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formada por dos fuentes, hay ocho carros con los colores de las distintas facciones que se disputan el premio con más o menos fortuna: dos de ellos...

formada por dos fuentes, hay ocho carros con los colores de las distintas facciones que se disputan el premio con más o menos fortuna: dos de ellos han «naufragado». Historia y leyenda de las ruinas Pocas ruinas poseen una historia tan circunstanciada como la de numerosos anfiteatros cuyas piedras consiguieron sobrevivir después de la caída del Imperio romano. La historia del Coliseo es, a este respecto, ejemplar. En primer lugar, fue utilizado como fortaleza por unos capitanes mezclados en las querellas intestinas del siglo XIII, los Frangipani, y como cantera permanente por los grandes de Roma para no pocos palacios, particularmente Pablo III, quien se sirvió de los bloques de travertino (piedra de Tibur) para la construcción del Palacio Farnesio. Ambos sistemas de «utilización» a los que dichos edificios se veían predestinados por su gran masa revistieron un carácter muy frecuente. En Fréjus, por ejemplo, los sarracenos se apoderaron del anfiteatro para hacer de él una fortaleza. Una vez se hubieron ido, el anfiteatro fue destruido para impedir que otros estrategas se sirvieran de él para lo mismo; finalmente, como se hizo también en Bourges, las últimas piedras quedaron integradas en las fortificaciones. Lo propio del Coliseo es haber prestado a la ciudad unos servicios más o menos imprevistos. Tuvo lugar allí una gran corrida; se representaron misterios, como en Bourges, donde, en 1536, se representó uno de 66.000 versos, en el que participaron 500 personas. Fue utilizado como hospital, e incluso faltó poco para que se viera convertido en fábrica. No obstante, el edificio —cada vez más deteriorado— donde los cristianos habían hallado la muerte, seguía siendo un lugar de peregrinaje. Con Chateaubriand y Byron, la meditación en dichas ruinas se convirtió incluso en una de las etapas esenciales del viaje a Oriente. Con el dinero reunido gracias a la afluencia de los peregrinos, se construyó una capilla en el podium, que fue confiada a la vigilancia de un santo ermitaño; el ermitaño fue incluso autorizado a alquilar el pasto que crecía en aquellos lugares. Es probable, por otra parte, que, en determinadas épocas, el Coliseo hubiera sido dividido en habitaciones: en algunos cuadros vemos ropa que se está secando colgada en los muros, mientras que los habitantes del lugar abren con toda naturalidad su puerta-ventana constituida por un pedazo de madera clavado en las arcadas. En todo caso, el lugar, en la Edad Media, no gozaba de buena reputación. Veamos qué dice Friedlaender: «En muchos lugares (el anfiteatro) fue destinado a la práctica de la prostitución, que hizo de él el teatro de las más groseras orgías. Estas bóvedas y estas galerías medio derrumbadas y completamente llenas de escombros ofrecían a lo peor de la sociedad las guaridas que buscaba, y más de un crimen fue cometido a la sombra de sus misteriosos recodos. Se buscaba entre los escombros con la esperanza de hallar tesoros ocultos, de descubrir los restos del antiguo esplendor de aquellos monumentos en medio de las ruinas lúgubres y de mala fama donde los brujos y los exorcistas se complacían en llevar a cabo sus tenebrosas prácticas. Basta que recordemos a este respecto lo que Benvenuto Cellini ha explicado de las brujerías de que fue testigo en el Coliseo.» Esto nos huele mucho a siglo XIX. Pero debemos reconocer que los anfiteatros, sobre todo cuando no quedaban más que restos cuya procedencia había sido ya olvidada por la población, parece ser que ayudaron a cristalizar las supersticiones y las leyendas populares. En Burdeos, el anfiteatro, denominado «Palacio Galo», servía de terreno para los duelos, y pasaba por ser la morada del diablo; en Toulouse, el emplazamiento sobre el que se levantaba el anfiteatro caído en el olvido se llamaba «llave del diablo» o «guarida del dragón». Sondeo en provincias: los anfiteatros de las Galias No volveremos a hablar aquí del Coliseo ni de los principales anfiteatros de Italia, de los que ya