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ALJOVÍN Cultura Politica en los Andes 1750-1950

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Plt~(e6.v ~ : 
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Cristobal Aljovfn de Losada 
Nils Jacobsen 
(editores) 
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Cultura polftica 
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I en los AndesDlnuo1'ft'A· f'l,.A.Oil) 
\.-..- , ~~J g. .... 
(1750-1950) 
Traducci6n de: 
Javier Flores Espinoza 
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FmJlCCSil pnra lo« Pnise: AJldiJlos 'I cI IIIsld,do Fmlln's de Eslildios Alldillos r.. \;;,:~il	 COOPERACION 
REGIONAL FRANCESA~~~ agradct"L'1l cf 1l/I(lIJo del Ccutcrfor Lutin AllIeriCl111 and Car{blJclIll Studics, 
L'~f'I; • l,al>!" f,al"BllI PARA LOS IFEA 
REl'liBlIQU~ FnAN( Al"f PAiSESANDINOS Ulii/'NSilll of Illinois a! Urbllllll-ClIi71111'iligli	 I~STlT(ITt) FR.-\\,CEs DEFondo FdilOrial 
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ISI3N: 9972-cl6-353-2
 
Hcrho el Deposito Leg"] en 1<1
 
I3ibIiolt'ea Nacional del Peru N.": 2007-06584
 
Pr im era erlicion en inglcs:
 
Durham and London: Duke Uuivcrsitv Press, 2005
 
Primera l~llicil~n ell castcllano:
 
Lima, junio de 2007
 
© Embaja.L: de Fr.mcia en el PerlL
 
Av. AreLjuip"3415, San Isidro, Lima 27, PCI'lL
 
Teld.: (51 1) 215 8400 Fax: (51 1) 215 843l
 
"OW W .aru bafrance-p«.(1f t'.
 
:f,1 lnstitulo France's de Estud ios Andinos
 
Av. Arequipa 4595, Lim" IS .. 
Teld. (51 1) 4476070 Fax: (51 1) 445 76 5Ll
 
rorrco-e: postmasterv'ifea.org.pe
 
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Este volurnen corrcsponde al t011l0 250 de Ia Coleccion
 
«Travau x de lInstitut Francais d'Etlldes Antlincs» (lSSN 0768-424:\).
 
© Fondo Editorial de \a UNMSt-.l
 
Tirajc: 500 ejemplaros 
Caratula: (Color) Fieroria defunin. (Anonimo c 1840) (fondo) Detol!« del Grall Sello 
de'! lis/ado Perunno (c 1822-23). Tornado del libro Visioll y simbolos dcltnrrcinato ciiollo 
ala "cplibllca peruana. Lima: Banco de Crediio, 2006. 
La uuiversidad es 10 que publica 
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U.'''VEr5LDAD NACIONAL M"YOR DE SAN MARC05 
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Miriam Castro C.,staJleda 
619-7()OO (auc-,o 7529) 
Jlllprcso ell thnn-Pcn,
 
Q/lt'dl1 l'rohibirfl1 fa rcprodll<:ci611 total (1 parcial sill llcl'1J1iso rscri!o de 10 (osa editora.
 
Contenido 
Nils [acobsen y Cristobal Aljovin de Losada 
En pocas y en muchas palabras: Una perspective pragrnatica 
de las culturas politicas, en especial para la historia 
moclerna de los Andes 13 
Alan Kniglzt 
LVale la pena reflexionar sobre la cultura politica? 41 
Nils [acobsen y Crisioba! Aljovin de Los,711a 
C6mo los intereses y los valores dificihnente estan 
separados, 0 la utilidad de una perspectiva pragmatica 
de la cultu ra politics 81 
- PRIMERA PARTE ­
ESTADO NACION, PROYECTOS Ef\: CONSTRUCC]()N Y SUS L1MITAClONES 
Charles F. WI/lker 
LCivilizar 0 controlar": el impacto duradero de las reforrnas 
urbanas de los Umbones 105 
Cristooa! Aljovin de Losada 
LUna ruptura con el pasado? Santa Cruz y la Constitucion 121 
~ 
f.' 
!: 
l Carlo, C11l1rl'IHS 
El poder de gobernar y el poc!C'r de cobra I. An torid.tdos 
politicas locales en el Peru a finales del siglo XIX 155 
RLlSSI1IlI1 BtllTI1Still 
Las fronter,ls del dorninio estatal: Desigualdad. fragilida.! 
de los pactos y limites de su legaliciad y legitil1lidad 181 
L1IIm Golkull'ilz 
«Bajo el domiuio del indio»: movilizacion rural, la ley y el 
nacionalisrno revolucionario en Bolivia en 1,\decada de 1940 209 
-SECUNDA PARTE­
El'NICIDAD, CENERO Y CONSTRUCCION DEL rODER: 
ESTRATECIAS DE EXCLUSION Y EUCH,~S por, LA CIUDADANiA 
!'v1argarilll Garrido 
Libres de todos los colo res en Nueva Granada: Identidad 
y obediencia antes de la Independencia 245 
Scarlett O'Plielan 
Ciudadania y Etnicidad en las Cortes de Cadiz 267 
Alille Helg 
La negacion de la cuestion racial en la Colombia cariberia 
en los albores ell' la construcci6n nacional, 1810-28 291 
Derek vvillimn« 
La creaci6n del pueblo catolico ecuatoriano, 1R61-1R75 319 
Brooke 1.17rsoll 
Indios rcdinudos, cholos barLJarizados: 
Crcando la modernidad neocolonial en 1,1 Bolivia liberal, 
1900-1910 
347 
- TERLEI~,\ ,',,\RTI:'­
Lc1 [('CAL, UJ rmIFcJ(I~-~) ) L\S [,1'[ ll·S: 
REDlr:NIF:'W~' LAS r-RUNTERAS flF Ll'S K'FUL"R. 
RU'RESun.,\C\c1NES EN L'. ..\I,Ll'.". rU8IIC\ 
Sergio Scrtlillikop 
La imaginacion polilica and ina en el siglo \\'111 383 
Nils rl1(ObSCIl 
Opiniones y esferas publicas en el Peru del tardio siglo XIX: 
una red de multiples colorcs en una td,1 hccha jirones 411 
Kim Clark 
Politica e inclusion en Ia primera mitad del siglo X\ en 
la sierra ecnaloriana-- 439 
Mary Roldrill 
Las iimitaciones locales de un movimiento politico nacional: 
Gaitan y el gaitanismo en Antioquia 461 
Observaciones finales: 
Las inflexiones andinas de las culturas po litir-as 
latinoamericanas 
Nils !aco!lsell y Cnstcibal Aljou/II de Losada 489 
Bibliografia general 507 
Acerca de los all tares 561 
8 
9 
I 
I .,--'--
J .~-----
I 
r---­
r
 
Nota a la edici6n en espafiol 
En la presente edici6n se han incluido articulos de Kim Clark, 
Rossana Baragan y Scarlett O'Phelan que no aparecieron en la 
edici6n original en ingles. Ademas, se han cambiado ligeramente 
las presentaciones generales de los textos para incluir a estos au­
tores. Por motivos editoriales hubo tarnbien que retraducir al es­
panol las citas de los articulos de Brooke Larson, Mary Roldan y 
Derek Williams. 
Cristobal Aljovln de Losada 
Nils Jacobsen 
[11] 
I 
1 
-l-
En pocas y en muchas palabras:
 
