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La existencia de parejas ne varietur, determinadas en función de ciertas afinidades, explica esa otra particularidad que hemos tratado de describir...

La existencia de parejas ne varietur, determinadas en función de ciertas afinidades, explica esa otra particularidad que hemos tratado de describir: el combate es una serie de «figuras»; se compone de fases bien determinadas, y su desarrollo obedece a unos esquemas tipo cuyo número es limitado: el reciario, por ejemplo, podía vencer, en primer lugar, lanzando la red; ahora bien, si esta primera maniobra fracasaba, manejando el tridente, lo cual daba lugar a unos enfrentamientos mucho más movidos; si conseguía arrancar el escudo al adversario, tenía la partida ganada; pero si, al contrario, dejaba que le hicieran perder el tridente, lo cual debía ocurrir bastante a menudo, puesto que contaba con un puñal como arma de reserva, debía tener también una habilidad excepcional para acabar venciendo, en el cuerpo a cuerpo, frente a un adversario que, ahora y en relación con él, iba armado hasta los dientes. Los rebotes de la lucha, sus cambios brutales, la progresión mediante la cual podía verse a la muerte acechar más de cerca a un hombre cada vez que perdía una de sus armas, hacían de aquellos combates un arte de entendidos: ante cada situación, había el bueno y el mal reflejo; una buena reacción podía permitir salir de una situación desesperada; una torpeza en un momento crucial equivalía a una condena a muerte. Los espectadores conocían todas las paradas, todos los engaños y, a veces, desde lo alto de las graderías, ponían en guardia a un combatiente contra una maniobra del adversario, o le sugerían alguna iniciativa. La importancia primordial de la esgrima y de sus reglas explica, entre otras cosas, por qué el público se encolerizaba contra los gladiadores cuando se mostraban indecisos: el combate se convertía entonces en un duelo informe que perdía, técnicamente, todo interés. Estos refinamientos no excluían, por otra parte, una cierta monotonía. Había, naturalmente, algunas variantes: podía suceder, por ejemplo, que el secutor, aprisionado por la red del reciario, consiguiera liberarse de ella; pero esto, como el número de las figuras más corrientes, era limitado y, cuando se habían presenciado unos cuantos combates, era como si se hubieran visto mil; por ello, a veces, cambiando las armas de que disponían los gladiadores, o emparejándolos de manera inédita, se intentaba excitar la curiosidad del público. La organización de los combates se basaba, pues, en la existencia de categorías o armas (armaturae) que se oponían unas a otras según unas leyes relativamente fijas: un reciario no lucha nunca con otro reciario, sino con un secutor o, a veces, un mirmilón; este último, por lo menos en una época determinada, era el adversario habitual del tracio, etc. Conocemos quince de dichas categorías cuya existencia aparece demostrada por textos y por inscripciones. Nada prueba, por otra parte, que nuestra lista sea completa. Ciertos monumentos nos ofrecen la imagen de combatientes que, por su indumentaria y por sus armas, no se parecen ni por aproximación a ninguno de las categorías que conocemos; como aquel hombre que, confrontando dos bajorrelieves, se ha visto que constituía un tipo desconocido hasta hoy, cuya especialidad era la de luchar con el reciario: se servía, en efecto, de un arma a la vez defensiva y ofensiva, una especie de cono que le protegía el antebrazo izquierdo y en cuyo extremo tenía un apéndice como una hoz que debía permitir enganchar o arrebatarle la red al reciario; por ello, cuando este último la había lanzado sin conseguir recuperarla, el otro gladiador abandonaba dicho cono incómodo, y, a partir de aquel momento, inútil, para luchar únicamente con la espada; esa arma original que lleva en la mano izquierda le impide llevar escudo; pero, según el principio enunciado más arriba, va protegido contra los ataques del tridente por una cota de malla que le cubre todo el cuerpo, incluso el brazo derecho. Por otra parte, estas lagunas tienen bien poca importancia por lo que respecta a las categorías de gladiadores más corrientes. En determinados casos, nos es muy difícil poder decir exactamente qué diferenciaba tal categoría de tal otra. Incluso, a