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¿Existe el libre albedrío?

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Aprender y Estudiar

Yo opino que no.

Como con todas las preguntas filosóficas, es trabajo de cada uno considerar los hechos y las distintas respuestas posibles y decidir por uno mismo. Estoy al tanto de la ironía del asunto.

En cuanto al libre albedrío, hay dos escuelas de pensamiento principales: el determinismo y el libertarismo.

El determinismo sostiene que todo lo que ocurre en el universo, incluyendo lo que pensamos y hacemos, es inevitable y el resultado de todo lo que ha pasado antes. El libertarismo es lo contrario; sostiene que tenemos libre albedrío, que las cosas pasan por azar y que el determinismo es falso.

Dentro de estas dos escuelas se pueden tomar varias posiciones. Se puede ser compatibilista o incompatibilista. El libertarimo es incompatibilista por defecto, es decir, no acepta el determinismo para nada. El determinismo, irónicamente, es más flexible.

El determinismo duro, fuerte o incompatibilista, sostiene que el azar no existe y que todo lo que pasa es el resultado de una cadena de causa y efecto. Siguiendo este razonamiento, si tuviéramos todas las variables, en teoría, el futuro es predecible. El problema es tener todas las variables, por supuesto.

Por otro lado, el determinismo suave, débil o compatibilista, sostiene que las leyes de la física por las que se rige el universo determinan el pasado, el presente y el futuro, pero que las personas (y dependiendo de a quién preguntes, supongo que algunos animales también) tenemos la capacidad de tomar decisiones libremente en ciertas circumstancias. Es decir, el universo es determinista, pero podemos llamar a una acción “libre” si la decisión la hemos tomado nosotros. Obviamente, el problema que crea una grieta en el determinismo es la definición de “libre albedrío”.

El filósofo Harry Frankfurt propuso que una decisión debería considerarse libre si la persona tomando la decisión podría haber hecho otra cosa (Principio de Posibilidades Alternativas). Los “casos Frankfurt” parten de esta idea. Por ejemplo, digamos que te secuestran unos alienígenas y te implantan un chip en el cerebro que hace que odies la ensalada. Un día vas a comer a un restaurante y puedes pedir ensalada o patatas como acompañamiento. A ti te han gustado las patatas siempre y es lo que ibas a pedir de todas formas, así que pides patatas. Pero si en vez de patatas, antes del implante, lo que pedías era ensalada, obviamente, tu decisión de pedir patatas no es libre. Según Harry Frankfurt, en este caso, aunque pidas patatas porque quieres, tu decisión no es libre porque no tienes alternativa, pero sigues siendo responsable de la decisión que has tomado.

Dado este tipo de dilema hipotético, Patricia Churchland matizó que el problema es la pregunta. En lugar de preguntar si tenemos libre albedrío, quizás deberíamos preguntar cuánto control tenemos sobre la decisión. Si alguien se emborracha, se mete en el coche y luego atropella a alguien, ¿son responsables de las decisiones que tomaron estando borrachos? Si consideramos que tenían control sobre cuánto alcohol estaban bebiendo, Churchland propone que sí.

Esta distinción filosófica es la base del sistema judicial. Si no tenemos control sobre nuestras decisiones, no se nos puede considerar responsables de lo que hacemos. Intuitivamente, prácticamente todo el mundo es compatibilista.

Yo, personalmente, no soy muy fan del compatibilismo. Antes de seguir, quiero hacer la distinción entre causa y efecto sin intención, es decir, algo pasa y tiene consecuencias, y la causa y efecto con “razones” o “intención”. No digo que las cosas tengan una causa por ninguna razón concreta (léase, porque alguna deidad lo haya hecho así). Simplemente, que tienen una causa. Como dijo Terry Pratchett en “Padre Puerco” (Hogfather), el (inventado) filósofo Didactylos tenía la hipótesis de que “las cosas pasan, qué carajo” (“things just happen, what the hell”).

El compatibilismo es muy antropocéntrico. Asume que nosotros, por ser personas, somos especiales y que no se nos aplican las reglas en ciertas situaciones.

No creo que las decisiones que tomamos sean libres por varias razones. Para empezar, la mayoría de nuestras decisiones se basan en nuestra personalidad, heredada genéticamente y modificada por factores externos, el humor del que estamos ese día y en cosas tan tontas como si tenemos hambre o estamos cansados. Peor todavía, por lo visto, muchos de los antojos de comida que tenemos están influenciados por las bacterias de nuestra flora intestinal y no estamos muy seguros de cuánto control tienen sobre las señales que envían a nuestro cerebro. Al fin y al cabo, hay más bacterias “huésped” en nuestro cuerpo que células nuestras propias. Los factores genéticos nos predisponen a enfermedades, mentales en concreto, que también afectan nuestro comportamiento. ¿Cuánta responsabilidad sobre sus acciones tiene una persona con una lesión o un tumor cerebral? ¿O alguien con esquizofrenia paranoica o trastorno bipolar en un estado de hipermanía?

Todas estas me parecen buenas razones para ser incompatibilista, pero lo que me convence del todo es que nuestros pensamientos no son voluntarios. Cuando pensamos algo, la idea “aparece” en nuestra mente. Tanto si queremos como si no. Y si el proceso mental por el que hacemos decisiones no es voluntario… Nos podemos pasar mucho tiempo discutiendo sobre qué es la identidad personal, y sobre qué es la mente, y si “somos” nuestra mente o nuestro cuerpo, pero esa es una conversación para otro día.

Por supuesto, ser incompatibilista es muy poco práctico, e irónicamente, incompatible con vivir en sociedad. No podemos vivir en un mundo en el que nadie sea responsable de sus acciones. Ser incompatibilista es, en mi caso, más hipotético que práctico. Aunque mis pensamientos aparezcan por sí solos, siguen siendo míos, y mis acciones, causadas por ellos. Por mucho que racionalmente me considere incompatibilista, la ilusión del libre albedrío es necesaria para la vida real.

En conclusión, ¿tenemos libre albedrío? Yo diría que no. Pero al final, tanto si somos libres de hacer decisiones como si no, somos lo que somos y tenemos lo que tenemos, y el relativismo moral es mala idea a la práctica, así que hagamos como que somos compatibilistas y seremos más felices.

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