía el 
fuego para el horno. Hacía falta mucha leña y las peleas eran frecuentes... 
A quién le toca hoy traer la leña? Pero cuando salía el pan rosado como la 
salud, todos nos alegrábamos y los ojos de mamá brillaban por entre el 
sudor de la cara que se enjugaba con el ruedo de su blanco delantal. 
Como siguiendo un ritual, todos recibíamos un pedazo partido del pan 
que nunca fue cortado con cuchillo -tampoco hoy-... tal vez para recordar 
a Aquel que fue reconocido en el partir del pan (cf. Le. 24, 30. 35). 
Aquel pan amasado en el dolor, crecido en la expectativa, cocido con 
sudor y comido en la alegría, es un símbolo fundamental de la vida. 
Siempre que papá iba de viaje, mamá lo esperaba con una gran hornada 
de pan. Y él, como nosotros los niños, se alegraba con el pan fresco, 
comido con queso o jamón italianos y acompañado de un buen vaso de 
vino. Y nadie gozaba tanto como él con el sabor de las cosas sencillas y 
con la frugalidad generosa de estos alimentos primordiales de la humani-
dad. 
Y ahora, cuando se hace el pan en el apartamento, cuando se distribuye 
entre los hermanos, es para recordar el gesto de otra época. Ninguno de 
nosotros sabe esto; lo saben el inconsciente y las estructuras profundas 
de la vida, porque el pan trae a la memoria consciente lo que está 
encubierto en las profundidades del inconsciente familiar, que siempre es 
susceptible de ser avivado y re-vivido. Los hermanos hallan este pan el 
mejor del mundo y no porque se haga con una fórmula secreta como la que 
emplean los negociantes para amontonar fortuna, sino porque es un pan 
arquetípico y sacramental. En cuanto tal, participa de la vida de los 
hermanos, es bueno para el corazón, alimenta el espíritu déla vida, viene 
saturado del sentido que tras-luce y se trasparenta en su materialidad de 
pan. 
1. EL PENSAR SACRAMENTAL COMO EXPERIENCIA TOTAL 
Estamos reflexionando sobre el pensamiento sacramental. Tal forma de 
pensamiento se caracteriza por el modo como el hombre aborda las 
cosas, es decir, no de un modo indiferente, sino creando lazos con ellas y 
dejándolas entrar en su vida. Es entonces cuando las cosas comienzan a 
hablary aser expresivas para el hombre, cuando las cautivamos, y entrana pertenecer a nuestro mundo, se convierten en "únicas". Bien decía el 
Principítoa las cinco mil rosas del jardín, completamente iguales a la única 
rosa de su planeta B 612, que él había cautivado: "Vosotras no sois en 
absoluto iguales a mi rosa, no sois nada todavía, porque nadie os cautivó 
ni vosctras habéis hecho cautivo a nadie. Enteramente como mi zorra, que 
era una zorra igual a cien mil más hasta que me hice su amigo y 
26 
ahora es única en el mundo". La rosa y la zorra se convirtieron en 
sacramentos, en medios de visibilizar la convivencia, la tarea de crear 
lazos, la espera, el tiempo perdido. Así, el trigo era inútil para la zorra y los 
campos de trigo no le recordaban nada. . . hasta que el trigo empezó a 
hablar porque el Principito tenía la cabellera dorada. Los trigales se 
volvieron sacramento, recordaban al amigo, y la zorra se enamoró del 
susurro del viento en el trigal color de oro. 
Esto mismo ocurre con el pan, que no es ya igual a ningún pan del 
mundo, porque solamente él, con su perfume, con su gusto inconfundible 
y con el trabajo fatigoso de mamá, puede recordar la vida de otro tiempo. 
Pero, ¿cómo la recuerda? 
2. IN-MANENCIA, TRAS-CENDENCIA, TRAS-PARENCIA 
El pan semeja algo que no es pan, algo que tras-ciende el pan. El pan, a 
su vez, es algo in-manente; permanece ahí, tiene su peso, su composición 
de elementos empleados (harina, huevos, agua, sal, levadura), su opaci-
dad. Ahora bien: ese pan (realidad in-manente) torna presente algo que no 
es pan (realidad tras-cendente). ¿Cómo lo hace? Por el pan y a través del 
pan que se torna tras-parente para una realidad tras-cendente, pan que 
deja de ser puramente in-manente, para ser un pan que no es como los 
demás, sino diferente. Diferente, porque recuerda y trae el presente por sí 
mismo y, además, a través de sí mismo recuerda algo que va más allá 
(tras-parencia, tras-cendencia). 