veces, nos es imposible describir su armamento con precisión, a despecho del gran número de monumentos que la pasión de los romanos por esta clase de espectáculos nos ha legado: a menudo, su interpretación nos enfrenta a problemas inextricables. Por ejemplo, de los numerosos reciarios que conocemos (es el gladiador que nos plantea menos misterios porque la particularidad de su armamento lo hace fácilmente identificable), uno solo va provisto manifiestamente de una red. De ello podríamos sacar la conclusión de que el empleo de esta arma era excepcional. No obstante, es el arma que ha dado su nombre al reciario; y cuando Juvenal habla de este gladiador, lo caracteriza mediante dos imágenes que se repiten a menudo: es el hombre con túnica que huye a través de la arena, pero también el combatiente parado cuya mano balancea la red. De hecho, su ausencia de los monumentos puede tener muchas explicaciones: es frecuente que los artistas de la antigüedad omitan representar la espada y el escudo cuya posición queda suficientemente sugerida por la postura del gladiador; con mucha más razón debían abstenerse de materializar un objeto todavía más difícil de representar. Podemos pensar, también, cuando se trata de una escena de lucha, que ha lanzado ya la red que poseía al principio del combate y no ha podido recuperarla; finalmente, está fuera de toda duda que determinados gladiadores de esta clase iban ciertamente desprovistos de dicha arma. Además, el armamento, dentro de cada una de estas categorías, era susceptible de numerosas variantes. Se explican en parte por el hecho de que el armamento y la técnica de combate no permanecieron inmutables con el paso del tiempo para una misma categoría; algunas, incluso, evolucionaron hasta experimentar una completa transformación; las costumbres locales también pudieron ir dando características particulares a algún tipo determinado de armamento. Hemos podido comprobar, por ejemplo, en la Galia, en el valle del Ródano, unos cambios curiosos en el armamento relacionados con las costumbres en boga en Roma: el tipo de armamento que hallamos reproducido allí en los siglos II y III había desaparecido en la capital a partir del siglo I, como hizo notar Georges Ville en su comunicación sobre El mosaico de Zliten en el Congreso Internacional del Mosaico celebrado en 1963. Pero nos preguntamos si, en ciertos casos, esas variantes no tenían significado más concreto relacionado con especializaciones dentro de una misma arma, especializaciones que nos son desconocidas. Un pasaje de Suetonio parece sugerirnos su existencia: se trata, en efecto, de retiarii lunicati: el contexto no necesita en absoluto la precisión aportada por este adjetivo; debemos concluir, pues, que se refiere a un tipo particular de reciarios. La multiplicación de estas particularidades es para nosotros fuente de contradicciones insolubles. De hecho, ante un monumento mudo, sólo podemos estar seguros de hallarnos en presencia de un tipo determinado de gladiador en la medida en que los textos nos facilitan datos suficientemente exactos sobre su armamento y su atuendo. Pero esto sucede bien pocas veces; no poseemos ninguno que trate de los gladiadores en su conjunto. Los que nos informan son esencialmente alusivos: Séneca, a veces con gran lujo de detalles, compara el sabio al gladiador; Cicerón y Quintiliano lo comparan al orador. En definitiva, pues, estamos mejor informados sobre el manejo de la espada y sobre las sutilezas del combate que sobre las diferentes armas. Y en cuanto a establecer lo que constituía la especificidad de cada una de ellas, no podemos hacerlo más que en hipótesis. A decir verdad, los especialistas que estudiaron la cuestión en el siglo último no se privaron de emitir hipótesis: abusaron, particularmente, del procedimiento que consistía en bautizar samnita, hoplomachus o secutor, a partir de simples indicios, a tal gladiador representado en un monumento sin inscripción, para sacar después conclusiones generales. Ello hizo aparecer unos sistemas de conjunto tan numerosos como arbitrarios, ninguno de los cuales soporta un examen a fondo. Nuestra incertidumbre en este ter

Esta pregunta también está en el material:

Crueldade e Civilização
128 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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