Una perspectiva pragmatica de las culturas politicas,
 
en especial para la historia moderna de los Andes
 
Nils [I1CO/lSCIl 
Cristoba! Aljm>[11 d« Losada 
j 
Apenas si resulta sorprendente que el estudio de las culturas po­
liticas haya ganado en popularidad en la ultima decada. La con­
fluencia de importantes eventos politicos con la respectiva 
reorientacion de las corrientes intelectuales nuevamente concen­
tro la atencion en la produccion del consentimiento y el disenso 
en todo tipo de regimenes politicos, al mismo tiempo que cuestio­
na Las vinculaciones mecanicas entre economia y politica. La cai­
da de la Union Sovietica, la ola democratizadora (por vacua que 
sea), el resurgirniento del nacionalismo y el comunalismo etnico 
y - entre las corrientes intelectuales - la caida del marxisruo. «el 
giro Iingufstico. junto con la critica de amplia base del eurocen­
trismo marcaron algunas de Las tendencias mas sobresalientes 
.., - a escala global- del tardio siglo xx. En el caso de Latinoamerica. 
el final de la «guerra de los treinta afios» regional (Jorge Castaneda) 
entre regimenes militares autoritarios y movimientos guerrille­
ros, junto con el auge de «nuevos moviruientos sociales» de muje­
res, pobladorcs de barriadas y grupos indigenas y negros, coloca­
ron en el centro del esccnario los temas de la democracia, la inclu­
sion en La arena politica y el papel de la sociedad civil. 
La cultura politica asume que la cultura da un significado a 
las acciones humanas. La comprendemos como un conjunto ma­
LeabLe de simbolos. valores y normas que constituyen el significa­
do que une a las personas con las comunidades sociales, etnicas. 
religiosas, politicas y regionales. Por cierto, una perspective prag­,I 
I [13] 
,I l 
matica politico-cultural no excluye a priori olros enfoques hist6­
ricos y conteruporaneos que buscan la comprensi6n de las forma­
ciones politicas, como son la economia politica y el ana lis is 
institucional. Una comprensi6n hermeticamente cerrada de [a 
cultura politica - algo semejante al deterrninismo cultural - ge­
nera los problemas tratados seguidamente. 
Con todo, cl comportamiento de personas y grupos no pue­
de derivarsc en forma lineal de intereses 0 conslrei'\imientos 
institucionales. Como [0 muestran los estudios de caso seleccio­
nados en este libro, [as acciones humanas estan siempre invo­
lucradas en un complejo lenguaje de simbolos y valores que [as 
hacen inteligibles a otros. A[ concentrarse en el significado con 
que personas y grupos imbuyen a simbolos, rituales, discursos, 
secuencias de actos e instituciones publicas. [a perspectiva de [a 
cultura politica ilumina [a producci6n del consentimiento y el di­
sensa con respecto a regimenes, partidos, movimientos 0 dirigen­
tes politicos. Ella brinda unas percepciones de los mecanismos 
con los cuales [as formaciones politicas se mantienen a si misrnas, 
son desafiadas 0 derribadas. 
Las relaciones de poder sostienen todo proceso politico. Ne­
cesariamente se basan en dimensiones subjetivas, culturales, de 
intereses e instituciona[es.
1 
En [a era mcderna, el poder esgrimi­
do publicamente, asi como las dimensiones claves de una forma­
ci6n po litica - ciudadania, leyes, instituciones -, estan relacio­
nados con el Estado. Por ello, [a naturaleza de este ultimo, de la 
sociedad civil y de [a disputada relacion entre ellos son temas 
cruciales para [a perspectiva de [a cultura politica. La forma en 
que un Estado opera yes institucionalizado sienta el marco de la 
politica y configura sus practicas e identidades. 
EI tipo de perspectiva de [a cultura politica aqui postulado es 
util para reunir, en un marco de discusi6n comun, diversos enfo­
ques conceptuales de la formaci6n de los Estados-naci6n y [a cons­
trucci6n del poder en America Latina, que a menudo no lcgran 
comunicarse entre sf. Para simplificar, en los debates actuates po­
demos identificar dos tipos arnplios de enfoqucs: los gramscianos, 
que resaltan las cuestiones de [a hegemonia, [a subalternidad y el 
Para un enfoque procesal del podcr vease WOLF 1999, en especial cl capitulo 1. 
r: 
poscolonialismo, y del otro [ado los tocquevillianos, que se cone en­
tran en [a sociedad civil, [a esfera publica, la naturaleza ideol6gica 
e institucional de los regimenes politicos y [a ciudadania.
2 
Mien­
tras que los investigadores que trabajan en esta ultima perspectiva 
han tendido a concentrarse en temas urbanos, los que operan en el 
enfoque gramsciano 10 han heche en las poblaciones indigena y 
negra; estos ultimos han estudiado c6mo los valores. practicas y 
tradiciones institucionales de esos grupos se relacionan e interactuan 
con los de [as elites. Mientras que los tocquevillianos tienden a re­
saltar los aspectos emancipadores de la modernidad politica, los 
gramscianos tienden a subrayar la forma en que los grupos subal­
ter nos sufrieron [a exclusi6n y la represi6n a manns de grupos de 
elite, sobre todo durante el periodo de formaci6n del Estado-na­
ci6n. E[ concepto de cultura politica puede servir como un «campo 
neutral» para lus practicantes de ambos tipos de enfoques, ya que 
privilegia puntos importantes para cada uno de elios. Este libro 
reline contribuciones de estudiosos a ambos lades de esta divisoria 
conceptual, e incluye algunos que intentan colmar esa brecha. 
E[ libro tiene tres objetivos: 
1.	 Brindar profundidad hist6rica a los actuates debates sobre 
[a transici6n y el continuo proceso de redefinici6n de la de­
mocracia en America Latina. Las cuestiones de democra­
cia, autoritarismo, derechos ciudadanos y la exclusion 0 in­
clusi6n de personas sobre la base de nociones de raza, 
etnicidad, genero y clases han estado en la vanguardia de 
los debates politicos y los movimientos sociales de la re­
gi6n desde los dias finales del regimen colonial hace unos 
doscientos afios, Estas luchas dejaron una profunda huella 
en los va [ores y practicas de diversos grupos e iniluyeron 
Por supuesto que los linajes le6ricos de los enfoqucs de la historia de la politica y 
el poder en l.atinoarncrica son eonsiderablemente mas complcjos, El imp acto (0 
auseucia) de las ideas foucoultianas y posrnodernas sobre los practicantes de 
cualquiera de los grupos de enfoques crca, en especial. una linea divisoria que 
separa a los invcstigadores entre aqucllos que postulan que a Ia historia Ic interesan 
fundamentalmentc las representacioncs disputadas, y aquellos que crecn que detras 
de dichas represenlaciones sigue existiendo una «realidad» quc importa (aunque 
sea objetivameutc incognoscible). 
15 14 
en muchas insfituciorias que estan insertas en los debates 
actuales. 
2.	 Promover la cornprensjon sobre como se han fonnado las 
culturas poIiticas andinas modernas; ello a traves de estu­
d ios de caso de u ltirn a generacion de los dos siglos 
fonnalivos del surgimiento de los Estados-naciones en Ia 
region. No obstante, rechazamos la nocion de una cultura 
politica especificamente andina, Nuestros estudios de caso 
de las cuatro naciones andinas -Colombia, Ecuador, Peru 
y Bolivia - rnuestran como hasta concentrarse en el mis­
mo tenia - por ejemplo, el uso de la raza para definir la 
ciudadarua - puede tener sigruficados distintos dependien­
do de unas constelaciones especificas de poder e identidad 
etnica. EI volumen esclarece que ternas han prevalecido en 
la construrr-ion de los Estados andinos. 
3.	 Ejemplificar el rico potencial que una perspectiva pragma­
tica de la cultura politica tiene para el desciframiento de 
los procesos involucrados en Ia forrnacion, la reconstruc­
cion a Ia disolucion de formaciones politicas historicas. Los 
estudios de caso cuidadosamente preparados, un ensayo 
conceptual comparahvo y las amplias retlexiones de esta 
introduccion ayudan a esclarecer el concepto de cultura 
politica. 
Este libro no puede cubrir todos los principales temas y cues­
hones de las culturas politicas andinas entre 1750 y 1950. Entre 
los temas que no recibieron Ia atencion que merecen tenemos las 
carupanas electorales, los movimientos de la clase obrera, Ia reIi­
giosidad popular y el significado de las leyes. Aun asi, la amplia 
cobertura cronologica, espacial y tematica del volumen da una 
mayor precision a las especificidades de las cu ltu ra , politicas 
andinas dentro del marco comparativo de Latinoa mer ica En esta 
introduccion rastrearemos la historia de la nocion de cultura po­
litica, discutiremos problemas especificos para una perspectiva 
moderna de Ia misma y esbozaremos las grandes cuestiones de 
las culturas politicas sobre las ClIales los inveshgadores se han 
concentrado hasta la fecha. Un debate sobre las Iimitaciones y 
promesas de la cultura poIihca se encuentra en el trabajo de Alan 
Knight y en nuestro ensayo. 
La historia de la noci6n de 'cultura polttica' 
EI uso academico moderno del terrnino 'cultura politica' aparecio 
por vez primera en un arLiculo publicado por Gabriel Almond en 
1956. Sin embargo, su terna ha sido debatido por 10 menos desde 
que Platen y Arist6teles buscaron relacionar ciertas virtudes 0 
valares con ciertos tipos de regimen politico. Entre los cientificos 
sociales modernos. Max Weber, incuestionablemente, es quien mas 
ha influido en la elaboracion del concepto formal de cultura poli ­
tica. Weber inserto la cultura (sustantivamente) y cl significado 
(metodoI6gicamente) en el analisis de las sociedades e influyo 
enormemente en los cientificos sociales narteamericanos que ex­
ploraron el enfoque. Aunque para Weber la mayoria de las accio­
nes eran estimuladas par intereses materiales 0 ideales identi ­
ficables en funci6n de grupos (clase, religion. region, casta, ideo­
Iogia. etc.), el las concebia como algo que era moldeado y proce­
sado parlas costumbres, las tradiciones y los val ares mediante 
los cuales cada persona derivaba el significado (Sinn]. En pala­
bras de Raymond Aron, para Weber «[...] las contradicciones en­
tre la explicaci6n mediante los intereses y la explicaci6n par las 
ideas no tienen sentido» (1968, II: 252, 264; d. tambien BEND1X 1962: 
46-47). En su esquema de clasificar las acciones desde una pers­
pectiva subjetiva, la busqueda racional orientada a los fines de 
los intereses de grupo no era sino una de una amplia gama de 
posibles motivos individuales para Ia accion. que tambien incluian 
el odio 0 la amistad, y la costumbre 0 el ritual (ARON 1968, II: 220­
21). Aun mas, Weber rctcnia la distincion de Hegel entre socie­
dad civil y Estado. EI enfatizaba que «[...] la creencia en un arden 
legitimo difiere en grado de la "cristalizacion de intereses mate­
riales e idealcs" en la sociedad» (BENDIX 1962: 494). Un Estado con 
pretensiones de legitimidad sobre sus subditos 0 ciudadanos no 
es simplemente «el coruite ejecutivo de Ia burguesia» 0 de cual­
quier otro grupo dominante. Su funcionarniento estable requiere 
ser explicado en 10 que respecta a su relaci6n con la sociedad, 
mas aIla de establecer intereses. 
La coyunhua que dio lugar al surgimiento del concepto de 
cultura politica se dio entre la Segllnda Guerra Mundial y 1960. 
16 
17I
 
La dictadura nazi y su moderna politica de la irracionalidad y el 
genocidio dcsacrcdito las nociones, tanto Iiberales como marx is­
tas, de 10inevitable que era llegar a sociedades dcmocratico-bur­
guesas 0 socialistas en los Estados-nacion mas avanzados. La cai­
da de los imperios coloniales y la fundaci6n de nuevas naciones 
por toda Africa y Asia plante6 con urgencia la cuestion de si el 
gobierno dernocratico dependia de algo mas que del desarrollo 
econornico (ALMOND 1993b: 13). Una escuela de pensarniento, en 
la intersecci6n de la psicologia, la antropologia y la ciencia politi ­
ca. «[...] buscaba explicar el reclutamiento a papeles politicos, la 
agresi6n y la guerra, el autoritarismo, el etnocentrismo, el fascis­
mo y asi sucesivamente, en terminos de la socializacion de los 
nines: la crianza de los infantes [...] los patrones de disciplina pa­
terna y la estructura familiar» (ALMOND 1993a: IX).3 Otra corriente 
-con un problernatico legado de determinismo geografico y 
racial- intent6 establecer «caracteres nacioriales» distintivos 
mediante definiciones estadisticas de «caracteres modales», mos­
trando el valor y los patrones de conducta predominantes de una 
nacion, sobre la base de los metodos de crianza infantil, las 
estructuras familiares y las creencias religiosas (BERG-ScHLOSSER 
1972: 21-25): 
El enfoque inicial de la 'cultura politica' surgi6 en estrecha 
proximidad con estas corrientes, pero «[...] en reaccion a [su] 
reduccionismo psico16gico y antropologico» (ALMOND 1993a: x). 
Un fecundo estudio dio inicio ala primera oleada de estudios de 
cultura politica: The Civic Culture: Political Attitudes and Democracy 
ill Five Nations, de Gabriel Almond y Sydney Verba (1963).5 Pre­
ocupados con la arnenaza del totalitarismo y la estabilidad de los 
sistemas politicos oficialmente dernocraticos de Alemania Occi­
dental, Italia, Jap6n y las nuevas naciones de Africa y Asia, Almond 
y Verba buscaron explorar las caracteristicas de la cultura politi-
El cstudio fecundo de esla escucla fue cl de Adorno y otros, ]7Ie Authoritarian 
Pesonulity (I 950); para una actualizacion de cstc enfoque, que ineorpora recientes 
esludios psieol6gicos sobre el desarrollo crnocional, vcase [[OPF y !lOPF 1997, en 
especial cl capitulo 3. 
Para un celebre ejcmplo latinoarnericano vease PAZ 1967 (1950]. 
Para un examcn reciente del concepto de Almond y Verba referido a Colombia 
vcase JAL',lES PENALOZA 2000. 
r; 
ca mas idonea para fortalecer los regimenes dernocraticos. Los 
autorcs, igualmente, reaccionaban en contra de la oricntacion 
institucional y constitucional que en ese entonces dominaba el 
campo de la politica cornparativa. Si los sistemas politicos demo­
craticos habian de echar raices en la Europa continental, Africa y 
Asia, se necesitaba algo mas que una transferencia de institucio­
nes puesto que «[...] una forma democratica de un sistema politi­
co participatorio asimismo requiere una cultura politica que sea 
consistente con ella» (ALMOND y VERBA 1963: 5). 
Dichos autores definian la cultura politica como «[...] orien­
taciones especificamente politicas: actitudes hacia el sistema po­
litico y sus diversas partes, y con respecto al papel de uno rnismo 
con el sistema» (ALMOND y VERBA 1963: 13). Ellos desarrollaron 
modelos conductistas para evaluar la relacion entre las actitudes 
politicas y el sistema politico como un todo. Sobre la base de la 
clasificaci6n de la acci6n de Talcott Parsons (cognitiva, afectiva, 
evaluadora) y de la aproximaci6n del mismo Almond a la teoria 
de los sistemas, los autores disenaron una matriz que media las 
actitudes de las personas en relacion con diversos elementos es­
tructurales de los sistemas politicos. Dependiendo de como res­
pondian los ciudadanos entrevistados a unos elaborados cuestio­
narios, podia clasificarse una cultura politica como: 
a)	 Parroquial: cuando las orientaciones politicas no estan se­
paradas de las religiosas y sociales existen pocas expecta­
tivas de cambios i.niciados desde el sistema politico. Ejem­
plo: el Imperio Otomano, 
b)	 Suniisa: referida a una orientaci6n frecuente hacia un sis­
tema politico diferenciado y sus «aspectos de output» pero 
con muy poca oricntacion hacia los «aspectos de input»;esto 
es, las demandas desde la base sobre el sistema politico y 
la activa participaci6n de uno mismo. Ejemplo: la Alernania 
imperial. 
c)	 Participatioa: donde se da una orientacion hacia el aspecto 
de input y output del sistema politico, as! como al papel ac­
tivista de uno mismo en el contexto de la formaci6n politi­
ca (ALMOND y VERBA 1963: 17-9). 
I	 19 
f: 
1 
t, 
18 
r
 