Es un pan traslúcido y trasparente y diáfano para la realidad del ali-
mento, del hambre, del esfuerzo de mamá, del sudor, de la alegría de 
repartir el pan, de la vuelta de papá: todo el mundo de la infancia se torna, 
de repente, presente en la realidad del pan y a través de la realidad del 
pan. 
El sacramento conlleva dentro de sí una experiencia total. El mundo no 
está dividido solamente en in-manencia y tras-cendencia, sino que existe 
una otra categoría inter-mediaria, la tras-parencia, que acoge en sí tanto la 
inmanencia como la trascendencia; y es que estas no son dos realidades 
opuestas, una frente a la otra, excluyéndose, sino realidades que comul-
gan y se encuentra entre sí. Son permeables, se conjugan, se combinan, 
se coligan, se concatenan, se comunican y conviven una en la otra. La 
trasparencia quiere decir exactamente eso, que lo trascendente se torna 
presente en lo inmanente, haciendo que este se haga trasparente para 
aquella realidad. Portante es lo trascendente, cuando irrumpe dentro de 
lo inmanente, lo que lo trasfigura volviéndolo trasparente. 
Entender todo esto es entender el pensar sacramental y la estructura 
del sacramento. No comprenderlo, significa no comprender nada del 
mundo de los símbolos y de los sacramentos. 
27 
El sacramento (tras-parencia) participa, por lo tanto, de dos mundos: el 
mundo de lo trascendente y el mundo de lo inmanente. Y eso no se realiza 
sin tensiones y sin tentaciones. Quiero decir que el sacramento puede de 
tal manera hacerse inmanente, que excluya lo trascendente y se vuelva 
opaco, sin el fulgor de la trascendencia que trasfigura el peso de la 
materia. Pero también, el sacramento se puede hacer hasta tal punto 
trascendente, que excluya la inmanencia y se tome una abstracción, 
perdiendo la concreción que lo inmanente está llamado a conferir a lo 
trascendente. En ambos casos, se pierde la trasparencia de las cosas y, 
por tanto, se pervierte el sacramento. 
De vez en cuando, en casa, comemos el pan que hace mamá y lo 
encontramos bueno como una llegada de papá. Es, en todo caso, mucho 
más que un alimento, porque es fruto del dolor, de la alegría, del cariño por 
los hijos, de la sorpresa del regreso, de las peleas por causa de la leña, del 
hambre saciada. Es un pan bueno al corazón, alimenta el espíritu y no el 
cuerpo. Todo, porque es un sacramento. 
28 
CAPITULO V 
EL SACRAMENTO 
DE LA VELA DE NAVIDAD 
Afuera caía, levemente, la nieve. Ya todos los campos estaban cubier-
tos con un espeso manto blanco y sólo se veía un mar de albura, con 
fantasmas oscuros, los cipreses, aquí y allí, asustando la mirada. Para un 
hombre venido del trópico, este no dejaba de ser un espectáculo deslum-
brante. 
Víspera de Navidad, de la primera Navidad fuera de la patria. Una 
mezcla de melancolía y nostalgia, con una cierta serenidad expectante me 
invadía el interior, agudizado todo por la atmósfera de un invierno riguroso 
con temperatura de 22 grados bajo cero. Era en Berchtensgaden, pe-
queña ciudad en el extremo meridional de Alemania, con uno de los más 
soberbios paisajes de Baviera, apenas manchado por el nombre de Hitler 
que allá construyó, en el corazón de la montaña, su D-Haus, especie de 
escondrijo que nunca llegó a utilizar. 
El conventico franciscano, en el centro de la aldea, casi perdido en el 
albor de la nieve bajo la sombra cenicienta de un cielo opaco. Sólo su 
torrecita puntiaguda horada el cielo de nieve. Pasé la tarde vagando por 
las calles engalanadas; según la costumbre local, en las ventanas había 
linternas encendidas, señal de que el Niño vendría... Y, como pasa sólo 
una vez, es preciso estar preparado. 
Al atardecer, oí muchas confesiones, especialmente de franceses, que 
en esta época empezaban a practicar deporte de invierno en las altas 
montañas cercanas. Evidentemente, todos se querían preparar para Na-
vidad; nosotros, los sacerdotes, casi no tenemos tiempo para ello, ayuda-
mos a los otros, pero no celebramos bien la Navidad, por servir a aquellos 
que desean celebrarla. Por eso, en la noche, durante la Misa de las 18, 
cuando todos se dirigían hacia el Pequeño en el Pesebre y recordaban su 
Historia, nosotros en el confesonario escuchábamos historias de otros 
amores. . . Si al menos hoy, pensé, pudiésemos todos oír la misma 
Historia, la Historia del Amor en el mundo, de la Proximidad del Dios que, 
de Grande e Inmenso en su gloria, se hizo pequeño e infinito en benigni-
dad. 