hemos tratado abundantemente en el capítulo segundo. Sería necesario un libro entero para describir, incluso de manera sumaria, todas las ruinas que subsisten en las provincias —hasta tal punto había anfiteatros por todas partes—. En África del Norte, por ejemplo, donde conocemos ya un cierto número de ellos desde el de Cartago, reducido a casi nada, hasta el de El Djemm, sin duda el más interesante para el visitante, se acaba de descubrir recientemente uno en Lixus, en Marruecos, país donde no se sospechaba que hubieran existido. La densidad de esas construcciones es particularmente sensible en las Galias, donde tal vez los combates de gladiadores pudieron incorporarse a antiguas costumbres locales. En primer lugar, hay los anfiteatros de los que no queda nada porque han sido absorbidos por las construcciones de la ciudad moderna: en Metz, por ejemplo, el gran anfiteatro ha quedado oculto bajo la estación, mientras que el de Limoges ha ido apareciendo sucesivamente por fragmentos que han sido destruidos después o han quedado integrados en la ciudad. Otros subsisten en un estado de ruinas informes, como el de Besanzón, del que sólo quedan algunos muros aislados en el campo, o el de Béziers, que todavía era imponente en el siglo XVII, y que hoy no es más que un montón de covachas pegadas a la colina Saint-Jacques e inclinadas sobre los tinglados que han invadido la «arena»; Burdeos, de un anfiteatro de dimensiones considerables, no ha conservado más que una puerta y algunos arcos. Entre los que han desaparecido por completo figuran los más grandes de la Galia: el de Poitiers, capital de Aquitania después de Saintes, cuyo eje mayor alcanzaba los 155 metros, y el de Autun, de proporciones sensiblemente iguales. Del primero, cuya arena está ocupada actualmente por el mercado de San Hilario, subsisten algunos restos. Del segundo no conocemos más que el emplazamiento y, en cierta medida, la historia, a la que nos referiremos en breve. El anfiteatro de Saintes es ya más interesante para el visitante, pues en el exterior de la ciudad se levantan todavía algunos arcos del mismo y una puerta de entrada. Construido en tiempos de Claudio, contaba con una capacidad para 20.000 espectadores. Se apoyaba en el costado de un valle cuyas pendientes ofrecían una base natural a las graderías. Este sistema de construcción, que permitía realizar unas economías sustanciales, estaba muy extendido. Volvemos a hallarlo, por ejemplo, en el anfiteatro de Tréveris, con algunas variantes. Aquí, en efecto, como el terreno no ofrecía las mismas comodidades naturales, se levantó en un cerro utilizando los escombros que había producido la excavación de la arena y los trabajos efectuados en el costado de la colina del Petersberg, sobre un lado de la cual se apoyaba el anfiteatro. Esta técnica de construcción «racional» redujo los elementos propiamente arquitecturales al muro del recinto, a los pasadizos de entrada y al podium. De este anfiteatro, que sirvió en otros tiempos de baluarte, quedan hoy algunos fragmentos: la arena ha sido transformada en jardín. A su alrededor han sido halladas una especie de habitaciones (donde se guardaban los animales) y unos pasadizos que servían de locales para la maquinaria. No obstante, estos vestigios son muy poca cosa si los comparamos con los anfiteatros de Nimes y de Arles, muy bien conservados. Como subraya Grenier, en ambas ciudades «el monumento impresiona por la armonía de sus proporciones y el perfecto equilibrio de la sombra de sus arcadas con las superficies claras de su encuadramiento». Estas arenas, en efecto, no le deben nada al terreno. Los dos pisos, como en Pozzuoli o en el Coliseo, se levantan en terreno llano y están sustentados sobre cimientos. El más antiguo de estos anfiteatros —data tal vez de tiempos de Augusto— es el de Nimes. Es también el mejor conservado, pues el ático no ha desaparecido. Situado en el corazón de la ciudad antigua, mide 133,38 metros en el eje mayor, y 101,40 metros en el

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Crueldade e Civilização
128 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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