Estos eran tipos ideales; las culturas politicas contempora­
neas usualmente serian mixturas de ellos. Las orientaciones mas 
antiguas - parroquialcs 0 surnisas - no eran abandonadas del 
todo a medida que los ciudadanos adoptaban orientaciones adi­
cionales. De heche, los autores veian a la culiura cioica de los Esta­
dos Unidos y del Reino Unido - la cu ltura politica m,1S idonea 
con la cual sustentar un sistema politico deruocratico -, como «[...] 
una cultura mixta que combina orientaciones parroquiales, sumi­
sas y participativas». Esta mezcla especifica de orientaciones ayu­
do a equilibrar la actividad y la pasividad para con el sistema 
politico, permitiendo a los ciudadanos participar, pero tambien i 
retirarse a una vida tranquila en la comunidad. Sin embargo, en 
otras mezclas los fantasmas del pasado podian producir efectos I 
iregresivos (ALMOND Y VERBA 1963: 29-31, 500-1). 
Aunque Almond y Verba aceptaban la diversidad dentro de I 
las culturas politicas a traves de «subcultures. y «culturas de rol», Iestas quedaban subsumidas dentro de la cultura politica agregada, 
sin proporcionar una fuerza para el cambio (ALMOND y VERBA 1963: 
32-3). En 10 que respecta a la cuestion critica de si esta aproxima­
cion a la cultura politica podia explicar por que razon ciertos siste­
mas politicos eran dernocraticos y otros no, todo 10que los autores 
sostenian era que «[...] demostraban la posibilidad de alguna co­
nexion entre los patrones de actitud y las cualidades sistemicas­
(ALMOND y VERBA 1963: 75). Aunque su enfoque conductista pedia 
una verificabilidad 0 falseabilidad empirica radical, su aproxima­
cion de la teoria de sistemas requeria correlaciones -0, en termi­
nolcgia weberiana, afinidades electivas - antes que relaciones de 
causa-efecto logicas y cronologicarnente secuenciales. 
En la decada de 1960 y comienzos de la de 1970, este enfoque 
de la cultura politica genera numerosos estudios de casos y ma­
yores elaboraciones teoricas entre los cientificos politicos.
6 
Sinembargo, pronto se topo con una fuerte oposicion y para la deca­
7
da de 1980 ya no estaba de moda. Almond misruo achaco esto a 
Vease, por ejcmplo, rYEy VERBA 1965; PYE 1961;EC~STEl'< 1966; BERG-SCHLOSSER
 
1972. Para aplicuciones tempranas de la cultura politica a America Latina vease
 
FlTlGIBBO~ y FERSN,UEl 1981, y las contribuciones a TO.\lASE~ 1966.
 
Para la decuda de 1990 habia senales de un renacer, pero con pocas referencias al
 
nuevo enfoque de la cultura politica que venia desarro!bndose en la historia y la
 
los «reduccionismos de izquierda y derecha», a saber, los diver­
50S tipos de analisis marxistas y de teo ria de la eloccion rar iona l. 
Para dichos enfoques, poco era 10 que el estudio de actitudes y 
valores podia contribuir a las estructuras y procesos politicos 
(ALMOND 1993a: X-XI). 
8 
Por cierto que la pcrdida de un consenso 
optimista mas amplio en torno a la teoria de la modernizacion 
mino el atractivo del enfoque de la cu ltura politica en Ia decada 
de 1970. Con todo, sean cuales fueren los meritos del modele de 
Almond y Verba, este contaba con serios defectos, arraigados en 
parte en Ia aproximacion a la teoria politica en Ia decada de 1960 
con el enfoque de las teorias grandiosas: 
una tendencia evolutiva y ahistorica en el analisis de la 
modrmizacion 
un modelo estatico de los rasgos culturales 
un sesgo conductista y la dependencia de datos cuantitati ­
vos para determinar fenomenos subjetivos y culturales 
un sesgo hacia un modelo particular de cultura politica oc­
cidental 
una indeterminacion de causa y efeeto entre cultura politi ­
ca y sistema politico (GENDZEL 1997: 229).9 
Aunque Almond y Verba, juntamente con buena parte de los 
teoricos comparativos de la politica y las sociedades en las deca­
das de 1950 y 1960, provenian de la tradicion weberiana, ellos 
sesgaban dicha tradici6n en cierta direccion. Almond y Verba 
debilita ron la intrincada vinculacion que el propio Weber esta­
blecio entre la «explicacion- (el ana lisis) y la «comprension» (la 
interpretacion), entre la contingencia historica y la formacion de 
modelos en las ciencias sociales. entre la causalidad cultural y 
socioecon6mica. AI intentar convertir el estud io de 10 subjetivo 
en la politica en una ciencia empirica «dura», esta aproximacion 
antropologia: vease, par ejernplo EC~STEf" 1992; TIIO~1PSO", flus y W1LDA\'S~Y 
1990.
 
Para una clasificucion rnas derallada de las criticas vcase AL'IO:-;O 1993b: 16-17.
 
Entre las voces criticas consultese PATEMA:'>J 1971; WIATR 1980; Mal.ER y SELlGSO:'>J
 
1994; para un examen de los casos originales de Almond y Verba a la luz de las
 
criticas vease ALMOND Y VERBA 1980.
 