Después, hacia las 23, oímos fuertes estampidos, que sonaban con 
gran intensidad y de todos lados, iluminando al mismo tiempo la nieve que 
se veía azul. Eran los campesinos que descendían de las montañas y 
29 
venían a la Misa de Gallo. En su ruda simplicidad, hacían de este modo 
caricias al Niflo Tierno que sonreía entre el buey y la muía. 
La Misa de medianoche fue muy bella, cantada por los campesinos, 
vestidos con pantalones de cuero hasta las rodillas, gruesas medias y 
zapatos fuertes; tocaban sus instrumentos con melodías típicas de Ba-
viera y parecía -y bien podían ser- los pastores de Belén. Cuando todo 
terminó, se hizo un gran silencio y se vislumbraba por los caminos y 
hondonadas lucesitas que caminaban: eran ellos que regresaban presu-
rosos, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído. 
Hacia la 1.30 de la madrugada, sonó la campanilla del convento: una 
ancianita estaba a la puerta, sostenía una lámpara encendida y estaba 
toda envuelta en un manto gris. En la mano traía un paquete: "Es para el 
padrecito extranjero que estaba en la Misa de Gallo". Me llamaron y me 
entregó el paquete, con breves palabras: "Ud. está lejos de su patria, 
distante de los suyos; este es un regalito para que Ud. tenga también 
Navidad" y, apretándome fuertemente la mano, se alejó en la noche, 
bendecida por la nieve. 
En el cuarto, solo, mientras rumiaba imágenes de la Navidad en casa, 
muy semejante a esta, pero sin nieve, deshice con reverencia el paquete. 
Era una gruesa vela, amarilla oscura, toda decorada, con un candelera de 
metal. Una lucesita iluminó la noche de mi soledad y, a medida que las 
sombrasse proyectaban trémulas y largas en la pared, fui dejando de 
sentirme solo. Fuera de la patria, había acontecido el milagro de toda 
Navidad; la fiesta de la fraternidad de todos los hombres. Y esto, porque 
alguien había comprendido el mensaje del Niño: haz del extraño un 
prójimo y del extranjero un hermano. 
Todavía hoy, después de algunos años, la vela navideña espera la 
fiesta sobre un estante de libros. Todos los años, en la noche santa, la 
enciendo y la encenderé siempre. Al iluminar, recordará una noche feliz, 
en la nieve, en la soledad, traerá de nuevo el gesto de dar que es más 
expresivo que el de abrazar, recordará el gesto de un regalo que es más 
que una dádiva. Esta vela re-presenta la Navidad con todo lo que significa 
de humano y de divino, y por eso es más que una vela cualquiera, por 
artística que sea. Es un sacramento navideño. 
1. VISTO A TRAVÉS DE DIOS, TODO ES SACRAMENTO 
Hasta aquí hemos considerado los sacramentos humanos. Es el mo-
mento de abordar los sacramentos divinos. 
Vistas "sub specie humanitatis" todas las cosas expresan y simbolizan 
al hombre: son sacramentos humanos. Cuanto más dejamos que las 
cosas entren en nuestra vida, tanto más manifiestan ellas su sacramenta-
30 
lidad, esto es, se tornan significativas y únicas para nosotros. Evocan las 
vivencias con ellas tenidas. 
Así me ocurrió con la vela de Navidad: aquel 25 de diciembre pasó, a su 
vivencia se sobrepusieron otras, pero la vela permanece ahí, no dejando 
que el pasado sea totalmente pasado, porque ella re-memora y e-voca. 
Así, el sacramento nos redime del pasado, hace vivir el hecho muerto: la 
Navidad en Berchtensgaden es siempre una presencia. 
Los sacramentos humanos pueblan la vida de cada hombre. Y hay 
también sacramentos divinos. Para un hombre que posee una profunda 
experiencia de Dios, Dios no es un concepto aprendido en el catecismo, ni 
el vértice de la pirámide que cierra armoniosamente nuestro sistema de 
pensamiento; sino que es una experiencia interior que toca las raíces de 
su existencia. Sin El todo sería un absurdo, ni siquiera se comprendería a 
sí mismo y mucho menos el mundo.Dios le parece un misterio tan absoluto 
y radical, que lo ve en todo, penetrándolo todo, resplandeciendo a través 
de todo; puesto que El es el único Absoluto, todo lo que existe es revela-
ción suya. 
