Logo Studenta

Da en su Leyenda áurea las palabras de Gregorio Magno: «Los milagros no hacen al santo, sino que son sólo su señal», y precisa: «Se pueden hacer mi...

Da en su Leyenda áurea las palabras de Gregorio Magno: «Los milagros no hacen al santo, sino que son sólo su señal», y precisa: «Se pueden hacer milagros sin tener el Espíritu Santo, puesto que los mismos malvados han podido vanagloriarse de haber hecho milagros». De lo que no les cabe ninguna duda a los hombres de la Edad Media es de que no sólo el diablo puede hacer milagros como Dios —con su permiso, sin lugar a dudas, pero eso poco importa respecto del efecto que produce en el hombre—, sino que esa facultad aparece también a ciertos mortales para bien o para mal. Es la dualidad equívoca de la magia negra y de la magia blanca cuyos productos no son por lo general perceptibles por el vulgo. Es la pareja antitética de Simón el Mago y de Salomón el Sabio. De una parte el grupo maléfico de los brujos y de otra la multitud bienaventurada de los santos. Lo malo es que los primeros se presentan en general como santos disfrazados, que pertenecen a la enorme y mendaz familia de los pseudoprofetas. Es cierto que, una vez desenmascarados, se les puede hacer huir mediante el signo de la cruz, uno invocación oportuna o una oración adecuada. Pero, ¿cómo desenmascararlos? Precisamente una de las tareas esenciales de los verdaderos santos es reconocerlos y arrojar a los obradores de falsedades o más bien de falsos milagros, los demonios y sus satélites terrestres, los brujos. A san Martín se le tenía por un maestro en este arte. «Brillaba por su habilidad en reconocer los demonios, dice la Leyenda áurea, y los descubría bajo cualquiera de sus disfraces.» La humanidad medieval está llena de posesos, desventuradas víctimas de Satanás, oculto en su cuerpo, o de los maleficios de los brujos. Sólo los santos pueden salvarlos y obligar a sus perseguidores a abandonarlos. El exorcismo es la función esencial de los santos. La humanidad medieval comporta una masa de posesos de hecho o en potencia, desgarrados entre una minoría de malos y una élite de buenos hechiceros. Observemos una vez más que si los buenos hechiceros se recluían esencialmente en el grupo clerical, no faltan laicos eminentes que se pueden deslizar en él. Ése es el caso, que volveremos a ver, de los reyes obradores de milagros, de los reyes taumaturgos. En esta sociedad los hombres, a decir verdad, cuentan con protectores más vigilantes y más asiduos que los santos o los reyes sanadores a los que no siempre tienen la fortuna de poder encontrar a cada instante. Esos auxiliares infatigables son los ángeles. Entre el cielo y la tierra hay un ir y venir constante. A la cohorte de los demonios, que caen sobre los hombres cuyos pecados los atraen, se opone el coro vigilante de los ángeles. Entre el cielo y la tierra se levanta la escala de Jacob, por donde suben y bajan sin cesar en dos columnas las criaturas celestes, de las cuales la que asciende simboliza la vida contemplativa y la que desciende, la vida activa. Los hombres, con la ayuda de los ángeles, ascienden por esa escala y su vida no es más que esta escalada sembrada de caídas y recaídas de la que el Hortus deliciarum de Herrade de Landsberg dice que ni siquiera los mejores son capaces de alcanzar en esta vida el último peldaño, mito de Sísifo cristianizado que materializa la experiencia decepcionante aunque embriagadora de los místicos. Cada uno tiene su ángel, y la tierra de la Edad Media está ocupada por una doble población: los hombres y sus compañeros celestes, o más bien por una triple población, porque a la pareja del hombre y del ángel hay que añadir el mundo de los demonios siempre al acecho. Ésta es la alucinante compañía que nos presenta el Elucidarium de Honorio de Autún: — ¿Tienen los hombres ángeles guardianes? — Cada alma, en el momento de ser infundida