I 2120 
L
 
a la politica provoco reacciones que adoptaron ruetodos y 
epistemologias completamente distintos. 
Desde la decada de 1980, la cultura politica ha pasado a ser 
un campo de estudio prominente en la historia y la antropologia. 
Estas disciplinas estaban en manes de teorias y epistemologias 
rejuvenecidas que dieron una orientacion diferente a los estudios 
historicos y antropologicos de la cultura politica., Enumeraremos 
cinco de estas nuevas apraximaciones: 
i) el «giro lingufstico»:" 
Ii) la redefinicion de la culture, de una categoria de las cien­
cias sociales a una de las humanidades, y como segundo 
paso de una entidad esencialmente unificada y sustantiva 
a un concepto mas fragmentado y procesal;" 
iii) la critica del «eurocentrismo», asociada de un lado con los 
estudios de la subalternidad y el poscolonialismo, y del otro 
con una critica de las nociones de progreso y evolucion so­
cial; 
IV) el giro hacia la hegemonia y las relaciones de poder como 
algo central para la comprension tanto de las relaciones en­
tre el Estado y la sociedad civil, asi como entre diversos gru­
pos sociales, etnicos y de genera; 
v) el rcdcscubrirniento de 10 «publico» y de la sociedad civil 
como variables centrales en los cuerpos politicos modernos 
(HABERMAs 1962). 
Estos giros teoricos incrementaran el interes de historiadores 
y antropologos por la nocion de cultura politica. En sus escritos, 
el concepto difiere considerablemente del moclelo desarroIIado 
por los cientificos politicos en las decadas de 1950 y 1960. En la 
historiografia de los EE. UU., el paso a la cultura politica llego 
con el descubrimiento del «rcpublicanismo»: unos valores y orien­
10	 Para sus cfectos cn la historic vcase ApPLEBY, HuNT y JACOB 1994:207-217; NOVICK 
1988. capitulo 15. 
II	 Gu.xrz 1973: 3-30; para las aplicaciones a la historia de la culture politica vease 
GENDZEL 1997: 233-35; para una relacion critica de las recientes nociones de 
cultura entre los aruropologos culturales nnrtcarnericanos vcase KIWER 1999, en 
especial los capitulos 3-7; para la cultura como praxis vcase ORTNER \ 984. 
22 
taciones culturales que subrayan las virtudes publicas sobre los 
privilegios heredados, originados en el renacimiento, sustenta­
ban las normas de los revolucionarios jeffersonianos y los demo­
cratas jacksonianos de la cIase obrera." Un cientifico politico se- , 
nalo can adrniracion que los historiadores estadounidenses de la 
cultura politica evitaban «[...] la necesidad de elegir entre los in­
tereses y la cultura como explicaciones, en lugar de usarla para 
trascender dicha dicotornia» (WELCH 1993: 148-58). Por ejernplo, 
The Radicaiisin of the /smcrictui Reoolutiou, la obra maestra de 
Gordon Wood (1992), analiza la cambiante cultura politica de las 
trece colonias en el siglo XVlII, demostrando como diversas cIases 
de personas entendian el significado de sus derechos politicos, su 
condicion social y el ejercicio legitimo del poder. La interconexion 
entre las dimensiones sociales, politicas y culturales tambien 
subyace al enfoque que Lynn Hunt hace de la Revolucion France­
sa: «Los valores, expectativas y reglas implicitas que expresan y 
configuran las intenciones y acciones colectivas», escribio en 1986, 
«son 10 que IIamo la cultura politica de la revolucion: eIIa prapor­
cionaba la logica de la ace ion politica revolucionaria. (HUNT 1984: 
10-11). 
Otros de los que proponen un enfoque de cultura politica 
para la Revolucion Francesa se han comprometido con una me to­
dologia culturalj serniotica total. Keith Baker redacto la defini­
cion-del conceptocitada ca'n mayor frecuencia: 
[Este enfoque] ve la politica como algo referido a la formulaci6n 
de demandas; como la actividad a traves de la cual las personas y 
grupos de cualquier sociedad expresan, negocian, implementan e 
imponendernandas rivales. [...] Ella comprende la definicion de 
las posicioncsrelativas de los sujetos desde las cuales personas y 
grupos pueden (0 tal vez no) legitimamcnte fonnular dernandas 
el uno al otro, y par 10 tanto de la identidad y las fronteras de la 
comunidad a la que pertenecen. Constituye tambien los significa­
dos de los terrninos en los cuales se enmarcan estas dernandas, la 
naturaleza de los contextos a los cuales se refieren, y la autoridad 
de los principios segun los cuales se las haec obligatarios. Ella da 
12	 Entre los trabajos fccundossobre el republicanisrno tcnemos BAYUN 1967; POCOCK 
1975; y WOOD 1992. 
23 
r------ ­
forma a las constituciones y poderes de las agencias y procedi­
mientos a traves de los cuales se resuelven las controversias [...] 
De estc modo, la autoridad politica es, desde esta perspcctiva. esen­
cialmente una cuesti6n de autoridad lingiiistica. (1994: 4-7) 
EI enfoque linguistico de Baker limita la cornpresion de la 
accion humana, pero no la niega. «Los agentes humanos encueu­
tran su ser dentro del lenguajs: en csa medida estan constreiudos 
por el, Pero constantemente estan trabajando con el y sobre el, 
jugando en sus margenes, cxplotando sus posibilidades y exten­
diendo el juego de sus posibles significados a medida que siguen 
sus fines y proycctos» (BAKER 1994: 6)]3 Esta heterogeneidad de 
lenguajes, localizada en distintas tradiciones politicas 0 historias 
regionales, forma parte del estudio dela cultura politica (BAKER 
1994: 4-7). La lectura de un simbolo 0 discurso puede ser subver­
siva 0 favorecer el statu quo dependiendo de quien la recibe y de 
10que hace con ella. Muchos movimientos sociales construyen un 
discurso contestatario a partir del oficia!' Por ejemplo, el discurso 
republicano de la ciudadarua, la razon y la ley tiene dos lad os 
distintos, uno subversive y el otro conservador. 
Con todo, esta aproximaci6n semiotica a la cultura politica, 
que para las «explicaciones. del cambio permanece integramente 
dentro de los sistemas de simbolos lingliisticos 0 de otro tipo, 
queda expuesta a ser acusada de «determinismo cultural».1' Como 
Emilia Viotti da Costa recientemente se lamentase, «r...] el resul­
tado del paso de una posicion teorica rei cientificisrno marxista] a 
otra fue una inversion: simplemente pasamos de un reduccionismo 
a otro, del reduccionismo economico al cultural 0 lingiiistico. A 
un tipo de reificacion le opusimos otro. Ambos son igualmente
15 
insatisfactorios- (2001: 20). Una perspectiva pragmatics de la 
cultura politica busca evitar dicho reduccionismo. 
I) Vcase tambien CHARTIER 1991; FURET 1981. 
" Comparese con la discusiou que Damron (1991) hace de Baker y Chartier. 
" Para una crnica de los conccptos autoITeferenciales de cuilura vcase KUPER 1999: 
passim; para una aproximacion antropologica pragmatica a la cultura politica
 
que une [hridging} las dimensiones simbolicas y sociales vcasc ADLER 1.O.\1NITZ y
 
l'vlEL"ICl; ZOOO: 1-16; vease Iarnbien TEJERA GAONA 1996.
 
f 
! 
Culturas politicas en los Andes: temas y debates 
Los investigadores andinos retomaron las aproximaciones cultu­
rales al estudio de la politica desde comicnzos de la decada de 
1980.ln.fluidos par los debates franceses en torno a las mentalida­
des, los historiadores peruanos Alberto Flores-Galindo y Manuel 
Burga desarrollaron la nocion de una «utopia andina». Ellos en­
tendian esto como una fusion singular de proyectos, tanto socia­
les como politicos, andinos y emopeos; dicha fusion surgia de la 
superposicion de la nocion and ina de repetidos pacliacuiis (cata­
clismos de proporciones cosrnicas) y la escatologia linear 
judeocristiana. A partir del siglo XVII en adelante, las repetidas 
erupciones de los proyectos de la utopia and ina usa ron el pasado 
incaico como modelo para una formaci6n politica futura e ideal, 
ada ptada a los cambios economicos, politicos y culturales del pre­
sente (FLORES-GALINDO 1987; BUReA 1988). Incluso antes de que Flo­
res-Galindo y Bmga hubiesen publicado sobre la utopia anti ina, 
un acalorado debate en torno a la participaci6n del campesinado 
indigena con la nacion pemana en el contexto de la devastadora 
Guerra del Pacifico y sus secuelas, habia abierto ya una perspec­
tiva culturalista de la politica andina (BONILLA 1978; MANRIQUE 1981; 
MALLON 1983: cap. 3). 
La preocupaci6n por los Incas en las luchas politicas actuales 
es fundamentahnente una perspecliva peruana, mucho menos 
importante en Ecuador y Bolivia y virtualmente ausente en Co­
lombia. En Bolivia, una perspectiva de cultura surgi6 por vez pri­
mera en relaci6n con unas audaces y novedosas interpretaciones 
de movimientos indigenas que luchaban por derechos economi­
cos y politicos desde el tard io periodo colonia!' Silvia Rivera 
Cusicanqui critico Ios analisis convencionales sobre las revueltas 
de campesinos; para ella dichos estudios, efectuados desde la 
perspectiva marxista y la teo ria de la modcrnizacion, eran repen­
ti.nos estallidos carentes de estrategias «instrurnentales» realistas 
con las cuales alcanzar sus disparatados objetivos. Rivera mostr6 
como los airnaras del altiplano y sus dirigentes organizaron sus 
luchas repetidas veces en torno a tradiciones reales e inventadas 
de sus comunidades y grupos macroetnicos. En lugar de ser una 
debilidad, ello mostraba la fortaleza con que habian heche frente 
I 2S 
L
 
24 
a las autoridades blancas, m istis y a los grupos dorninantes en sus 
cantones, provincias y en toda la republica, «en sus propios ter­
minos [los de los andinos]», esto es. saliendose del marco de refe­
rencia prescrito por los rcgimenes colonial y repubJicano (RIVERA 
CUSICANQUI 1986; d. tarnbien ALBll1987; PLATT 1982). En terrninos 
mas am plios, a finales de la decada de 1980, el Taller de I-listoria 
Oral Andina (TI-IOA) comenz6 a descubrir y a reconstruir la vi­
si6n que los grupos indigenas de la sierra boliviana tenian de su 
propia historia bajo el colonialismo y el rcpublicanismo. Al mis­
ruo ticmpo, el TI-IOA busc6 fortalecer dicha concicncia aut6noma 
y la capacidad organiza tiva de las comunidades aima ras y 
quechuas (MAMANI1991; CHOQUE 1986). No fue la primcra vez que 
las arganizaciones de base entre los andinos y los debates intelec­
tuales de la elite estuvieron mas cerca en Bolivia que en Peru. 
., En Ecuador, los investigadores tambien introdujeron par vez 
primera las perspectivas culturales al estudio de la politica en el 
contexto de la lucha de los pueblos indigenas del Oriente y de la 
sierra por la autonornia y los derechos sobre la tierra en una na­
ci6n multicultural, una lucha que se hizo sorprendentemente in­
tens a en julio de 1990 (RAMON VALAREZO 1993; IBARRA 1992). Pro­
fundamente influido por la teoria social y cultural postestruc­
turalista francesa, Andres Guerrero public6 una serie de impor­
tantes estudios deconstruyendo los sistemas semi6ticos de repre­
sentaci6n «del indio» en el discurso de la elite y en las practicas 
administrativas ecuatorianas. Las instituciones y practicas ad­
miuistrativas de la temprana republica poscolonial privaron de 
su poder a las autoridades etnicas y su espacio politico. En el tar­
dio siglo XIX el liberalismo impuso su imaginario politico a los 
lideres indigenas y sus proyectos, convirtiendo su discurso en 
un «habla de ventrtlocuo». El discurso de la elite mostraba reve­
ladoras discontinuidades en su construcci6n de los pobres 
«indios» indefensos, necesitados de salvaciori par parte de ha­
cendados paternalistas y la misi6n civilizadora del Estado-naci6n 
(GUERRERO 1991; 1992: 331-54; 1997: 555-590). Lo que no quedaba 
claro en esta bibliografia ecuatoriana sobre la cultura politica de 
la raza eran las luchas hist6ricas que precedieron a los masivos y 
bien organizados «levantamientos. indigenas de la ultima dec ada 
del siglo xx. 
Los academicos colornbianos tomaron la perspectiva de la 
cultura politica entre mediados de la dec ada de 1980 y comienzos 
de la siguiente, concentrandose en el tenia de la violencia politica 
y las relaciones entre la sociedad civil y el Estado. En ese enton­
ces, las elites politicas y el publico colombiano scntia cada vez 
mas que las instituciones de la republica estaban fracasando y 
que « [.J la u nica soluci6n era volver a funda rei Estado. (SAFFURD 
y PALACIOS 2001: 336). EI resurgimiento de una v io leucia 
multifacetica, surnada a la ineficacia y corrupcion de las ramas 
judicial y ejecutiva del gobierno, convencieron a los politicos de 
iniciar un proceso de preparacion de una Constitucion, la misma 
que fue promulgada en 1991. Los investigadores comenzaron a 
fonnular nuevas preguntas acerca de las conexiones entre la vio­
lencia y una arnplia gama de instituciones, practicas y actitudes 
politicas regionales y nacionales. Buscaban comprender la debili­
dad percibida de la sociedad civil colombiana, que no habia 10­
grado traducir la larga tradici6n de elecciones multipartidarias y 
el fuerte reparto regional del poder en una democracia efectiva y 
en cl dominio de la ley. La nueva constituci6n si tuvo en cuenta 
los derechos humanos de los grupos indigenas de la republica y 
el gran electorado afrocolornbiano. Pero los acadernicos de este 
pais vacilaron mas que los de Ecuador, Peru y Bolivia en incorpo­
rar las cuestiones del orden racial y los restos del sistema de cas­
tas colonial a su discusi6n de la cultura politica naciorial (SANOIEZ 
GOMEZ 1987,1991; LEAL BUITRAGO YZAMOSC 1990)]6 Dichos puntos 
sedanintroducidos en forma mas coherente par investigadores 
extranjeros (RAPPAPORT 1998; WADE 1993; ApPELBAUM 1999). 
Las intensas comunicaciones entre los investigadores de la 
regi6n andina, Europa y Norteamerica, asi como la politica de 
formaci6n academica entre las regiones del Atlantico Norte y 
Latinoamerica, llevaron a una gama mas amplia de temas estu­
diados desde la perspectiva de la cu ltura politica. En consecuen­
cia, ahora nuestra coruprension de la polihca andina en los ulti­
mos 250 anos resulta considerablemente diferente de las nocio­
nes desarrolladas por varias generaciones de histariadores y cien­
lificos sociales hasta la decada de 1980. Los enfoques liberal, na-
J(, Para diferentes eufoqucs de la violencia vease BERGQUIST y PENARAl'DA 1992. 
26 27 
..J 
cionalista y marxista de la politica en los Andes definieron tra­
yeclorias norruativas del poder estatal, la construcci6n nacional, 
el desarrollo del imperio de la ley y la dialectica entre inslitucio­
nes politicas y sociedad civil, derivada de un conjunto lirnitado 
de modelos noratlanticos idealizados. Estos enfoques pintaron los 
fracas os en las trayectorias de las republicas andinas - la via len­
cia, la corrupci6n politica, las instituciones de-biles y rutinaria­
mente subvertidas, los horrorosos indices de pobreza que asolan 
Ia region hasra hoy, la naturaleza sexuada de las estructuras de 
poder, la exclusi6n racial y social- como un deficit y una quiebra 
de dichos modelos prescritos. 
La perspectiva de la cultura politica ayud6 a historizar di­
chos modelos y los discursos, practicas y constelaciones de poder 
asociadas a ellos. En medios hist6ricos particulares, unas nocio­
nes especificas del Estado-naci6n quedaron entronizadas como 
norrnativas, como aquello que la naci6n seria. Esta percepci6n 
pone a la vista la plasticidad de cada momenta hist6rico. Estamos 
comenzando a percibir futuros y trayectorias diferentes del pasa­
do adoptados por diversos actores en coyunturas criticas y du­
rante largos Iapsos de una vida tranquila, de trabajo y lucha en 
comunidades, cofradias, minas, ingenios azucareros, fabricas, 
chicherias, cuarteles, sociedades de socorros mutuos, brigadas 
contra incendios, colegios y todos los dernas espacios de sociali­
zaci6n politica. La perspectiva de la cultura politica ha sido ins­
trumental para superar una imagen de la moderna historia politi­
ca and ina como la repetitiva y aburrida lucha de diversos secto­
res de la elite y sectores militares que combaten por el control del 
Estado. En esa visi6n gastada, los agricultores andinos, otros gru­
pos populares y las mujeres solamente aparecian como victirnas. 
clientes 0 espectadores. El concentrarse en las actitudes y valores 
de diferentes grupos sociales, etnicos y de genero, asi como en los 
rituales y practicas en la arena polilica y en la esfera publica. 
enfatiza su participaci6n. Los mejores trabajos en la perspectiva 
de la cu ltura politica en los Andes resaitan la interacci6n de acti­
tudes, normas y practicas referidas a la esfera politica, con insti­
tuciones, estructuras e intereses cambiantes. 
Hasta la fecha, 1'1 bibliografia se ha concentrado en un nurue­
ro Iimitado de tcrnas y periodos de las culturas polihcas andinas. 
28 
-~
 