Para quien vive de esta manera, el mundo inmanente se torna traspa-
rente a una tal realidad divina y trascendente, se vuelve diáfano. Como 
decía San Ireneo: "En relación con Dios, nada está vacío. Todo es un 
signo suyo" (Adv. haer. 4,21). El universo habla de Dios, de su belleza, de 
su Bondad, de su Misterio. La montaña no es sólo montaña, sino que está 
al servicio de su Grandeza, que encarna y evoca. El sol es más que sol: es 
el sacramento de la Luz divina que ilumina de la misma manera generosa 
el estiércol y la majestuosa catedral, al miserable de la calle y al Papa en el 
Vaticano. El hombre no es meramente hombre, es el mayor sacramento 
de Dios, de su Inteligencia, de su Amor, de su Misterio. Jesús de Nazareth 
es más que un galileo, es el Cristo, el sacramento vivo de Dios, encarnado 
en El. La Iglesia es más que la sociedad de los bautizados: es el sacra-
mento del Cristo resucitado, que se hace presente en la historia. 
Para quien todo lo contempla a partir de Dios, el universo todo es un 
gran sacramento: cada cosa, cada acontecimiento histórico, surge como 
sacramento de Dios y de su divina voluntad. Pero esto sólo es posible para 
quien vive a Dios; en caso contrario, el mundo es opaco, es una realidad 
inmanente. En cambio, en la medida en que alguien, con esfuerzo y con 
lucha, se deja tomar y penetrar por Dios, se ve premiado con la trasparen-
cia divina de todas las cosas. Los místicos nos, proporcionan la mayor 
prueba de esto: San Francisco se sumergió de tal forma en el misterio de 
Dios, que de repente, todo el universo se trasfiguró ante él, todo empezó a 
hablarle de Dios y de su Cristo: el gusano del sendero, el cordero del 
campo, los pajaritos de los árboles, el fuego, la muerte -hermana muerte-. 
Dios lo llena todo: inmanencia, trasparencia, trascendencia, como dice 
San Pablo: "Sólo hay un Dios y Padre de todo, que está por encima de 
todo (trascendencia), a través de todo (trasparencia) y en todo (inmanen-
31 
cia)" (Ef.4,6). Podemos decir con Teilh.ard de Chardin, que vivió esta visión 
sacramental: "El gran misterio del Cristianismo no es exactamente la 
aparición de Dios, sino su trasparencia en el universo, ¡oh, sí, Señor! no 
solamente ser el rayo que brota, sino el rayo que penetra. No sólo vuestra 
Epifanía, Jesús, sino vuestra dia-fanía" (El Medio Divino, 162). 
2. EL MUNDO SACRAMENTAL: FUNCIÓN INDICADORA Y FUNCIÓN 
REVELADORA 
La trasparencia del mundo en relación con Dios, es la categoría que nos 
permite entender la estructura y el pensar sacramental. Esto quiere decir 
que Dios nunca es alcanzado directamente en sí mismo, sino siempre 
junto con el mundo y con las cosas del mundo que son diáfanas y 
trasparentes para El. De ahí el que la experiencia de Dios sea siempre una 
experiencia sacramental, que en las cosas experimentemos a Dios. 
El sacramento es una parte del mundo (inmanente), que trae en sí otro 
mundo distinto (trascendente), que es Dios. Y en cuanto la cosa sirve para 
hacer presente a Dios, hace también parte del otro mundo, de Dios. De 
aquí que el sacramento sea siempre ambivalente, que encierre en sí dos 
movimientos: uno que viene de Dios y va a la cosa, otro que va de la cosa a 
Dios. Por eso podemos decir que el sacramento posee dos funciones: la 
función indicadora y la función reveladora. 
En su función indicadora el objeto sacramental indica y apunta hacia 
Dios presente en él, de modo que Dios es aprehendido, no como el objeto, 
más en el objeto, porque no es este el que absorbe la mirada del hombre, 
sino que consigue que el ojo humano se dirija hacia Dios presente en el 
objeto sacramental. Es decir: el hombre ve el sacramento, pero no debe 
quedarse en el mirar objetivado, sino trascender y descansar en Dios, tal 
como lo comunica el sacramento. Esta es la función indicadora: va del 
objeto hacia Dios. 
Según su función reveladora el sacramento desvela, comunica y ex-
presa a Dios presente en él. Aquí el movimiento va de Dios hacia el objeto 
sacramental. Dios, en sí invisible e inalcansable, se torna sacramental-
mente visible y alcansable, porque su presencia inefable en el objeto hace 
que este se trasf igure y se haga diáfano, hace que, sin dejar de pertenecer 
al mundo, se torne vehículo e instrumento de comunicación del mundo 
divino. En esto consiste el acontecimiento de la Trasparencia y de la 
Diafanidad divinas, que invitan al hombre de fe a sumergirse en la Luz 
divina que resplandece dentro del mundo. El sacramento no saca al 
hombre de su mundo, sino que le dirige una llamada para que mire con 
más profundidad al interior del universo. Como dice S. Pablo: todo hombre 
está llamado -ninguno está excluido y por eso nadie es disculpable- a 
reflexionar profundamente sobre las obras de la creación; y si lo hace 
incansablemente, verá cómo lo que parecía invisible, el poder eterno y la 
divinidad, comienzan a tornarse visibles (cf. Rom. 1, 19-20). 