en un cuerpo, queda confiada a un ángel que debe incitarla siempre al bien y dar cuenta de todas sus acciones a Dios y a los ángeles en el cielo. — ¿Están los ángeles constantemente en la tierra junto a aquellos a quienes guardan? —Si es preciso acuden en su ayuda, sobre todo si se les ha invitado por medio de oraciones. Su venida es inmediata, ya que en un instante pueden venir del cielo a la tierra y volver a él de nuevo. — ¿Bajo qué forma se aparecen a los hombres? — Bajo la forma de un hombre; el hombre, por ser corporal, no puede ver a los espíritus. Así pues, adoptan un cuerpo aéreo que los hombres pueden ver u oír. — ¿Existen demonios que acechan a los hombres? — En cada vicio mandan unos demonios que tienen a sus órdenes muchísimos otros, innumerables, y que incitan constantemente a las almas al vicio y dan cuenta de las malas acciones de los hombres a su príncipe... De este modo, los hombres de la Edad Media viven bajo ese doble espionaje permanente. Jamás están solos. Nadie es independiente. Todos se hallan atrapados en una red de dependencias terrestres y celestes. Por lo demás, la sociedad celeste de los ángeles no es sino la imagen de la sociedad terrestre, o más bien, como piensan los hombres de la Edad Media, ésta no es sino la imagen de aquélla. Gerardo de Cambrai y de Arras afirmaba en el 1025: «El rey de reyes organiza en órdenes distintos lo mismo a la sociedad celeste y espiritual que a la sociedad terrestre y temporal. Reparte según un orden maravilloso las funciones de los ángeles y las de los hombres. Fue Dios quien estableció órdenes sagrados en el cielo y en la tierra». Esta jerarquía angélica cuyo origen puede hallarse en san Pablo fue elaborada por el pseudoDionisio Areopagita, cuyo tratado De la jerarquía celeste, tradujo Escoto Erígena al latín en el siglo IX, pero no caló en la teología y en la espiritualidad occidentales hasta la segunda mitad del siglo XII. Su éxito iba a ser inmenso; se impone a los universitarios del siglo XIII con Alberto Magno y Tomás de Aquino a la cabeza, y hasta el mismo Dante está impregnado de ella. Su teología mística se convierte fácilmente en una imaginería popular que le proporciona una resonancia extraordinaria. Esta concepción paralizante que impide al hombre atentar contra el edificio de la sociedad terrestre sin hacer vacilar al mismo tiempo la sociedad celeste, que aprisiona a los mortales en las mallas de la red angélica, añade al peso de los amos sobre los hombros de los hombres la pesada carga de la jerarquía angélica de los serafines, de los querubines y de los tronos, de las dominaciones, de las virtudes y de las potestades, de los principados, de los arcángeles y de los ángeles. Los hombres de la Edad Media se debaten entre las garras de los demonios y la traba que suponen esos millones de alas que baten tanto en la tierra como en el cielo y hacen de la vida una pesadilla de palpitaciones aladas. Porque la cuestión no estriba en que el mundo celeste sea tan real como el terrestre, sino en que no constituyen más que un solo mundo, en una inextricable mezcla que aprisiona a los hombres en las redes de un sobrenatural viviente. A esta confusión —o si se prefiere, a esta continuidad espacial que confunde, que adhiere el cielo a la tierra— corresponde una análoga continuidad temporal: el tiempo no es más que un momento

Esta pregunta también está en el material:

LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

Todavía no tenemos respuestas

¿Sabes cómo responder a esa pregunta?

¡Crea una cuenta y ayuda a otros compartiendo tus conocimientos!


✏️ Responder

FlechasNegritoItálicoSubrayadaTachadoCitaCódigoLista numeradaLista con viñetasSuscritoSobreDisminuir la sangríaAumentar la sangríaColor de fuenteColor de fondoAlineaciónLimpiarInsertar el linkImagenFórmula

Para escribir su respuesta aquí, Ingresar o Crear una cuenta

User badge image

Otros materiales