r 
Nada sorprendente es que la experiencia indigena bajo el dom i­
nio imperial espariol y el gobierno nacional republicano haya sido 
un punto focal de los estudios. Las raices de esta bibliografia ya­
cen en el boom de la antropologia y la etnohistoria andinas asocia­
do con John Mur ra, Tom Zuidema, Franklin Pease, Maria 
Rostworowski y sus alurnnos, que intentaron descifrar - desde 
perspectivas te6ricas sumamente distintas - el funcionamiento y 
17 
t
, 
la 16gica interna de la sociedad y la cultura «audinas». Desde
 
finales de la decada de 1970 y la de 1980, estudios afines sobre la
 
«resistencia india» crecieron a partir de una etnohistoria centes­
ta taria de los pueblos andinos. Karen Spalding fue uno de los pri ­
meros en aplicar las herramientas analiticas de Murra - recipro­
cidad, redistribuci6n e intercambios verticales intraetnicos - al
 
I• analisis de las comunidades andinas posteriores a la conqu ista.
 
sus continuidades y rupturas en funci6n de la sociedad y la eco­
nornia, pero tambien de las estructuras de autoridad y religion
 
(SPALDING 1973; 1984, en especial capitulos 7 y 8). Tristan Platt 
i (1982) insert6 hasta la comunidad andina mas «tradicional» en el 
I campo de la politica y la formaci6n del Estado-naciou ,11 enfatizar 
el efecto que las distintas polfticas estatales tuvieron sobre las co­
munidades de Chayanta: desde el «pacto» colonial a la desvincu­
laci6n de las propiedades comunales y el comercio Iibre de gra­
nos despues de 1874-78. 
En la decada de 1980, la bibliografia sobre la resistencia y la 
rebelion indigena gradualmente cambi6 de enfasis: pas6 de su­
r 
t 
b!:ay,,:!.}.ascuestiones econ6micasy sociales a resaltar la 16gica 
cultural detras de la movilizaci6n de las comunidades andinas 
(O'PHRAN 1985)."R Resistance, Rebellion and Consciousness ill the 
111 til 
Andean Peasant World, 19 to 20 Centuries, el volumen editado 
por Steve Stern en 1987, incluia diversas perspectivas de la parti ­
~ cipaci6n campesina: dichas perspectivas iban desde la economia 
poIitica y el analisis de redes sociales, a interpretaciones integra­
mente semi6ticas y culturalistas. como las de Jan Szeminski y Frank 
Salomon. En la intrcduccion, Stern mismo sentaba el tono al fu­
17 Para un cxamcn global de estas bibliogral1as vease SALOMON 1982: 75·128: 1985: 
79-98; 1999: 19-95. Cf. tambien POOLL 1992: 209-45. 
18 Un predecesor significative fue CONDARCO MORALES 1965. 
t 
29 
r 
.1..... 
I 
sionar la econornia polihca con Ia logica de unas nociones andinas 
h istor ic a m en te especificas del gobierno legitimo en las 
movilizaciones carnpesinas del siglo XVIl! (STERN 1987b).19 
Desdc finales de la decada de 1980, el giro culturalista ha 
lIevado esta tendencia considerablemente mas alla: asi, da peso a llos proyectos y achvidad politica indigena. Los antropologos han 
afirruado con suma audacia trayectorias distintas y parcialmente 
I 
~ autonomas en el imaginario politico posconquista y poscolonial 
de los pueblos andinos. Joanne Rappaport (1998) mostro como 
los Paez de la region colornbiana del Cauca construyeron su pro­
pia idcntidad posconquista mediante la memoria oral y escrita, 
aparentemente fusionando las dos, y a traves de estos procesos 
formularon proyectos politicos autonomos repetidas veces. En su Iambiciosa etnografia e historia del pueblo k'ulta del altiplano 
boliviano, Thomas Abercrombie usa la nocion de «memoria so­
cial» para sugerir como la comunidad oonstantcmente ha regene­
rado su propia identidad cultural, social y politica, delimitada 
fuertemente de los forasteros mistis y cholos mediante practicas 
~ culturales y constelaciones de poder asiruetricas. Al mismo tiem­
po los kultas hicieron frente ala estructura de poder y la cultura t 
dorninadas por los his panos del regimen colonial y la nacion bo­ I tliviana. Esto involucra a los k'ultas en una «intercultura» bolivia­
I
f 
na, participando voluntariamente 0 no en relaciones de poder 
asimetricas e intercambios simbolicos y materiales (AUERCROMBIE 
1998: 109-25; 1991: 95-130). Tanto Rappaport como Abercrombie 
incorporan plenamente los cambios dinamicos en los valores y 
practicas que subyacen a las culturas politicas de los pueblos na­
tivos. Y, sin embargo, ellos insisten mas que la mayoria de los 
historiadores en una integridad esencial (para no decir separa­
cion) de los cuerpos politicos nativos dentro de estados hispa­
nizados coloniales y nacionales. 
Muchos estudios de los pueblos nativos en las culturas poli­
ticas andinas se concentran de un lado en las negociaciones, los 
pactos. al igual que en las cuestiones de inclusion y exclusion; asi 
como, del otro, en las representaciones de la raza y los ordenes 
19	 Vcase tambienSZEMJ~SKI 1984; el precursor de las inlerprctaciones culturalcs de
 
la Gran Rebclion fue John Rowe (1954).
 