32 
Así el mundo, sin dejar de serlo, se trasmuta en elocuente sacramento 
de Dios, apunta hacia Dios y lo revela. La vocación esencial del hombre 
terrestre consiste en tornarse en hombre sacramental. 
Cuando en cada Navidad enciendo unos momentos la vela, me re-
cuerda dos cosas: indica, señala, un gesto del pasado, un gesto de 
fraternidad, un hecho que ella rescata de su caducidad y hace vivir en el 
presente; y, además, revela con su luz trémula, la Luz que se encendió en 
la noche del desamparo humano para decirnos: ¡oh hombre, alégrate! La 
Luz es más fuerte que las tinieblas. Esta es la Luz verdadera que ilumina a 
todo hombre que viene a este mundo. Ella ya estaba en el mundo, y el 
mundo era diáfano y trasparente de Dios, pero los hombresno.veían. 
Ahora, sin embargo, con su Diafanidad, hemos visto la claridad de su 
gloria, gloria de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (cf. Jo. 
1,9-14). 
33 
CAPITULO VI 
EL SACRAMENTO 
DE LA HISTORIA DE LA VIDA 
Hay momentos en la vida en los cuales la consideración del pasado 
constituye la verdad del presente: le muestra el sentido y su razón más 
profunda. Mirándolo más de cerca, el pasado, en verdad, deja de ser 
pasado para constituirse en una forma de vivir el presente. A veces, una 
experiencia significativa del presente abre una ventana nueva a la con-
templación del pasado, como si fuera un paisaje que estaba ahí, pero que 
nadie podía ver porque faltaban ojos para ello. Y esos ojos los hace nacer 
algún hecho del presente que permite ver las cosas antiguas; entonces 
estas se hacen nuevas. 
En ese momento, el pasado aparece, no como un suceder anodino de 
hechos, sino como una corriente lógica y coherente, como si un nexo 
misterioso hubiese ligado los acontecimientos, hasta hacer emerger un 
sentido patente, antes latente, en el río de la vida. A la manera de un plano, 
que se va desdoblando lentamente, como uno abre un mapa geográfico 
de una región; en la maraña de los datos, se van destacando las ciudades, 
los ríos, las carreteras que ligan los principales puntos entre sí; la región 
deja de ser desconocida, adquiere sentido como ocurre con los lugares 
señalados en los mapas, que tienen sentido para el viajero: avanza sin 
equivocarse porque ve el camino. 
Algo semejante ocurre con la vida, que va indicando puntos, abriendo 
caminos. Nadie sabe a dónde pueden conducir, pero son caminos auténti-
cos. De repente, acontece algo muy importante: en el mapa de la vida 
aparece un punto, como una gran ciudad, a la que se dirigen carreteras y 
ferrocarriles, por la que pasan ríos, en cuyo cielo surcan aviones. . . ¡La 
vida comienza a tener sentido porque hemos encontrado un punto de 
apoyo y una elevación importante desde la cual podemos ver el paisaje 
circundante; porque se ha dado la corriente coherente de la vida! 
Ese presente es una experiencia muy profunda, preparada, sufrida, 
purificada por crisis, madura. Se llevó a cabo una decisión que empeñó 
toda la vida, que comprometió la salvación o la perdición; y el hombre 
profirió su palabra, se definió ante la vida y esto de tal modo, que no puede 
ya cambiar la palabra empeñada, sin trocar el curso de su existencia. A 
partir de esta decisión, mira el pasado, lo relee todo en función del 
presente, tal como fue concebido, gestado, configurado, hasta nacer. Uno 
lee el sentido de la vida, a partir de un pasado que culmina en este 
presente. 
34 
Concretamente, en la noche del 14 de diciembre de 1964, 18 jóvenes 
decidían hacerse sacerdotes. En el vigor de los 26 años, se dijeron: 
jmañana, por fin, será la ordenación! Ese día había sido preparado durante 
15 años, el día de exclamar: voy a ser revestido de Cristo, en orden a poder 
representarlo, a poder prestarle la presencia, la voz, los gestos, el cuerpo. 
Es natural que el hombre tiemble ante esto, tanto más cuanto más haya 
profundizado en el significado de tal audacia misteriosa, cuanto más 
seriamente concientice el abismo que media entre el Pecador y el Santo. 
