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De la Edad Media, representa un progreso sin duda considerable. Pero sucede que los suelos pesados arcillosos, los más fértiles cuando se les traba...

De la Edad Media, representa un progreso sin duda considerable. Pero sucede que los suelos pesados arcillosos, los más fértiles cuando se les trabaja bien, oponen a los aperos medievales una resistencia obstinada. La intensificación del laboreo conseguida en la Edad Media proviene más de una repetición del trabajo que de un perfeccionamiento del instrumental. La práctica de efectuar tres labores se va extendiendo y, hacia el paso del siglo XIII al XIV, se hacen incluso cuatro. Sin embargo, los trabajos complementarios siguieron siendo necesarios, aunque también de un alcance limitado. Después de la primera labor, de ordinario se aplastaban los terrones a mano, como muestra una miniatura del salterio inglés de Luttrell a comienzos del siglo XIV. La escarda, que no se realizaba en todas partes, empleaba para cortar cardos y malas hierbas un instrumental rudimentario: horcas y hoces enmangadas en un palo. El rastrillo, una de cuyas primeras representaciones aparece en el bordado de finales del siglo XI denominado «tapicería» de Bayeux, se extendió durante los siglos XII y XIII. De vez en cuando era necesario profundizar algo más con la azada. De todo ello resulta que la tierra, mal cavada, mal removida, mal aireada, no se reconstituía rápidamente en sustancias fertilizantes. El enriquecimiento de los suelos mediante el estercolado hubiera podido poner un cierto remedio a esta carencia de instrumental adecuado, pero la debilidad de la agricultura medieval en este sector es aún más manifiesta. Por supuesto que los abonos químicos artificiales no existen. Sólo hay abonos naturales, muy insuficientes. La causa principal de esta insuficiencia radica en la escasez del ganado, escasez debida a causas secundarias, como los estragos causados por las epizootias, pero sobre todo al hecho de que los prados pasan a un segundo plano tras los campos, los cultivos, las necesidades de la alimentación vegetal, ya que la carne la proporciona en gran parte la caza. Por otra parte, los animales que viven bien en el bosque y de los productos del mismo bosque son los que se crían con mayor interés: cerdos y cabras, cuyo estiércol se pierde casi en su totalidad. En cuanto a los otros, su abono se recoge cuidadosamente, pero sólo en la medida en que lo permite el nomadismo de los rebaños, que pastan la mayor parte del tiempo al aire libre y raramente se estabulan. Los excrementos de las palomas se aprovechan al máximo. Un pot de fíente, una vasija de estiércol es a veces una renta valiosa que el arrendatario debe pagar al señor. Por el contrario, ciertos agentes se- ñoriales privilegiados, como los prebendados, que administran ciertos dominios (Münchweier, en la Alemania del siglo XII), reciben como salario por la tierra de sus feudos «el estiércol de una vaca y de su ternero y las barreduras de la casa». Los abonos vegetales proporcionan un refuerzo notable: tierra arcillosa, hierbas y hojas muertas, la paja que los animales han dejado sin comer cuando llega la nueva siega, ya que, como se puede observar en numerosas miniaturas y esculturas de la época, la siega del trigo, efectuada con guadañas y hoces, se hacía próxima a la espiga o, en todo caso, al menos a media altura del tallo, con el fin de dejar la mayor cantidad posible de paja para la alimentación del ganado en primer lugar y también como abono. En fin, los abonos se reservaban con mucha frecuencia para los cultivos delicados o especulativos, es decir, para los huertos de viñas o de hortalizas. El contraste es manifiesto en el Occidente medieval entre las pequeñas parcelas dedicadas a la horticultura, las cuales acaparan la parte esencial del refinamiento rural, y las grandes superficies, libradas a las técnicas rudimentarias. El resultado de esta insuficiencia de instrumental y de esta escasez de abonos era, ante todo, que el cultivo, en vez de ser intensivo, era en gran medida extensivo. Incluso dejando aparte el período —siglos XI al XIII— en que el crecimiento demográfico trajo consigo un aumento de la superficie cultivada gracias a nuevas roturaciones, la agricultura medieval fue itinerante en buena parte. En 1116, los habitantes de una aldea de la Isla de Francia, por ejemplo, reciben la autorización para roturar ciertas partes de un bosque real, pero con la condición de «que cultiven y recojan los frutos durante dos temporadas únicamente y después se vayan a otras partes del bosque». La artiga o roza, que implica un cierto nomadismo agrícola, se encuentra ampliamente extendida en los terrenos pobres. Incluso las mismas roturaciones son a veces para cultivos temporales, como los essarts que invaden la toponimia me- dieval y se hallan con tanta frecuencia en la literatura cuando se trata del campo: «La zorra se fue a un essart...». La consecuencia es que la tierra, mal trabajada y poco abonada, se agota pronto. Por lo tanto, hay que dejarla descansar con frecuencia para que se reponga. Es la práctica extendida del barbecho. No cabe duda de que es un progreso, conseguido entre los siglos IX y XIV, el hecho de reemplazar en muchos lugares el barbecho bienal por el trienal. Ello determina que la tierra permanezca improductiva un año de cada tres en vez de uno de cada dos o, lo que viene a ser lo mismo, aprovechar dos tercios de la superficie cultivada en vez de beneficiarse solamente de la mitad. Ahora bien, el barbecho trienal parece haberse extendido con mayor lentitud y menos comúnmente de lo que se ha dicho. En el clima mediterráneo y en suelos pobres, el barbecho bienal persiste. El autor inglés del tratado de agronomía la Fleta, en el siglo XIII, aconseja prudentemente a sus lectores que prefieran una buena cosecha cada dos años que dos mediocres cada tres. En una región como el Lincolnshire no hay ningún ejemplo cierto de barbecho trienal antes del siglo XIV. En el Forez, a finales del siglo XIII, las tierras no dieron una buena cosecha más que tres veces en treinta años. Añadamos que otros factores, que examinaremos más adelante, contribuyen aún a disminuir la escasa productividad de la tierra medieval. Uno de ellos es, por ejemplo la tendencia de los dominios medievales a la autarquía, consecuencia de realidades económicas y, a la vez, rasgo de mentalidad. Tener que recurrir al exterior, no producir todo lo que se necesita, no es sólo una debilidad, sino un deshonor. En el caso de las propiedades monásticas, evitar cualquier contacto con el exterior dimana directamente del ideal espiritual de soledad, al ser el aislamiento económico la condición de la pureza espiritual. Cuando los cistercienses introducen el molino en su equipamiento, san Bernardo amenaza con ordenar su destrucción porque éstos se han convertido en centros de relaciones, de contactos, de reuniones y, lo que es peor, de prostitución. Pero esos prejuicios morales se apoyan en bases materiales. En un mundo donde los transportes son caros y aleatorios y la economía monetaria, condición indispensable de los intercambios, poco desarrollada, producir todo aquello que se necesita resulta un buen cálculo e

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LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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