30 
r-:--" 
raciales. Una serie de investigadores - asociados a menudo con 
la escucla de historia latinoamericana de Yale - adoptan un en­
foque gramsciano de los estudios subalternos, resaltando el pa­
pel politico vital que los pueblos andinos han descmpenado, tan­
to en mantener como en subvertir los ordenamientos colonial y 
nacional (d. MALLON 1994). Ellos subrayan una creciente difercn­
ciacion interna entre los grupos indigenas (explicada a menu do 
como Iorruacion de clase), las alianzas de la elite nativa con los 
contendores hispanos por el poder y el papel vital de los «intelec­
tuales organicos» para los «procesos contrahcgemonicos» de los 
andinos. Lo mas importante es que han resaltado la disminuida 
autonomia politica de los pueblos indigenas andinos a medida 
que los Estados-nacion se consolidaban en la segunda mitad del 
siglo XIX. Florencia Mallon ha sugerido que en las crisis de la for­
macion del Estado-nacion poscolonial en Peru, ciertos grupos de 
andinos desarrollaron un proyecto nacional propio. Obligados a 
forjar alianzas con campesinos movilizados, los sectores hispani­
cos de la elite hicieron concesiones a los imaginarios nacionales . 
suballernos. Luego de la crisis, sin embargo, las elites peruanas 
reprimieron a sus antiguos aliados. Mallon y otros que redactan 
en esta corriente describen trayectorias rotundamente disyuntivas 
para los regimenes poscoloniales latinoamericanos: el «dominic 
hegemonic» basado en la inclusion y la aceptacion parcial de las 
demandas de los grupos subalternos, 0 su repres ion para apunta­
lar regimenes exclusivistas y neocoloniales (MALLON 1992: 35-53; 
1995. THURNER 1997)20 
Los autores difieren bastante en torno a exactamente que hace 
que uri. regimen sea hegemonico.l Las politicas alternativas de la 
elite para con los pueblos indigenas son igualmente problemati­
cas: de un lado, el desmantelamiento liberal de las autoridades e 
10 Para la sierra occidental de Guatemala (refiricndose cxprcsamcnte a los model os 
historiograficos andinos) vease GRANDIN 2000. 
1I Para una comparacion percept iva de una amplia gama de distintos tipos de 
conformacion estatal en cl siglo XIX, basada en diversas f0n11aS de relacion entre 
el Estado central, los militarcs y los grupos populares durante las gucrras cxtcrnas 
y civiles, vease LOPEZ-ALVES 2000: capitulo I, la conclusion y (sobre Colombia) 
capitulo 3; para anecdotas sarcasticas y erudicion linguistica como herramicntas 
de hegemonia entre los politicos colornbianos del XIX (sabre todo los conscrvadores) 
vcase D""~s 1993, en especial la p. 45. 
31 
I 
sionar la economia politica con la logic a de unas nociones andinas 
his to ric ame ute especificas del gobierno legitimo en las 
movilizaciones campesinas del siglo XVIlI (STERN 1987b)]9 
Desde finales de la decada de 1980, el giro culturalista ha 
llevado csta tendencia considerablcrnente mas alla: asi, da peso a 
los proyeetos y actividad politica indigena. Los antropologos han 
afirmado con suma audacia trayectorias distintas y parcialmente 
autonornas en el imaginario politico posconquista y poscolonial 
de los pueblos andinos. Joanne Rappaport (1998) mostro como 
los Paez de la region colornbiana del Cauca construyeron su pro­
pia identidad posconquista mediante la memoria oral y escrita, 
aparentemente fusionando las dos, y a traves de estos procesos 
forrnularon proyectos politicos autonoruos repetidas veces. En su 
ambiciosa etnografia e historia del pueblo kulta del altiplano 
boliviano, Thomas Abercrombie usa la nocion de «memoria so­
cial» para sugerir como la comunidad constantemente ha regene­
rado su propia identidad cultural, social y politica. delimitada 
fuertemente de los forasteros mistis y cholos mediante practicas 
culturales y constelaciones de poder asimetricas. Al rnisrno tiern­
po los kultas hicieron frente a la estructura de poder y la cultura 
dominadas por los hispanos del regimen colonial y la nacion bo­
liviana, Esto involucra a los k'ultas en una «intercultura» bolivia­
na, participando voluntariarnente 0 no en relaciones de poder 
asimetricas e intercambios sirnbolicos y materiales (ABERCROMBIE 
1998: 109-25; 1991: 95-130). Tanto Rappaport como Abercrombie 
incorporan plenamente los cambios dinarnicos en los valores y 
practicas que subyacen a las culturas politicas de los pueblos na­
tivos. Y, sin embargo, ellos insisten mas que la mayoria de los 
historiadores en una integridad esencial (para no decir separa­
cion) de los cuerpos politicos nativos dentro de estados hispa­
nizados coloniales y nacionales. 
Muchos estudios de los pueblos nativos en las culturas po li­
ticas andinas se concentran de un lado en las negociaciones, los 
pactos. al igual que en las cuestiones de inclusion y exclusion; asi 
como, del otro, en las representaciones de la raza y los ordenes 
19	 Vease tambien Sl.EMINsKI 1984; cl precursor de las interpretaciones culturalcs de 
la Gran Rebeli6n fue John Rowe (1954). 
30 
r- ­
raciales. Una serie de invcstigadores - asociados a rnenudo con
 
la escuela de historia latinoamericana de Yale- adoptan un en­
foque gramsciano de los estudios su baiternos, resaltando el pa­
pel politico vital que los pueblos andinos han descm peiiado, tan­
to en mantener como en subvertir los ordenamientos colonial y
 
nacional (cf. MIILLON 1994). Ellos subrayan una creciente difercn­
ciacion interna entre los grupos indigenas (explicada a menudo
 
como forrnacion de clase), las alianzas de la elite nativa con los
 
f contenderes hispanos por el poder y el papcl vital de los «intelec­
tuales organicos» para los «procesos contrahegemonicos- de los
 
I
t 
andinos. Lo mas importantc es que han resaltado la disrninuida 
autonomia politica de los pueblos indigenas andinos a medida 
que los Estados-nacion se consolidaban en la segunda mitad del 
siglo X1X. Florencia Mallon ha sugerido que en las crisis de la for­
macion del Estado-nacion poscolonial en Peru', ciertos grupos de 
andinos desarrollaron un proyecto nacional propio. Obligados a 
forjar alianzas con campesinos movilizados, los seetores hispani­
cos de la elite hicieron concesiones a los imaginaries nacionales. 
t­ subalternos. Luego de la crisis, sin embargo, las elites peruanas 
~ reprimieron a sus antiguos aliados. Mallon y otros que redactan 
, t 
l 
I' en esta corriente describen trayectorias rotundamente disyuntivas 
para los regimenes poscoloniales latinoamericanos: el «dominic 
hegernonico. basado en la inclusion y la aceptacion parcial de las 
dernandas de los grupos subalteruos. 0 su represion para a punta­
lar regimenes exclusivistas y neoccloniales (MIILLON 1992: 35-53; 
1995. THURNER 1997) 20 
Los autores difieren bastante en torno a exactamente que haec 
.' .	 ~ 
que un regimen sea hegernonico. Las politicas alterna tivas de la 
elite para con los pueblos indigenas son igualmente problernati ­
cas: de un lado, el desmantelamiento liberal de las autoridades e 
20	 Para la sierra occidental de Guatemala (refiricndose cxprcsamcnte a los modclos 
historiograficos andinos) vease GRA!'<DfN 2000. 
21	 Para una cornparacion perceptive de una amplia gama de distintos tipos de 
confonnaci6n estatal en el siglo XIX, basada en diversas Iormas de relaei6n entre 
el Estado central, los militares y los grupos populares durante las guerras extemas 
y civiles, vcase l.oPEz-ALVES 2000: capitulo I, la eonclusi6n y (sobre Colombia) 
capitulo 3; para anecdotas sarcasticas y erudicion linguistica COIllO hcrrarnicntas 
de hcgcmnnia entre los politicos colombianos del xix (sobre todo los conscrvadores) 
veasc OE,\S 1993, en especial la p. 45. 
31 
instituciones politicas etnicas: y, del otro, las politicas nacionalis­
tas indigenistas resurgidas a partir de la decada de 1890, que ins­
cribieron imagenes racializadas de los «indios» en la legislacion 
protectora. entre ellas el reconocimiento de Ia tcnencia cornunal.Aun mas, el enfrentamicnto con Ia pohtica repu blicana por parte 
de las comunidades andinas no estaIl6 repentinamente en las 
crisis de la f orm aciun del Estado-naci6n. Estudios recientes 
mueslran que se trataba de un proceso en curso que conllevaba 
tanto perdidas - por ejeruplo. la politica divisiva dentro de las 
com unidades y entre elIas - como ganancias. Las nuevas formas 
de asociaci6n promovidas en algunas regiones - primero por los 
Iiberalcs y, posteriorrnente, por los anarquistas, socialistas, co­
munistas, populistas y la Acci6n Cat6lica -, fortalecieron las iden­
tidades comunales y los movimientos sociales natives (DIEZ 
HURTADO 1998: capitulos 4-8; CLARK 1998: cap. 6; JACOBSEN 1997; 
JACOBSEN Y DJEZ HURTADO 2002; GOTKOWfTZ 1998). 
EI Ingar de los pueblos nativos en los cuerpos politicos 
andinos poscoloniales, asimismo, dependio de como superaron 
el proyecto civilizador borbonico y que papel asumieron durante 
la lucha contra Espana mediante las insurgencias en busqueda de 
la independencia. Fuera de las tendencias demograficas y las pre­
siones econornicas, esto vario considerablemente entre los terri­
torios andinos, dependiendo de la fortaleza de las instituciones 
comunales y que tan esenciales resultaban su existencia para el 
Estado y las elites coloniales: por 10general mas en el sur (desde 
el Peru central hasta el altiplano boliviano) que en el norte. Los 
proyectos politicos indigenas y las alianzas muIticulturales con 
participacion y liderazgo nativo significativos fueron reprimidos 
cada vez mas. Y, sin embargo, en muchos lugares las autoridades 
y comuneros nativos desarrollaron una nueva cultura de la poIi­
tica, imbuyendo unas nociones actualizadas de antiguos derechos 
con practicas rituales y significados influidos por Ia llustraci6n.'c 
Las personas de ascendencia africana tam bien desempefia­
ron un papel importante en las culturas poIiticas andinas, en par­
ticular antes de la decada de 1850. La esclavitud les habia priva­
"	 Cf. WALKER 1999: cap. 3; O'PHELAN 1985: CQp.5,1987,1994; SERLJLNIKOV 1996 
y el articulo en este volumen; THOMSON 1996. 
r
 
r
 
I
 r 
t 
do en gran medida de los privilegios y organizaciones corporati ­
vos que hacian de los andinos un factor tan formidable en cl arte 
de gobernar de las elites politicas and inas. coloniales y republica­
nas (O'PIIELAN 1(94). Pero en las areas urbanas y rurales de la 
costa atlantica colombiana y en el valle del Cauca (Esruero ldas, 
Ecuador), asi como a 10 largo de toda la costa peruana, habian 
realizado actividades organizativils autono mas - en gremios, 
cofradias y eabildos. easerios au tonornos, sociedades cimarronas 
y grupos de bandoleros- que hicieron de cllos una fuerza con la 
cual contar. Estudios recientes han mosnado como hieieron fren­
te a la politica y ley excluycntes impugnando c6digos de honor 
hispanos. asumicud o papeles importantes en las milir ias en la 
tard ia colonia y la era de la indepcndcncia. forjando alia nzas con 
facciones politicas de la elite, combaliendo en campanas electora­
les urbanas y asumiendo la responsabilidad para la emancipa­
23 
ci6n de la esclavitud en sus propias manos. 
Dospues de 1850, la politica racial de la elite liberal planteo 
una dificil coyuntura para las personas de ascendencia africana. 
Los imaginarios raciales de las elites nacionales de Colombia, de 
un Iado, asi como de Ecuador, Perl! y Bolivia, del otro, tornaron 
distintos cursos Iuego de la emancipaci6n. En Colom bia, los libe­
rales adoptaron la noci6n de crear una nacion hispano-mestiza 
andina cada vez mas blanca, reemplazando demogrMicamente a 
la poblaci6n nativa en la sierra central. Las grandes poblaciones 
afrocolombianas fueron vistas como unos peligrosos forasteros a 
ser marginados y reprimidos, 0 cuya existencia debia negarse en 
la rued ida de 10 posible (ApPELBAUM 1999; LARSON 1999: 580-81; 
SAFFORD 1991). En las otras republicas andinas. las elites expurga­
ron a las personas de ascendencia africana en forma mas plena de 
su naci6n imaginada, en tanto que vacilaban en 10que respecta al 
«problema indigcna» en torno a proyectos liberales «civilizado­
res» y politicas proteccionistas neotradicionales. La bibliografia 
sobre las representaciones que la elite tenia de ICl raza en los An­
des poscolonialcs vie ne contribuyendo mucho a la coruprension 
)J Cornparensc los articulus de Garrido y l lelj; en "S[e volumen: adernas cf. AGUIRRE 
1993, en esp. caps. 6 y 7: BUNCIJAilD 19'n: cap. 5: HELG 199'): [·IL:NEFELDT 
1994. 
n:·;C:~". 
... ., ; :.., : ~ ..... 
32	 33L
 