En el teatro de la vida, va a representar el papel de Cristo y, como en el 
teatro, se trata de algo absolutamente serio. 
Y vino la ordenación, sobrevivimos a la irrupción del Misterio, y una 
semana más tarde, celebrábamos las primicias, la primera Misa solemne, 
entre parientes y amigos, en la tierra natal, donde todo comenzó. Todos 
vinieron. Los arquetipos primitivos se vieron activados y, con ojos carga-
dos de respeto, temían acercarse a aquel que acababa de ser consa-
grado. Pero el arquetipo familiar pudo más y quebró el tabú... Comenza-
ron los comentarios, espeoialmente de las tías más viejas, de las que 
habían cargado a la criatura -ahora neo-sacerdote- y presenciaron las 
primeras travesuras infantiles. "¡Ya decía yo, que desde pequeño tenía 
inclinación para padre; con cinco años y ya celebraba misa, vestido con un 
viejo manteo y predicaba a los hermanitos!". Un antiguo empleado, recor-
daba: "Una vez, se subió en un tronco e hizo un sermón al estilo de los 
capuchinos, condenando a un hermano al infierno; el otro reaccionó, lo 
hizo caer, y hasta tuvo que ser operado de la pierna". Cada uno iba ligando 
los hechos, la corriente se establecía y crecía hasta culminar en la ordena-
ción. 
En cuanto a mí, sólo me acuerdo del 9 de mayo de 1949. Hasta ese 
momento, nunca pensé ser sacerdote. Había una especie de tradición 
anticlerical en la familia, herencia "preciosa" que todos habían conser-
vado. Pero, llegó un Padre, un carioca, y habló de vocaciones sacerdota-
les, habló de S. Francisco y de Sto. Domingo; dijo la grandeza de ser otro 
Cristo en la tierra... Y arremetió: ¡los que quieran ser padres, levanten la 
mano! Yo lo estaba oyendo todo con atención, y sentí que una ola de fuego 
me subía al rostro, que convertía en una eternidad el momento trascurrido 
entre la pregunta y la respuesta. Alguien en mí levantó la mano y me 
anotaron. Por supuesto, mi padre fue notificado y yo lloré mucho en casa 
por haberlo hecho. ¿Para qué ser sacerdote? Si lo que yo quería era ser 
conductor de camión, sublime vocación que me permitiría domar esos 
monstruos que eran los antiguos camiones para nosotros los niños. Pero 
había dado una palabra y había definido mi vida. 
Entré al Seminario. Los hechos se fueron construyendo y sólo ahora, en 
la noche del 14 de diciembre de 1964, pude unirlos. ¡Dios mío! ¡De qué 
modo han formado una corriente! Todavía resuenan en mis oídos las 
palabras que proferimos todos entonces: "Señor, en la simplicidad alegre 
de mi corazón, te lo he ofrecido todo. . .". Y el pueblo que nos rodeaba 
decía: "Consérvalos, Señor, esa santa voluntad!". 
35 
La vida está hecha de relecturas del pasado. Cada decisión importante 
en el presente abre nuevas perspectivas; cada hecho ocurrido gana 
sentido como un hilo conductor y secreto que lleva en si latente el futuro 
que ahora se hace presente. El acontecimiento pasado anticipa, prepara, 
simboliza el futuro. Así, se asume un carácter sacramental. 
1. UNA VEZ MAS: ¿QUE ES UN SACRAMENTO? 
Sacramento es todo, si es visto a partir de Dios y a su luz: el mundo, el 
hombre, cada cosa, signo y símbolo de lo Trascendente. Para la Iglesia 
Primitiva, sacramento era de modo particular la historia humana, dentro de 
la cual se realiza el plan salvífico de Dios, la acogida o el rechazo de la 
gracia por parte del hombre. El sentido de los hechos es portador de un 
Sentido trascendente, corporifica el designio salvador de Dios. La historia 
de los pecados, la anti-historia de los humillados y ofendidos injustamente, 
es expresión del rechazo humano frente al llamado salvífico. Los aconte-
cimientos se convierten así en figuras, sea de salvación, sea de perdición. 
Son sacramentos que significan y hacen presente la perdición o la salva-
ción. Por eso, la historia toda, como unidad de sentido, asume un carácter 
sacramental. 
