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¿Qué tan cerca se está de inventar una maquina que convierta el agua salada en agua potable?

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Aprender y Estudiar

Se llaman plantas desalinizadoras (o desaladoras), hay miles por todo el mundo y en tiempos de los griegos antiguos como mínimo sus principios básicos ya se conocían, incluyendo tanto la destilación simple por ebullición como el uso de "membranas" de cera muy fina para retener la sal.

Dícese que la primera desalinizadora en tierra fue una chapuza española improvisada por necesidad durante la batalla y asedio de los Gelves de 1560 en la isla de Yerba (Túnez). Bajo órdenes del Maestre de Campo Álvaro de Sande, marinos de la Armada Española que posiblemente tenían alguna experiencia destilando agua en el mar pudieron construir un destilador capaz de desalinizar 40 barriles diarios incluso cuando el enemigo ya había tomado los pozos de ese islote desértico. Al final perdimos, pero no sin antes darle tres meses de guerra al turco.

Y es que eso de destilar agua de boca de emergencia no es algo que hubiera pasado desapercibido a la gente de mar. A fin de cuentas, su versión más simple consiste simplemente en hervir o evaporar agua y luego condensar el vapor de manera más o menos controlada para que no se pierda en el aire y caiga en un recipiente. El alambique (del árabe al-inbīq, الأنبيق, a su vez del griego ambix, ἄμβιξ, "copa") no es ninguna novedad.

Un alambique.

Pero el problema, ya entonces, era su alto coste energético. Basta con un poco de madera o carbón para hervir un par de azumbres de agua marina a fuego lento y convertirla en dulce. Esto está bien para una emergencia, pero cuando pasamos a hablar de cántaras o moyos para dar de beber a toda una tripulación, básicamente tienes que quemar el buque entero. Y por eso hasta tiempos relativamente recientes fue preciso ir a tierra a hacer aguada. Además de que, sin filtros modernos y sin sustancias potabilizadoras, el agua de alambique antiguo no sólo sabe a rayos sino que "se pudre" (empiezan a aparecer bacterias, algas y demás) enseguida.

A partir de la revolución industrial con la caldera de vapor, la cosa ya empezó a industrializarse. Hacia mediados del s. XIX se extiende el evaporador de efecto múltiple, mucho más eficiente. Un siglo después, aparece la desalinización mecánica por ósmosis inversa.

Según estos señores y señora, actualmente hay unas 16.000 plantas desalinizadoras de diversas tecnologías en 177 países del mundo, produciendo unos 95 millones de m³ de agua dulce al día, sobre todo en países áridos como los del Oriente Medio y el norte de África. En España, en 2018, consumimos 133 litros por habitante y día. Según la OMS, el mínimo para vivir bien son unos 100 litros diarios, y el mínimo absoluto en situaciones de emergencia, entre 7,5 y 15 litros por persona y día para beber, cocinar e higiene.

Así pues, esos 95 millones de m³ diarios darían para unos "715 millones de español@s promedio" (más o menos la población de Iberoamérica); daría para que tuvieran agua suficiente 900 millones de personas; y, en una emergencia extrema, podrían hidratar a toda la Humanidad. Ya ves, esto de la "máquina para convertir el agua salada en agua potable" no sólo lleva mucho tiempo inventado, sino que pega fuerte.

Pero sigue siendo energéticamente costoso, y además produce una contaminación muy natural pero también muy peligrosa para los ecosistemas: 141,5 millones de m³ de salmuera al día. Nadie sabe qué hacer con toda esa salmuera. Una poca va bien para hacer conservas y tal, pero casi 52.000 millones de m³ al año son un pelín excesivos para los berberechos, y su potencial para causar gravísimos daños ecológicos en extensas regiones es enorme. O sea que hasta cierto punto sigue siendo una solución de último recurso.

El problema es que somos cada vez más, cada vez quedan menos acuíferos y otras aguas subterráneas por agotar —en algunos casos, irreversiblemente— y por tanto salimos a cada vez menos agua potable por cabeza. Es que el agua dulce es un recurso renovable, pero no tan deprisa. Este planeta no puede reponer tanta agua dulce tan rápido por renovable que sea. No hay manera, no da para una población humana que aumenta a razón de 10.000 personas por hora y además nos concentramos naturalmente en la zonas más habitables.

Y con ella, la escasez de agua dulce se incrementa igualmente sin cesar. 1.200 millones de personas viven bajo extrema escasez de agua potable, 1.600 millones bajo escasez severa y hasta 3.200 millones con insuficiente.

Al mismo tiempo, el abaratamiento y popularización de tecnologías que permiten excavar pozos fácil y discretamente (a menudo: ilegalmente) proporciona a parte de estar personas el agua que necesitan… a cambio de destrozar aún más irreversiblemente los acuíferos y disparar el hidroarsenicismo. O sea, el lento envenenamiento por arsénico —también muy natural— de comunidades y regiones enteras. Más de 100 países y 230 millones de personas están ya en peligro directo: un aumento de casi 100 millones en menos de 15 años.

¿La solución fácil pero cara y muy contaminante bajo la forma de salmuera y otros subproductos, incluyendo los de generar toda la electricidad necesaria?

Desalinizar.

Hace una década que más de la mitad del agua dulce de Israel procede de sus grandes plantas desalinizadoras; en 2020, eso fueron 1,6 millones de m³ diarios. Arabia Saudita lo duplica y más con 3,3 millones de m³ al día procedente de 6 plantas en la costa este y 21 en el mar Rojo, siendo así el mayor productor mundial de agua potable desalinizada. Todo el mundo se está pidiendo más desalinizadoras. Y luego, todavía más. Ya veremos a ver.

La central eléctrica de ciclo combinado de Ras Al-Khair (Arabia Saudita) contiene la mayor planta desalinizadora del mundo en estos momentos, con una capacidad de 1.036.000 m³ de agua dulce /día. Usa un sistema de desalinización híbrido compuesto por 8 destiladores flash multietapas y 17 unidades de ósmosis inversa. Esto consume unos 200 de los 2.400 MW que genera la central. Cuenta con un sistema de tratamiento de la salmuera que retiene la sal y devuelve el resto del agua —más o menos— limpia al Golfo Pérsico. Pero tampoco nadie sabe qué hacer con tanta sal.

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