,­
de los cambiantes ordenamientos raciales entre la era liberal y la r
 La «dornesticacion. de Ia mujer y el republicanis mo patriar­
de los Estados intervencionistas, con su retorica del nacicnalismo ~. cal del siglo XIX tuvieron vagos ecos en la bibliografia sabre los 
. 24
populista.	 i' Andes. Con todo, la tr ansicion no file tan drastica como la de al­
Las norruas de genero y su negociacion 0 subversion han te­
nido un papel vital en la construccion del poder en el area andina. 
En una cornpleja asociacion con la doctrina catolica y la religiosi­
dad popular, las norruas del comportamiento adecuado pilril los 
hombres y ruujeres establecicron un vinculo metaforico entre las 
nociones del honor individual y la moralidad, con Ii1 construc­
cion del podcr legitimo. En el tardio periodo colonial y las prime­
ras decad as despues de la iudependencia. los papeles publicos de 
las mujeres respetables estuvieron principalmente circunscritos a 
la esfera de las actividades eclesiasticas. Sin embargo, las insu­
rrecciones tardo-coloniales, las revoluciones de la independencia 
y las guerrils civiles posteriores vierori a las mujeres asumiendo 
papeles cr iticos. cuasi publicos en las pugnas locales y nacionales 
por el poder. La opinion respetable conternporanea glorifico a las 
martires de la independencia puras y virtuosas, No obstante hay 
que corisiderar que se trataba la actividad politica de las mujeres 
- como la de Micaela Bastidas y Bartolina Sisa durante la Gran 
Rebelion (1780-82), asf como «La Mariscala» (Ia decidida esposa 
del Presidente peruano Agustin Gamarra) -, con desden 0 (on­
dena moral. Fueron solo las posteriores corrientes populates, na­
cionalistas y feministas las que subrayaron su importancia. Como 
mostrase Sarah Chambers (2001), si bien las mujeres Iueron ex­
cluidas de la participacion politica formal, su papel como aseso­
ras detras de bambalinas, como amigas que daban consejos desde 
una perspectiva femenina, podia ser aceplable y efcctivo. Contra 
las norrnas estrechameute trazadas por la elite, el protagonismo 
de las mujeres en la defensa de la comunidad y la familia de auto­
ridades. hacendados 0 comerciantes abusivos y las injusticias de 
la esclavitud, tenia una larga tradicion entre las personas de color 
de los Andes (HONEFELDT 1994: 76-85; SILVERDLATT 1987: cap. 10). 
21 Vcanse los arliculos de Larson y Golko\Vilz en eSle vollll11en: MLNDEZ 1993, en 
especial capitulos 6 y 7; DE LA CADeNA 2000; una nola de adverlencia sabre el 
racislllo escncialista de 13 elile en MUCKe 19983. 
34 
gunas de las naciones noratlanticas, para las cuales sc habian pre­f 
I	 parado estos modelos, Los libera lisruos and inos dierou a los roles 
de genero polarizados una nueva urgencia para la Iorrnacion de 
la nacion y ellogro de Ia moderuidad. Hay que notar que, autlLlue t retiraban parte de los impcdirnentos legales y educativos para la 
! 
[ participacion civica de las mujeres, sin embargo la opinion de la 
elite les asignaba funciones especiales en torno al progreso moral 
de la nacion (BARRAGAN 1999: 33-38; DENEGRl1996; HONEFELDT 2000; 
MANARELLl 1999). La bibliografia sugiere que ya para 1920, unos 
I 
sectores estrategicos de mujeres populares - como las placeras y 
las chicheras - hacian frente a las autoridades politicas y las cs­
tructuras de poder masculino apelando a su importancia para la 
nacion, la justicia social y unas nociones de «respeto» ocupacia­nal que contravenian los codigos de honor racializados de la elite 
(OE LA CADENA 2000: cap. 4; GOTKOWITZ 1998).'1 La compleja relacion entre republicanisrno, gobierno consti­
J tucional y regimcnos personalistas y autoritarios tam bien es crucial 
~.:
I
r para el estudio de la cultura politica en los Andes. Por mucho 
tiern po. los ciudadanos de las republicas andinas no vieron 
nulonuilicanieni» a caudillos militares 0 civiles como antidcmo­
craticos. Y si bien hay una larga tradicion de estudios constitucio­
nail'S andinos forrnalistas. hasta la fecha pocos investigadores 
se han aproxirnado a las trayectorias legal y constitucional de 
..• 
las republicas desde una perspectiva social y cultural. Para elr 
t 
periodo colonial fueron pioncros los estudios de John Leddy 
Phelan sobre Ia burocracia, la ley, el gobierno y la sociedad patri ­
moniales en Quito del siglo XVtI, y acerca de la vinculacion entre 
~. el movim iento social y la defensa de los derechos «constituciona­
les» en la rebeIion de los comuneros de Nueva Granada en 1780 
2S 
(PHELAN 1967, 1978). Para el periodo republicano, la no cion de 
la «modernizacion tradicional» de Fernando de Trazegnies (1992) 
resalta la repetida practica andina de lIevar los c6digos legales al 
15 Para inlerprelaeiones recientes de los COtllllneros vease McF'R.L.'\;-;C 1993: 64-71. 
35 
f. 
r
 