El pueblo judío fue maestro en esta interpretación de la historia humana, 
leída como historia salvífica; ellos, a partir de una experiencia muy impor-
tante y decisiva, releían, cada vez, todo su pasado; de ahí surgía una 
nueva síntesis, en la que el presente acontecido ya, se anunciabacomo 
latente y se preparaba poco a poco, de forma cada vez más nítida, hasta 
irrumpir, límpido, en la experiencia presente de la fe. Es decir, el pasado 
era sacramento del presente. Pongamos un ejemplo: 
Bajo David y Salomón, Israel conquista definitivamente la tierra de 
Canaán; hay paz y se goza de una situación de tranquilidad y de orden. 
Hacia el 950 a.JC. durante el reinado de Salomón, surge uno de los 
mayores genios teológicos de la historia, el Javista(as! llamado porque en 
sus escritos siempre invoca a Dios con el nombre de Yahvé). Este inter-
preta la paz del presente, como encarnación de la salvaciónde Dios para 
su pueblo, leyendo el pasado a la luz del presente, en el sentido de que 
todo había sido preparado y encaminado por Dios, de tal modo que 
desembocase en la situación gozosa de que disfrutaban. 
El presente no es fortuito: es obra del designio amoroso de Dios para 
con el pueblo de Israel. A partir de aquí, el Javista elabora entonces una 
vigorosa síntesis religiosa: Dios lo creó todo, todo era bueno, la humani-
dad vivía en la atmósfera de Su amor, simbolizada en el jardín de las 
delicias o paraíso terrenal. Pero la humanidad cayó, Dios la esparció por 
toda la tierra y trató de establecer, con Noé, un nuevo comienzo; pero fue 
en vano. Entonces, escogió a Abraham para ser el instrumento de salva-
ción para todos los pueblos, prometiéndole a Canaán como la tierra del 
36 
pueblo escogido que de él había de nacer. Esclavizado este pueblo en 
Egipto, Dios lo libera y, lentamente, hace que poco a poco conquiste la 
cultura de los cananeos; hasta que ahora, con David y Salomón, realiza 
plenamente su designio. 
El camino fue largo, lleno de encrucijadas, pero Dios escribió recta-
mente sobre las líneas torcidas. Así, el presente permitió al Javista releer 
todo el pasado. 
Doscientos anos más tarde, cambia la situación: la unidad del reino 
davídico-salomónico fue destruida: el reino del Norte se ve amenazado 
por los asirios, reina la decadencia moral, la tierra prometida, penosa-
mente conquistada, está a punto de ser invadida. En esas circunstancias, 
y hacia el 740 a.JC, surge otro gran teólogo, el Eloísta (porque llama a 
Dios con el nombre de Eloím). La situación le abre los ojos para leer el 
pasado como un camino que llevaba al desastre nacional. No ve en el 
pasado, como el Javista, la historia de salvación, sino más bien la de 
perdición; establece una sencilla síntesis: Dios hace siempre una alianza 
con el pueblo y cuando el pueblo quebranta el pacto, Dios lo castiga; 
vuelve a renovar la alianza, vuelve el pueblo a ser infiel. . . Solamente, 
cuando Israel sea completamente fiel, será feliz y escapará de la amenaza 
asiría. 
De este modo, para el Eloísta, los hechos pasados son sacramentos del 
presente desgraciado, y la situación de ahora es fruto de toda una historia 
de rechazos. 
2. DE LECTURA EN LECTURA, SE ESTRUCTURA EL SACRAMENTO 
La Biblia está llena de semejantes relecturas. El Nuevo Testamento es 
la última gran relectura de toda la historia pasada. Para los Apóstoles y los 
Evangelistas, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, ofrecen la luz 
definitiva para poder descifrar todo el sentido escondido del pasado. Para 
ellos, como para nosotros, Jesucristo resucitado constituye el aconteci-
miento decisivo de la humanidad: ahí se mostró que la liberación de la 
muerte, de las limitaciones de la vida y del absurdo histórico, es posible. 
Tal acontecimiento no es un acaso de la historia, ni un aborto... sino que 
fue preparado, fue siendo gestado dentro de la creación. Como decía San 
Agustín, la historia estaba grávida de Cristo y Cristo fue creciendo hasta 
nacer. A partir de aquí podemos, como lo hace el Nuevo Testamento, 
releer todo el pasado: ver cómo la creación misma está ya orientada hacia 
El; cómo Adán es imagen y semejanza de Cristo; cómo El estaba presente 
de forma latente en Abraham, en Moisés, en Isaías; habló por la boca de 
Buda, deChuang-tzu, de Sócrates, de Platón. El significado de todos ellos 
se revela plenamente a la luz del Cristo que realizó lo que ellos pretendían. 
Por eso son sacramentos de Jesús. 
Más tarde, los cristianos hicieron la experiencia de la comunidad ecle-
37 
sial, como comunidad de amor, de unidad, de servicio, de esperanza. Ese 
hecho presente les proporcionó una óptica para releer también el pasado. 
Así, como nos lo atestiguan Papfas, la Didaqué, Tertuliano, Orígenes, 
San Agustín, etc., los primeros cristianos veían que la Iglesia había sido 
preparada desde la creación del mundo, con Adán y Eva, primera comuni-
dad de amor. Las religiones del mundo, el pueblo de Israel, la comunidad 
apostólica de Jesús, con los Doce, eran sacramentos y símbolos de la 
Iglesia, preparada poco a poco, hasta manifestarse plenamente a partir de 
Pentecostés. 
Hay aún una última posibilidad de lectura sacramental: verlo todo a 
partir del fin último de la historia, a partir del cielo o del infierno. Entonces, 
todo se constituye en sacramento preparador para ese fin último: la 
creación, los pueblos, las religiones, las comunidades políticas, Jesucristo 
y la Iglesia son anillos penúltimos y símbolos anticipadores del fin. Cuando 
irrumpa el fin mismo, entonces, como lo recuerda la Imitación de Cristo, 
cesará la función de los sacramentos: se verá todo frente a frente, sin la 
mediación simbólica de los significantes. 
Como se notará, esa lectura no es arbitraria. La vida humana es relec-
tura del pasado, como forma de vivir el presente y de cobrar fuerzas para el 
futuro. El neo-sacerdote relee, a partir de la ordenación -hecho importante 
en su vida-, todo su pasado historial. Descubre tantos gestos precursores, 
insignificantes, pero que portaban el futuro que se hace presente. Todo, 
entonces, se nace símbolo y sacramento. Así ocurre con la historia hu-
mana: es sacramento de la liberación o de la opresión, de la salvación o de 
la perdición. 
38 
CAPITULO Vil 
EL SACRAMENTO 
DEL PROFESOR DE PRIMARIA 
Era casi un mito. En las poblaciones del interior, donde no hablan 
llegado los grandes medios de comunicación con sus super-héroes, él era 
considerado un héroe, un sabio, un maestro, un consejero. Su palabra 
hacía sentencia y sus soluciones abrían caminos. ¿Quién era ese mortal? 
El Sr. Mansueto, profesor de escuela primaria, en Planalto, Santa 
Catalina, aldea de colonos italianos. Para quienes lo conocimos a fondo y 
fuimos sus alumnos, él representó el símbolo sacramental de los valores 
fundamentales de la existencia, como idealismo, abnegación, humildad, 
amor al prójimo, sabiduría de la vida. Los valores no se comunican abs-
tractamente, proclamándolos o defendiéndolos, sino concretamente vi-
viéndolos refiriéndolos a las personas que los encarnan en sus vidas. 
El Sr. Mansueto fue una de estas encarnaciones. No sé si con el pasar 
de los años la tendencia del espíritu es mitificar las experiencias del 
pasado; pero, en todo caso, en relación con nuestro querido profesor de 
primaria, el mito constituye tal vez la mejor forma de conservar su historia 
sencilla y concreta. En la aldea, él sobresalía como un árbol en medio de 
un sembrado o de campos de pasto ondulantes y verdes. 
Era, sobre todo, un idealista. Formado en Humanidades en el rigor del 
seminario antiguo, en Contabilidad, en Derecho por correspondencia (en 
aquel tiempo se daban estas cosas. . .), y en no sé cuántas cosas más, 
este hombre pequeño, delgado, pero de una elegancia agreste y con una 
hermosa cabeza inteligente, lo dejó todo para irse al campo y enseñar y 
liberar de su ignorancia y de su abandono a los primeros colonizadores del 
interior de Sta. Catalina. 
Para nosotros, constituía un misterio: en un mundo sin ninguna clase de 
cultura él tenía una biblioteca de cerca de dos mil libros que prestaba a 
todos, obligando a los colonos y a sus hijos a leer; estudiaba los clásicos 
latinos en lengua original; se entretenía con pensadores del tipo de Spi-
noza, Hegel y Darwin, y estaba suscrito al "Correio do Povo" de Puerto 
Alegre. Daba clases por la mañana y por la tarde; en la noche 
anticipándose a Mobral- enseñaba a los adultos; y, junto a todo esto, tenía 
una escuela para los más inteligentes, a los que daba un curso de contabi-
lidad. Tenía, además, un círculo con el que discutía política y cultura 
general... los grandes problemas sociales y metafísicos preocupaban el 
alma inquieta de este pensador anónimo de la insignificante aldeíta del 
39 
interior. Jamás olvidaremos su alegría cuando -como ocurrió varias ve-
ces- solicitado por sus antiguos alumnos que ya estudiaban en la Univer-
sidad para preparar temas

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