ambito mas «niorlerno» (a mcnudo definido por elites extranje­
ras) como un medic de fortalecer las atrincheradas constelacio­
nes de poder y ordenamientcs socioctnicos. 
i\1odL'rJlidad L' indcpendcnciu, de Francois Xavier Guerra (1993), 
desplazo el enfasis en la historia politica Iatinoamericana al com­
binar tenias constitucionales, filosofia politica e ideologia con el 
estu d io de la sociabilidad y Ia esfera publica. Guerra nos ayuda a 
comprender los nuevos cuerpos politicos en relacion con la ideo­
logia lib;ral expresada a traves de la Constituci6n y Ia practice 
politica. Recientes estudios mostraron. para Peru y Bolivia, que 
la justificaci6n de 1,1 mayoria de las revoluciones decirnononicas 
fue la defensa de Ia Cons litucio n. Los caudillos af irm aban 
rutinariamente que deseaban un sistema republicano estable y 
genllinamente rcpuhlicano. y acusaban a sus predecesores de 
despotisrno y de elecciones fraudulentas (ALJOvfN 2000; IRUROZQUI 
27
2000). Otros cstudios brindan percepciones de la constnzcci6n 
social y cultural de los regimenes caudillistas: el papel central que t 
tenian aspectos como la constnzcci6n de coaliciones, el ganar el ~ I 
control de los espacios locales a traves de jerarguias de autorida­ r 
des subalternas y el expresar las expeetahvas y los valores de los 
28 
gnzpos pcpulares (DE LA FUENTE 2000; WALKER 1999). 
Desde la decada de 1990, los estudios electorales se han vuel­
to importantes para comprender la politica latinoamericana del 
siglo XIX. Hasta ese entonces los investigadores habian visto a la 
mayoria de las elecciones anteriores a 1930 como asuntos arregla­
dos, con una participacion popular minuscule sin importancia 
alguna. Buena parte de esa crilica esta justificada. Ello no obstan­
te, las elecciones crearon un cspacio publico y forzaron a los cau­
dillos y a los partidos oligarquicos a efectuar campanas y crear 
organizaciones pohticas." En la decada de 1870, por ejemplo. los 
26 Para los Andes vcase nE~!ELAS-80HY 1992; GARRIDO 1993; en torno a los simbolos 
nacionalistas y republicanos en la Nueva Granada indepcndientc vease KONIG 
1994. 
27 Sobre la violeneia como parle de la politiea democratica en Colombia vease "EC'LiT 
1996. en especial p. 17. 
" Comp:irese con unas notables similitudes en la construccion de un diclador en 
KERSHAW 1999. 
"J Entre numerosos estudios sobre las elecciones v el sufragio en eJ siglo,l:, vease 
B'RRo\GAN 1999: IRl'ROZQLiI 2000: PELOSO j-996; los arliculos de Gabriella 
politicos perllanos invirtieron considurables esfllerzos en campa­
nas clcctora les y_11111c11OS mestizos, personas de ascendencia afri­
cana y natives andinos tornaron parte aun cuando no podian vo­
tar (Mclivov 1997, 1999; MOcKE 1998b). Hay que notar que, en las 
repu blicas andinas poscoloniales, las eleeciones er an la u nica for­
ma de adqu irir un poder legal y legililHo. En las tradiciones tanto 
tocgueviIIiana como marxista. la interpretacion de los fen6menos 
de los medics de comuuicacion y de las actividades asociativas 
«modernas» son considcrados vitales para la democracia 0 los 
regimenes hegem6nicos. Dadas las dificultades de nansporte. las 
bajas tasas de alfabehsl110 y las pretensiont's hahituales de la Igle­
sia cat61ica pOl' cubrir la necesidad de r om u nicacion ptrblica no 
gubernamentat Ia esfera publica y la socicdad civil - en tal senti ­
do moderno - permanecieron debiles en las republicas andinas 
durante largo tiempo. ElIas quedaron detras de otras sociedades 
latinoamericanas incluso durante la era liberal posterior a 1850, 
cuando centenares de nuevas organizaciones civiles se [unda ro n 
tan 5610 en Peru, desde brigadas de bomberos a asociaciones de 
ayuda mutua, sociedades filarm6nicas y clubes electorales 
(FORMENT 1999,2003).30 Pero los espacios mas inforrnales y popu­
lares para la formacion de las opiniones publicas siguieron flore­
ciendo, desde las asarnbleas de las comunidades y las chicherias
3 
campesinas, hasta las ferias y fiestas re1igiosas y civiles. ! Estos 
espacios brindaron oporhlnidades para discutir cuestiones pu­
blicas y definir proyectos comunes. Y, sin embargo, hicieron que 
el acceso a las esferas del poder dornina das por la elite qucdara 
esencialmente limitado a los vinculos de cIientelaje. 
Las esferas publicas descentradas plantean el problema de 
los origenes regionales 0 locales de los Estados-naci6n andinos y 
las pugnas consiguientes en torno a ellos. En Colombia, las elites 
regionales encontraron los medics con los cuales incorporar la 
Chiaramonti, Marie-Dallielle DemeIas-I3ohyen AN:"I~O 1995: para Latinoamericu 
en general S'BAJO 1998. 1999, 200 I; POSAD.,-CARBO 1996b. 
3U Para el desalTollo de asociaciones call)licas progresistas y la sociabilidad en 
Antioquia vease Lo~,mo:':o-VEGA 2002, ell especial pp. 299-315. 
JI Sobre las chicherias vease RODRiGUEZ y SOLARES 1990: para las redes de opinion 
pllblica femeninas vease CII.'MBERS 1999. cap. :; Ypp. 220-2 L AGUILA 1997; 
veasc tambien el capitulo de Jacobsen cn esle volumen. 
~ 37t,
· . .­, l. L
36 
sociedad civil que no era de elite, incluso a mcdiados del siglo XIX, 
consolidando asi su poder con respecto al rlebil gobierno central 
de Bogota. En Ecuador, eI carnbio de una lucha por el poder entre 
una elite regional tripartita (Quito, Cuenca, Guayaquil) a una 
pugna bipolar entre Quito y Guayaquil durante las masivas trans­
formaciones polilicas ocunidas entre el regimen modernizador 
catolico de Garcia Moreno (1860-75) y la revolucion liberal de Eloy 
Alfaro de 1895, estuvo acompaiiada por desarrollos regionalmente 
diferenciados de las comunicaciones y las sociedadcs civiles. Los 
mas dinarnicos e integradores se dieron en la costa (AYALA MORA 
1994: 69-71). Para controlar In organizacion autonoma y las esfe­
ras de opinion populares, las diversas elites regionales peruanas 
dependieron cada vez mas de conexiones con el Estado central. 
Pero justo cuando este comenzaba a ganar fuerza - primero bre­
vemente en la decada de 1870, y luego cada vez mas dospues de 
1895 -, fue adcptando ta mbien una actitud mas ambivalente con 
respecto a las pretensiones de las elites regionales, vistas cada 
vez mas como «feudales» y antinacionales. Recientes estudios han 
resaltado la necesidad de visualizar la forrnacion de los Estados­
nacion andinos desde una perspectiva menos centralista, pres­
tando mas atencion a las construcciones regionales y locales de la 
nacion y sus enfrentamientos con el Estado (NUGENT 1997: 11-13, 
315-23; ROLDAN 2002: 298). 
La cultura popular - su segmentacion 0 hibridacion regio­
nal, social y etnica - ofrece percepciones de la Iormacionde los 
imaginarios politicos nacionales. (Donde y cuando fue que diver­
sas tradiciones populares - desde la musica ala comida, los de­
portes, el habla y las pr acticas religiosas- fueron arnpliando la 
arena politica al subvertir las nociones que la elite tenia de la con­
ducta publica apropiada? (Cuando fue que la «sociedad educa­
da» adopto elementos de las tradiciones populates audina. afri­
cana 0 china? (Acaso las elites reconocieron abiertamente los ori­
genes etnicos 0 de clase baja de dichas practicas, 0 fue tal vez que 
intentaron neutralizar sus potenciales connotaciones declasse y 
desestabilizadoras? Es mas, (cuando y como fue que las elites, cl 
Estado. la Iglesia catolica 0 los mercados de mercancias y cultura­
les afeetaron a tradiciones culturales populates especificas? Sa­
bemos mucho mas sobre el efecto que la elite hlVO en la culhlra 
popular, que acerca del impacto de esta ultima sobre las practicas 
y la identidad de aquella. Las diversas constelaciones de poder 
regionales y nacionales, y las formas de reso lucion de conflicto, 
configuraron el momenta y las modalidades de la incorporacion 
de las tradiciones populates a las practicas de la elite. Al igual 
que en las trayectorins de raza y nacion, es plausible que en los 
Andes del norte, sobre todo en Colombia, las elites hayan adopta­
do elementos de la cultura popular -desde las arepas hasta la 
cum bia - antes (0 por 10 menos mas abiert.uuentc] que las de los 
Andes del Sur. Dcspues de 1930, el nacionalismo autoritario y el 
intervensionismo estatal se combinaron para regular y modern i­
zar cada vez mas aspectos del cornportamiento y las practicas 
populates. Este periodo marco una decisiva ola en la «folclori­
zacion» de las tradiciones ceremoniales y artisticas indigenas y 
africanas, como par ejemplo la fiesta del Inti Raymi incaico del 
Cuzco. Sin embargo, la apropiacion, reinterpretacion y neutrali­
zacion cultural por parte de la elite de la cultura popular fue un 
proceso prolongado que toco distintas tradiciones en diferentes 
momentos. Por ejernplo. el Senor de los Milagros - de origen 
sincrctico prchispanico y afroperuano - paso a ser la devocion 
catolica mas popular auspiciada por la elite en Lima, no mas alla 
de 1920. No obstante, incluso a mediados de la decada de 1970, 
despues de aiios de migraciones masivas de la sierra, la musica 
andina solo podia escucharse en las estaciones radiales Iimeiias 
entre 5 y 7 a. m., desapareciendo de las ondas radiales durante el 
resto del dta, cuando la sociedad «respetablc» escuchaba la radio. 
Asi, los analistas de la cultura politica en los Andes deben cons j., 
derar cuidadosamente el momcnto y las modalidades de los des­
plazamientos en la cultura popular antes de vincularios con cam­
bios en la relativa inclusion de las estrucluras de poder. 
* * "A" 
Los capitulos de estc libra tocan muchos de los tenias aqui pre­
sentados. Ellos contribuyen a una nueva comprension que va sur­
giendo rapidamentc ace rca de como, en los uItil110S 250 il110S, las 
culturas politicas andinas se forma ron, fueron desafiadas y sc re­
formaron. En esta introduccion buscamos esbozar los contornos 
38 39 
j
 
., 
,
 
"
 de una perspectiva pragmatica de las mismas, Sigue Alan Knight 
con una objeci6n de principia, resaltando los problemas de esta 
perspectiva. Esperamos habcr mostra do que no todos los escritos 
sobre cu lt ura politica son iguales. Recordemos los giros desde el 
origen del concepto en Ia teorfa conductista de la ciencia politica 
en la decada de 1960, dcntro del paradigma de la modcrnizacion, 
a una perspectiva mas interpretativa, cualitativa e historizante 
hoy adoptada por historiadores y antropologos Este giro con IIe­
va sus propios riesgos. La perspectiva pragmatics de la cultura 
politica que aqut proponemos debe navegar entre el «reduc­ f 
cionismo cultural» y el «voluntarismo rnecanicista». Un cursu t 
semejante presagia el traspasamiento conceptual y metodol6gico 
de fronteras, que tan importante fue en la obra de Max Weber. ~. 
Ello es visible en los rnejores estudios de la cultura politica en los F 
Andes. l 
f 
40 
; 
t 
t', l ­ .L..... 
-Il ­
l Vale la pena reflexionar sobre Ia cultura politica? 
A/1m KlJig/lt 
Discutir la «utilidad» de los conceptos es una empresa dificil, pues 
- con el perd6n de los economistas ueoclasicos - esta es una idea 
subjetiva que varia segun los intereses y perspectivas de distintos 
l 
cientificos sociales 5i alguien cree que las mejores explicaciones 
de la historia son la Divina Providencia 0 el Espiritu del Mundo 
hegeliano, es improbable que las evidencias ernpiricas le conven­
zan de 10 contra rio. Adcmas, los historiadores pueden ser bastan­
te laxos con sus conceptos en mucho mayor medida que la gene­
ralidad de los cientificos sociales, no exaruinandolos ni esclare­
ciendolos adecuadamente. 
En la conferencia que dio origen a este libra se me pidio que rcllcxionara sobre la 
siguicnte pregunta: «i,Tuvo la l.atinoamerica dccimononicn una cultura politica 
C0ll1lIl10». Mi rcspuesta fuc negative porque (a) «cultura politica» es un concepto 
organizativo pobre que eS mejor dejar de Indo: y (b) que en lu mcdidu que puede 
aplicarsele a America Latina faltan, principahuente. las cvidencias de una cultura 
politica COl11ll11. Para los fines del libra. la pregunta hu sido rcplanteada para que 
incluya "i,que pochia significur 'cultura politicn en general yespeclficarncntc 
para America Latina", y i,que se puede haccr [ .. ] para clucidur. aualizur y 
comprender regimcncs politicos, luchas politicas y movimicntos sociales [yl el 
papel de la socicdad civil)' [Ia] esfera politicu» (coruunicacion personal de Nils 
Jacobsen). He rcescrito (y recortado) rni ponencia original ala luz de cste cambio, 
uunque algunos vestigios de la prcgunia original t:.11 VeL aun se escondau en las 
pagin:1sque sigucn. EI articulo originalmente incluia una scccion (entre la scgunda 
y la tcrcera parte) que examinaba el desarrollo divcrgente de Mcxico y I'eru ell el 
«largo» siglo :-:1:-:, colmando asi cl vacio entre la indcpendencia (segundo pane) y 
cl periodo de desarrollo liderado por las exportacioncs (tcrcera parte). 
[41 ] 
EI concepto de cultura politica 
Si vamos a evaluar la utilid ad de la «cultura politica» en el con­
tcxio latinoaruericano, necesitamos contar primero can alguna 
nocion de que signiIica.lnfortunadamente, por rica que haya sido 
desde el punto de vista de sus ejes y descubrimientos cmpiricos, 
la recienle explosion de la historia «cultural» ha enlurbiado las 
2 
aguas conceptuales en lugar de esclarecerlas. As], la «nueva his­
toria cultural» no ha logrado generar un conscnso clare en torno 
ala «cu ltura politica». Su afa n «imperialista- de rcu nir tcdas las 
actividades historicas humanas en su amplio regazo tal vez sea 
correcto, pues toda activ idad humana ciertamente es «cultural». 
en el sentido de que esta mediada por palabras, ideas, simbolos. 
3 
practicas discursivas, etc. (VAN YOUNG 1999: 2'17). Pew csta es 
una forma de imperialismo autoderrotista que al incluir todo no 
excluye nada y, por ende, carece de toda discriminaci6n - y la 
(mica cosa que los conceptos utiles debieran hacer es discrimi­
'i nar- (KNIGHT 2002). Si todas las actividades humanas son cultu­
rales, el adjetivo calificativo clave es «politico»; de ahi que «cul­
tura politica» se refiera a todas las forrnas de achvidad politica. 
por oposici6n a - digamos - las econornicas 0 esteticas. 
Los cientificos politicos que adoptan el tennino por 10menos 
brindan definiciones mas clams, a las que merece prestarles la 
atenci6n. Subrayo este punto porque mi critica de la «cultura po­
litica» ha sido vista como una suerte de carga, lanza en ristre, en 
contra de antiguos molinos de viento (por ejemplo, ALMOND y 
VERBA 1963).4 En realidad, los molinos en modo alguno son todos 
antiguos. 5 Ciertamente no son imaginarios y, sean cuales fueren 
Stephen Haber (1999) hace una critica laccrante.
 
Vease la ferrea

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